martes, 15 de agosto de 2023

La Dormición de la de la Santísima Virgen María y Madre de Dios

Al final, cuando su vida estaba llegando a su cierre triunfal, la Santa Virgen se encontraba llena de paz y llena de alegría. ¿Cómo podía ser de otra manera cuando sabía que había cumplido su misión

–sirviendo como ese vaso amoroso a través del cual el Hijo de Dios había de entrar en el mundo con la finalidad de redimirnos de la muerte y del pecado?
Tal como su vida, sublimemente bella y virtuosa, la "muerte" de La Theotokos –la Madre de Jesucristo– llegaría a ser uno de los misterios más reverenciados en la historia de la Santa Iglesia.  Conocida como la “Dormición” de la Virgen María, este evento de crucial importancia es celebrado hoy día por los Cristianos alrededor de todo el mundo. En este día especial le brindan un homenaje reverente a María por su vida santa como esa amable y amorosa figura que se ocupó del niño Jesús y que soportó la agonía de ver Su sufrimiento y Su crucifixión en el Calvario. 
Aunque los registros históricos que describen los últimos días de María no son completamente consistentes, las líneas fundamentales de la historia -según la Santa Tradición Ortodoxa- están bastante claras. Durante sus últimos días sobre la tierra había regresado a la Ciudad Santa de Jerusalén para visitar los lugares que habían sido tocados por la santa vida de su Hijo. 



Jardín de Getsemaní, ubicado a los pies del 
Monte de los Olivos en Jerusalén.
                                     



Mientras rezaba y meditaba en el Jardín de Getsemaní, y recordaba silenciosamente el dolor de su Hijo durante sus últimas horas en la colina del Gólgota, traería a su memoria -con un inmenso cariño- los lazos gozosos que ella y las gentes de Galilea habían compartido con el Portador del Santo Evangelio y el Salvador del mundo, Jesucristo.
Sabiendo que su hora se encontraba cerca, la Bienaventurada Theotokos no se sorprendió –durante una visita de oración al Monte de los Olivos– al encontrar de pie junto a ella al Arcángel Gabriel. Tampoco se sorprendió cuando la Presencia Angélica le ofreció una flor que había crecido en el Paraíso, mientras le informaba que su presencia terrenal en este mundo habría de finalizar dentro de tres días. María celebró la llegada de este mensaje providencial... ya que entendió que ese tiempo permitiría a los Santos Apóstoles reunirse junto a su lecho para la última despedida, antes de dejar atrás y para siempre su vida humana.




Angel anunciando su inminente dormición





Así fue como sucedió. Cuando llegó el final algunos de los Doce estuvieron presentes –incluyendo Juan el Teólogo, el Apóstol Amado, con cuya familia había vivido los años inmediatamente posteriores a la Ascensión de su Hijo al Cielo.
Cuando expiró su último aliento la habitación en la cual reposaba se inundó repentinamente de una luminosidad tan intensa que asustó grandemente a la mayoría de los que se encontraban presentes. Y en ese sorprendente momento el mismo Señor Jesucristo se hizo presente rodeado por un grupo de Angeles luminosos que cantaban una alabanza sin fin a Su divinidad.  Sorprendidos y totalmente sobrepasados por el asombro, los Apóstoles y amigos de María que se encontraban reunidos para ese capítulo final en su vida, se dieron cuenta de un hecho asombroso: El Hijo del Hombre había regresado para dar la bienvenida al alma de su madre amorosa hacia la eternidad bienaventurada.





Dormición de la Theotokos, fresco en pared del katholikon (iglesia central)
Santo Monasterio de Vatopedi, año 1312. 
    
                  


Sin embargo la Bienaventurada Virgen ya había presenciado antes esa aparición milagrosa y había alabado a Dios Todopoderoso:
“«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada.” (Lucas 1, 46-48).  
Y fue entonces, cuando ella "durmió", dejó su cuerpo para unirse a su Hijo en la Realeza Increada Eterna en donde Él gobierna para la eternidad.
Algunas horas después, aún temblando de la emoción, los Apóstoles enterraron el cuerpo de La Theotokos al pie del Monte de los Olivos. Poco después del entierro los enfermos, los pobres y los ciegos comenzaron a llegar al lugar en donde reposaba su cuerpo, muchos de los cuales fueron curados de su enfermedades instantáneamente, con el simple hecho de tocar el féretro que contenía sus restos santos. 







Pero los milagros que se asociarían con la Bienaventurada Virgen María en los años venideros sólo estaban comenzando. Tres días después de su entierro llegó el Apóstol Tomás, ya muy tarde para el funeral. Consternado por haberse perdido estas ceremonias sagradas y con la esperanza de mirar una vez más su amoroso rostro, rogó que se abriera la cueva por última vez. Sus deseos le fueron concedidos... pero cuando las grandes piedras fueron retiradas de la cueva, su cuerpo había desaparecido. La Bienaventurada Virgen había desaparecido sin dejar huella, dejando solo tras de sí sus atuendos funerarios.
Maravillados, los Apóstoles se dirigieron a casa a rezar y a dialogar sobre este evento extraordinario. Pero sus meditaciones fueron interrumpidas por cantos de Ángeles... y por una visión gloriosa en la cual observaron a la Virgen Más Santa rodeada por Serafines y Querubines e inundada por una luz radiante. Mientras la observaban transfigurados, ella les decía con gran gozo: Alégrense. Yo estoy con ustedes para todos los días y las noches.








Su vida terrenal había terminado y su vida eterna en el Cielo había comenzado. Habiéndose dedicado completamente al cuidado del Hijo de Dios, la Bienaventurada Virgen María había tomado su lugar correspondiente entre las Huestes Celestiales. Durante las generaciones venideras muchos de los Padres e historiadores de la Iglesia harían lo mejor posible por describir su maravillosamente amoroso temperamento y la profunda bondad que mostró a cada uno de los que se cruzaron en su camino. Describiendo su cálida y amorosa presencia, el gran historiador de la Iglesia del Siglo Catorce, Nicephorus Kallistos, señaló que la Madre de Dios “era de estatura promedio o como otros sugieren, un poquito más alta que el promedio. Sus cabellos eran dorados. Sus ojos brillantes con sus pupilas como aceitunas encendidas. Sus cejas eran profundas y moderadamente oscuras, Su nariz pronunciada y Su boca vibrante al hablar aunque de tono muy dulce. Su rostro no era redondo o anguloso, sino más bien oblongo; las palmas de Sus Manos y sus dedos eran más bien largos...”




Epitafio de la Theotokos (Monasterio de Mantzari, Evia)




“En las conversaciones con los otros siempre mantenía el decoro, nunca siendo tonta o atolondrada, y ciertamente nunca molesta; sin ningún tipo de  artificialidades y muy directa, Ella nunca se mostraba extremadamente preocupada de sí misma y estaba muy lejos de auto complacerse a sí misma. Ella estaba, de manera inequívoca, llena de humildad.”
Otro historiador y escritor de la Iglesia primitiva, San Ambrosio de Milán, describía a la Theotokos en un muy bien conocido pasaje de su estudio clásico Sobre las Vírgenes:
“Ella fue Virgen no solo de cuerpo sino también de alma, humilde de corazón, de palabras circunspectas, sabia en su juicio, dada muy poco al hablar, amante de la lectura y del trabajo; y prudente en el habla. Su regla de vida era no ofender a nadie, buscar lo mejor de cada uno, respetar a los mayores, no ser envidioso de los demás, evitar las fanfarronerías, ser sana de mente y amar la virtud. ¿Alguna vez ella lanzó un insulto frente a Sus padres, alguna vez ella fue causa de discordia entre Sus parientes?”







“¿Alguna vez ella se mostró altanera delante de una persona modesta o se rió de los débiles o rechazó a los indigentes? Con ella no existían los ojos desdeñosos, tampoco palabras fuera de tono o algún tipo de conducta impropia: Ella era humilde aún en sus movimientos corporales, Sus pasos eran silenciosos y Su voz directa; tal era su complexión que su cuerpo era expresión de su alma y una personificación de la pureza. Todo en Sus días estaba impregnado de ayuno; dormía solo cuando era necesario y, aún en esos momentos, cuando Su cuerpo se hallaba descansando, se encontraba alerta en espíritu, repitiendo en Sus sueños lo que había leído, o considerando la manera de realizar sus intenciones, las antiguas y aún las que habían por venir.”
“Ella solo salía de Su casa para ir a la Iglesia y, en esas ocasiones, solo en compañía de sus familiares. De otra manera raramente se le veía fuera de Su casa en la compañía de otros, siendo Ella misma su mejor juez.”




"Metástasi" (Tránsito) de la Theotokos
                                      



Han pasado veinte siglos desde la Dormición de la Bienaventurada Madre de Dios y hoy en día el mundo reverencia su memoria más que nunca. Para millones de Cristianos hoy en día, la Bienaventurada Virgen continúa inspirando la más profunda veneración y devoción. Una mujer sencilla y obediente que vivió su vida como una oración dedicada a su Santo Hijo, ahora brillará en el firmamento de Jesucristo tanto como duren los Cielos. En palabras de una oración común y familiar a los Cristianos alrededor del mundo:  


Apolitiquio tono 1º

Dando a luz preservaste tu virginidad; en tu Dormición no te olvidaste del mundo, Oh Theotokos; Tú fuiste devuelta a la vida, ya que Tú eres la Madre de la Vida, y por tu intercesión nuestras almas fueron redimidas de la muerte.


Condaquio tono plagal del 2º

La tumba y la muerte no podían contener a la Theotokos, quien no descansa en su intercesión y en su infatigable esperanza en sus mediaciones. Ya que ella es la Madre de la Vida ella fue trasladada a la vida por Aquél Quien vivió en su vientre, siempre virginal.




Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr

“Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. (Isaías 56,7).