San Acisclo (¿? - Córdoba, 17 de noviembre de 304), fue un santo mártir de Córdoba, España. Su vida es contada por Eulogio de Córdoba.
El poeta Prudencio le rindió homenaje en dos breves versos. Hace referencia a él en su libro del "Peristephanon":
"Cuando Dios blandiendo su diestra fulmínea, venga apoyado en nube de fuego a pesar en justa balanza las obras de las gentes, levantarán su cabeza las ciudades de todo el mundo y correrán hacia Cristo, llevando cada una preciosos dones en canastillos. Cartago la Africana, traerá tus huesos ;oh Cipriano!, doctor de elocuente palabra; Córdoba irá con Acisclo, Zoilo y otras tres coronas. Tú madre de santos, Tarragona ofrecerás a Cristo hermosa diadema de tres perlas, sutilmente engarzadas por Fructuoso... "
Pasión de los santos bienaventurados mártires Acisclo y Victoria,
que sufrieron martirio en la ciudad de Córdoba bajo el gobierno de Dión el día diecisiete de Noviembre *1.
R/. Gracias a Dios.
2. En aquellos tiempos al llegar a la ciudad de Córdoba
el gobernador Dión, cruel perseguidor de los cristianos, desató en ella la
persecución contra los cristianos para que hicieran sacrificios a los dioses,
pues por todo el mundo estaba en pleno ardor la furia de los paganos de manera
que, si alguien despreciaba el culto de los ídolos, era sometido a diversos
tipos de tormentos. Vivían a la
sazón en la mencionada ciudad Acisclo y Victoria *2, que
temían y rendían culto a Dios, muy cristianos y santos, que desde su más tierna
infancia permanecían fieles en la alabanza de Dios. Al tener noticia de
su forma de vida piadosa un funcionario de justicia, llamado Urbano, se dirigió
al muy impío gobernador diciéndole: «He hallado a algunos que desprecian tus
órdenes y manifiestan que nuestros dioses son piedras y que no conceden nada a
los que los adoran». Al oír esto el gobernador ordenó que los siervos de Dios
fuesen conducidos a su presencia.
Cripta de la basílica de San Sernin, Francia - Busto relicario de San Acisclo |
3. Llevados ante él les increpa el gobernador: «Sois
vosotros quienes despreciáis el culto de nuestros dioses y engañáis a todo el
pueblo, para que se aparten de sus sacrificios?». Le responde San Acisclo:
«Nosotros servimos a nuestro Señor Jesucristo, no a demonios o a inmundas
piedras». El gobernador Dión *3 replicó: «¿Sabes qué castigo hemos ordenado que sufran
quienes no quieran hacer sacrificios?» *4. San Acisclo
respondió: «Y tú, gobernador, ¿has oído qué castigo tiene preparado el Señor
Jesucristo para vosotros y para vuestros príncipes?».
4. Por su parte, al oírlo Dión comenzó a rugir con
furia diabólica contra el mártir de Dios y mirando a Santa Victoria dijo:
«Siento lástima de ti, Victoria, como de mi propia hija. Acércate, pues, a los
dioses y adóralos, para que sean propicios con tus pecados y te libren del
error que sufres. Pero, si no quieres, te haré padecer tormentos muy duros».
Santa Victoria contestó: «Gobernador, me haces un gran favor, si haces cumplir
en mí lo que has dicho». Entonces Dión se dirigió a San Acisclo: «Acisclo,
piensa en la maravilla de tu edad, no vaya a ser que mueras». Le respondió San Acisclo: «En quien pienso es en
Cristo, que me creó del barro de la tierra *5. En
cambio, tú por tu ignorancia intentas empujar a los hombres a adorar imágenes
hechas a mano, que no tienen en sí ni ojos ni sentido».
5. Dión lleno de ira ordenó arrojarlos a lo más hondo
de los calabozos. Metidos allí, meditaban las palabras de Dios; y he aquí que
se les aparecieron cuatro ángeles llevándoles el alimento de salvación. Al ver los santos mártires a los ángeles
del Señor dijeron: «Señor Dios nuestro, que eres Rey Celestial y médico de las
heridas ocultas, sabemos que no nos abandonarás, sino que te has acordado de
nosotros y nos has enviado por medio de tus ángeles el alimento del cielo y nos
hemos saciado con el manjar redentor» *6.
6. Mientras esto sucede, Dión mandó sacar de la cárcel
a los siervos de Dios. Llevados a su presencia, les dijo Dión: «Hacedme caso y
sacrificad a los dioses, a fin de que no sufráis muy crueles suplicios». Le
respondió San Acisclo: «¿A qué dioses nos mandas sacrificar, Dión? ¿A Apolo y
Neptuno, falsos e inmundos demonios?, y ¿a qué dioses nos obligas a adorar? ¿A Júpiter,
príncipe de los vicios, o a la impúdica Venus o al adúltero Marte? ¡Lejos de
nosotros adorar a unos dioses a quienes nos horroriza imitar! Yo, en cambio,
confieso ante el pueblo presente, congregado por ti y proclamo los nombres de
los santos, cuya comunión trato de alcanzar, para que todos los oigan. ¿A quién
comparas tú, Dión, con el primero de todos los apóstoles, San Pedro, que es la
columna de la iglesia? *7¿A quien se debe
escuchar, a él o a Apolo, que es la perdición del mundo? Dime, Dión, ¿A
quién comparas con los profetas y con los mártires? ¿Quizá al belicoso
Hércules, que vivió como un criminal y cometió en la tierra innumerables
horrores? Dime, Dión: ¿a quién
prefieres venerar, a Jezabel *8 que dio muerte a
inocentes, o a Santa María Virgen, que engendró al Salvador, nuestro Señor
Jesucristo, permaneciendo virgen antes del parto y virgen siempre gloriosa
después del parto? Avergüénzate, Dión, porque no es a Dios a quien
adoras, sino a ídolos sordos y mudos».
Ermita rupestre de San Acisclo y Santa Victoria en Arroyuelos (Valderredible). |
7. Entonces ordenó el muy impío Dión que los santos
mártires fuesen sometidos a torturas, que San Acisclo fuese azotado con látigos
y que Santa Victoria fuese golpeada en las plantas de los pies. Cumplido esto,
ordenó llevarlos de nuevo a la cárcel diciendo: «Que sean encerrados, hasta que
piense con qué castigo voy a atormentarlos». Al día siguiente, sentado en el tribunal,
mandó que hicieran venir de la cárcel a los siervos de Dios. Los soldados
fueron y los trajeron. Los fieles,
al ver que los siervos de Dios eran conducidos al pretorio atados, clamaban en
voz alta diciendo: «Señor Dios, ayúdalos, porque en Ti han puesto su
refugio» *9. Dión, sin embargo, ordenó que fuesen
llevados ante el tribunal y contemplándolos con rostro amenazador mandó a los
ministros, que le asistían, que encendieran el horno y que arrojasen allí a los
siervos de Dios.
8. Una vez encendido el horno, son conducidos los
santos mártires, elevando alegres sus ojos al cielo y esperando con confianza
la misericordia de Dios. Al llegar al horno, se santiguaron con la señal de la
cruz de Cristo y entraron en el fuego. Una vez que entraron allí, alababan y
bendecían a Dios. Los ángeles del
Señor, asistiéndolos en medio del fuego, glorificaban con ellos a Dios con
alabanzas, de modo que casi todos los asistentes oyeron sus voces; pronto
anunciaron al gobernador los que encendían el horno: «Gobernador, los hemos
oído en el horno cantando salmos y diciendo: "Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad"» *10.
9. Al oír esto el gobernador Dión dio orden de sacar
rápidamente a los siervos de Dios del horno de fuego ardiente. Viendo el
malvado Dión que no les había hecho daño el fuego y que no había tocado ninguna
parte del cuerpo de ninguno de ellos, quedó totalmente extrañado, y cubriéndose
de confusión su rostro, les habló diciendo: «Desgraciados, ¿dónde habéis
aprendido tanto arte de brujería, para que el fuego no os haga daño? Dejad de
una vez vuestro arte de magia y venid, adorad y haced sacrificios a los dioses,
para que de nuevo os sean favorables. Y tú, Victoria, dime, ¿en quién tenéis
confianza vosotros, que persistís en soberbia tan grande?, y ¿qué decís en
vuestra defensa?, y ¿qué esperáis?». Le contestó Santa Victoria: «¿No te hemos dicho, espíritu inmundo, asesino,
gusano *11, que nuestro Padre, Señor y Salvador es Cristo,
que nos da la victoria para vencer a aquellos, que no lo conocen y vuestras
abominaciones, por las que habéis sido seducidos a adorar dioses falsos?».
Pequeña iglesia dedicada a San Acisclo y Santa Victoria en las faldas de la montaña de Montserrat. |
10. Ordenó
entonces el gobernador a sus servidores que ataran a sus cuellos piedras
grandes y los echaran al río *12. Así hicieron; los
echaron al río y fueron recogidos por los ángeles y caminaban sobre las aguas
del río, alabando y bendiciendo a Dios; y mirando al cielo y orando dijeron:
«Señor Jesucristo, rey de todos los siglos, que siempre asistes a quienes te
invocan y no abandonas nunca a quienes te buscan, ayúdanos ahora a nosotros tus
siervos y, mostrando tus maravillas, recíbenos en esta hora y pon en estas
aguas tu santa cruz y el vestido de la inmortalidad, porque Tú eres el que
caminaste sobre las aguas del río y las bendijiste, para que, después de ser
purificados por el bautismo de regeneración, merezcamos ser limpiados del
pecado que hay en nosotros. Ilumínanos, Señor, con tu santa luz y revístenos
del esplendor de tu gloria para que te glorifiquemos por los siglos de los
siglos».
11. Y mientras los santos hacían esto, aproximadamente
a la medianoche, estando ellos en las aguas del río, les llegó una voz desde el
cielo que decía: «El Señor ha oído vuestra súplica, siervos fieles, y os ha
concedido lo que pedíais». Y mientras sucedía esto, inmediatamente apareció una
nube brillante por encima de sus cabezas y vieron mostrarse de repente la
gloria de Cristo y delante de Él a sus santos ángeles en medio de suave y
oloroso incienso, entonando himnos; al verlos los santos mártires dijeron
alegres: «Hijo de Dios vivo, Jesucristo, invisible, inmaculado, que has bajado
hoy de las Alturas sobre estas aguas del río con la gloria de los ángeles y nos
has revestido de la inmortalidad y la resurrección, te bendecimos, te alabamos,
te damos gloria a Ti, que con el Padre y el Espíritu Santo con indivisible
majestad posees el Reino, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén».
12. Después
de la oración, saliendo del río, volvieron a la cárcel llevados por los santos
ángeles. Y oyendo el gobernador que habían vuelto a la cárcel, ordenó que
fuesen conducidos a su presencia. Y mandó que se trajeran ruedas y que ataran a
cada uno en una rueda y que prendieran fuego debajo de las ruedas y que
derramaran aceite por encima del fuego, para que los santos mártires fueran
consumidos más rápidamente. Hecho esto, hicieron girar las ruedas y los cuerpos
de los santos eran desgarrados. Volviendo su mirada hacia el cielo dijeron los
santos: «Te bendecimos, Dios nuestro, que estás en los cielos, y te damos
gracias, Señor Jesucristo; no nos abandones en esta lucha; extiende tu mano y
toca este fuego que levanta sus llamas contra nosotros y apágalo para que el
impío Dión no llegue a burlarse de nosotros».
13. Al
tiempo que decían esto, saltó de repente el fuego y dio muerte a mil quinientos
cuarenta idólatras. Pero los santos mártires reposaban sobre las ruedas como
sobre lechos mullidos. Los ángeles les asistían. Al ver el malvado Dión tan
grandes portentos ordenó que bajaran de las ruedas a los siervos de Dios. Una
vez bajados, mandó que le fuesen presentados y les habló así: «Basta ya,
desgraciados, ya habéis hecho gala de todas vuestras artes mágicas. Venid, al
menos ahora, y acercándoos haced sacrificios a los dioses poderosos que os
aguantan». A lo que San Acisclo respondió: «Insensato, hombre sin cabeza y sin
temor de Dios, con tu ceguera no ves las maravillas de Dios *13,
hechas por el Padre celestial con el Unigénito y su coetemo Hijo Nuestro Señor
Jesucristo, que libera a todos sus siervos de vuestras manos pecadoras».
14. Entonces
Dión, lleno de ira, apartando a San Acisclo, ordenó que le fuesen cortados los
pechos a Santa Victoria. Realizado esto, Santa Victoria exclamó: «Dión, corazón
de piedra, alejado de toda la virtud de Cristo, has ordenado que me cortasen
los pechos. Mira y contempla cómo en lugar de sangre sale leche». Y mirando hacia
el cielo Santa Victoria dijo: «Te doy gracias, Señor Jesucristo, rey de los
siglos, que te has dignado concederme que todas las ataduras de mi cuerpo se
rompan por tu nombre. Sé, en efecto, que ya es la hora en que quieres que
abandone este mundo y llegue a tu gloria». Y habiendo dicho esto, el malvado
Dión mandó encerrarlos en la cárcel. Tras esto llegaron hasta ella todas las
mujeres, al oír los suplicios que había soportado, trayendo muchos de sus
bienes para consolarla y la hallaron sentada y meditando las palabras de Dios.
Al punto postrándose a sus pies, los besaron y Santa Victoria hablaba con ellas
sobre los misterios sagrados. Ellas, escuchándola, admiraban su fortaleza, de
manera que siete de las mujeres creyeron en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
15. Llegada
la mañana, ordena el malvado Dión que le sean traídos. Cuando le fueron
presentados dijo a Santa Victoria: «Victoria, ha llegado tu hora; acércate y
conviértete a los dioses. Si no quieres, te quitaré la vida». Santa Victoria
contestó: «Impío Dión, ya no tendrás descanso ni en este mundo ni en el otro».
Ante esto Dión, no pudiendo soportar la ofensa, ordenó que le arrancaran la
lengua. Pero Santa Victoria alzó sus manos al cielo y dijo: «Señor, Dios mío,
creador de toda bondad que no has abandonado a tu sierva, mírame ahora desde tu
santo trono y haz que muera en este lugar, porque ha llegado la hora de que
descanse en Ti». Y habiendo hecho esta oración, se oyó una voz desde el cielo
que decía: «Venid vosotros, limpios y sin mancha, que habéis sufrido mucho;
tenéis abierto el Paraíso y preparado el Reino de los Cielos. Pues todos
glorifican y bendicen al Padre por vosotros, porque desde el comienzo habéis
sufrido mucho por mí. Y todos los justos se regocijan al conocer vuestro
martirio». Y de nuevo se oyó una voz que les decía: «Venid hacia mí, siervos
míos, y recibiréis las coronas eternas y los premios de vuestro
sacrificio» *14.
16. Dión, al
oír esta voz desde los cielos, mandó que le arrancaran a Santa Victoria la
lengua, porque, mientras sucedían estas cosas, todavía no se había cumplido lo
que había ordenado hacer tiempo atrás. Y después que le fue arrancada la
lengua, tomando el trozo cortado se lo echó a la cara e hiriendo su ojo se lo
dejó ciego y gritó con fuerte voz: «Desvergonzado Dión, que yaces en las
tinieblas, deseaste comer una parte de mi cuerpo y arrancarme la lengua, que ha
bendecido a Dios; merecidamente has perdido la vista y, llegando hasta tu
rostro, la palabra del Señor ha cegado tus ojos». Dión, no soportando el
insulto, ordenó que fuese asaeteada y, tras ser lanzadas dos flechas contra su
cuerpo y otra a su costado, entregó su espíritu alabando a Dios.
17. De otra
parte mandó que San Acisclo fuese degollado en el anfiteatro. Tras su
degollación llegó una mujer muy cristiana llamada Miniciana, que desde su
infancia amaba a Dios, y recogió con honor los cuerpos de los santos e hizo a
San Acisclo un sepulcro en su casa y a Santa Victoria junto al puerto del río;
y así enterró los cuerpos de los Santos Acisclo y Victoria con el honor de la
paz. Allí se realizan muchos milagros para gloria del nombre de Cristo *15.
18. Con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo. A Él el honor y la gloria, la virtud y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
San Acisclo y Victoria, los patronos olvidados de Córdoba
NOTAS:
*1 Esta pasión fue redactada entrado el siglo X con total
desconocimiento de los hechos. El martirio corresponde a la época de
Diocleciano. (cf. C. García Rodríguez, El culto de los Santos en la España
Romana y Visigoda, Madrid 1966, p. 223; y A. Fábrega Grau, Pasionario
Hispánico I, Madrid-Barcelona 1953, p. 62-63).
*2. La figura de Victoria es discutida por
la ausencia de datos que revelen su culto en Córdoba hasta el siglo XI. El
martirologio de Lyón es el primer documento que la menciona. Se ha sospechado
que tomó el nombre del martirologio Jeronimiano en el que precisamente el 17 de
Noviembre figura una santa oriental de este nombre. (cf. J. Vives, «Santos
Acisclo y Victoria de Córdoba», Revista Portuguesa de Historia 6 (1964),
p. 257-264).
*3. El prefecto Dión figura en el Calendario
cordobés de Recemundo (961).
*4. Los tres edictos de persecución de Diocleciano (años
303-304) marcaron tres etapas y grados de intensidad: el primero contra
obispos, presbíteros y diáconos; el segundo, la tortura y encarcelamiento, si
se negaban a sacrificar; el tercero, de carácter general, contra clérigos y
laicos.
*5. Cf. Gen. 2,7.
*6. Cf. Ps. 144,15; 145,7.
*7. Cf. Gal. 2,9.
*8. Esposa de Achab, perseguidora de Elías. (Reg. III,
18).
*9. Cf. Ps. 142,9.
*10. Luc. 2,14.
*11. Lenguaje violento y rudo, que llega al insulto puesto en
boca de los santos; revela una redacción fantaseada. (Cf. Fábrega, P.H.
I, p. 63).
*12. El desarrollo de los suplicios, las
intervenciones divinas y los diálogos son calcados de la pasión de Sta. Cristina
(BHL 3) (cf. B. de Gaiffier, «La source littéraire de la passion des SS. Aciscle
et Victoria», A.S.T. 38 (1965), p. 205-209).
*13. Cf. 4 Reg. 8,4.
*14. Cf. Mt. 25,31.
*15. El martirologio de León recoge esta noticia: Cordubae,
in Hispaniis, passio sanctorum martyrum Aciscli et Uictoriae, ubi ob
commemorationem pretiosae mortis eorum, eodem die rosae ortae diuinitus
colliguntur. (cf. H. Quentin, Les martyrologes historiques du Moyen Age,
Paris 1908, p. 215).
Los restos de S. Acisclo se veneraron en una basílica construida fuera de la
ciudad (Eul. Mem: II, I; III, VIII), y a la que los árabes dieron el nombre de
Canisatalharca (Iglesia de los quemados) y Canisatalasra (Iglesia de los
prisioneros); (cf. F. Simonet, Historia de los mozárabes, Madrid 1983, p.
238-329).
Fuentes consultadas: esacademic.com. Riesco Checa, Pilar, Pasionario Hispánico. Ed. Universidad de Sevilla. Sevilla, 1995, pp 5-17. cordoba-digital.com/. core.ac.uk/