Gran Mártir San Jorge, el Portador del Trofeo

La Fiesta del Gran Mártir ( del gr. "Μεγαλομάρτυρας", [Megalomártiras]) San Jorge (del gr. "Γεώργιος", [Yeórguios]),  el Portador del Trofeo ( del gr. "Τροπαιοφόρος", [Tropeofóros]) se celebra el 23 de Abril, excepto cuando la Pascua es posterior a esta fecha, entonces se celebra el primer día después de esta, dado el carácter de duelo de la Pascua.

Cuando el Emperador Romano advirtió que todos aquellos que profesasen el Cristianismo serían cazados y asesinados, el gran soldado Romano no tuvo miedo.
 En vez de huir y ocultarse, el Tribuno Jorge – algunas veces referido como el “Asesino de Dragones”– decidió proclamar públicamente su lealtad a Jesucristo.
Luego de vender sus bienes y de liberar a sus esclavos se dirigió valientemente hacia el Senado Romano donde pidió ser escuchado. Debido a que era un oficial muy respetado (un Tribuno en esos día tenía a mil hombres bajo su comando) se le dio el permiso para hablar.
Sin dudarlo, el directo Tribuno, les dijo a los sorprendidos Senadores que estaba practicando el Cristianismo… y que no tenía ninguna intención de abandonar su fe sin importarle la reciente decisión del Emperador Diocleciano (284-305) de que los Cristianos ahora serían perseguidos a lo largo de todo el territorio.



Icono con escenas de la vida de San Jorge


Asombrados, los Senadores agitaron sus cabezas con incredulidad. Entonces le pidieron que les explicase por qué en el mundo había decidido desafiar a plena luz del día la autoridad del poderoso Emperador y delante de todo el Senado. Pero el Tribuno solamente sonrió. Luego en una voz valiente y al mismo tiempo resuelta les dijo, según los historiadores de ese período: “Yo soy servidor de Cristo mi Dios y confiando en El, he venido en medio de ustedes por mi propia voluntad para testimoniar sobre la Verdad.”
Asombrados agitaron sus cabezas. Se burlaron. Con la esperanza de que reaccionase alguno de los Senadores, gritó: “¿Qué es la Verdad?” Pero el no dudó en su respuesta.
“La verdad es Cristo mismo perseguido por ustedes.”
Conmocionados por el escandaloso pronunciamiento uno de los asistentes de Diocleciano le advirtió al famoso soldado, quien había ganado numerosas medallas por su valor en el campo de batalla, que se encontraba en gran peligro de arruinar su notable carrera militar. Si no renegaba inmediatamente de lo dicho y  prometía adorar a los ídolos paganos favorecidos por el todopoderoso Diocleciano, él sería destruido para siempre ante los ojos de Roma.






Una vez más, el valiente Tribuno se rehusó a rectificarse. Luego de explicar que él se consideraba a sí mismo un verdadero patriota quien amaba Roma y que también amaba las Legiones Romanas a las que tan bien había servido, Jorge miró en los ojos de los senadores y les dijo la verdad:
“Nada en esta vida cambiante puede debilitar mi resolución de servir a Dios.”
Para este instante las noticias de que su comandante militar favorito estaba desafiando abiertamente en el Senado su reciente edicto anti-Cristiano ya habían llegado a Diocleciano. El Emperador le tenía un gran cariño a este héroe militar pero también sabía que no podía permitir que continúe una insubordinación de ese tipo. En pocos instantes llamó a sus Centuriones a quienes les ordenó que arrestaran inmediatamente a ese Cristiano rebelde.
Así lo hicieron. Mientras lo llevaban hacia la prisión muchos trataron de herirlo en los brazos y en  las piernas con sus lanzas… y se sorprendieron cuando las mortales puntas de bronce de sus armas parecían derretirse y hacerse suaves como la mantequilla.
En ese día del año 303 tenía 25 años de edad y para ese entonces ya había disfrutado de una notable carrera militar. 





Nacido en la provincia Romana de Capadocia (hoy en día parte de la moderna Turquía) alrededor del año 280, era hijo de un padre que había sido mártir por Cristo y de una madre Palestina piadosa. Tras el martirio de su padre en Capadocia, ella había llevado de regreso a su hijo a Lydia en Palestina, el pueblo en el que ella había sido educada. Educado en la fe en Jesucristo aprendió desde su niñez sobre la Sagrada Escritura. Llegó a ser un increíble atleta y aún un mejor soldado. Para este entonces,  a pesar de su joven edad de 25 años, ya era reconocido en el mundo Romano por sus proezas heroicas en la lucha.
El sabía que ni su fama ni su destellante reputación podrían salvarlo. Sólo en su celda, la noche anterior a su juicio, le rezó al Dios Todopoderoso por fortaleza para soportar las torturas que sabía se le avecinaban. Los interrogatorios comenzaron al día siguiente. Cuando se le pidió al Tribuno Jorge que describiera sus antecedentes él les dijo la verdad. Cuando ellos le advirtieron sobre las torturas que le estaban reservadas si no se arrepentía inmediatamente y comenzaba a adorar a los ídolos que habían sido favorecidos por el Emperador, lo que hizo fue reírse fuertemente. “Ustedes se cansaran muy pronto. Tortúrenme, ya que yo he comenzado a torturarlos.”






Diocleciano escuchó esto y su ceño iracundo se hizo más intenso. Los verdugos bajo su mando se adelantaron con sus látigos. Luego de haber golpeado al tribuno hasta que su piel se cubrió de sangre lo amarraron a una gran rueda de fierro. Con cada vuelta, su cuerpo era cortado por una serie de cuchillas filosas de metal colocadas en el suelo. Sin embargo ni lloró ni pronunció una sola palabra. Tampoco suplicó por misericordia. La rueda retumbó a lo largo de la tarde y muy pronto la superficie debajo de ella estaba cubierta con su sangre.
Como permaneció en silencio y sin moverse por largo tiempo ellos asumieron que había muerto. Detuvieron la rueda; Diocleciano ordenó a los soldados que lo desamarraran y se lo llevasen para enterrarlo. Al dar un paso adelante, cuando sus manos casi tocaban las cuerdas, la mazmorra se oscureció de un momento a otro como si fuera de noche. Sonó un trueno ominosamente en la distancia y se escuchó una voz solemne entonando:
No temas Jorge, porque yo estoy contigo.
Un momento después estalló una luz brillante –tan brillante que dañaba los ojos. Y una inmensa figura alada  se materializó junto a la rueda manchada por la sangre, como si estuviera proporcionándole protección al hombre torturado. De alguna manera el santo había sido vuelto a la vida; él estaba luchando nuevamente contra sus ataduras. 





Sorprendido y enfurecido el Emperador ordenó que lo entierrasen en un hueco hasta el cuello y que lo dejaran sufrir ahí por tres días y noches. Pasado ese tiempo sus verdugos le acercaron una copa llena de veneno permitiéndole beber profusamente. Sin embargo una vez más pareció estar protegido por poderes superiores ya que el veneno parecía no afectarle. En los días siguientes, mientras era protegido por el poder del Señor Dios del Universo, pudo resistir las torturas tan valientemente –con una fe y sabiduría evidente– que sus acciones no solo convertirían a la esposa del Emperador, la Emperatriz Alejandra, sino también al sacerdote pagano de Diocleciano, Atanasio. Al final, ambos serían sentenciados a ser decapitados por habérsele unido en su fe –y la valiente Alejandra moriría muy pronto luego de haber sido enviada a la horca el mismo día que Jorge, el Gran Mártir, sería decapitado por haber adorado a Jesucristo.
 Justo antes de que cayera la espada, el 23 de Abril del 303, el noble Tribuno le pidió a Dios en su oración que perdonase a aquellos que estaban tomando su vida así como al Emperador, quien había estado torturando y asesinando muchísimos Cristianos. Entonces apoyó su cuello bajo la cuchilla y con una sonrisa pacífica expiró su último suspiro.
 Sus restos fueron llevados de regreso a Lydia, el pueblo en Palestina donde su madre lo había criado, luego que su esposo recibió el martirio por Cristo en la Provincia de Capadocia.







Hoy en día Jorge, el Gran Mártir, permanece como un héroe para los Cristianos alrededor del mundo, 9 quienes frecuentemente lo invocan cuando necesitan fortaleza para soportar sus pruebas. De los muchos milagros realizados por este soldado supremamente valiente, ninguna supera a la asombrosa victoria que obtuvo con la ayuda del Señor cerca de Beirut (entonces Fenicia pero ahora parte del moderno Líbano.) En las afueras de Beirut, en una región cerca del Monte Líbano en la cual vivían muchos paganos adoradores de ídolos, había un lago oscuro en el que habitaba una serpiente gigante, tan grande como un dragón. Este monstruo emergía de las aguas periódicamente para devorar a los residentes, quienes estaban acobardados de miedo por las estruendosas llamas que salían de las narices de la bestia. Por muchos años los residentes habían vivido en una pavorosa pesadilla oscura, esperando a cada hora por la aparición del monstruo que imperaba en su mundo.
En un esfuerzo desesperado por aplacar a este demonio grotesco, los residentes se habían acostumbrado a alimentarlo con sus propios hijos, entregándolos uno a uno a sus feroces fauces. Cada vez que la bestia emergía, un residente que había sido escogido por la mayoría, debía ofrecer uno de sus propios hijos para este impío sacrificio al dragón.






Era una existencia brutal y sin esperanza. Al final se dirigieron a San Jorge clamando por ayuda. “Nadie más puede salvarnos,” le dijeron en palabras como estas, “y ninguno ha encontrado la fortaleza y la valentía que se requiere para enfrentar a este monstruo de las profundidades del lago. Es tan terrorífica la visión de este demonio que arroja fuego por su nariz que los hombres que lo ven lloran desconsolados por el miedo pidiendo por sus madres.”
San Jorge escuchó todo esto y sonrió. A la siguiente mañana –en el día en que el gobernador de la  región había prometido entregar a su propia bella hija a la despiadada bestia– apareció el santo de Palestina, vestido con su armadura y listo para la batalla. Mientras la joven que había sido elegida para ser devorada sollozaba desconsoladamente en la parte posterior, el gran guerrero de Cristo cabalgó con su caballo de guerra armado solamente con una lanza.
Sin dudarlo el santo hizo la Señal de la Cruz y rezó en voz alta: “En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Con tal grito de batalla en sus labios galopó para combatir al monstruo. Y en cuestión de minutos Jorge, el Gran Mártir, había traspasado la garganta de la serpiente aplastádola luego con su caballo. Pero aún no había terminado. A continuación le pidió a la adorable doncella que amarrase su pañoleta alrededor del cuello de la criatura –para luego llevarla hacia la ciudad como si fuera una mascota entrenada. 



San Jorge de Capadocia, Santo Monasterio
de Vatopedi, Monte Atos

Los residentes se asustaron ante esta visión pero San Jorge les aseguró una y otra vez en voz alta: “No tengan miedo, más bien confíen en el Señor Jesucristo y crean en El, ya que es El quien me Ha enviado a ustedes, para salvarlos.”
Al final los pobladores quemaron al dragón en las afueras de los muros de la ciudad. En pocos días más de 20.000 ciudadanos fueron bautizados en el nombre de Cristo. Luego de algunos años, la gente del Monte Líbano, construiría una gran iglesia en el nombre de la Santa Madre de Dios y el Gran Mártir, Jorge –en el mismo lugar en que había vencido al dragón.
Uno de los héroes más coloridos en la historia de la Santa Iglesia, Jorge, el Gran Mártir, ocupa un lugar especial en los corazones de los cristianos. Para todos aquellos quienes deben luchar contra los conflictos y peligros en sus vidas diarias, él es una fuente interminable de esperanza y consuelo. Debido a que nunca dudó en su fe en Jesús Cristo, se le concedió la fortaleza para realizar proezas más allá de la fortaleza de la mayoría de los hombres mortales. Sin embargo este gran guerrero era un hombre de la más profunda humildad –un hombre que entendió que su fortaleza procedía de la gracia del Dios Todopoderoso.


San Jorge, s. XVI, Skete de Santa Ana, Monte Atos.



Apolitiquio tono 4


Liberador de cautivos, defensor de los pobres, curador de los enfermos y campeón de los reyes, Oh portador del trofeo, Jorge, el Gran Mártir, intercede ante Cristo Dios para que se salven nuestras almas.

Condaquio tono 4


Habiendo sido cultivado por el Señor Dios, como el más grande cultivador de piedad, has dado frutos de virtud, las que sembraste con tus lágrimas y las has recogido con gozo. Con tu sangre has competido y ahora has recibido a Cristo. Y por tú intercesión, Oh San Jorge, has que nos sea concedido el perdón de nuestras ofensas.







Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr, doxologia.ro (icono)

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