El Alma Después de la Muerte
P. Seraphim Rose
INDICE
Nota
Prefacio
CAPÍTULO 1
El fenómeno moderno de las experiencias "después de la muerte"
1.1. La experiencia "fuera del cuerpo"
1.2. El encuentro con los demás
1.3. La "existencia luminosa"
CAPÍTULO 2
Enseñanza ortodoxa sobre los ángeles
CAPÍTULO 3
Apariciones de ángeles y demonios en el momento de la muerte
CAPÍTULO 4
La experiencia moderna de ver el "Paraíso"
CAPÍTULO 5
5.1. El mundo aéreo de los espíritus
5.2. La naturaleza original del hombre
5.3. La caída del hombre
5.4. Contacto con los espíritus caídos
5.5. La apertura de los sentidos
5.6. El peligro del contacto con espíritus
5.7. Algunos consejos prácticos
5.8. Conclusión
CAPÍTULO 6
Las casas de peaje del aire
6.1. Cómo entender las casas de peaje
6.2. Testimonios de los Padres sobre las casas de peaje
6.3. Las las casas de peaje en las vidas de los santos
6.4. Una experiencia moderna sobre las las casas de peaje
6.5. Las las casas de peaje experimentadas antes de la muerte
6.6. El Juicio Particular
CAPÍTULO 7
7.1. El Libro Tibetano de los Muertos
7.2. Los escritos de Emanuel Swedenborg
7.3. El “Plano Astral” de la Teosofía
7.4. “Proyección Astral”
7.5. “Viaje Astral”
Conclusiones sobre el reino “fuera del cuerpo”
Una nota sobre la reencarnación
CAPÍTULO 8
8.1.Verdaderas experiencias cristianas del cielo
8.2. Experiencias cristianas del cielo
8.3. Características de la verdadera experiencia del cielo.
Una nota sobre las visiones del infierno
CAPÍTULO 9
El significado de las experiencias “después de la muerte” de hoy
CAPÍTULO 10
ΑΝΕΧΟ
0. Las notas originales del libro se encuentran inmediatamente después del subíndice al que hace referencia.
Notas del traductor a español, en cursiva, se encuentran inmediatamente después del asterisco anterior al que hace referencia.
"El libro estadounidense que se ha convertido en el libro ruso más popular sobre la otra vida, despertando innumerables almas con su aleccionadora verdad". El Alma Después de la Muerte. P. Seraphim Rose. [Hermandad San Germán de Alaska; Platina, California;2009] |
Nota
El reino espiritual después de la
muerte desafía la observación, pero la humanidad persiste en su deseo de mirar
más allá de este umbral, un umbral que todos debemos atravesar.
“No morirás. Tu cuerpo morirá, pero pasarás a un mundo diferente, estando vivo,
recordándote a ti mismo y reconociendo todo el mundo que te rodea.” — San
Teófano el Recluso, siglo XIX —
EL ALMA DESPUÉS DE LA MUERTE es una presentación exhaustiva de la experiencia
de 2000 años del cristianismo ortodoxo sobre la existencia del otro mundo,
abordando las experiencias contemporáneas de “después de la muerte” y “fuera
del cuerpo”, las enseñanzas de las religiones orientales tradicionales y las de
las sociedades ocultistas más recientes.
Aunque el misterio de lo que se encuentra más allá del velo de la muerte no es
completamente visible para nosotros en esta vida, los escritos y enseñanzas del
cristianismo antiguo que datan del siglo I han demostrado ser atemporales y
directos, brindando sólidas perspectivas sobre el mundo espiritual más allá de
la muerte. Partiendo de los sólidos cimientos de la enseñanza patrística
ortodoxa, el p. Seraphim Rose ofrece una interpretación del significado de las
experiencias contemporáneas, difundidas por los doctores Kübler-Ross, Moody,
Osis y Haraldsson, y otros investigadores.
«Quien tiene el recuerdo de la muerte como compañero constante, busca con dolor
aprender qué le espera tras la partida de esta vida». — San Simeón el Nuevo
Teólogo, siglo XI —. Las principales enseñanzas del cristianismo ortodoxo sobre
las propiedades del alma después de la muerte se presentan de forma clara y concisa,
tal como las enseñaron los Padres de la Iglesia y maestros de los primeros
siglos. EL ALMA DESPUÉS DE LA MUERTE ofrece una visión pura del cristianismo
prístino y místico tal como ha existido desde la época de Cristo.
El alma después de la muerte
Prefacio
El objetivo del presente libro es doble: en primer lugar, dar una explicación, basada en la enseñanza cristiana ortodoxa sobre la vida después de la muerte, sobre las "experiencias de ultratumba" actuales que han despertado especial interés en algunos círculos religiosos y científicos y, en segundo lugar, presentar las principales fuentes y textos que expresan la enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte. El hecho de que hoy en día se entienda mal la enseñanza ortodoxa se debe en gran medida al hecho de que estos textos han sido tan descuidados y considerados "pasados de moda" en nuestros tiempos "ilustrados", que nuestro objetivo ha sido hacer que estos textos sean más comprensibles y accesibles para el público lector moderno. No hace falta decir que estos textos constituyen un material de lectura infinitamentemás profundo y psicológicamente beneficioso que el equivalente de los libros populares que circulan hoy sobre el tema de las "experiencias después de la muerte", libros que, incluso cuando no están destinados sólo a impresionar, simplemente no pueden penetrar mucho más allá de la espectacular superficie de las experiencias actuales, debido a la ausencia de una enseñanza metódica y verdadera sobre todo en el tema de la vida después de la muerte.
Sin duda, la enseñanza ortodoxa presentada en este libro será criticada por
algunos, quienes la considerarán demasiado "simple" o incluso
"simplista" (que simplifica o tiende a simplificar) para que
la crea el hombre de este siglo, debemos enfatizar que esta enseñanza no
proviene de algunos maestros aislados o atípicos de la Iglesia Católica y
Apostólica Ortodoxa, sino que es la enseñanza que la Iglesia Ortodoxa de Cristo
ha transmitido desde los primeros años de su creación, una enseñanza que se
expresa en innumerables textos de los padres y vidas de los santos, así como en
las Divinas Liturgias de la Iglesia Ortodoxa y que se enseña continuamente dentro
de la Iglesia hasta el día de hoy. Su "sencillez" es la sencillez de
la verdad misma, que - ya sea expresada en ella o en otras enseñanzas de la
Iglesia - se destaca como una refrescante fuente de claridad en la oscura
confusión causada en la mente del hombre moderno por los diversos errores y
lagunas, causados por las teorías de los últimos siglos. Cada capítulo de este
libro intenta hacer referencia a las fuentes patrísticas y hagiográficas (de
los santos) que contienen esta enseñanza.
La principal fuente de inspiración para escribir el libro fue el padre ruso de
la Ortodoxia, el obispo Ignatius Bryantsianinov, que vivió en el siglo XIX y
fue quizás el primer gran teólogo ortodoxo que afrontó directamente el problema
en sí, que se ha vuelto tan grave en nuestros días: la preservación de la
auténtica tradición y enseñanza cristiana en un mundo que se ha vuelto
completamente ajeno a la Ortodoxia y que lucha por subvertirla e ignorarla o
por "reinterpretarla", para que pueda ser compatible con una forma de
vida y de pensamiento secular. El obispo Ignacio, percibiendo con perspicacia
las influencias "católicas romanas" y otras influencias occidentales que se
esforzaban por "modernizar" la Ortodoxia incluso en su tiempo, se
preparó para la defensa de la Ortodoxia mediante el estudio exhaustivo de las
fuentes ortodoxas auténticas, cuyas enseñanzas asimiló en algunos de los
mejores centros monásticos de su tiempo, así como su familiaridad con la
literatura científica y literaria de su siglo: asistió a una escuela de
ingeniería en lugar de a una escuela teológica. Así, dotado tanto de
comprensión de la teología ortodoxa como de conocimiento mundano, dedicó su
vida a defender la auténtica Ortodoxia y exponer las desviaciones modernas de
ella. No es exagerado decir que ningún otro país ortodoxo en el siglo XIX contó
con un defensor tan grande de la Ortodoxia contra los desafíos y errores de la
era moderna; el único digno de él fue quizás su compatriota, el obispo Teófanes
el Confesor, cuya obra fue casi idéntica a la del obispo Ignacio pero menos
"minuciosa".
Un volumen de las "Obras Selectas" ("Collected Works", Volume III) estaba especialmente dedicado al tema de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida después de la muerte, que defendió contra las herejías católicas romanas y otras herejías modernas. Es principalmente de este volumen de donde hemos tomado prestada la evidencia para el examen de temas como los "espíritus recaudadores de impuestos" y las apariciones de espíritus, enseñanzas que, por alguna razón, la mente "moderna" encuentra imposible de aceptar de una manera simple, pero insiste en "reinterpretarlos" o rechazarlos por completo. Pero el obispo Teófanes, por supuesto, pronunció la misma enseñanza, y nosotros también hicimos uso de sus palabras; otro gran teólogo ortodoxo ruso, el bienaventurado arzobispo J. Maximovich* , repitió esta enseñanza de manera tan simple y clara que usamos sus palabras para formar la mayor parte de la conclusión de este libro.
* San Juan de Shanghái y San Francisco, canonizado el 2 de julio (N.C.) de 1994 por la Iglesia Ortodoxa Rusa fuera de Rusia.
El hecho de que la enseñanza ortodoxa sobre la otra vida haya sido formulada con tanta claridad por los grandes maestros ortodoxos de nuestro tiempo, hasta nuestros días, es de gran ayuda para nosotros que luchamos hoy por preservar la verdadera Ortodoxia del pasado, no simplemente en términos de la correcta transmisión de sus enseñanzas, sino aún más, de la auténtica interpretación ortodoxa de esas enseñanzas.
En este libro, además de las fuentes e interpretaciones ortodoxas
mencionadas anteriormente, hemos utilizado gran parte de la literatura no
ortodoxa actual sobre experiencias "después de la muerte", así como
algunos textos ocultistas relacionados. Aquí hemos seguido el ejemplo del obispo
Ignacio y hemos presentado, como él, una enseñanza falsa tan completa e
imparcialmente como sea necesario para exponer su falsedad, de modo que los
cristianos ortodoxos no se desvíen por ella. También hemos descubierto, como él
lo hizo, que los textos no ortodoxos, cuando presentan experiencias reales y no
meras interpretaciones y opiniones, a menudo proporcionan confirmaciones
sorprendentes de las verdades ortodoxas. Nuestro objetivo principal en este
libro ha sido demostrar la existencia de un contraste con tanto detalle como
sea necesario para señalar la marcada diferencia entre la enseñanza ortodoxa y
la experiencia de los santos ortodoxos, por un lado, y las enseñanzas ocultas y
modernas experiencias por el otro. Si simplemente hubiéramos presentado la
enseñanza ortodoxa sin este contraste, habría sido convincente para unos pocos
excepto para aquellos que ya están convencidos ahora, pero tal vez incluso
algunos de aquellos que ya han tenido experiencias similares en los tiempos
modernos se darían cuenta de la gran diferencia entre la suya y la enseñanza
espiritual genuina.
Sin embargo, el hecho mismo de que una gran parte del libro se refiera a
experiencias, tanto cristianas como no cristianas, también significa que el
libro no presenta simplementela enseñanza de la Iglesia sobre la vida después
de la muerte, sino también las interpretaciones personales del autor de estas
diversas experiencias. En cuanto a interpretaciones específicas, por supuesto,
hay lugar para una razonable diferencia de opinión entre los cristianos
ortodoxos. Hemos intentado en la medida de lo posible presentar estas
interpretaciones de una manera menos sistemática, sin intentar
"definirlas" de la misma manera que se puede definir la enseñanza
general de la Iglesia sobre la otra vida. En particular, en lo que respecta a
las experiencias ocultas "extracorporales" y al "campo
astral", simplemente las presentamos tal como las describen los
participantes en ellas y las comparamos con experiencias similares en la literatura
ortodoxa, sin intentar definir su significado exacto. Sin embargo, aceptamos la
naturaleza no como meras alucinaciones, sino como experiencias reales en las
que los individuos entran en contacto con fuerzas demoníacas reales. Dejemos
que el lector juzgue por sí mismo cuán adecuado fue este enfoque.
Debe quedar claro que de ninguna manera este libro presenta la enseñanza
ortodoxa completa sobre la otra vida, es sólo una introducción a ella. En
realidad, sin embargo, no existe una "enseñanza completa" sobre este
tema en particular, ni tampoco los hay "expertos" ortodoxos.
Nosotros, los que vivimos en la tierra, apenas podemos comenzar a comprender la
realidad del mundo espiritual hasta que no lleguemos a morar en él nosotros
mismos. Es un proceso que comienza ahora, en la vida terrena, pero termina sólo
en la eternidad, como también afirma el apóstol Pablo: "Porque ahora vemos
por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara" (1 Cor.
13:12).
Pero las fuentes ortodoxas que hemos utilizado en el libro nos dan un esquema básico de la enseñanza ortodoxa, y esto es suficiente para motivarnos, no para adquirir un conocimiento preciso de algo que, en última instancia, está más allá de nosotros, sino a comenzar a esforzarnos por lograr la conquista del Reino Celestial, que constituye la meta de la vida en Cristo, y evitar las trampas demoníacas, que el enemigo de nuestra salvación esparce por todas partes en el camino de los luchadores de Cristo.
El otro mundo es más real y más cercano de lo que solemos pensar. Y el camino a él está aquí, frente a nosotros, en la vida de obediencia y oración que la Iglesia nos ha transmitido como camino que conduce a la salvación. Este libro está dedicado y dirigido a todos aquellos que deseen vivir una vida así.
CAPÍTULO 1
Algunos aspectos de las experiencias actuales
El tema de la vida después de la muerte se ha convertido, repentinamente,
en un tema de amplio interés para el público en general en el mundo occidental.
En particular, en los últimos dos años se han publicado varios libros que
pretenden describir "experiencias después de la muerte", y médicos y
otros científicos de renombre han escrito estos libros ellos mismos, o han
ofrecido su apoyo incondicional. Uno de esos casos es el de la médica de
renombre mundial y "experta" en problemas relacionados con la muerte
y el morir, Elizabeth Kubler-Ross. Ross cree que estas
investigaciones sobre las experiencias posteriores a la muerte "iluminarán
a muchas personas y confirmarán lo que nos han enseñado durante dos mil años:
que hay vida después de la muerte".
Todo esto, por supuesto, es un cambio radical con respecto a la atmósfera que
hasta ahora prevalecía en los círculos médicos y científicos, que generalmente
consideraban el tema de la muerte como un "tabú" y relegaban
cualquier idea de la vida después de la muerte al reino de la fantasía o la
superstición, o, en el mejor de los casos, la trataron como una creencia
personal carente de evidencia objetiva.
La causa externa de este repentino cambio de opinión es simple: en los últimos
años se han utilizado ampliamente nuevas técnicas para resucitar a los
pacientes "clínicamente muertos", es decir, estimulando el corazón cuando ha
dejado de latir. Así, muchas personas clínicamente"muertas", es decir,
sin pulso ni latidos cardíacos, han vuelto a la vida y una gran proporción de
ellas, tras haber ido desapareciendo el tabú asociado y el miedo a ser
consideradas "mentalmente desequilibradas", hablan ahora
abiertamentede su experiencia.
Pero lo que más nos interesa es la causa subyacente del cambio, así como su
"ideología": ¿por qué este fenómeno tiene de repente un impacto tan
grande en el mundo y según qué visión religiosa o filosófica se entiende
generalmente? Es ya uno de los "signos de los tiempos", un síntoma
del interés religioso de nuestro tiempo, entonces ¿cuál es su significado?
Volveremos a estas cuestiones después de examinar más de cerca el fenómeno en
sí.
Sin embargo, primero debemos preguntarnos: ¿sobre qué base examinaremos este
fenómeno en particular? Quienes lo describen ellos mismos no tienen una
interpretación clara del mismo, sino que a menudo lo buscan en textos ocultos o
espirituales. Algunas personas religiosas, como algunos científicos, al sentir
una amenaza a sus creencias establecidas, simplemente descartan las
experiencias tal como se describen, relegándolas generalmente al ámbito de las
"alucinaciones". Lo mismo hacen algunos protestantes que creen que el
alma está en un estado de inconsciencia después de la muerte o que inmediatamente
va a estar "con Cristo"; de manera similar, los ateos teóricos
rechazan incluso la idea de que el alma sobrevive a la muerte, sea cual sea la
evidencia, incluso si se presenta a ellos. Pero tales experiencias no pueden
explicarse simplemente descartándolas, sino que deben entenderse adecuadamente,
tanto en términos de su propia naturaleza como dentro del marco general del
conocimiento sobre el curso del alma después de la muerte.
Desafortunadamente, algunos cristianos ortodoxos también, bajo la influencia de
algunas ideas materialistas modernas, (como las que han florecido en el
protestantismo y el catolicismo romano), terminan teniendo visiones bastante
vagas del más allá. El autor de uno de los nuevos libros sobre las experiencias
posteriores a la muerte (David R. Wheeler, Journey to the Other Side, Ace Books, New York, 1977) preguntó a varios "representantes de confesiones
religiosas" sobre el estado del alma después de la muerte. Entonces, se
dirigió a un sacerdote de la Arquidiócesis Ortodoxa de Grecia, quien expresó
una opinión muy general sobre la existencia del cielo y el infierno, pero le
dijo que la Ortodoxia no tiene "ninguna opinión específica sobre cómo es
la vida después de la muerte". Por lo tanto, lo único que el autor pudo
concluir fue que "la visión de la Iglesia Ortodoxa de Grecia sobre el más
allá no está clara" (p. 130).
Por supuesto, ocurre lo contrario: el cristianismo ortodoxo tiene una enseñanza
y una visión bastante específicas de la otra vida, que comienza en el mismo
momento de la muerte. Esta enseñanza está contenida en la Biblia, interpretada
en el marco general de la enseñanza cristiana, en los escritos de los santos
padres y, especialmente en lo que respecta a las experiencias específicas del
alma después de la muerte, en muchas vidas de santos y antologías de
experiencias personales de este tipo. Por ejemplo, todo el cuarto libro de los
Diálogos de san Gregorio Magno, Papa de Roma (+604) está dedicado a este
tema. Hoy en día se ha publicado en inglés una antología de tales experiencias,
recopiladas tanto de vidas de santos muy antiguas como de relatos más recientes (Eternal Mysteries Beyond the Grave,
Jordanville, N.Y., 1968).También recientemente, se volvió a publicar en traducción al inglés un
texto notable escrito a finales del siglo XIX por alguien que volvió a la vida
después de haber estado muerto durante 36 horas (K. Uekskuell, “Unbelievable for Many but Actually a True Occurrence”, Orthodox Life, julio-agosto de 1976). Así, el cristiano ortodoxo tiene a su disposición una literatura muy rica,
que le permite comprender las nuevas "experiencias de ultratumba" y
evaluarlas a la luz de toda la enseñanza cristiana sobre la vida después de la
muerte.
En los tiempos modernos, el libro que ha despertado el interés por el tema fue
escrito por Raymond Moody, un psiquiatra del sur de Estados Unidos, y publicado
en noviembre de 1975 (Dr. Raymond A. Moody, Jr., Life After Life,
Mockingbird Books, Atlanta, 1975). En ese momento Moody no sabía si existían otros estudios
o literatura sobre la otra vida, pero incluso en el momento en que se imprimió
el libro se hizo evidente que ya había habido un gran interés en él y que ya se
había escrito mucho sobre el tema. El gran éxito del libro, que vendió más de
dos millones de ejemplares, puso las experiencias de los moribundos en el
centro de atención de una amplia publicidad, y desde entonces se han publicado
varios libros y artículos sobre experiencias "después de la muerte".
Entre los más importantes se encuentran los artículos y el libro de la Dra.
Elizabeth Kubler Ross, cuyos hallazgos concuerdan completamente con los del Dr.
Moody's, así como los estudios científicos del Dr. Osis y Haraldson. El propio
Dr. Moody ha escrito un segundo libro (Reflections on Life After Life, A Bantam-Mockingbird Book, 1977), que es una continuación del primero, con
material adicional y reflexiones adicionales sobre el tema. A continuación se
discutirán los hallazgos de estos y otros libros nuevos, todos los cuales están
básicamente de acuerdo entre sí con respecto a los fenómenos bajo
consideración.
Comenzaremos examinando el primer libro del Dr. Moody, que es un enfoque
bastante objetivo y sistemático de todo el tema.
En los últimos diez años, el Dr. Moody ha recopilado los testimonios personales de unas 150 personas que han tenido experiencias de muerte real o cercanas a la muerte, o que le han relatado las experiencias de otros moribundos; de estas, se ha centrado en unas cincuenta personas con las que ha realizado entrevistas detalladas. Intenta ser objetivo al presentar esta evidencia, aunque admite que el libro «refleja naturalmente los antecedentes, las opiniones y los prejuicios de su autor» (p. 9), quien por afiliación religiosa es metodista con ideas bastante liberales. De hecho, el libro presenta algunas desventajas como estudio objetivo de los fenómenos «después de la muerte».
En primer lugar, el autor no presenta una sola experiencia de muerte completa
de principio a fin, sino sólo citas, generalmente muy breves, que representan
cada uno de los quince elementos separados que forman su "modelo" de
la experiencia de muerte "completa". Pero, en realidad, las experiencias
de los moribundos, tal como se describen en este y otros libros posteriores, a
menudo difieren tanto en detalles que parece, en el mejor de los casos, es
prematuro intentar encajarlas todas en un solo "modelo". El
"modelo" del Dr. Moody parece en algunos lugares artificial y
apresurado, aunque esto, por supuesto, no resta valor a los testimonios reales
que cita.
En segundo lugar, el autor ha combinado dos categorías de experiencias bastante
diferentes: experiencias per se de "muerte clínica" y experiencias
"cercanas a la muerte". El autor reconoce la diferencia entre ellos,
pero afirma que "los casos de la segunda categoría son probablemente una
extensión de los de la primera" y, por tanto, deberían estudiarse juntos.
En los casos de experiencias que comienzan antes de la muerte y terminan con la
experiencia de la muerte misma, ya sea que la persona vuelva a la vida o no,
existe de hecho un "continuo" de experiencia, pero varias de las
experiencias que describe, como el recuerdo cronológico rápido de los
acontecimientos de la vida de un hombre, cuando está en peligro de ahogarse, la
experiencia de entrar en un "túnel", cuando se le administra un
anestésico como el éter, son experiencias bastante comunes entre personas que
nunca han experimentado la "muerte clínica" y, por lo tanto, quizás
pertenezcan al "modelo" de alguna experiencia más general y se
encuentren sólo incidentalmente en la experiencia del moribundo. Algunos de los
libros que existen hoy en día son incluso menos selectivos en cuanto a las experiencias
que registran, incluidas las experiencias "extracorporales", en
general, junto con la muerte y las experiencias cercanas a la muerte.
En tercer lugar, el hecho mismo de que el autor aborde estos fenómenos
"científicamente", sin una comprensión clara previa de lo que
realmente le sucede al alma después de la muerte, lo expone a muchas
confusiones y malentendidos sobre la experiencia del "más allá", que
nunca podrán evitarse mediante una mera colección de algunas descripciones del
mismo, quienes lo describen inevitablemente añaden sus propias
interpretaciones. Incluso el autor admite que en realidad es imposible estudiar
el tema "científicamente" e incluso busca una explicación en
experiencias paralelas descritas en textos ocultistas como los de Swedishborg y
el Libro Tibetano de los Muertos, señalando que ahora pretende estudiar más de
cerca la "vasta literatura sobre fenómenos paranormales y
misteriosos" para obtener una comprensión más profunda de los
acontecimientos que ha estudiado (p.9).
Por todos estos factores, no debemos esperar mucho de este libro y de otros
similares, ya que no logran proporcionarnos una descripción del estado del alma después de la muerte, caracterizado por la plenitud y la coherencia interna. Sin
embargo, queda un número suficiente de experiencias clínicas reales de muerte
tanto en este como en otros libros recientes para que merezcan una atención
especial, especialmente teniendo en cuenta que algunas personas ya interpretan
estas experiencias de una manera hostil a la visión cristiana tradicional de la
vida después de la muerte, queriendo "desmentir" la existencia del
Paraíso o, principalmente, del Infierno. Entonces, ¿sobre qué base deberíamos
interpretar estas experiencias?
Los quince elementos que el Dr. Moody como elementos que constituyen una
experiencia de muerte "completa" se puede reducir, para facilitar
nuestra discusión, a unas pocas características principales de la experiencia,
que presentaremos inmediatamente a continuación y compararemos con las
características de las experiencias correspondientes que se encuentran en la
literatura ortodoxa.
1. La experiencia "fuera del cuerpo"
Lo primero que le sucede a un hombre que ha muerto, según estas descripciones,
es que abandona su cuerpo y existe completamente aparte de él, sin perder el
conocimiento ni un solo momento. A menudo, puede observar todo lo que le rodea,
incluso su propio cadáver y los intentos de otras personas de devolverlo a la
vida. Siente una calidez y una paz indoloras, como si estuviera "flotando"
o "suspendido en el aire", es completamente incapaz de interactuar o
influir sobre su entorno mediante el habla o el tacto y, por lo tanto, a menudo
siente una intensa "soledad", sus funciones de pensamiento
generalmente se vuelven mucho más rápidas que cuando estaba dentro del cuerpo.
A continuación se presentan algunos breves extractos de estas experiencias:
«El día era muy frío, sin embargo, mientras flotaba en ese vacío absoluto,
sentí una calidez y una sensación tan agradable que nunca antes había experimentado...
Recuerdo haber pensado: debo estar muerto. Empecé a sentir los sentimientos más
maravillosos. Era paz, tranquilidad, relajación.
Podía verlos luchando por revivirme. Fue algo realmente extraño. No era muy
alto, pero me sentía como si estuviera en un pedestal, pero no mucho más alto
que los demás. Estaba tratando de hablar con ellos, pero nadie me escuchaba,
nadie me prestaba atención.
De todas partes vi gente corriendo hacia el lugar del accidente... cuando se
acercaron a mí, me hice a un lado para que no me pisotearan. Pero no fue
necesario, porque para mi gran sorpresa vi que atravesaban mi cuerpo.
No podía tocar nada, ni era posible comunicarme con nadie a mi alrededor. Sentí
un sentimiento de soledad, un sentimiento de absoluta desolación. Sabía que
estaba sola, completamente sola».
A veces hay alguna "evidencia objetiva" sorprendente de que una
persona realmente está fuera de su cuerpo en ese momento, como en los casos en
los que es capaz de repetir conversaciones que tuvieron lugar o dar detalles
precisos de eventos que sucedieron, incluso en habitaciones cercanas o más
lejos, mientras estaba "muerto". Entre otros ejemplos similares, el
Dr. Kubler-Ross cita el notable caso de una mujer ciega que "vio" y
luego describió con precisión todo lo que había en la habitación donde
"murió", aunque cuando volvió a la vida estaba de nuevo ciega, una
sorprendente indicación de que no es el ojo el el que ve, ni el cerebro el que
piensa, dado que las funciones mentales se aceleran después de la muerte. Es el
alma la que realiza estas funciones a través de los órganos del cuerpo mientras
el cuerpo está vivo, pero sólo por su propia fuerza cuando el cuerpo está
muerto (Dr. Elizabeth Kubler-Ross, “Death Does
Not Exist,” The Co-Evolution Quarterly, Summer, 1977, pp. 103-4).
Nada de lo anterior debe parecerle extraño a un cristiano ortodoxo, la
experiencia aquí descrita es lo que los cristianos conocen como la separación
del alma del cuerpo en el momento de la muerte. Es típico de la incredulidad
que prevalece en nuestro tiempo que estas personas rara vez utilicen
vocabulario cristiano o se den cuenta de que es su alma la que ha sido liberada
del cuerpo y ahora lo experimenta todo; por lo general, simplemente están
desconcertados por la nueva situación en la que se encuentran.
La descripción de una experiencia similar titulada “Increíble para muchos, pero un hecho real” fue escrita por uno de estos hombres: un bautizado cristiano ortodoxo que, siguiendo el espíritu de finales del siglo XIX, permaneció indiferente a las verdades de su propia fe e incluso no creía en la existencia de vida después de la muerte.
Su experiencia, de hace unos cien años, tiene hoy un valor muy importante para nosotros, e incluso parece obra de la Divina Providencia, teniendo en cuenta las nuevas experiencias después de la muerte de nuestro tiempo, ya que constituye una experiencia única y completa de lo que sucede en el alma después de la muerte y va mucho más allá de las breves y fragmentarias experiencias descritas en los nuevos libros.
Esta experiencia la vivió un hombre sensible que, comenzando como
incrédulo, según el espíritu moderno, acabó reconociendo las verdades de la
Ortodoxia hasta tal punto que acabó siendo monje. De hecho, este pequeño libro
puede servir como un "estándar" para evaluar nuevas experiencias. Ha
sido aprobado por uno de los principales editores ortodoxos de obras misioneras
de principios del siglo XX, el arzobispo Nikonas de Vologda.
Después de describir su agonía final y el terrible peso que lo oprimía, el
autor de este incidente relata:
«De repente me di cuenta de que ya no siento esa atracción. Abrí mis ojos. Todo
lo que vi en ese momento quedó grabado en mi memoria en cada detalle.
Vi que estaba solo en medio de la habitación. A mi derecha vi al personal del
hospital reunido alrededor de mi cama, formando un semicírculo… eso me pareció
extraño. Donde estaba este grupo de personas era mi cama. ¿Qué cosa les llamaba
ahora la atención, qué miraban, si yo ya no estaba allí, sino de pie en medio
de la habitación?
Me acerqué y miré hacia donde miraba toda esa gente: allí en la cama estaba yo.
No tuve miedo cuando me vi, ¡pero me pregunté cómo podía pasar algo así! Sentí
que estaba aquí, pero allí al mismo tiempo... Quise agarrar mi mano izquierda
con la derecha, pero una mano atravesó la otra. Intenté agarrar mi cintura con
las manos, nuevamente mis manos recorrieron mi cuerpo como si hubiera un vacío
en su lugar... Llamé al médico, pero la atmósfera que me rodeaba ya era
completamente diferente: ni siquiera podía transmitir mi voz. Entonces me di
cuenta de mi completa separación del entorno, de mi extraña soledad, y entré en
pánico. Esta extraña soledad mía era realmente horrible… Lo observé y entonces
por primera vez pensé que lo que me pasó, en nuestro idioma, en el idioma de
los vivos, ¡se llama muerte! Este pensamiento me vino a la mente porque el
cuerpo tendido en la cama parecía un cadáver...
En nuestras mentes, la palabra 'muerte' está indisolublemente ligada a la aniquilación y al fin de la vida. Pero ¿cómo era posible que pensara que estaba muerto, cuando ni siquiera por un minuto perdí la conciencia de mí mismo, cuando me sentí vivo y hasta tuve la capacidad de oír, ver, sentir, moverme, pensar y hablar?…
La alienación del entorno y la escisión de mi personalidad podrían haberme
hecho interpretar el acontecimiento si creyera en la existencia del alma y
fuera una persona religiosa. Pero tales condiciones no existían. Sólo me
guiaban mis sentidos. Esta sensación de estar vivo era tan clara que todos los
fenómenos extraños sólo me causaban asombro. No pude conectar lo que sentía con
la concepción ordinaria de la muerte, no era posible en plena autoconciencia
pensar que yo no existía...
Cuando más tarde recordaba la situación en la que me encontraba, vi que mi
mente estaba trabajando con tanta fuerza y velocidad...»
El estado del alma durante los primeros minutos después de la muerte no se
describe con tanto detalle en la literatura cristiana de la antigüedad, donde
se pone todo el énfasis en las experiencias mucho más impresionantes que
siguen. Quizás sólo en la época actual, en la que la identificación de
"vida" con "vida en el cuerpo" se ha vuelto tan completa y
omnipresente, esperaríamos que tal interés se manifieste en esos primeros
minutos, cuando las expectativas de la mayoría de la gente moderna se refutan
completamente, con la comprensión de que la muerte no es el final, la vida
continúa y el alma entra en un estado completamente nuevo.
Ciertamente no hay nada en esta experiencia que contradiga la enseñanza
ortodoxa sobre el estado del alma inmediatamente después de la muerte. Algunos,
al comentar experiencias de este tipo, expresan dudas sobre si una persona está
realmente muerta si vuelve a la vida en unos minutos, pero se trata de una
cuestión de carácter científico, de la que nos ocuparemos más adelante. El
hecho es que en estos pocos minutos, y a veces incluso en los minutos previos a
la muerte, las personas suelen tener experiencias que no pueden interpretarse
como meras "alucinaciones". Nuestro propósito en este libro es
descubrir sobre qué base debemos interpretar estas experiencias.
2. El encuentro con los demás
Después de la muerte el alma permanece por muy poco tiempo en su estado
original de soledad. Dr. Moody cita varios casos de personas que, incluso antes
de morir, vieron a familiares y amigos ya muertos.
«Mi médico concluyó y le dijo a mi familia que yo estaba en mis últimos años...
Descubrí que eran todos mis conocidos, pero todos habían muerto antes que yo. Reconocí a mi abuela y a una niña que había conocido cuando estaba en la escuela, y a muchos otros familiares y amigos… Fue una ocasión muy feliz, y sentí que habían venido a protegerme o a guiarme” (p. 44)".
La experiencia de encontrarse con amigos y familiares fallecidos en el momento
de la muerte no es en modo alguno una revelación nueva, ni siquiera entre los
científicos modernos. Hace más de setenta años, fue el tema de un pequeño libro
escrito por un pionero de la "parapsicología" moderna o, en otras
palabras, de la "investigación psíquica" moderna, Sir William
Barrett (Death-Bed
Visions, Methuen, London, 1926). Después de la aparición del primer libro del Dr. Moody, se publicó un
nuevo libro, inspirado en el libro de Sir William, que trataba el tema de
"conocer a los demás" con mucho más detalle. Al final resultó que,
sus dos autores llevaron a cabo investigaciones sistemáticas sobre las
experiencias de los moribundos durante muchos años. Deberíamos decir aquí
algunas palabras sobre los hallazgos de este libro (Karlis Osis and Erlendur Haraldsson, At the Hour of Death, Avon Books, New
York, 1977).
Es el primer libro puramente "científico" publicado sobre las
experiencias de las personas en el momento de la muerte. Con base en los
resultados de cuestionarios detallados y entrevistas con un grupo de médicos y
enfermeras seleccionados al azar en el este de los Estados Unidos y el norte de
la India, que fue elegido para lograr la máxima objetividad, a fin de controlar
las posibles diferencias en las experiencias de las personas debido a la
diferencia de nacionalidad, psicología y religión. Así, el material recopilado
incluye más de mil casos de apariciones y visiones que tuvieron moribundos, así
como a algunos que volvieron a la vida después de haber sido considerados
clínicamente muertos. Los autores del libro creen que los hallazgos del Dr.
Moody en general coinciden con los suyos. Encuentran que las apariciones de
familiares y amigos muertos y, en la India, muchas apariciones de
"deidades" hindúes se le aparecen a la gente varias veces durante la
última hora y generalmente dentro de las últimas veinticuatro horas antes de la
muerte. Aproximadamente en la mitad de los casos se produce una visión de algún
entorno metafísico que recuerda al "paraíso" y evoca los mismos
sentimientos; esta experiencia del "paraíso" se analizará más
adelante. El valor particular del estudio de Osis y Haraldson es que separa
cuidadosamente las alucinaciones físicas disociadas de las apariciones y
visiones activas "de otro mundo", y analiza estadísticamente la
presencia de factores como el uso de drogas alucinógenas, fiebre alta y
enfermedades y lesiones del cerebro, que podrían producir simples alucinaciones
en lugar de experiencias reales de alguna situación que ocurre fuera de la
propia mente del paciente. Los autores concluyen con el notable hallazgo de que
las experiencias más puramente "de otro mundo" y más coherentes
internamente ocurren en aquellos pacientes que están más en contacto con la
realidad "física" y menos propensos a alucinar, en particular,
aquellos que ven apariciones de muertos o los espíritus generalmente conservan
todas sus funciones mentales y ven a estos seres mientras tienen plena
conciencia del entorno hospitalario. Además, Osis y Haraldson descubren que
quienes alucinan suelen ver a personas que están vivas, mientras que las
experiencias genuinas de los moribundos se refieren principalmente a personas
que han muerto. Los autores, aunque cautelosos acerca de sus conclusiones,
concluyen que tienden a "aceptar la hipótesis de la vida después de la
muerte como la interpretación más confiable de nuestros datos". Así, el
libro complementa los hallazgos del Dr. Moody y confirma de manera
impresionante la experiencia de encontrarse con los muertos, así como con los
seres espirituales en el momento de la muerte. Si los seres en cuestión son
realmente lo que los moribundos creen que son, es una cuestión que se discutirá
más adelante.
Naturalmente, tales hallazgos causan cierta sorpresa, ya que provienen del
trasfondo de agnosticismo e incredulidad que han caracterizado durante mucho tiempo
las teorías de la ciencia moderna. Sin embargo, para un cristiano ortodoxo no
hay nada sorprendente en ellos. Sabemos que la muerte es sólo una transición a
otra forma de existencia, y conocemos muchos casos de apariciones y visiones
que tuvieron moribundos, tanto santos como a pecadores comunes.
San Gregorio Magno, describiendo muchas de estas experiencias en sus
Diálogos, explica el fenómeno del encuentro con otras personas o seres
espirituales: «Sucede muy a menudo que el alma que está a punto de partir
reconoce incluso a aquellos con quienes están a punto de ser asignados a la
misma morada celestial, debido a su igualdad de caídas o incluso de premios» (Diálogos, IV, 36). Y
especialmente con respecto a aquellos que han vivido una vida virtuosa, san
Gregorio observa que "en efecto, les sucede a menudo a los justos, en el
momento de su muerte, recibir apariciones de los santos anteriores para no
temer el juicio de condenación de su muerte, pero, como el grupo de ciudadanos
dentro del Reino es mostrado a sus almas, para ser liberados de las ataduras de
su carne sin pena ni temor.' Cita casos típicos en los que ángeles, mártires,
el apóstol Pedro, la Santísima Madre de Dios, e incluso el mismo Cristo se
aparecieron a los moribundos.
Dr. Moody cita un ejemplo de un encuentro que tuvo una persona moribunda, no
con un pariente o ser espiritual, sino con un completo extraño: «Una mujer me
dijo que mientras "moría", vio, además de su propio "cuerpo
desaparecido", el "cuerpo" de alguien que había muerto
recientemente y, sin embargo, ella no conocía» (Life After Life, p. 45).
San Gregorio Magno describe un fenómeno similar en sus Diálogos: menciona
varios incidentes en los que un moribundo grita el nombre de otro que está
muriendo al mismo tiempo en otro lugar. Y no se trata en absoluto de un
fenómeno de clarividencia, que sólo es posible para los santos, ya que san
Gregorio describe cómo un pecador común, aparentemente destinado al infierno,
llama a alguien llamado Esteban, que le es desconocido y muere al mismo tiempo,
queriendo decirle que "el barco está listo para llevarnos a Sicilia".
Cabe señalar que Sicilia es un lugar de intensa actividad volcánica, que
recuerda al infierno. Evidentementese trata de lo que ahora se llama
"percepción extrasensorial" o E.S.P. (Extra Sensory Perception), que
en muchas personas se vuelve especialmente aguda justo antes de morir y, por
supuesto, continúa existiendo después de la muerte, cuando el alma está
completamente fuera del mundo de los sentidos físicos.
Por lo tanto, este "descubrimiento" particular de la investigación
psíquica moderna simplemente confirma lo que el lector de la literatura
cristiana antigua ya sabe sobre encuentros con otros seres o personas
espirituales en el momento de la muerte. Estos encuentros, si bien no parecen
sucederle a cada moribundo, pueden sin embargo ser llamados experiencias
universales, en el sentido de que ocurren independientemente de la
nacionalidad, religión o santidad de vida del moribundo.
Por otro lado, la experiencia de un santo cristiano, si bien tiene las
características generales comunes que aparentemente todos pueden experimentar,
posee una dimensión completamente diferente, una dimensión que no puede ser
definida por los investigadores de los fenómenos psíquicos. Durante esta
experiencia, a menudo se manifiestan signos extraordinarios de la Gracia de
Dios, y todos o muchos de los que están cerca del moribundo pueden percibir la
visión del otro mundo. Citemos sólo un ejemplo de los Diálogos de san Gregorio:
«Mientras estaban de pie alrededor de la cama de Romula a medianoche, una luz repentinamente brilló desde el cielo, inundando toda la habitación. Su esplendor y brillo infundieron temor y pavor en sus corazones.... Se empezó a escuchar un sonido como si entrara
una multitud muy grande y la entrada de la casa temblaba como si fuera
aplastada por las masas de los que entraban. Según decían, sintieron entrar una
multitud, pero por el exceso de miedo y de luz no podían ver, porque sus ojos
estaban cegados por el miedo y deslumbrados por la radiación de tanta luz. Esta
luz fue seguida inmediatamente por el olor de una maravillosa fragancia, de
modo que aunque la luz emitida los asustó, sin embargo se sintió tranquilizada
por la dulzura de la fragancia... Romyla comenzó a consolar, en un tono de voz
elogioso, a su propia maestra Redepta, que estaba parada y temblando,
diciéndole: "No tengas miedo, madre. No me voy a morir de inmediato".
Y mientras seguía repitiendo esto, poco a poco la luz emitida se fue retirando,
pero la fragancia que la seguía permaneció. Así transcurrieron el segundo y
tercer día, y el olor difuso de la fragancia permaneció. La cuarta noche volvió
a llamar a su maestra. Cuando llegó, pidió la Sagrada Comunión, la cual
recibió. Redebta y su otra alumna aún no se habían movido de su cama, cuando de
repente en la plaza frente a la entrada de esta pequeña casa se pararon dos
coros de cantantes… esta alma santa fue liberada de la carne. Mientras era
conducida al cielo, cuanto más se elevaban las danzas de los cantores, más
suavemente comenzaba a escucharse el canto, hasta que ahora el sonido del canto
y la dulzura de la fragancia se desvanecieron»(Diálogos, IV, 17).
Los cristianos ortodoxos recordarán incidentes similares al leer muchas Vidas de santos, como san Sisois, sta. Taisía, san Teófilo de Kiev, etc.
A medida que profundizamos cada vez más en el estudio de la muerte y las
experiencias cercanas a la muerte, siempre debemos tener en cuenta las
diferencias importantes entre la experiencia cercana a la muerte general, que
es de tan intenso interés hoy en día, y la experiencia de muerte que la Gracia
Divina proporciona a los cristianos ortodoxos justos. Esto nos ayudará a
comprender más plenamente algunos de los aspectos inexplicables de las
experiencias de muerte modernas.
El conocimiento de esta distinción, por ejemplo, puede ayudarnos a determinar
la identidad de las apariciones vistas por los moribundos. ¿Sucede realmente
que familiares y amigos vienen del mundo de los muertos para aparecerse a los
moribundos? ¿Y estas apariciones mismas difieren de las apariciones de los
santos a los cristianos justos en el momento de su muerte?
Para responder a la primera pregunta, nos referiremos al libro de Dron Osis y
Haraldson, quienes afirman que muchos hindúes ven a los "dioses" y
"diosas" del Panteón hindú, como Krishna, Shiva, Kali, etc., y no
a esos familiares y amigos cercanos que se mencionan a menudo en Estados Unidos.
Sin embargo, como enseña tan inequívocamente el apóstol Pablo, estos
"dioses" no existen en realidad: "Acerca, pues, de las viandas
que son sacrificadas a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo,
y que no hay más de un Dios" (1 Cor. 8 )
En cualquier experiencia de "dioses" los demonios están involucrados.
"Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios sacrifican,
y no a Dios" (1 Cor. 10,20).
Entonces, ¿a quién ven realmente estos
hindúes moribundos? Dres Osis y Haraldson creen que determinar la identidad de
los seres con los que se encuentra el moribundo es en gran medida un producto
de una interpretación subjetiva atribuida a los antecedentes religiosos,
culturales y personales de cada individuo. Y esta parece ser una visión
razonable y apropiada en la mayoría de los casos. Además, en los casos de
personas de Estados Unidos, es más probable que los familiares fallecidos que
ven los moribundos no estén realmente"presentes" como ellos creen.
San Gregorio Magno sólo dice que el moribundo "reconoce" a los
individuos, mientras que a los justos "se le aparecen los santos del Reino
de los Cielos", una distinción que no sólo indica la diferente experiencia de después de la muerte entre justos y pecadores comunes, sino que también está
directamente relacionada con el diferente estado póstumo de los santos y de los
pecadores comunes. Los santos tienen gran influencia para interceder por los
vivos y apresurarse en su ayuda, mientras que los pecadores fallecidos, salvo
casos muy especiales, no tienen contacto con los vivos.
Esta distinción la expresa con suficiente claridad san Agustín, padre de la
Iglesia latina del siglo V, en el tratado que escribió a petición de san
Paulino, obispo de Nola, sobre el "cuidado de los muertos". En esta
obra, Agustín intenta conciliar el hecho indiscutible de que santos como el
mártir Félix de Nola se han aparecido claramente a los creyentes, con el hecho
igualmente indiscutible de que los muertos, por regla general, no se aparecen a
los vivos.
Después de
citar la enseñanza ortodoxa bíblica de que "las almas de los muertos están
en un lugar donde no ven lo que sucede en esta vida mortal", así como su
opinión de que los casos de apariciones de los muertos a los vivos suelen ser
resultado de "obra de ángeles" o "falsas visiones" por el
poder de los demonios, destinadas a llevar a las personas a la formación de una
falsa enseñanza sobre la vida después de la muerte, san Agustín procede luego a
distinguir entre las aparentes apariciones de los muertos y las verdaderas
apariciones de los santos:
«¿Cómo pueden los mártires, con los favores que conceden a quienes los solicitan,
demostrar que se interesan por los asuntos humanos, si los muertos no saben lo
que hacen los vivos? Porque Félix el Confesor no sólo se destacó por los
beneficios que concedía al pueblo, sino que apareció ante sus propios ojos
cuando Nola fue sitiada por los bárbaros. Tú (nota: se refiere al obispo
Paulino) estás poseído de piadosa exultación por esta apariencia suya. No hemos
sido informados de este hecho por rumores dudosos, sino por testigos
confiables. Es cierto que las cosas se presentan de una manera divina que
difiere del orden habitual que la naturaleza ha dado a las diferentes clases de
criaturas. Que nuestro Señor de repente convirtiera el agua en vino cuando Él
quiso no es excusa para que no entendamos el valor intrínseco del agua como agua.
Este es un incidente raro, e incluso único, de intervención divina. Además, el
hecho de que Lázaro haya resucitado de entre los muertos no significa que cada
muerto resucite cuando quiera, ni que un vivo pueda resucitar a un muerto, como
puede despertar a uno que está dormido. Algunos acontecimientos se deben
característicamentea la acción humana, mientras que otros muestran signos del
poder divino. Algunas cosas suceden naturalmente, mientras que otras suceden
milagrosamente, aunque Dios está presente en los procesos naturales y la
naturaleza acompaña el milagro. Así que no debemos creer que una persona muerta
pueda interferir en los asuntos de los vivos simplemente porque los testigos
están presentes cuando curan o cuando ayudan a ciertas personas. Por el
contrario, debemos creer lo siguiente: "Los testigos, mediante el poder
divino, participan en los asuntos de los vivos, pero los muertos por sí solos
no tienen poder para interferir en ellos» (“Care for the Dead,” ch. 16, in Saint Augustine, Treatises on
Marriage and Other Subjects, The Fathers of the Church, vol. 27, New York,
1955, p. 378).
De hecho, para dar un ejemplo, los santos padres que han vivido recientemente,
como san Ambrosio de Optina, enseñan que los seres con los que entran en
contacto los presentes en las reuniones espiritistas no son los espíritus de
los muertos sino los demonios. También Quienes han investigado a fondo los
fenómenos espiritistas, aunque posean al menos algunos criterios cristianos,
han llegado a la misma conclusión. Por lo tanto, no hay necesidad de dudar de
que los santos se aparecen a los justos en el momento de su muerte, como se
describe en muchas vidas de los santos (véase, por ejemplo, Simon A. Blackmore, S.J., Spiritism: Facts and Frauds, Benziger Bros., New York,
1924).
Por otro lado, los pecadores comunes ven a menudo apariciones de familiares,
amigos o "dioses" que corresponden a lo que los moribundos esperan o
están preparados para ver. La naturaleza exacta de estas últimas apariciones
tal vez sea imposible de determinar; ciertamente no son meras alucinaciones,
pero parecen ser parte de la experiencia natural de la muerte, una indicación
para el moribundo de que está a punto de entrar en un mundo nuevo donde las
leyes de la materialidad ordinaria de la realidad ya no se aplican. No hay nada
particularmente en esta experiencia, que parece repetirse constantemente,
independientemente del tiempo, el lugar y la religión.
La experiencia de "encontrarse con otros" suele ocurrir justo antes
de la muerte, y no debe confundirse con el encuentro bastante diferente que
describiremos en breve: el encuentro con el "ser luminoso".
3. El “Ser de Luz”
El Dr. Moody describe esta experiencia como "tal vez el más sorprendente de
los elementos comunes a todas las narrativas y que, además, tuvo el mayor
efecto en aquellos con experiencias cercanas a la muerte". La mayoría de
las personas que tienen esta experiencia describen la aparición de una luz cuyo
brillo aumenta muy rápidamente, y todos reconocen esta luz como un ser personal,
lleno de calidez y amor, que ejerce una atracción magnética sobre la persona
que acaba de morir. La determinación de la identidad del ser luminoso parece
depender del trasfondo religioso de la persona a quien se le aparece, ya que el
ser en sí no tiene forma identificable. Algunos la llaman "Cristo",
otros "ángel", pero todos parecen entender que ella es un ser enviado
de algún lugar para conducirlos a alguna parte. A continuación se muestran
algunas descripciones típicas:
«Escuché a
los médicos decir que estaba muerto, y en el mismo momento sentí que daba
vueltas como si estuviera flotando en el mar y cayendo en una galería oscura.
Me atrevo a decir que no hay palabras para describir exactamente lo que me
estaba pasando. Había oscuridad total a mi alrededor, cuando de repente vi esa
luz. Era una luz muy fuerte, que al principio no ocupaba mucho espacio. Pero a
medida que me acercaba, se hizo más y más grande.» (p.48)
Otro hombre que murió se sintió levitar y fue dirigido «hacia esa luz pura, esa
luz blanca pura, fuerte... Creo que tal luz no existe en la tierra, y por lo
tanto no me es posible describirla. Y aunque no vi a nadie bajo esta luz, tenía
cierta entidad, una personalidad propia. Una comprensión y un amor infinitos
fluían desde su interior.
Acababa de dejar mi cuerpo, porque lo vi desplomado ahí frente a mí, en la mesa
de operaciones. Entonces mi alma quedó libre. Al principio me sentí en
difícultad, lo confieso, pero de repente me tranquilicé al ver esa luz
brillante, que si bien era tenue cuando apareció por primera vez, poco a poco
se hizo más fuerte hasta convertirse finalmente en un deslumbrante haz de
rayos... Cuando apareció la luz por primera vez, no entendí realmente lo que
estaba pasando, pero sólo me di cuenta cuando la luz me preguntó si estaba
listo para morir»(p.48).
Casi siempre,
este ser comienza a comunicarse con la persona que acaba de morir, más en una
especie de "transferencia de pensamiento" que de palabra hablada,
"diciéndoles" siempre lo mismo. Quienes viven esta experiencia lo traducen
en las siguientes preguntas: "¿Estás preparado para morir?" O, "¿qué puedes mostrarme de lo que has
hecho en tu vida?". A veces también, la presencia del ser luminoso va acompañada de una especie de
flashback de acontecimientos pasados de la vida del moribundo. Sin
embargo, todos enfatizan que esta existencia no hace ningún "juicio"
sobre sus vidas o acciones, sino que simplemente los incita a hacer un balance
de sus vidas.
También los Dres. Osis y Haraldsson registraron en sus estudios algunas experiencias
sobre la aparición de tal ser. Los dos científicos observan que la experiencia
de la luz es una "cualidad característica de los visitantes de otro
mundo" y prefieren adoptar la visión del Dr. Moody de nombrar a los seres
que se ven o se sienten bajo esta luz, llamándolos simplemente"formas
luminosas" y no seres espirituales o deidades, identificaciones atribuidas
a menudo a personas moribundas.
¿Quiénes – o qué – son estos "seres de luz"?
Muchos los llaman "ángeles" y destacan sus cualidades positivas: son
seres de "luz", llenos de "amor y comprensión" e
inculcan en el difunto la idea de "responsabilidad" de su vida. Pero
los ángeles conocidos por la tradición cristiana ortodoxa están mucho más
definidos, tanto en apariencia como en el trabajo que realizan, que estos seres
luminosos". Para comprender esto y comenzar a ver qué podrían ser estos
"seres luminosos", consideramos necesario presentar la enseñanza
cristiana ortodoxa sobre los ángeles y luego considerar, más en particular, la
naturaleza de los ángeles que conducen el alma a su condición después de la muerte.
CAPITULO 2
Doctrina ortodoxa sobre los ángeles.
Sabemos por las palabras del mismo Cristo que después de la muerte el alma
se encuentra con los ángeles. "Aconteció que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abraham;" (Lc. 16,22)
El Evangelio también nos informa sobre la forma en que aparecen los ángeles:
"Y hubo un gran terremoto; porque un Ángel del Señor, descendiendo del
cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como
un relámpago, y su vestido blanco como la nieve." (Mt.28, 2-3). "Y
cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho,
cubierto de una larga ropa blanca; y se asustaron". (Mc. 16,5), "Aconteció
que estando ellas perplejas por esto, he aquí se presentaron junto a ellas dos
varones con vestiduras resplandecientes (Lc. 24,4), "y vio a dos ángeles
con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a
los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto" (Jn. 20, 12).
A lo largo de la historia del cristianismo, los ángeles aparecen en esta misma forma, como jóvenes brillantes vestidos de blanco. La tradición iconográfica relativa a la aparición de los ángeles también se mantiene constante a lo largo de los siglos, representando sólo a jóvenes brillantes, a menudo con alas, que por supuesto constituyen un rasgo simbólico, generalmente no visible en las apariciones angelicales.
El VII Concilio Ecuménico del año 787 d.C. decretó que los ángeles siempre deberían ser representados sólo de esta manera, es decir, como hombres. Las "erotideas"* del arte occidental del Renacimiento y períodos posteriores son de inspiración pagana y no tienen nada que ver con los verdaderos ángeles.
* "Erotideas" (del gr. "ερωτιδέας"): Figuras o imágenes del antiguo dios Eros en su infancia, adoptada por el arte occidental pagano como representación de los ángeles.
De hecho, no sólo en términos de la representación artística de los ángeles, sino también en la enseñanza general sobre los seres espirituales, el moderno Occidente "papista"* y protestante se ha alejado mucho de las enseñanzas de la Santa Escritura y de la antigua tradición cristiana. Es importante ser conscientes de este error si queremos comprender la verdadera enseñanza cristiana sobre el curso del alma después de la muerte.
* No utilizamos el término "catolicismo romano" porque es infundado históricamente e inexacto teológicamente. Desde principios del s.II la indivisible Una Iglesia de Cristo es denominada, tal como confesamos en el Símbolo de la Fe o Credo, Católica, dado que contiene el conjunto (katholou) de la fe, es decir la plenitud de la verdad. Además, en el año 330 la Nueva Roma/Constantinopla se convirtió en capital del Imperio Romano, el término "Ρωμαίος" [Roméos] ο "Ρωμηός" [Romiós]" declara todo ciudadano ortodoxo, independientemente de su origen racial. Así, los católicos romanos son literalmente cristianos ortodoxos, como romanos, es decir, descendientes del Imperio Romano (el cual había sido cristianizado), y como católicos, es decir, miembros de la Iglesia Ortodoxa, que sigue manteniendo la totalidad de la fe.
El Abad Bergier enseñaba que los ángeles, los demonios y las almas de los
muertos son seres "absolutamente espirituales, por lo que no están sujetos
a ninguna ley que gobierne el tiempo y el espacio; sólo podemos hablar de su
"forma" o "movimiento" en sentido figurado y, finalmente,
"necesitan rodearse de un cuerpo sutil cada vez que Dios les permite
actuar como seres con existencia material" (Obispo Ignacio, vol. III, págs. 193-95). Incluso una obra "católica
romana" del siglo XX sobre el espiritismo moderno repite esta enseñanza, afirmando, por ejemplo, que
tanto los ángeles como los demonios “pueden tomar prestada la materia requerida
(para volverse visibles a los hombres) de una sustancia inferior, ya sea
animada o inanimada” (Blackmore, Spiritism: Facts and Frauds, pág.522). Los propios espiritistas y ocultistas han asimilado estas ideas de la
filosofía moderna. Un sofisticado apologista de las opiniones del cristianismo sobre
lo sobrenatural, el anglicano K.S. Lewis critica con razón la moderna
"concepción del cielo como simplemente un estado mental" y, sin
embargo, parece, al menos en parte, adherirse a la visión moderna "de que
el cuerpo, el lugar, el movimiento y el tiempo, hoy parecen irrelevantes para
las alturas más amplias de la vida espiritual" (C. S. Lewis, Miracles, The Macmillan Company, New York, 1967, pp.
164-65). Tales puntos de
vista son el resultado de una simplificación excesiva de la realidad espiritual
bajo la influencia del materialismo moderno y se deben a una pérdida de
contacto con las auténticas enseñanzas y experiencias espirituales cristianas.
Para comprender la doctrina ortodoxa sobre los ángeles y otros espíritus,
primero debemos deshacernos de la dicotomía moderna demasiado simplificada -
dicotomía "materia - espíritu"; la verdad es mucho más compleja que
esta distinción, pero al mismo tiempo tan "simple" que aquellos que
todavía son capaces de creerla, probablemente serán considerados por muchas
personas como "ingenuamente obsesionados, entendiéndolo al pie de la
letra". El obispo Ignacio escribe: "Cuando Dios abre los ojos
espirituales de un hombre, éste puede ver los espíritus en su propia
forma". "Los ángeles, cuando se aparecen a los hombres, siempre
tienen forma humana". De manera similar, según el obispo Ignacio,
“de la Santa Biblia se desprende claramente que el alma humana tiene la forma
de un cuerpo humano, al igual que otros espíritus creados". Para probarlo,
el obispo Ignacio cita varios pasajes de fuentes patrísticas. Así que
examinemos por nosotros mismos la enseñanza de los padres de la Iglesia.
San Basilio el Grande, en su obra sobre el Espíritu Santo, menciona que “en
cuanto a los poderes angélicos, su esencia es espíritu aéreo o quizás fuego
inmaterial. Por ello, están en un lugar concreto y se hacen visibles a través
de sus apariciones, a los que son dignos, en la forma de los propios cuerpos. Además, “creemos que cada uno (de los poderes celestiales) ocupa un lugar definido. Pues el ángel que se presentó ante Cornelio no estaba al mismo tiempo con Felipe (Hechos 10:3; 8:26); y el ángel que habló con Zacarías cerca del altar del incienso (Lucas 1:11) no ocupaba al mismo tiempo su propio lugar en el cielo” (caps. 16, 23; Obras de San Basilio, edición rusa de Soikin, San Petersburgo, 1911, vol. 1, págs. 608, 622).
Asimismo, san Gregorio el Teólogo enseña: “Luces secundarias después de la Trinidad, con gloria real, son los ángeles brillantes e invisibles. Giran libremente alrededor del gran Trono, porque son mentes de movimiento rápido, una llama y espíritus divinos que se transportan velozmente por el aire” (Homilía 6,
“On the Noetic Beings” en Obras de san Gregorio el Teólogo, en ruso,
Soikin edition, St. Petersburg, vol. 2, p. 29).
Así, los ángeles, si bien son "espíritus" y "llamas de
fuego", como leemos en la Santa Biblia, "el que hace a sus ángeles
espíritus y a sus ministros llama de fuego" (Heb. 1,7), y habitan en un
mundo donde no se aplican las leyes terrenales que gobiernan el espacio y el
tiempo, en el que actúan tales modos "materiales", si podemos
denominarlo así, que algunos Padres no dudan en referirse a los "cuerpos
aéreos" de los ángeles. San Juan Damasceno, resumiendo en el siglo VIII la
enseñanza de sus predecesores, afirma: "Sin embargo, el ángel es llamado
incorpóreo e inmaterial, comparado con nosotros, porque todo lo que se compara
con Dios, el único incomparable, es espeso y material. Verdaderamente
inmaterial e incorpóreo es sólo lo divino".
También enseña que: "Los ángeles son descriptibles, cuando están en el cielo, no están en la tierra, y cuando son enviados por Dios a la tierra, no permanecen en el cielo. No están limitados por paredes, puertas, cerraduras y sellos, porque no tienen límites. Naturalmente digo que no tienen límites, porque no se revelan exactamente como son a los dignos, a aquellos a quienes Dios quiere que se revelen, sino con una transformación, como pueden verlos los que los ven". (Exposición exacta de la fe ortodoxa, II, 3, en Los Padres de la Iglesia, Nueva York, 1958, vol. 37, págs. 205-6)
Al decir que los ángeles "no aparecen exactamente como son", san Juan Damasceno no está en contradicción con S. Basilio, quien enseña que los ángeles aparecen "en la forma de sus propios cuerpos". Ambas afirmaciones son ciertas, como se ve claramente en numerosas apariciones de ángeles en el Antiguo Testamento. Así, el Arcángel Rafael fue compañero de viaje de Tobías durante muchas semanas sin levantar nunca la más mínima sospecha de que no era humano. Sin embargo, cuando al final el Arcángel reveló quién era, dijo: "Todos estos días estuve visible para vosotros, pero no comí ni bebí, pero así os pareció". (Tobías 12,19)Los tres ángeles que se aparecieron a Abraham también parecían comer y se pensaba que eran hombres (Génesis, caps. 18 y 19). De manera similar, san Cirilo de Jerusalén, en sus Catecismos, nos informa, respecto al ángel que se le apareció a Daniel, que "Daniel, al ver a Gabriel, se estremeció y cayó de bruces. Y, siendo profeta como era, no se atrevió a responderle hasta que el ángel se transformó en la semejanza de un hijo de hombre" (Lecciones Catequéticas IX, 1, Padres Nicenos y Post-Nicenos de Eerdmans, vol. VII, pág. 51). Pero en el libro de Daniel (cap.10) leemos que incluso en su primera aparición deslumbrante, el ángel también tenía forma de hombre, solo que con tal brillo (su rostro como la apariencia de un relámpago, sus ojos como antorchas encendidas, sus brazos y piernas como el resplandor del bronce bruñido) que no podía ser soportado por los ojos humanos. Por lo tanto, la apariencia exterior de un ángel es la misma que la apariencia de un ser humano, pero porque el "cuerpo" angelical no es material, y porque la mera visión de su apariencia ardiente y radiante es suficiente para derribar a cualquier hombre todavía en la carne, las apariencias de los ángeles deben necesariamente adaptarse al ojo humano que los contempla, y así parecer menos brillantes e impresionantes de lo que realmente son.
Respecto también del alma humana, san Agustín enseña en su obra "El estado
de Dios" que, cuando el alma está separada del cuerpo, "el hombre que
se encuentra en tal estado, puramente espiritual y no físico, se ve tan
semejante a su cuerpo que no puede distinguir ninguna diferencia en
absoluto". (City of God, Book XXI, 10; Modern Library edition, New York, 1955, p. 781). Esta verdad ha sido hoy ampliamente confirmada por las
experiencias personales de probablemente miles de personas que han vuelto a la
vida en nuestro tiempo.
Pero cuando hablamos de los "cuerpos" de los ángeles y otros
espíritus, debemos tener cuidado de no atribuirles ninguna característica
burdamente material. En conclusión, san Juan Damasceno enseña: "de cuya
sustancia sólo el constructor conoce el tipo y el plazo". En Occidente,
san Agustín escribió que es exactamente lo mismo si preferimos hablar de los
"cuerpos aéreos" de los demonios y otros espíritus, o simplemente
llamarlos "incorpóreos" (City of God, XXI, 10, p. 781).
El propio
obispo Ignacio quizás mostró un excesivo interés en interpretar los
"cuerpos" angélicos basándose en los conocimientos científicos del
siglo XIX sobre los gases, por lo que surgió un ligero desacuerdo entre él y el
obispo san Teófano el Recluso, quien consideró necesario enfatizar la
naturaleza no compuesta de los espíritus, los cuales, por supuesto, no están
compuestos de moléculas de elementos químicos, como lo están todos los gases.
Pero en el punto principal, es decir, en la "envoltura sutil" que
poseen todos los espíritus, estuvo de acuerdo con el obispo Ignacio".
Quizás algún malentendido similar sobre algún punto secundario o alguna
cuestión de terminología fue responsable de la controversia que surgió en
Occidente en el siglo V d.C. cuando el padre latino san Fausto de Riez
(28 sept.) enseñó esta misma doctrina de la relativa "materialidad"
del alma basándose en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia Oriental.
Si la
definición exacta de la naturaleza angelical es conocida sólo por Dios, la
comprensión de la acción de los ángeles, al menos en este mundo, es posible
para todo ser humano, ya que existen muchos testimonios relevantes tanto en la
Santa Biblia como en la literatura patrística, así como en las vidas de los
santos. Para comprender plenamente las manifestaciones que les ocurren a los
moribundos, debemos saber específicamente cómo aparecen los ángeles caídos, es
decir, los demonios. Los verdaderos ángeles siempre aparecen en sus propias
formas, sólo que menos deslumbrantes de lo que realmente son, y actúan únicamente
con el propósito de cumplir la voluntad y los mandamientos de Dios. Por otro
lado, los ángeles caídos, aunque a veces aparecen en su propia forma, que
el santo Serafín de Saroff describió, según su experiencia personal, como
"horrible", suelen aparecer en varias otras formas y realizar muchos
"milagros" con los poderes que poseen debido a su sometimiento al
príncipe del poder en los aires. Su morada especial es el aire, y su principal
ocupación es tentar o aterrorizar a los hombres y así arrastrarlos consigo a la
perdición. La lucha del cristiano está dirigida contra los demonios: "Porque
no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes." (Efe. 6,12).
San Agustín, en su poco conocido tratado "La adivinación de los
demonios", que escribió cuando se le pidió que interpretara algunas de las
muchas manifestaciones demoníacas en el antiguo mundo pagano, presenta una
descripción satisfactoria de las actividades demoníacas:
"La naturaleza de los demonios es tal que la facultad perceptiva del
cuerpo aéreo excede fácilmente a la de los cuerpos terrestres, y su velocidad
también, debido a la mayor movilidad del cuerpo aéreo, excede
incomparablemente no sólo la velocidad con la que los hombres se mueven y
animales salvajes, sino también aquello por lo que vuelan los pájaros.
«La naturaleza de los demonios es tal que, mediante la percepción sensorial
propia del cuerpo aéreo, superan fácilmente la percepción de los
cuerpos terrenales, y también en velocidad, debido a la superior movilidad del
cuerpo aéreo, superan incomparablemente no solo los movimientos de los hombres
y las bestias (animales salvajes), sino incluso el vuelo de las aves. Al poseer
estas habilidades, gracias a las cualidades del cuerpo aéreo, es decir, la
agudeza de percepción y la rapidez de movimiento, prevén y revelan muchas cosas
que han observado mucho antes de que sucedan. Cuando esto se hace, la gente se
maravilla, debido a la lentitud de su percepción terrenal. Los demonios
también, debido a que han existido durante un largo período de tiempo, han
acumulado una experiencia mucho mayor de los acontecimientos en comparación con
los humanos, cuyas vidas son cortas. Gracias a estas capacidades, que les ha
concedido la naturaleza del cuerpo aéreo, los demonios no sólo
predicen mucho de lo que sucederá, sino que también realizan muchos
"milagros".»
Muchos de los "milagros" y trucos ópticos de los demonios se
describen en el extenso discurso de san Pedro. Antonio el Grande, en su Vida,
escrita por san Atanasio, en la misma obra, también menciona los "cuerpos
más ligeros" de los demonios. Pero también en la Vida de san Cipriano,
antiguo hechicero, encontramos numerosas descripciones de transformaciones
demoníacas y milagros, contados por alguien que participó activamente en ellos.
Una descripción clásica de la actividad demoníaca se encuentra en la séptima y
octava de las Conferencias de san Juan de Casiano, el gran padre de Galacia,
que vivió en el siglo V y fue el primero en llevar la enseñanza completa del
monaquismo oriental a Occidente.
San Casiano escribe:
"Tan grande es la multitud de espíritus malignos que llenan el espacio
aéreo que se extiende entre el cielo y la tierra, y vuelan en este espacio no
permaneciendo ociosos sino en tumulto y ruido, que la Divina Providencia para
nuestro beneficio ha escondido y alejado a los espíritus de las miradas de los
hombres, porque si esto no se hubiera hecho, los hombres se sentirían presa de
un terror insoportable y dispuestos a desplomarse, por temor a ser atacados por
los demonios, o por el horrible espectáculo de los rostros en los que
voluntariamente se transforman y mutan en cualquier momento que quieran...
"En cuanto a la verdad indiscutible de que los espíritus inmundos están
gobernados y sujetos a los poderes más malvados, nos informan de ello no sólo
el testimonio de las Sagradas Escrituras, que leemos en la descripción de la
respuesta del Señor a los fariseos que le calumniaron: "Y si yo echo fuera
los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos?" (Mt.
12,27), pero también de las visiones claras y de las muchas experiencias de
nuestros santos.
«Cuando uno de
nuestros hermanos viajaba por este desierto, encontró una cueva al anochecer,
se detuvo allí y quiso decir la oración de la tarde. Así que mientras recitaba
los salmos como de costumbre, pasó el tiempo y ya era pasada la medianoche.
Después de terminar la regla de oración, queriendo descansar un poco su
cuerpo exhausto, se acostó y de repente comenzó a ver innumerables hordas de
demonios reuniéndose de todas direcciones, viniendo uno detrás de otro, en una
formación interminable y en una serie lejana. Algunos precedían a su líder,
mientras que otros lo seguían. Finalmente apareció su líder, más alto que todos
ellos en estatura y más horrible que todos ellos en apariencia. Después de que
le colocaron un trono en un escalón elevado, se sentó y, sondeando
cuidadosamente, comenzó a examinar la actividad de cada demonio. A los que
decían que aún no habían logrado seducir a sus adversarios, les ordenaba con
reproches y maldiciones que desaparecieran de su vista, considerándolos
holgazanes e indiferentes, y los acusaba con rugidos furiosos de haber perdido
tanto tiempo y esfuerzo sin lograr nada. Pero a los que declaraban haber
logrado inducir al pecado a los que les habían sido confiados los dejaba ir con
grandes honores, mientras todos los demás demonios los vitoreaban con
entusiasmo, como guerreros especialmente valientes, que eran glorificados como
ejemplo para todos».
«Entonces un espíritu muy malvado avanzó ante la multitud e informó con alegría
maliciosa, como si fuera alguna gloriosa victoria suya, que por fin había
sometido a un renombrado monje, cuyo nombre había pronunciado, después de
quince años de incesante asedio de tentación, seduciéndolo precisamentede noche
en la fornicación… Después de esta declaración, el júbilo excesivo se apoderó
de toda la multitud de demonios, mientras aquel demonio partía extasiado ante
las alabanzas del señor de las tinieblas y coronado de gloria. Al acercarse el
amanecer, toda esa multitud de demonios desapareció». Más tarde, el hermano que
presenció este espectáculo fue informado de que la afirmación sobre la caída
del monje era cierta.
Experiencias similares les siguen sucediendo a los cristianos ortodoxos
hasta nuestro siglo. Claramente no son sueños ni visiones, sino experiencias
vívidas de los demonios tal como son en realidad, sólo, por supuesto, después
de que los ojos espirituales del hombre a quien se le aparecen se han abierto
para ver a estos seres que normalmente son invisibles a los ojos humanos. Hasta
hace relativamente poco, tal vez sólo había unos pocos cristianos ortodoxos
"conservadores" o "ingenuos" que todavía podían creer en la
"verdad literal" de tales relatos, y sin embargo, hoy en día, a
algunos ortodoxos les resulta difícil creerlos, como hasta ahora lo ha hecho la
moderna creencia de que los ángeles y los demonios son "espíritus
puros" y no actúan de manera tan "material". Sólo debido al
aumento significativo de la actividad demoníaca en los últimos años, estas
historias comienzan a parecer al menos plausibles nuevamente. Hoy en día,
también las experiencias "después de la muerte" muy extendidas han
abierto ampliamente el mundo de la realidad inmaterial a muchas personas
comunes y corrientes que nunca antes habían entrado en contacto con los
fenómenos ocultos, y con ello la existencia de una interpretación de este mundo
y sus seres, interpretación que será caracterizada por la verdad y la
coherencia interna, es una de las necesidades de nuestro tiempo. Sólo el
cristianismo ortodoxo, que ha conservado hasta el día de hoy la auténtica
enseñanza cristiana, puede ofrecer tal interpretación.
Veamos ahora
más concretamente cómo aparecen los ángeles y los demonios en el momento de la
muerte.
CAPITULO 3
Apariciones de ángeles y demonios en el momento de la muerte
En estos casos el alma de la persona que acaba de morir suele ser recibida
por dos ángeles. Así describe el autor de "Increíble para Muchos..."
su experiencia: La anciana enfermera dijo: "Que tenga en el Reino de los
Cielos el descanso eterno". Tan pronto como dijo esto, inmediatamente
vinieron a mí dos ángeles: en uno reconocí a mi propio ángel de la guarda, pero
el otro me era desconocido. Más tarde, un piadoso peregrino errante le dijo que
él era el "ángel de la bienvenida". Santa Teodora, cuyo viaje después
de la muerte a través de las casas de peaje del aire se describe en la
Vida de San Basilio el Nuevo (s.X, 26 de Marzo), nos narra que «cuando me
abandonaron las fuerzas, de repente vi dos ángeles radiantes de Dios, que
tenían el aspecto de jóvenes brillantes de inexpresable belleza. Sus rostros
eran más brillantes que el sol, sus miradas llenas de amor, sus cabellos
blancos como la nieve, alrededor de sus cabezas surgía un resplandor dorado,
sus ropas brillaban y sus pechos estaban ceñidos en forma de cruz con
cintos-estolas». San Salvio (10 Sept.), obispo de Galacia en el siglo VI,
describe su propia experiencia de muerte: «Cuando cerraron mi celda hace cuatro
días y me visteis muerto, dos ángeles me levantaron y me llevaron a lo más alto
del cielo». (San Gregorio de Tours, Historia de los Francos, VII, 1; véase la
vida de San Salvio en La Palabra Ortodoxa, 1977, n.º 5).
Estos ángeles tienen la tarea de acompañar al alma del difunto en su viaje al
más allá. No hay nada vago en ellos, ni en su forma ni en sus acciones, tienen
forma humana, captan firmemente el "cuerpo sutil" del alma y lo
portan. «Los ángeles portadores de luz inmediatamente tomaron mi alma en sus
brazos»(Santa Teodora, véase Eternal Mysteries, pág. 71).
«Después de que me tomaron de la mano, me sacaron a la calle, atravesando la pared de la habitación…» (“Unbelievable for Many,” p. 22) San Salvio fue "levantado por dos ángeles". Hay muchos otros ejemplos similares.
No se puede afirmar, por lo tanto, que el "ser de luz" presente
en las experiencias actuales —quien no tiene forma visible, que no conduce al
alma a ninguna parte, que se detiene a dialogar con ella y muestra
"flashbacks" de la vida pasada— sea un ángel guía del más allá. No
todo ser que se presenta como ángel es realmente un ángel, ya que “el mismo
Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Cor. 11,14), por lo que estos seres,
al no poseer ni siquiera forma de ángeles, ciertamente no pueden identificarse
con ellos. Los encuentros auténticos con ángeles casi nunca parecen ocurrir en
las experiencias modernas "después de la muerte" por una razón que
intentaremos explicar a continuación.
Entonces, ¿es
posible que el "ser de luz" sea en realidad un demonio disfrazado de
"ángel de luz" informe para tentar a los moribundos, incluso cuando
el alma abandona el cuerpo? Dr. Moody en sus libros, así como otros
investigadores, plantean esta cuestión, sólo para descartar la posibilidad de
que tal cosa suceda porque no concuerda con las "buenas" impresiones
que la aparición de tales seres crea en el moribundo. Lo cierto es que las
opiniones de estos investigadores sobre el "mal" son sumamente
ingenuas, según el Dr. Moody "el Diablo le aconsejaría seguir el camino
del odio y la destrucción" y parecen ignorar por completo sus textos de
literatura cristiana que describen la verdadera naturaleza de las tentaciones
demoníacas, que invariablemente se presentan a sus víctimas como algo
"bueno".
Pero ¿cuál es
la enseñanza ortodoxa sobre las tentaciones demoníacas en el momento de la
muerte? San Basilio el Grande, interpretando las palabras del Salmo 7, 1-2:
"Sálvame de todos los que me persiguen, y líbrame, no sea que desgarren mi
alma cual león," (sálvame de todos mis enemigos, que me persiguen y
sálvame de ellos, y aun de su líder Absalón, para que no se apodere de mi vida
como un león salvaje) da la siguiente explicación: "Creo que los atletas
valientes de Dios, después de haber luchado dignamente toda su vida contra
enemigos invisibles, cuando escapan de todas sus persecuciones y llegan al
final de la vida, son examinados por el "gobernante" del siglo (mundo
terrenal del pecado) y, si son encontrados heridos, por su lucha, o algo
estigmatizados o con las marcas del pecado, serán tenidos cautivos, pero si se
los encuentra limpios e inmaculados, Cristo les dará descanso, porque son invencibles
y libres. Por eso ora tanto por la vida presente como por la vida futura.
Porque dice: "sálvame aquí de los perseguidores, líbrame allí en el tiempo
del examen, no sea que como un león se apoderen de mi alma". Y esto lo
puedes aprender del Señor mismo, quien dijo durante el tiempo de su pasión:
"Porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí."
(Porque viene el gobernante del mundo, y no tiene poder sobre mí).1
1 Este pasaje probablemente se refiere más particularmente a las casas de
peaje que se encuentran después de la muerte; en el Capítulo Seis, más
adelante, hay una discusión detallada de la experiencia de las pruebas y
tentaciones demoníacas que sufre el alma tanto antes como después de la muerte.
Y de hecho, no
son sólo los luchadores cristianos los que tienen que afrontar la prueba de los
demonios en el momento de la muerte. San Juan Crisóstomo, en sus sermones en el
Evangelio de Mateo, describe muy vívidamentelo que suele sucederles a los
pecadores comunes en el momento de su muerte: "A la mayoría de las
personas se les puede oír relatar horrores y visiones aterradoras, cuyo
espectáculo los moribundos no pueden soportar, sino que a menudo se sacuden en
su lecho con gran fuerza, miran con temor a los presentes, con el alma
presionándose hacia sí misma, reacia a ser arrancada del cuerpo e incapaz de
soportar la visión de los ángeles que se acercan. Si seres humanos aterradores
nos infunden terror al contemplarlos, cuando vemos ángeles amenazantes y
poderes severos entre nuestros visitantes, ¿qué no sufriremos, si el alma es
arrancada del cuerpo y arrastrada, y se lamenta mucho, todo en vano? (Homilía
53 sobre san Mateo, Padres Nicenos y Post-Nicenos, edición de Eerdmans, 1973,
vol. 10, págs. 331-32).
En las Vidas
de los Santos de la Iglesia Católica y Apostólica Ortodoxa encontramos
numerosas referencias a este tipo de visiones demoníacas en el momento de la
muerte, normalmente destinadas a aterrorizar al moribundo y hacerle perder toda
esperanza de salvación. San Gregorio el Diálogo (Magno), por ejemplo, habla de
un hombre rico que estaba esclavizado por muchas pasiones: "Al llegar al
último momento, cuando estaba a punto de dejar el cuerpo, con los ojos abiertos
vio espíritus viles y negros de pie delante de él y persistentemente
apresurándose a apoderarse de él en las garras del infierno... con ruidosos
lamentos se reunió toda la familia. Ellos mismos no pudieron ver los espíritus
malignos, cuyas presiones soportó tan dolorosamente, pero vieron su presencia
en la confesión, la palidez y la manera de arrastrarlo. Por el horror de su
forma abominable, daba vueltas en la cama... y cuando, por la excesiva tensión,
desesperaba de encontrar algo de alivio, comenzó a gritar en voz alta:
"!Tregua, al menos hasta la mañana!". Pero mientras gritaba esto, en
sus mismas voces se desprendió de la morada del cuerpo. San Gregorio cita otros
incidentes similares, al igual que San Beda (27 Mayo) en su Historia de la
Iglesia y el Pueblo Ingleses.
Incluso en los
Estados Unidos del siglo XIX, tales experiencias no eran nada infrecuentes; en
una antología recientemente publicada de incidentes relacionados, el autor ha
recopilado muchos relatos de visiones que los pecadores tuvieron en sus lechos
de muerte en ese momento, con títulos como "Estoy en llamas - ¡Llévame
afuera!", “¡Ah, sálvame! ¡Me están derribando!”, “¡Me voy al infierno!” y
“¡El diablo viene a arrastrar mi alma al infierno!”. Dr. Moody, sin embargo, no
menciona nada parecido: prácticamente todas las experiencias de los moribundos
en su libro, con la notable excepción de los casos de suicidio, son
placenteras, cristianas o no, religiosas o no. Los doctores Osis y Haraldson,
por el contrario, descubrieron durante sus investigaciones algo que no dista
mucho de la posición anterior.
En cuanto a su investigación en América, los resultados fueron los mismos que
los del Dr. Moody: el hecho de la aparición de visitantes de otro mundo se
trata como algo positivo, el paciente acepta la muerte, la experiencia es
placentera, le provoca un sentimiento de paz y alegría, y, a menudo, un cese
del dolor antes de la muerte. Por el contrario, según la investigación
correspondiente en la India, al menos un tercio de los pacientes que vieron
apariciones experimentaron miedo, depresión y ansiedad, como consecuencia de la
aparición de los "yamdus", como se llama en el hinduismo a los
ángeles de la muerte, u otros seres, a quienes los indios resisten e intentan
escapar de los mensajeros de otro mundo. Por ejemplo, un oficinista indio dijo
en el momento de su muerte: “¡Alguien está parado ahí! Lleva un carro consigo,
¡debe ser yamdu!. ¡Debe haber venido a llevarse a alguien con él! ¡Se está
burlando de mí y dice que me va a llevar!... Abrázame por favor, que no quiero
ir con él”. Su dolor aumentó y finalmente murió" Un hindú dijo de repente
mientras agonizaba: “Yamdu viene a llevarme. Escóndeme debajo de la cama para
que no me encuentre". Señaló y subió. "Ahí está." La habitación
del hospital donde se encontraba el paciente estaba en la planta baja. Afuera,
frente a la pared del edificio, había un gran árbol, en cuyas ramas se posaban
muchos cuervos. En el momento de la visión, todos los cuervos se alejaron
repentinamentedel árbol con un gran ruido, como si hubieran disparado un arma.
Nos quedamos atónitos, y dejando la puerta abierta de la habitación corrimos
afuera, pero no vimos nada que pudiera haber molestado a los cuervos. Por lo
general, estaban tranquilos, por lo que a todos los presentes nos pareció
particularmente sorprendente que se fueran volando con un graznido muy fuerte
justo cuando el paciente estaba viendo la visión. Era como si ellos también
hubieran sentido una presencia terrible. Después de eso, el paciente entró en
coma y expiró unos minutos después". Algunos "yamdus" tienen una
apariencia aterradora y causan aún más desesperación al moribundo.
Ésta es la
diferencia más sorprendente entre las experiencias de muerte de estadounidenses
e indios estudiadas por los Dres. Osis y Haraldson, aunque los autores no
pueden ofrecer ninguna explicación relevante. Por lo tanto, es natural
preguntarse: ¿Por qué está casi completamente ausente un elemento de las
experiencias de los estadounidenses moribundos en los Estados Unidos modernos
(el miedo intenso causado por aterradoras apariciones de seres sobrenaturales)
que es tan común tanto en las experiencias pasadas análogas de los cristianos,
como en las experiencias actuales de los indios?
No es necesario determinar con precisión la naturaleza de estas apariciones
para ver que dependen en algún grado, como ya hemos visto, de lo que el
moribundo espera o está dispuesto a contemplar. Así, los cristianos de épocas
pasadas que mantenían una creencia viva en el infierno, y cuyas conciencias los
acusaban en el momento del fin, veían a menudo demonios en el momento de su
muerte; los indios de hoy, claramente más "primitivos" que los
americanos en sus creencias y percepciones, ven a menudo seres que corresponden
a sus temores aún muy reales sobre el más allá, mientras que los estadounidenses
de hoy, con sus puntos de vista "ilustrados", ven apariciones que
armonizan con sus vidas y creencias "cómodas", que generalmente no
incluyen absolutamente ningún temor realista al infierno, o ningún conocimiento
en absoluto de la existencia de demonios.
Lo que objetivamente sucede es que los propios demonios presentan
tentaciones según el nivel espiritual y las expectativas de quienes tientan.
Para aquellos que temen al infierno, los demonios pueden aparecer en formas
aterradoras, para hacer que el hombre muera desesperado, pero para aquellos que
no creen en el infierno, o para los protestantes que creen que definitivamente
"ya están salvados" y por lo tanto no necesitan temer el infierno,
los demonios prefieren presentar las tentaciones de alguna otra forma en la que
sus malas intenciones no se manifiesten tan abiertamente. De manera similar,
incluso a un luchador cristiano que ya ha sufrido mucho, los demonios pueden
aparecer de tal manera que lo seduzcan en lugar de intimidarlo.
Las
tentaciones demoníacas que asediaron a santa Maura (3 Mayo), mártir cristiana
del s. III, mientras agonizaba, nos ofrece un buen ejemplo del tipo de
tentación que acabamos de mencionar. Después de haber permanecido crucificada
durante nueve días con su marido, san Timoteo, santa Maura fue tentada por el
diablo. La vida de los dos santos menciona las palabras con las que la propia
santa Maura describió las tentaciones que recibió su marido y compañero
mártir:
«Mantente fuerte, mantente valiente joven Timoteo. A medianoche me encontré en trance e inmediatamente noté que un hombre sonriente estaba unido a mí, sosteniendo en sus manos un vaso de miel y leche tibia. Lo acercó a mis labios y dijo: "Tómalo y disfrútalo". "¿Quién eres y de dónde vienes?" Le pregunté. "Soy el ángel de Dios", respondió. "Si sois como decís, venid, lloremos juntos y oremos al Crucificado". "¿Sabes algo?" me dice. "Lamenté verte subida a la madera (crucificada), sin comida. ¿Podrás continuar?". "¿Quién te envió a decirme estas cosas? ¿No sabes que con paciencia, templanza y oración subo la escalera de la altura?”
Oh, el poder de la oración atrae el amor de nuestro Dios. En el momento en
que mencioné en mi oración la Cruz redentora de nuestro Salvador, lo vi volver
su rostro hacia occidente. Entonces lo entendí. Y en esta hora todavía oscura,
vino (el malvado) como un ángel de luz para perturbarnos. Al poco tiempo esta
aparición desapareció.
Después de su
desaparición, otro me visitó. Me tomó en sus brazos, me levantó y me llevó a un
ancho río. ¡Miel y leche fluían entre sus orillas! "Inclínate y disfruta
todo lo que quieras", susurró. A su tentadora oferta respondí: "No
voy a probar agua ni ninguna otra bebida aromática y refrescante, a menos que
mis labios toquen la Copa de Cristo Crucificado". Esta copa destila
salvación y vida. Vida sin fin". Mi nuevo visitante se inclinó hacia el
río, extendió las palmas y bebió, y de repente él y el río
desaparecieron."» (Vidas de los Santos, en ruso, 3 Mayo; ver traducción al inglés en J. A. M. Fastre, S.J., The Acts of the Early Martyrs, Fifth
Series, Philadelphia, 1878, pp. 227-28)
La tercera
aparición que tuvo santa Maura, el de un verdadero ángel, será mencionado más
adelante, pero ya es evidente que los verdaderos cristianos desconfían mucho de
las "revelaciones" que reciben en el momento de la muerte.
La hora de la muerte, entonces, es ciertamente una hora de tentaciones
demoníacas, y las "experiencias espirituales" que los hombres tienen
en este momento, incluso si parecen ser "después de la muerte", un
punto que se discutirá más adelante, deben ser juzgadas con los mismos
criterios de la enseñanza cristiana con los que se juzgan cualesquiera otras
"experiencias espirituales". De la misma manera, los
"espíritus" que cada uno pueda encontrar en este tiempo deben ser
sometidos a la prueba católica (general, universal), de la que habla el apóstol
Juan: "Amados, no crean a todo espíritu, sino pongan a prueba los
espíritus, para ver si son de Dios. Porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo". (1 Jn. 4:1)
Algunos críticos de las experiencias modernas de "después de la muerte" ya han señalado la similitud entre un "ser luminoso" y los espíritus "guías" y "amigos" del espiritismo mediúmnico. Entonces, echemos un breve vistazo a la enseñanza espiritual sobre los "seres de luz" y sus mensajes. Un texto espiritualista clásico afirma que "la enseñanza de los espíritus es siempre, o casi siempre, de acuerdo con altas normas morales, en términos de fe, siempre acepta la existencia de Dios, se distingue por la reverencia hacia Él, pero no está particularmente interesada en las construcciones mentales que ocuparon la mente de los Obispos en los Concilios Eclesiásticos". Además, este libro declara que el amor es la "palabra clave" y el "principio central" de la enseñanza espiritista, que los espíritus imparten "conocimientos maravillosos" e insta a los espiritistas a emprender la labor misionera de difundir "la idea de que la vida futura es una certeza", y, finalmente, que los espíritus 'superiores' trascienden las 'limitaciones' de la personalidad individual y actúan más como 'influencias' que como personas, cada vez más llenas de 'luz'. De hecho, los espiritistas en sus himnos invocan literalmente "seres luminosos":
"¡Santos ministros de la luz!
Ocultos a nuestra vista mortal...
Envíen a los mensajeros de la luz
Que abran nuestra visión interior."
Todo lo
anterior es suficiente para hacernos muy escépticos respecto del "ser
luminoso" que ahora se aparece a personas que ignoran por completo la
naturaleza y el artificio de las energías demoníacas. Y la Dra. Moody no hace
más que aumentar nuestra incredulidad cuando menciona que algunos describen a
este ser como una "cara graciosa" con un "sentido del
humor" que hace que el moribundo "se sienta agradable con él"
(Life After Life, pp. 49, 51). Un ser así, con su mensaje de «amor y
comprensión», se parece mucho a los triviales y a menudo afables «espíritus» de
las sesiones espiritistas, que son indudablemente demonios (cuando la sesión en
sí no es fraudulenta).
Este hecho ha llevado a muchos a condenar cualquier fenómeno de experiencia
"después de la muerte", que ahora etiquetan como un engaño demoníaco.
Los autores protestantes evangélicos de un libro relacionado afirman: “Creemos
que hay algunos peligros nuevos y desconocidos en toda esta falacia de la vida
después de la muerte. Creemos que incluso una creencia vaga en experiencias
clínicas relatadas puede tener consecuencias graves para las personas que creen
en la Biblia. Algunos cristianos sinceros han creído absolutamente que el Ser
de Luz no es otro que Jesucristo y, lamentablemente, estas personas están en
buena posición para ser engañadas" (John Weldon and Zola
Levitt, Is There Life After Death? Harvest House Publishers, Irvine, Calif.
1977, p. 76). Para respaldar su punto, los autores
del libro citan algunos paralelos notables entre algunas experiencias
"después de la muerte" actuales y las de algunos psíquicos y
ocultistas contemporáneos, enfatizando además el hecho innegable de que varios
investigadores de experiencias "después de la muerte" también están
interesados, y sobre lo oculto, e incluso han estado en contacto con médiums (pp. 64-70).
Por supuesto, hay mucho de cierto en estas observaciones.
Desafortunadamente, sin la enseñanza cristiana completa sobre la vida después
de la muerte, incluso los "creyentes bíblicos" más bien intencionados
se desorientan, rechazando las verdaderas experiencias del alma en la vida
después de la muerte, junto con experiencias que de hecho pueden provenir de
engaños demoníacos. Estas mismas personas están "abiertas" a aceptar
experiencias delirantes "después de la muerte", como veremos a
continuación.
Dres. Osis y Haraldson, quienes tuvieron "extensas y personales
experiencias con médiums", notan cierta similitud entre las apariciones
que experimentan los moribundos y las experiencias de los espiritistas.
Señalan, sin embargo, una "diferencia obvia" entre estos dos tipos de
experiencias: "en lugar de continuar viviendo su vida en la forma mundana
habitual descrita por los médiums, el hombre que regresa de la muerte parece
proceder apasionadamente a una forma radicalmente nueva de existencia (At the Hour of Death, p. 200), de vivir
situaciones y acontecimientos". De hecho, el mundo de las experiencias
"después de la muerte" parece ser en su conjunto bastante diferente
del mundo ordinario de lo psíquico y el espiritismo, pero, una vez más, es un
mundo donde los delirios e impulsos demoníacos no sólo son posibles sino
ciertamente esperados, especialmente en los últimos tiempos que vivimos,
tiempos en los que ya vemos manifestarse cada vez más nuevas tentaciones
espirituales, cada vez más invisibles, incluso "grandes y monstruosas
señales, "... de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los
escogidos" (Mt 24:24).
Por tanto, debemos ser extremadamente escépticos ante los "seres luminosos"
que parecen manifestarse en el momento de la muerte. Recuerdan mucho a los
demonios que se hacen pasar por ángeles y pretenden engañar no sólo al propio
moribundo, sino aún más, a aquellos a quienes el hombre luego contará su
experiencia personal en el caso de su resurrección, dependiendo de las
posibilidades de que esto ocurra, las cuales, por supuesto, conocen muy bien
los demonios.
Sin embargo, al final, nuestro juicio sobre éste y otros fenómenos del
"más allá" debe depender de la doctrina que surja de dichos
fenómenos, ya sea transmitida por algún "ser espiritual" que el
hombre ve en su momento de la muerte, ya sea meramente implícita o inferido de
los fenómenos. Abordaremos la cuestión de formar nuestro juicio sobre los
fenómenos específicos después de terminar el examen de los fenómenos mismos.
Algunas personas que "murieron y volvieron a la vida" - generalmente
aquellas que son o se vuelven más "religiosas" - identifican el
"ser luminoso" que encontraron no con un ángel, sino con la
"presencia" invisible de Cristo mismo. Para estas personas, esta
experiencia se asocia a menudo con otro fenómeno que para los cristianos
ortodoxos es quizás, a primera vista, el más inquietante de todos los fenómenos
actuales del "más allá": la visión del "Paraíso".
CAPITULO 4
La experiencia moderna de ver el "Paraíso"
Dr. Moody observa en "Life After Life" que las personas que él entrevistó no parecen haber experimentado nada
relacionado con "las creencias tradicionales sobre la otra vida" y,
de hecho, suelen desconfiar de la visión convencional del cielo y el infierno y
de todo el modelo de recompensa - castigo en la próxima vida" (p.70).
En Reflexiones sobre "Life After Life", sin embargo, el autor
afirma que las entrevistas posteriores que realizó revelan la existencia
generalizada de experiencias posteriores a la muerte que involucran algunos
"otros reinos de la existencia que bien podrían llamarse
'celestiales'". Un hombre se encontró en “un campo donde había arroyos,
pasto, árboles y montañas”, también una mujer se encontró en un “lugar hermoso”
similar, y describió cuán “a lo lejos… vi una ciudad”. Esta ciudad tenía
edificios, edificios separados. Eran brillantes, chispeantes, distintos uno del
otro. La gente allí estaba feliz. Había aguas cristalinas, fuentes... Creo que
podría llamársela una ciudad de luz" (p.17).
De hecho, como revelan algunos de los otros libros nuevos, esta es una
experiencia bastante común. Los autores protestantes del libro que mencionamos
en el capítulo anterior creen que ésta -al menos cuando las imágenes descritas
son puramente bíblicas- es una experiencia cristiana que debe separarse
claramente de la mayoría de las otras experiencias "después de la
muerte", que consideran alucinaciones demoníacas. "Los incrédulos
parecen estar teniendo experiencias basadas en enseñanzas falsas, aquellas que
se atribuyen específicamentea Satanás en la Biblia, los creyentes están
teniendo experiencias doctrinalmente sólidas que podrían provenir
directamentede las Escrituras" (Levitt and Weldon, Is There Life After Death?, p.
116) ¿Es esto realmente cierto, o existe
realmente una proximidad mucho más estrecha entre las experiencias de creyentes
y no creyentes de lo que imaginan estos autores?
La experiencia citada como auténticamente "cristiana" es la de Betty
Maltz, quien publicó un libro que describe su experiencia "fuera del
cuerpo" de 28 minutos mientras estaba "clínicamente muerta".
Maltz escribe: "Después de mi muerte, inmediatamente me encontré subiendo
una hermosa colina verde... Estaba caminando sobre la hierba, el tono de verde
más vivo que jamás había visto". Le acompañaba otra figura que caminaba a
su lado, "una figura alta, parecida a un hombre y vestida con una túnica
larga. Me preguntaba si sería un ángel... Mientras caminábamos juntos no vi
ningún sol, pero había luz por todas partes. A nuestra izquierda, a lo lejos,
había flores de colores. También había arbustos y árboles… y de repente nos
encontramos ante una magnífica estructura plateada. Parecía un palacio, pero no
tenía torres. Mientras nos acercábamos, escuché voces. Eran melodiosas,
armoniosas y cantando al unísono, escuché la palabra "Jesús"... El
ángel dio un paso adelante y colocó la palma de su mano sobre una puerta que yo
no había percibido antes. La puerta, de unos cuatro metros de altura, era una sólida
lámina de nácar”. Cuando se abrió, “en el interior vi algo así como un camino
de color dorado con una capa de vidrio o agua. La luz amarilla que emitían era
cegadora. No hay manera de describirlo. No vi una figura, pero sentí la
presencia de una Persona. De repente supe que la luz era Jesús". Cuando le
llamaron a cruzar la puerta, recordó a su padre orando por ella, luego las
puertas se cerraron y ella regresó a la colina, contemplando el amanecer sobre
el muro enjoyado, ese sol pronto se identificó con el sol que se elevaba sobre
la ciudad de Terre Haute, en el hospital donde se encontraba cuando volvió a su
cuerpo, hecho comúnmente reconocido como un milagro. (Betty Malz, My
Glimpse of Eternity, Chosen Books, Waco, Texas, pp. 84-89).
¿Es este tipo de experiencia realmente diferente de la mayoría de las
experiencias similares mencionadas por el Dr. Moody? ¿Es ésta realmente una
visión cristiana del cielo? Observamos que la sra. Maltz es protestante y su fe
se vio fortalecida por esta experiencia. El lector cristiano ortodoxo, por
supuesto, no está tan convencido de la autenticidad de su experiencia como lo
están los escritores protestantes mencionados anteriormente. Independientemente
de cualquier conocimiento que podamos tener sobre cómo el alma se acerca al
cielo después de la muerte, y lo que pasa hasta llegar allí (lo discutiremos
más adelante), esta experiencia realmente no parece tan diferente a las
experiencias "mundanas" después de la muerte que hemos mencionado y
que tanto se discuten hoy en día. Aparte del matiz "cristiano" que
naturalmente da a esta particular experiencia de Jesús, hay varios elementos en
común con las experiencias "seculares": los sentimientos de alivio y
de paz que ella describe como completamente opuestos a los que la dolorosa
enfermedad creó en ella durante meses, el "ser de luz" que otras
personas también identifican con "Jesús", el acceso a algún tipo de
mundo diferente, que se encuentra detrás de algún tipo de mundo diferente, detrás de una especie de "frontera", y es , finalmente,
un poco extraño que viera el sol de nuestro propio mundo elevándose sobre las
paredes enjoyadas, si es que esto era el cielo...Entonces, ¿cómo deberíamos interpretar esta experiencia?
En algunos de
los otros libros nuevos se relatan varias experiencias similares, un breve
examen de las cuales nos dará una idea más clara de lo que realmente está
sucediendo.
Un libro publicado recientemente contiene una colección de experiencias
"cristianas" de personas, en su mayoría protestantes, (John Myers, Voices from the Edge of Eternity, Spire Books, Old Tappan, N.J., 1973) que estaban al
borde de la muerte o eran consideradas clínicamente muertas. En este libro se
describe la experiencia de una mujer que "murió", fue liberada de su
cuerpo y llegó a un lugar de luz brillante mirando por una "ventana celestial".
“Lo que vi allí hizo que toda la alegría terrenal palideciera hasta convertirse
en insignificante. Anhelaba unirme a la feliz multitud de niños que cantaban y
saltaban en el jardín de manzanos... En los árboles había flores fragantes
junto con frutos rojos maduros. Mientras me sentaba allí empapándome de la
belleza, gradualmenteme di cuenta de una Presencia, una Presencia que irradiaba
alegría, armonía y misericordia. Mi corazón anhelaba ser parte de esta
belleza". Luego esta mujer regresó a su cuerpo después de estar
"muerta" durante quince minutos, "durante el resto de ese día, y
el siguiente, este otro mundo fue para mí mucho más real que el mundo al que
había regresado". La experiencia que acabamos de mencionar dio a la mujer
una alegría aparentemente "espiritual" comparable a la de la señora
Maltz y, además, dio una nueva dimensión religiosa a su vida posterior, pero la
imagen del "paraíso" en un caso es muy diferente de la del otro.
Una intensa experiencia después de la muerte tuvo un médico del estado de Virginia en Estados Unidos, el dr. George Ritchie. Se publicó un breve resumen en la revista Guideposts en 1963 y se publicó una interpretación más extensa en forma de libro. El joven George Ritchie relata que después de un largo e inesperado proceso en el que fue separado de su cuerpo, que había sido declarado oficialmente "muerto", regresó a la pequeña habitación donde yacía su cuerpo, y sólo entonces se dio cuenta de que estaba " muerto", mientras que inmediatamente después una luz muy fuerte inundó la habitación, una luz que Ritchie sintió que era Cristo, "una presencia tan reconfortante, tan alegre y absolutamente tranquilizadora, que quería perderme para siempre en su maravilla". Después de ver en un instante los acontecimientos pasados de su vida, me fue preguntado: "¿Qué hiciste con el tiempo que te fue dado en la tierra?", tuvo tres visiones. Los dos primeros parecían provenir de "un mundo muy diferente que ocupaba el mismo espacio que la Tierra", pero también presentaban muchas imágenes terrestres, como carreteras y campos, universidades, bibliotecas, laboratorios. “El mundo de la tercera visión lo vi sólo fugazmente. Parecía que ya no estábamos en la tierra, pero infinitamente lejos de ella, no teníamos nada que ver con ella. Y allí, nuevamente lejos de mí, vi una ciudad - pero una ciudad, si se puede concebir, construida de luz... sus muros, sus casas, sus calles parecían emitir luz, mientras entre ellas se movían seres tan cegadoramente brillantes como Aquel que estaba a mi lado. Fue una visión que duró sólo un momento, pues inmediatamente después las paredes de la pequeña habitación se cerraron a mi alrededor, la luz cegadora se apagó lentamente y un extraño sueño me invadió." Antes de su experiencia, Richie nunca había leído nada sobre la vida después de la muerte, pero después de su experiencia, se convirtió en un miembro muy activo de la Iglesia Protestante. (Voices from the Edge of Eternity, pp. 56-61).
La impresionante experiencia antes mencionada ocurrió en 1943, y
aparentemente tales experiencias están lejos de ser aisladas en la totalidad de
las experiencias de "avivamiento" registradas en los últimos años. El
pastor protestante Norman Vincent Peale registra experiencias similares en su
libro con el siguiente comentario: “Alucinaciones, sueños, visiones... No creo
que sean nada de esto. He pasado tantos años hablando con personas que han
llegado al borde de "algo" y han mirado más allá, personas que
unánimemente afirman haber experimentado belleza, luz y paz, que yo mismo no tengo
dudas al respecto. "Voices from the Edge of Eternity" (Voces desde el
Límite de la Eternidad) utiliza numerosos ejemplos de tres antologías del siglo
XIX sobre experiencias cercanas a la muerte, aunque ninguno de sus ejemplos es
tan detallado como algunos de los relatos más recientes, sin embargo
proporcionan amplia evidencia de que ver escenas y apariciones de otro mundo es
una experiencia bastante común entre los moribundos. Durante tales
experiencias, aquellos que creen en Cristo y están preparados para la muerte
sienten paz y alegría, ven la luz, los ángeles y el cielo, mientras que los
incrédulos en los Estados Unidos más tradicionales del siglo XIX a menudo ven
demonios y el infierno.
Habiendo establecido la existencia indiscutible de estas visiones, ahora estamos
llamados a hacernos la pregunta: ¿Cuál es su naturaleza? ¿Es realmente tan
común entre ellos la visión del cielo que, aunque piensan que están muriendo
como cristianos, están sin embargo fuera de la Iglesia de Cristo, es decir, de
la Iglesia Católica y Apostólica Ortodoxa?
Para determinar la naturaleza y el valor de tales experiencias, comenzaremos
con el mismo enfoque que aplicamos al tema del "encuentro con otros".
Examinaremos las experiencias de los no cristianos en el momento de la muerte
para ver si son marcadamente diferentes de las de los cristianos profesantes.
Si los no cristianos también suelen ver el "cielo" en el momento de
la muerte o después de la "muerte", entonces debemos entender esta
experiencia como algo natural que le puede suceder a cualquiera, y no como algo
específicamente cristiano. El libro de Dron Osis y Haraldson ofrece mucha
evidencia sobre este punto.
Estos investigadores reportan unos 75 casos de "visiones de otro
mundo" entre pacientes moribundos. Algunas personas describen prados y
jardines increíblemente hermosos; otras ven puertas que se abren a un hermoso
campo o ciudad; muchas escuchan música de otro mundo. A menudo se mezclan
imágenes bastante mundanas, como en el caso de la mujer estadounidense que fue
a un hermoso jardín en taxi, o la mujer india que montó una vaca hacia su
"cielo" (At the Hour of Death, p. 163), o el neoyorquino que entró
en un exuberante campo verde, con el alma llena de "amor y
felicidad", y pudo ver los edificios de Manhattan y un parque de
atracciones a lo lejos (David Wheeler, Journey to the Other Side, pp. 100-105)
Significativamente, los hindúes ven el "cielo" con la misma frecuencia que los cristianos en el estudio de Osis Haraldsson, y mientras que estos últimos a menudo ven a "Jesús" y "ángeles", los primeros ven templos y dioses hindúes con la misma frecuencia (p. 177). Aún más significativo, la profundidad del compromiso o la participación de los pacientes en la religión parece no tener ningún efecto en su capacidad para tener visiones de otro mundo; "los pacientes profundamente involucrados no veían jardines, puertas ni el cielo con mayor frecuencia que aquellos con una participación menor o nula" (p. 173). De hecho, un miembro del Partido Comunista Indio, ateo y materialista, fue transportado mientras agonizaba a "un lugar hermoso, fuera de este mundo... Escuchó música y también algunos cantos de fondo. Cuando reconoció que estaba vivo, lamentó tener que dejar ese hermoso lugar" (p. 179). Una persona intentó suicidarse y, mientras moría, dijo: «Estoy en el cielo. Hay tantas casas a mi alrededor, tantas calles con grandes árboles que dan dulces frutos y pequeños pájaros cantando en los árboles» (p. 178). La mayoría de quienes tienen estas experiencias sienten una gran alegría, paz, serenidad y aceptación de la muerte; pocos desean volver a esta vida (p. 182).
Por lo tanto, es evidente que debemos ser extremadamente cautelosos al
interpretar las visiones del cielo que tienen las personas moribundas y
fallecidas. Al igual que antes, al hablar del encuentro con otros en el
capítulo 2, ahora también debemos distinguir claramente entre las visiones
genuinas del otro mundo, otorgadas por la Gracia, y una experiencia meramente
natural que, aunque pueda estar fuera de los límites normales de la experiencia
humana, no es en absoluto espiritual y no nos dice nada sobre la realidad real
del cielo o del infierno de la auténtica enseñanza cristiana. La parte más
importante de nuestra investigación sobre las experiencias de la muerte y el
desenlace de la muerte se encuentra ahora ante nosotros: medirlas y juzgarlas
con la vara de medir de la auténtica enseñanza cristiana y la experiencia de la
vida después de la muerte, y definir su significado y relevancia para nuestros
tiempos. Sin embargo, ya es posible aquí ofrecer una evaluación preliminar de
la experiencia del cielo, tan comúnmente reportada hoy en día: la mayoría,
quizás incluso todas, de estas experiencias tienen poco en común con la visión
cristiana del cielo. Estas visiones no son espirituales, sino mundanas. Son tan
rápidas, tan fáciles de alcanzar, tan comunes, tan terrenales en sus imágenes,
que no cabe una comparación seria con las verdaderas visiones cristianas del
cielo del pasado (algunas de las cuales se describirán más adelante). Incluso
lo más "espiritual" de algunas de ellas —la sensación de la
"presencia" de Cristo— convence más de la inmadurez espiritual de
quienes la experimentan que de cualquier otra cosa. En lugar de producir el
profundo asombro, temor de Dios y arrepentimiento que la auténtica experiencia
de la presencia de Dios ha evocado en los santos cristianos (de la cual la
experiencia de San Pablo en el camino a Damasco puede tomarse como modelo
—Hechos 9:3-9—), las experiencias actuales producen algo mucho más parecido al "consuelo"
y la "paz" de los movimientos espiritistas y pentecostales modernos.
Sin embargo, no cabe duda de que estas experiencias son extraordinarias; Muchas
de ellas no pueden reducirse a meras alucinaciones, y parecen ocurrir fuera de
los límites de la vida terrenal tal como se entiende generalmente, en un reino
situado entre la vida y la muerte, por así decirlo.
¿Qué es este reino? Esta es la pregunta que abordaremos ahora. Para
responderla, examinaremos primero el testimonio cristiano auténtico y luego —como
hacen el Dr. Moody y muchos otros escritores sobre este tema— los escritos de
ocultistas modernos y otros que afirman haber transitado por este reino. Esta
última fuente, si se entiende correctamente, proporciona una sorprendente
corroboración de la verdad cristiana.
Para empezar, pues, preguntémonos: ¿cuál es el reino, según la enseñanza
cristiana, al que el alma entra primero después de la muerte?
CAPITULO 5
El mundo aéreo de los espíritus
Comprender la naturaleza del mundo al que entra el alma después de la muerte requiere estudiar el tema dentro del contexto general de la naturaleza humana. Necesitamos saber cuál era la naturaleza del hombre antes de su caída, los cambios que sufrió después de la caída y finalmente capacidades que tiene el hombre para comunicarse con los seres espirituales.
Quizás el análisis más conciso de la enseñanza ortodoxa sobre estos temas
esté contenido en el mismo volumen de obras del obispo Ignatius Bryantsianinov,
del que ya hemos citado pasajes sobre la enseñanza ortodoxa sobre los ángeles.
El obispo Ignacio dedicó un capítulo de este volumen al tema de la percepción
de los espíritus a través de los sentidos corporales, es decir, de las
apariciones angelicales y demoníacas a los hombres. A continuación, citaremos
extractos de este capítulo en particular, que expresa las enseñanzas de los
padres ortodoxos, tal como las transmite con seriedad y precisión uno de los
grandes padres ortodoxos de la era moderna
1. La naturaleza original del hombre
"Antes de la caída del hombre, su cuerpo era inmortal, ajeno a toda enfermedad, ajeno a su actual lentitud y tosquedad, ajeno a las afecciones pecaminosas y carnales que ahora considera naturalmente inherentes a él. Sus sentidos eran incomparablemente más refinados y operaban con total libertad y en un rango infinitamente más amplio. Vestido con tal cuerpo, con tales órganos sensoriales, el hombre era capaz de percibir a través de sus sentidos a los espíritus a cuyo orden pertenecía en cuanto a su alma. Podía entrar en comunión con Dios, lo cual es natural para los espíritus santos. El cuerpo santo del hombre no era un obstáculo ni lo separaba del mundo de los espíritus. Al hombre, revestido de un cuerpo, se le permitió habitar en el cielo, en el que ahora sólo pueden permanecer los santos, y sólo con sus almas, y al que ascenderán los cuerpos de los santos después de la resurrección. Entonces estos cuerpos dejarán en la tumba la tosquedad que asumieron después de la caída y se convertirán en cuerpos espirituales, incluso espíritus, según la expresión de san Macario el Grande, y manifestarán aquellas cualidades que les fueron dadas en su creación.2
2 Sin embargo, existe una sutil distinción entre el cuerpo del hombre en el paraíso antes de su caída y su cuerpo en el cielo después de la resurrección. Véase la Homilía 45, cap. 5, de San Simeón el Nuevo Teólogo, en La Palabra Ortodoxa, n.º 76, y El Pecado de Adán, St. Herman Monastery Press, 1979. (Nota del editor)
Entonces los hombres volverán a entrar en la orden de los espíritus santos y estarán en abierta comunión con ellos. Un ejemplo del cuerpo, que es cuerpo y espíritu al mismo tiempo, es el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo después de Su resurrección."
2. La caída del hombre
Con la caída, tanto el alma como el cuerpo del hombre cambiaron. En el sentido
exacto la caída fue para el alma y también para el cuerpo, una muerte. Lo que
vemos y llamamos muerte es, en esencia, sólo la separación del alma del cuerpo,
los cuales, alma y cuerpo, ya habían sido condenados por la caída. Las
debilidades de nuestro cuerpo, el efecto negativo que ejercen sobre él diversas
sustancias del mundo material, su tosquedad, son consecuencias de la caída. A
causa de la caída, el cuerpo del hombre entró en el mismo orden o rango al que
pertenecen los cuerpos de los animales. Su vida fue comparada con la vida de
los animales irracionales, la vida de su naturaleza caída. El cuerpo post-caída
es tumba y prisión del alma.
Aunque las expresiones que hemos usado son fuertes, no expresan adecuadamente
la caída de nuestro cuerpo desde la altura del estado espiritual al carnal. El
hombre debe purificarse mediante diligente penitencia, debe sentir al menos en
cierta medida la libertad y la altura del estado espiritual, para poder
comprender la deplorable situación en que se encuentra su cuerpo, su estado de muerte
por causa de su alejamiento de Dios.
En este estado, a causa de su extremo espesor y tosquedad, los sentidos físicos
no pueden comunicarse con los espíritus, no los ven, no los oyen, no los
perciben. Por lo tanto, "el hacha de doble filo", desafilada ya, ya
no se puede utilizar según su finalidad. Los espíritus santos evitan la
compañía de hombres que no la merecen, mientras que los espíritus caídos que
nos han arrastrado a su caída están entre nosotros y, para tenernos más
fácilmente cautivos, se esfuerzan por lograr pasar desapercibidos, tanto ellos
mismos como las cadenas con las que nos sujetan. Y si alguna vez se revelan, lo
hacen para fortalecer aún más su dominio sobre nosotros.
"Todos nosotros, que estamos esclavizados por el pecado, debemos entender que la comunión con los santos ángeles es antinatural para nosotros debido a nuestro alejamiento de ellos por la caída; que lo que nos es natural, por la misma razón, es la comunión con los espíritus caídos, al rango de los cuales pertenecemos en el alma; que los espíritus que se aparecen sensiblemente a los hombres que están en un estado de pecaminosidad y caída, son demonios y no en absoluto ángeles santos. 'Un alma impura,' dijo san Isaac el Sirio, 'no entra en el reino puro y no se une a los espíritus santos' (Homilía 74). Los ángeles santos solo se aparecen a los hombres santos que han restaurado la comunión con Dios y con ellos mediante una vida santa." 3
3 Sin embargo, en casos excepcionales, por algún propósito especial de Dios, los santos ángeles se aparecen a hombres pecadores e incluso a animales, como señala el obispo Ignacio más adelante. (Nota del editor)
3. Contacto con los espíritus caídos
Aunque los demonios, cuando se aparecen a los hombres, suelen adoptar la apariencia de ángeles brillantes para poder engañarlos más fácilmente, aunque también a veces se esfuerzan en convencerles de que son almas humanas y no demonios, esta forma de engaño en nuestros días está muy de moda entre los demonios, debido a la peculiar disposición de los hombres de hoy a creer tales cosas; aunque a veces predizcan el futuro, aunque revelen misterios incluso cuando suceden, el hombre de ninguna manera debe confiar en ellos. Los demonios confunden la verdad con la mentira, a veces utilizando la verdad sólo para lograr un engaño más conveniente. Como dice el apóstol Pablo: “14 Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. 15 Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras." (2 Cor. 11, 14-15 ) (Bishop Ignatius, Collected Works, vol. III, pp., pp. 7-9).
Una regla
general para todos los hombres es no confiar por ningún motivo en los espíritus
cuando se presentan en forma perceptible (por los sentidos), no entablar
conversación con ellos, no prestarles atención alguna, reconocer su aparición
como una tentación muy grande y muy peligrosa. Mientras duren estas
apariencias, el hombre debe dirigir su mente y su corazón a Dios con una
oración en la que le pedirá que tenga misericordia de él y lo libre de la tentación.
El deseo de ver espíritus, la curiosidad por aprender todo sobre ellos y de
ellos, es un signo de estupidez y vanagloria suprema, así como de total
ignorancia de las santas tradiciones de la Iglesia Católica y Apostólica
Ortodoxa en materia de vida moral y espiritual. El conocimiento de los
espíritus se adquiere de manera muy diferente de lo que supone el
experimentador inexperto e imprudente. Para los inexpertos, la comunión abierta
con los espíritus es la mayor calamidad, o se convierte en la causa de las
mayores calamidades.
El escritor
divinamente inspirado del libro del Génesis dicen que después de la caída de
las primeras criaturas, Dios, declarando su sentencia antes de desterrarlos del
Paraíso, hizo (Señor Dios) para Adán y su mujer una vestiduras de piel y los
vistió. (Génesis 3:21). Las vestiduras de piel, según la explicación de los
santos padres, significan nuestra carne áspera que sufrió esta alteración
durante la caída, perdió su delicadeza y su naturaleza espiritual y asumió su
espesor actual. Aunque su causa original fue la caída, esta alteración tuvo
lugar bajo la influencia del Creador Todopoderoso, en Su indescriptible
misericordia para con nosotros y para nuestro mayor beneficio. Entre las otras
consecuencias que nos benefician y que se derivan del estado actual de nuestro
cuerpo, debemos señalar esta: por la tosquedad de nuestro cuerpo nos hemos vuelto
incapaces de percibir con nuestros sentidos aquellos espíritus, en cuyo mundo
hemos descendido despues de la caída…
La sabiduría y la bondad de Dios colocaron una barrera entre los hombres, que
cayeron a la tierra desde el paraíso, y los espíritus que cayeron a la tierra
desde el cielo, siendo esta barrera la áspera materialidad del cuerpo humano.
De manera similar, los gobernantes terrenales castigan a los malhechores de la
sociedad humana encerrándolos detrás del muro de una prisión para que no dañen
a la sociedad al actuar según sus propios deseos y corrompan a otras personas.
Los espíritus caídos actúan sobre las personas, transmitiéndoles pensamientos y
sentimientos pecaminosos, pero pocas personas logran tener una percepción
tangible de los espíritus.
El alma, revestida de un cuerpo, aislada y separada por él del mundo de los
espíritus, se ejercita gradualmente mediante el estudio de la ley de Dios, es
decir, mediante el estudio del cristianismo, y adquiere la capacidad de
distinguir el bien del mal (v. Hebreos 5:14). Entonces se le concede la
percepción de los espíritus por los ojos espirituales, y, si esto está de
acuerdo con los propósitos de Dios que la guía, también se le concede la
percepción de los espíritus por los ojos físicos, ya que ahora el alma está en
menor peligro de engaño, mientras que la experiencia y el conocimiento que ha
adquirido lo fortalecen.
Cuando el alma se separa del cuerpo mediante la muerte visible, volvemos a
entrar en el orden y la comunión de los espíritus. Es evidente que para una
entrada exitosa al mundo de los espíritus es absolutamente necesario
entrenarnos a tiempo en la ley de Dios, y que precisamente para completar esta
formación se nos da un período de tiempo determinado, fijado por Dios para cada
persona en su peregrinación por la tierra. Esta peregrinación se llama vida
terrenal.
4. La apertura
de los sentidos
El hombre
se vuelve capaz de ver espíritus en virtud de cierta alteración de los
sentidos, que se efectúa de una manera que él no puede observar ni explicar. Lo
único que nota sobre sí mismo es que de repente comienza a ver cosas que él no
veía antes y que los demás no ven, así como a escuchar cosas que él no había
escuchado antes. Para quien experimenta personalmente tal alteración de los
sentidos, es una experiencia muy simple y natural, aunque inexplicable para él
y para los demás; para quien no la ha experimentado, resulta extraña e
incomprensible. Con el sueño ocurre algo parecido: todos sabemos que el hombre
es capaz de conciliar el sueño, pero sigue siendo un misterio para nosotros qué
tipo de fenómeno es el sueño y de qué manera pasamos, sin darnos cuenta, de un
estado de vigilia a un estado del sueño y olvido de sí mismo y pérdida del
conocimiento, esto sigue siendo un misterio para nosotros.
La alteración de los sentidos por la cual el hombre entra en comunión con
los seres del mundo invisible a través de sus sentidos se llama en la Santa
Biblia apertura de los sentidos. Como leemos en el Antiguo Testamento:
"Dios abrió los ojos de Balaam, y vio al ángel del Señor parado en el
camino y una espada desenvainada en su mano". Pero también el profeta
Eliseo, rodeado de enemigos, para calmar a su siervo asustado oró (Eliseo) y
dijo: "Señor, abre los ojos del niño y déjale ver, y el Señor abrió sus
ojos y vio: y he aquí el monte repleto de caballos, y un carro de fuego
rodeando a Eliseo" (4 Reyes 6, 17). (Ver tb. Lc. 24, 31)
De los pasajes de la Santa Biblia que citamos queda claro que los órganos del
cuerpo funcionan como puertas y portones que conducen a la cámara interior
donde reside el alma, y que se abren y cierran por orden
de Dios. En suprema sabiduría y misericordia, estas puertas permanecen
permanentemente cerradas para los hombres caídos, para que nuestros enemigos
juramentados, los espíritus caídos, no se abalancen violentamente sobre
nosotros y nos conduzcan a la perdición. Esta medida es mucho más necesaria ya
que, después de la caída, estamos en el mundo de los espíritus caídos, rodeados
de ellos, esclavizados por ellos. Al no poder invadir nuestro interior, los
espíritus caídos hacen conocer su presencia desde fuera, provocando diversos
pensamientos e imaginaciones pecaminosas, mediante las cuales tientan al alma
crédula a entrar en comunión con ellos. No le está permitido a un hombre sustraerse de la supervisión de Dios y por sus propios medios (por permiso de Dios pero no por Su voluntad) abrir sus propios sentidos y
entrar en comunión visible con los espíritus. Pero sucede. Es evidente que por sus propios medios el hombre sólo puede
alcanzar la comunión con los espíritus caídos. No es propio de los santos
ángeles participar en algo que no es conforme a la voluntad de Dios, en algo
que no le agrade...
¿Qué es lo que atrae a la gente a entrar en comunión abierta con los espíritus?
Los que son volubles e ignorantes de la vida en Cristo se sienten atraídos por
la curiosidad, por la ignorancia, por la incredulidad, sin comprender que al
hacerlo pueden causarse a sí mismos el mayor daño.
La idea de que hay algo particularmente importante en la percepción sensorial
de los espíritus es errónea. Sin percepción espiritual, los sentidos no
proporcionan una comprensión correcta, sino sólo superficial, de los espíritus.
Puede muy fácilmente hacer que la gente conciba las cosas de la manera más
equivocada y, de hecho, esto les sucede a menudo a los inexpertos y a los
infectados por el egoísmo y la vanidad. La percepción espiritual de los
espíritus sólo la alcanzan los verdaderos cristianos, mientras que los hombres
que llevan vidas más depravadas no poseen la capacidad de percepción de los
espíritus... Pocos hombres tienen tal facultad por naturaleza, 4 y a otros, también pocos, se les
aparecen los espíritus debido a alguna ocasión especial en su vida.
4 Es decir, por un talento mediúmnico que puede heredarse (Nota del editor).
En los dos últimos casos el hombre no es responsable, pero debe hacer todo
lo posible para escapar de esta situación tan peligrosa. En nuestros tiempos
muchas personas se permiten entrar en comunión con los espíritus caídos a
través de fenómenos magnéticos (fenómenos espirituales), en los que los
espíritus malignos suelen aparecer en forma de ángeles luminosos y engañan
contando diversas historias interesantes, mezclando la verdad con la mentira.
Siempre causan una perturbación extrema en el alma, incluso en el intelecto
(p.19)
Aquellos que ven espíritus, incluso santos ángeles, con sensatez, no deben
formarse una gran idea de sí mismos, ya que la percepción a través de los ojos
corporales por sí sola no es testimonio de la calidad superior de tales
hombres, ya que no sólo los hombres corruptos poseen tal habilidad, sino
también los animales irracionales. Leemos al respecto en el Antiguo Testamento:
"Y el asna vio al ángel de Jehová, que estaba en el camino con su espada
desnuda en su mano; y se apartó el asna del camino, e iba por el campo.
Entonces azotó Balaam al asna para hacerla volver al camino." (Números
22,23)" (p.21)
5. El peligro
del contacto con espíritus
La percepción de los espíritus con los ojos físicos siempre causa mal, a veces menor
y a veces mayor, a quienes no poseen su percepción espiritual. Aquí en la
tierra las imágenes verdaderas de la verdad se mezclan con las falsas (san
Isaac el Sirio, Homilía 2), como en un lugar donde el mal se mezcla con el
bien, tal lugar es el lugar de exilio de los ángeles caídos y de los hombres
caídos" (p.23)
Cualquiera que perciba espíritus con sus sentidos puede ser fácilmente
engañado, lo que le perjudicará y le llevará a la perdición. Si en el momento
de percibir a los espíritus muestra confianza o credulidad hacia ellos, es
seguro que será engañado, es seguro que será atraído, infaliblemente será
sellado con el sello del engaño, incomprensible para los no iniciados, el sello
de una terrible herida en su espíritu, y además, muchas veces se pierde la
posibilidad de corrección y salvación. Esto le ha sucedido a demasiada gente.
No sólo les ha sucedido a los paganos, cuyos sacerdotes estaban en su mayor
parte en contacto abierto con los demonios, no sólo a muchos cristianos que
desconocen los misterios del cristianismo y por diversas circunstancias han
entrado en comunión con los espíritus, sino que les ha sucedido a muchos
luchadores y a monjes que tenían una percepción sensible de los espíritus sin
haber adquirido una percepción espiritual de ellos.
La entrada adecuada y legal al mundo de los espíritus se logra únicamente
mediante la enseñanza y la vida cristianas. Todas las demás formas son
ilegítimas y deben ser rechazadas como inútiles y destructivas. Es Dios mismo
quien conduce al verdadero luchador de Cristo a la percepción de los espíritus.
Cuando Dios guía, los fantasmas de la verdad, que se envuelven en la falsedad,
se separan de la verdad misma; entonces, el luchador recibe, en primer lugar,
la percepción espiritual de los espíritus, revelándole detallada y precisamente
sus cualidades. Solo después de esto, a ciertos ascetas se les concede la
percepción sensorial de los espíritus, con la cual se completa el conocimiento
de ellos, alcanzado mediante la percepción espiritual. (p. 24)
6. Algunos consejos prácticos
El obispo Ignacio toma del discurso sobre san Antonio, en la Vida de San
Atanasio sobre él, (ya mencionada como fuente principal de nuestro conocimiento
sobre la actividad de los demonios), consejos prácticos para cristianos que
luchan contra la enfermedad sobre cómo comportarse ante las percepciones
sensoriales de los espíritus si llegaran a ocurrir. Esto es de gran valor para
quienes desean llevar una verdadera vida espiritual cristiana en nuestros días,
cuando (por razones que intentaremos explicar más adelante) la percepción
sensorial de los espíritus se ha vuelto mucho más común que antes. San Antonio
enseña:
“Debes saber lo siguiente para tu protección. Cuando se presente cualquier
tipo de visión, no te asustes, pero sea cual sea, pregúntale con valentía ante
todo: ‘¿Quién eres y de dónde vienes?’. Si se trata de una manifestación de los
santos, te calmarán y convertirán tu miedo en alegría. Pero si se trata de una
aparición demoníaca, al encontrar firmeza en tu alma, flaqueará de inmediato,
porque la pregunta es señal de un alma valiente. Al hacer tal pregunta, Josué,
hijo de Nun, se convenció de la verdad (Josué 5:13), y el enemigo no se ocultó
de Daniel (Daniel 10:20)” (Obispo Ignacio, págs. 43-44; Vida de San Antonio,
edición inglesa de Libros Ortodoxos Orientales, pág. 29). Tras relatar cómo
incluso San Simeón el Estilita estuvo a punto de ser engañado por un demonio
que se le apareció en forma de ángel en un carro de fuego (Vidas de los Santos,
1 de septiembre), el obispo Ignacio advierte a los cristianos ortodoxos de hoy:
“Si los santos han estado en tal peligro de ser engañados por espíritus
malignos, este peligro es aún más terrible para nosotros. Si los santos no
siempre han reconocido a los demonios que se les aparecieron en forma de santos
y de Cristo mismo, ¿cómo podemos pensar que los reconoceremos sin error? El
único medio de salvación de estos espíritus es
negarnos rotundamente a percibirlos y a comunicarnos con ellos, reconociéndonos
incapaces de tal percepción y comunicación.
“Los santos instructores de la lucha cristiana... ordenan a los piadosos
luchadores
que no confíen en ninguna imagen o visión si se les aparece de repente, que no
entablen conversación con ellos, que no les presten atención. Ellos ordenan que
durante tales apariciones uno debe protegerse con la señal de la cruz, cerrar
los ojos y, con firme conciencia de su indignidad e incapacidad para ver
espíritus santos, suplicar a Dios que nos proteja de todas las redes y engaños
que astutamente tienden a los hombres los espíritus de malicia” (págs. 45-46).
Además, el obispo Ignacio cita a San Gregorio Sinaíta: “De ninguna manera
aceptes si ves algo sensualmente o con la mente, dentro o fuera de ti, ya sea
una imagen de Cristo, un ángel o algún santo, o si una luz es imaginada o
representada por la imaginación en la mente. Porque por naturaleza es
característico de la mente misma entregarse a fantasías, y fácilmente forma las
imágenes que desea; esto es habitual en quienes no se prestan estricta atención
a sí mismos, y con esto se perjudican” (págs. 47-49).
Conclusión
En conclusión, el obispo Ignacio enseña: "La única entrada correcta en el
mundo de los espíritus es la vida y la enseñanza cristianas. La única entrada
correcta a la percepción sensible de los espíritus es el progreso y la
perfección cristianas.
Cuando llegue el momento determinado por el uno y único Dios, que sólo Él
conoce, es seguro que nosotros también entraremos en el mundo de los espíritus.
¡Esta hora no está lejos de cada uno de nosotros! Que Dios todo-bondadoso nos
permita vivir nuestra vida terrenal de tal manera que durante ella podamos
romper la comunicación con los espíritus caídos y entrar en comunicación con
los espíritus santos para que, habiendo desechado el cuerpo, podamos ocuparnos
de los santos y no de los espíritus caídos".
Esta enseñanza del obispo Ignatius Bryantsianinov, escrita hace más de un
siglo, bien podría haberse escrito hoy, ya que describe con tanta precisión las
tentaciones espirituales de la era moderna, en la que "las puertas de la
percepción" - para usar una frase popular de un experimentador en este
campo, Aldous Huxley- se han abierto a las personas en un grado inimaginable en
tiempos del obispo Ignacio.
Estas palabras apenas necesitan comentario. Es posible que el lector
perspicaz ya haya comenzado a interpretar las experiencias "después de la
muerte" que describimos en nuestro libro sobre esta base y, por lo tanto,
haya comenzado a darse cuenta del terrible peligro que tales experiencias implican
para el alma humana. Cualquiera que esté bien familiarizado con la enseñanza
ortodoxa relevante no puede evitar sorprenderse y horrorizarse ante la
facilidad con la que los "cristianos" de hoy confían en las visiones
y apariciones, que últimamente son tan comunes. La razón de esta credulidad es
clara: el papismoy el protestantismo, separados durante siglos de
la enseñanza y la práctica ortodoxa de la vida espiritual, han perdido toda
capacidad de distinguir claramente el mundo de los espíritus. La cualidad
cristiana absolutamente esencial de la desconfianza hacia las
"buenas" ideas y los "buenos" sentimientos se ha vuelto
completamente extraña para ellos. Así, las experiencias
"espirituales" y las apariciones de espíritus son quizás más frecuentes
hoy que en cualquier otro período de la era cristiana, y una humanidad crédula
está dispuesta y es capaz de aceptar la teoría de una "nueva era" de
milagros espirituales o de un "nuevo derramamiento del Espíritu
Santo, para explicar este hecho. La humanidad ha caído en tal depravación
espiritual que se imagina "cristiana" incluso mientras se prepara
para la era de los "milagros" demoníacos, que son una señal del fin
de los tiempos: "...pues son espíritus de demonios,
que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para
reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso" (Apoc.
16,14).
Debemos agregar que los propios cristianos ortodoxos, aunque teóricamente
poseen la verdadera enseñanza cristiana, rara vez son conscientes de ella y, a
menudo, son tan fácilmente engañados como los no ortodoxos. ¡Es hora de que
esta enseñanza recupere su lugar con la acción de quienes la han heredado!
Resulta que quienes hoy describen sus experiencias "después de la
muerte" son tan crédulos como cualquiera que se haya engañado en el
pasado; en todos los textos modernos relevantes hay muy pocos casos en los que
una persona se cuestione seriamente si al menos una parte de la experiencia es
posiblemente del diablo. El lector ortodoxo encontrará, por supuesto, hará esta
pregunta, e intentará comprender las experiencias del "más allá" a la
luz de las enseñanzas espirituales de los santos padres de la Iglesia Ortodoxa
y de los santos ortodoxos.
Llegados a este punto debemos proceder y ver qué le sucede exactamente al alma, según la enseñanza ortodoxa, cuando, en el momento de la muerte, abandona el cuerpo y entra en el mundo de los espíritus.
CAPITULO 6
Los casas de
peaje del aire
El lugar en particular donde habitan los demonios en nuestro mundo caído y y el lugar donde las almas de los hombres recién llegadas se encuentran con ellos, es el aire. El obispo Ignacio Bryantsianinov describe más detalladamente este ámbito, que debe quedar claramene comprendido y definido antes de que las experiencias actuales "después de la muerte" se vuelvan plenamente comprensibles.
El Logos de Dios y el Espíritu Santo que actúa junto con él nos revela, a
través de sus recipientes elegidos, que el espacio entre el cielo y la tierra,
toda la extensión azul de aire visible por nosotros bajo los cielos, sirve como morada de los ángeles caídos que han sido arrojados del cielo....
El santo apóstol Pablo llama a los ángeles caídos "los espíritus de maldad
bajo
los cielos" (Efesios 6:12), y su jefe "el príncipe de los poderes del
aire"
(Efesios 2:2). Los ángeles caídos están dispersos en multitud por toda la inmensidad
transparente que vemos sobre nosotros. No cesan de perturbar a todas las
sociedades humanas y a cada persona por separado. No hay ninguna mala acción, no hay ningún delito del que no sean instigadores y partícipes y se inclinan eainstruir a los hombres hacia el pecado por todos los medios posibles. Vuestro
adversario el diablo, dice el santo apóstol Pedro, anda como león rugiente,
buscando a quién Él puede devorar (1 Pedro 5:8), tanto durante nuestra vida
terrena como después de la separación del alma del cuerpo. Cuando el alma de un
cristiano, al dejar su morada terrestre, comienza a esforzarse a través de los espacios
aéreos hacia la patria en lo alto, los demonios la detienen, se esfuerzan por
encontrar en ella un parentesco con ellos mismos, su pecaminosidad, su caída, y
arrastrarla al infierno "preparado para el diablo y sus ángeles"
(Mateo 25:41). Actúan así por derecho que han adquirido". (Bishop Ignatius, Collected Works, vol. III, pp. 132-33).
Después de la caída de Adán, continúa el obispo Ignacio, cuando el paraíso
fue
cerrado al hombre y un querubín con una espada encendida fue puesto para
custodiarlo (Gén.3:24), el jefe de los ángeles caídos, satanás, junto con las
hordas de espíritus sujetas a él, “se encontraba en el camino de la tierra al
paraíso, y desde entonces, hasta los sufrimientos salvadores y la muerte
vivificante de Cristo, no permitió que pasase por ese camino ni una sola alma
humana al separarse del cuerpo. Las puertas del cielo fueron cerradas a los
hombres para siempre. Tanto los justos como los pecadores descendían al
infierno (después de la muerte). Las puertas eternas y el camino intransitable
fueron abiertos (solamente) por nuestro Señor Jesucristo" (págs. 134-35).
Después de nuestra redención por Jesucristo, “todos los que han rechazado
abiertamente al Redentor comprenden la herencia de satanás: sus almas, después
de la separación del cuerpo, descienden directamente al infierno.
Pero los cristianos que se inclinan al pecado también son indignos de ser
inmediatamente trasladados de la vida terrena a la santa eternidad. La justicia
misma exige que estas inclinaciones al pecado, estas traiciones al Redentor
deben ser sopesadas y evaluadas. Se requiere un juicio y una distinción para
definir el grado de inclinación del alma cristiana al pecado, para definir
qué predomina en ella: la vida eterna o la muerte eterna. El juicio sin
hipocresía de Dios espera a cada alma cristiana después de su partida del cuerpo,
como dijo el santo apóstol Pablo: "Está establecido para los hombres que
mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Heb. 9:27).
"Para la prueba de las almas mientras pasan por los espacios del aire hay
Los poderes oscuros han establecido lugares de juicio separados y guardias en
orden notable. En las capas del subsuelo, desde la tierra hasta el cielo mismo,
de pie, custodiando legiones de espíritus caídos.
Cada división se encarga de una forma especial de pecado y pone a prueba el alma cuando esta llega a ella. Los guardianes demoníacos aéreos y los lugares de juicio se denominan en los escritos patrísticos "casas de peaje"*, y los espíritus que sirven en ellas se denominan "recaudadores de impuestos"* (vol. III, pág. 136).
* Traducido del inglés, "toll-houses" y "tax-collectors", respectivamente.
6.1. Cómo
entender las casas de peaje
Quizás ninguna visión de la escatología ortodoxa haya sido tan mal entendida
como la relacionada con el fenómeno de las casas de peaje aéreas. Muchos
graduados de las escuelas ortodoxas modernas de hoy tienden a rechazar en
general todo el fenómeno como una especie de "adición posterior" a la
enseñanza ortodoxa, o como una especie de mundo de "fantasía" no
basado en los textos de las Escrituras ni de los Padres ni en la realidad
espiritual. Estos estudiantes son víctimas de una educación racionalista, que
carece de una comprensión refinada de los diferentes niveles de la realidad que
a menudo se describen en los textos ortodoxos, pero también de los diferentes niveles
conceptuales que a menudo se encuentran en los textos de las Escrituras o de
los Padres. El excesivo énfasis puesto por la educación racionalista moderna en
el significado literal de los textos así como en una comprensión
"realista" o "secular" de los acontecimientos descritos en
la Santa Biblia y en las vidas de los santos terminan eclipsando o haciendo
desaparecer por completo el significados espirituales y las experiencias
espirituales que a menudo son primarias en las fuentes ortodoxas. Por esta razón,
el obispo Ignacio, que fue por un lado un intelectual moderno
"perspicaz" y por otro un hijo genuino y humilde de la Iglesia, puede
ser el puente apropiado a través del cual los intelectuales ortodoxos de hoy
puedan encontrar el camino de regreso a la verdadera tradición de la Ortodoxia.
Antes de
presentar con más detalle las enseñanzas del obispo Ignacio sobre los espíritus
recaudadores de impuestos del aire, vale la pena señalar las reservas
formuladas por dos pensadores ortodoxos, uno moderno y otro antiguo, para quienes
proceden a explorar la realidad sobrenatural.
En el siglo
XIX, el Metropolitano Macario de Moscú, en su análisis del estado de las almas
después de la muerte, escribe: «Hay que tener en cuenta que, así como en
general, en las representaciones de los objetos del mundo espiritual para
nosotros, que estamos revestidos de carne y hueso, ciertos rasgos más o menos
sensuales y antropomórficos son inevitables, así también, en particular, estos
rasgos están inevitablemente presentes en la enseñanza detallada de las casas
de peaje por las que pasa el alma humana tras la separación del cuerpo. Y, por
lo tanto, hay que recordar firmemente la instrucción que el ángel dio a san
Macario de Alejandría cuando apenas comenzaba a hablarle de las casetas de
peaje: "Acepta las cosas terrenales como la representación más débil de
las cosas celestiales". Hay que imaginar las casetas de peaje no en un
sentido tosco y sensual, sino —en la medida de lo posible— en un sentido
espiritual, y no apegarse a los detalles que, en los diversos escritores y
relatos de la propia Iglesia, son presentados de diversas maneras, aunque la
idea básica de las casas de peaje es la misma.”5.
5 Metropolitano Macario de Moscú, Teología Dogmática Ortodoxa (en ruso),
San Petersburgo, 1883, vol. 2, pág. 538
Algunos ejemplos concretos de tales detalles que no han de ser
interpretados de modo "sensible y burdo", están listados por san
Gregorio Magno en el "Libro IV de sus Diálogos" (Ver Libro IV), que,
como ya hemos visto, está especialmente dedicado al tema de la vida después de
la muerte.
Así, al
describir la visión después de la muerte de un tal Reparatus, quien vio a un
sacerdote pecador ardiendo en lo alto de una enorme pira funeraria, san
Gregorio señala: "La pira de leña que vio Reparato no significa que se
queme leña en el infierno. Su propósito, más bien, era darle una imagen vívida
de los fuegos del infierno, para que, al describirlos al pueblo, aprendieran a
temer el fuego eterno a través de su experiencia con el fuego natural"
(Diálogos, IV, 32, págs. 229-30).
De nuevo, después de que San Gregorio describiera cómo un hombre fue enviado de vuelta tras la muerte debido a un “error” —alguien con el mismo nombre fue quien en realidad fue llamado a la muerte (esto también ha ocurrido en las experiencias actuales de “después de la muerte”)—, san Gregorio añade: “Siempre que esto ocurre, una consideración cuidadosa revelará que no fue un error, sino una advertencia. En su infinita misericordia, el buen Dios permite que algunas almas regresen a sus cuerpos poco después de la muerte, para que la visión del infierno finalmente les enseñe a temer los castigos eternos en los que las palabras por sí solas no podrían hacerles creer” (Diálogos, IV, 37, p. 237). Y cuando una persona, en una visión después de la muerte, vio moradas de oro en el paraíso, san Gregorio comenta: «Seguramente, nadie con sentido común tomará la frase literalmente... Dado que la recompensa de la gloria eterna se obtiene con la generosidad en la limosna, parece muy posible construir una morada eterna con oro» (Diálogos, IV, 37, p. 241).
Volvamos ahora a la enseñanza ortodoxa sobre las casas de peaje del obispo Ignacio:
6.2.
Testimonios de los Padres sobre las casas de peaje
“La enseñanza de las casas de peaje es la enseñanza de la Iglesia. No hay
duda alguna (énfasis en el original) de que el santo apóstol Pablo habla de
ellos cuando declara que los cristianos deben luchar contra los espíritus de
maldad bajo los cielos" (Ef. 6:12). Encontramos esta enseñanza en la más
antigua tradición de la Iglesia y en las oraciones de la Iglesia” (vol. III, p.
138).
El obispo Ignacio cita a muchos santos padres que enseñan sobre las casas de
peaje.
Aquí citaremos sólo algunos.
San Atanasio el Grande, en su famosa "Vida de San Antonio el Grande",
describe cómo una vez san Antonio, “al acercarse la hora novena, comenzando a
orar antes de comer, de repente fue tomado por el Espíritu y levantado por los
ángeles a las alturas. Los demonios aéreos se opusieron a su avance; los
ángeles, disputando con ellos, pidieron que expusiesen las razones de su
oposición, porque Antonio no tenía ningún pecado. Los demonios se esforzaron
por exponer los pecados cometidos por él desde su mismo nacimiento, pero los
angeles
cerraron la boca a los calumniadores, diciéndoles que no debían contar los
pecados de su nacimiento que ya habían sido borrados por la gracia de Cristo.
Pero que presentasen, si los tuviesen, los pecados que cometió después de que
entró en el monaquismo y se dedicó a Dios. En su acusación, los demonios
dijeron muchas mentiras descaradas; pero como faltaban pruebas para sus
calumnias, se abrió un camino libre para Antonio. Inmediatamente volvió en sí y
vio que estaba parado en el mismo lugar donde se había puesto para la oración.
Olvidándose de la comida, pasó toda la noche llorando y con gemidos,
reflexionando sobre la multitud de enemigos del hombre, sobre la batalla contra
tal ejército, sobre la dificultad del camino al cielo a través del aire, y
sobre las palabras del Apóstol, quien dijo que nuestra lucha no es contra carne
y sangre, sino contra los principados y potestades de este aire (Ef. 6:12; Ef.
2:2). El Apóstol, sabiendo que las potencias aéreas sólo buscan una cosa, que
se preocupan por ello con todo fervor y que se esfuerzan por privarnos de un
libre paso al cielo, nos exhorta: "Por tanto, tomad toda la armadura de
Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar
firmes" (Ef. 6:13), "de modo que el adversario se avergüence, y no
tenga nada malo que decir de vosotros" (Tito 2:8) *6.
6 Obispo Ignacio, vol. III, págs. 138-139; Vida de San Antonio, Libros Ortodoxos Orientales, ed., pág. 41.
San Juan Crisóstomo, al describir la hora de la muerte, enseña: "Entonces necesitaremos muchas oraciones, muchos ayudantes, muchas buenas obras, una gran intercesión de los ángeles en el viaje a través de los espacios del aire. Si al viajar en un país extranjero o en una ciudad extraña necesitamos un guía, ¡cuánto más necesarios son para nosotros los guías y ayudantes que nos conduzcan más allá de las dignidades invisibles, poderes y gobernantes del mundo de este aire, que son llamados perseguidores y publicanos y recaudadores de impuestos!" *7.
7 Homilía sobre la Paciencia y la Gratitud, designada para ser leída en los servicios religiosos ortodoxos del séptimo sábado de Pascua y en los funerales.
San Macario el Grande escribe: "Cuando escuches que hay ríos de dragones, y bocas de leones, y los poderes oscuros bajo los cielos, y fuego que arde y crepita en los miembros, no piensas nada de ello, sin saber que, a menos que recibas las arras del Espíritu Santo (II Cor. 1:22), ellos retendrán tu alma cuando se aparte del cuerpo, y no te permitirán ascender al cielo." 8
8 Cincuenta Homilías Espirituales, 16:13; traducción de A.J. Mason, Libros Ortodoxos Orientales, Willits, Ca., 1974, pág. 141
San Isaías el Recluso, un Padre de la Filocalia del siglo VI, enseña que los cristianos deben "tener diariamente la muerte ante nuestros ojos y cuidar cómo llevar a cabo la salida del cuerpo y cómo pasar por los poderes de las tinieblas que nos encontrarán en el aire" (Homilía 5:22). "Cuando el alma deja el cuerpo, los ángeles la acompañan; los poderes oscuros salen a su encuentro, deseando detenerla y probándola para ver si encuentran algo suyo en ella" (Homilía 17).
De nuevo, san Hesiquio, Presbítero de Jerusalén (siglo V), enseña: "La hora de la muerte nos encontrará, vendrá, y será imposible escapar de ella. ¡Oh, si tan solo el príncipe del mundo y del aire que entonces nos encontrará pudiera hallar nuestras iniquidades como nada y sin importancia y no pudiera acusarnos justamente!" (Homilía sobre la Sobriedad en la Filocalia).
San Gregorio Magno (llamado "Dialogo" o "el Dialogista") († 604), en sus Homilías sobre el Evangelio, escribe: "Uno debe reflexionar profundamente sobre cuán espantosa será la hora de la muerte para nosotros, qué terror experimentará el alma entonces, qué recuerdo de todos los males, qué olvido de la felicidad pasada, qué miedo, y qué aprensión del Juez. Entonces los espíritus malignos buscarán en el alma moribunda sus hechos; luego presentarán ante su vista los pecados hacia los que la habían dispuesto, para llevar a su cómplice al tormento. Pero, ¿por qué hablamos solo del alma pecadora, cuando incluso entre los elegidos entre los moribundos vienen y buscan lo suyo en ellos, si han tenido éxito con ellos? Entre los hombres solo hubo Uno que antes de su sufrimiento dijo sin temor: En adelante no hablaré mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo, y no tiene nada en mí (Juan 14:30)" (Homilías sobre los Evangelios, 39, sobre Lucas 19:42-47; Obispo Ignacio, III, p. 278).
San Efrén el Sirio (†373) describe así la hora de la muerte y el juicio en las
casas de peaje: "Cuando vienen los ejércitos temibles, cuando los
tomadores divinos ordenan que el alma sea trasladada del cuerpo, cuando nos
arrastran por la fuerza y nos llevan al lugar inevitable del juicio — entonces,
al verlos, el pobre hombre... se sacude como si fuera un terremoto, tiembla....
Los tomadores divinos, tomando el alma, ascienden en el aire donde están los
jefes, las autoridades y los gobernantes mundiales de los poderes opuestos.
Estos son nuestros acusadores, los temibles recaudadores de impuestos; la
encuentran en el camino, registran, examinan y cuentan los pecados y deudas de
este hombre — los pecados de juventud y vejez, voluntarios e involuntarios,
cometidos en acción, palabra y pensamiento. Grande es el miedo aquí, grande el
temblor del pobre alma, indescriptible la necesidad que sufre entonces de las
incalculables multitudes de sus enemigos que la rodean allí en miríadas,
difamándola para no permitirle ascender al cielo, habitar en la luz de los
vivos, entrar en la tierra de la vida. Pero los santos ángeles, tomando el alma,
la llevan." 9
9 San Efraín el Sirio, Obras completas (en ruso), Moscú, 1882, vol. 3, págs. 383-85.
Los servicios divinos de la Iglesia Ortodoxa también contienen muchas referencias a las casas de peaje. Así, en el Libro de los Ocho Tonos ("Octoechos"), la obra de san Juan Damasceno (siglo VIII), leemos: "Oh Virgen, en la hora de mi muerte rescátame de las manos de los demonios, y del juicio, y de la acusación, y de la terrible prueba, y de las amargas casas de peaje, y del fiero príncipe, y de la condenación eterna, Oh Madre de Dios" (Tono 4, Viernes, 8ª Oda del Canon en Maitines). De nuevo: "Cuando mi alma esté a punto de ser liberada del vínculo con la carne, intercede por mí, Oh Soberana Señora... para que pueda pasar sin obstáculos por los príncipes de la oscuridad que se encuentran en el aire" (Tono 2, Sábado, Aposticha Theotokion en Maitines). El Obispo Ignacio cita otros diecisiete ejemplos de los libros de servicios divinos, que por supuesto no son una lista completa.
La discusión más completa entre los primeros Padres de la Iglesia sobre la doctrina de las casas de peaje aéreas se expone en la Homilía sobre la Partida del Alma de San Cirilo de Alejandría († 444), que siempre se incluye en las ediciones del Salterio Secuencial Eslavo (es decir, el Salterio dispuesto para uso en los servicios divinos). Entre muchas otras cosas en esta Homilía, san Cirilo dice: "¡Qué miedo y temblor te esperan, Oh alma, en el día de la muerte! Verás demonios espantosos, salvajes, crueles, inmisericordes y vergonzosos, como etíopes oscuros, de pie ante ti. La sola vista de ellos es peor que cualquier tormento. El alma, al verlos, se agita, se turba, se inquieta, busca esconderse, se apresura hacia los ángeles de Dios. Los santos ángeles mantienen el alma; pasando con ellos a través del aire y ascendiendo, se encuentra con las casas de peaje que guardan el camino de la tierra al cielo, deteniendo al alma e impidiéndole ascender más. Cada casa de peaje prueba los pecados correspondientes a ella; cada pecado, cada pasión tiene sus recaudadores de impuestos y examinadores."
Muchos otros santos padres, antes y después de san Cirilo, discuten o mencionan las casas de peaje. Después de citar a muchos de ellos, el historiador del dogma de la Iglesia mencionado anteriormente en el siglo XIX concluye: "Tal uso ininterrumpido, constante y universal en la Iglesia de la enseñanza de las casas de peaje, especialmente entre los maestros del siglo IV, testifica indiscutiblemente que fue transmitido a ellos por los maestros de los siglos precedentes y se fundamenta en la tradición apostólica." 10
10 Metropolitano Macario de Moscú, Teología dogmática ortodoxa, vol. 2, pág. 535.
6.3. Las casas de peaje en las vidas de los santos
Las Vidas Ortodoxas de los Santos contienen numerosos relatos — algunos de ellos muy vívidos — de cómo el alma pasa por las casas de peaje después de la muerte. El relato más detallado se encuentra en la Vida de San Basilio el Nuevo (26 de marzo), que describe el paso por las casas de peaje de la Bienaventurada Teodora, como ella lo relató en una visión a un compañero discípulo del santo, Gregorio. En este relato se mencionan veinte casas de peaje específicas, con los tipos de pecados probados en cada una descritos. El Obispo Ignacio cita este relato extensamente (vol. III, pp. 151-58). Sin embargo, ya existe una traducción al inglés de este relato (Eternal Mysteries Beyond the Grave, pp. 69-87), y no contiene nada significativo que no se encuentre en otras fuentes ortodoxas sobre las casas de peaje, así que lo omitiremos aquí para dar algunas de estas otras fuentes. Estas otras fuentes son menos detalladas, pero siguen el mismo esquema básico de eventos.
En el relato del Soldado Taxiotes, por ejemplo (Vidas de los Santos, 28 de marzo), se cuenta que volvió a la vida después de seis horas en la tumba y relató la siguiente experiencia:
“Cuando estaba muriendo, vi a etíopes que aparecieron ante mí. Su apariencia era muy espantosa; mi alma, al verlos, se perturbó. Luego vi a dos jóvenes espléndidos, y mi alma saltó a sus brazos. Comenzamos a ascender lentamente en el aire hacia las alturas, como volando, y llegamos a las casas de peaje que guardan el ascenso y detienen el alma de cada hombre. Cada casa de peaje probaba una forma especial de pecado: una la mentira, otra la envidia, otra el orgullo; cada pecado tiene sus propios examinadores en el aire. Y vi que los ángeles tenían todas mis buenas obras en un pequeño cofre; sacándolas, las comparaban con mis malas obras. Así pasamos por todas las casas de peaje. Y cuando, acercándonos a las puertas del cielo, llegamos a la casa de peaje de la fornicación, los que guardaban el camino allí me detuvieron y me presentaron todas mis obras carnales de fornicación, cometidas desde mi infancia hasta ahora. Los ángeles que me llevaban dijeron: 'Todos los pecados corporales que cometiste en la ciudad, Dios los ha perdonado porque te arrepentiste de ellos.' A esto mis adversarios me dijeron: 'Pero cuando saliste de la ciudad, en el pueblo cometiste adulterio con la esposa de un granjero.' Los ángeles, al escuchar esto y no encontrar ninguna buena obra que pudiera equilibrar mi pecado, me dejaron y se fueron. Entonces los espíritus malignos me apresaron y, abrumándome con golpes, me llevaron de vuelta a la tierra. La tierra se abrió, y fui descendido por estrechos y malolientes descensos a la prisión subterránea del infierno.” (El resto de esta Vida en inglés se puede leer en Eternal Mysteries Beyond the Grave, pp. 169-71).
El obispo Ignacio también cita otras experiencias de las casas de peaje en las Vidas de San Eustracio el Gran Mártir (s. IV, 13 de diciembre), San Nifón de Constanza en Chipre, quien vio muchas almas ascendiendo a través de las casas de peaje (s. IV, 23 de diciembre), San Simeón el loco por Cristo de Emesa (s. VI, 21 de julio), San Juan el Misericordioso, Patriarca de Alejandría (s. VII, Prólogo para el 19 de diciembre), San Simeón de la Montaña Maravillosa (s. VII, Prólogo para el 13 de marzo) y San Macario el Grande (s. IV, 19 de enero).
El obispo Ignacio no estaba familiarizado con muchas fuentes ortodoxas
tempranas en Occidente que nunca fueron traducidas al griego o ruso; pero estas
también abundan en descripciones de las casas de peaje. Parece que el nombre de
casas de peaje está restringido a las fuentes orientales, pero la realidad
descrita en las fuentes occidentales es idéntica.
San Columba, por ejemplo, el fundador del monasterio isleño de Iona en Escocia
(† 597), muchas veces en su vida vio la batalla de los demonios en el aire por
las almas de los recién fallecidos. San Adamnan († 704) relata estos en su Vida
del Santo; aquí hay un incidente:
San Columba reunió a sus monjes un día, diciéndoles: "Ahora ayudemos con
oración a los monjes del Abad Comgell, que se están ahogando en este momento en
el Lago del Ternero; porque miren, en este momento están luchando en el aire
contra poderes hostiles que intentan arrebatar el alma de un extraño que se
está ahogando junto con ellos". Luego, después de la oración, dijo:
"Den gracias a Cristo, porque ahora los santos ángeles han encontrado
estas santas almas, y han liberado a ese extraño y lo han rescatado
triunfalmente de los demonios combatientes". 11
11 San Adamán, Vida de San Columba, trad. de Wentworth Huyshe, George Routledge & Sons, Ltd., Londres, 1939, Parte III, cap. 13, pág. 207.
San Bonifacio, el "Apóstol de los Germanos" anglosajón del siglo VIII, relata en una de sus cartas el relato dado a él personalmente por un monje del monasterio de Wenlock que murió y volvió a la vida después de algunas horas. "Ángeles de tan puro esplendor lo llevaron mientras salía del cuerpo que no podía soportar mirarlos... "Me llevaron" dijo, "alto en el aire..." Informó además que en el espacio de tiempo mientras estaba fuera del cuerpo, una mayor multitud de almas dejaron sus cuerpos y se reunieron en el lugar donde él estaba, una multitud mayor de la que había pensado que podían formar toda la raza humana en la tierra. Dijo también que había una
multitud de espíritus malignos y un glorioso coro de ángeles superiores. Y dijo
que los espíritus miserables y los santos ángeles tuvieron una violenta disputa
sobre las almas que habían salido de sus cuerpos, los demonios acusándolos y
agravando la carga de sus pecados, los ángeles aligerando la carga y haciendo
excusas por ellos.
"Oyó todos sus propios pecados, que había cometido desde su juventud y
había fallado en confesar o había olvidado o no había reconocido como pecados,
clamando contra él, cada uno en su propia voz, y acusándolo gravemente... Todo
lo que había hecho en todos los días de su vida y había descuidado confesar y
muchos que no había conocido como pecaminosos, todos estos fueron ahora
gritados a él con palabras aterradoras. De la misma manera, los espíritus
malignos, coincidiendo con los vicios, acusando y testificando, nombrando los
tiempos y lugares, trajeron pruebas de sus malas acciones... Y así, con sus
pecados acumulados y calculados, esos antiguos enemigos lo declararon culpable
e indudablemente sujeto a su jurisdicción.
"'Por otro lado', dijo, 'las pobres pequeñas virtudes que había mostrado
indignamente e imperfectamente hablaron en mi defensa... Y esos espíritus
angélicos en su amor ilimitado me defendieron y apoyaron, mientras que las
virtudes, enormemente magnificadas como eran, me parecían mucho mayores y más
excelentes de lo que jamás podría haber sido practicado por mi propia
fuerza".12
12 Las cartas de San Bonifacio, trad. de Ephraim Emerton, Octagon Books (Farrar, Strauss y Giroux), Nueva York, 1973, págs. 25-27.
6.4. Una
experiencia moderna sobre las casas de peaje
La reacción de un hombre típico "iluminado" de los tiempos
modernos cuando se encontró personalmente con las casas de peaje después de su
"muerte clínica" (que duró 36 horas) puede verse en el libro ya
mencionado anteriormente, "Increíble para Muchos pero Realmente un Suceso
Verdadero". "Habiéndome tomado por los brazos, los ángeles me
llevaron directamente a través de la pared de la sala hasta la calle. Ya había
oscurecido, la nieve caía silenciosamente en grandes copos. Vi esto, pero el
frío y en general la diferencia de temperatura entre la habitación y el
exterior no la sentí. Evidentemente, estos fenómenos perdieron su significado
para mi cuerpo cambiado. Comenzamos a ascender rápidamente. Y en el grado en
que habíamos ascendido, se hizo cada vez mayor la extensión del espacio que se
revelaba ante nuestros ojos, y finalmente tomó proporciones tan aterradoramente
vastas que fui atrapado por un miedo de la realización de mi insignificancia en
comparación con este desierto de infinitud...
"La concepción del tiempo estaba ausente en mi estado mental en ese
momento, y no sé cuánto tiempo estuvimos ascendiendo, cuando de repente se
escuchó primero un ruido indistinto, y siguiendo esto, emergiendo de alguna
parte, con chillidos y risas estruendosas, una multitud de algunos seres
horribles comenzaron a acercarse rápidamente a nosotros.
"¡Espíritus malignos! — De repente comprendí y evalué con una rapidez
inusual que resultó del horror que experimenté en ese momento, un horror de un
tipo especial y hasta entonces nunca antes experimentado por mí. ¡Espíritus
malignos! ¡Oh, cuánto de la más sincera clase de risa esto habría despertado en
mí hace apenas unos días! Incluso hace unas pocas horas el informe de alguien,
ni siquiera que vio a los espíritus malignos con sus propios ojos, sino solo
que creía en su existencia como en algo fundamentalmente real, habría suscitado
una reacción similar. Como correspondía a un hombre "educado" a
finales del siglo XIX, entendía esto como inclinaciones tontas, pasiones en un
ser humano, y es por eso que la misma palabra para mí no tenía el significado
de un nombre, sino un término que definía una cierta concepción abstracta. ¡Y
de repente esta cierta 'concepción abstracta' apareció ante mí como una
personificación viva!...
"Habiéndonos rodeado por todos lados, con chillidos y sonidos
estruendosos, los espíritus malignos exigieron que me entregaran a ellos;
intentaron de alguna manera agarrarme y arrancarme de los ángeles, pero
evidentemente no se atrevieron a hacerlo. En medio de sus aullidos
estruendosos, inimaginables y tan repugnantes para el oído como su vista lo era
para mis ojos, a veces captaba palabras y frases enteras. 'Él es nuestro: ha
renunciado a Dios', gritaron de repente casi al unísono, y aquí se lanzaron
sobre nosotros con tal audacia que por un momento el miedo congeló el flujo de
todo pensamiento en mi mente. '¡Eso es una mentira! ¡Eso no es cierto!' —
Quería gritar, recuperándome; pero una memoria servicial me ató la lengua. De
alguna manera desconocida para mí, de repente recordé un suceso tan leve e
insignificante, que además estaba relacionado con un período tan remoto de mi
juventud que, parece, de ninguna manera podría haber sido capaz de recordarlo.
Aquí el autor recuerda un incidente de sus años escolares: Una vez, en una
discusión filosófica como la que tienen los estudiantes, expresó uno de sus compañeros
la opinión: “¿Por qué debo creer? ¿No es también posible que Dios no
exista?" A esto el autor respondió: “Quizás no”. Ahora, frente a los
acusadores de demonios de las casas de peaje, el autor recuerda:
“Esta frase era, en el pleno sentido de la palabra, una ‘declaración ociosa’:
el modo irracional de hablar de mi amigo no podría haber despertado en mí una
duda sobre la existencia de Dios. No escuché particularmente su conversación, y
ahora resultó que esta ociosa declaración mía no desapareció sin dejar un
rastro en el aire. Tuve que justificarme, defenderme de la acusación que estaba
dirigida contra mí, y de tal manera la afirmación del Nuevo Testamento se
ha verificado en la práctica: realmente tendremos que dar cuenta de todas
nuestras palabras ociosas, si no por la Voluntad de Dios, Quien ve los secretos
del corazón del hombre, por la ira del enemigo de la salvación.
“Esta acusación evidentemente fue el argumento más fuerte que los malos
espíritus tenían para mi perdición; parecieron sacar nuevas fuerzas de aquí
para lo atrevido de sus ataques contra mí, y ahora con furiosos bramidos
se giraban hacia nosotros, impidiéndonos avanzar más.
“Recordé una oración y comencé a orar, pidiendo ayuda a los santos cuyos
nombres conocía y cuyos nombres me vinieron a la mente. Pero esto no
asustó a mis enemigos. Yo un triste e ignorante, cristiano sólo de nombre,
ahora, al parecer, casi por primera vez en mi vida recordé a Aquella que es
llamada por la intercesión de los cristianos (la Santísima Theotokos- Madre de
Dios y Siempre Virgen María) “Y evidentemente mi llamado a Ella fue intenso,
evidentemente mi alma se llenó de terror, porque apenas había recordado y
pronunciado Su nombre, cuando a nuestro alrededor apareció de repente una
especie de niebla blanca que pronto comenzó a envolver dentro de sí la fea
multitud de espíritus malignos. Los ocultó de mis ojos antes de que pudieran
retirarse de nosotros. Sus bramidos y carcajadas se siguieron escuchando
durante un buen rato, pero según por cómo se fueron debilitado en intensidad y
se volvieron más aburridas, pude juzgar que la terrible persecución fue
quedando atrás poco a poco.”13
13 “Increíble para muchos, pero en realidad un suceso real”, en Vida Ortodoxa, julio-agosto de 1976
6.5. Las casas de peaje experimentadas antes de la muerte
Así, puede verse en innumerables ejemplos claros cuán importante y vívida es la
experiencia para el alma el encuentro con los demonios de las casas de peaje
después de la muerte. Sin embargo, esta experiencia no necesariamente se limita
al tiempo justo después de la muerte. Hemos visto anteriormente que la
experiencia de san Antonio el Grande con las casas de peaje fue durante una
experiencia "fuera del cuerpo" mientras estaba de pie en oración. Del
mismo modo, san Juan de la Escalera describe una experiencia que ocurrió a un
monje antes de su muerte:
"El día antes de su muerte, entró en un éxtasis y con los ojos abiertos
miró a la derecha y a la izquierda de su cama y, como si alguien lo estuviera
llamando a rendir cuentas, en presencia de todos los presentes dijo: 'Sí, de
hecho, eso es verdad; pero es por eso que ayuné durante tantos años.' Y luego
otra vez: 'Sí, es bastante cierto; pero lloré y serví a los hermanos.' Y
nuevamente: 'No, me estás calumniando.' Y a veces decía: 'Sí, es cierto. Sí, no
sé qué decir a esto. Pero en Dios hay misericordia.' Y realmente fue una vista
terrible — esta inquisición invisible e implacable. Y lo más terrible, fue
acusado de lo que no había hecho. ¡Qué sorprendente! De varios de sus pecados,
el hesicasta y ermitaño dijo: 'No sé qué decir a esto,' aunque había sido monje
durante casi cuarenta años y tenía el don de las lágrimas...
Y mientras así era llamado a rendir cuentas, se separó de su cuerpo, dejándonos
en incertidumbre sobre su juicio, o fin, o sentencia, o cómo terminó la
prueba." 14
14. Escalera de Ascenso Divino, trad. del archimandrita Lazarus Moore, Eastern Orthodox Books, 1977, págs. 120-21
En efecto, el encuentro con las casas de peaje después de la muerte es sólo un episodio específico y una forma final de la batalla general en la que cada alma cristiana está comprometida durante toda su vida. Obispo Ignacio escribe: “Tal como la resurrección del alma cristiana de la muerte del pecado se cumple durante su estancia terrenal errante, precisamente así se cumple místicamente, aquí en la tierra, su prueba por las potencias aéreas, su cautiverio por ellas o su liberación de ellas; esta libertad o cautiverio sólo se hace manifiesta en el viaje por el aire (después de la muerte) ” (Vol. III, p. 159). Algunos santos, como Macario el Grande, cuyo paso por las casas de peaje fue visto por varios de sus discípulos — ascender a través de los demoníacos “recaudadores de impuestos” sin oposición, porque ya han peleado con ellos y ganado la batalla en esta vida. Aquí está el incidente de su vida:
“Cuando llegó el momento de la muerte de san Macario, el Querubín que
era su ángel de la guarda, acompañado de una multitud de las huestes
celestiales, vino a por su alma. Con las filas de los ángeles también
descendieron coros de apóstoles, profetas, mártires, jerarcas, monjes y justos.
Los demonios se dispusieron en filas y multitudes en sus casas de peaje para
contemplar el paso del alma portadora de Dios. Comenzó a ascender.
Permaneciendo alejados de esto, los espíritus oscuros gritaban desde sus casas
de peaje: ¡Oh Macario, qué Gloria te ha sido concedida!” El humilde les
respondió: “¡No! yo todavía temo, porque no sé si he hecho algo bueno”.
Mientras tanto ascendía rápidamente al cielo. Desde otras casas de peaje
más altas los poderes aereos volvieron a gritar: “¡Así es! Te has escapado de
nosotros, Macario. —No, aún necesito huir-, respondió. Cuando ya había llegado
a las puertas del cielo, lamentándose por malicia y envidia, gritaron: “¡Así
es, te has escapado de nosotros, Macario!- Él respondió: -!Guardado por
el poder de mi Cristo, he escapado de vuestras redes!"- (Patericón de
Scetis.)
“Los grandes santos de Dios pasan a través de los guardias aéreos de los
poderes oscuros con tanta libertad porque durante la vida terrenal han estado
en batalla intransigente con ellos y, obteniendo la victoria sobre ellos,
adquieren en lo más profundo de su corazón completa libertad del pecado,
convirtiéndose en templo y santuario del Espíritu Santo, haciendo su morada racional
inaccesible para los ángeles caídos” (Obispo Ignacio, vol. III, pp. 158-59).
6.6. El Juicio Particular
En la teología dogmática ortodoxa, el paso por las casas de peaje aéreas es una
parte del juicio particular mediante el cual se determina el destino del alma
hasta el Juicio Final. Tanto el juicio particular como el Juicio Final son
realizados por ángeles, que sirven como instrumentos de la justicia de Dios: Al
final del mundo, los ángeles saldrán, y separarán a los malos de entre los
justos, y los echarán en el horno de fuego (Mateo 13:49).
Los cristianos ortodoxos tienen la fortuna de tener la enseñanza de las casas
de peaje aéreas y el juicio particular claramente expuestas en numerosos
escritos patrísticos y vidas de santos, pero en realidad cualquier persona que
reflexione cuidadosamente sobre nada más que la Sagrada Escritura llegará a una
enseñanza muy similar. Así, el evangelista protestante Billy Graham escribe en
su libro sobre ángeles: "En el momento de la muerte, el espíritu se separa
del cuerpo y se mueve a través de la atmósfera. Pero la Escritura nos enseña
que el diablo acecha allí. Él es 'el príncipe de la potestad del aire'"
(Efesios 2:2). Si los ojos de nuestro entendimiento fueran abiertos, uno
probablemente vería el aire lleno de demonios, los enemigos de Cristo. Si
Satanás pudo obstaculizar al ángel de Daniel durante tres semanas en su misión
a la tierra, podemos imaginar la oposición que un cristiano puede encontrar en
la muerte....
El momento de la muerte es la última oportunidad de Satanás para atacar al
verdadero creyente; pero Dios ha enviado a Sus ángeles para guardarnos en ese
momento." 15
15 15 Billy Graham, Angels, God’s Secret Messengers, Doubleday, New York, 1975, pp. 150
6.7. Las casas de peaje : Una Piedra de Toque de la
Experiencia Auténtica después de la Muerte
Todo lo que se ha descrito en este capítulo no es, claramente, lo mismo que los
"retrospectos" de la vida que se describen hoy en día en las
experiencias "después de la muerte". Esta última experiencia — que a
menudo ocurre antes de la muerte también — no tiene nada de Divino, nada de
juicio; parece ser más bien una experiencia psicológica, una recapitulación de
la propia conciencia. La falta de juicio e incluso el "sentido del
humor" que muchos han descrito en el ser invisible que asiste a los
"retrospectos" es, en primer lugar, un reflejo de la terrible falta
de seriedad que la mayoría de las personas en el mundo occidental ahora tienen
con respecto a la vida y la muerte. Y esta es también la razón por la que
incluso los hindúes de la "atrasada" India tienen experiencias de
muerte más aterradoras que la mayoría de los occidentales: incluso sin la
verdadera iluminación del cristianismo, aún han conservado una actitud más
seria hacia la vida que la mayoría de las personas en el frívolo Occidente
"post-cristiano".
El paso por las casas de peaje— que es una especie de piedra de toque de la
experiencia auténtica después de la muerte — no se describe en absoluto en las
experiencias de hoy en día, y la razón de esto no está lejos de buscar. Por
muchos signos — la ausencia de los ángeles que vienen por el alma, la ausencia
de juicio, la frivolidad de muchos de los relatos, incluso la brevedad misma
del tiempo involucrado (generalmente unos cinco a diez minutos, en comparación
con las varias horas a varios días en los incidentes de las vidas de los santos
y otras fuentes ortodoxas) — está claro que las experiencias de hoy en día,
aunque a veces muy impactantes y no explicables por ninguna ley natural
conocida por la ciencia médica, no son muy profundas. Si estas son experiencias
reales de la muerte, entonces solo involucran el mismo comienzo del viaje del
alma después de la muerte; ocurren en la antesala de la muerte, por así
decirlo, antes de que el decreto de Dios para el alma se haya vuelto final
(manifestado por la venida de los ángeles por el alma), mientras todavía hay
una posibilidad para que el alma regrese al cuerpo por medios naturales.
Sin embargo, aún nos queda dar una explicación satisfactoria de las
experiencias que están ocurriendo hoy en día. ¿Qué son estos hermosos paisajes
que a menudo se ven? ¿Dónde está esta "ciudad celestial" que se
contempla? ¿Qué es este "reino fuera del cuerpo" que innegablemente
se está contactando hoy en día?
La respuesta a estas preguntas se puede encontrar en una investigación de un
tipo de literatura bastante diferente de las fuentes ortodoxas mencionadas
anteriormente — una literatura que también se basa en la experiencia personal,
y es mucho más completa en sus observaciones y conclusiones que la experiencia
"después de la muerte" de hoy. Esta es la literatura a la que también
se están volviendo el Dr. Moody y otros investigadores, y en la que están
encontrando paralelismos notables con los casos clínicos que han inspirado el
interés contemporáneo en la vida después de la muerte.
6.8. La Enseñanza del Obispo Teófanes el Recluso
sobre las Casas de Peaje Aéreas
El obispo Ignacio Brianchaninov fue el principal defensor de la enseñanza
ortodoxa de las casas de peaje aéreas en la Rusia del siglo XIX, cuando los
incrédulos y modernistas ya comenzaban a burlarse de ella; pero el obispo
Teófanes el Recluso no fue menos firme en defender esta enseñanza, que veía
como una parte integral de toda la enseñanza ortodoxa sobre la guerra no vista
o la lucha espiritual contra los demonios. Aquí damos una de sus declaraciones
sobre las casas de peaje, que es parte de su comentario sobre el versículo
ochenta del Salmo 118: "Haz que mi corazón sea intachable en tus estatutos, para
que no sea avergonzado".
El profeta no menciona cómo y dónde uno 'no será avergonzado.' El 'no ser
avergonzado' más cercano ocurre durante el surgimiento de batallas internas...
El segundo momento de no ser avergonzado es el momento de la muerte y el
paso por las casas de peaje. No importa cuán absurda pueda parecer la idea de las
casas de peaje a nuestros 'sabios', no escaparán de pasar por ellas. ¿Qué
buscan estos recaudadores de peaje en los que pasan por ellas? Buscan si las
personas podrían tener algunas de sus mercancías. ¿Qué tipo de mercancías?
Pasiones. Por lo tanto, en la persona cuyo corazón es puro y un extraño a las
pasiones, no pueden encontrar nada para discutir; por el contrario, la cualidad
opuesta los golpeará como flechas de relámpago. Para esto, alguien que tiene un
poco de educación expresó el siguiente pensamiento: Las casas de peaje son algo
espantoso. Pero es bastante posible que los demonios, en lugar de algo
espantoso, presenten algo seductor. Podrían presentar algo engañoso y seductor
al alma, según todos los tipos de pasiones, mientras pasa por una tras otra.
Cuando, durante el curso de la vida terrenal, las pasiones han sido expulsadas
del corazón y las virtudes opuestas a ellas han sido plantadas, entonces no
importa qué cosa seductora presentes. El alma, al no tener ningún tipo de
simpatía por ella, la pasa de largo, alejándose de ella con disgusto. Pero
cuando el corazón no ha sido limpiado, el alma se apresurará hacia cualquier
pasión por la que el corazón tenga más simpatía; y los demonios la tomarán como
una amiga, y entonces sabrán dónde ponerla. Por lo tanto, es muy dudoso que un
alma, mientras queden en ella simpatías por los objetos de cualquier pasión, no
será avergonzada en las casas de peaje. Ser avergonzado aquí significa que el
alma misma es arrojada al infierno.
"Pero el ser avergonzado final es en el Juicio Final, ante el rostro del
Juez Omnisciente..." 16
16 Salmo 118, interpretado por el obispo Teófano, Moscú, 1891, reimpreso en Jordanville, 1976, págs. 289-290; véase el resumen en inglés impreso por el Convento New Diveyevo, Spring Valley, Nueva York, 1978, pág. 24.
CAPÍTULO 7
Experiencias "fuera del cuerpo" en la
literatura ocultista
Los investigadores actuales de las experiencias “después de la muerte” casi
invariablemente recurren para la elucidación de estas experiencias a aquella
forma de literatura que afirma basarse en la experiencia del ámbito “fuera del
cuerpo”: la literatura ocultista a lo largo de los siglos, desde los Libros de
los Muertos egipcios y tibetanos hasta los maestros y experimentadores
ocultistas de nuestros días. Sin embargo, casi ninguno de estos investigadores
presta mucha atención a la enseñanza cristiana sobre la vida después de la
muerte, o a las fuentes de la Sagrada Escritura y Patrísticas en las que se
basa. ¿Por qué es esto?
La razón es muy simple: la enseñanza cristiana proviene de la revelación de
Dios al hombre sobre el destino del alma después de la muerte, y enfatiza
principalmente el estado final del alma en el cielo o el infierno. Si bien
también existe una abundante literatura cristiana que describe lo que sucede al
alma después de la muerte, basada en experiencias de primera mano “después de
la muerte” o “fuera del cuerpo” (como se presenta en el capítulo anterior sobre
las “casas de peaje”), esta literatura ocupa definitivamente un lugar
secundario en comparación con la enseñanza cristiana principal sobre el estado
final del alma. La literatura basada en la experiencia cristiana es
principalmente útil para esclarecer y hacer más vívidos los puntos básicos de
la doctrina cristiana.
En la literatura ocultista, sin embargo, ocurre exactamente lo contrario: el
énfasis principal está en la experiencia del alma en el ámbito “fuera del
cuerpo”, mientras que el estado final del alma generalmente se deja vago o
abierto a opiniones y conjeturas personales, supuestamente basadas en estas
experiencias. Los investigadores de hoy se sienten mucho más atraídos por las
experiencias de los escritores ocultistas (que parecen ser capaces de al menos
algún grado de investigación “científica”) que por la enseñanza del
cristianismo, que requiere un compromiso de creencia y confianza y la
conducción de una vida espiritual en consonancia con ella.
En este capítulo intentaremos señalar algunas de las trampas de este enfoque,
que de ninguna manera es tan “objetivo” como parece para algunas personas, y
ofrecer una evaluación de las experiencias ocultistas “fuera del cuerpo” desde
el punto de vista del cristianismo ortodoxo. Para ello, debemos examinar
algunas de las literaturas ocultistas que los investigadores de hoy están
utilizando para esclarecer las experiencias “después de la muerte”.
7.1. El Libro
Tibetano de los Muertos
El Libro Tibetano de los Muertos 17 es un libro budista del siglo VIII que
probablemente transmite tradiciones prebudistas de un período mucho anterior.
Su título tibetano es “Liberación por la Audición en el Plano del Después de la
Muerte”, y el editor inglés lo describe como “un manual místico para la
orientación a través del otro mundo de muchas ilusiones y reinos” (p. 2).
17 Convento, Spring Valley, Nueva York, 1978, pág. 24.
Se
lee en el cuerpo del recién fallecido para el beneficio del alma, porque, como
dice el propio texto, “durante los momentos de la muerte ocurren varias
ilusiones engañosas” (p. 151). Estas, como señala el editor, “no son visiones
de la realidad, sino nada más que ... impulsos intelectuales (de uno mismo) que
han asumido forma personificada” (p. 31). En las etapas posteriores de los 49
días de experiencias “después de la muerte” descritas en el libro, hay visiones
de deidades tanto “pacíficas” como “iracundas”, todas las cuales, de acuerdo
con la doctrina budista, se consideran ilusorias. (A continuación discutiremos,
al examinar la naturaleza de este ámbito, por qué estas visiones son en gran
medida ilusorias). El final de todo este proceso es la caída final del alma en
una “reencarnación” (también discutida a continuación), que la enseñanza
budista considera un mal a evitar mediante el entrenamiento budista. El Dr. C.
G. Jung, en su Comentario Psicológico sobre el libro, encuentra estas visiones
muy similares a las descripciones del mundo después de la muerte en la
literatura espiritista del Occidente moderno: ambos “dan una impresión
nauseabunda de la total inanidad y banalidad de las comunicaciones del ‘mundo
espiritual’” (p. 11).
En dos aspectos hay similitudes notables entre el Libro Tibetano de los Muertos
y las experiencias de hoy, y esto explica el interés del Dr. Moody y otros
investigadores en este libro. Primero, la experiencia “fuera del cuerpo”
descrita en los primeros momentos de la muerte es esencialmente la misma que la
descrita en las experiencias de hoy (así como en la literatura ortodoxa): el
alma del fallecido aparece como un “cuerpo ilusorio brillante” que es visible
para otros seres de naturaleza similar pero no para los hombres en carne y
hueso; al principio no sabe si está vivo o muerto; ve a personas alrededor del
cuerpo, escucha el llanto de los dolientes y tiene todos los sentidos; tiene
movimiento sin impedimentos y puede atravesar objetos sólidos (pp. 98-100,
156-60). Segundo, hay una “luz clara primaria vista en el momento de la muerte”
(p. 89), que los investigadores de hoy identifican con el “ser de luz” descrito
por muchas personas hoy en día.
No hay razón para dudar de que lo descrito en el Libro Tibetano de los Muertos
se basa en algún tipo de experiencia “fuera del cuerpo”; pero veremos más
adelante que el estado real después de la muerte es solo una de estas
experiencias, y debemos tener cuidado de no aceptar cualquier experiencia
“fuera del cuerpo” como una revelación de lo que realmente le sucede al alma
después de la muerte. Las experiencias de los médiums occidentales también
pueden ser genuinas; pero ciertamente no transmiten mensajes reales de los
muertos, como pretenden hacerlo.
Hay cierta similitud entre el Libro Tibetano de los Muertos y el mucho más
antiguo Libro Egipcio de los Muertos 18. Este último describe el alma después de
la muerte como pasando por muchas transformaciones y encontrando muchos
“dioses”. No hay una tradición viva de interpretación de este libro, sin
embargo, y sin esto el lector moderno solo puede adivinar el significado de
algunos de sus símbolos. Según este libro, el fallecido toma sucesivamente la
forma de una golondrina, un halcón de oro, una serpiente con piernas y pies
humanos, un cocodrilo, una garza, una flor de loto, etc., y se encuentra con
“dioses” y seres de otro mundo extraños (los “cuatro monos santos”, la
diosa-hipopótamo, varios dioses con cabezas de perros, chacales, monos, pájaros,
etc.).
18 El libro de los muertos, trad. de E. A. Wallis Budge, Bell Publishing Co., N.Y., 1960.
Las experiencias elaboradas y confusas del ámbito “después de la muerte” descritas en este libro contrastan marcadamente con la claridad y simplicidad de las experiencias cristianas. Aunque también se basan, bien puede ser, en algún tipo de experiencias reales “fuera del cuerpo”, este libro está tan lleno de visiones ilusorias como el Libro Tibetano de los Muertos y ciertamente no puede tomarse como una descripción real del estado del alma después de la muerte.
7.2. Los escritos de Emanuel Swedenborg
Otro de los textos ocultistas que los investigadores contemporáneos están
investigando "ofrece más esperanzas de ser comprendido, ya que es de
nuestros propios tiempos modernos, es completamente occidental en mentalidad y
pretende ser cristiano".
Los escritos del visionario sueco Emanuel Swedenborg (1688-1722) describen
las visiones de otro mundo que comenzaron a aparecerle en la mitad de su vida.
Antes de que comenzaran las visiones, era un intelectual típico de la Europa
del siglo XVIII, fluido en muchos idiomas, erudito, científico e inventor, un
hombre activo en la vida pública como supervisor de las industrias mineras de
Suecia y miembro de la Cámara de Nobles, en resumen, un “hombre universal” en
la temprana era de la ciencia, cuando todavía era posible para un solo hombre
dominar casi todo el conocimiento de su tiempo. Escribió unos 150 trabajos
científicos, algunos de los cuales (como su tratado anatómico en 4 volúmenes,
El cerebro) estaban muy adelantados a su tiempo.
Luego, en el
año 56 de su vida, centró su atención en el mundo invisible y en los últimos 25
años de su vida produjo un inmenso número de obras religiosas que describen el
cielo, el infierno, los ángeles y los espíritus, todas basadas en su propia
experiencia personal.
Sus descripciones de los reinos invisibles son desconcertantemente parecidas a
la tierra: en general, sin embargo, están de acuerdo con las descripciones de
la mayoría de la literatura ocultista. Cuando una persona muere, según el
relato de Swedenborg, entra en el “mundo de los espíritus”, que está a medio
camino entre el cielo y el infierno.19
19 Emanuel Swedenborg, Cielo e Infierno, trad. de George F. Dole, Swendenborg
Foundation, Inc., N.Y., 1976, sección 421; las secciones entre paréntesis en el texto anterior son todas de este libro.
Este mundo, aunque es espiritual y no material, es tan parecido a la realidad material que una persona no sabe al principio que ha muerto (461); tiene el mismo tipo de “cuerpo” y facultades sensoriales que cuando estaba en su cuerpo terrenal. En el momento de la muerte hay una visión de luz, algo brillante y nebuloso (450), y hay una “revisión” de la vida y sus buenas y malas acciones. Se encuentra con sus amigos y conocidos de este mundo (494), y durante algún tiempo continúa una existencia muy similar a la que tenía en la tierra, excepto que todo es mucho más “interior”; uno es atraído por aquellas cosas y personas por las que siente amor, y la realidad está determinada por el pensamiento: tan pronto como uno piensa en un ser querido, esa persona se vuelve presente como si fuera llamada (494). Una vez que uno se acostumbra a estar en este mundo espiritual, es enseñado por sus amigos acerca del cielo y el infierno, y es llevado a varias ciudades, jardines y parques (495).
En este “mundo de los espíritus” intermedio uno es “preparado” para el cielo en un proceso de educación que lleva desde unos pocos días hasta un año (498). Pero el “Cielo” en sí, según lo descrito por Swedenborg, no es muy diferente del “mundo de los espíritus”, y ambos son muy parecidos a la tierra (171). Hay patios y salones como en la tierra, parques y jardines, casas y dormitorios para los “ángeles”, con muchos cambios de ropa para ellos. Hay gobiernos y leyes y tribunales de justicia, todo, por supuesto, más “espiritual” que en la tierra. Hay edificios y servicios religiosos, con clérigos que dan sermones y que se confunden si alguien en la congregación no está de acuerdo con ellos. Hay matrimonios, escuelas, la crianza y educación de los niños, la vida pública, en resumen, casi todo lo que se encuentra en la tierra que puede volverse “espiritual”. El propio Swedenborg habló con muchos de los “ángeles” en el cielo (todos los cuales, creía, eran solo las almas de los muertos), así como con los extraños habitantes de Mercurio, Júpiter y otros planetas; discutió con Martín Lutero en el “cielo” y lo convirtió a sus propias creencias, pero no tuvo éxito en persuadir a Calvino de su creencia en la predestinación. “El infierno” se describe como un lugar igualmente parecido a la tierra donde los habitantes se caracterizan por el amor propio y las acciones malvadas.
Es fácil entender por qué Swedenborg fue desestimado por la mayoría de sus contemporáneos como un loco, y por qué hasta hace poco sus visiones rara vez se han tomado en serio. Aun así, siempre ha habido algunos que reconocieron que, a pesar de lo extraño de sus visiones, estaba en contacto real con la realidad invisible: su contemporáneo más joven, el filósofo alemán Immanuel Kant, uno de los principales fundadores de la filosofía moderna, lo tomó muy en serio y creyó en los varios ejemplos de “clarividencia” de Swedenborg que eran conocidos en toda Europa; y el filósofo americano Emerson, en su largo ensayo sobre él en Hombres Representativos, lo llamó “uno de los mastodontes de la literatura, no para ser medido por universidades enteras de eruditos ordinarios”. Hoy en día, por supuesto, el renacimiento del interés en el ocultismo lo ha llevado a primer plano como un “místico” y “vidente” no ligado al cristianismo doctrinal, y en particular los investigadores de experiencias “después de la muerte” encuentran notables paralelismos entre sus hallazgos y su descripción de los primeros momentos después de la muerte.
No puede haber duda de que Swedenborg estaba en contacto real con espíritus invisibles y que recibió sus “revelaciones” de ellos. Un examen de cómo recibió estas “revelaciones” nos mostrará cuál es el ámbito real que habitan estos espíritus.
La historia de los contactos de Swedenborg con espíritus invisibles, que registró en detalle en su voluminoso Diario de Sueños y Diario Espiritual (2300 páginas), revela precisamente las características de alguien que entra en contacto con los demonios del aire, como lo describe el obispo Ignacio. Desde la niñez, Swedenborg practicaba una forma de meditación, que implicaba relajación y concentración intensa; con el tiempo, comenzó a ver una llama espléndida durante su meditación, que aceptó con confianza e interpretó como una señal de “aprobación” de sus ideas. Esto lo preparó para la apertura de la comunicación con el reino de los espíritus. Más tarde, comenzó a tener sueños de Cristo y de ser recibido en una sociedad de “inmortales”, y gradualmente se dio cuenta de la presencia de “espíritus” a su alrededor. Finalmente, los espíritus comenzaron a aparecerle en estado de vigilia. La primera de estas experiencias ocurrió cuando viajaba A Londres: una noche, después de comer en exceso, de repente vio una negrura y reptiles que se arrastraban por el suelo, y luego a un hombre sentado en la esquina de la habitación, que solo dijo “No comas tanto” y desapareció en la negrura. Aunque estaba asustado por esta aparición, la confió como algo “bueno” porque daba un consejo “moral”. Luego, según relató él mismo, “durante la misma noche el mismo hombre se me reveló nuevamente, pero ahora no estaba asustado. Entonces dijo que él era el Señor Dios, el Creador del Mundo y el Redentor, y que me había elegido para explicar a los hombres el sentido espiritual de la Escritura, y que él mismo me explicaría lo que debería escribir sobre este tema; esa misma noche se me abrieron, de modo que me convencí completamente de su realidad, los mundos de los espíritus, el cielo y el infierno... Después de eso, el Señor abrió, diariamente muy a menudo, mis ojos corporales, de modo que en medio del día podía ver en el otro mundo, y en un estado de perfecta vigilia conversar con ángeles y espíritus”. 20
20. R. L. Tafel, Documentos sobre Swedenborg, vol. 1, págs. 35-36. Véase Wilson Van Dusen, La presencia de otros mundos (Los hallazgos psicológicos y espirituales de Emanuel Swedenborg), Harper and Row, N.Y., 1973, págs. 19-63, para una descripción de la apertura de los ojos espirituales de Swedenborg.
Está bastante claro a partir de esta descripción que Swedenborg fue abierto a un contacto con el ámbito aéreo de los espíritus caídos y que todas sus revelaciones posteriores provenían de esta fuente. El “cielo” y el “infierno” que vio también eran partes de este ámbito aéreo, y las “revelaciones” que registró son una descripción de las ilusiones de este ámbito que los espíritus caídos a menudo producen para los crédulos, con sus propios objetivos en mente. Un vistazo a alguna otra literatura ocultista nos mostrará más de las características de este ámbito.
7.3. El “Plano Astral” de la Teosofía
Teosofía de los siglos XIX y XX, que es una fusión de las ideas ocultas de
Oriente y Occidente, enseña en detalle acerca de este reino aéreo, que
ven como compuesto de una serie de “planos astrales”. (“Astral”, que significa
“de las estrellas”, es un término fantasioso para referirse al nivel de
realidad “por encima de lo terrenal”).
Según un resumen de la enseñanza, “los planos (astrales) comprenden las
moradas de todas las entidades sobrenaturales, el lugar de los dioses y
demonios, el vacío donde habitan las formas de pensamiento, la región habitada
por espíritus del aire y otros elementos, y los diversos cielos e infiernos con
sus huestes angelicales y demoníacas... Con la ayuda de procedimientos
rituales, personas entrenadas creen que pueden "subir a los aviones"
y experimentar estas regiones con su conciencia en su totalidad.” 21
21 Benjamin Walker, Más allá del cuerpo: El doble humano y los planos astrales, Routledge y Kegan Paul, Londres, 1974, págs. 117-18.
Según esta enseñanza, uno entra en el “plano astral” (o “planos”,
dependiendo de si este ámbito se considera como un todo o en
sus "capas" separadas) en el momento de la muerte y, como en las
enseñanzas de Swedishborg, no hay cambio repentino en el estado de uno y no hay
juicio; uno sigue viviendo como antes, sólo que fuera del cuerpo, y comienza a
“pasar por todos los subplanos del plano astral, en su camino hacia el
mundo celestial”. 22
22 A. E. Powell, El Cuerpo Astral, Editorial Teosófica, Wheaton, Illinois, 1972, pág. 123.
Cada subplano es cada vez más refinado e “interior”, y la progresión a
través de ellos, lejos de involucrar el miedo y la incertidumbre como lo hacen
las “casas de peaje cristianas”, es un tiempo de placer y alegría: “La alegría
de vivir en el plano astral es tan grande que en la vida física, en comparación
con él, parece que no hay vida en absoluto.... A nueve de cada diez les
desagrada mucho regresar al cuerpo” (Powell, p. 94).
La teosofía, invención de la médium rusa Helena Blavatskaya, fue fundada a
finales del siglo XIX en un intento de dar una explicación sistemática de
los contactos mediúmnicos con los “muertos” que se habían multiplicado en el
mundo occidental desde el gran estallido de los fenómenos espiritistas en
América en 1848. Hasta el día de hoy su enseñanza sobre el “plano astral”
(aunque a menudo no se le llama por ese nombre) es el estándar utilizado por
los médiums y otros aficionados al ocultismo para explicar sus experiencias en
el mundo de los espíritus.
Aunque los libros teosóficos sobre el “plano astral” están llenos de la
misma “repugnante inanidad y banalidad” que el Dr. Jung considera que
caracteriza toda la literatura espiritista, aún así, detrás de esta trivialidad
hay una filosofía básica subyacente de la realidad del otro mundo que toca una
fibra sensible en
investigadores de hoy. La visión humanista del mundo actual es mucho más
favorable a un mundo que sea placentero en lugar de doloroso, que permita un
suave “crecimiento” o “evolución” en lugar de la finalidad del juicio, que
permita “otra oportunidad” de prepararse para uno mismo para una realidad
superior en lugar de determinar la suerte eterna de uno por su comportamiento
en la vida terrenal. La enseñanza de la Teosofía da exactamente estas
características exigidas por el “alma moderna” y pretende estar basada en la
experiencia.
Para dar una respuesta cristiana ortodoxa a esta enseñanza debemos mirar más de
cerca las experiencias específicas que se experimentan en el "plano
astral". ¿Pero dónde miraremos? La comunicación de los médiums es
notoriamente poco confiable y confusa; y en cualquier caso el contacto hecho
con el "mundo de los espíritus" a través de médiums es demasiado
oscuro e indirecto para constituir una prueba convincente de la naturaleza de
ese mundo. Las experiencias “después de la muerte” de hoy, por otra parte, son
demasiado breves e inconclusas para ser tomadas como evidencia de la naturaleza
real del otro mundo. Pero hay un tipo de experiencia en el “plano astral” que
se puede estudiar con más detalle. En lenguaje Teosófico se le llama
“proyección astral” o “proyección del cuerpo astral”. Es posible, mediante el
cultivo de ciertas técnicas mediúmnicas, no simplemente entrar en contacto con
espíritus, como lo hacen los médiums ordinarios (cuando sus sesiones son
genuinas), sino realmente entrar en su reino de ser y "viajar" entre
ellos. Uno bien puede ser escéptico al oír hablar de tales experiencias en la
antigüedad, pero sucede que esta experiencia se ha vuelto relativamente común
(y no sólo entre los ocultistas) en nuestros tiempos, y ya existe una extensa
literatura sobre experiencias de primera mano en este ámbito.
7.4.
“Proyección Astral”
Los cristianos ortodoxos saben bien que, de hecho, el hombre puede resucitar
por encima de las limitaciones de su naturaleza corporal y viajar a reinos
invisibles. La naturaleza exacta de este viaje no nos ocupará aquí. El mismo
apóstol Pablo no sabía si estaba “en el cuerpo o fuera del cuerpo” cuando fue
arrebatado hasta el tercer cielo (II Cor. 12:2), y no hay necesidad de
especular sobre cómo el cuerpo puede volverse lo suficientemente refinado como
para entrar al cielo (si su experiencia fue en realidad “en el cuerpo”), o qué
tipo de “cuerpo sutil”el alma puede vestirse durante una experiencia
"fuera del cuerpo", si es que tales cosas se pueden saber en esta
vida. Es suficiente para nosotros saber que el alma (en cualquier clase de
“cuerpo”) puede ciertamente ser levantada por la Gracia de Dios y ver el
paraíso, así como el reino aéreo de los espíritus bajo el cielo.
A menudo en la literatura ortodoxa tales experiencias se describen como
“fuera del cuerpo”, como lo fue la experiencia de san Antonio de las “casas de
peaje” mientras rezaba, descrito anteriormente. El obispo Ignacio Brianchaninov
menciona dos ascetas del siglo XIX cuyas almas también abandonaron sus cuerpos
mientras estaban orando: el elder (gérontas, anciano monje) Basilisco de
Siberia, cuyo discípulo fue el famoso Zosima, y Schema-Elder
Ignatius (Isaías), un amigo
personal del Obispo Ignacio (Obispo Ignacio, Obras completas, vol. III, p. 75).
La más sorprendente experiencia
"fuera del cuerpo" en las vidas de los santos Ortodoxos probablemente
sea la de san Andrés el Loco en Cristo de Constantinopla (siglo X), quien,
mientras su cuerpo yacía en la nieve de las calles de la ciudad, fue elevado en
espíritu para contemplar el paraíso y el tercer cielo, una parte de los cuales
describió a su discípulo que registró la experiencia (Vidas de los Santos, 2 de
octubre).
Tales experiencias ocurren sólo por la Gracia de Dios y completamente aparte de
la voluntad o el deseo de los hombres. Pero la “proyección astral” es una
experiencia “extracorporal” que se puede buscar e iniciar mediante determinadas
técnicas. Esta experiencia es una forma especial de lo que el obispo Ignacio
describe como la “apertura de los sentidos”, y es evidente que, dado que el contacto con los espíritus está prohibido a los hombres, salvo por la acción directa de Dios, el reino al que se puede acceder por este medio no es el cielo, sino únicamente el reino aéreo del infracielo, el reino habitado por los espíritus caídos.
Los textos teosóficos que describen esta experiencia en detalle están tan llenos
de
opiniones e interpretaciones ocultas que son en gran medida inútiles para dar a
uno una idea de las experiencias reales de este reino. En el siglo XX, sin
embargo,
había otro tipo de literatura que trataba de esta experiencia: paralela ante el
auge de la investigación y los experimentos en el campo de la “parapsicología”,
algunos individuos han descubierto, ya sea por accidente o por experimento, que
son capaces de tener la experiencia de “proyección astral” y han escrito libros
que describen sus experiencias en un lenguaje no oculto; y algunos
investigadores han recopilado y estudiado relatos de experiencias
“extracorporales” y han escrito sobre ellas en un lenguaje científico más que
ocultista. Aquí veremos varios de estos libros.
El lado “terrenal” de las experiencias “extracorporales” está bien descrito en
un libro del director del Instituto de Investigaciones Psicofísicas de Oxford,
Inglaterra. 23
23 Celia Green, Experiencias fuera del cuerpo, Ballantine Books, N.Y., 1975.
En respuesta
a un llamamiento hecho en septiembre de 1966 en la prensa y la radio
británicas, el Instituto recibió unas 400 respuestas de personas que afirmaban
haber tenido experiencias extracorporales personales. Semejante respuesta
indica que estas experiencias no son en modo alguno raras en nuestros días, y
que quienes las han tenido están mucho más dispuestos que en años anteriores a
discutirlas sin temor a ser considerados “locos”. Dr. Moody y
otros investigadores han descubierto lo mismo con respecto a las
experiencias "después de la muerte". A estas 400 personas se les
entregaron dos cuestionarios a completar, y el libro fue el resultado de una
comparación y análisis de las respuestas a estos cuestionarios.
Las experiencias descritas en este libro fueron casi todas involuntarias.
que fueron desencadenadas por diversas condiciones físicas: estrés, fatiga,
enfermedad, un accidente, anestesia, un sueño. Casi todos ocurrieron en la
proximidad del cuerpo (no en ningún ámbito "espiritual"), y las
observaciones realizadas son muy similares a las hechas por personas que han
tenido experiencias “después de la muerte”: uno ve el propio cuerpo desde
“afuera”, posee todos las facultades sensoriales (aunque en el cuerpo uno
pudiera haber sido sordo o ciego), es incapaz de tocar o interactuar con el
entorno, “flota” en el aire con un sensación extrema de agrado y bienestar; la
mente de uno es más clara de lo habitual. Algunas personas describieron
reuniones con familiares fallecidos, o viajando a un paisaje que no parecía
parte de la realidad ordinaria.
Un investigador de experiencias “extracorporales”, el geólogo inglés
Robert Crookall, ha reunido una enorme cantidad de ejemplos sobre ello, tanto
de ocultistas y médiums por un lado como de gente corriente por el otro. Resume
la experiencia de la siguiente manera: “Un cuerpo réplica o “doble” “nació” del
cuerpo físico y tomó una posición por encima de él. Cuando el "doble"
se separó del cuerpo, hubo un "apagón" en la conciencia (de la misma
manera que el cambio de marchas en un automóvil provoca una interrupción
momentánea en la transmisión de energía).... A menudo había una revisión
panorámica de la vida pasada, y el cuerpo físico desocupado se veía comúnmente
desde el 'doble' liberado... Contrariamente a lo que uno esperaría, nadie
describió el dolor o el miedo como causados por abandonar
el cuerpo, todo parecía perfectamente
natural... La conciencia, tal como operaba a través del "doble"
separado, era más extensa que en la vida ordinaria... A veces había telepatía,
clarividencia y presciencia. A menudo se veían amigos "muertos".
Muchos de los declarantes expresaron una gran renuencia a volver a entrar en el cuerpo y
así regresar a la vida terrestre... Este patrón general de acontecimientos en
las experiencias extracorporales, hasta ahora no reconocido, no puede
explicarse adecuadamente con la hipótesis de que todas esas experiencias fueran
sueños. y que todos los 'dobles' descritos eran meras alucinaciones. Por otra
parte, puede explicarse fácilmente con la hipótesis de que se trataba de
experiencias genuinas y que los “dobles” vistos eran cuerpos objetivos (aunque
ultrafísicos).”24
24 Robert Crookall, Experiencias extracorporales, The Citadel Press, Secaucus, N.J., 1970, págs. 11-13.
Esta descripción es prácticamente idéntica, punto por punto, al “modelo” de experiencias posteriores a la muerte del Dr. Moody (Life After Life, págs. 23-24). Esta identidad es tan precisa que sólo puede ser una y la misma experiencia la que se describe. Si esto es así, finalmente es posible definir la experiencia que el Dr. Moody y otros investigadores han estado describiendo y que tanto interés y discusión ha suscitado en el mundo occidental desde hace varios años. No es precisamente una experiencia “después de la muerte”; es más bien la experiencia “extracorporal” que es sólo la antesala de otras experiencias mucho más extensas, ya sea la de la muerte misma o lo que a veces se llama “viaje astral” (sobre el cual ver más adelante). Aunque el estado “fuera del cuerpo” podría llamarse el “primer momento” de la muerte (si es que la muerte realmente sigue), es un grave error concluir de él cualquier cosa sobre el estado “después de la muerte”, a menos que sea el Datos desnudos de la supervivencia y la conciencia del alma después de la muerte, que difícilmente cualquiera que realmente crea en la inmortalidad del alma lo niega en cualquier caso. 25
25 Solo unas pocas sectas alejadas del cristianismo histórico enseñan que el alma “duerme” o está “inconsciente” después de la muerte: los testigos de Jehová, los adventistas del séptimo día, etc.
Además, debido a que el estado “fuera del cuerpo” no está
necesariamente ligado en absoluto a la muerte, debemos ser extremadamente
perspicaces al examinar la evidencia proporcionada por amplias experiencias en
este ámbito; en particular, debemos preguntarnos si las visiones del “cielo” (o
del “infierno”) que algunos están experimentando hoy tienen algo que ver con la
verdadera comprensión cristiana del cielo y del infierno, o si son sólo una
interpretación de algo meramente natural ( o demoníaca) experiencia en el reino
“fuera del cuerpo”
El Dr. Crookall, que hasta ahora ha sido el investigador más minucioso en este
campo, aplicándole la misma cautela y preocupación por los detalles que
caracterizan sus libros anteriores sobre las plantas fósiles de Gran Bretaña,
ha reunido mucho material sobre el "paraíso" y Experiencias del
“Hades”. Considera que ambas son experiencias naturales y virtualmente
universales en el estado “fuera del cuerpo”, y las distingue de la siguiente
manera: “Aquellos que abandonaban sus cuerpos naturalmente tendían a vislumbrar
condiciones brillantes y pacíficas ('Paraíso'), una especie de de tierra
gloriosa; mientras que (aquellos que fueron) expulsados por la
fuerza... tendían a estar en
las condiciones relativamente oscuras, confusas y semi-oníricas que corresponden al
"Hades" de los antiguos. El primero conoció a muchos ayudantes (incluido el
amigos y familiares “muertos” ya mencionados); estos últimos a veces
encontraron obstáculos desencarnados” (págs. 14-15). Las personas que tienen lo
que el Dr. Crookall llama una “constitución corporal mediúmnica”
invariablemente pasan primero a través de una región oscura y brumosa del
“Hades”, y luego a una región de luz brillante que parece el Paraíso. Este
"Paraíso" es descrito de diversas formas (tanto por médiums como por
no médiums) como "el paisaje más hermoso jamás visto", "una
escena de maravillosa belleza: un vasto jardín parecido a un parque y la luz
allí es una luz que nunca se ha visto en el mar". o tierra”, “hermoso
paisaje” con “gente vestida de blanco” (p. 117), “la luz se hizo intensa”,
“toda la tierra resplandecía” (p. 137).
Para explicar estas experiencias, el Dr. Crookall plantea la hipótesis de la existencia de una “tierra total” que comprende, en el nivel más bajo, la tierra física que conocemos en la vida cotidiana, rodeada por una esfera no física interpenetrante con el “Hades” y el “Paraíso”. ”cinturones en sus límites inferior y superior (p. 87). Ésta es, a grandes rasgos, una descripción de lo que en lenguaje ortodoxo se conoce como el reino aéreo de los espíritus caídos del infracielo, o el “plano astral” de la Teosofía; Las descripciones ortodoxas de este reino, sin embargo, no hacen distinciones "geográficas" entre "superior" e "inferior", y enfatizan más los engaños demoníacos que son una parte integral de este reino. El Dr. Crookall, siendo un investigador secular, no sabe nada de este aspecto del reino aéreo, pero sí da testimonio, desde su punto de vista “científico”, de un hecho sumamente importante para la comprensión de las experiencias “después de la muerte” y “extracorporales”: el “cielo” y el “infierno” vistos por personas en estas experiencias son sólo partes (o apariencias) del reino aéreo de los espíritus y no tienen nada que ver con el verdadero cielo y el infierno de la doctrina cristiana, que son las moradas eternas de las almas humanas (y sus cuerpos resucitados), así como de los espíritus inmateriales. Las personas en el estado "fuera del cuerpo" no son libres de "vagar" hacia el verdadero cielo y el infierno, que están abiertos a las almas sólo por la voluntad expresa de Dios. Si algunos "cristianos" al "muerte" ven casi inmediatamente una "ciudad celestial" con "puertas de perlas" y "ángeles", es sólo una indicación de que lo que se ve en el reino aéreo depende en cierta medida de las propias experiencias pasadas y expectativas, incluso cuando los hindúes moribundos ven sus propios templos y “dioses” hindúes. Las verdaderas experiencias cristianas del cielo y el infierno (como veremos en el próximo capítulo) tienen una dimensión completamente diferente.
7.5. “Viaje Astral”
Casi todas las experiencias recientes "después de la muerte" han sido
extremadamente breves; si hubieran sido más largos, se habría producido la
muerte real. Pero en el estado “fuera del cuerpo” que no está ligado a
condiciones cercanas a la muerte, un estado más prolongado de la experiencia es
posible. Si esta experiencia tiene una duración suficiente, se puede dejar
atrás el entorno inmediato y entrar en un completamente nuevo paisaje, no
simplemente para echar un breve vistazo a un “jardín” o un “lugar brillante” o
una “ciudad celestial”, pero para una “aventura” prolongada en el reino aéreo.
El "plano astral" está evidentemente muy cerca de cada hombre, y
ciertas experiencias críticas (o técnicas mediúmnicas) pueden
"proyectar" a uno en contacto con él.
En uno de sus libros, el Dr. Carl Jung describe la experiencia de uno de sus
pacientes, una mujer que tuvo una experiencia "extracorporal"
mientras se sometía a un parto difícil. Vio a los médicos y enfermeras a su
alrededor, pero detrás de ella era consciente de un paisaje glorioso que
parecía ser el límite de
otra dimension; sintió que si se volvía hacia él, dejaría esta vida, pero ella
regresó a su cuerpo.26
26 C. G. Jung, La interpretación de la naturaleza y la psique, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1955, pág. 128.
El Dr. Moody ha registrado varias de estas experiencias, a las que llama
experiencia “frontera” o “límite” (Life after Life, págs. 54-57).
Aquellos que deliberadamente inducen la experiencia de “proyección astral” son
muchas veces podemos entrar en esta “otra dimensión”. Precisamente en los
últimos años las descripciones de un hombre sobre sus “viajes” en esta
dimensión han adquirido cierta fama, lo que le ha permitido fundar un instituto
para experimentos en el estado “extracorporal”. Una de las estudiantes de este
instituto ha sido la doctora Elizabeth Kubler-Ross, quien coincide con las
conclusiones de Monroe respecto a la similitud entre las experiencias
“extracorporales” y el estado “después de la muerte”. Aquí resumiremos los
hallazgos de este experimentador.27
27 Robert A. Monroe, Viajes fuera del cuerpo, Anchor Books (Doubleday), Garden City, Nueva York, 1977 (primera edición, 1971)
Robert Monroe es un exitoso ejecutivo de negocios estadounidense (presidente de
la junta directiva de una corporación multimillonaria) y un agnóstico en
religión. Sus experiencias “extracorporales” comenzaron en 1958, antes de que
tuviera interés por la literatura oculta, cuando realizaba sus propios
experimentos en técnicas de aprendizaje de datos durante el sueño. Esto
implicaba ejercicios de concentración y relajación similar a algunas técnicas
de meditación. Después de iniciar estos experimentos, tuvo la inusual
experiencia de parecer golpeado por un rayo de luz, que provocó una parálisis
temporal. Después de comenzar estos experimentos, tuvo la inusual experiencia
de parecer golpeado por un rayo de luz, lo que le provocó una parálisis
temporal. Después de que esta sensación se repitiera varias veces, empezó a
«flotar» fuera del cuerpo, y luego comenzó a experimentar con la inducción y el
desarrollo de esta experiencia. En este comienzo de sus «viajes» ocultos,
revela las mismas características básicas -una meditación pasiva, una
experiencia de «luz», una actitud básica de confianza y apertura a experiencias
nuevas y extrañas, todo ello en conjunción con una visión «práctica» de la vida
y una falta de conciencia o experiencia profundas del cristianismo- que
abrieron a Swedenborg a sus aventuras en el mundo de los espíritus.
Al principio los «viajes» de Monroe eran a lugares reconocibles de la Tierra
-al principio lugares cercanos, luego lugares más lejanos- con algunos intentos
exitosos de traer de vuelta pruebas reales de las experiencias. Luego empezó a
contactar con figuras «fantasmales», siendo el primer contacto parte de un
experimento mediúmnico (¡el «guía indio» enviado por el médium vino realmente a
por él! -p. 52). Por último, empezó a entrar en contacto con extraños paisajes
aparentemente no terrestres.
Tomando notas detalladas de sus experiencias (que registraba en cuanto volvía al cuerpo), las clasificaba todas como pertenecientes a tres «lugares» (locales): El «lugar I» es el «aquí-ahora», el entorno normal de este mundo. «lugar II» es un entorno “no material” aparentemente inmenso, con características idénticas a las del “plano astral”. Este lugar es el «ambiente natural» del «Segundo Cuerpo», como Monroe llama a la entidad que viaja en este reino; «interpenetra» el mundo físico, y sus leyes son las del pensamiento: «como piensas, así eres», “lo semejante atrae a lo semejante”, para viajar sólo hay que pensar en el destino. Monroe visitó varios «lugares» en este reino, donde vio cosas como un grupo de personas que llevaban largas túnicas en un estrecho valle (p. 81), y una serie de personas uniformadas que se autodenominaban «ejército de destino» a la espera de misiones (p. 82). El «lugar III» es una realidad aparentemente terrestre que, sin embargo, no se parece a nada conocido en esta tierra, con rasgos extrañamente anacrónicos; los teósofos probablemente lo entenderían como otra parte más “sólida” del “plano astral”.
Después de superar en gran medida su sentimiento inicial de miedo al
encontrarse en estos reinos desconocidos, Monroe comenzó a explorarlos y a
describir los muchos seres inteligentes que encontró allí. En algunos “viajes”
se encontró con amigos “muertos” y conversó con ellos, pero más a menudo
encontró extraños seres impersonales que a veces lo “ayudaban” pero con la
misma frecuencia no respondían cuando los llamaba, que le daban vagos mensajes
“místicos” que suenan como las comunicaciones de los médiums, que podían
estrecharle la mano pero también clavaban un anzuelo en la mano que les ofrecía
(p. 89). Reconoció a algunos de estos seres como “obstáculos”: criaturas
parecidas a bestias con cuerpos gomosos que cambian fácilmente a la forma de
perros, murciélagos o sus propios hijos (págs. 137-40), y otros que lo molestan
y lo atormentan y simplemente lo molestan. reírse cuando invoca (no con fe, es
cierto, sino sólo como un “experimento más”) el nombre de Jesús Cristo (p. 119).
Al no tener fe propia, Monroe se abrió a las sugerencias "religiosas"
de los seres de este reino. Se le dieron visiones “proféticas” de eventos
futuros, que a veces, de hecho, sucedieron tal como él los vio (págs. 145 y
siguientes). Una vez, cuando se le apareció un rayo de luz blanca en el límite
del estado extracorporal, le pidió respuesta a sus preguntas sobre este reino.
Una voz del rayo respondió: “Pídele a tu padre que te cuente el gran secreto”.
En la siguiente oportunidad, Monroe oró en consecuencia: “Padre, guíame. Padre,
cuéntame el gran secreto” (págs. 131-32). De todo esto resulta obvio que
Monroe, aunque permaneció “secular” y “agnóstico” en su propia perspectiva
religiosa, se entregó libremente para ser utilizado por los seres del reino
oculto (que, por supuesto, son demonios).
Al igual que el Dr. Moody y otros investigadores en este ámbito, Monroe escribe
que “en doce años de actividades no físicas, no encuentro evidencia que
fundamente las nociones bíblicas de Dios y la vida futura en un lugar llamado
cielo” (p. 116). Sin embargo, al igual que Swedishborg, los teósofos y los
investigadores como el Dr. Crookall, encuentra en el entorno “no material” que
exploró “todos los aspectos que atribuimos al cielo y al infierno, que no son
más que parte del Escenario II” (p. 73). En la zona aparentemente “más cercana”
al mundo material encontró una zona gris negruzca poblada por “seres que
mordisquean y atormentan”; Esto, piensa, puede ser la “frontera del infierno”
(págs. 120-21), algo así como la región del “Hades” que el Dr. Crookall ha
identificado.
Lo más revelador, sin embargo, es la experiencia de Monroe del “cielo”.
Tres veces viajó a un lugar de “pura paz”, flotando en nubes cálidas y suaves
barridas por rayos de luz de colores en constante cambio; vibró en armonía con
la música de coros sin palabras; había seres sin nombre a su alrededor en el
mismo estado, con quienes no tenía contacto personal. Sintió que este lugar era
su “hogar” definitivo y se sintió solo durante algunos días después de que
terminó la experiencia (págs. 123-25). Este "cielo astral", por
supuesto, es la fuente última de la enseñanza teósofa sobre lo
"placentero" del otro mundo; pero cuán lejos está de la verdadera
enseñanza cristiana del Reino de los Cielos, muy lejos de este reino aéreo, que
en su plenitud de amor y personalidad y la presencia consciente de Dios se ha
vuelto completamente remoto de los incrédulos de nuestros tiempos, que no piden
nada más ¡que un “nirvana” de suaves nubes y luces de colores! Los espíritus
caídos pueden fácilmente proporcionar esa experiencia del “cielo”; pero sólo la
lucha cristiana y la gracia de Dios pueden elevar a uno al verdadero cielo de
Dios. En varias ocasiones, Monroe se ha encontrado con el "Dios" de
su cielo. Este evento, dice, puede ocurrir en cualquier lugar del "Lugar
II”. “En medio de la actividad normal, donde quiera que esté, hay una Señal
lejana, casi como trompetas heráldicas. Todos toman la Señal con calma y con
ella todos dejan de hablar o de lo que sea que estén haciendo. Es la Señal de
que Él (o Ellos) está viniendo a través de Su Reino.
“No hay postración asombrada ni caer de rodillas. Más bien, la actitud es
más práctica. Es un hecho al que todos estamos acostumbrados y cumplirlo tiene
absoluta prioridad sobre todo. No hay excepciones.
“A la Señal, cada ser viviente se acuesta... con la cabeza vuelta hacia un lado
para que no se le vea al pasar. El propósito parece ser formar un camino vivo
por el cual Él pueda viajar... No hay movimiento, ni siquiera pensamiento,
cuando Él pasa...
“En las varias veces que he experimentado esto, me tumbo con los demás. En
aquel momento, la idea de hacer otra cosa era inconcebible. A su paso, hay un
sonido musical rugiente y una sensación de fuerza viva radiante e irresistible
de poder supremo que alcanza su punto máximo en lo alto y se desvanece en la
distancia…. Es una acción tan casual como detenerse ante un semáforo en una
intersección muy transitada, o esperar en el cruce del ferrocarril cuando la
señal indica que se acerca un tren; no te preocupas y, sin embargo, sientes un
respeto tácito por el poder representado en el tren que pasa. El evento también
es impersonal.
“¿Esto es Dios? ¿O el hijo de Dios? ¿O su representante? (págs. 122-23).
Sería difícil encontrar en la literatura oculta del mundo un relato más vívido de la adoración de satanás en su propio reino por sus impersonales esclavos. En otro lugar, Monroe describe su propia relación con el príncipe del reino en el que ha penetrado. Una noche, unos dos años después del inicio de sus viajes “extracorporales”, se sintió bañado por el mismo tipo de luz que acompañó el inicio de estas experiencias, y sintió la presencia de una persona muy fuerte, inteligente, fuerza personal que lo dejó impotente y sin voluntad propia. “Recibí la firme impresión de que estaba intrincadamente ligado por la lealtad a esta fuerza inteligente, siempre lo había estado, y que tenía un trabajo que desempeñar aquí en la tierra” (págs. 260-61). En otra experiencia similar con esta fuerza o “entidad” invisible varias semanas después, ella (o ellos) parecieron entrar y “buscar” en su mente, y luego, “parecieron elevarse hacia el cielo, mientras yo los llamaba: suplicando.28
28 Esta última experiencia es muy similar a la que experimentan muchas personas hoy en día en encuentros cercanos con «Objetos Voladores No Identificados» (OVNIs). La experiencia oculta de encontrarse con los espíritus caídos del aire es siempre la misma, aunque se exprese con diferentes imágenes y símbolos según las expectativas humanas. (Para un análisis del lado oculto de los encuentros con OVNIs, véase Orthodoxy and the Religion of the Future, St. Herman Monastery Press, 2.ª edición, 1979, cap. VI).
Entonces estuve seguro de que su mentalidad e inteligencia estaban mucho más allá de mi comprensión. Es una inteligencia impersonal, fría, sin ninguna de las emociones de amor o compasión que tanto respetamos... Me senté y lloré, con grandes sollozos profundos como nunca antes había llorado, porque entonces supe sin ninguna calificación o esperanza futura de cambio de que el Dios de mi infancia, de las iglesias, de la religión en todo el mundo no era como lo adoramos, que por el resto de mi vida, 'sufriría' la pérdida de esta ilusión” (p. 262).
Difícilmente se podría imaginar una mejor descripción del encuentro con el
diablo que tantos de nuestros confiados contemporáneos están experimentando
ahora, siendo incapaces de resistirlo debido a su alejamiento del verdadero
cristianismo.
Es grande el valor del testimonio de Monroe sobre la naturaleza y los seres del
“plano astral”. Aunque él mismo se involucró profundamente en ello y de hecho
entregó su alma en sumisión a los espíritus caídos, describió sus experiencias
en un lenguaje directo, no oculto y desde un punto de vista humano
relativamente normal, lo que hace de su libro una advertencia persuasiva contra
“experimentos” en este ámbito. Aquellos que conocen la enseñanza cristiana
ortodoxa sobre el mundo aéreo, así como sobre el verdadero cielo y el infierno
que están fuera de él, sólo pueden estar más firmemente convencidos de la
realidad de los espíritus caídos y su reino, así como de los grandes peligros
de contactarlos incluso a través de un enfoque aparentemente “científico”.29
29 La observación de Monroe, hecha también por muchos otros experimentadores en este campo, de que las experiencias extracorporales van invariablemente acompañadas de un alto grado de excitación sexual, solo confirma el hecho de que estas experiencias atraen el lado inferior de la naturaleza humana y no tienen nada de espiritual.
Como observadores cristianos ortodoxos, no necesitamos saber qué parte de su experiencia fue “real” y qué parte fue resultado de espectáculos e ilusiones diseñadas para él por los espíritus caídos. El engaño forma parte hasta tal punto del reino aéreo que no tiene sentido siquiera intentar desentrañar sus formas precisas. Pero no se puede dudar de que se encontró con el reino de los espíritus caídos.
También se puede contactar con el “plano astral” (pero no necesariamente en un estado “fuera del cuerpo”) mediante el uso de ciertas drogas. Experimentos recientes de administración de LSD a personas moribundas han producido experiencias "cercanas a la muerte" muy convincentes, junto con una "repetición condensada" de toda la vida, una visión de una luz cegadora, encuentros con los “muertos” y con “seres espirituales” no humanos, y la comunicación de mensajes espirituales sobre las verdades de la “religión cósmica”, la reencarnación y cosas similares. El Dr. Kubler-Ross también ha estado involucrado en estos experimentos.30
30 Stanislav Grof y Joan Halifax, The Human Encounter with Death, E.P. Dutton, Nueva York, 1977.
Es bien sabido que los chamanes de las tribus primitivas entran en contacto con el mundo aéreo de los espíritus caídos en estados “fuera del cuerpo”, y una vez “iniciados” en esta experiencia pueden visitar el “mundo de los espíritus” y comunicarse con sus seres.31
31 Véase M. Eliade, Shamanism, Routledge y Kegan Paul, Londres, 1961.
La misma experiencia era común entre los iniciados de los “misterios” del antiguo mundo pagano. En la Vida de San Cipriano y Justina (2 de octubre) tenemos el testimonio de primera mano de un ex hechicero sobre sus experiencias en este ámbito: “En el Monte Olimpo, Cipriano estudió todo tipo de artes diabólicas: dominó varias transformaciones demoníacas, aprendió a cambiar la naturaleza del aire... En este lugar vio una legión innumerable de demonios, con el príncipe de las tinieblas a su cabeza; algunos se presentaban ante él, otros le servían, otros clamaban en alabanza a su príncipe y algunos eran enviados al mundo para corromper a la gente. Aquí también vio en sus falsas formas a los dioses y diosas paganos, y también diversos fantasmas y espectros, cuya invocación aprendió en un estricto ayuno de cuarenta días... Así se convirtió en hechicero, mago y destructor de almas, gran amigo y fiel esclavo del príncipe del infierno, con quien conversaba cara a cara, concediéndosele recibir de él gran honor, como él mismo testificó. "Créanme", dijo, "he visto al príncipe de las tinieblas en persona... Lo saludé a él y a sus antepasados... Él prometió convertirme en príncipe después de mi partida del cuerpo y durante el transcurso de mi vida terrenal para ayudarme en todo... La apariencia exterior del príncipe de las tinieblas era como una flor. Su cabeza estaba cubierta por una corona (no real, sino fantasma) hecha de oro y piedras brillantes, como resultado de lo cual todo el espacio a su alrededor estaba iluminado; y su vestimenta era asombrosa. Cuando se giraba hacia un lado o hacia el otro, todo el lugar temblaba, una multitud de espíritus malignos de diversos grados permanecían obedientes ante este trono. Me entregué enteramente a su servicio en ese momento, obedeciendo a cada una de sus órdenes” (The Orthodox Word, 1976, no. 70, pp. 136-38).
San Cipriano no afirma explícitamente que haya tenido estas experiencias
fuera del cuerpo; De hecho, parecería que los hechiceros y adeptos más
avanzados no necesitan abandonar el cuerpo para lograr un contacto total con el
reino aéreo. Swedishborg, incluso al describir sus propias experiencias “fuera
del cuerpo”, afirmó que la mayor parte de su contacto con los espíritus fue,
por el contrario, en el cuerpo, pero con sus “puertas de percepción” abiertas
(Heaven and Hell, Secciones 440 -42). Aún así, las características de este
reino, y las “aventuras” de uno en él, son las mismas ya sea que uno esté
“dentro” o “fuera” del cuerpo.
Uno de los famosos hechiceros paganos de la antigüedad (siglo II), al describir
su iniciación en los misterios de Isis, da un ejemplo clásico de la experiencia
“fuera del cuerpo”, el contacto con el reino aéreo, que podría usarse para
describir algunas de las experiencias “fuera del cuerpo” y “después de la
muerte” de hoy: “Registraré (de mi iniciación) tanto como puedo registrar
legalmente para los no iniciados, pero sólo con la condición de que lo crean.
Me acerqué a las mismas puertas de la muerte y puse un pie en el umbral de
Proserpina, pero se me permitió regresar, absorto en todos los elementos. A
medianoche vi brillar el sol como si fuera mediodía; Entré ante la presencia de
los dioses del inframundo y de los dioses del mundo superior, me paré cerca y
los adoré. Bueno, ya has oído lo que pasó, pero me temo que todavía no te has
enterado.”32
32 Apuleyo, The Golden Ass, trad. de Robert Graves, Farrar, Straus and Young, Nueva York, 1951, pág. 280. Proserpina (o Perséfone) era la reina de Hades en la mitología griega y romana.
Conclusiones sobre el reino “fuera del cuerpo”
Todo lo que se ha dicho aquí sobre las experiencias “extracorporales” es suficiente para ubicar las experiencias “después de la muerte” de hoy en su perspectiva adecuada. Resumamos lo que hemos encontrado:
1. Se trata, pura y simplemente, de experiencias “extracorporales”, algo muy
conocido especialmente en la literatura ocultista, que han estado sucediendo
con
frecuencia cada vez mayor en los últimos años a personas comunes y corrientes
que no están en absoluto involucradas en el ocultismo. Estas experiencias, sin
embargo, en realidad no nos dicen casi nada de lo que le sucede al alma después
de la muerte, excepto que sobrevive y es consciente.
2. El reino en el que entra inmediatamente el alma cuando sale del
cuerpo y comienza a perder contacto con lo que conocemos como “realidad
material” (ya sea después de la muerte o en una simple experiencia
“extracorporal”) no escielo ni infierno, sino un reino invisible cercano a la
tierra que se denomina de diversas maneras “Después de la muerte” o “Llano
Bardo” (Tibetan Book of the Dead), el “mundo de los espíritus” (Swedenborg
y el espiritismo), el “plano astral” (Teosofía y la mayoría de los del
ocultismo), “Escenario II” (Monroe) - o, en lenguaje ortodoxo, el mundo aéreo
bajo el cielo donde habitan los espíritus caídos y engañan activamente a los
hombres para su condenación. Este no es el “otro mundo” que espera al hombre
después de la muerte, sino sólo la parte invisible de este mundo por la que el
hombre debe atravesar para llegar al verdadero “otro” mundo del cielo o del
infierno. Para aquellos que realmente han muerto y están siendo conducidos por
ángeles fuera de la vida terrena, este es el reino donde comienza el Juicio
Particular en las “casas de peaje” aéreas, donde los espíritus del aire revelan
su verdadera naturaleza y su hostilidad hacia humanidad; para todos los demás,
es un reino de engaño demoníaco a manos de esos mismos espíritus.
3. Los seres con los que se contacta en este reino son siempre (o casi siempre)
demonios, ya sea que sean invocados por mediumnismo u otras prácticas ocultas,
o que se encuentren en experiencias "extracorporales". No son
ángeles, pues habitan en el cielo y sólo pasan por este reino como mensajeros
de Dios. No son almas de los muertos, porque habitan en el cielo o en el
infierno y sólo pasan por este reino inmediatamente después de la muerte en su
camino al juicio por sus acciones en esta vida. Incluso aquellos más adeptos a
las experiencias “extracorporales” no pueden permanecer en este reino por mucho
tiempo sin peligro de separación permanente del cuerpo (muerte), e incluso en
la literatura ocultista rara vez se describe que tales adeptos se encuentren
entre sí.
4. No se debe confiar en las experiencias en este ámbito y ciertamente no se
deben tomar al pie de la letra. Incluso aquellos con una base firme en las
enseñanzas cristianas ortodoxas pueden ser fácilmente engañados por los
espíritus caídos del aire con respecto a cualquier “visión” que puedan tener;
pero aquellos que entran en este reino sin saberlo y aceptan sus “revelaciones”
con confianza no son más que lamentables víctimas de los espíritus caídos.
Cabe preguntarse: ¿Qué pasa con los sentimientos de “paz” y “agradabilidad” que
parecen ser casi universales en el estado “fuera del cuerpo”? ¿Qué pasa con la
visión de “luz” que tantos ven? ¿Son también estos sólo engaños?
En cierto sentido, puede ser que estas experiencias sean “naturales” para el
alma cuando se separa del cuerpo. Nuestros cuerpos físicos en este mundo caído
son cuerpos de dolor, corrupción y muerte. Cuando se separa de este cuerpo, el
alma se encuentra inmediatamente en un estado más “natural” para ella, más
cercano al estado que Dios desea para ella; porque el “cuerpo espiritual”
resucitado en el que habitará el hombre en el Reino de los Cielos tiene más en
común con el alma que con el cuerpo que conocemos en la tierra. Incluso el
cuerpo con el que Adán fue creado en el principio tenía una naturaleza
diferente del cuerpo después de la caída de Adán, siendo más refinado y no
sujeto a dolor ni aflicciones.
En este sentido, la “paz” y el “placer” de la experiencia extracorporal
pueden considerarse reales y no un engaño. Sin embargo, el engaño entra en
escena en el instante en que uno comienza a interpretar estos sentimientos
“naturales” como algo “espiritual”, como si esta paz fuera la verdadera paz de
la reconciliación con Dios, y el “agrado” fuera el verdadero placer espiritual
del cielo. De hecho, así es como las personas interpretan sus experiencias
“fuera del cuerpo” y “después de la muerte”, debido a su falta de verdadera
experiencia y conciencia espiritual. Se puede ver que esto es un error por el
hecho de que incluso los incrédulos más crudos tienen la misma experiencia de
agrado cuando “mueren”. Ya hemos visto esto en un capítulo anterior en el caso
de Hindú, ateo y suicida. Otro ejemplo sorprendente es el del agnóstico
novelista británico Somerset Maugham, quien, cuando tuvo una breve experiencia
de “muerte” justo antes de su muerte real a la edad de 80 años, experimentó
primero una luz cada vez mayor y “después la más exquisita sensación de
felicidad”. liberación”, como lo describió en sus propias palabras (ver Allen
Spreggett, The Case for Immortality, New American Library, Nueva York, 1974, p.
73). Esta experiencia no fue en lo más mínimo espiritual; No fue más que una
experiencia “natural” más en un vida que terminó en incredulidad. Por lo tanto,
como experiencia sensual o “natural”, parecería que la muerte es realmente
placentera. Este placer puede ser experimentado igualmente por alguien cuya
conciencia está limpia ante Dios, y por alguien que no cree profundamente en
Dios ni en la vida eterna en absoluto y, por lo tanto, no tiene conciencia de
cómo pudo haber disgustado a Dios durante su vida. Una “mala muerte” la experimentan, como bien dijo un escritor, solo “aquellos que saben que Dios existe, y sin embargo, han vivido como si no existiera”33.
33 David Winter, Hereafter: What Happens after Death? Harold Shaw Publishers, Wheaton, Illinois, 1977, p. 90.
Es decir, aquellos cuyas conciencias los atormentan y contrarrestan con su dolor el placer natural de la muerte física. La distinción entre creyentes e incrédulos se produce, pues, no en el momento mismo de la muerte, sino más tarde, en el Juicio Particular. El “placer” de la muerte puede ser bastante real, pero no tiene necesariamente conexión alguna con el destino eterno del alma, que bien puede ser un destino de tormento.
Esto es aún más cierto en el caso de la visión de la “luz”. Esto también puede ser algo meramente natural: un reflejo del verdadero estado de luz para el cual el hombre fue creado. Si es así, sigue siendo un grave error darle el significado “espiritual” que invariablemente le atribuyen quienes carecen de experiencia espiritual. La literatura ascética ortodoxa está repleta de advertencias contra la confianza en cualquier tipo de "luz" que pueda aparecer; y cuando uno empieza a interpretar dicha luz como un "ángel" o incluso como "Cristo", es evidente que ya ha caído en el engaño, tejiendo una "realidad" a partir de su propia imaginación incluso antes de que los espíritus caídos hayan comenzado su propia labor de engaño.
También es "natural" que el alma, aparte del cuerpo, tenga una mayor conciencia de la realidad y ejerza lo que ahora se llama "percepción extrasensorial" (ing. ESP, “extra-sensory perception”). Es un hecho obvio, observado tanto en la literatura ortodoxa como en las investigaciones científicas modernas, que el alma justo después de la "muerte" (y a menudo justo antes de la muerte) ve cosas que los espectadores no ven, sabe cuando alguien está muriendo a distancia, etc. Un reflejo de esto puede verse en la experiencia que el Dr. Moody llama “la visión del conocimiento”, cuando el alma parece tener una “iluminación” y ver “todo conocimiento” frente a ella (Reflexiones sobre la vida después de la vida, págs. 9-14). San Bonifacio describe así la experiencia inmediata después de la muerte del “monje de Wenlock”: “Se sentía como un hombre que veía y estaba completamente despierto, cuyos ojos habían sido velados por una densa cubierta y de repente el velo se levantó y todo quedó claro. que antes había sido invisible, velada y desconocida. Así también con él, cuando el velo de la carne fue dejado de lado, todo el universo pareció reunirse ante sus ojos de modo que vio en una sola visión todas las partes de la tierra y todos los mares y los pueblos” (Emerton, Letters of St. Boniface, p. 25).
Algunas almas parecen ser naturalmente sensibles a experiencias similares, incluso cuando todavía están en el cuerpo. San Gregorio Magno señala que “a veces es a través de un poder sutil propio que las almas pueden prever el futuro”, a diferencia de aquellos que prevén el futuro por la revelación de Dios (Diálogos, IV, 27, p. 219). Pero esos “psíquicos” invariablemente caen en el engaño cuando comienzan a interpretar o desarrollar este talento, que sólo pueden utilizar adecuadamente personas de gran santidad y (por supuesto) de creencia ortodoxia. El “psíquico” americano Edgar Cayce es un buen ejemplo de los peligros de tal “ESP”: una vez que descubrió que tenía talento para realizar diagnósticos médicos precisos en un trancestate, comenzó a confiar en todos los mensajes recibidos en este estado y terminó presentándose como un profeta del futuro (a veces con espectacular equivocación, como en el caso del cataclismo de la costa occidental que no se produjo en 1969), ofreciendo lecturas astrológicas y rastreando las “vidas pasadas” de los hombres en la “Atlántida”, la antigua Egipto y otros lugares.
Las experiencias "naturales" del alma cuando es especialmente
sensible o está separada del cuerpo - ya sean experiencias de "paz" y
agrado, luz o "ESP" - son por tanto sólo la “materia prima” de la conciencia elevada del alma, pero dan (debemos
decirlo nuevamente) muy poca información positiva sobre el estado del alma
después de la muerte, y con demasiada frecuencia conducen a interpretaciones
injustificadas del "otro mundo", así como a interpretaciones
directas.
contacto con los espíritus caídos cuyo reino es este. Tales experiencias
pertenecen todas al mundo "astral" y no tienen en sí mismas nada
espiritual o celestial; Incluso cuando la experiencia en sí es real, no se
puede confiar en las interpretaciones que se le dan.
5. Por la propia naturaleza de las cosas, un verdadero conocimiento del reino
aéreo de los espíritus y sus manifestaciones no puede adquirirse únicamente
mediante la experiencia. La jactancia de todas las ramas del ocultismo de que
su conocimiento es seguro porque está basado en la "experiencia" es
precisamente el defecto fatal de todo "conocimiento" oculto. Más
bien, las experiencias de este reino, debido a que ocurren en el reino aéreo y
a menudo son producidas por demonios con la intención final de engañar y
destruir las almas de los hombres, están por su propia naturaleza ligadas al
engaño, independientemente del hecho de que el hombre, al no estar a gusto en
este reino, nunca podrá orientarse plenamente en él y estar seguro de su
realidad como lo puede hacer en el reino material. La doctrina budista (tal
como se expresa en el Libro tibetano de los muertos) es ciertamente correcto
cuando habla del carácter ilusorio de las apariciones del “plano Bardo”; pero
se equivoca cuando de esto se concluye, basándose únicamente en la experiencia,
que no hay ninguna realidad objetiva detrás de estas apariencias. La realidad
de este reino invisible no puede conocerse tal como es en realidad a menos que
sea revelada por una fuente externa y superior a él.
El enfoque contemporáneo de este ámbito mediante la experimentación personal
y/o “científica” está, por la misma razón, destinado a dar lugar a conclusiones
engañosas y engañosas. Casi todos los investigadores contemporáneos aceptan o
al menos simpatizan mucho con las enseñanzas ocultas relativas a este reino,
por la única razón de que se basan en la experiencia, que es también la base de
la ciencia. Pero la “experiencia” en el mundo material es algo muy diferente de
la “experiencia” en el reino aéreo. La materia prima que se experimenta y
estudia en un caso es moralmente “neutral” y puede ser estudiada objetivamente
y verificada por otros; pero en el otro caso la “materia prima” está oculta, es
extremadamente difícil de captar y, en muchos casos, tiene voluntad propia: una
voluntad de engañar al observador. Por esta razón, investigaciones serias como
las del Dr. Moody, Dr. Crookall, Drs. Osis y Haraldsson y el Dr. Kubler-Ross
casi inevitablemente terminan siendo utilizados para la difusión de ideas
ocultas, que son las ideas "naturales" que se extraen de un estudio
del reino aéreo oculto. Sólo con la idea (que se ha vuelto rara hoy en día) de
que hay una verdad revelada que está por encima de toda experiencia, se puede
iluminar este reino oculto, reconocer su verdadera naturaleza y hacer un
discernimiento entre este reino inferior y el reino superior del cielo.
Ha sido necesario dedicar este largo capítulo a las experiencias "extracorporales" a fin de definir con la mayor precisión posible la naturaleza de las experiencias que actualmente padecen un gran número de personas corrientes, no sólo médiums y ocultistas. (En la conclusión de este libro intentaremos explicar por qué tales experiencias se han vuelto tan comunes hoy en día). Está bastante claro que estas experiencias son reales y no pueden descartarse como "alucinaciones". Pero es igualmente claro que estas experiencias no son espirituales, y los intentos de quienes las han experimentado de interpretarlas como “experiencias espirituales” que revelan la verdadera naturaleza de la vida después de la muerte y el estado último del alma, sólo sirven para aumentar la confusión espiritual de la humanidad contemporánea y revelar cuán lejos está su conciencia del verdadero conocimiento y experiencia espiritual.
Para ver esto mejor, pasaremos ahora a examinar varios casos de experiencias verdaderas del otro mundo: el mundo eterno del cielo que sólo se abre al hombre por la voluntad de Dios, y que es completamente distinto del mundo. reino aéreo que hemos estado examinando aquí, que todavía es parte de este mundo que tendrá un fin.
Una nota sobre la reencarnación
Entre las ideas ocultistas que ahora están siendo ampliamente discutidas
y a veces aceptadas por los que tienen experiencias
"extracorpóreas" y "después de la muerte", e incluso por
algunos científicos, es la idea de la reencarnación: que el
el alma después de la muerte no sufre el Juicio Particular y luego habita en el
el cielo o el infierno a la espera de la resurrección del cuerpo y del Juicio
Final,
sino que (evidentemente tras una estancia más o menos larga en el "plano
astral") vuelve a la tierra y ocupa un nuevo cuerpo, ya sea de una bestia (animal)
o de otro hombre.
Esta idea estaba muy extendida en la antigüedad pagana de Occidente, antes de
que fuera sustituida por las ideas cristianas; pero su difusión actual se debe
en gran parte a la influencia de hinduístas y budistas, y entre antiguos
griegos y romanos, es que es bastante raro lograr la “encarnación” como hombre,
y que la mayoría de las “encarnaciones” actuales son como bestias (animales), insectos e
incluso plantas.
Quienes creen en esta idea dicen que explica las muchas "injusticias"
de la vida terrenal, así como de fobias aparentemente inexplicables: si uno
nace ciego o en condiciones de pobreza, es como una justa recompensa por sus
acciones en una “vida anterior” (o, como dicen los hindúes y los budistas,
debido a su “mal karma”); si uno tiene miedo al agua, es porque se ahogó en una
“existencia anterior”.
Los creyentes
en la reencarnación no tienen una filosofía muy completa sobre el origen y el
destino del alma, ni ninguna prueba convincente que sustente su teoría. Sus
principales atractivos son los superficiales de aparentar proveer “justicia” en la tierra, de explicar algunos misterios psíquicos y de
proporcionar cierta apariencia de “inmortalidad” para aquellos que no la
aceptan como explicaciones cristianas.
Sin embargo,
si se reflexiona más a fondo, la teoría de la reencarnación no ofrece ninguna
explicación real de las injusticias: si uno sufre en esta vida por los pecados
y errores cometidos en otra vida que no puede recordar, y por los cuales (si
uno era “anteriormente” una bestia (animal)) ni siquiera puede ser considerado
responsable, y si (según la enseñanza budista) ni siquiera hay un “yo” que
sobreviva de una “encarnación” a la siguiente, y los errores pasados de uno fueron
literalmente de otra persona, entonces no hay justicia reconocible en absoluto,
sino solo un sufrimiento ciego de males cuyo origen no se puede rastrear. La
enseñanza cristiana de la caída de Adán, que es el origen de todos los males
del mundo, ofrece una explicación mucho mejor de las injusticias en el mundo; y
la revelación cristiana de la justicia perfecta de Dios en Su juicio de los
hombres para la vida eterna en el cielo o el infierno hace innecesaria y
trivial la idea de alcanzar la “justicia” a través de “encarnaciones” sucesivas
en este mundo.
En las últimas
décadas, la idea de la reencarnación ha alcanzado una notable popularidad en el
mundo occidental, y ha habido numerosos casos que sugieren el “recuerdo” de
“vidas pasadas”; muchas personas también regresan de experiencias
“extracorporales” creyendo que estas experiencias sugieren o infunden la idea
de la reencarnación. ¿Qué debemos pensar de estos casos?
Hay que señalar que muy pocos de estos casos ofrecen una “prueba” que sea algo
más que vagamente circunstancial, y que fácilmente podría ser producto de la
simple imaginación: un niño nace con una marca en el cuello y posteriormente
“recuerda” que fue ahorcado por ladrón de caballos en una “vida anterior”; una
persona que tiene miedo a las alturas y luego “recuerda” que murió al caerse en
su “vida anterior”... y similares. La tendencia humana natural a la fantasía
hace que estos casos sean inútiles como “prueba” de la reencarnación.
En muchos casos, sin embargo, esas “vidas anteriores” han sido descubiertas mediante una técnica hipnótica conocida como “hipnosis regresiva”, que en muchos casos ha dado resultados sorprendentes en el recuerdo de acontecimientos que la mente consciente había olvidado hace mucho tiempo, incluso en la infancia. El hipnotizador lleva a la persona “de vuelta” a la infancia y luego pregunta: “¿Qué hay de antes de eso?” A menudo, en esos casos, la persona “recordará” su “muerte” o incluso una vida completamente diferente; ¿qué debemos pensar de esos recuerdos?
Los hipnotistas bien entrenados admitirán los peligros de la “hipnosis regresiva”. El Dr. Arthur C. Hastings, un especialista de California en psicología de la comunicación, señala que “lo más obvio que sucede bajo hipnosis es que la persona está extremadamente abierta a cualquier sugerencia sutil, inconsciente, no verbal, así como verbal del hipnotista y es extremadamente obediente. Si le pides que vaya a una vida pasada, y no tiene una vida pasada, ¡inventará una para ti! Si les dices que vieron un OVNI, habrán visto un OVNI”. 34
34 J. Allen Hynek y Jacques Vallee, The Edge of Reality, Henry Regnery Co., Chicago, 1975, pág. 107.
Un hipnotista de Chicago, el Dr. Larry Garrett, que ha realizado unas 500 regresiones hipnóticas, señala que estas regresiones a menudo son inexactas incluso cuando solo se trata de recordar un evento pasado en esta vida: “Muchas veces la gente inventa cosas, ya sea a partir de ilusiones, fantasías, sueños, cosas así... Cualquiera que esté metido en la hipnosis y haga cualquier tipo de regresión descubriría que muchas veces la gente tiene una imaginación tan vívida que se sentará allí e inventará todo tipo de cosas solo para complacer al hipnotizador” (The Edge of Reality, pp. 91-92).
Otro investigador sobre esta cuestión escribe: “Este método está plagado de peligros, el principal de los cuales es la tendencia de la mente inconsciente hacia la fantasía dramática. Lo que surge en la hipnosis puede ser, en efecto, un sueño del tipo de existencia anterior que al sujeto le gustaría haber vivido o que cree, correcta o incorrectamente, que vivió.... Un psicólogo instruyó a varios sujetos hipnotizados para que recordaran una existencia anterior, y lo hicieron, sin excepción. Algunos de estos relatos estaban repletos de detalles pintorescos y parecían convincentes.... Sin embargo, cuando el psicólogo los volvió a hipnotizar, pudieron, en trance, rastrear cada elemento de los relatos de la existencia anterior hasta alguna fuente normal: una persona que habían conocido en la infancia, escenas de novelas que habían leído o películas que habían visto años antes, etcétera”. 35
35 Allen Spraggett, The Case for Immortality, New American Library, New York, 1974, pp.
137-38.
Pero ¿qué ocurre con aquellos casos, últimamente ampliamente publicitados, en
los que hay “pruebas objetivas” de la “vida anterior” de una persona, es decir,
cuando una persona “recuerda” detalles de tiempo y lugares que no podría haber
conocido por sí misma y que pueden comprobarse mediante documentos históricos?
Esos casos parecen muy convincentes para quienes ya están inclinados a creer en
la reencarnación; pero este tipo de “prueba” no es diferente de la información
estándar proporcionada por los “espíritus” en las sesiones espiritistas (que
también puede ser de un tipo muy llamativo), y no hay razón para suponer que la
fuente sea diferente. Si los “espíritus” en las sesiones espiritistas son
claramente demonios, entonces la información sobre las “vidas anteriores” de
una persona también puede ser proporcionada por demonios. El objetivo en ambos
casos es el mismo: confundir a los hombres con una exhibición deslumbrante de
conocimiento aparentemente “sobrenatural”, y así engañarlos sobre la verdadera
naturaleza de la vida después de la muerte y dejarlos espiritualmente no
preparados para ella.
Incluso los ocultistas que son favorables en general a la idea de la
reencarnación admiten que la “prueba” de la reencarnación puede interpretarse
de diversas maneras.
Un divulgador norteamericano de ideas ocultas cree que “la mayoría de los casos
que dan evidencia de la reencarnación podrían ser casos de posesión”. 36
36 Suzy Smith, Life is Forever, G.P. Putnam’s Sons, New York, 1974, p. 171
La “posesión”, según estos ocultistas, ocurre cuando una persona “muerta” toma posesión de un cuerpo vivo y la personalidad y la identidad misma de este último parecen cambiar, causando así la impresión de que uno está siendo dominado por las características de su “vida anterior”. Esos seres que “poseen” a los hombres, por supuesto, son demonios, por mucho que se hagan pasar por almas de muertos. El reciente y famoso libro "Twenty Cases Suggestive Reincarnation" (Veinte casos sugestivos de reencarnación) del Dr. Ian Stevenson parece, de hecho, ser una colección de casos de tal “posesión”.
La Iglesia cristiana primitiva combatió la idea de la reencarnación, que
entró en el mundo cristiano a través de enseñanzas orientales como las de los
maniqueos. La falsa enseñanza de Orígenes sobre la “preexistencia de las almas”
estaba estrechamente relacionada con estas enseñanzas, y en el V Concilio
Ecuménico de Constantinopla en 553 fue fuertemente condenada y sus seguidores
anatematizados. Muchos Padres de la Iglesia escribieron en contra de ella, en
particular san Ambrosio de Milán en Occidente (Sobre la creencia en la
resurrección, Libro II), san Gregorio de Nisa en Oriente (Sobre el alma y la
resurrección) y otros.
Para el cristiano ortodoxo actual que se siente tentado por esta idea, o que se
pregunta sobre la supuesta “prueba” de la misma, tal vez sea suficiente
reflexionar sobre tres dogmas cristianos básicos que refutan de manera
concluyente la posibilidad misma de la reencarnación:
1. La resurrección del cuerpo. Cristo resucitó de entre los muertos en el mismo
cuerpo que había eliminado la muerte de todos los hombres, y se convirtió en
las primicias de todos los hombres, cuyos cuerpos también resucitarán en el
último día y se unirán a sus almas para vivir eternamente en el cielo o en el
infierno, según el justo juicio de Dios sobre su vida en la tierra. Este cuerpo
resucitado, como el de Cristo mismo, será diferente de nuestros cuerpos
terrenales en que será más refinado y más parecido a la naturaleza angélica,
sin la cual no podría morar en el Reino Celestial, donde no hay muerte ni
corrupción; pero seguirá siendo el mismo cuerpo, milagrosamente restaurado y
hecho apto por Dios para la vida eterna, como vio Ezequiel en su visión de los
“huesos secos” (Ezequiel 37:1-14). En el cielo, los redimidos se reconocerán
entre sí. El cuerpo es, pues, una parte inalienable de toda la persona que
vivirá para siempre, y la idea de que muchos cuerpos pertenezcan a la misma
persona niega la naturaleza misma del Reino Celestial que Dios ha preparado
para quienes lo aman.
2. Nuestra redención por Jesucristo. Dios tomó carne y a través de Su vida, el sufrimiento y la muerte en la Cruz nos redimieron del dominio del pecado y de la muerte. A través de Su Iglesia, somos salvados y preparados para el Reino del Cielo, sin ninguna “penalización” que pagar por nuestras transgresiones pasadas. Pero según la idea de la reencarnación, si alguien es “salvado”, es sólo después de muchas vidas de trabajar en las consecuencias de sus pecados. Este es el legalismo frío y lúgubre de las religiones paganas que fue totalmente abolido por el sacrificio de Cristo en la cruz; el ladrón a su diestra recibió la salvación en un instante a través de su fe en el Hijo de Dios, y el “mal karma” de sus malas acciones fue borrado por la Gracia de Dios.
3. El juicio.
Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después de esto el
juicio (Heb. 9:27). La vida humana es un período único y definido de prueba,
después del cual no hay una “segunda oportunidad”, sino sólo el juicio de Dios
(que es a la vez justo y misericordioso) sobre el hombre según el estado de su
alma al terminar su vida.
En estas tres doctrinas la revelación cristiana es bastante precisa y
definitiva, a diferencia de las religiones paganas que no creen ni en la
resurrección ni en la redención, y son vagas acerca del juicio y la vida
futura. La única respuesta a todas las supuestas experiencias o recuerdos de
“vidas anteriores” es precisamente la enseñanza clara del cristianismo sobre la
naturaleza de la vida humana y el trato de Dios con los hombres.
CAPÍTULO 8
8.1. Verdaderas experiencias cristianas del cielo
1. La “ubicación” del cielo y el infierno
Ahora hemos visto, a través de numerosos relatos de los Santos Padres y en
las
vidas de santos, que el alma después de la muerte entra inmediatamente en
el reino aéreo bajo el cielo, cuyas características hemos examinado
en detalle.
También hemos visto que el progreso del alma a través de este reino aéreo, una
vez el cuerpo realmente ha muerto y el alma ha terminado con las cosas
terrenas, es descrito como un ascenso a través de las casas de peaje, donde el
Juicio Particular comienza con el fin de determinar la idoneidad del alma para
morar en el cielo. Las almas que son condenadas por pecados no arrepentidos son
arrojadas por los espíritus caídos al infierno; aquellas que pasan con éxito
las pruebas de las casas de peaje ascienden libremente, guiadas por
ángeles, al cielo.
¿Qué es este
cielo? ¿Dónde está? ¿Es el cielo un lugar? ¿Está “arriba”?
Como ocurre con todos los asuntos relacionados con la vida después de la
muerte, no deberíamos preguntar tales cosas por mera curiosidad, sino
únicamente para comprender mejor la enseñanza sobre este tema que la Iglesia
nos ha transmitido, y escapar de las confusiones que las ideas modernas y
algunas experiencias psíquicas pueden causar incluso entre los cristianos
ortodoxos.
Sucede que la cuestión de la “ubicación” del cielo (y del infierno) es algo que
ha sido muy mal entendido en los tiempos modernos. Hace sólo unos años, el
dictador soviético Krushchev se reía de las personas religiosas que todavía
creían en el cielo: había enviado "cosmonautas" al espacio...¡y no lo
habían visto!
Por supuesto, ningún cristiano lógico cree en la caricatura atea de un Cielo
"en el cielo", aunque hay algunos protestantes ingenuos que
colocarían el cielo en una galaxia o constelación distante; toda la creación
visible es caída y corrupta, y en él no hay lugar en ninguna parte para el
Cielo invisible de Dios, que es una realidad espiritual y no material.
Entre los "católicos romanos" y los
protestantes hay apologías sofisticadas que proclaman que el cielo es “un
estado, no un lugar”, que “arriba” es sólo una metáfora, que la Ascensión de
Cristo (Lucas
24:50-51, Hechos 1:9-11) no fue realmente una “ascensión”, sino sólo un cambio
de estado. El resultado de tales apologías es que el cielo y el infierno se
convierten en concepciones muy vagas e indefinidas, y el sentido de su realidad
comienza a desaparecer, con resultados desastrosos para la vida cristiana,
porque estas son las mismas realidades hacia las que se dirige toda nuestra
vida terrenal.
Todas estas apologías, según la enseñanza del obispo Ignacio Brianchaninov, se
basan en la falsa idea del filósofo moderno Descartes de que todo lo que no es
material es “puro espíritu” y no está limitado por el tiempo y el espacio. Esta
no es la enseñanza de la Iglesia Ortodoxa.
El obispo Ignacio escribe: “La fantasía de Descartes sobre la independencia de
los espíritus con respecto al espacio y al tiempo es un absurdo decisivo. Todo
que es limitado depende necesariamente del espacio” (vol. III, pág. 312). “Las
numerosas citas dichas anteriormente de los libros del Servicio Divino y de las
obras de los Padres de la Iglesia Ortodoxa resuelven con plena satisfacción la
cuestión de dónde se encuentran el paraíso y el infierno... Con qué claridad la
enseñanza de la Iglesia Ortodoxa indica que la ubicación del paraíso
está en el cielo y la ubicación del infierno en las entrañas de la tierra”
(vol. III, págs. 308-9; el énfasis es suyo). Aquí sólo indicaremos cómo debe
interpretarse esta enseñanza.
Es realmente cierto, como lo indican las numerosas citas del obispo Ignacio,
que
todas las fuentes ortodoxas: las Sagradas Escrituras, los Servicios Divinos,
las Vidas de los Santos, escritos de los Santos Padres - hablan del paraíso y
el cielo como "arriba" y el infierno como "abajo", debajo
de la tierra. Y también es cierto que como los ángeles y las almas son
limitados en el espacio (como hemos visto en el capítulo anterior sobre
"La Enseñanza Ortodoxa sobre los Ángeles”), siempre deben estar en un
lugar definido, ya sea cielo, infierno o tierra. Ya hemos citado la enseñanza
de san Juan Damasceno que “cuando los ángeles están en el cielo, no están en la
tierra, y cuando son enviados a la tierra por Dios no permanecen en el cielo”
(Exposición Exacta de la fe ortodoxa, II. 3, pág. 206), que es la misma
doctrina enseñada anteriormente por San Basilio el Grande (Sobre el Espíritu
Santo, cap. 23), san Gregorio Magno (La moral del libro de Job, Libro II, 3), y
de hecho todos los Padres Ortodoxos.
El Cielo, por lo tanto, es ciertamente un lugar, y ciertamente está por encima
de cualquier punto en la tierra, y el infierno ciertamente está abajo, en las
entrañas de la tierra; pero estos lugares y sus habitantes no pueden ser vistos
por los hombres hasta que sus ojos espirituales son abiertos, como hemos visto
antes con respecto al reino aéreo.
Además, estos lugares no están dentro de las "coordenadas" de nuestro
sistema del espacio-tiempo: Un avión de pasajeros no pasa “invisiblemente” por
el paraíso, ni un satélite terrestre por el tercer cielo, ni se puede llegar a
las almas que esperan en el infierno el Juicio Final perforando la tierra para
encontrarlas. No están allí, sino en un tipo de espacio diferente que comienza aquí
mismo pero se extiende, por así decirlo, en una dirección diferente.
Hay indicaciones, o al menos indicios, de este otro tipo de realidad incluso en
la experiencia cotidiana de este mundo. Por ejemplo, la existencia de volcanes
y
de un gran calor en el centro de la tierra es tomada por muchos santos y padres
como una indicación directa de la existencia del infierno en las entrañas de la
tierra.37
37 Véase la Vida de San Patricio de Prusia, 19 de mayo; Diálogos de San Gregorio, IV, 36 y 44; Obispo Ignacio Brianchaninov, vol. III, pág. 98.
Por supuesto,
el infierno no es “material” en el sentido de que la lava que fluye desde
debajo de la corteza de la tierra es material; pero parece haber una especie de
“superposición” de los dos tipos de realidad: una “superposición” que puede
verse en primer lugar en la naturaleza del hombre mismo, que es capaz, bajo
ciertas circunstancias o por voluntad de Dios, de percibir ambos tipos de
realidad incluso en esta vida. Los propios científicos modernos han llegado a
admitir que ya no están seguros de la naturaleza última y los límites de la
materia, ni de dónde termina y comienza la realidad “psíquica”.
Numerosos incidentes en las Vidas de los Santos muestran cómo este otro tipo de
espacio “irrumpe” en el espacio “normal” de este mundo. A menudo, por ejemplo,
se ve el alma de un hombre recién fallecido ascender al cielo, como cuando san
Benito vio el alma de san Germán de Capua llevada al cielo por ángeles en una
bola de fuego (Diálogos de San Gregorio, II, 35), o los residentes de Afognak
vieron el alma de san Germán ascender en una columna de fuego, o el elder
Filaret de Glinsk vio ascender el alma de san Serafín de Sarov. El profeta
Eliseo vio al profeta Elías llevado en un carro de fuego al cielo (III Reyes
2:11). A menudo, también, se ven almas pasando por las casetas de peaje. Estos
casos son especialmente numerosos en la Vida de San Nifón de Constanza (23
Diciembre) y de san Columba de Iona (9 Junio); algunos de estos últimos fueron
citados más arriba en el capítulo sobre las casas de peaje.
En la Vida del Venerable Teófilo de Kiev, el único testigo de la muerte del
justo vio cómo en ese momento “algo brilló ante su mirada y una corriente de
aire fresco golpeó su rostro. Dimitri miró hacia arriba con asombro y se quedó
petrificado. En la celda, el techo comenzó a elevarse y el cielo azul, como si
extendiera sus brazos, se preparaba para recibir el alma santa del justo
moribundo”. 38
38 Véase la Vida del bendito Teófilo (Feofil), Monasterio de la Santísima Trinidad, Jordanville, Nueva York, 1970, pág. 125.
Más allá del conocimiento general de que el cielo y el infierno son en realidad “lugares”, pero no lugares en este mundo, en nuestro sistema espacio-temporal; no necesitamos ser curiosos. Estos “lugares” son tan diferentes de nuestras nociones terrenales de “lugar”, que nos confundiremos irremediablemente si intentamos reconstruir una “geografía” de ellos. Algunas Vidas de Santos indican claramente que el “cielo” está por encima del “paraíso”; otros indican que hay al menos "tres cielos" - pero no nos corresponde a nosotros definir los “límites” de estos lugares o tratar de distinguir sus características. Tales descripciones nos son dadas, por la providencia de Dios, para inspirarnos a luchar para alcanzarlas con una vida y muerte cristianas, pero no para aplicarles categorías mundanas de lógica y conocimientos que no les convienen. San Juan Crisóstomo nos recuerda con razón que debemos preocuparnos por estudiar el cielo y el infierno: “Preguntáis dónde está el infierno; pero ¿por qué debéis saberlo? Es necesario que sepáis que el infierno existe, no dónde está escondido… En mi opinión, está en algún lugar fuera de este mundo entero… Tratemos de averiguar no dónde está, sino cómo escapar de él” (Homilías sobre Romanos, 31:3-4).
No se nos ha dado mucho para entender la realidad del otro mundo en esta vida, aunque sí sabemos lo suficiente como para responder a los racionalistas que dicen que el cielo y el infierno no están “en ninguna parte” y, por lo tanto, no existen porque no pueden verlos. Estos lugares están en “alguna parte”, y algunos que viven en la tierra han estado allí y han regresado para hablar de ellos; pero estos lugares son vistos por nosotros en la carne más por fe que por conocimiento. "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido" (1 Cor. 13:12).
8.2. Experiencias cristianas del cielo
Las verdaderas experiencias cristianas del cielo llevan siempre el mismo sello
de experiencia de otro mundo. Quienes han contemplado el cielo no
simplemente han viajado a un lugar diferente, sino que también han entrado en un
estado espiritual completamente diferente. Nosotros, que no hemos experimentado
esto personalmente, debemos conformarnos con la descripción de ciertas características
externas que, tomadas en conjunto, distinguen estas experiencias con bastante
claridad de todas las experiencias del reino aéreo que hemos examinado
anteriormente.
Numerosas
Vidas de Santos contienen descripciones de almas que entran en el cielo, tal
como se ve desde la tierra. En la Vida de San Antonio el Grande leemos: “En
otra ocasión, Antonio estaba sentado en la montaña, y mirando hacia arriba vio
a alguien siendo llevado a lo alto, y un grupo alegre a su encuentro. Lleno de asombro, los consideró
un grupo de bienaventurados y oró para saber qué podría ser aquello. Y
enseguida le llegó una voz que le decía: “Esta es el alma de Amón, el monje de
Nitria, que llevó una vida ascética hasta su vejez” (Vida de San Antonio,
edición de los Libros Ortodoxos Orientales, p. 38). El abad Serapión describió así la
muerte de san Marcos de Tracia: “Al levantar la vista, vi el alma del santo,
que ya había sido liberada de las ataduras del cuerpo. Las manos de los ángeles
la cubrían con una túnica blanca brillante y la elevaban al cielo. Vi el camino
aéreo que conducía al cielo y los cielos abiertos. Entonces vi las hordas de
demonios de pie en ese camino y escuché una voz angelical dirigida a los
demonios: “¡Hijos de las tinieblas! ¡Huid y escondeos del rostro de la luz de
la justicia!”. El alma santa de Marcos quedó detenida en el aire durante
aproximadamente una hora. Luego se escuchó una voz del cielo que decía a los
ángeles: “Tomad y traed aquí a aquel que avergonzó a los demonios”. Cuando el
alma del santo había pasado sin sufrir daño alguno a través de las hordas de
demonios y ya se había acercado al cielo abierto, vi como si fuera la semejanza
de una mano extendida desde el cielo que recibía al alma inmaculada. Entonces
esta visión se ocultó a mis ojos, y no vi nada más” (Vidas de los Santos, 5 de
abril).
De estos
relatos podemos ver ya tres características de la verdadera experiencia
cristiana del cielo: es un ascenso; el alma es conducida por ángeles; es
recibida por los habitantes del cielo y se une a la compañía de ellos.
Las experiencias del cielo son de varios tipos. A veces un alma es conducida al
cielo antes de la muerte para que se le muestren sus maravillas o el lugar
preparado allí para el alma. Así, santa Maura, después de resistir las dos
falsas visiones de los espíritus caídos durante su martirio (descritas
anteriormente como un ejemplo de las tentaciones que pueden ocurrir en la hora
de la muerte), describió la experiencia dada por Dios que siguió: "También
vi a un tercer hombre, de apariencia muy hermosa; su rostro resplandecía como
el sol. Me tomó de la mano, me llevó al cielo y me mostró un trono cubierto con
vestiduras blancas y una corona, de apariencia muy hermosa. Maravillada ante
tanta belleza, pregunté al hombre que me había llevado al cielo: “¿Quién es
éste, mi señor?”. Me respondió: “Éste es el premio de tu lucha... Pero ahora
vuelve a tu cuerpo. Por la mañana, a la hora sexta, los ángeles de Dios vendrán
a llevar tu alma al cielo”. 39
39 Vidas de los Santos, 3 de mayo, traducción al inglés en Vida Ortodoxa, mayo-junio de 1978, pp. 9-17.
También existe la experiencia de contemplar el cielo en una visión desde lejos, como cuando el primer mártir san Esteban vio los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios (Hechos 7:56). Aquí, sin embargo, estudiaremos sólo la experiencia específica que es más comparable a las experiencias “después de la muerte” de hoy: el ascenso al cielo, ya sea en el momento de la muerte o en una experiencia concedida por Dios, ya sea “dentro” o “fuera” del cuerpo.
San Salvio de Albi, un jerarca del siglo VI de la Galia, después de haber
estado muerto durante la mayor parte de un día, volvió a la vida y le dio este
relato a su amigo, San Gregorio de Tours: “Cuando mi celda se estremeció hace
cuatro días, y me viste muerto, fui levantado por dos ángeles y llevado a la
cima más alta del cielo, hasta que me pareció tener bajo mis pies no solo esta
miserable tierra, sino también el sol y la luna, las nubes y las estrellas.
Luego me condujeron a través de una puerta que brillaba más intensamente que
la luz del sol y entré en un edificio donde todo el piso brillaba con oro y
plata. La luz era imposible de describir. El lugar estaba lleno de una multitud
de personas, ni hombres ni mujeres, que se extendían tanto en todas direcciones
que uno no podía ver dónde terminaba. Los ángeles me abrieron un camino a través
de la multitud de personas que tenía frente a mí, y llegamos al lugar hacia el
que habíamos dirigido nuestra mirada incluso cuando estábamos lejos. Sobre este
lugar flotaba una nube más brillante que cualquier luz, y sin embargo no se
veía ni sol ni luna ni estrella; de hecho, la nube brillaba más que todas ellas
con su propio brillo. Una voz salió de la nube, como el sonido de muchas aguas.
Pecador como soy, fui recibido con gran respeto por una serie de seres, algunos
vestidos con vestimentas sacerdotales y otros con ropas comunes; mis guías me
dijeron que estos eran los mártires y otros hombres santos a quienes honramos
aquí en la tierra y a quienes rezamos con gran devoción. Mientras estaba allí,
flotaba sobre mí una fragancia tan dulce que, nutrido por ella, no he sentido
necesidad de comida ni bebida hasta este mismo momento. Entonces oí una voz que
dijo: “Deja que este hombre regrese al mundo, porque nuestras Iglesias lo
necesitan”. Oí la voz, pero no pude ver quién hablaba. Entonces me postré en el
suelo y lloré.
“¡Ay, ay, Señor!”, dije. “¿Por qué me has mostrado estas cosas sólo para
quitármelas de nuevo?... La voz que me había hablado dijo: “Vete en paz. Yo
velaré por ti hasta que te traiga de nuevo a este lugar”.
Entonces mis guías me dejaron y volví por la puerta por la que había entrado,
llorando mientras caminaba”. 40
40 San Gregorio de Tours, Historia de los Francos, Libro VII, 1; Vita Patrum, San Germán, Monastery Press, 1988, pp. 296-97.
A esta experiencia se suman varias características más importantes: el
brillo de la luz del cielo; la presencia invisible del Señor, cuya voz se oye;
el temor y reverencia del santo ante el Señor; y una sensación tangible de la
gracia divina, en forma de una fragancia indescriptible. Además, se especifica
que las multitudes de "personas" que se encuentran en el cielo son
(además de los ángeles que conducen a las almas) las almas de los mártires y
los hombres santos.
El monje de Wenlock, después de ser levantado por ángeles y pasar por las
casetas de peaje, "vio también un lugar de maravillosa belleza, donde una
multitud de hombres muy guapos disfrutaban de una felicidad extraordinaria, y
lo invitaron a venir y compartir su felicidad si se le permitía. Y una
fragancia de maravillosa dulzura le llegó del aliento de las almas benditas que
se regocijaban juntas. Los santos ángeles le dijeron que éste era el famoso
Paraíso de Dios". Más adelante, "vio paredes brillantes de esplendor
resplandeciente de una longitud asombrosa y una altura enorme. Y los santos
ángeles dijeron: “Esta es aquella ciudad sagrada y famosa, la Jerusalén
celestial, donde las almas santas viven en alegría eternamente”. Dijo que
aquellas almas y los muros de aquella gloriosa
ciudad... eran de un brillo tan deslumbrante que sus ojos eran absolutamente
incapaces de mirarlos” (Las Cartas de San Bonifacio, págs. 28-29).
Tal vez la experiencia más completa y más impactante del cielo registrada
en la literatura cristiana es la de San Andrés, el Loco en Cristo de
Constantinopla
(siglo IX). Esta experiencia fue escrita en las propias palabras del Santo por
su amigo Nicéforo; aquí damos sólo algunos extractos de ella: Una vez, durante
un invierno terrible cuando san Andrés yacía en una calle de la ciudad
congelado y cerca de la muerte, de repente sintió un calor dentro de él y
contempló a un espléndido joven con un rostro brillante como el sol, que lo
condujo al paraíso y al tercer cielo. “Por voluntad de Dios permanecí durante
dos semanas en una dulce visión... Me vi en un paraíso espléndido y
maravilloso... En mente y corazón estaba asombrado por la inefable belleza del
paraíso de Dios, y disfruté dulcemente caminando en él. Había allí una multitud
de jardines, llenos de árboles altos que, balanceándose en sus copas, alegraban
mis ojos, y de sus ramas salía un gran perfume... No se puede comparar estos
árboles en su belleza con ningún árbol terrenal... En estos jardines había innumerables
pájaros con alas doradas, blancas como la nieve y de varios colores. Se posaban
en las ramas de los árboles del paraíso y cantaban tan maravillosamente que por
la dulzura de su canto me quedé fuera de mí... Después de esto, una especie de
miedo se apoderó de mí, y me pareció que estaba de pie en la cima del
firmamento del cielo. Frente a mí caminaba un joven con un rostro tan brillante
como el sol, vestido de púrpura... Cuando seguí sus pasos vi una gran y
espléndida Cruz, en forma de arco iris, y alrededor de ella estaban cantores
ardientes como llamas y cantaban dulces himnos, glorificando al Señor que una
vez había sido crucificado en la Cruz. El joven que iba delante de mí,
acercándose a la cruz, la besó y me hizo seña de que yo también debía
besarla... Al besarla, me llené de una dulzura espiritual inefable y percibí
una fragancia más fuerte que la del paraíso. Al pasar junto a la cruz, miré
hacia abajo y vi debajo de mí como el abismo del mar... Mi guía, volviéndose
hacia mí, me dijo: “No temas, porque debemos ascender aún más alto”.
“Y me dio su
mano. Cuando la tomé, ya estábamos sobre el segundo firmamento. Allí vi hombres
maravillosos, su reposo y la alegría de su banquete que no puede ser comunicada
por lengua humana… Y he aquí, después de esto ascendimos sobre el tercer
cielo, donde vi y oí una multitud de poderes celestiales que alababan y
glorificaban a Dios. Subimos a una cortina que brillaba como un relámpago, ante
la cual estaban de pie jóvenes grandes y aterradores, en apariencia como llamas
de fuego… Y el joven que me guiaba me dijo: “Cuando se abra la cortina, verás
al Maestro Cristo. Inclínate ante el trono de Su gloria”. Al oír esto, me
regocijé y temblé, porque me invadió un terror y una alegría inefables… Y he
aquí, una mano llameante abrió la cortina, y como el profeta Isaías vi a mi
Señor, sentado sobre un trono alto y sublime, y sobre él estaban los serafines
(Isaías 6:1). “Estaba vestido con una túnica púrpura; su rostro era
resplandeciente y sus ojos me miraban con amor. Al ver esto, caí ante Él,
inclinándome ante el trono más resplandeciente y temible de su gloria. El gozo
que me invadió al contemplar su rostro no se puede expresar con palabras.
Incluso ahora, al recordar esta visión, me lleno de un gozo inefable. Temblando,
me quedé allí ante mi Maestro... Después de esto, toda la hueste celestial
cantó un himno maravilloso e inefable, y luego —yo mismo no entiendo cómo— me
encontré nuevamente caminando en el paraíso”. 41
41 Vidas de los Santos, 2 de octubre; traducción al inglés en The Orthodox Word, 1979, n.º 86, págs. 125-127.
Cuando san Andrés reflexionó que no había visto a la Madre de Dios en el
cielo, un ángel le dijo: “¿Querías ver aquí a la Reina, que es más brillante
que los poderes celestiales? Ella no está aquí; se ha ido al mundo que se
encuentra en una gran desgracia, para ayudar a la gente y consolar a los
afligidos. Te habría mostrado su lugar sagrado, pero ahora no hay tiempo,
porque debes volver de nuevo”. Aquí una vez más se afirma el hecho de que los
ángeles y los santos solo pueden estar en un lugar a la vez.
Incluso en el siglo XIX, un discípulo de gérontas Paisius Velichkovsky, el
monje Schema Teodoro de Svir, tuvo una visión similar del cielo.
Hacia el final de su vida experimentó muy intensamente la gracia de Dios. Poco
después de una de esas experiencias cayó en una enfermedad y durante tres días
estuvo en una especie de coma. “Cuando comenzó en él un estado de éxtasis y
salió de sí mismo, se le apareció un joven invisible, que se percibía y se veía
sólo con el sentimiento del corazón; y este joven lo condujo por un estrecho
sendero hacia la izquierda. El mismo Padre Teodoro, como contó más tarde, tuvo
la sensación de que ya había muerto, y se dijo a sí mismo: “He muerto. No sé si
me salvaré o pereceré”.
“¡Estás salvado!”, le dijo una voz invisible en respuesta a este pensamiento.
Y de repente una fuerza como un violento torbellino lo arrebató y lo transportó
hacia el lado derecho.
“‘Prueba la dulzura de los esponsales del paraíso que doy a quienes me
aman’, declaró una voz invisible. Con estas palabras, al Padre Teodoro le
pareció que el Salvador mismo puso Su mano derecha sobre su corazón, y fue
transportado a una morada indeciblemente agradable, por así decirlo, pero una
que era completamente invisible e indescriptible en las palabras del lenguaje
terrenal. De este sentimiento pasó a otro aún más exaltado, y luego a un
tercero; pero todos estos sentimientos, como él mismo dijo, solo podía
recordarlos con su corazón, pero no podía comprenderlos con su mente.
“Entonces vio algo como un templo, y en él, cerca del altar, algo como una
tienda, en la que había cinco o seis hombres. Una voz mental dijo: ‘Por el
bien de estos hombres tu muerte está reservada. Por ellos vivirás.’ Entonces le
fue revelada la estatura espiritual de algunos de sus discípulos, y el Señor le
declaró las pruebas que habían de perturbar el ocaso de sus días.... Pero la
voz divina le aseguró que la nave de su alma no sufriría por estas olas feroces, porque su guía invisible era Cristo.”42
42 De la Vida del Gérontas Leonid de Optina Leonid, Hermandad de San Germán, 1976, págs. 275-276 (en la edición en inglés de 1990, págs. 223-234).
Se podrían citar otras experiencias del cielo tomadas de las vidas de
santos y ascetas, pero no hacen más que repetir las características ya
descritas aquí. Sin embargo, será instructivo —especialmente para fines de
comparación con las experiencias contemporáneas “después de la muerte”—
presentar la
experiencia de un pecador moderno en el cielo. Así, el autor de “Increíble para
muchos” (cuyo testimonio ya ha sido citado varias veces arriba), después de
escapar de los demonios de las casetas de peaje por intercesión de la Madre de
Dios, describió cómo, todavía guiados por sus ángeles guías, “continuábamos
ascendiendo... cuando vi una luz brillante sobre mí; se parecía, según me
pareció, a nuestra luz del sol, pero era mucho más intensa. Evidentemente
existe algún tipo de reino de luz. Sí, precisamente un reino, lleno del poder
de la luz —porque no había sombra con esta luz. ‘¿Pero cómo puede haber luz sin
sombra?’ Inmediatamente aparecieron mis concepciones perplejas.
“Y de repente fuimos llevados rápidamente al campo de esta luz, y literalmente
me cegó. Cerré los ojos, me llevé las manos a la cara, pero esto no ayudó
porque mis manos no daban sombra. ¿Y qué significaba en este caso tal
protección?
“Dios mío, ¿qué es esto, qué clase de luz es ésta? ¡Para mí es como una
oscuridad normal! No puedo mirar, y como en la oscuridad, no puedo ver nada...
”
“Esta incapacidad de ver, de mirar, aumentó en mí el miedo ante lo desconocido,
natural en este estado de estar en un mundo desconocido para mí, y con alarma
pensé: “¿Qué vendrá después? ¿Pasaremos pronto esta esfera de luz, y hay un
límite, un final?”
“Pero sucedió algo diferente. Majestuosamente, sin ira, pero
autoritariamente y con firmeza, resonaron las palabras desde arriba: ¡No
estamos listos! Y después de eso... se detuvo de inmediato nuestro rápido vuelo
hacia arriba; rápidamente comenzamos a descender” (págs. 26-27).
En esta experiencia se hace más clara la calidad de la luz del cielo: es de una
clase que no puede ser soportada por quien no está preparado para ella por la
vida cristiana de lucha como la que soportaron san Salvio y san Andrés.
8.3. Características de la verdadera experiencia del cielo
Resumamos ahora las características principales de estas verdaderas
experiencias del cielo y veamos cómo difieren de las experiencias del mundo
aéreo descritas en capítulos anteriores.
(1) La verdadera experiencia del cielo ocurre invariablemente al final de un
proceso de ascenso, generalmente a través de las casas de peaje (si el alma
tiene algún “peaje” que pagar allí). En las experiencias “fuera del cuerpo” y
“después de la muerte” de hoy, por otro lado, las casas de peaje y sus demonios
nunca se encuentran, y solo ocasionalmente se describe un proceso de ascenso.
(2) El alma siempre es conducida al cielo por un ángel o ángeles, y nunca
“vaga” hacia él o va por su propia voluntad o fuerza motriz. Esta es
seguramente una de las diferencias más llamativas entre las experiencias
genuinas del cielo y las experiencias contemporáneas de los pentecostales y
otros que describen experiencias “después de la muerte” del “paraíso” y el “cielo”:
estas últimas son virtualmente idénticas a las experiencias seculares e incluso
ateas del “paraíso”, como ya hemos visto, excepto en puntos incidentales de
interpretación, que pueden fácilmente ser suministradas por la
imaginación humana en el “plano astral”, pero virtualmente nunca en tales
experiencias el alma es conducida por ángeles. De esto escribe San Juan
Crisóstomo, al interpretar Lucas 16, 19-31: “Lázaro fue entonces conducido por
ángeles, pero el alma del otro (el hombre rico) fue tomada por ciertos poderes
espantosos que, tal vez, fueron enviados para esto. Porque el alma por sí sola
no puede partir a esa vida, porque esto es imposible. Si nosotros, al ir de
ciudad en ciudad, tenemos necesidad de un guía, ¿cuánto más el alma necesitará
guías cuando sea arrancada del cuerpo y presentada para la vida futura?”43
43 Homilía “Al pueblo de Antioquía”, III, “Sobre Lázaro”, II, citada en Metr. Macario, Teología Dogmática Ortodoxa, II, pág. 536.
Este punto, en efecto, puede tomarse como una de las piedras de toque de la auténtica experiencia del cielo. En las experiencias contemporáneas más frecuentemente se ofrece al alma la opción de permanecer en el «paraíso» o volver a la tierra; mientras que la auténtica experiencia del cielo no se produce por elección del hombre, sino sólo por orden de Dios, cumplida por Sus ángeles. La experiencia «extracorpórea» del «paraíso» en nuestros días no necesita guía porque tiene lugar aquí mismo, en el aire por encima de nosotros, todavía en este mundo; mientras que la presencia de los ángeles guías es necesaria si la experiencia tiene lugar fuera de este mundo, en una realidad diferente, donde el alma no puede ir sola por sí misma. (Esto no quiere decir que los demonios no puedan hacerse pasar también por «ángeles de la guarda» , pero rara vez parecen hacerlo en las experiencias actuales).
(3) La experiencia se produce en la luz brillante, y se acompaña de manifiestos
signos manifiestos de la gracia divina, en particular una fragancia
maravillosa. Tales signos, es en las experiencias «después de la muerte» de hoy
en día, pero hay una diferencia fundamental entre ellas, pero hay una diferencia
fundamental entre ellas que difícilmente puede enfatizarse lo suficiente.
Las experiencias actuales son superficiales, incluso sensuales.
No hay nada que las distinga de las experiencias similares de los incrédulos,
excepto la imaginería cristiana que el observador ve en (o añade a) la
experiencia; no son más que la experiencia natural del placer en el estado
«extracorpóreo» fuera del cuerpo» con un ligero revestimiento
“cristiano”.
(Quizás, también, en algunas de ellas los espíritus caídos ya están añadiendo sus engaños para seducir al observador aún más hacia el orgullo y confirmar su idea superficial del cristianismo; pero aquí no hay necesidad de determinar esto.) En las verdaderas experiencias cristianas, por otra parte, la profundidad de la experiencia se confirma por sucesos verdaderamente milagrosos: San Salvio estaba tan “nutrido” por la fragancia que no necesitó comida ni bebida durante más de tres días, y la fragancia se desvaneció y su lengua se hinchó y le dolió sólo en el momento en que reveló su experiencia; San Andrés estuvo desaparecido durante dos semanas; K. Uekskuell estuvo “clínicamente muerto” durante 36 horas. En las experiencias de hoy, sin duda, hay a veces “recuperaciones milagrosas” de una muerte cercana o aparente, pero nunca nada tan extraordinario como los sucesos anteriores, y nunca nada que indique que quienes los han experimentado hayan visto realmente el cielo en oposición a una aparición agradable en el reino “fuera del cuerpo” (el “plano astral”). La diferencia entre las experiencias actuales y la verdadera experiencia del cielo es exactamente la misma que la diferencia entre el “cristianismo” superficial de hoy y el verdadero cristianismo ortodoxo. La “paz”, por ejemplo, que puede experimentar una persona que ha “aceptado a Jesús como su Salvador personal” o que ha tenido la experiencia muy común de “hablar en lenguas” o ha tenido una visión de “Cristo” (algo que no es raro hoy en día), pero que no sabe nada de la vida de lucha y arrepentimiento cristiano consciente y nunca ha participado del verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo.
La paz que se manifiesta en los Santos Misterios instituidos por Cristo mismo, no puede compararse de ninguna manera con la paz que se revela en las vidas de los grandes santos ortodoxos. Las experiencias contemporáneas son literalmente “falsificaciones” de la verdadera experiencia del cielo.
(4) La verdadera experiencia del cielo está acompañada por un sentimiento de
tal admiración y temor ante la grandeza de Dios, y un sentimiento de tal
indignidad para contemplarlo, como rara vez se encuentra incluso entre los
cristianos ortodoxos de hoy, y mucho menos entre los que están fuera de la
Iglesia de Cristo. Las sentidas expresiones de indignidad de san Salvio, la
postración temblorosa de san Andrés ante Cristo, incluso la ceguera de K.
Uekskuell ante la luz que no era digno de contemplar, son inauditas en las
experiencias de hoy. Aquellos que ven el “paraíso” en el reino aéreo hoy están
“contentos”, “felices”, “satisfechos”; rara vez algo más. Si contemplan a
“Cristo” en alguna forma, es sólo para disfrutar de los “diálogos” familiares
con él que caracterizan las experiencias en el movimiento “carismático”. El
elemento de lo divino y del temor reverencial del hombre ante Él, el temor de
Dios, están ausentes en tales experiencias.
Se podrían exponer otras características de la verdadera experiencia del cielo,
tal como se registra especialmente en las Vidas de los Santos Ortodoxos; pero las discutidas
anteriormente son suficientes para distinguirlas enfáticamente de las
experiencias de hoy. Recordemos solamente, siempre que nos atrevamos a hablar
de tales experiencias exaltadas y de otro mundo, que están muy por encima de
nuestro bajo nivel de sentimiento y comprensión, y que se nos dan más como
indicios que como descripciones completas de lo que no se puede describir
adecuadamente en lenguaje humano. Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para quienes lo aman
(1 Cor. 2:9).
UNA NOTA SOBRE LAS VISIONES DEL CIELO
Para los creyentes ortodoxos la realidad del infierno es tan cierta como la del
cielo. Nuestro Señor mismo habló en muchas ocasiones de aquellos hombres que,
por no obedecer sus mandamientos, Él enviará al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). En una de sus parábolas, da el vívido
ejemplo del hombre rico que, condenado al infierno por sus malas acciones en
esta vida, mira hacia el paraíso que ha perdido y ruega al patriarca Abraham
que permita que Lázaro, el mendigo al que despreció mientras estaba vivo, venga
y moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy
atormentado en esta llama. Pero Abraham responde que entre nosotros y ustedes
hay un gran abismo, y no hay contacto entre los salvados y los condenados
(Lucas 16:24, 26).
En la literatura ortodoxa, las visiones del infierno son tan comunes como las
visiones del cielo y el paraíso. Estas visiones y experiencias, a diferencia de
las visiones del cielo, ocurren con más frecuencia a los pecadores comunes que
a los santos, y su propósito siempre es claro. San Gregorio en sus Diálogos
afirma: “En su infinita misericordia, el buen Dios permite que algunas almas
regresen a sus cuerpos poco después de la muerte, para que la visión del infierno
pueda finalmente enseñarles a temer los castigos eternos en los que las
palabras solas no podrían hacerles creer” (Diálogos IV, 37, p. 237). San
Gregorio luego describe varias experiencias del infierno y cuenta la impresión
que produjeron en los espectadores. Así, un cierto eremita español, Pedro,
murió y vio “el infierno con todos sus tormentos e innumerables charcos de
fuego”. Al regresar a la vida, Pedro describió lo que había visto, “pero
incluso si hubiera guardado silencio, sus ayunos penitenciales y vigilias
nocturnas habrían sido testigos elocuentes de su aterradora visita al infierno
y su profundo temor a sus terribles tormentos. Dios se había mostrado muy
misericordioso al no permitirle morir en esta experiencia con la muerte” (p.
238).
El cronista inglés del siglo VIII, Venerable Beda, relata cómo un hombre de la
provincia de Northumbria regresó después de haber estado “muerto” toda una
noche y relató su experiencia tanto del paraíso como del infierno. En el
infierno, se encontró en una densa oscuridad; “frecuentes masas de llamas
oscuras aparecieron de repente ante nosotros, elevándose como si salieran de un
gran pozo y volvieran a caer en él... A medida que las lenguas de fuego se
elevaban, se llenaban de las almas de los hombres que, como chispas que se
elevaban con el humo, a veces eran lanzadas a lo alto en el aire, y en otras
ocasiones volvían a caer a las profundidades cuando los vapores del fuego se
extinguían. Además, un hedor indescriptible brotaba de estos vapores, y llenaba
todo este lugar sombrío... De repente oí detrás de mí el sonido de un lamento
espantoso y desesperado, acompañado de risas ásperas... Vi una multitud de
espíritus malignos arrastrando consigo cinco almas humanas aullando y
lamentándose hacia las profundidades de la oscuridad mientras los demonios
reían y se regocijaban... Mientras tanto, algunos de los espíritus oscuros
emergieron de las profundidades ardientes y se apresuraron a rodearme,
acosándome con sus ojos brillantes y llamas inmundas que salían de sus bocas y
fosas nasales...”44
44 Beda, Historia de la Iglesia y el Pueblo de Inglaterra, trad. de Leo Sherley-Price, Penguin Books, 1975, Libro V, 12, págs. 290-91.
En la Vida de Taxiotes el Soldado se relata que después de que Taxiotes fue
detenido por los demoníacos “recaudadores de impuestos” en las casetas de
peaje, “los espíritus malignos me tomaron y comenzaron a golpearme. Me llevaron
abajo a la tierra, que se había abierto para recibirnos. Fui conducido a través
de entradas estrechas y grietas restrictivas y malolientes. Cuando llegué a las
profundidades del infierno, vi allí las almas de los pecadores, confinadas en
la oscuridad eterna. La existencia allí no puede llamarse vida, porque no
consiste más que en sufrimiento, lágrimas que no encuentran consuelo y un
rechinar de dientes que no puede encontrar descripción. Ese lugar está siempre
lleno del grito desesperado: “¡Ay, ay! ¡Ay, ay!” Es imposible describir todo el
sufrimiento que contiene el infierno, todos sus tormentos y dolores. Los
difuntos gimen desde lo más profundo de su corazón, pero nadie se compadece de
ellos; lloran, pero nadie los consuela; suplican, pero nadie los escucha ni los
libera. Yo también estuve confinado en esas regiones oscuras, lleno de
terribles penas, y lloré y sollocé amargamente durante seis horas”.45
45 Vidas de Santos, 28 de marzo; Misterios Eternos de Ultratumba, pág. 170
El monje de Wenlock contempló una escena similar en las “más bajas
profundidades” de la tierra, donde “escuchó un gemido y un llanto horribles,
tremendos e indecibles de almas en apuros. Y el ángel le dijo: “El murmullo y
el llanto que oyes allá abajo provienen de aquellas almas a las que nunca
llegará la bondad amorosa del Señor, sino que una llama imperecedera las
torturará para siempre” (Las Cartas de San Bonifacio, p. 28).
Por supuesto, no debemos dejarnos fascinar demasiado por los detalles literales
de tales experiencias, y menos aún que en el caso del paraíso y el cielo
deberíamos intentar reconstruir una “geografía” del infierno basándonos en
tales relatos. Las nociones occidentales de “purgatorio” y “limbo” son intentos
de hacer tal “geografía”; pero la tradición ortodoxa conoce solo la única
realidad del infierno en el inframundo.
El infierno es a menudo una imagen de tormentos futuros más que una
descripción literal del estado actual de quienes esperan el Juicio Final en el
infierno. Pero, ya sea una contemplación real de las realidades presentes o una
visión del futuro, la experiencia del infierno tal como se registra en las
fuentes ortodoxas es un medio poderoso para despertar a uno a una vida de lucha
cristiana, que es el único medio de escapar del tormento eterno; es por eso que
Dios concede tales experiencias.
¿Existen experiencias comparables del infierno en la literatura actual sobre
“la vida después de la muerte”?
El Dr. Moody y la mayoría de los demás investigadores de hoy en día casi no han
encontrado tales experiencias, como ya hemos visto. Antes explicamos este hecho
como debido a la vida espiritual “cómoda” de los hombres de hoy, que a menudo
no tienen miedo al infierno ni conocimiento de los demonios, y por lo tanto no
esperan ver tales cosas después de la muerte.
Sin embargo, un libro reciente sobre la vida después de la muerte ha sugerido
otra explicación que parece ser de igual valor, al mismo tiempo que niega que
la experiencia del infierno sea realmente tan rara como parece. Aquí
examinaremos brevemente los hallazgos de este libro.
El Dr. Maurice Rawlings, un médico de Tennessee especializado en medicina
interna y enfermedades cardiovasculares, ha resucitado a muchas personas que estaban “clínicamente muertas”. Sus propias entrevistas con estas personas
le han enseñado que, “contrariamente a la mayoría de los casos publicados de
vida después de la muerte, no todas las experiencias de muerte son buenas. ¡El
infierno también existe! Después de darme cuenta de este hecho, comencé a
recopilar relatos de casos desagradables que otros investigadores aparentemente habían pasado por alto. Esto ha sucedido, creo, porque los
investigadores, normalmente psiquiatras, nunca han resucitado a un paciente. No
han tenido la oportunidad de estar en el lugar de los hechos. Las experiencias
desagradables en mi estudio han resultado ser al menos tan frecuentes como las
agradables”. 46
46 Maurice Rawlings, Más allá de las puertas de la muerte, Thomas Nelson, Inc., Nashville, 1978, págs. 24-25.
“He descubierto que la mayoría de las malas experiencias pronto se suprimen profundamente en la mente subliminal o subconsciente del paciente. “Estas malas experiencias parecen ser tan dolorosas y perturbadoras que se eliminan del recuerdo consciente, de modo que solo se recuerdan las experiencias placenteras, o ninguna experiencia en absoluto” (p. 65).
El Dr. Rawlings describe su “modelo” de estas experiencias del infierno:
“Al igual que aquellos que han tenido buenas experiencias, aquellos que relatan
malas experiencias pueden tener problemas para darse cuenta de que están
muertos mientras ven a personas trabajando en sus cadáveres. También pueden
entrar en un pasaje oscuro después de salir de la habitación, pero en lugar de emerger en un entorno luminoso, entran en un entorno oscuro y tenue
donde se encuentran con personas grotescas que pueden estar acechando en las
sombras o junto a un lago de fuego ardiente. "Los horrores desafían la
descripción y son difíciles de recordar" (pp. 63-64). Se dan varias
descripciones —incluidas algunas de “miembros regulares de la iglesia” que se
sorprenden de encontrarse en tal estado— de manifestaciones de duendes y
gigantes grotescos, de un descenso a la oscuridad y un calor ardiente, de un
pozo y un océano de fuego (pp. 103-110).
En general, estas experiencias —tanto por su brevedad como por la ausencia de guías angelicales o demoníacos— carecen de las características
completas de las experiencias genuinas del otro mundo, y algunas de ellas
recuerdan bastante a las aventuras de Robert Monroe en el “plano astral”. Pero sí ofrecen una corrección importante a la experiencia ampliamente reportada de "placer" y "paraíso" después de la muerte: el reino "extracorporal" no es en absoluto todo placer y luz, y quienes han experimentado su lado "infernal" están más cerca de la verdad que quienes solo experimentan "placer" en este estado. Los demonios del reino aéreo revelan algo de su verdadera naturaleza a estos, incluso dándoles una pista de los tormentos que les esperan a quienes no han conocido a Cristo ni han obedecido sus mandamientos.
CAPÍTULO 9
El significado de las experiencias “después de la muerte” de hoy
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno se levantare de los muertos" (Lc. 16, 31)
1. ¿Qué “prueban” las experiencias de hoy?
Así pues, hemos visto que las experiencias “después de la muerte” y “fuera del
cuerpo” que tanto se debaten hoy son bastante distintas de las experiencias
genuinas del otro mundo que se han manifestado a lo largo de los siglos en las
vidas de hombres y mujeres que agradan a Dios. Además, las experiencias
contemporáneas han recibido tanto énfasis y se han vuelto tan “de moda” en los
últimos años no porque sean realmente “nuevas” (hubo colecciones enteras de
experiencias similares en Inglaterra y Estados Unidos en el siglo XIX), ni
necesariamente porque hayan estado ocurriendo con mayor frecuencia en estos
años, sino principalmente porque la mente pública en el mundo occidental, y
especialmente en Estados Unidos, estaba “preparada” para ellas. El interés
público parece ser parte de una reacción generalizada contra el materialismo y
la incredulidad del siglo XX, una señal de un interés más extendido en la
religión. Aquí nos preguntaremos cuál podría ser el significado de este nuevo
interés “religioso”.
Pero primero, expresemos una vez más lo que estas experiencias “prueban”
acerca de la verdad de la religión. La mayoría de los investigadores parecen
estar de acuerdo con el Dr. Moody en que las experiencias no corroboran la
visión cristiana “convencional” del cielo (Life after Life, págs. 70, 98);
incluso las experiencias de quienes creen haber visto el cielo no se sostienen
cuando se las compara con las visiones auténticas del cielo en el pasado;
incluso las experiencias del infierno son más “pistas” que cualquier tipo de
prueba de la existencia real del infierno.
Por lo tanto, hay que calificar de exagerada la afirmación del Dr. Kubler-Ross
de que la investigación contemporánea “después de la muerte” “confirmará lo que
se nos ha enseñado durante dos mil años: que hay vida después de la muerte”, y
que nos ayudará “a saber, en lugar de creer” esto (Prólogo a Life after Life,
págs. 7-8). En realidad, se puede decir que estas experiencias no “prueban” más
que una doctrina mínima de la mera supervivencia del alma humana fuera del
cuerpo y de la mera existencia de una realidad no material, mientras que no dan
de manera decisiva ninguna información sobre el estado posterior o incluso la
existencia del alma después de los primeros minutos de “muerte”, ni sobre la
naturaleza última del reino no material. Desde este punto de vista, las
experiencias contemporáneas son mucho menos satisfactorias que los relatos
dados a lo largo de los siglos en Vidas de santos y otras fuentes cristianas;
sabemos mucho más de estas últimas fuentes, siempre que, por supuesto,
confiemos en quienes nos han dado esta información en el mismo grado en que los
investigadores contemporáneos confían en quienes han entrevistado. Pero aun
así, nuestra actitud básica hacia el otro mundo sigue siendo la de la creencia
más que la del conocimiento; Podemos saber con razonable certeza que hay “algo”
después de la muerte, pero lo que es exactamente es lo que creemos en lugar de
saber.
Además, lo que el Dr. Kubler-Ross y otros de ideas similares creen saber sobre
la vida después de la muerte, basándose en experiencias “después de la muerte”,
está en abierta contradicción con lo que los cristianos ortodoxos creen al
respecto, basándose en la enseñanza cristiana revelada y también en las
experiencias “después de la muerte” de la literatura ortodoxa. Las experiencias
cristianas después de la muerte afirman la existencia del cielo, el infierno y
el juicio, de la necesidad de arrepentimiento, lucha y miedo a perder el alma
eternamente; mientras que las experiencias contemporáneas, como las de los
chamanes, los iniciados paganos y los médiums, parecen señalar una “tierra de
verano” de experiencias agradables en el “otro mundo”, donde no hay juicio sino
solo “crecimiento”, y la muerte no debe temerse sino solo ser bienvenida como
una “amiga” que nos introduce a los placeres de la “vida después de la muerte”.
En capítulos anteriores ya hemos hablado de la razón de la diferencia entre
estas dos experiencias: la experiencia cristiana es la del auténtico otro mundo
del cielo y del infierno, mientras que la experiencia espiritista es sólo la de
la parte aérea de este mundo, el “plano astral” de los espíritus caídos.
Las experiencias de hoy pertenecen claramente a esta última categoría, pero no
podríamos saberlo a menos que aceptemos (por fe) la revelación cristiana de la
naturaleza del otro mundo. De manera similar, si el Dr. Kubler-Ross y otros
investigadores aceptan (o simpatizan con) una interpretación no cristiana de
estas experiencias, no es porque las experiencias de hoy demuestren esta
interpretación, sino porque estos mismos investigadores ya tienen fe en una
interpretación no cristiana de ellas.
La importancia de las experiencias de hoy, por tanto, reside en el hecho de que
se están haciendo ampliamente conocidas en el momento justo para servir como
una “confirmación” de una visión no cristiana de la vida después de la muerte;
están siendo utilizadas como parte de un movimiento religioso no cristiano.
Veamos ahora más de cerca la naturaleza de este movimiento religioso.
2. La conexión con el ocultismo
En los investigadores de las experiencias “después de la muerte” se puede ver
una y otra vez una conexión más o menos evidente con ideas y prácticas ocultas.
Aquí podemos definir “oculto” (que literalmente se refiere a lo que está
“oculto”) como perteneciente a cualquier contacto de los hombres con espíritus
y poderes invisibles de una manera prohibida por la revelación de Dios (ver
Levítico 19:31, 20:6, etc.). Este contacto puede ser buscado por los hombres
(como en las sesiones espiritistas) o instigado por los espíritus caídos
(cuando se aparecen espontáneamente a los hombres). El opuesto de “oculto” es
“espiritual” o “religioso”, términos que se refieren al contacto con Dios y Sus
ángeles y santos que Dios permite: la oración por parte del hombre y las
verdaderas manifestaciones de Dios, ángeles y santos que otorgan gracia por
parte del otro. Como ejemplo de esta conexión oculta, el Dr. Hans Holzer
(Beyond This Life, Pinnacle Books, Los Ángeles, 1977) encuentra que el significado
de las experiencias “después de la muerte” radica en que abren a los hombres a
la comunicación con los muertos, y encuentra que dan el mismo tipo de mensajes
que los proporcionados por los “muertos” en las sesiones espiritistas. El Dr.
Moody, y de hecho muchos de los investigadores de hoy, como hemos visto, buscan
en textos ocultistas como los escritos de Swedenborg y el Libro tibetano de los
muertos para explicar las experiencias de hoy. Robert Crookall, quizás el
investigador más científico en este campo, Utiliza las comunicaciones de los
médiums como una de sus principales fuentes de información sobre el “otro
mundo”. Robert Monroe y otros que participan en experiencias “extracorporales”
son practicantes abiertos de la experimentación oculta, incluso hasta el punto
de recibir orientación y consejo de las “entidades desencarnadas” con las que
se encuentran.
La más sintomática de todos estos investigadores, tal vez, es la mujer que se
ha convertido en la portavoz principal de la nueva actitud hacia la muerte que
está surgiendo de las experiencias “después de la muerte” de hoy: la Dra.
Elizabeth Kubler-Ross.
Seguramente, ningún cristiano puede dejar de simpatizar con la causa que la
Dra. Kubler-Ross ha decidido defender: una actitud humana y servicial hacia los
moribundos, en contraste con la actitud fría, desamparada y a menudo temerosa
que a menudo ha prevalecido no sólo entre los médicos y enfermeras de los
hospitales, sino incluso entre los clérigos que se supone que tienen la
“respuesta” a las preguntas que plantea el hecho de la muerte. Desde la
publicación de su libro On Death and Dying (Sobre la muerte y los moribundos)
(Macmillan Publishing Co., Nueva York) en 1969, el tema de la muerte ha dejado
de ser un tema tabú entre los profesionales médicos, lo que ha contribuido a
crear una atmósfera intelectual favorable al debate sobre lo que sucede después
de la muerte, debate que se desencadenó a su vez con la publicación del primer
libro de la Dra. Moody en 1975. No es casualidad que tantos de los libros
actuales sobre la vida después de la muerte estén acompañados de prefacios o al
menos breves comentarios de la Dra. Kubler-Ross.
Sin duda, quien acepte la visión cristiana tradicional de la vida como campo de
pruebas para la eternidad y de la muerte como la entrada a la bienaventuranza
eterna o a la miseria eterna, según la fe y la vida en la tierra de cada uno,
encontrará su libro desalentador. Tener una actitud humana hacia una persona
moribunda, ayudarla a “prepararse” para la muerte, sin poner en primer lugar la
fe en Cristo y la esperanza de salvación, es, al fin y al cabo, permanecer en
el mismo y deprimente reino del “humanismo” al que la humanidad ha sido
reducida por la incredulidad moderna.
La experiencia de morir puede hacerse más agradable de lo que suele ser en los
hospitales actuales; pero si no se sabe qué viene después de la muerte, o que
hay algo después de la muerte, el trabajo de gente como Kubler-Ross se reduce
al nivel de dar inofensivas píldoras de colores a los enfermos incurables para
que al menos sientan que “se está haciendo algo”.
En el curso de su investigación, sin embargo (aunque no lo mencionó en su
primer libro), la Dra. Kubler-Ross ha encontrado evidencia de que hay algo
después de la muerte. Aunque todavía no ha publicado su propio libro de
experiencias “después de la muerte”, ha dejado claro en sus frecuentes
conferencias y entrevistas que ha visto lo suficiente para saber con certeza
que hay vida después de la muerte.
La principal fuente de su “conocimiento” de esto no son, sin embargo, las
experiencias “después de la muerte” de otros, sino sus propias experiencias
bastante sorprendentes con “espíritus”. Su primera experiencia de este tipo
ocurrió en su oficina en la Universidad de Chicago en 1967, cuando estaba
desanimada y pensando en abandonar su recién iniciada investigación sobre la
muerte y el morir. Una mujer fue a su oficina y se presentó como una paciente
que había muerto diez meses antes; Kubler-Ross se mostró escéptica, pero relata
cómo finalmente el “fantasma” la convenció: “Ella dijo que sabía que yo estaba
considerando dejar mi trabajo con pacientes moribundos y que vino a decirme que
no lo dejara... Extendí la mano para tocarla. Estaba poniendo a prueba la
realidad. Yo era científica, psiquiatra y no creía en esas cosas”. Finalmente,
convenció al “fantasma” para que escribiera una nota, y un análisis posterior
de la escritura confirmó que se trataba de la letra del paciente fallecido.
La Dra. Kubler-Ross afirma que este incidente “llegó a una encrucijada en
la que yo habría tomado la decisión equivocada si no la hubiera escuchado”. 47 Los muertos nunca aparecen
con tanta naturalidad entre los vivos; esta visita “de otro mundo”, si es
genuina, solo podría haber sido la de un espíritu caído dispuesto a engañar a su
víctima. Para un espíritu así, la imitación perfecta de la escritura humana es
algo fácil.
Más tarde, los contactos de la Dra. Kubler-Ross con el “mundo espiritual” se
volvieron mucho más íntimos. En 1978, ante una audiencia cautivada de 2200
personas en Ashland, Oregon, ella contó cómo entró por primera vez en contacto
con sus “guías espirituales”. Una asamblea de tipo espiritista fue organizada
de manera bastante misteriosa para ella, evidentemente en el sur de California,
con 75 personas cantando juntas para “elevar la energía necesaria para crear
este evento. Me conmovió y me emocionó que hicieran eso por mí. No más de dos
minutos después, vi unos pies enormes frente a mí. Había un hombre inmenso de
pie frente a mí”. Este “hombre” le dijo que iba a ser maestra y que necesitaba
esta experiencia de primera mano para darle fuerza y coraje para su
trabajo. “Alrededor de
medio minuto después, otra
persona literalmente se materializó a
aproximadamente media pulgada de mis pies… Comprendí que era mi ángel guardián… Me llamó Isabelle
y me preguntó si recordaba cómo, hace 2000 años, ambos habíamos trabajado con
el Cristo”. Más tarde, un tercer “ángel” apareció para enseñarle más sobre la
“alegría”. “Mi experiencia con estos guías ha sido una de las más grandes, de
amor totalmente incondicional. Y solo quiero decirles que nunca estamos solos.
Cada uno de nosotros tiene un ángel guardián que nunca está a más de dos pies
de distancia de nosotros en ningún momento. Y podemos invocar a estos seres.
Ellos nos ayudarán.” 48
En una conferencia sobre salud holística en San Francisco en septiembre de
1976, la Dra. Kubler-Ross compartió con una audiencia de 2300 médicos,
enfermeras y otros profesionales médicos una “profunda experiencia mística” que
le había ocurrido la noche anterior. (Esta experiencia es aparentemente la
misma que describió en Ashland.) “Anoche, recibí la visita de Salem, mi guía
espiritual, y dos de sus compañeros, Anka y Willie. Estuvieron con nosotros
hasta las tres de la mañana. Hablamos, reímos y cantamos juntos. Hablaron y me
tocaron con el amor y la ternura más increíbles que se puedan imaginar. Este
fue el momento culminante de mi vida”. En la audiencia, “cuando concluyó, hubo
un silencio momentáneo y luego la masa de personas se puso de pie como un solo
hombre en homenaje. La mayoría de la audiencia, en su mayoría médicos y otros
profesionales de la salud, parecían conmovidos hasta las lágrimas”. 49
Es bien sabido en los círculos ocultistas que los “guías espirituales”
(que, por supuesto, son los espíritus caídos del reino aéreo) no se manifiestan
tan fácilmente a menos que una persona sea bastante avanzada en receptividad
mediúmnica. Pero quizás aún más sorprendente que la relación de la Dra.
Kubler-Ross con los “espíritus familiares” es la respuesta entusiasta que sus
relatos de esta relación producen en audiencias compuestas, no por ocultistas y
médiums, sino por gente común de clase media y profesionales. Seguramente este
es uno de los “signos religiosos de los tiempos”: los hombres se han vuelto
receptivos a los contactos con el “mundo espiritual” y están listos para
aceptar la explicación oculta de estos contactos que contradice La verdad
cristiana.
Recientemente, se ha dado amplia publicidad Fa los escándalos en el nuevo
retiro de la Dra. Kubler-Ross en el sur de California, “Shanti Nilaya”. Según
estos relatos, muchos de los “talleres” de Shanti Nilaya se centran en sesiones
espiritistas mediúmnicas a la antigua usanza, y varios ex participantes han
declarado que las sesiones son fraudulentas.50 Puede ser que haya más ilusiones
que realidad en los “contactos espirituales” de la Dra. Kubler-Ross; pero esto
no afecta la enseñanza que ella y otros están dando sobre la vida después de la
muerte.
3. La enseñanza oculta de los investigadores de hoy
La enseñanza sobre la vida después de la muerte de la Dra. Kubler-Ross y otros
investigadores de las experiencias “después de la muerte” de hoy puede
resumirse en unos pocos puntos. La Dra. Kubler-Ross, cabe señalar, expresa
estos puntos con la
certidumbre de alguien que cree haber tenido una experiencia inmediata del
“otro mundo”; Pero científicos como el Dr. Moody, aunque mucho más cautelosos y
tentativos en su tono, no pueden evitar promover la misma enseñanza. Esta es la
enseñanza sobre la vida después de la muerte que ha entrado en el aire de
finales del siglo XX y parece inexplicablemente “natural” para todos los
estudiantes de la misma que no tienen una comprensión firme de ninguna otra
enseñanza.
(1) No hay que temer a la muerte. El Dr. Moody escribe: “De una forma u
otra, casi todas las personas me han expresado la idea de que ya no tienen
miedo a la muerte” (Life after Life, p. 68). El Dr. Kubler-Ross relata: “Las
historias registradas revelan que morir es doloroso, pero la muerte en sí
misma... es una experiencia totalmente pacífica, libre de dolor y miedo. Todos,
sin excepción, describen un
sentimiento de ecuanimidad y plenitud”. 51 Uno puede ver aquí la confianza
básica en las propias experiencias psíquicas que caracteriza a todos los que
son engañados por los espíritus caídos. No hay nada en las experiencias
actuales de “después de la muerte” que indique que la muerte misma será
meramente una repetición de ellas, y no sólo por unos minutos, sino
permanentemente; esta confianza en experiencias psíquicas placenteras es parte
del espíritu religioso que ahora está en el aire, y produce una falsa sensación
de bienestar que es fatal para la vida espiritual.
(2) No hay juicio venidero, ni infierno. El Dr. Moody informa, sobre la base de
sus entrevistas, que “en la mayoría de los casos, el modelo de
recompensa-castigo de la vida después de la muerte es abandonado y rechazado,
incluso por muchos que habían estado acostumbrados a pensar en esos términos.
Descubrieron, para su gran asombro, que incluso cuando sus actos aparentemente
más terribles y pecaminosos se hicieron manifiestos ante el ser de luz, el ser
no respondió con ira y furia, sino más bien sólo con comprensión, e incluso con
humor” (Vida después de la vida, p. 70). La Dra. Kubler-Ross observa, en un
tono más doctrinario, lo siguiente acerca de sus entrevistados: “Todos tienen
un sentido de ‘totalidad’. Dios no juzga; el hombre sí” (Kemf, p. 52). A estos
investigadores ni siquiera parece ocurrírseles que esta ausencia de juicio en
las experiencias “después de la muerte” podría ser una primera impresión
engañosa, o que los primeros minutos de la muerte no son el lugar para el
juicio; simplemente están interpretando las experiencias de acuerdo con el
espíritu religioso de la época, que no desea creer en el juicio y el
infierno.
(3) La muerte no es una experiencia única y definitiva como la describe la doctrina cristiana, sino que es sólo una transición inofensiva a un “estado superior de conciencia”. El Dr. Kubler-Ross la define así: “La muerte es simplemente un desprendimiento del cuerpo físico, como la mariposa que sale de su capullo. Es una transición a un estado superior de conciencia, donde continúas percibiendo, entendiendo, riendo, siendo capaz de crecer, y lo único que pierdes es algo que ya no necesitas, y eso es tu cuerpo físico. Es como guardar tu abrigo de invierno cuando llega la primavera... y eso es lo que significa la muerte” (Kemf, p. 50). A continuación, explicaremos cómo esto contrasta con la verdadera enseñanza cristiana.
(4) El propósito de la vida en la tierra, y de la vida después de la muerte, no
es la salvación eterna del alma, sino un proceso ilimitado de “crecimiento” en
el “amor”, la “comprensión” y la “autorrealización”. El Dr. Moody considera que
“muchos parecen haber regresado con un nuevo modelo y una nueva comprensión del
mundo del más allá, una visión que no presenta un juicio unilateral, sino más
bien un desarrollo cooperativo hacia el fin último de la autorrealización.
Según estas nuevas perspectivas, el desarrollo del alma, especialmente en las
facultades espirituales del amor y el conocimiento, no se detiene con la
muerte. Más bien continúa del otro lado, tal vez eternamente...” (Vida después
de la vida, p. 70). Tal visión oculta de la vida y la muerte no proviene de las
experiencias fragmentarias que se publicitan hoy en día; más bien, proviene de
la filosofía oculta que está en el aire hoy en día.
(5) Las experiencias “después de la muerte” y “fuera del cuerpo” son
en sí mismas una preparación para la vida después de la muerte. La preparación
cristiana tradicional para la vida eterna (fe, arrepentimiento, participación
en los sacramentos, lucha espiritual) es de poca importancia comparada con el
“amor” y la “comprensión” incrementados que inspiran las experiencias “después
de la muerte”; y específicamente (como en el programa elaborado recientemente
por Kubler-Ross y Robert Monroe) uno puede entrenar a personas con enfermedades
terminales en experiencias “fuera del cuerpo” “para que las personas adquieran
rápidamente una percepción de lo que les espera en el Más Allá cuando mueran”
(Wheeler, Journey to the Other Side, p. 92). Uno de los entrevistados por el
Dr. Moody afirma categóricamente: “La razón por la que no tengo miedo de morir
es que sé a dónde voy cuando me voy de aquí, porque he estado allí antes” (Life
after Life, p. 69). ¡Qué optimismo tan trágico y mal fundado!
Cada uno de estos cinco puntos es parte de la enseñanza del espiritismo del
siglo XIX, tal como lo revelaron en esa época los propios “espíritus” a través
de médiums. Es una enseñanza literalmente ideada por demonios con la única y
clara intención de derrocar la enseñanza cristiana tradicional sobre la vida
después de la muerte y cambiar toda la perspectiva de la humanidad sobre la
religión. La filosofía oculta que casi invariablemente acompaña y colorea las
experiencias “después de la muerte” de hoy es simplemente una filtración al
nivel popular del espiritismo esotérico de la era victoriana; es un síntoma de
la evaporación de las opiniones cristianas genuinas de las mentes de las masas
del mundo occidental. La experiencia “después de la muerte” en sí, se podría
decir, es incidental a la filosofía oculta que se está difundiendo a través de
ella; La experiencia promueve la filosofía no porque su contenido como tal sea
ocultista, sino porque las salvaguardas y enseñanzas cristianas básicas que una
vez protegieron a los hombres de esa filosofía extranjera han sido ahora en
gran parte eliminadas, y virtualmente cualquier experiencia del “otro mundo” ahora
será utilizada para promover el ocultismo. En el siglo XIX, solo unos pocos
librepensadores y personas no religiosas creían en esta filosofía oculta; pero
ahora está tan presente en el aire que cualquiera que no tenga una filosofía
consciente propia se siente inclinado a aceptarla de manera bastante “natural”.
4. El “mensaje” de las experiencias “después de la muerte” de hoy
Pero, finalmente,
¿por qué las experiencias “después de la muerte” están tan “en el aire” hoy, y
cuál es su significado como parte del “espíritu de los tiempos”? La razón más
obvia para el creciente debate sobre estas experiencias hoy es la
invención en los últimos años de nuevas técnicas para resucitar a los
“clínicamente muertos”, que han hecho que tales experiencias se reporten con
más frecuencia que nunca. Esta explicación, sin duda, ayuda a explicar el
aumento cuantitativo de los informes “después de la muerte”, pero es demasiado
superficial para explicar el impacto espiritual de estas experiencias en la
humanidad y el cambio de visión de la vida después de la muerte que están
ayudando a causar.
Una explicación más profunda se encuentra en la creciente apertura y
sensibilidad de los hombres a las experiencias “espirituales” y “psíquicas” en
general, bajo la influencia cada vez mayor de las ideas ocultas por un lado, y
por el otro, el declive tanto del materialismo humanista como de la fe
cristiana.
La humanidad está aceptando una vez más la posibilidad de entrar en contacto
con “otro mundo”.
Además, este “otro mundo” parece estar abriéndose más a una humanidad ansiosa
por experimentarlo. La “explosión ocultista” de los últimos años
ha sido producida por —y a su vez ha ayudado a producir— un aumento
espectacular de experiencias “paranormales” reales de todo tipo. Las
experiencias “después de la muerte” están en un extremo del espectro de estas
experiencias, implicando poca o ninguna voluntad consciente de entrar en
contacto con el “otro mundo”; las actividades de brujería y satanismo
contemporáneos están en el otro extremo del espectro, implicando un intento
consciente de entrar en contacto e incluso servir a los poderes del “otro
mundo”; y las innumerables variedades de experiencias psíquicas actuales, desde
el “doblado de cucharas” de Uri Geller y los experimentos parapsicológicos de
viajes “fuera del cuerpo” y similares, hasta el contacto con seres “ovni” y las
abducciones por ellos, caen en algún punto intermedio entre estos extremos.
Significativamente, una gran cantidad de
estas experiencias “paranormales” han estado ocurriendo a “cristianos”, y un
tipo de estas experiencias (las “carismáticas”) es ampliamente aceptado como un
fenómeno genuinamente cristiano.52
52 Un análisis del movimiento «carismático» como fenómeno mediúmnico puede leerse en «Ortodoxia y la religión del futuro», St. Herman Monastery Press, 1979, cap. VII.
En realidad, sin embargo, la participación “cristiana” en todas esas experiencias es solo una indicación sorprendente de hasta qué punto se ha perdido en nuestros tiempos la conciencia cristiana de la experiencia oculta.
Uno de los médiums auténticos más destacados del siglo XX, el difunto Arthur Ford —cuyo aumento de respetabilidad entre los “cristianos” y los humanistas no creyentes es en sí mismo uno de los “signos de los tiempos”— ha dado una pista reveladora sobre lo que significa la creciente aceptación y susceptibilidad a las experiencias ocultas: “El día del médium profesional está a punto de terminar. Hemos sido útiles como conejillos de indias. A través de nosotros, los científicos han aprendido algo sobre las condiciones necesarias para que eso (el contacto con el ‘mundo espiritual’) suceda”. 53
53 «Psíquicos», por los editores de Psychic Magazine, Harper & Row, N.Y., 1972, pág.23
Es decir: la experiencia oculta hasta ahora restringida a unos pocos “iniciados” ahora se ha vuelto accesible a miles de personas comunes.
Por supuesto, no es principalmente la ciencia la que ha provocado esto,
sino el creciente alejamiento de la humanidad del cristianismo y su sed de
nuevas “experiencias religiosas”. Hace cincuenta o setenta y cinco años, sólo
los médiums y los cultistas en los márgenes de la sociedad tenían contacto con
“guías espirituales”, cultivaban experiencias “extracorporales” o “hablaban en
lenguas”; hoy estas experiencias se han vuelto relativamente comunes y se
aceptan como algo normal en todos los niveles de la sociedad.
Este marcado aumento de las experiencias “de otro mundo” en la actualidad es
sin duda uno de los signos del fin de este mundo que se acerca. San Gregorio
Magno, después de describir varias visiones y experiencias de la vida después
de la muerte en sus Diálogos, señala que “el mundo espiritual se está acercando
a nosotros, manifestándose a través de visiones y revelaciones... A medida que
el mundo actual se acerca a su fin, el mundo de la eternidad se acerca... El
fin del mundo se funde con el comienzo de la vida eterna” (Diálogos IV, 43, p.
251).
San Gregorio añade, sin embargo, que a través de estas visiones y revelaciones
(que son mucho más comunes en nuestro tiempo que en el suyo) todavía vemos las
verdades de la vida futura de manera imperfecta, porque la luz todavía es
“tenue y pálida, como la luz del sol en las primeras horas del día justo antes
del amanecer”.
¡Cuán cierto es esto con respecto a las experiencias “después de la muerte” de
hoy! Nunca antes se le habían dado a la humanidad pruebas tan sorprendentes y
claras —o al menos “pistas”— de que existe otro mundo, de que la vida no
termina con la muerte del cuerpo, de que hay un alma que sobrevive a la muerte
y que, de hecho, está más consciente y viva después de la muerte. Para una
persona con un claro conocimiento de la doctrina cristiana, las experiencias
“después de la muerte” de hoy sólo pueden ser una confirmación sorprendente de
la enseñanza cristiana sobre el estado del alma inmediatamente después de la
muerte; e incluso las experiencias ocultas de hoy sólo pueden confirmarle la
existencia y la naturaleza del reino aéreo de los espíritus caídos.
Pero para el resto de la humanidad, incluida la mayor parte de la que
todavía se llama cristiana, las experiencias de hoy, lejos de confirmar las
verdades del cristianismo, están demostrando ser un sutil indicador de engaño y
falsa enseñanza, una preparación para el venidero reinado del Anticristo. En
verdad, incluso aquellos que regresan de entre los “muertos” hoy no pueden
persuadir a la humanidad a que se arrepienta: “Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de entre los muertos”
(Lucas 16:31). Al final, sólo aquellos que son fieles a “Moisés y a los
profetas” —es decir, a la plenitud de la verdad revelada— son capaces de
comprender el verdadero significado de las experiencias de hoy. Lo que el resto
de la humanidad aprende de estas experiencias no es el arrepentimiento y la
proximidad del juicio de Dios, sino un extraño y atractivo nuevo evangelio de placentera experiencia “de otro mundo” y la abolición de algo que Dios ha establecido para el despertar del hombre a la realidad del verdadero otro mundo del cielo y el infierno: el miedo a la muerte.
Arthur Ford deja muy claro que toda la misión de los médiums como él ha sido
“utilizar todos los talentos especiales que me han sido dados para eliminar
para siempre el miedo al pasaje de la muerte de las mentes terrenales”.
54
54 Arthur Ford, La vida más allá de la muerte, G. P. Putnam’s Sons, Nueva York, 1971, pág. 153.
Éste es también el mensaje del doctor Kubler-Ross, y es la conclusión “científica” de investigadores como el doctor Moody: el “otro mundo” es agradable, no hay que tener miedo de entrar en él. Hace dos siglos, Emanuel Swedenborg resumió la “espiritualidad” de quienes creen así: “Se me ha permitido disfrutar no sólo de los placeres del cuerpo y de los sentidos, como los que viven en el mundo, sino que también se me ha permitido disfrutar de tales deleites y felicidades de la vida como, creo, ninguna persona en todo el mundo ha disfrutado antes, que eran mayores y más exquisitas de lo que cualquier persona podría imaginar y creer... Créanme, si supiera que el Señor me llamaría a Él mañana, llamaría hoy a los músicos, para volver a ser realmente alegre en este mundo”. Cuando predijo a su patrona la fecha de su muerte, se sintió tan contento “como si fuera a tomarse unas vacaciones, a ir a alguna juerga”. 55
55 Citado en George Trobridge, Swedenborg: Vida y enseñanza, Fundación Swedenborg, Nueva York, 1968, págs. 175, 276.
Compararemos ahora esta actitud con la verdadera actitud cristiana
hacia la muerte a lo largo de los siglos. Aquí veremos cuán peligroso es para
un alma no tener discernimiento con respecto a las “experiencias espirituales”,
¡hacer a un lado las salvaguardas de la enseñanza cristiana!
5. La actitud cristiana ante la muerte
La enseñanza oculta sobre la vida después de la muerte, aunque termina tan
lejos de la verdad de las cosas, comienza con una verdad cristiana indudable:
la muerte del cuerpo no es el fin de la vida humana, sino sólo el comienzo de
una nueva condición
para la personalidad humana, que continúa su existencia separada del cuerpo.
La muerte, que no fue creada por Dios sino que fue traída a la creación por el
pecado de Adán en el Paraíso, es la forma más llamativa en la que el hombre se
enfrenta a la caída de su naturaleza. El destino de una persona para la
eternidad depende en gran medida de cómo considera su propia muerte y cómo se
prepara para ella.
La verdadera actitud cristiana ante la muerte tiene en sí elementos tanto de
miedo como de incertidumbre, precisamente esas emociones que el ocultismo desea
abolir.
Sin embargo, en la actitud cristiana no hay nada del miedo abyecto que puede
estar presente en aquellos que mueren sin esperanza de vida eterna, y un
cristiano con su conciencia en paz se acerca a la muerte con calma y, según la
gracia de Dios, incluso con un cierto sentido de seguridad. Veamos la muerte
cristiana de varios de los grandes santos monásticos del Egipto del siglo V.
“Cuando llegó la hora del reposo de San Agatón, pasó tres días en profunda
meditación sobre sí mismo, sin hablar con nadie. Los hermanos le preguntaron:
“Abba Agatón, ¿dónde estás?” “Estoy ante el juicio de Cristo”, respondió. Los
hermanos dijeron: “¿También tú tienes miedo, Padre?”. Él respondió: “He luchado
según mis fuerzas para guardar los mandamientos de Dios, pero soy un hombre,
¿cómo sé que mis acciones han agradado a Dios?”. Los hermanos preguntaron: “¿De
verdad no tienes esperanza en tu forma de vida, que estaba de acuerdo con la
voluntad de Dios?”. “No puedo tener tal esperanza”, respondió, “porque una cosa
es el juicio del hombre y otra es el juicio de Dios”. Ellos quisieron
preguntarle aún más, pero él les dijo:
“Muéstrame amor y no hables conmigo ahora, porque no soy libre”. Y murió con
alegría. “Lo vimos regocijándose”, relataron sus discípulos, “como si estuviera
encontrándose y saludando a amigos queridos”. 56
56 Patericon de Scetis, citado en Obispo Ignacio, vol. III, págs. 107-8.
Incluso los grandes santos que mueren en medio de signos obvios de la gracia de
Dios conservan una humildad que da que pensar acerca de su propia salvación.
“Cuando llegó la hora de la muerte del gran Sisoes, su rostro se iluminó y dijo
a los Padres que estaban sentados con él: “Aquí ha venido Abba Antonio”.
Después de permanecer en silencio por un momento, dijo: “Aquí ha venido el coro
de los profetas”. Luego se iluminó aún más y dijo: “Aquí ha venido el coro de
los apóstoles”. Y de nuevo su rostro se volvió dos veces más brillante; comenzó a
hablar con alguien. Los hermanos le pidieron que dijera con quién estaba hablando. Él respondió: “Los ángeles
han venido a buscarme, pero les imploro que me dejen un poco de tiempo para la
conversión”. Los monjes le dijeron: “Padre, no tienes necesidad de
conversión”. Él les respondió: “En verdad, no sé si he puesto siquiera un
principio de conversión”. Pero todos sabían que él era perfecto. Así hablaba y se sentía un verdadero cristiano, a pesar de que durante su vida había resucitado muertos con su sola palabra y estaba lleno de los dones del Espíritu Santo. Y de nuevo su rostro resplandeció aún más: brillaba como el
sol. Todos tuvieron miedo. Él les dijo: «Mirad, el Señor ha venido y ha dicho:
“Traedme del desierto el vaso elegido”.» ” Con estas palabras entregó su espíritu.
Se vio un relámpago y la habitación se llenó de fragancia” (Patericon de
Scetis, obispo Ignacio, vol. III, p. 110).
¡Qué diferente es esta actitud cristiana profunda y sobria cuando
se compara con la actitud superficial de algunos cristianos no ortodoxos de hoy
que piensan que ya están “salvados” y que ni siquiera sufrirán el juicio de
todos los hombres, y por lo tanto no tienen nada que temer en la muerte! Esta
actitud, muy extendida entre los protestantes de hoy, en realidad no está muy
lejos de la idea oculta de que no hay que temer a la muerte porque no hay
condenación; ciertamente, aunque inadvertidamente, ha ayudado a dar lugar a
esta última actitud. San Teofilacto de Bulgaria, en su comentario del
siglo XI
a los Evangelios, escribió sobre estos últimos: “Muchos se engañan a sí mismos
con una vana esperanza; “Creen que recibirán el Reino de los Cielos y se unirán
al coro de los que descansan en la cima de las virtudes, habiendo
exaltado fantasías de sí mismos en sus corazones... Muchos son llamados, porque
Dios llama a muchos, de hecho a todos; pero pocos son los elegidos, pocos son
los salvados, pocos son dignos de la elección de Dios” (Comentario sobre Mateo
22:14).
La similitud entre la filosofía oculta y la
visión protestante común es quizás la razón principal por la que
los intentos de algunos protestantes evangélicos (ver Bibliografía) de criticar
las experiencias actuales de “después de la muerte” desde el punto de vista del
“cristianismo bíblico” han sido tan infructuosos.
Estos críticos mismos han perdido tanto de la enseñanza cristiana tradicional
sobre la vida después de la muerte, el reino aéreo y las actividades y engaños
de los demonios, que sus críticas son a menudo vagas y arbitrarias; y su
discernimiento en este ámbito a menudo no es mejor que el de los investigadores
seculares y hace que también ellos sean engañados por experiencias “cristianas”
o “bíblicas” engañosas en el ámbito aéreo.
La verdadera actitud cristiana ante la muerte se basa en la conciencia de
las diferencias críticas entre esta vida y la otra. El metropolitano Macario de
Moscú ha resumido la enseñanza bíblica y patrística sobre este punto con estas
palabras: “La muerte es el límite en el que termina el tiempo de las luchas
para el hombre y comienza el tiempo de la recompensa, de modo que después de la
muerte no es posible para nosotros ni el arrepentimiento ni la corrección de la
vida. Cristo el Salvador expresó esta verdad en su parábola del hombre rico y
Lázaro, de la cual
es evidente que tanto el uno como el otro inmediatamente después de la muerte
recibieron su recompensa, y el hombre rico, por mucho que fuera atormentado en
el infierno, no podía ser liberado de sus sufrimientos por medio del
arrepentimiento (Lc 16:26)”. 57
57 Metr. Macario, Teología dogmática ortodoxa, vol. II, pág. 524
La muerte, por tanto, es precisamente la realidad que nos hace despertar a
la
diferencia entre este mundo y el otro y nos inspira a emprender una vida de
arrepentimiento y purificación mientras se nos concede este precioso tiempo.
Cuando un hermano le preguntó a san Abba Doroteo por qué pasaba el tiempo
descuidadamente en su celda, él respondió: “Porque no has comprendido ni el
descanso esperado ni el tormento futuro. Si los conocieras como es debido,
resistirías y no te debilitarías aunque tu celda se llenara de gusanos y
estuvieras entre ellos hasta el cuello”. 58
58 Abba Doroteo, Instrucciones para el beneficio de las almas, Laura de la Santísima Trinidad, 1900. Instrucción 12: “Sobre el temor al tormento futuro”, pág. 137.
De manera similar, san Serafín de Sarov, en nuestros tiempos modernos, enseñó: «Oh, si supieras qué alegría y qué dulzura aguardan a las almas de los justos en el cielo, entonces estarías decidido en esta vida temporal a soportar cualquier dolor, persecución y calumnia con gratitud. Si esta misma celda nuestra estuviera llena de gusanos, y si estos gusanos nos devoraran la carne durante toda nuestra vida temporal, entonces con el mayor deseo consentiríamos en ello, con tal de no ser privados de esa alegría celestial que Dios ha preparado para quienes lo aman». 59
59 Instrucciones espirituales de San Serafín de Sarov, St. Herman Monastery Press, 1978, pág. 69.
La intrepidez de ocultistas y protestantes ante la muerte es el resultado directo de su falta de conciencia de lo que les espera en la vida futura y de lo que se puede hacer ahora para prepararse para ella. Por esta razón, las verdaderas experiencias o visiones de la vida después de la muerte generalmente tienen el efecto de sacudirnos profundamente y (si no hemos llevado una vida cristiana fervorosa) de cambiar toda nuestra vida para prepararnos para la vida venidera. Cuando San Atanasio de las Cuevas de Kiev murió y resucitó dos días después, sus compañeros monjes se aterrorizaron al verlo resucitar; entonces comenzaron a preguntarle cómo había vuelto a la vida y qué había visto y oído mientras estaba separado del cuerpo. A todas las preguntas, respondía solo con las palabras: "¡Salvaos!". Y cuando los hermanos le pidieron insistentemente que les dijera algo provechoso, les dio como testamento la obediencia y el arrepentimiento incesante. Inmediatamente después, Atanasio se encerró en una cueva, donde permaneció sin salir durante doce años, pasando día y noche llorando sin cesar, comiendo un poco de pan y agua cada dos días y sin conversar con nadie durante todo este tiempo. Cuando llegó la hora de su muerte, repitió a los hermanos reunidos sus instrucciones sobre la obediencia y el arrepentimiento, y murió en paz en el Señor. 60
60 Según lo relata el obispo Ignacio, vol. III, pág. 129; véase su Vida en el Patericon de las Cuevas de Kiev, Monasterio de la Santísima Trinidad, Jordanville, Nueva York, 1967, págs. 153-155. San Atanasio, llamado “el Resucitado”, se conmemora el 2 de diciembre.
De manera similar, en Occidente, El Venerable Beda relata cómo un hombre de Northumbria, tras estar muerto una noche entera, resucitó y dijo: «Realmente me he levantado de las garras de la muerte y se me permite vivir entre los hombres de nuevo. Pero de ahora en adelante no debo vivir como antes, y debo adoptar un estilo de vida muy diferente». Renunció todas sus posesiones y se retiró a un monasterio. Más tarde relató que había visto el cielo y el infierno, pero "este hombre de Dios no quería hablar de estas y otras cosas que había visto con personas apáticas o despreocupadas, sino solo con quienes estaban atormentados por el miedo al castigo o se alegraban con la esperanza de las alegrías eternas, y estaban dispuestos a tomar en serio sus palabras y crecer en santidad". 61
61 Beda, Historia de la Iglesia y el Pueblo de Inglaterra, Libro V, 12, págs. 289, 293
Incluso en nuestros tiempos modernos, el autor de “Increíble para muchos” quedó tan conmocionado por su verdadera experiencia del más allá que cambió por completo su vida, se hizo monje y escribió su relato para despertar a otros como él que vivían en la falsa seguridad de la incredulidad sobre la otra vida.
Tales experiencias abundan en las Vidas de los Santos y otras fuentes ortodoxas, y contrastan marcadamente con las experiencias de las personas de hoy
que han visto el “cielo” y el “otro mundo” y, sin embargo, permanecen en la falsa seguridad de que ya están “preparados” para la vida después de la muerte y que la muerte en sí no es nada que temer. El lugar que ocupa el recuerdo de la muerte en la vida cristiana se puede ver en el manual de la lucha cristiana, La Escalera de San Juan (cuyo Sexto Paso está dedicado específicamente a esto): «Así como el pan es el alimento más esencial, el pensamiento de la muerte es la obra más necesaria... Es imposible vivir el día presente con devoción a menos que lo consideremos el último de nuestra vida» (Escalera 6:4, 24). La Escritura bien dice: En todo lo que hagas, recuerda el fin de tu vida, y entonces nunca pecarás (Eclesiástico 7:36). El gran San Barsanufio de Gaza aconsejó a un hermano: «Que tus pensamientos se fortalezcan con el recuerdo de la muerte, cuya hora nadie conoce. Esforcémonos por hacer el bien antes de partir de esta vida —pues no sabemos qué día seremos llamados—, no sea que estemos desprevenidos y nos quedemos fuera de la cámara nupcial con las cinco vírgenes insensatas» (San Barsanufio, Respuesta 799). El gran Abba Pimen, al enterarse de la muerte de San Arsenio el Grande de Egipto, dijo: “¡Bendito sea Arsenio! Lloraste por ti mismo durante toda tu vida terrenal. Si no lloramos por nosotros mismos aquí, lloraremos eternamente. No es posible evitar el llanto: ni aquí, voluntariamente, ni allí, en los tormentos, involuntariamente” (Paterikon de Scetis, en el Obispo Ignacio, vol. III, pág. 108).
Solo una persona con esta sobria perspectiva cristiana de la vida puede atreverse a decir, como el apóstol Pablo, que desea partir y estar con Cristo (Fil. 1:23). Solo quien ha vivido la vida cristiana de lucha, arrepentimiento y llanto por sus pecados puede decir con San Ambrosio de Milán: «Los necios temen la muerte como el mayor de los males, pero los sabios la buscan como descanso después de sus trabajos y como el fin de los males». 62
62 San Ambrosio, “La muerte como un bien”, 8:32, en Siete obras exegéticas, trad. de Michael P. McHugh, Catholic University of America Press, 1972, Padres de la Iglesia, vol. 65, pág. 94.
El obispo Ignacio Brianchaninov concluye su célebre «Homilía sobre la muerte» con palabras que, cien años después, pueden servirnos también como un llamado a retomar la única y verdadera actitud cristiana ante la muerte, desechando todas las ilusiones optimistas sobre nuestro estado espiritual actual, así como todas las falsas esperanzas sobre la vida futura:
"Despertemos en nosotros el recuerdo de la muerte visitando cementerios, visitando a los enfermos, presenciando la muerte y el entierro de nuestros seres queridos, repasando y renovando frecuentemente en nuestra memoria diversas muertes contemporáneas de las que hemos oído hablar o que hemos presenciado... Habiendo comprendido la brevedad de nuestra vida terrenal y la vanidad de todas las adquisiciones y ventajas terrenales; habiendo comprendido el terrible futuro que aguarda a quienes han desdeñado al Redentor y la redención, ofreciéndose por completo como sacrificio al pecado y a la corrupción, apartemos nuestra mirada mental de la mirada fija en la engañosa y encantadora belleza del mundo que fácilmente atrapa al débil corazón humano y lo obliga a amarlo y servirlo, y volvámosla al temible pero salvador espectáculo de la muerte que nos espera. Lloremos por nosotros mismos mientras haya tiempo; lavémonos, purifiquemos con lágrimas y con la confesión nuestros pecados, que están escritos en los libros del Soberano del mundo. Adquiramos la gracia increada del Espíritu Santo, este sello, esta señal de elección y salvación; es indispensable para un libre paso por los espacios del aire y para entrar en las puertas y moradas celestiales... ¡Oh, vosotros que habéis sido desterrados del Paraíso! No es para disfrutar, ni para festejar, ni para jugar, que nos encontramos en la tierra, sino para que por la fe, el arrepentimiento y la Cruz podamos matar la muerte que nos ha matado y restituirnos el Paraíso perdido. Que el Señor misericordioso conceda a los lectores de esta Homilía, y a quien la ha compuesto, recordar la muerte durante esta vida terrena, y por su recuerdo, por la mortificación de uno mismo a todo lo vano, y por una vida vivida para la eternidad, desterrar de uno mismo la ferocidad de la muerte cuando llegue su hora, y por medio de ella entrar en la bendita, eterna y verdadera vida. Amén” (Vol. III, págs. 181-83).
CAPÍTULO 10
Resumen de la enseñanza ortodoxa sobre el destino del
alma después de la muerte
En los primeros nueve capítulos de este libro, hemos intentado exponer
algunos de los aspectos básicos de la visión cristiana ortodoxa sobre la vida
después de la muerte, contrastándolos con la visión contemporánea generalizada,
así como con las antiguas perspectivas occidentales que, en varios aspectos, se
han apartado de la antigua enseñanza cristiana. En Occidente, las auténticas
doctrinas ortodoxas sobre los ángeles, el reino aéreo de los espíritus caídos,
la naturaleza del contacto humano con los espíritus, el cielo y el infierno, se
han perdido o distorsionado, con el resultado de que se está dando una
interpretación completamente errónea de las experiencias “después de la muerte”
que están ocurriendo actualmente. La única respuesta adecuada a esta falsa interpretación
es la doctrina cristiana ortodoxa.
Este libro ha sido demasiado limitado para presentar toda la enseñanza ortodoxa
sobre el más allá y la vida después de la muerte. Nuestro intento ha sido el
más limitado: presentar una parte suficiente de esta enseñanza para responder a
las preguntas que plantean las experiencias actuales después de la muerte, y
señalar a los lectores los textos ortodoxos que la contienen. En conclusión,
presentamos un resumen final de la enseñanza ortodoxa, específicamente sobre el
destino del alma después de la muerte. Este resumen consiste en un artículo
escrito un año antes de su muerte por uno de los últimos grandes teólogos
ortodoxos rusos de nuestro tiempo, el arzobispo John Maximovitch*. Sus palabras están impresas aquí en cursiva, y se han insertado entre los párrafos en tipo verdana (en la traducción) regular títulos explicativos, comentarios y comparaciones, junto con citas de varios Santos Padres.
VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE
Por el Arzobispo John Maximovitch
Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.
— Credo de Nicea —.
Nuestro dolor por los seres queridos que mueren habría sido ilimitado y sin consuelo si el Señor no nos hubiera dado la vida eterna. Nuestra vida no tendría sentido si terminara con la muerte. ¿Qué beneficio habría entonces de la virtud y las buenas obras? Tendrían razón quienes dicen: «¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!». Pero el hombre fue creado para la inmortalidad, y por su resurrección, Cristo abrió las puertas del Reino Celestial, de la bienaventuranza eterna para quienes han creído en Él y han vivido con rectitud. Nuestra vida terrenal es una preparación para la vida futura, y esta preparación termina con nuestra muerte. «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27). Entonces el hombre deja todas sus preocupaciones terrenales. El cuerpo se desintegra para resurgir en la Resurrección General.
Pero su alma sigue viva, y ni por un instante cesa su existencia. Por muchas manifestaciones de los muertos se nos ha dado a conocer, en parte, lo que le ocurre al alma cuando abandona el cuerpo. Cuando cesa la visión de sus ojos corporales, comienza su visión espiritual.
El santo obispo Teófano el Recluso, en un mensaje a una mujer moribunda, escribe:
«No morirás. Tu cuerpo morirá, pero irás a un mundo diferente, estando viva, recordándote a ti misma y reconociendo todo el mundo que te rodea». 63
63 De la revista rusa, Lecturas que benefician al alma, agosto de 1894.
Después de la muerte, el alma está más viva y consciente que antes de morir. San Ambrosio de Milán enseña: “Dado que la vida del alma permanece después de la muerte, queda un bien que no se pierde con la muerte, sino que se incrementa. El alma no se ve frenada por ningún obstáculo que la muerte le ponga, sino que es más activa, porque actúa en su propia esfera sin ninguna asociación con el cuerpo, que es más una carga que un beneficio para ella”. 64
64 San Ambrosio, “La muerte como un bien” (De bono mortis), en Siete obras exegéticas, trad. de Michael P. McHugh, Catholic University of America Press, 1972 (Serie Padres de la Iglesia, vol. 65), cap. 4:15, p. 80.
San Abba Doroteo, padre monástico de Gaza del siglo VI, resume la enseñanza de los primeros Padres sobre este tema: “Porque, como nos dicen los Padres, las almas de los muertos recuerdan todo lo que sucedió aquí —pensamientos, palabras, deseos— y nada puede olvidarse. Pero, como dice el Salmo: "En ese día perecerán todos sus pensamientos" (Salmo 146:4). Los pensamientos a los que se refiere son los de este mundo, sobre casas y posesiones, padres e hijos, y transacciones comerciales. Todas estas cosas se destruyen inmediatamente cuando el alma abandona el cuerpo... Pero lo que hizo contra la virtud o contra sus malas pasiones, recuerda, y nada de esto se pierde... De hecho, el alma no pierde nada de lo que hizo en este mundo, sino que recuerda todo al salir de este cuerpo con mayor claridad y distinción, una vez liberada de la terrenalidad del cuerpo. 65
65 Abba Dorotheus, Discursos, trad. de E. P. Wheeler, Kalamazoo, 1977, pp. 185-86.
El gran padre monástico del siglo V, san Juan Casiano, expone con bastante
claridad el estado activo del alma tras la muerte del cuerpo, en respuesta a
los primeros herejes que creían que el alma era inconsciente después de la
muerte:
“Las almas, tras la separación de este cuerpo, no están ociosas, no permanecen
inconscientes; esto lo demuestra la parábola evangélica del hombre rico y
Lázaro (Lucas 16:22-28)... Las almas de los muertos no solo no pierden la
conciencia, sino que ni siquiera pierden sus disposiciones, es decir, la
esperanza y el miedo, la alegría y la pena, y algo de lo que esperan para sí
mismas en el Juicio Universal ya lo empiezan a saborear... Se vuelven aún más
vivas y se aferran con más celo a la glorificación de Dios. Y, en verdad, si
razonáramos basándonos en el testimonio de la Sagrada Escritura sobre la
naturaleza del alma, según nuestro entendimiento, ¿no sería, no diré una
estupidez extrema, sino al menos una locura, sospechar siquiera en lo más
mínimo que la parte más preciosa del hombre (es decir, el alma), en la que,
según el bendito Apóstol, se contiene la imagen y semejanza de Dios (1 Cor.
11:7, Col. 3:10), tras despojarse de esta tosquedad carnal en la que se
encuentra en la vida presente, se vuelva inconsciente; esa parte que,
conteniendo en sí misma todo el poder de la razón, hace sensible con su
presencia incluso la materia muda e inconsciente de la carne? Por lo tanto, se
deduce, y la naturaleza misma de la razón exige, que el espíritu, tras
desprenderse de esta tosquedad carnal que ahora lo debilita, mejore sus
facultades mentales, las restaure como más puras y refinadas, pero no las
pierda. 66
66 Primera Conferencia, cap. 14, en las Obras de San Juan Casiano el Romano, traducción rusa del obispo Pedro, Moscú, 1892, págs. 178-79.
Las experiencias actuales después de la muerte han hecho a los hombres sorprendentemente conscientes de la conciencia del alma fuera del cuerpo, del estado más agudo y ágil de sus facultades mentales. Pero esta conciencia por sí sola no basta para proteger a quien se encuentra en ese estado de ser engañado por las apariencias del mundo extracorporal; es necesario conocer la doctrina cristiana completa sobre este tema.
EL COMIENZO DE LA VISIÓN ESPIRITUAL
A menudo, esta visión espiritual comienza en el moribundo incluso antes de
morir, y mientras aún ve a quienes lo rodean e incluso habla con ellos, ve lo
que otros no ven.
Esta experiencia del moribundo se ha observado a lo largo de los siglos, y su ocurrencia entre los moribundos de hoy no es nueva. Sin embargo, lo dicho anteriormente (Capítulo Uno, Parte 2) debe repetirse aquí: solo en las visitas de gracia concedidas a los justos, cuando aparecen santos y ángeles, podemos estar seguros de que son seres del otro mundo los que vienen. En los casos comunes, cuando el moribundo comienza a ver a familiares y amigos difuntos, la experiencia es quizás solo una especie de introducción "natural" al mundo invisible al que está a punto de entrar; la naturaleza real de las imágenes de los difuntos que aparecen quizás solo Dios la conozca; no hay necesidad de que nos inmiscuyamos en ella.
Aparentemente, Dios concede esta experiencia como la forma más evidente de informar al moribundo que el otro mundo no es, después de todo, un lugar totalmente extraño, que la vida en el más allá también se caracteriza por el amor que se tiene por los seres queridos. El obispo Teófano expresa esto conmovedoramente en sus palabras a la moribunda: “Allí te encontrarán tu padre, tu madre, tus hermanos y hermanas. Inclínate ante ellos, dales nuestros saludos y pídeles que oren por nosotros. Tus hijos te rodearán con sus alegres saludos. Será mejor para ti allí que aquí”.
ENCUENTROS CON ESPÍRITUS
Pero al abandonar el cuerpo, el alma se encuentra entre otros espíritus,
buenos y malos. Suele inclinarse hacia aquellos que le son más afines en
espíritu, y si mientras estuvo en el cuerpo estuvo bajo la influencia de
algunos, seguirá dependiendo de ellos al abandonar el cuerpo, por desagradables
que resulten al encontrarse con ellos.
Aquí se nos recuerda solemnemente que el otro mundo, aunque no nos resultará
totalmente extraño, no será simplemente un agradable encuentro con seres
queridos en un "verano" de felicidad, sino un encuentro espiritual que
pondrá a prueba la disposición de nuestra alma en esta vida: si se ha inclinado
más hacia los ángeles y los santos mediante una vida de virtud y obediencia a
los mandamientos de Dios, o si por su negligencia o incredulidad se ha hecho
más apta para la compañía de los espíritus caídos. El santo obispo Teófano el
Recluso ha
dicho con acierto (véase más arriba, págs. 86-87) que incluso el juicio en las
casas de peaje bien podría resultar menos un juicio de acusaciones que de
tentaciones.
Si bien el hecho del juicio en la otra vida es indudable —tanto el Juicio
Particular inmediatamente después de la muerte como el Juicio Final al fin del
mundo—, la sentencia externa de Dios solo responderá a la disposición interna
que el alma haya desarrollado hacia Dios y los seres espirituales.
LOS DOS PRIMEROS DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE
Durante dos días, el alma disfruta de relativa libertad y puede visitar
lugares de la tierra que le eran queridos, pero al tercer día se traslada a
otras esferas.
Aquí, el arzobispo san Juan simplemente repite la enseñanza conocida por la Iglesia desde el siglo IV, cuando el ángel que acompañó a san Macario de Alejandría en el desierto le dijo, al explicar la conmemoración de los difuntos al tercer día después de la muerte: «Cuando se hace una ofrenda en la iglesia al tercer día, el alma del difunto recibe de su ángel guardián alivio del dolor que siente como resultado de la separación del cuerpo... Durante esos dos días, se le permite al alma vagar por la tierra, donde quiera, en compañía de los ángeles que la acompañan. Por lo tanto, el alma, amando el cuerpo, a veces deambula por la casa donde fue depositado, y así pasa dos días como un pájaro buscando su nido. Pero el alma virtuosa recorre aquellos lugares donde solía hacer buenas obras. Al tercer día, Aquel que resucitó de entre los muertos ordena al alma cristiana, a imitación de su resurrección, ascender a los Cielos para adorar al Dios de todos». 67
67 Citado en “La oración de la Iglesia por los difuntos”, Vida Ortodoxa, 1978, no. 1, pág. 16.
San Juan Damasceno, en el servicio fúnebre ortodoxo, describe vívidamente el estado
del alma, separada del cuerpo pero aún en la tierra, incapaz de contactar a los
seres queridos a quienes puede ver: “¡Ay de mí! ¡Qué clase de prueba soporta el
alma cuando se separa del cuerpo! ¡Ay! ¡Cuántas son entonces sus lágrimas, y no
hay nadie que muestre compasión! Alza sus ojos a los ángeles;
su oración es inútil. Extiende sus manos a los hombres, y no encuentra a nadie
que la socorra. Por tanto, mis amados hermanos, meditando en la brevedad de
nuestra vida, supliquemos a Cristo el descanso para el que ha partido de aquí y
gran misericordia para nuestras almas”. 68
68 Servicio fúnebre ortodoxo para laicos, estilete, tono 2; Libro de servicios de Hapgood, pág. 385.
El santo obispo Teófano el Recluso, en una carta al hermano de la moribunda
mencionada anteriormente, escribe: “Tu hermana no morirá: el cuerpo muere, pero
la personalidad de la moribunda permanece. Solo pasa a otra etapa de vida...
No es a ella a quien pondrán en la tumba. Ella está en otro lugar. Estará tan
viva como ahora. En las primeras horas y días estará a tu alrededor. Solo que
no dirá nada, y no podrás verla; pero estará aquí mismo. Ten esto en cuenta.
Nosotros, los que quedamos, lloramos a los difuntos, pero para ellos es
inmediatamente más fácil; esa condición es más feliz.
Quienes han muerto y luego han sido devueltos al cuerpo han encontrado que es
una morada muy incómoda. Tu hermana también lo sentirá. Ella está mejor allí; y
nosotros estamos en agonía, como si alguna tragedia le hubiera sucedido. Ella
mirará y seguramente se asombrará de esto” (Lecturas Beneficiosas para el Alma,
agosto de 1894).
Debe tenerse presente que esta descripción de los dos primeros días de la
muerte constituye una regla general que de ninguna manera abarca todos los
casos. De hecho, la mayoría de los ejemplos citados de la literatura ortodoxa a
lo largo de este libro no se ajustan a esta regla, y por una razón obvia: los
santos, al no estar en absoluto apegados a las cosas de este mundo y vivir en
constante expectativa de su paso al otro mundo, ni siquiera se sienten atraídos
por los lugares donde realizaron buenas obras, sino que inmediatamente comienzan
su ascenso al cielo. Otros, como K. Uekskuell, comienzan su ascenso antes de
que finalicen los dos días debido a alguna razón especial de la Providencia de
Dios. Por otro lado, las experiencias contemporáneas “después de la muerte”,
por fragmentarias que sean, sí se ajustan a esta regla: el estado
“extracorpóreo” no es más que el comienzo del período inicial de incorporeidad
del alma. “vagando” hacia los lugares de sus ataduras terrenales; pero ninguna
de estas personas ha muerto lo suficiente como para encontrarse con los ángeles
que las acompañarán.
Algunos críticos de la enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte
consideran que estas variaciones de la regla general de la experiencia después
de la muerte prueban las “contradicciones” de la enseñanza ortodoxa; pero estos
críticos son simplemente demasiado literales. La descripción de los dos
primeros días (y también de los días subsiguientes) no constituye en absoluto
un dogma; es simplemente un “modelo” que, de hecho, establece el orden más
común de las experiencias del alma después de la muerte. Los numerosos casos,
tanto en la literatura ortodoxa como en los relatos de experiencias modernas,
en los que los muertos se han aparecido momentáneamente a los vivos durante el
primer o segundo día después de la muerte (a veces en sueños) son ejemplos de
la verdad de que el alma, de hecho, suele permanecer cerca de la tierra durante
un breve período.69
69 Para algunos ejemplos, véase Misterios eternos más allá de la tumba, págs. 189-96. Las apariciones genuinas de los muertos después de este primer breve período de «libertad» del alma son mucho más raras y siempre se deben a algún propósito específico permitido por Dios, y no a la propia voluntad.
(véase más adelante, Apéndice II)
Al tercer día (y a menudo antes), este período llega a su fin.
LAS CASAS DE PEAJE
En este momento (el tercer día), atraviesa legiones de espíritus malignos que
obstruyen su camino y la acusan de diversos pecados, a los que ellos mismos la
habían tentado. Según diversas revelaciones, existen veinte obstáculos de este
tipo, las llamadas "casas de peaje", en cada una de las cuales se
prueba una u otra forma de pecado; tras pasar por una, el alma llega a la
siguiente, y solo después de superarlas todas con éxito puede continuar su
camino sin ser arrojada inmediatamente a la gehena. La terrible naturaleza de
estos demonios y sus casas de peaje se evidencia en el hecho de que la propia
Madre de Dios, al ser informada por el Arcángel Gabriel de su muerte inminente,
suplicó a su Hijo que liberara su alma de estos demonios y, respondiendo a su
oración, el propio Señor Jesucristo apareció del cielo para recibir el alma de
su Purísima Madre y conducirla al cielo. 70
70 Esto se representa visualmente en el icono ortodoxo tradicional de la Dormición.
Terrible es, en verdad, el
tercer día para el alma del difunto, y por esta razón necesita especialmente
oraciones para ella.
El capítulo seis, arriba mencionado, ha expuesto varios textos patrísticos y de
vidas de los santos sobre las casas de peaje, y no es necesario añadir nada más
aquí. Sin embargo, cabe señalar que las descripciones de las casas de peaje
constituyen un "modelo" de las experiencias del alma después de la
muerte, y las experiencias individuales de ellas pueden variar
considerablemente. Detalles menores como el número de casas de peaje son, por
supuesto, bastante secundarios comparados con el hecho principal de que el alma
efectivamente experimenta un juicio (el Juicio Particular) poco después de la
muerte como resumen final de la "guerra invisible" que ha librado (o
no) en la tierra contra los espíritus caídos. El santo obispo Teófano el
Recluso escribe, continuando la carta al hermano de la mujer que estaba a punto
de morir:
“En la difunta pronto comienza la lucha por pasar por las casetas de peaje.
¡Aquí necesita ayuda! Mantén, pues, este pensamiento, y la oirás gritar:
“¡Ayuda!”. Es aquí donde debes dirigir toda tu atención y todo tu amor por
ella. Creo que será el más verdadero testimonio de amor si, desde el minuto de
la partida del alma, dejando la preocupación por el cuerpo a otros, te alejas
y, estando solo donde puedas, te sumerges en la oración por ella en su nueva
condición y sus nuevas e inesperadas necesidades. Habiendo comenzado así,
permanece en un clamor incesante a Dios para que la ayude, durante seis
semanas, e incluso más. En el relato de Teodora, la bolsa que los ángeles
tomaron para separarse de los recaudadores de impuestos era la oración de su Padre Espiritual. Tus oraciones serán las mismas; no lo olvides. ¡Hacer esto! ¡Esto es
amor!
La «bolsa de oro» con la que los ángeles «pagaron las deudas» de la bendita
Teodora en las casetas de peaje ha sido a menudo malinterpretada por los
críticos de la enseñanza ortodoxa; a veces se la compara erróneamente con la
noción latina de los «méritos excesivos» de los santos. De nuevo, estos
críticos son demasiado literales en su lectura de los textos ortodoxos. Aquí no
se hace referencia a nada más que a las oraciones de la Iglesia por los
difuntos, en particular a las oraciones de un hombre santo y padre espiritual.
La forma en que se describe esto —no debería ser necesario decirlo— es
metafórica.
La Iglesia Ortodoxa considera la enseñanza de las casas de peaje de tal importancia que ha incluido referencias a ella en muchos de sus servicios divinos (véanse algunos de ellos en el capítulo sobre las casas de peaje). En particular, la Iglesia se esfuerza por presentar esta enseñanza a cada uno de sus hijos moribundos; en el “Canon sobre la Partida del Alma”, leído por el sacerdote en el lecho de muerte de cada fiel, se encuentran los siguientes troparios:
“Al partir de la tierra, concédeme pasar sin obstáculos por el príncipe del
aire, el perseguidor, el atormentador, el que se encuentra en los senderos
temibles y es su injusto interrogador” (Himno 4).
“Trasládame, oh Soberana Señora, a las sagradas y preciosas manos de los santos
ángeles, para que, cubierto por sus alas, no vea la desvergonzada, inmunda y
oscura forma de los demonios” (Himno 6).
“Oh Tú, que diste a luz al Señor Todopoderoso, aleja de mí al jefe de las
amargas casas de peaje, al gobernante del mundo, cuando esté a punto de morir,
para que pueda glorificarte por siempre, oh Santa Madre de Dios” (Himno 8).
Así, el cristiano ortodoxo, al morir, es preparado por las palabras de la
Iglesia para las pruebas que le esperan.
LOS CUARENTA DÍAS
Después, después de haber pasado con éxito las casetas de peaje y haberse inclinado ante Dios, el alma durante el transcurso de 37 días más visita las moradas celestiales y los abismos del infierno, sin saber aún donde permanecerá, y solo en el cuadragésimo día se le asigna su lugar hasta la resurrección de los muertos.
No es extraño, ciertamente, que el alma, después de haber pasado por las casetas de peaje y haber terminado para siempre con las cosas terrenales, sea luego introducida en el otro mundo, en una parte del cual pasará la eternidad. Según la revelación del ángel a San Macario de Alejandría, la conmemoración especial que la Iglesia hace de los difuntos en el noveno día después de la muerte (aparte del simbolismo general de los nueve rangos de ángeles) ocurre porque hasta entonces al alma se le muestran las bellezas del Paraíso, y sólo después de esto, durante el resto de los cuarenta días, se le muestran los tormentos y los horrores del infierno, antes de ser asignada en el cuadragésimo día al lugar donde esperará la resurrección de los muertos y el Juicio Final. Estos números, una vez más, constituyen una regla general, o “modelo” de la realidad después de la muerte, y sin duda no todos los difuntos completan su curso exactamente según la “regla”. Sabemos que, de hecho, Teodora completó su “recorrido por el infierno” justo en el cuadragésimo día, como se mide el tiempo en la tierra (Eternal Mysteries, pp. 83-84).
EL ESTADO DE LAS ALMAS HASTA EL JUICIO FINAL
Algunas almas se encuentran (después de los cuarenta días) en una condición de anticipación del gozo y de la bienaventuranza eternos, y otros con miedo de los tormentos eternos que vendrán en su plenitud después del Juicio Final. Hasta entonces, todavía son posibles cambios en la condición de las almas, especialmente a través del ofrecimiento por ellas del Sacrificio incruento (conmemoración en la Liturgia), y asimismo por otros medios.
La enseñanza de la Iglesia sobre el estado de las almas en el cielo y en el infierno antes del Juicio Final se expone a continuación con más detalle en las palabras de san Marcos de Éfeso (Apéndice I).
Los beneficios de la oración, tanto pública como privada, por las almas del infierno han sido descritos en muchas Vidas de Santos y ascetas y en escritos patrísticos.
En la Vida de la mártir del siglo III Perpetua, por ejemplo, el destino de
su hermano Dimócrates le fue revelado en la imagen de una cisterna llena de
agua que era demasiado alta para que él pudiera alcanzarla en el lugar sucio e
intensamente caliente donde estaba confinado. A través de su intensa oración durante
todo un día y una noche, la cisterna se le hizo accesible y ella lo vio en un
lugar luminoso. Con esto comprendió que había sido liberado del castigo. 71
71 Vidas de Santos, 1 de febrero; traducción al inglés de este pasaje en Vida Ortodoxa, 1978, n.º 1, págs. 23-24.
En la vida de un asceta que murió en el siglo XX hay un relato similar. La vida de la monja Athanasia (Anastasia Logacheva), hija espiritual de San Serafín de Sarov, relata:
"Ahora emprendió una labor de oración por su propio hermano de sangre, Pablo, quien se había ahorcado mientras estaba borracho. Primero fue a Pelagia Ivanovna, 72 la bendita que vivía en el Convento de Diveyevo, para pedirle consejo sobre lo que podía hacer para facilitar la suerte más allá de la tumba de su hermano, quien desafortunadamente y deshonrosamente había terminado su vida terrenal.
72 Su vida completa en ruso se encuentra en Archimandrita Serafín Chichagov, Crónica de Diveyevo, Hermandad de San Herman, 1978, págs. 530 y siguientes.
Tras deliberar, se decidió lo siguiente: Anastasia se encerraría en su celda para ayunar y orar por él, rezando cada día 150 veces la oración: «Virgen Madre de Dios, alégrate, llena eres de gracia, María. El Señor es contigo. Bendita..."
Al cabo de cuarenta días, vio un gran abismo; en el fondo había una piedra ensangrentada, y sobre ella yacían dos hombres con cadenas de hierro al cuello; uno de ellos era su hermano. Cuando informó a la beata Pelagia sobre esta visión, esta le aconsejó que repitiera esta labor.
Al final de los segundos cuarenta días vio el mismo abismo, la misma piedra sobre la cual estaban las mismas dos personas con cadenas alrededor de sus cuellos, pero su hermano ahora estaba de pie y daba la vuelta a la piedra, aunque luego cayó de nuevo sobre la piedra. La cadena todavía estaba alrededor de su cuello. Después de informar a Pelagia Ivanovna sobre este sueño, esta última le aconsejó que realizara el mismo trabajo por tercera vez. Después de cuarenta días más, Anastasia vio el mismo abismo y la misma piedra, pero ahora sólo había un hom8bre, desconocido para ella, y su hermano se había alejado de la piedra y estaba oculto a la vista. El que se quedó sobre la roca dijo: «Es bueno para ti; 'Tienes poderosos intercesores en la tierra». Después de esto, la bienaventurada Pelagia dijo: «Tu hermano ha sido liberado de los tormentos, pero no ha recibido la bienaventuranza.» 73
73 Lecturas Beneficiarias para el Alma, junio de 1902, pág. 281
Hay muchos incidentes similares en las vidas de los santos y ascetas ortodoxos. Si alguien se siente inclinado a ser demasiado literal acerca de tales visiones, tal vez debería decirse que, por supuesto, las formas que toman tales visiones (generalmente en sueños) no son necesariamente vistas "fotográficas" de la forma en que el alma aparece en el otro mundo, sino más bien son imágenes que transmiten la verdad espiritual de la mejora del alma en el otro mundo a través de las oraciones de los que permanecen en la tierra.
ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS
La importancia de la conmemoración en la Liturgia se aprecia en el siguiente suceso: Antes del descubrimiento de las reliquias de San Teodosio de Chernigov (1896), el monje-sacerdote (el renombrado Starets Alexis de la Ermita Goloseyevsky, de la Laura de las Cuevas de Kiev, fallecido en 1916) que estaba llevando a cabo la revestidura de las reliquias, cansado mientras estaba sentado junto a ellas, se quedó dormido y vio ante él al Santo, quien le dijo: «Te agradezco tu trabajo por mí. Te ruego también que, cuando vayas a celebrar la Liturgia, conmemores a mis padres», y mencionó sus nombres (el Sacerdote Nikita y María). 74
74 Estos nombres eran desconocidos antes de esta visión. Varios años después de la canonización, se encontró el Libro de Conmemoración de San Teodosio en el monasterio donde había sido abad, lo cual confirmó estos nombres y corroboró la visión. Véase la Vida del Anciano Alexis en Pravoslavny Blagovestnik, San Francisco, 1967, n.º 1 (en ruso).
«¿Cómo puedes,
oh Santo, pedir mis oraciones, cuando tú mismo estás en el Trono celestial y
concedes a la gente la misericordia de Dios?», preguntó el monje-sacerdote.
“Sí, es cierto”, respondió San Teodosio, “pero la ofrenda en la Liturgia es más
poderosa que mi oración”.
Por lo tanto, el panikhidas ("μνημόσυνον", [mnimósynon], memorial) y la oración en casa por los difuntos son beneficiosos para ellos, al igual que las buenas obras realizadas en su memoria, como las limosnas o las contribuciones a la Iglesia. Pero especialmente beneficiosa para ellos es la conmemoración en la Divina Liturgia. Ha habido muchas apariciones de muertos y otros sucesos que confirman lo beneficiosa que es su conmemoración.
Muchos que murieron arrepentidos, pero que no pudieron manifestarlo en
vida, han sido liberados de las torturas y han obtenido el reposo. En la
Iglesia se ofrecen oraciones constantes por el descanso de los difuntos, y el
día de la Venida del Espíritu Santo, en las oraciones de rodillas durante las
vísperas, hay incluso una petición especial «por los que están en el infierno».
San Gregorio Magno, al responder en sus Diálogos a la pregunta: «¿Hay algo que
pueda beneficiar a las almas después de la muerte?». Enseña:
“El Santo Sacrificio de Cristo, nuestra Víctima salvadora, trae grandes
beneficios a las almas incluso después de la muerte, siempre que sus pecados
sean perdonados en la otra vida. Por esta razón, las almas de los difuntos a
veces ruegan que se ofrezcan liturgias por ellas... Lo más seguro,
naturalmente, es hacer por nosotros mismos durante la vida lo que esperamos que
otros hagan por nosotros después de la muerte. Es mejor salir de la vida como
un hombre libre que buscar la libertad después de estar encadenado. Por lo
tanto, debemos despreciar este mundo con todo nuestro corazón como si su gloria
ya estuviera agotada, y ofrecer nuestro sacrificio de lágrimas a Dios cada día
al inmolar su sagrada Carne y Sangre. Solo este Sacrificio tiene el poder de
salvar el alma de la muerte eterna, pues nos presenta místicamente la muerte
del Hijo Unigénito” (Diálogos IV: 57, 60, págs. 266, 272-73). San Gregorio da
varios ejemplos de muertos que se aparecen a los vivos y les piden o agradecen
la celebración de la Liturgia por su descanso. En una ocasión, un cautivo, a
quien su esposa creía muerto y por quien ella hacía celebrar la Liturgia
ciertos días, regresó del cautiverio y le contó cómo había sido liberado de sus
cadenas en ciertos días, los mismos días en que se había ofrecido la Liturgia
por él. (Diálogos IV: 57, 59, pp. 267, 270).
Los protestantes generalmente consideran que la oración de la Iglesia por los muertos es de alguna manera incompatible con la necesidad de encontrar la salvación, ante todo, en esta vida: «Si la Iglesia puede salvarte después de la muerte, ¿para qué molestarse en luchar o encontrar la fe en esta vida? Comamos, bebamos y celebremos...». Por supuesto, nadie que sostenga tal filosofía ha alcanzado jamás la salvación mediante la oración de la Iglesia, y es evidente que tal argumento es bastante artificial e incluso hipócrita. La oración de la Iglesia no puede salvar a nadie que no desee la salvación o que nunca haya luchado por ella durante su vida. En cierto sentido, se podría decir que la oración de la Iglesia o de los cristianos por un difunto no es más que otro resultado de la vida de esa persona: no se oraría por él a menos que hubiera hecho algo durante su vida que inspirara dicha oración después de su muerte. San Marcos de Éfeso también aborda la cuestión de la oración de la Iglesia por los difuntos y la mejora que aporta a su estado, citando el ejemplo de la oración de san Gregorio Magno o el Dialogista por el emperador romano Trajano, una oración inspirada en una buena acción de este emperador pagano. (Véase más abajo, Apéndice I).
QUÉ PODEMOS HACER POR LOS DIFUNTOS
Quien desee manifestar su amor por los difuntos y brindarles verdadera
ayuda, puede hacerlo mejor mediante la oración por ellos, y en particular
conmemorándolos en la Liturgia, cuando las partículas que se cortan para los
vivos y los muertos se dejan caer en la Sangre del Señor con las palabras:
«Lava, Señor, los pecados de los aquí conmemorados con tu Preciosa Sangre, por
las oraciones de tus santos». Nada mejor ni más grande que orar por ellos,
ofreciendo conmemoración en la Liturgia. Siempre lo necesitan, especialmente
durante esos cuarenta días en que el alma del difunto se dirige hacia las
moradas eternas. El cuerpo no siente nada entonces: no ve a sus seres queridos
reunidos, no huele la fragancia de las flores, no escucha las oraciones
fúnebres. Pero el alma percibe las oraciones que se ofrecen por ella y agradece
a quienes las hacen y está espiritualmente cerca de ellos.
¡Oh, familiares y seres queridos de los difuntos! Haz por ellos lo que sea
necesario y esté a tu alcance. Usa tu dinero no para adornar el ataúd y la
tumba, sino para ayudar a los necesitados, en memoria de tus seres queridos
fallecidos, para las iglesias donde se ofrecen oraciones por ellos. Ten piedad
de los difuntos, cuida de sus almas. Ante todos nosotros se encuentra ese mismo
camino, ¡y cuánto desearíamos ser recordados en la oración! Seamos, pues,
misericordiosos con los difuntos.
En cuanto alguien haya fallecido, llama o informa inmediatamente a un sacerdote
para que lea las "Oraciones por la Partida del Alma", que se han
designado para ser leídas por todos los cristianos ortodoxos después de la
muerte. Intenta, si es posible, que el funeral se celebre en la iglesia y que
se lea el Salterio por el difunto hasta el funeral. El funeral no necesita ser
elaborado, pero definitivamente debe ser completo, sin abreviaturas; en este
momento, no pienses en ti mismo ni en tu comodidad, sino en el difunto, de
quien te separas para siempre. Si hay varios difuntos en la iglesia al mismo
tiempo, no rechace la propuesta de oficiar el funeral por todos juntos. Es
mejor oficiar el funeral por dos o más difuntos al mismo tiempo, cuando la
oración de los allegados reunidos sea más ferviente, que oficiar varios
funerales seguidos y acortar los servicios por falta de tiempo y energía;
porque cada palabra de oración por el difunto es como una gota de agua para un
sediento. Es fundamental organizar de inmediato el memorial de los cuarenta
días, es decir, la conmemoración diaria en la Liturgia durante cuarenta días.
Por lo general, en las iglesias donde hay servicios diarios, los difuntos cuyos
funerales se han celebrado allí son conmemorados durante cuarenta días o más.
Pero si el funeral se celebra en una iglesia donde no hay servicios diarios,
los propios familiares deben encargarse de organizar el memorial de los
cuarenta días dondequiera que haya servicios diarios.
Cuidemos de quienes han partido al otro mundo antes que nosotros, para hacer por ellos todo lo que podamos, recordando que «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO
Un día, todo este mundo corruptible llegará a su fin, y amanecerá el eterno Reino de los Cielos, donde las almas de los redimidos, unidas a sus cuerpos resucitados, morarán para siempre con Cristo, inmortal e incorruptible. Entonces, el gozo y la gloria parciales que las almas conocen incluso ahora en el cielo serán reemplazados por la plenitud del gozo de la nueva creación para la que el hombre fue creado; pero quienes no aceptaron la salvación que Cristo vino a la tierra a ofrecer a la humanidad serán atormentados para siempre, junto con sus cuerpos resucitados, en el infierno. San Juan Damasceno, en el capítulo final de su Exposición Exacta de la Fe Ortodoxa, describe bien este estado final del alma después de la muerte: “También creemos en la resurrección de los muertos, pues realmente habrá una, habrá una resurrección de los muertos. Ahora bien, cuando decimos resurrección, nos referimos a la resurrección de los cuerpos. Pues la resurrección es la resurrección de alguien que ha caído. Pero, dado que las almas son inmortales, ¿cómo resucitarán? Pues bien, si la muerte se define como la separación del alma del cuerpo, la resurrección es la perfecta unión del alma y el cuerpo, y la resurrección del ser vivo disuelto y caído. Por lo tanto, el mismo cuerpo que se corrompe y se disuelve se levantará incorruptible. Pues Aquel que lo formó en el principio del polvo de la tierra es capaz de resucitarlo después de que se haya disuelto y haya regresado a la tierra de donde fue tomado por decisión de su Creador... Ahora bien, si el alma se hubiera involucrado sola en la lucha por la virtud, entonces también sería coronada sola; y si solo ella se hubiera entregado a los placeres, entonces solo ella podría ser justamente castigada. Sin embargo, como el alma no siguió ni la virtud ni el vicio sin el cuerpo, será justo que reciban su recompensa juntos...
Y así, con nuestras almas unidas de nuevo a nuestros cuerpos, que se habrán vuelto incorruptos y se habrán despojado de la corrupción, resucitaremos y compareceremos ante el terrible tribunal de Cristo. Y el diablo y sus demonios, y su hombre, es decir, el Anticristo, y los impíos y pecadores serán entregados al fuego eterno, que no será un fuego material como el que estamos acostumbrados, sino un fuego como el que Dios podría conocer. Y aquellos que han obrado bien brillarán como el sol junto con los ángeles hacia la vida eterna con nuestro Señor Jesucristo, viéndolo y siendo vistos siempre, disfrutando de la dicha eterna que proviene de Él, y alabándolo junto con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 75
75 Exposición Exacta, Libro Cuarto, cap. 27, en Los Padres de la Iglesia, vol. 37, 1958, págs.
401, 402, 406.
APÉNDICE I
LA ENSEÑANZA ORTODOXA DE SAN MARCOS DE EFESO SOBRE EL ESTADO DE LAS ALMAS
DESPUÉS DE LA MUERTE
La enseñanza ortodoxa sobre el estado de las almas después de la muerte a
menudo no se comprende del todo, ni siquiera por los propios cristianos
ortodoxos; y la enseñanza latina, comparativamente tardía, del
"purgatorio" ha causado mayor confusión. Sin embargo, la doctrina
ortodoxa en sí no es en absoluto ambigua ni imprecisa. Quizás la exposición
ortodoxa más concisa se encuentre en los escritos de san Marcos de Éfeso en el
Concilio de Florencia de 1439, compuestos precisamente para responder a la
enseñanza latina sobre el "purgatorio". Estos escritos son
especialmente valiosos para nosotros, ya que, al provenir de los últimos Padres
Bizantinos, antes de la era moderna con todas sus confusiones teológicas, nos
señalan las fuentes de la doctrina ortodoxa y nos instruyen sobre cómo
abordarlas y comprenderlas. Estas fuentes son: las Escrituras, las homilías
patrísticas, los servicios religiosos, las Vidas de los Santos y ciertas
revelaciones y visiones de la vida después de la muerte, como las contenidas en
el Libro IV de los Diálogos de San Gregorio Magno. Los teólogos académicos
actuales tienden a desconfiar de estos dos o tres últimos tipos de fuentes, por
lo que a menudo se sienten incómodos al hablar sobre este tema y a veces
prefieren mantener una reserva agnóstica al respecto (Timothy Ware, La Iglesia
Ortodoxa, p. 259). Los escritos de San Marcos, por otro lado, nos muestran cuán
familiarizados están los teólogos ortodoxos genuinos con estas fuentes; quienes
se sienten incómodos con ellas quizás revelen así una insospechada infección
por la incredulidad moderna. De las cuatro respuestas de San Marcos sobre el
purgatorio, compuestas en el Concilio de Florencia, la Primera Homilía contiene
la explicación más concisa de la doctrina ortodoxa frente a los errores latinos, y es principalmente a partir de ella que se ha compilado esta
traducción. Las demás respuestas contienen principalmente material ilustrativo
sobre los puntos aquí tratados, así como respuestas a argumentos latinos más
específicos.
El "Capítulo Latino" al que San Marcos responde es el escrito por el Cardenal Juliano Cesarini (traducción rusa en Pogodin, pp. 50-57), que presenta la enseñanza latina, definida en el anterior Concilio de la "Unión" de Lyon (1270), sobre el estado de las almas después de la muerte. Esta enseñanza le parece al lector ortodoxo (como de hecho le pareció a San Marcos) demasiado literal y legalista. Para entonces, los latinos habían llegado a considerar el cielo y el infierno como algo "terminado" y "absoluto", y a quienes se encontraban en ellos como poseedores de la plenitud del estado que les espera tras el Juicio Final; por lo tanto, no hay necesidad de orar por los que están en el cielo (cuyo destino ya es perfecto) ni por los que están en el infierno (pues nunca podrán ser liberados ni purificados del pecado). Pero dado que muchos fieles mueren en un estado "intermedio" —no lo suficientemente perfecto para el cielo, pero tampoco lo suficientemente malo para el infierno—, la lógica de los argumentos latinos exigía un tercer lugar de purificación ("purgatorio"), donde incluso aquellos cuyos pecados ya habían sido perdonados debían ser castigados o dar "satisfacción" por sus pecados antes de estar suficientemente purificados para entrar al cielo. Estos argumentos legalistas de una "justicia" puramente humana (que en realidad niegan la suprema bondad y amor de Dios por la humanidad) fueron respaldados por los latinos mediante interpretaciones literales de ciertos textos patrísticos y diversas visiones; casi todas estas interpretaciones son bastante forzadas y arbitrarias, porque ni siquiera los antiguos Padres Latinos hablaron de tal lugar como "purgatorio", sino solo de la "purificación" del pecado después de la muerte, a la que algunos se referían (probablemente alegóricamente) como mediante el "fuego".
En cambio, en la doctrina ortodoxa, enseñada por san Marcos, los fieles que
han muerto con pecados leves sin confesar, o que no han dado frutos de
arrepentimiento por los pecados confesados, son purificados de estos pecados ya
sea en la prueba de la muerte misma con su temor, o después de la muerte,
cuando son confinados (pero no permanentemente) en el infierno, mediante las
oraciones y liturgias de la Iglesia y las buenas obras realizadas por los
fieles. Incluso los pecadores destinados al tormento eterno pueden recibir
cierto alivio de su tormento en el infierno por estos medios. Sin embargo,
ahora no hay fuego que atormente a los pecadores, ni en el infierno (pues el
fuego eterno comenzará a atormentarlos solo después del Juicio Final), ni mucho
menos en un tercer lugar como el purgatorio; todas las visiones de fuego que
los hombres ven son como imágenes o profecías de lo que acontecerá en la era
futura. Todo perdón de pecados después de la muerte proviene únicamente de la
bondad de Dios, que se extiende incluso a quienes están en el infierno, con la
cooperación de las oraciones humanas, y no se debe ningún "pago" ni
"satisfacción" por los pecados que han sido perdonados.
Cabe señalar que los escritos de San Marcos se centran principalmente en el
estado específico de las almas después de la muerte, y apenas abordan la
historia de los eventos que le ocurren al alma inmediatamente después de la
muerte. Sobre este último punto existe abundante literatura ortodoxa, pero este
punto no se debatió en Florencia.
Todas las notas han sido añadidas por los traductores.
PRIMERA HOMILÍA: REFUTACIÓN DE LOS CAPÍTULOS LATINOS
SOBRE EL FUEGO DEL PURGATORIO 76
76 Traducido de la traducción rusa del archimandrita Amvrossy Pogodin, en San Marcos de Éfeso y la Unión de Florencia, Jordanville, N.Y., 1963, págs. 58-73
Dado que, preservando nuestra ortodoxia y los dogmas eclesiásticos transmitidos por los Padres, estamos obligados a responder con amor a lo que usted ha dicho, como regla general, citaremos primero cada argumento y testimonio que ha presentado por escrito, para que la respuesta y la resolución de cada uno de ellos puedan luego presentarse breve y claramente.
1. Así pues, al comienzo de su informe, usted dice lo siguiente: «Si
quienes se arrepienten sinceramente han partido de esta vida por amor (a Dios)
antes de poder dar satisfacción con frutos dignos por sus transgresiones u
ofensas, sus almas se purifican después de la muerte mediante los sufrimientos
del purgatorio; pero para aliviarlos (o liberarlos) de estos sufrimientos,
reciben la ayuda que les brindan los fieles vivos, como por ejemplo: oraciones,
liturgias, limosnas y otras obras de piedad».
A esto respondemos lo siguiente: De que quienes descansan en la fe son sin duda
ayudados por las liturgias, oraciones y limosnas que se les realizan, y de que
esta costumbre ha estado vigente desde la antigüedad, existe el testimonio de
muchas y diversas declaraciones de los Maestros, tanto latinos como griegos,
pronunciadas y escritas en diversas épocas y lugares. Pero que las almas se
liberan gracias a un cierto sufrimiento purgatorial y El fuego temporal, que
posee tal poder (purgatorio) y tiene el carácter de una ayuda, no lo
encontramos ni en las Escrituras ni en las oraciones ni himnos por los
difuntos, ni en las palabras de los Maestros. Pero hemos recibido que incluso
las almas que están en el infierno y ya están entregadas a tormentos eternos,
ya sea de hecho y por experiencia propia o en una desesperada expectativa de ellos,
pueden ser socorridas y recibir cierta ayuda, aunque no en el sentido de
liberarlas completamente del tormento ni de darles esperanza de una liberación
final. Y esto se demuestra en las palabras del gran Macario, el asceta egipcio,
quien, al encontrar una calavera en el desierto, fue instruido por ella al
respecto por la acción del Poder Divino. 77
77 En la “Colección Alfabética” de dichos de los Padres del Desierto, bajo “Macario el Grande”, leemos: “Abba Macario dijo: Un día, caminando por el desierto, encontré la calavera de un hombre muerto, tendida en el suelo. Mientras la movía con mi bastón, la calavera me habló. Le pregunté: “¿Quién eres?”. La calavera respondió: “Yo era sumo sacerdote de los ídolos y de los paganos que habitaban en este lugar; pero tú eres Macario, el portador del Espíritu. Siempre que te apiadas de los que sufren y rezas por ellos, sienten un pequeño alivio”. La calavera instruyó además a San Macario sobre los tormentos del infierno, concluyendo: “Hemos recibido un poco de misericordia ya que no conocíamos a Dios, pero quienes conocieron a Dios y lo negaron están por debajo de nosotros”. (Los dichos de los Padres del Desierto, trad. de Benedicta Ward, Londres, A. R. Mowbray & Co., 1975, págs. 115-116.)
Y Basilio el Grande, en las
oraciones leídas en Pentecostés, escribe literalmente lo siguiente: «Quien
también, en esta fiesta perfecta y salvadora, se complace en aceptar oraciones
propiciatorias
por los que están presos en el infierno, concediéndonos una gran esperanza de
mejoría para quienes están presos de las impurezas que los han aprisionado
y que Tú envíes tu consuelo» (Tercera Oración de Rodillas en Vísperas). Pero si
las almas han partido de esta vida con fe y amor, arrastrando consigo ciertas
faltas, ya sean pequeñas de las que no se han arrepentido en absoluto, o
grandes de las que, aunque se hayan arrepentido, no se han comprometido a
mostrar frutos de arrepentimiento: creemos que estas almas deben ser
purificadas de esta clase de pecados, pero no mediante el fuego del purgatorio
ni un castigo definido en algún lugar (pues esto, como hemos dicho, no nos ha
sido transmitido). Pero algunos deben ser purificados al dejar el cuerpo,
gracias únicamente al temor, como lo demuestra literalmente San Gregorio el
Dialogista.78
78 En el Libro IV de los Diálogos
Mientras que
otros deben ser purificados después de dejar el cuerpo, ya sea mientras
permanecen en el mismo lugar terrenal, antes de venir a adorar a Dios y ser
honrados con la suerte de los bienaventurados, o —si sus pecados fueron más
graves y los atan por más tiempo— son mantenidos en el infierno, pero no para
permanecer eternamente en fuego y tormento, sino como en prisión y confinamiento
bajo custodia.
A todos estos, afirmamos, les ayudan las oraciones y liturgias que se celebran
por ellos, con la cooperación de la bondad divina y el amor por la humanidad.
Esta cooperación divina desdeña y remite inmediatamente algunos pecados,
aquellos cometidos por debilidad humana, como dices san Dionisio el Grande (el
Areopaguita) en las «Reflexiones sobre el misterio de los que reposan en la fe»
(en La Jerarquía Eclesiástica, VII, 7); mientras que otros pecados, después de
cierto tiempo, mediante juicios justos, o bien los libera y perdona igualmente
—y esto completamente— o bien aligera la responsabilidad por ellos hasta ese
Juicio final.
Y, por lo tanto, no vemos necesidad alguna de ningún otro castigo ni de un fuego purificador; pues algunos son purificados por el miedo, mientras que otros son devorados por las carcomas de la conciencia con mayor tormento que cualquier fuego, y otros son purificados solo por el terror ante la Gloria Divina y la incertidumbre sobre el futuro. Y que esto es mucho más atormentador y castigador que cualquier otra cosa, la propia experiencia lo demuestra, y San Juan Crisóstomo nos lo atestigua en casi todas, o al menos en la mayoría de sus homilías morales, que lo afirman, al igual que el divino asceta Doroteo en su homilía «Sobre la Conciencia...».
2. Por lo tanto, suplicamos a Dios y creemos que libere a los difuntos del
tormento eterno, y no de ningún otro tormento o fuego aparte de los tormentos y
del fuego que se ha proclamado eterno. Y que, además, las almas de los difuntos
son liberadas mediante la oración del confinamiento en el infierno, como si
fueran de una prisión, lo atestigua, entre muchos otros, Teófanes el Confesor,
llamado el Marcado (por las palabras de su testimonio para el Icono de Cristo,
escritas en su frente, que selló con sangre). En uno de los cánones para los
difuntos, ora así por ellos: «Libera, oh Salvador, a tus esclavos que están en
el infierno de lágrimas y suspiros» (Libro de
los Ocho Tonos, canon del sábado para los
difuntos, Tono 8, Himno 6, Gloria).
¿Lo oyen? Dijo «lágrimas» y «suspiros», y no ningún tipo de castigo ni fuego purgatorio. Y si en estos himnos y oraciones se encuentra alguna mención del fuego, no es un fuego temporal con poder purgatorio, sino más bien el fuego eterno y el castigo incesante. Los santos, movidos por el amor a la humanidad y la compasión por sus compatriotas, deseando y arriesgándose a lo casi imposible, oran por la liberación de los difuntos en la fe. Así lo dice San Teodoro el Estudita, confesor y mártir de la verdad, al comienzo de su canon por los difuntos: «Supliquemos todos a Cristo, haciendo hoy memoria de los difuntos de todos los tiempos, para que libre del fuego eterno a los difuntos en la fe y en la esperanza de la vida eterna» (Triodión de Cuaresma, Sábado anterior al Domingo del comienzo del ayuno también de carnes, Canon, Himno 1). Y luego, en otro tropario, en el Himno 5 del Canon, dice: «Libera, oh Salvador nuestro, a todos los que han muerto en la fe del fuego siempre abrasador, de las tinieblas sin luz, del crujir de dientes, del gusano que atormenta eternamente y de todo tormento».
¿Dónde está aquí el "fuego del purgatorio"? Y si realmente existiera, ¿dónde sería más apropiado que el Santo hablara de él, si no aquí? No nos corresponde a nosotros investigar si los santos son escuchados por Dios cuando oran por esto. Pero ellos mismos lo sabían, al igual que el Espíritu que moraba en ellos, por quien fueron inspirados, y hablaron y escribieron con este conocimiento; y también lo sabía el Maestro Cristo, quien dio el mandamiento de orar por nuestros enemigos, y quien oró por quienes lo crucificaban, e inspiró al primer mártir Esteban, cuando era lapidado, a hacer lo mismo. Y aunque alguien pudiera decir que cuando oramos por tales personas Dios no nos escucha, aun así haremos todo lo que dependa de nosotros. Y he aquí que algunos de los santos que oraron no sólo por los fieles, sino también por los impíos, fueron escuchados y con sus oraciones los rescataron del tormento eterno, como por ejemplo la primera mujer mártir Tecla rescató a Falconila, y el divino Gregorio el Dialogista, como se relata, rescató al emperador Trajano.79
(El capítulo 3 demuestra que la Iglesia también ora por quienes ya gozan de la bendición de Dios, quienes, por supuesto, no necesitan pasar por el fuego del purgatorio).
79 Este último incidente se relata en algunas de las primeras Vidas de San Gregorio, como por ejemplo en una Vida inglesa del siglo VIII: “Algunos de los nuestros también cuentan una historia, relatada por los romanos, de cómo el alma del emperador Trajano fue reconfortada e incluso bautizada por las lágrimas de San Gregorio, una historia maravillosa de contar y maravillosa de escuchar. Que nadie se sorprenda de que digamos que fue bautizado, pues sin el bautismo nadie verá jamás a Dios; y un tercer tipo de bautismo es el de las lágrimas.
Un día, mientras cruzaba el Foro, una magnífica obra de la que se dice que Trajano fue responsable, descubrió al examinarla cuidadosamente que Trajano, aunque pagano, había realizado una obra tan caritativa que parecía más probable que fuera obra de un cristiano que de un pagano. Pues se cuenta que, mientras dirigía a su ejército a toda prisa contra el enemigo, se compadeció de las palabras de una viuda, y el emperador del mundo entero se detuvo. Ella dijo: «Señor Trajano, aquí están los hombres que mataron a mi hijo y no están dispuestos a pagarme una indemnización». Él respondió: «Cuéntamelo cuando regrese y haré que te la paguen». Pero ella replicó: «Señor, si no regresas, no habrá nadie que me ayude». Entonces, armado como estaba, obligó a los acusados a pagar de inmediato la indemnización que le debían, en su presencia. Cuando Gregorio descubrió esta historia, reconoció que era justo lo que leemos en las Escrituras: «Haced justicia al huérfano, interceded por la viuda. Venid, pues, y razonemos juntos», dice el Señor. Como Gregorio no sabía qué hacer para consolar el alma de este hombre que le traía a la mente las palabras de Cristo, fue a la iglesia de San Pedro y lloró a mares, como era su costumbre, hasta que finalmente, por revelación divina, obtuvo la seguridad de que sus oraciones fueron respondidas, ya que nunca se había atrevido a pedir esto por ningún otro pagano. (La vida más temprana de Gregorio Magno, por un monje anónimo de Whitby, trad. de Bertram Colgrave, The University of Kansas Press, Lawrence, Kansas, 1968, cap. 29, págs. 127-29). Dado que la Iglesia no ofrece oraciones públicas por los no creyentes fallecidos, es evidente que esta liberación del infierno fue fruto de la oración personal de San Gregorio. Aunque esto ocurre raramente, da esperanza a quienes tienen seres queridos que han fallecido fuera de la fe.
4. Después de esto, un poco más adelante, quisiste demostrar el dogma del fuego
del purgatorio antes mencionado, citando primero lo que dice el libro de los
Macabeos: Es santo y piadoso... orar por los muertos... para que sean liberados
de sus pecados (2 Macabeos 12:44-45). Luego, tomando del Evangelio según Mateo
el pasaje donde el Salvador declara que a quien hable contra el Espíritu Santo
no le será perdonado, ni en este mundo ni en el venidero (Mt 12:32), dices que
de esto se desprende que hay remisión de pecados en la vida futura.
Pero que de esto no se sigue en absoluto la idea del fuego del purgatorio es
más claro que el sol; ¿Qué tienen en común la remisión, por un lado, y la
purificación por fuego y castigo, por otro? Si la remisión de los pecados se
logra mediante las oraciones, o simplemente por el amor divino a la humanidad,
no hay necesidad de castigo ni purificación (por fuego). Pero si el castigo, y también
la purificación, son establecidos (por Dios)...entonces, parecería que las
oraciones (por los que se afligen) se realizan en vano, y en vano alabamos el
amor divino a la humanidad. Por lo tanto, estas citas son menos una prueba de
la existencia del fuego del purgatorio que una refutación: pues la remisión de
los pecados de quienes han transgredido se presenta en ellas como el resultado
de cierta autoridad real y amor a la humanidad, y no como una liberación del
castigo o una purificación.
5. En tercer lugar, (tomemos) el pasaje de la primera epístola del bienaventurado Pablo a los Corintios, en el que, hablando de la edificación sobre el fundamento, que es Cristo, de oro, plata, piedras preciosas, madera, heno y hojarasca, añade: «Porque aquel día lo declarará, pues se revelará en el fuego; y el fuego mismo probará la clase de obra de cada uno. Si la obra de alguno permanece, sobre la que edificó, recibirá una recompensa. Si la obra de alguno se quema, sufrirá pérdida; pero él mismo será salvo, aunque así como por fuego» (1 Cor. 3:11-15). Esta cita, al parecer, más que ninguna otra introduce la idea del fuego del purgatorio; pero en realidad, la refuta más que ninguna otra.
En primer lugar, el Divino Apóstol no lo llamó purgatorio, sino fuego de prueba; luego declaró que por él también deben pasar las obras buenas y honorables, y que estas, es evidente, no necesitan purificación alguna; luego dice que quienes obran mal, después de quemarse, sufren pérdida, mientras que quienes son purificados no solo no sufren pérdida, sino que adquieren aún más; luego dice que esto debe ocurrir en «ese día», es decir, el día del Juicio y de la era futura, mientras que suponer la existencia de un fuego purgatorio después de la terrible venida del Juez y la sentencia final, ¿no es un completo absurdo? Pues la Escritura no nos transmite nada parecido, pero Él mismo, quien nos juzgará, dice: «Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt. 25:46); y también: «Saldrán: los que hicieron el bien, a la resurrección de vida, y los que hicieron el mal, a la resurrección de juicio» (Jn. 5:29). Por lo tanto, no queda ningún lugar intermedio; pero después de dividir a todos los que estaban bajo juicio en dos partes, colocando a unos a la derecha y a otros a la izquierda, y llamando a los primeros «ovejas» y a los segundos «cabras», no declaró en absoluto que hubiera quienes fueran purificados por ese fuego. Parecería que el fuego del que habla el Apóstol es el mismo del que habla el profeta David: Fuego arderá delante de Él, y a su alrededor habrá una poderosa tempestad (Sal. 49:4); y también: Fuego irá delante de Él, y quemará a sus enemigos por todas partes (Sal. 96:3). El profeta Daniel también habla de este fuego: Un torrente de fuego brotó y salió de delante de Él (Daniel 7:10).
Como los santos no traen consigo ninguna obra ni marca maligna, este fuego los manifiesta aún más brillantes, como el oro refinado en el fuego, o como la piedra amianto, que, según se relata, al ser colocada en el fuego parece carbonizada, pero al ser sacada del fuego se vuelve aún más limpia, como si se lavó con agua, como también lo fueron los cuerpos de los Tres Jóvenes en el horno babilónico. Sin embargo, los pecadores que traen consigo el mal son tomados como material adecuado para este fuego y son inmediatamente encendidos por él, y su «obra», es decir, su mala disposición o actividad, es quemada y completamente destruida, y son privados de lo que trajeron consigo, es decir, privados de su carga de maldad, mientras que ellos mismos son «salvados», es decir, serán preservados y guardados para siempre, para que no sean sometidos a la destrucción junto con su maldad.
6. El divino Padre Crisóstomo (a quien llamamos «los labios de Pablo», así como este último es «los labios de Cristo») también considera necesario interpretar este pasaje en su comentario a la Epístola (Homilía 9 sobre la Primera Carta a los Corintios); y Pablo habla por medio de Crisóstomo, como quedó claro gracias a la visión de Proclo, su discípulo y sucesor de su Sede. 80
80 Se relata en la Vida de San Proclo (20 de noviembre) que cuando San Crisóstomo trabajaba en sus comentarios sobre las epístolas de San Pablo, San Proclo vio al propio San Pablo inclinado sobre San Crisóstomo y susurrándole al oído.
San Crisóstomo dedicó un tratado especial a este pasaje, para que los origenistas no citaran estas palabras del Apóstol como confirmación de su modo de pensar (que, al parecer, es más apropiado para ellos que para vosotros), y para que no perjudicaran a la Iglesia al introducir el fin del tormento del infierno y una restauración final (apocatástasis) de los pecadores. Pues la expresión de que el pecador se salva como por fuego significa que permanecerá atormentado en el fuego y no será destruido junto con sus malas obras y la mala disposición de su alma.
De esto habla también Basilio el Grande en la “Moral”, interpretando el pasaje de la Escritura, la voz del Señor que divide la llama de fuego (Sal. 28:7): “El fuego preparado para el tormento del diablo y sus ángeles es dividido por la voz del Señor, para que después haya dos poderes en él: uno que quema y otro que ilumina; el poder atormentador y castigador de ese fuego está reservado para quienes merecen tormento; mientras que el poder iluminador y esclarecedor está destinado a la luz de quienes se regocijan. Por lo tanto, la voz del Señor, que divide y separa la llama del fuego, tiene este propósito: que la parte oscura sea fuego de tormento y la parte incandescente, luz de gozo” (san Basilio, Homilía sobre el Salmo 28).
Y así, como puede verse, esta división y separación de ese fuego ocurrirá
cuando absolutamente todos pasen por él: las obras brillantes y
resplandecientes se manifestarán con mayor intensidad, y quienes las realicen
se convertirán en herederos de la luz y recibirán la recompensa eterna.
Mientras que quienes realizan malas obras dignas de ser quemadas, al ser
castigados con la pérdida de las mismas, permanecerán eternamente en el fuego y
heredarán una salvación peor que la perdición, pues esto es lo que, en rigor,
significa la palabra «salvado»: que el poder destructor del fuego no les será
aplicado y ellos mismos serán completamente destruidos. Siguiendo a estos
Padres, muchos otros de nuestros Maestros también han entendido este pasaje en
el mismo sentido. Y si alguien lo ha interpretado de manera diferente y ha
entendido «salvación» como «liberación del castigo» y «pasar por el fuego» como
«purgatorio», tal persona, si se nos permite expresarlo así, entiende este
pasaje de forma totalmente errónea. Y esto no es sorprendente, pues es un
hombre, y muchos, incluso entre los Maestros, pueden interpretar pasajes de las
Escrituras de diversas maneras, y no todos han alcanzado el mismo grado de
precisión. No es posible que un mismo texto, transmitido con diversas
interpretaciones, corresponda por igual a todas las interpretaciones del mismo.
Pero nosotros, seleccionando las más importantes y las que mejor se
corresponden con los dogmas de la Iglesia, debemos relegar las demás
interpretaciones. Por lo tanto, no nos desviaremos de la interpretación antes
citada de las palabras del Apóstol, incluso si Agustín, Gregorio el Dialogista
u otro de vuestros Maestros la dieran; pues tal interpretación responde menos a
la idea de un fuego purgatorio temporal que a la enseñanza de Orígenes, que,
hablando de una restauración final de las almas mediante ese fuego y una
liberación del tormento, fue prohibida y condenada al anatema por el Quinto
Concilio Ecuménico, y definitivamente derrocada como una impiedad común para la
Iglesia. (En los capítulos 7 al 12, San Marcos responde a las objeciones
planteadas por citas de las obras de San Agustín, San Ambrosio, San Gregorio
el Dialogista, San Basilio el Grande y otros Padres, demostrando que han sido
malinterpretadas o quizás citadas erróneamente, y que estos Padres en realidad
enseñan la doctrina ortodoxa; de no ser así, su enseñanza no debe aceptarse.
Además, señala que San Gregorio de Nisa no enseña en absoluto sobre el
"purgatorio", sino que sostiene el error mucho peor de Orígenes, que
habrá un fin a las llamas eternas del infierno, aunque es posible que estas
ideas fueran introducidas posteriormente en sus escritos por los origenistas).
13. Y finalmente dices: "La verdad antes mencionada es evidente por la
Justicia Divina, que no deja impune nada que se haya hecho mal, y de esto se
sigue necesariamente que para quienes no han sufrido castigo aquí, y no pueden
pagarlo ni en el cielo ni en el infierno, queda suponer la existencia de un
tercer lugar diferente en el que Esta purificación se realiza, gracias a la
cual cada uno, al quedar purificado, es conducido inmediatamente al goce
celestial”.
A esto decimos lo siguiente, y prestad atención a lo simple y a la vez a lo
justo que es: es generalmente reconocido que la remisión de los pecados es al
mismo tiempo una liberación del castigo; pues quien recibe la remisión de ellos
al mismo tiempo se libera del castigo debido por ellos. La remisión se da en
tres formas y en diferentes momentos: (1) durante el Bautismo; (2) después del
Bautismo, mediante la conversión, el dolor y la reparación de los pecados con
buenas obras en la vida presente; y (3) después de la muerte, mediante
oraciones, buenas obras y agradecimiento por todo lo que la Iglesia hace por
los difuntos.
Así pues, la primera remisión de los pecados no está en absoluto ligada al
trabajo; es común a todos e igual en honor, como la efusión de la luz, la
contemplación del sol y los cambios de las estaciones del año, pues esto es
solo gracia y de nosotros no se nos pide nada más que fe. Pero la segunda
remisión es dolorosa, como para quien cada noche lava su cama y con lágrimas
riega su lecho (Sal. 6:5), para quien incluso las huellas de los golpes del
pecado son dolorosas, quien va llorando y con rostro contrito, emulando la
conversión de los ninivitas y la humildad de Manasés, sobre quienes hubo
misericordia. La tercera remisión también es dolorosa, pues está ligada al
arrepentimiento y a una conciencia contrita que sufre por la insuficiencia del
bien; sin embargo, no está en absoluto mezclada con el castigo, si es una
remisión de pecados: pues la remisión y el castigo de ninguna manera pueden
coexistir. Además, en la primera y la última remisión de pecados, la gracia de
Dios tiene la mayor parte, con la cooperación de la oración, y muy poco es
aportado por nosotros. La remisión intermedia, por otro lado, tiene poco de la Gracia, mientras que la mayor parte se debe a nuestro trabajo. La primera
remisión de pecados se distingue de la última por esto: Que el primero es la remisión
de todos los pecados en igual grado, mientras que el último es solo la remisión
de aquellos pecados que no son mortales y de los cuales la persona se ha
arrepentido en vida.
Así piensa la Iglesia de Dios, y al implorar por los difuntos la remisión de
los pecados y creer que les es concedida, no define como ley ningún tipo de
castigo en relación con ellos, sabiendo bien que la bondad divina en tales
asuntos supera la idea de justicia.
DE LA SEGUNDA HOMILÍA CONTRA EL FUEGO DEL PURGATORIO 81
81 Se relata en la Vida de San Proclo (20 de noviembre) que cuando San Crisóstomo trabajaba en sus comentarios sobre las epístolas de san Pablo, san Proclo vio al propio san Pablo inclinado sobre san Crisóstomo y susurrándole al oído.
3. Afirmamos que ni los justos han recibido aún la plenitud de su suerte y la
condición bendita para la que se han preparado aquí mediante obras, ni los
pecadores, después de la muerte, han sido conducidos al castigo eterno en el
que serán atormentados eternamente.
Más bien, tanto lo uno como lo otro deben necesariamente ocurrir después del
Juicio de ese último día y la resurrección de todos. Ahora, sin embargo, tanto
uno como otro se encuentran en lugares que les son propios: los primeros, en
absoluto reposo y libres, están en el cielo con los ángeles y ante Dios mismo,
y ya como en el paraíso del que cayó Adán (en el que entró el buen ladrón antes
que los demás) y a menudo nos visitan en aquellos templos donde son venerados,
y escuchan a quienes los invocan y ruegan por ellos a Dios, habiendo recibido
de Él este don supremo, y a través de sus reliquias realizan milagros, y se
deleitan en la visión de Dios y la iluminación enviada por Él de manera más perfecta
y pura que antes, cuando estaban vivos; mientras que los segundos, en su turno
A su vez, confinados en el infierno, permanecen en el abismo más profundo, en
tinieblas y en sombra de muerte (Sal. 87:7), como dice David, y luego Job: a la
tierra donde la luz es como tinieblas (Job 10:21-22). Y los primeros permanecen
en gozo y regocijo, esperando ya, pero sin tener en sus manos, el Reino y los
bienes inefables que se les prometieron; y los segundos, por el contrario,
permanecen en confinamiento y sufrimiento inconsolable, como condenados que
esperan la sentencia del Juez y prevén esos tormentos.
Ni los primeros han recibido aún la herencia del Reino ni esos bienes que ojo
no vio, ni oído oyó, ni han entrado en corazón de hombre (1 Cor. 2:9); ni los
segundos han sido entregados aún a tormentos eternos ni a arder en el fuego
inextinguible. Y esta enseñanza la tenemos como transmitida por nuestros Padres
en la antigüedad, y podemos presentarla fácilmente desde las mismas Divinas
Escrituras.
10. Lo que algunos santos vieron en visión y revelación respecto al tormento
futuro de los impíos y pecadores que lo padecen son ciertas imágenes de cosas
futuras y, por así decirlo, representaciones, y no lo que ya está sucediendo.
Así, por ejemplo, Daniel, al describir ese Juicio futuro, dice: «Mientras
miraba, se colocaron tronos y se sentó un Anciano de días... y se abrieron los
libros» (Daniel 7:9-10), siendo así que es evidente que esto en realidad no ha
sucedido, sino que fue revelado en el espíritu de antemano al Profeta.
19. Al examinar los testimonios que has citado del libro de los Macabeos y del Evangelio, hablando con sencillez y amor a la verdad, vemos que no contienen en absoluto ningún testimonio de algún tipo de castigo o purificación, sino que hablan únicamente de la remisión de los pecados. Has hecho una división sorprendente, al afirmar que todo pecado debe entenderse bajo dos aspectos: (1) la ofensa misma que se comete contra Dios, y (2) el castigo que le sigue. De estos dos aspectos (enseñas), la ofensa a Dios, en efecto, puede ser remitida tras el arrepentimiento y el alejamiento del mal, pero la responsabilidad del castigo debe existir en todos los casos; por lo tanto, partiendo de esta idea, es esencial que quienes sean liberados de sus pecados estén igualmente sujetos al castigo por ellos.
Pero nos permitimos decir que tal planteamiento de la cuestión contradice verdades claras y comúnmente conocidas: si no vemos que un rey, tras conceder una amnistía y el perdón, somete al culpable a un castigo aún mayor, entonces con mayor razón Dios, entre cuyas muchas características destaca especialmente el amor a la humanidad, si bien castiga a un hombre por un pecado que ha cometido, tras perdonarlo, lo libera inmediatamente también del castigo. Y esto es natural. Porque si la ofensa a Dios lleva al castigo, entonces, cuando la culpa es perdonada y se ha producido la reconciliación, la consecuencia misma de la culpa —el castigo— necesariamente llega a su fin.
APÉNDICE II
Discusión reciente
ALGUNAS RESPUESTAS ORTODOXAS RECIENTES AL DEBATE ACTUAL SOBRE LA VIDA DESPUÉS
DE LA MUERTE
El misterio de la muerte y el más allá 82
82 Traducido por el autor del periódico Catchechese Orthodoxe, vol. VIII, núm. 26, págs. 74-84
Por el Padre Ambroise Fontrier, Decano de las Parroquias Ortodoxas Francesas de la Iglesia Rusa en el Extranjero.
La radio, la televisión, las publicaciones periódicas y un libro han estado
hablando últimamente (en Francia) sobre la muerte y el más allá. Incluso una
publicación griega publicada en francés, y supuestamente ortodoxa, se ha sumado
a este coro, publicando un artículo titulado: "¡Dime por qué... nadie ha
regresado jamás!". Y el autor concluye: "Ningún conocimiento humano
puede dar una respuesta certera a este misterio del más allá: solo la fe disipa
un poco las sombras...". De paso, se quita el sombrero ante el Señor, a
quien llama "el barquero cualificado...", un barquero que
extrañamente recuerda a Caronte, el piloto del Hades en la mitología griega,
quien conducía las almas de los muertos por el río Estigia en su barca por el
precio de un óbolo.
Si el autor del artículo en cuestión solo tuviera el texto del servicio fúnebre
ortodoxo, o los servicios funerarios de los sábados; Si hubiera leído las Vidas
de los Santos o de los Padres del desierto, habría podido dar respuesta a este
misterio del más allá y edificar a sus lectores. Pero nuestros ecumenistas y
modernistas ortodoxos, debido a su flirteo con este mundo, por el que Cristo
Salvador no quiso orar, se han convertido en la sal que ha perdido su sabor y
que solo sirve para ser pisoteada, según la palabra infalible del Señor.
Para disipar un poco las sombras del editor de la revista griega y edificar a
la vez a nuestros fieles y lectores, presentamos aquí tres textos sobre el
misterio de la muerte y el más allá.
Nota de la traducción: Los dos primeros textos son de San Dionisio el
Areopagita y de la vida de un monje del Monte Athos, que muestra cómo un
cristiano ortodoxo se prepara para la muerte y la separación del alma del
cuerpo. El tercer texto, de la vida del difunto iconógrafo griego Fotios
Kontoglou (fallecido en 1965), se traduce a continuación en su totalidad. (Para
su biografía, véase The Orthodox Word, sept.-oct. 1966).
La Gran Apuesta Entre Creyentes e Incrédulos
Por Fotios Kontoglou 83
83 De su libro "Flores Místicas", Atenas, 1977.
El lunes de Pascua, al anochecer, después de la medianoche, antes de acostarme,
salí al pequeño jardín que había detrás de mi casa. El cielo estaba oscuro y
estrellado. Me pareció verlo por primera vez, y una lejana salmodia
pareció descender de él. Mis labios murmuraron suavemente: «Exaltad al Señor
nuestro Dios, y postraos ante el estrado de sus pies». Un hombre santo me dijo
una vez que durante estas horas los cielos se abren. El aire exhalaba la
fragancia de las flores y hierbas que había plantado. «El cielo y la tierra
están llenos de la gloria del Señor».
Bien podría haberme quedado allí solo hasta el amanecer. Estaba como sin cuerpo
y sin ningún vínculo con la tierra. Pero temiendo que mi ausencia molestara a
quienes estaban conmigo en la casa, regresé y me acosté.
El sueño aún no se había apoderado de mí; no sé si estaba despierto o dormido,
cuando de repente un hombre extraño se levantó ante mí. Era como Estaba pálido
como un muerto. Tenía los ojos como abiertos y me miraba aterrorizado.
Su rostro parecía una máscara, como el de una momia. Su piel brillante, de un
amarillo oscuro, se tensaba sobre su cabeza de muerto, con todas sus cavidades.
Parecía jadear. En una mano sostenía un objeto extraño que no pude distinguir;
con la otra se aferraba al pecho como si estuviera sufriendo.
Esta criatura me llenó de terror. Lo miré y él me miró sin decir palabra, como
si esperara que lo reconociera, a pesar de lo extraño que era. Y una voz me
dijo: "¡Es fulano!". Y lo reconocí al instante. Entonces abrió la
boca y suspiró. Su voz venía de lejos; brotaba como de un pozo profundo.
Estaba en una gran agonía, y sufrí por él. Sus manos, sus pies, sus ojos: todo
demostraba que sufría. En mi desesperación, iba a ayudarlo, pero me hizo una
señal con la mano para que parara. Empezó a gemir de tal manera que me quedé
paralizada. Entonces me dijo: «No he venido; me han enviado. Tiemblo sin parar;
estoy mareada. Ruega a Dios que se apiade de mí. Quiero morir, pero no puedo.
¡Ay! Todo lo que me dijiste antes es verdad. ¿Recuerdas cómo, varios días antes
de mi muerte, viniste a verme y me hablaste de religión? Había otros dos amigos
conmigo, incrédulos como yo.
Hablaste, y se burlaron. Cuando te marchaste, dijeron: «¡Qué lástima! ¡Es
inteligente y cree en las estupideces que creen las viejas!».
«En otra ocasión, y otras también, te dije: «Querido Focio, ahorra dinero o
morirás pobre». Mira mis riquezas, y quiero más. Me dijiste entonces: “¿Has
firmado un pacto con la muerte para vivir todos los años que quieras y
disfrutar de una vejez feliz?”.
Y yo respondí: “¡Ya verás hasta qué edad llegaré! Ahora tengo 75 años; viviré
más de cien. Mis hijos están a salvo de la miseria. Mi hijo gana mucho dinero,
y he casado a mi hija con un etíope rico. Mi esposa y yo tenemos más dinero del
que necesitamos. No soy como tú, que escuchas lo que dicen los sacerdotes: “Un
final cristiano para nuestra vida…” y demás. ¿Qué ganas con un final cristiano?
Mejor con los bolsillos llenos y sin preocupaciones... ¿Dar limosna? ¿Por qué
tu Dios tan misericordioso creó a los pobres? ¿Por qué debo alimentarlos?
¡Y te piden que, para ir al Paraíso, alimentes a los ociosos! ¿Quieres hablar
del Paraíso? Sabes que soy hijo de un sacerdote y que conozco bien todos estos
trucos. Que los que no tienen cerebro Créelos, está bien, pero tú, que tienes
mente, te has extraviado. Si sigues viviendo como lo haces, morirás antes que
yo y serás responsable de aquellos a quienes has extraviado. Como médico te
digo y afirmo que viviré ciento diez años...’”
Después de decir todo esto, se revolvió de un lado a otro como si estuviera en
una parrilla. Oí sus gemidos: “¡Ah! ¡Ay! ¡Oh! ¡Oh!”. Guardó silencio un momento
y luego continuó: “Esto es lo que dije, ¡y en pocos días estaba muerto! ¡Estaba
muerto y perdí la apuesta! ¡Qué confusión la mía, qué horror! Perdido, descendí
al abismo. ¡Cuánto sufrimiento he tenido hasta ahora, qué agonía! Todo lo que
me dijiste era verdad. ¡Has ganado la apuesta! Cuando estaba en el mundo donde
tú estás ahora, era un intelectual, era un médico. Aprendí a hablar y a ser
escuchado, a burlarme de la religión, a discutir cualquier cosa que caiga bajo
los sentidos. Y ahora veo que todo lo que llamaba cuentos, mitos, faroles de
papel, es verdad. La agonía que estoy experimentando ahora, esto es lo que es
verdad, esto es el gusano que nunca duerme, esto es el rechinar de dientes.
Después de haber hablado así, desapareció. Todavía oía sus gemidos, que poco a
poco se desvanecieron. El sueño había comenzado a apoderarse de mí, cuando
sentí Una mano helada me tocó. Abrí los ojos y lo vi de nuevo ante mí. Esta vez
era más horrible y de cuerpo más pequeño. Se había convertido en un lactante,
con una gran cabeza de anciano que sacudía.
"¡Dentro de poco amanecerá, y los que me han enviado vendrán a
buscarme!"
"¿Quiénes son?" Pronunció unas palabras confusas que no pude
entender. Luego añadió: «Allí donde yo estoy, también hay muchos que se burlan
de ti y de tu fe.
Ahora comprenden que sus dardos espirituales no han ido más allá del
cementerio. Están tanto aquellos a quienes has tratado bien como aquellos que
te han calumniado. Cuanto más los perdonas, más te detestan. El hombre es
malvado. En lugar de alegrarlo, la bondad lo amarga, porque le hace sentir su
derrota. El estado de estos últimos es peor que el mío. No pueden salir de su
oscura prisión para venir a encontrarte como yo lo he hecho. Están severamente
atormentados, azotados por el látigo del amor de Dios, como dijo un santo.84
84 San Isaac el Sirio
¡El mundo es algo completamente distinto de lo que vemos! Nuestro intelecto nos
lo muestra al revés. Ahora comprendemos que nuestro intelecto era solo
estupidez, nuestras conversaciones eran maldad rencorosa, nuestras alegrías
eran mentiras e ilusiones.
«Ustedes que llevan a Dios en sus corazones, cuya palabra es Verdad, la única
Verdad, han ganado la gran apuesta entre creyentes e incrédulos. He perdido
esta apuesta. Tiemblo, suspiro, y no encuentro descanso. En verdad, no hay
arrepentimiento en el infierno. ¡Ay de quienes andan como yo anduve en la
tierra! Nuestra carne se emborrachó y se burló de quienes creían en Dios y en
la vida eterna; casi todos nos aplaudieron. Los trataron de locos, de
imbéciles. Y cuanto más aceptan nuestras burlas, más crece nuestra rabia.
Ahora
veo cuánto les afligió la conducta de los malvados. ¿Cómo pudieron soportar con
tanta paciencia los dardos envenenados que salieron de nuestros labios, que los
trataron como hipócritas, burladores de Dios y engañadores del pueblo? Si estos
malvados que aún están en la tierra vieran dónde estoy, si tan solo estuvieran
en mi lugar, temblarían por todo lo que hacen. Quisiera aparecerme ante ellos y
decirles que cambien de rumbo, pero no tengo permiso para hacerlo, tal como no
lo tuvo el hombre rico cuando le rogó a Abraham que enviara a Lázaro, el pobre.
Lázaro no fue enviado para que los que pecaron fueran dignos de castigo y los
que siguieron los caminos de Dios fueran dignos de salvación.
"El que es injusto, que siga cometiendo injusticia; y el que es inmundo, que se
siga contaminando. Y el que es justo, que siga practicando la justicia. y el
que es santo, santifíquese aún más” (Ap. 22:11). Con estas palabras,
desapareció.
Nota del editor: Anteriormente en el libro (capítulo 1) hemos citado la
enseñanza de san Agustín de que, por lo general, solo los santos pueden
tener contacto con los vivos, mientras que los pecadores comunes están atados
al infierno y no pueden salir. Sin embargo, sucede, como en el presente caso,
que Dios permite que un alma del infierno se aparezca a los vivos con algún
propósito especial; algunas apariciones similares se registran en el libro
Misterios eternos de ultratumba.
Como escribe san Agustín: “Los muertos por sí mismos no tienen poder para
intervenir en los asuntos de los vivos” (“Cuidado de los muertos”, cap. 16), y
se aparecen a los vivos solo por permiso especial de Dios. Sigue siendo cierto,
sin embargo, Que tales apariciones son muy raras, y que la gran mayoría de las
apariciones de los "muertos", sobre todo las que ocurren a través de
médiums, son obra de demonios que se hacen pasar por muertos.
2. Un Regreso de entre los Muertos en la Grecia
Contemporánea.
Por el
Archimandrita Cipriano, Abad del Monasterio de los Santos Cipriano y Justina,
Fili, Grecia.
Les envío el relato de una persona que conozco que murió y resucitó, y creo
que les resultará interesante como ejemplo para su serie de artículos.
Hace unos cuatro años, recibimos una llamada para llevar la Sagrada Comunión a
una anciana viuda que vivía en un suburbio de Atenas. Era una veterana
calendárica y, al estar casi postrada en cama, no podía ir a la iglesia. Aunque
normalmente no realizamos este tipo de servicios fuera del monasterio y
derivamos a la gente a un párroco, en esta ocasión sentí una necesidad especial
de ir y, tras preparar los Santos Dones, partí del monasterio. Encontré a la
anciana enferma en una habitación pequeña y pobre; sin recursos propios, era
atendida por varios vecinos amables que le llevaban comida y otros artículos de
primera necesidad. Dejé los Santos Dones y le pregunté si quería confesar algo.
Respondió: «No, no tengo nada en la conciencia de estos últimos años que no
haya confesado ya, pero hay un grave pecado de hace años que me gustaría
decirle, aunque lo he confesado a muchos sacerdotes». Le respondí que si ya lo
había confesado, no debía volver a hacerlo. Pero insistió, y lo que tenía que
contar es lo siguiente:
Cuando era joven y recién casada, unos 35 años antes, se quedó embarazada en un
momento en que su familia atravesaba una situación económica muy difícil. Los
demás miembros de la familia la presionaron para que abortara, pero ella se
negó rotundamente. Finalmente, sin embargo, debido a las amenazas de su suegra,
cedió contra su voluntad y se realizó la operación. La supervisión médica de la
operación ilícita fue muy rudimentaria, por lo que contrajo una grave infección
y falleció a los pocos días, sin poder confesar su pecado.
En el momento de su muerte, ocurrida al anochecer, sintió que su alma se
separaba del cuerpo de la forma habitual; su alma permaneció cerca y observó
cómo lavaban, vestían y colocaban el cuerpo en el ataúd.
Por la mañana, siguió la procesión hasta la iglesia, presenció el funeral y vio
cómo subían el ataúd al coche fúnebre para su traslado al cementerio.
El alma parecía volar a poca altura sobre el cuerpo.
De repente, aparecieron en el camino dos «diáconos», como ella los describió, con
brillantes estiquias y orarios blancos. Uno de ellos leía un pergamino.
Al acercarse el coche, levantó la mano y el coche se detuvo en seco. El
conductor salió para ver qué le pasaba al motor, y mientras tanto, los ángeles
comenzaron a conversar. El que sostenía el pergamino, que claramente era el
registro de sus pecados, levantó la vista de su lectura y dijo: «Es triste,
tiene un pecado muy grave en su lista y está destinada al infierno, ya que no
lo confesó». «Sí», dijo el otro, «pero es una lástima que sea castigada, ya que
no quiso hacerlo, sino que fue obligada por su familia». «Muy bien», respondió
el primero, «lo único que podemos hacer es devolverla para que pueda confesar
su pecado y arrepentirse».
Con estas palabras, sintió que la atraían de vuelta a su cuerpo, por lo que en
ese momento sintió un asco y una repulsión indescriptibles. Al cabo de un
momento, recobró la consciencia y comenzó a golpear el interior del ataúd, que
había sido cerrado. La escena que siguió es imaginable.
Tras escuchar su historia, que he resumido brevemente, le di la Sagrada
Comunión y partí dando gloria a Dios que me había permitido escucharla. Siendo
una cuestión de confesión, no puedo decirle su nombre, pero puedo informarle
que aún vive. Si lo considera edificante, tiene mi permiso para publicarlo.
3. Los “muertos” aparecen en el Moscú contemporáneo
Por el
sacerdote Dimitry Dudko 85
85 Traducido de sus Charlas dominicales sobre la Resurrección, Hermandad de San Job, Montreal, 1977, pp. 63-65, 73-74, 93, 111.
Dicen que
ahora muchos se quejan, especialmente las mujeres: los muertos vienen por la
noche.
Una mujer enterró a su marido. Sí, sufrió mucho, lloró. No podía dormir.
A las doce de la noche oyó que alguien metía una llave en la puerta, un roce de
pies; alguien se acercó a su cama.
"Valya, soy yo". Se levantó de un salto asustada. Sí, ante ella
estaba su marido muerto; comenzó una conversación.
La noche siguiente esperó con gran temor. Él también vino la noche siguiente.
La gente le decía: "Estás soñando". La gente culta le decía:
"Tienes alucinaciones debido a tus sufrimientos". Los psiquiatras la
pusieron bajo observación...
Pero, ¿qué es esto, después de todo? Una persona es básicamente normal, pero
aquí hay algo anormal. Alucinaciones... ¿Pero qué es una alucinación? ¿O es
simplemente una especie de aparición? Aquí hay una hija. Su madre murió hace
mucho tiempo; ni siquiera piensa en ella, y de repente, su madre llega, primero
sola, luego con algunos niños.
Una hija que antes era feliz ahora se ha vuelto melancólica.
La llevaron a un hospital y la trataron. ¿Pero tratada para qué?
¿Entendemos de qué se trata?
Aquí hay una mujer muy perturbada que piensa en suicidarse.
Está melancólica. De repente, alguien entra y se acerca a ella.
"¡Vera, en qué estás pensando!". Comienza una conversación, una
conversación buena y sincera.
La mujer se calma. La mujer que vino se va. Después de que Shem se va, la mujer
vuelve en sí y piensa: ¿Cómo llegó? ¿No es tarde? Mira el reloj: son las dos de
la madrugada. Se acerca a la puerta; está cerrada.
Al día siguiente, se pregunta: ¿de verdad esa mujer vino a verla? Hacía mucho
tiempo que no visitaba a esas personas, cinco años. Le responden. La mujer que
llegó en la noche lleva muerta mucho tiempo. Eso significa que vino del otro
mundo. Esta mujer se siente bien.
Los dos primeros incidentes son alarmantes y causan miedo; el último tiene un
efecto tranquilizador.
Los incrédulos dirán de ambos tipos de incidentes: una alucinación, una
imaginación desordenada...
Cuando la gente no sabe qué decir, dice: una alucinación, una imaginación.
¿Pero explica esto algo?
Pongamos otro ejemplo.
Un piloto se estrella y su esposa tiene un sueño: "Dame dos rublos".
La esposa no le presta atención; tiene el mismo sueño una y otra vez. Comienza
a alarmarse. Pregunta: ¿por qué pasa esto? Algunos dicen: "No le prestes
atención", pero esto no la tranquiliza. Antes nunca había ido a la iglesia
ni pensado en Dios; pero ahora recurre a los feligreses. Le aconsejan que pida
una pannikhida. No sabe cómo hacerlo. Se lo explican. Pide una pannikhida y
pregunta: "¿Cuánto cuesta?". "Dos rublos".
Y este es el significado del sueño: "Dame dos rublos".
Después de la pannikhida, los sueños cesaron. En nuestra época, los límites
entre este mundo y el otro comienzan a confundirse. 86
86 Compárese la declaración de San Gregorio el Dialogista de hace más de 1300 años (véase arriba, págs. 164-165): “A medida que el mundo presente se acerca a su fin, el mundo de la eternidad se acerca... El fin del mundo se funde con el comienzo de la vida eterna... El mundo espiritual se acerca a nosotros, manifestándose a través de visiones y revelaciones”. El fin de la existencia de este mundo comenzó con la venida de Cristo, y las almas sensibles siempre ven cómo el otro mundo irrumpe en este mundo antes de tiempo y da indicios de su existencia.
Lo que he relatado aquí
no es una invención mía, ni algo extraído de libros; es lo que ha ocurrido en
nuestra propia vida, y no hace mucho tiempo.
Hemos dejado de pensar en la resurrección de los muertos, y por lo tanto, los
muertos no nos dan descanso...
¿Qué es la muerte? ¿Hay vida allí? Mientras todo parezca estar bien, no
pensamos en estas preguntas. Pero hay casos en los que, de repente, los límites
de este mundo se desgarran y una persona ve algo que luego trastorna toda su
conciencia.
Quizás algunos de ustedes hayan leído en un libro prerrevolucionario cómo
cierta persona, llamada Uekskuell, se encontró repentinamente en el otro mundo;
él mismo describió todo esto más tarde. 87
87 Muchos extractos de este libro, “Increíble para muchos, pero en realidad un suceso verdadero”, se citan arriba; véase el índice.
Y antes de esto, incluso había sido
ateo; no aceptaba la vida después de la muerte y se burlaba de quienes sí la
aceptaban.
Vio su propio cuerpo, que había abandonado, y a la gente reunida a su
alrededor. Le parecía extraño que se hubieran reunido allí. Después de todo, él
no estaba allí, sino aquí. Quería contarles esto, pero su voz se perdió en el
vacío; no lo oyeron. Quiso tocarlos con la mano, pero esta los atravesó sin
tocarlos.
Imaginen cómo sería estar en tal situación.
No diremos qué vio, pero después de esta visión, al regresar a su cuerpo,
abandonó todos los placeres y se dedicó a Dios...
Estas cosas suceden para hacernos entrar en razón.
Hoy esto no nos sucede, pero nos sucederá.
Tales personas volvieron a la vida para terminarla con rectitud; pero
¿volveremos nosotros? Dios sabe...
No leeremos sobre los terrores que experimentó Uekskuell al intentar llamar
la atención. El mundo de ultratumba casi roza el nuestro, parece estar a solo
una fracción de milímetro de distancia; pero no nos unimos del todo. Y este no
es el único incidente similar...
Yo mismo he oído hablar de un hombre, que aún vive hoy, que experimentó la
muerte clínica; la gente lo creía muerto, pero después de su muerte clínica les
contó todo lo que le habían dicho y cómo se movían, con todo detalle.
El hombre no es solo este cuerpo, materia, polvo; el hombre está compuesto de
cuerpo y alma. Y el alma no muere como el cuerpo; lo ve y lo sabe todo...
¿Hay vida después de la muerte o no? Al final, todo esto se acepta por fe. Que
hay vida allí, lo aceptamos por fe; que no hay vida allí, también lo aceptamos
por fe. Pero para estar seguro, como dice el niño (mencionado anteriormente),
... hay que ir allí. Y mientras no nos hayamos ido, algunos tienen fe, de la
cual se regocijan y hacen buenas obras; mientras que otros, como los demonios,
creen y tiemblan. Todos los incrédulos tiemblan ante la muerte, y por muchas
medicinas que haya, por mucho que se prolongue la vida terrenal, no se puede
escapar de ella. Solo se puede escapar de ella mediante la fe en nuestro Señor
Jesucristo.
APÉNDICE III
Respuesta a un crítico
Mientras el presente libro se imprimía por entregas en The Orthodox Word,
el editor de otra revista ortodoxa comenzó a publicar una larga serie de
ataques contra la enseñanza de la vida después de la muerte aquí expuesta (The
Tlingit Herald, publicado por la Iglesia Ortodoxa Americana de San Nectario,
Seattle, Washington; vol. 5, n.º 6 y números posteriores). Estos ataques se
dirigían no solo contra la enseñanza del presente libro, sino también contra la
enseñanza expuesta en las publicaciones del Monasterio de la Santísima Trinidad
en Jordanville, Nueva York (especialmente el número de Orthodox Life de
enero-febrero de 1978, el folleto “Unbelievable for Many but Actually a True Occurrence”, que apareció en Orthodox Life de julio-agosto de 1976, y la
antología "Eternal Mysteries Beyond the Grave"); contra el sermón del
arzobispo John Maximovitch, «Vida después de la muerte», que apareció en The
Orthodox Word, 1971, n.º 1. 4, y se reproduce arriba en el capítulo diez de
este libro; contra toda la enseñanza del obispo Ignacio Brianchaninov, que ha
inspirado este libro; y, en general, contra la enseñanza que se ha expuesto en
tantas fuentes ortodoxas en los últimos siglos y que expresa la piedad viva de
los fieles ortodoxos incluso hoy.
Tras leer estos ataques, no he considerado necesario modificar nada de lo
escrito; solo he añadido algunos párrafos aquí y allá para aclarar la enseñanza
ortodoxa que, en mi opinión, es injustamente caricaturizada y malinterpretada
en estos ataques.
No tendría sentido responder punto por punto a esta crítica.
Sus citas patrísticas casi nunca plantean los puntos que él cree plantear, y la
única respuesta a ellas es indicar que han sido mal aplicadas. Así, por
ejemplo: todas las citas que muestran que el hombre está compuesto tanto de
alma como de cuerpo (7:2, p. 26, etc.) —cosa que nadie niega— no dicen nada en
absoluto contra la actividad independiente del alma después de la muerte, que
tiene tanta evidencia a su favor que parece completamente fuera de toda
“refutación”, si se confía en las fuentes ortodoxas; los numerosos pasajes de
las Escrituras y de los textos patrísticos donde la muerte se expresa
metafóricamente como un "sueño" no dicen nada sobre la "verdad
literal" de esta metáfora, que solo ha sido enseñada por muy pocos
maestros cristianos a lo largo de los siglos y que, sin duda, discrepa de la
doctrina aceptada por la Iglesia. Una colección de "textos de prueba"
solo tiene sentido si realmente prueba una cuestión en disputa, no si aborda
algo ligeramente diferente o no la aborda de forma clara y explícita.
Mientras que, por un lado, el crítico acumula largas listas de citas, a menudo
irrelevantes, su técnica polémica más habitual consiste en desestimar a sus
oponentes con una afirmación general que, o bien carece de toda evidencia, o
bien contradice claramente buena parte de ella. Así, si el crítico desea
cuestionar la posibilidad de comunicaciones de personas que han resucitado de
entre los muertos, declara categóricamente: «Esto simplemente no es posible»
(vol. 5, n.º 6, p. 25), a pesar de que la literatura ortodoxa contiene
numerosas comunicaciones de este tipo; si pretende negar que los demonios sean
vistos por los hombres después de la muerte, proclama: «Los padres no enseñan
tal cosa» (6:12, p. 24), a pesar de las numerosas referencias patrísticas, por
ejemplo, a las «casas de peaje» que se encuentran después de la muerte. Si el
crítico reconoce la existencia de pruebas que refutan su argumento, las
descarta con una acusación tajante: todo son «alegorías» o «fábulas morales»
(5:6, p. 26). El crítico también es muy adicto a argumentos ad hominem bastante
crueles que intentan desacreditar a cualquiera que no esté de acuerdo con él:
"Es interesante que algunas personas, junto con los latinos, parecen pensar
que la Escritura no necesariamente debe conformarse con" (6:12, p. 30)
—esto lo dice en un contexto en el que acaba de "barrer" la enseñanza
del obispo Ignatius Brianchaninov, quien, al menos indirectamente, es acusado
así de falta de respeto a las Escrituras. Las opiniones de quienes discrepan
del crítico pueden ser difamadas con epítetos tan poco halagadores como
«origenistas» (6:12, p. 31) o «blasfemos» (5:6, p. 23), y los propios oponentes
pueden ser tachados de poseedores de una «mentalidad platónico-origenista» o de
estar «bajo una fuerte influencia helenística latina-escolástica, en un estado
de delirio espiritual... o simplemente abismalmente ignorantes» (6:12, p. 39).
Quizás ya se haya visto que el nivel polémico del crítico en sus ataques contra
respetadas autoridades teológicas ortodoxas no es muy alto. Pero dado que este
crítico, a su manera, parece reflejar las ideas erróneas de algunos ortodoxos
que no se sienten cómodos con la literatura ortodoxa que describe la vida
después de la muerte, puede ser útil responder a algunas de sus objeciones a la
enseñanza ortodoxa tradicional sobre la vida después de la muerte.
1. Las “contradicciones” de la literatura ortodoxa sobre el alma después de la muerte
A pesar de la opinión común de que la literatura ortodoxa sobre la vida después
de la muerte es “ingenua” y “simple”, si se la examina con atención se descubre
que, en realidad, es bastante sutil e incluso “sofisticada”. Es cierto que
parte de ella puede ser leída por un niño a su propio nivel, como una
“historia” fascinante al mismo nivel que otros incidentes en las Vidas de los
Santos (donde se encuentra parte de la literatura ortodoxa sobre la vida
después de la muerte). Pero este material nos ha sido transmitido por la
Iglesia no por sus cualidades de “narrativa”, sino precisamente por su
veracidad; y, de hecho, una fuente principal de este material son los tratados
ascéticos de los Santos Padres, donde esta enseñanza se presenta de una manera
muy sobria y de manera directa, y no en forma de relato. Por lo tanto, un
análisis más sofisticado de este material también puede ser fructífero. Hemos
intentado hacer algo similar en el Capítulo Seis, en la sección titulada «Cómo
entender las casetas de peaje», donde, siguiendo las explicaciones de San Gregorio
el Dialogista y otras autoridades ortodoxas que han examinado estas cuestiones,
distinguimos entre la realidad espiritual que el alma encuentra después de la
muerte y los recursos figurativos o interpretativos que a veces se utilizan
para expresar esta realidad espiritual. La persona ortodoxa que se siente
cómoda con este tipo de literatura (a menudo por haberla escuchado desde la
infancia) la lee automáticamente a su propio nivel e interpreta sus imágenes de
acuerdo con su propia comprensión espiritual. “Bolsas de oro”, “piras de leña”,
“moradas de oro” y cosas similares en el más allá no son interpretadas por los
lectores adultos en sentido literal, y el intento de nuestro crítico de
desacreditar dichas fuentes ortodoxas por contener imágenes tan figurativas
solo revela que no entiende cómo interpretarlas.
Por lo tanto, muchas de las supuestas “contradicciones” en la literatura
ortodoxa sobre el más allá existen en la mente de quienes intentan leer esta
literatura de forma demasiado literal, para adultos que artificialmente
intentan entenderla de forma infantil.
Otras “contradicciones”, en cambio, no lo son en absoluto. Que algunos santos y
otros cuyos relatos son aceptados en la Iglesia hablen de su experiencia “tras
la muerte” y otros no, no es más “contradictorio” que el hecho de que algunos
santos se opongan al traslado de sus reliquias, mientras que otros lo aprueben:
esto es una cuestión de necesidades y circunstancias individuales. El crítico
cita el ejemplo de San Atanasio el Resucitado de las Cuevas de Kiev, quien no
quiso decir nada de lo que experimentó después de la muerte, y lo utiliza para
afirmar categóricamente: “Ni tales personas nos han contado jamás nada de lo
que ocurrió” (7:1, p. 31; énfasis suyo). Pero el soldado Taxiotes (Vidas de los
Santos, 28 de marzo), San Salvio de Albi y muchos otros sí hablaron de su
experiencia, y negar su testimonio es, sin duda, un uso muy poco erudito y
“selectivo” de las fuentes. Algunos, como San Salvio, al principio dudaron
mucho en hablar de esta experiencia, pero aun así lo hicieron; y este hecho,
lejos de demostrar que no existen experiencias después de la muerte, solo
indica cuán rica es esta experiencia y cuán difícil es comunicarla a los vivos.
De nuevo, el hecho de que muchos Padres (y la Iglesia en general) adviertan
contra la aceptación de visiones demoníacas (y a veces, debido a circunstancias
particulares, lo hagan de forma muy categórica) no contradice en absoluto el
hecho de que muchas visiones verdaderas sean aceptadas en la Iglesia. A menudo,
el crítico, en sus ataques, aplica erróneamente una afirmación patrística
general, desvinculada de su contexto, a una situación particular con la que no
encaja. Cuando San Juan Crisóstomo, por ejemplo, en la Homilía 28:3 sobre San
Mateo, afirma: «ni es posible que un alma, separada del cuerpo, siga vagando
por aquí», se opone específicamente a la idea pagana de que las almas muertas
pueden convertirse en demonios y permanecer indefinidamente en la tierra; pero
esta verdad general no contradice en absoluto ni se refiere al hecho específico
de que, como demuestran numerosos testimonios ortodoxos, muchas almas
permanecen cerca de la tierra durante unas horas o días después de la muerte
antes de partir al otro mundo. En este mismo pasaje, San Juan Crisóstomo añade
que «tras su partida, nuestras almas son llevadas a algún lugar, sin poder
regresar por sí mismas». Esto tampoco contradice el hecho de que, por mandato
de Dios y para sus propósitos, algunas almas sí se aparecen a los vivos (véase
el artículo de Fotis Kontoglou, supra, en el Apéndice II).
De nuevo, el hecho de que Cristo limpiara el aire de la malignidad de los
demonios, como enseña San Atanasio el Grande, no niega en absoluto la
existencia de las casetas de peaje demoníacas en el aire, como insinúa el
crítico (6:8-9, pág. 13); de hecho, el propio crítico cita en otro lugar la
enseñanza ortodoxa de que los espíritus malignos que aún están en el aire
causan muchas tentaciones y fantasías (6:6-7, pág. 33). La enseñanza de la
Iglesia es que, mientras que antes de nuestra redención por Cristo, nadie podía
pasar por el aire al cielo, pues el camino estaba cerrado por los demonios y
todos los hombres descendían al infierno, ahora es posible que los hombres
pasen por los demonios del aire, y su poder ahora está restringido a aquellos
cuyos propios pecados los condenan. De la misma manera, sabemos que aunque
Cristo “destruyó el poder del infierno” (Kontakion de Pascua), cualquiera de
nosotros aún puede caer en el infierno al rechazar la salvación en Cristo.
Una vez más, el hecho de que nuestra batalla espiritual contra los
“principados y potestades” tenga lugar en esta vida Esto no contradice en
absoluto el hecho de que esta batalla también ocurre al dejar esta vida. La
sección del Capítulo Seis, titulada “Las casas de peaje Experimentadas antes de
la Muerte”, explica la conexión entre estos dos aspectos de la guerra invisible
ortodoxa. El hecho de que los días conmemorativos del tercer, noveno y
cuadragésimo día se expliquen a veces mediante el simbolismo de la Trinidad,
las nueve filas de ángeles y la Ascensión de Cristo no niega en absoluto que
estos días estén de alguna manera ligados también a lo que le sucede al alma en
esos días (según el “modelo” descrito en el Capítulo Diez). Ninguna explicación
es un dogma ni se contradice; no hay necesidad de que un cristiano ortodoxo
niegue ninguna de ellas. El hecho innegable de que nuestro destino después de
la muerte depende de lo que hagamos en esta vida no se contradice en absoluto
con el hecho igualmente innegable de que la oración por los difuntos puede
aliviar su suerte e incluso cambiar su estado, de acuerdo con la enseñanza
ortodoxa establecida por San Marcos de Éfeso y por la Iglesia Ortodoxa en
general (véase más arriba, Capítulo Diez y Apéndice I). El crítico está tan
empeñado en encontrar "contradicciones" en esta enseñanza que las
encuentra incluso en un mismo maestro ortodoxo, afirmando que San Juan de
Kronstadt a veces enseña la "comprensión patrística" y a veces el
"concepto escolástico" (7:3, p. 28). San Marcos de Éfeso también es
culpable de la misma "contradicción"; Pues, si bien hace afirmaciones
sobre la oración por los muertos que el crítico considera “patrísticas”,
también enseña claramente que “las almas de los difuntos son liberadas mediante
la oración del confinamiento en el infierno como si fueran de una prisión”
(véase supra, pág. 202), lo cual el crítico considera un “concepto
escolástico”, ya que considera imposible que las oraciones por los muertos
puedan cambiar su condición o proporcionarles reposo (7:3, pág. 23).
La respuesta a todas estas y muchas otras supuestas “contradicciones” que el crítico cree haber encontrado en la
enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte se encuentra en
una lectura más justa y
menos simplista de los propios textos ortodoxos. Los textos patrísticos y
hagiográficos no se “contradicen” a sí mismos; si leemos la literatura ortodoxa
sobre la vida después de la muerte con mayor profundidad y minuciosidad,
descubriremos que el problema no son los textos, sino nuestra propia
comprensión imperfecta de ellos.
2. ¿Existe una experiencia extracorpórea (ya sea antes o después de la muerte), o un «otro mundo» habitado por las almas?
La opinión del crítico sobre las experiencias extracorporales es categórica: «Estas cosas simplemente no son posibles» (5:6, pág. 25). No aporta ninguna prueba de esta afirmación, sino solo su propia opinión de que todos los numerosos textos ortodoxos que tratan estos temas son «alegorías» o «fábulas morales» (5:6, pág. 26). El cielo, el paraíso y el infierno no son «lugares», según él, sino solo «estados» (6:2, pág. 23); «el alma no puede funcionar por sí sola, sino solo por medio del cuerpo» (6:89, pág. 22), y por lo tanto no solo no puede estar en ningún «lugar» después de la muerte, sino que ni siquiera puede funcionar en absoluto (6:8-9, pág. 19); «suponer que este complejo reino está más allá del reposo es una auténtica locura» (6:6-7, pág. 34).
Pero ¿es realmente posible que el alma en sí misma no sea más que «interioridad» y «reposo» y no tenga ningún aspecto «exterior», ningún «lugar» donde funcione? Esta es sin duda una enseñanza radical para el cristianismo ortodoxo y, de ser cierta, requeriría (como ya sugiere el crítico) una reinterpretación radical e incluso una revisión de los textos patrísticos y hagiográficos que describen las actividades del alma precisamente en su forma «externa»: como saber, ver, comunicar, etc.
Ahora bien, una cosa es decir (como invariablemente afirman las autoridades ortodoxas que han examinado estas cuestiones) que hay que tener cuidado de no leer los textos ortodoxos sobre el más allá y la vida después de la muerte de una manera demasiado literal o terrenal, ya que esa realidad es, en muchos sentidos obvios, muy diferente de la realidad terrenal; pero otra muy distinta es «barrer» todos estos textos y negar que se refieran a algo en absoluto de forma externa, y que no sean más que «alegorías» y «fábulas». La literatura ortodoxa sobre este tema lo describe con bastante naturalidad, tal como le parece a la persona que experimenta tales experiencias, y la Iglesia Ortodoxa y sus fieles siempre han aceptado estas descripciones como fielmente correspondientes a la realidad, aun teniendo en cuenta la naturaleza peculiar y sobrenatural de esta realidad.
Probablemente no sea exagerado decir que ningún escritor ortodoxo ha sido tan
dogmático al describir la naturaleza de esta realidad sobrenatural como lo es
el actual crítico al negarla por completo. Este no es un ámbito para
afirmaciones categóricas. San Pablo, al describir sus propias experiencias
espirituales en términos muy generales, es cuidadoso al decir: «Si en el
cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe» (2 Corintios
12:2). San Juan Crisóstomo, en su interpretación de este pasaje, muestra la
misma cautela al decir: “¿Fueron solo su mente y alma arrebatadas, mientras que
el cuerpo permaneció muerto? ¿O fue también arrebatado el cuerpo? Esto no se
puede afirmar con certeza. Si el mismo apóstol Pablo, quien fue arrebatado y
recibió tantas e inefables revelaciones, no lo sabía, cuánto menos lo sabemos
nosotros… Y si alguien dijera: ¿Cómo es posible ser arrebatado fuera del
cuerpo? Le preguntaré: ¿Cómo es posible ser arrebatado en el cuerpo? Esto
último es aún más difícil que lo primero, si uno lo examina según la razón y no
se somete a la fe” (Homilía 26:1 sobre 2 Corintios, en el Volumen 10:1 de sus
Obras en ruso, San Petersburgo, 1904, pág. 690).
De manera similar, San Andrés
el Loco por Cristo, al describir su estado durante su propia experiencia
celestial, dice: «Me vi como sin cuerpo, porque no sentía la carne... En
apariencia estaba en el cuerpo, pero no sentía su peso; no sentí ninguna
necesidad natural durante las dos semanas que fui arrebatado. Esto me lleva a
pensar que estaba fuera del cuerpo. No sé cómo asegurarlo; esto lo sabe Dios,
el Conocedor de los corazones» (de su Vida completa por Nicéforo, citada en el
Obispo Ignacio, vol. III, pág. 88).
Tales autoridades ortodoxas, entonces —un apóstol, un gran padre, un santo de
la vida más excelsa— consideran al menos posible hablar de una experiencia
celestial como algo que ocurre «fuera del cuerpo»; Y ciertamente queda claro
de sus palabras que tales experiencias, ya sean “dentro” o “fuera” del cuerpo,
tienen algo corporal y externo; de lo contrario, no habría necesidad alguna de
hablar del “cuerpo” en relación con ellas. En este libro hemos intentado describir tales experiencias de la manera más sencilla
posible en el lenguaje de las propias fuentes ortodoxas, sin intentar dar una definición precisa de este estado. El obispo Teófano el Recluso, en su comentario sobre la declaración de San Pablo en 2 Corintios 12:2, dice quizás
todo lo necesario sobre este tema: “Dentro o en las profundidades del mundo que nos es visible se esconde otro mundo, tan real como este —ya sea espiritual
o materialmente sutil, Dios lo sabe; lo cierto es que en él habitan los ángeles y los santos... Él (San Pablo) no puede decir si fue arrebatado en el cuerpo o
fuera del cuerpo; esto, dice, solo Dios lo sabe. Evidentemente, para nosotros
este conocimiento no es necesario... No se requiere una gran precisión en estos
detalles, y no se puede esperar que alguien diga algo absolutamente cierto
cuando el propio apóstol Pablo guarda silencio” (Obispo Teófano, Comentario a
la Segunda Epístola del Santo Apóstol Pablo a los Corintios, Moscú, 1894, págs.
401-3).
Probablemente todo lector ortodoxo de los elementos “de otro mundo” en las Vidas de los Santos es, hasta cierto punto, consciente de que la naturaleza de este mundo y estas experiencias no se pueden definir con precisión; la forma en que se expresan en estas fuentes es exactamente la forma más apropiada y precisa en que pueden expresarse en el lenguaje de este mundo. El intento de descartar estas experiencias como “alegorías” o “fábulas”, y de definir con precisión el hecho de que no pueden ocurrir tal como se afirma, carece de justificación en la enseñanza y la tradición ortodoxas.
3. ¿Duerme el alma después de la muerte?
El crítico se opone tanto a las actividades del alma en el otro mundo,
especialmente después de la muerte, como se describen en numerosas Vidas de
Santos, que
termina enseñando toda una doctrina del "reposo" o
"dormido" del alma después de la muerte, ¡un mecanismo que
imposibilita todas estas actividades! Afirma: "En la concepción ortodoxa,
al morir, se considera que el alma es
asignada a un estado de reposo por un acto de la voluntad de Dios, y entra en
un
estado de inactividad, una especie de sueño en el que no funciona, ni oye ni
ve" (6:3-9, pág. 19); el alma en este estado "no puede saber nada en
absoluto, ni recordar nada en absoluto" (6:2, pág. 23).
Incluso entre los heterodoxos, tal doctrina del "sueño del alma" se
encuentra en nuestros tiempos solo en unas pocas sectas alejadas del
cristianismo histórico (Testigos de Jehová, Adventistas del Séptimo Día); ¡qué
asombroso es, por lo tanto, encontrarla aquí proclamada tan categóricamente
como ortodoxa! Si uno o dos maestros tempranos de la Iglesia (Afraates de
Siria, San Anastasio del Sinaí), como afirma el crítico, enseñaron tal doctrina
de manera inequívoca, es evidente que la propia Iglesia Ortodoxa nunca los
siguió, pero en sus servicios divinos, en las obras de sus grandes Padres, en
sus tratados ascéticos y en sus Vidas de Santos ha enseñado con tanta claridad
que el alma está activa y "despierta" después de la muerte, que uno
se horroriza con razón ante la radicalidad de la enseñanza del crítico. El
propio crítico parece dudar en su idea de lo que significa el «sueño» del alma,
definiéndolo a veces con un exaltado vocabulario «hesicasta» que suaviza en
cierta medida su radicalidad; pero al menos es coherente al afirmar que el
supuesto «sueño» del alma después de la muerte imposibilita por completo
cualquier experiencia «externa» del alma. Y mientras siga hablando de la muerte
como un estado de «inactividad» en el que el alma «no puede saber nada en
absoluto, ni recordar nada en absoluto», es evidente que para él la palabra
«sueño» tiene un significado más que metafórico. No tendría mucho sentido
buscar en los Padres refutaciones específicas de esta doctrina, ya que rara vez
se tomó lo suficientemente en serio en la Iglesia como para requerir una
refutación específica. En el Capítulo Diez, hemos citado la enseñanza de San
Ambrosio de que el alma es “más activa” al liberarse del cuerpo después de la
muerte; la afirmación de San Abba Doroteo de que el alma “recuerda todo al
salir de este cuerpo con mayor claridad y distinción una vez liberada de su
terrenalidad”, y la enseñanza de San Juan Casiano de que el alma “se vuelve aún
más viva” después de la muerte; y afirmaciones similares se pueden encontrar en
muchos Padres. Pero estas citas son solo una pequeña parte de la evidencia
ortodoxa que refuta la teoría del “sueño del alma”. Toda la piedad ortodoxa y
la práctica de la oración por los difuntos presuponen sin duda que las almas
están “despiertas” en el otro mundo y que su suerte puede ser aliviada; la
invocación ortodoxa a los santos en oración, y la respuesta de estos a esta
oración, es impensable sin la actividad consciente de los santos en el cielo.
La inmensa literatura ortodoxa sobre las manifestaciones de los santos después
de la muerte no puede simplemente descartarse como "fábulas". Si el
crítico tiene razón, entonces la Iglesia ciertamente ha estado
"equivocada" durante bastantes siglos.
El crítico ha intentado aprovecharse injustamente del hecho de que la enseñanza
de la Iglesia Ortodoxa sobre la vida después de la muerte contiene muchos
elementos que no están "precisamente definidos", no porque la Iglesia
desconozca su opinión al respecto, sino porque la realidad del más allá es
(para decirlo de nuevo) bastante diferente de la realidad de este mundo y no se
presta fácilmente al enfoque "dogmático" que el crítico ha adoptado.
El contacto vivo de los santos del cielo, y a veces también de otros difuntos,
con la Iglesia terrenal es conocido en la piedad y la experiencia de los
cristianos ortodoxos y no necesita ser definido con precisión. Pero convertir
esta falta de una “definición precisa” en excusa para enseñar que las almas,
incluso de los santos, se encuentran en un estado de “reposo” que impide
cualquier contacto “externo” con los hombres en la tierra, sin duda traspasa
los límites permisibles de la creencia cristiana ortodoxa.
Entre las otras experiencias “después de la muerte” que la teoría del “sueño
del alma” descarta, se encuentra una universalmente creída en la Iglesia desde
el principio: el descenso de Cristo muerto a los infiernos. “En la tumba
corporalmente, en el infierno con el alma como Dios, en el paraíso con el
ladrón, y en el Trono con el Padre y el Espíritu estabas Tú, que llenas todas
las cosas, oh Cristo el Infinito” (Tropario de las Horas de Pascua, utilizado
como una de las oraciones secretas después del Himno Querúbico en la Divina
Liturgia). La primera generación de cristianos sabía sin lugar a dudas que
Cristo, mientras dormía en el sepulcro (como se afirma en el Exapostilarion de
Pascua, el Kontakion del Gran Sábado, etc.), fue y predicó a los espíritus
encarcelados (el infierno) (1 Pedro 3:19). ¿Es esto también una “alegoría”? La
tradición de la Iglesia es muy arraigada: incluso antes de esto, San Juan
Bautista “fue gozoso a anunciar a los que estaban en el infierno la buena nueva
de que Dios se había manifestado en carne”, como dice el tropario de la fiesta
de su decapitación. ¿Y qué fue lo que vieron los tres discípulos en el Monte de
la Transfiguración cuando contemplaron a Moisés, si no fue su alma, que se
manifestó de forma bastante externa (Mateo 17:3)? Esta manifestación, de hecho,
por así decirlo, confirma la vacilación de San Pablo al declarar si su propia
visión del cielo fue "dentro" o "fuera" del cuerpo, pues
Elías mora en el cielo "dentro" del cuerpo, sin haber muerto jamás,
mientras que Moisés está allí "fuera del cuerpo", estando su cuerpo
en la tumba; pero ambos aparecieron en la Transfiguración de Cristo. Nosotros,
los terrenales, ni siquiera podemos definir la diferencia entre estos dos
estados, pero no es necesario; la simple descripción de tales manifestaciones,
así como de las experiencias de los "muertos" en el otro mundo,
evidentemente nos proporciona la mejor comprensión de estos asuntos, y no hay
necesidad de que intentemos comprenderlos de otra manera que no sea la sencilla
manera en que la Iglesia nos los presenta.
El crítico, aparentemente, ha caído en la misma acusación que ha lanzado contra otros: ha tomado una imagen, la del "sueño" de la muerte, universalmente aceptada en la Iglesia como metáfora, y la ha interpretado de alguna manera como una "verdad literal". A menudo ni siquiera se da cuenta de que las mismas fuentes que cita para respaldar sus ideas son, por el contrario, la refutación más contundente de su teoría. Cita a San Marcos de Éfeso (usando nuestra traducción, publicada por primera vez en The Orthodox Word, n.º 79, pág. 90) que afirma que los justos "están en el cielo con los ángeles ante Dios mismo, y ya como en el paraíso del que cayó Adán (al que el buen ladrón entró antes que los demás) y a menudo nos visitan en los templos donde son venerados, y escuchan a quienes los invocan y ruegan por ellos a Dios..." (6:12, pág. 18). Si todo esto (que ciertamente implica actividad externa) puede ser realizado por un alma que está realmente dormida —es decir, en un estado de inactividad en el que no funciona, ni oye ni ve— (6:8-9, pág. 19) —, entonces la teoría del «dormido del alma» no tiene ninguna función real porque no explica nada en absoluto, y el crítico solo confunde a los fieles al usarla.
4. ¿Son las casas de peaje “imaginarias”?
La mayor ira del crítico se dirige contra la enseñanza ascética ortodoxa sobre las
casas de peaje demoníacas que encuentra el alma después de la muerte, y se
sospecha que es su deseo destruir el concepto mismo de ellas lo que lo ha
llevado a una teoría tan contradictoria como la del “sueño del alma”. El
lenguaje que utiliza para describir las casas de peaje es bastante categórico y
bastante desmedido. Habla de las “casas de peaje imaginarias después de la
muerte” (6:8-9, pág.
18) y califica los relatos sobre ellas en la literatura ortodoxa de “cuentos
salvajes” (6:8-9, pág.
24) y “cuentos de horror bien calculados para sumir al alma en la desesperación
y la incredulidad” (7:1, pág. 33); “el mito de las casas de peaje es…
completamente ajeno a Dios y a Su Santa Iglesia” (7:1, pág. 23). Pero cuando
intenta describir su propia interpretación de las casetas de peaje, el
resultado es una caricatura tan absurda que resulta imposible creer que
siquiera haya leído los textos en cuestión. Para él, los relatos de las casetas
de peaje «pretenden hacernos creer que Satanás es dueño del camino al reino de
Dios y que puede cobrar una tarifa a quienes lo recorren... Los demonios
conceden una indulgencia de paso a cambio de los méritos excesivos de un santo»
(6:2, p. 22). Las casetas de peaje, en su opinión, describen «un alma errante
que necesita que se le rece para descansar (como creían los paganos)»; es un
«concepto oculto sobre el viaje del alma que se paga con oraciones y limosnas»
(6:2, p. 26). Busca “influencias extranjeras” para explicar cómo tal concepto
llegó a la Iglesia Ortodoxa y concluye (sin la menor prueba, sin embargo, salvo
los mismos paralelismos vagos que llevan a los antropólogos a concluir que el
cristianismo es simplemente otro “culto pagano a la resurrección”) que “el mito
de las casas de peaje es producto directo de los cultos astrológicos orientales
que sostienen que toda la creación no está bajo el cuidado de un Dios justo y
amoroso” (7:1, p. 23); “estas casas de peaje son simplemente una mutación
ilógica de estos mitos paganos” (6:8-9, p. 24). Considera que las casetas de
peaje son prácticamente idénticas a la doctrina latina del “purgatorio”, y
afirma que “la diferencia entre el mito del purgatorio y el de las casetas
aéreas es que uno satisface a Dios mediante el tormento físico, mientras que el
otro le da la satisfacción que necesita mediante la tortura mental” (6:12, p.
23).88
88 La comparación de las casas de peaje con el «purgatorio» es ciertamente inverosímil. Las casas de peaje forman parte de la enseñanza ascética ortodoxa y se relacionan únicamente con la «prueba» de una persona por los pecados cometidos por ella: no dan «satisfacción» a Dios y su propósito ciertamente no es la «tortura». «Purgatorio», por otro lado, es una interpretación legalista latina errónea de un aspecto completamente diferente de la escatología ortodoxa: el estado de las almas en el infierno (después de la prueba de las casas de peaje), que aún puede ser mejorado por las oraciones de la Iglesia. Las propias fuentes latinas no dan ninguna indicación de que los demonios tengan participación alguna en los dolores de quienes están en el «purgatorio».
El relato del paso de Teodora por las casetas de peaje (Vidas de los
Santos, 26 de marzo) lo califica el crítico de “historia llena de herejía”
(6:8-9, p. 24) basada en una “alucinación” (7:2, p. 14) de alguien que, en
tiempos del Antiguo Testamento, “con justicia habría sido sacado y apedreado”
porque “se encontraba en un estado de abyecto engaño espiritual” (6:6-7, p.
28). (No está claro por qué el crítico está tan enfadado con el relato de
Teodora; es solo uno de muchos relatos similares y no enseña nada diferente,
tanto así que no vi la necesidad de citarlo en el capítulo sobre las casetas de
peaje).
Estas acusaciones extremas son opiniones personales del crítico que, sin duda,
carecen de fundamento. Cabe preguntarse por qué insiste en crear su propia
interpretación de las casetas de peaje y se niega a entenderlas como la Iglesia
siempre las ha entendido; la caricatura contra la que despotrica nunca se ha
enseñado en la Iglesia Ortodoxa, y resulta imposible saber de qué fuente ha
sacado sus absurdas interpretaciones.
Durante unos dieciséis siglos, los Padres de la Iglesia han hablado de las
casetas de peaje como parte de la enseñanza ascética ortodoxa, la etapa final y
decisiva de la «guerra invisible» que cada cristiano libra en la tierra.
Durante el mismo período, numerosas Vidas de Santos y otros textos ortodoxos
han descrito las experiencias reales de cristianos ortodoxos, tanto santos como
pecadores, que se encontraron con estas casas de peaje después de la
muerte (y a veces antes). Es obvio para todos, excepto para los más pequeños,
que el nombre "casas de peaje" no debe tomarse literalmente; es una
metáfora que los Padres Orientales consideraron apropiada para describir la
realidad que el alma encuentra después de la muerte. También es obvio para
todos que algunos elementos en las descripciones de casas de peaje son
metafóricos o figurativos. Sin embargo, los relatos en sí no son ni
"alegorías" ni "fábulas", sino relatos directos de
experiencias personales en el lenguaje más adecuado al alcance del narrador. Si
las descripciones de las casas de peaje parecen demasiado vívidas para algunos,
probablemente se deba a que no han sido conscientes de la naturaleza real de la
guerra invisible que se libra durante esta vida. Ahora también estamos
constantemente acosados por tentadores y acusadores demoníacos, pero nuestros ojos
espirituales están cerrados y solo vemos los resultados de sus actividades: los
pecados en los que caemos, las pasiones que se desarrollan en nosotros. Pero
después de la muerte, los ojos del alma se abren a la realidad espiritual y ven
(generalmente por primera vez) a los seres que nos han estado atacando durante
nuestra vida. No hay paganismo, ni ocultismo, ni “astrología oriental”, ni
“purgatorio” alguno en los relatos ortodoxos de las casas de peaje.
Estas casas de peaje nos enseñan, más bien, la responsabilidad de cada hombre por sus propios pecados, que al morir se hace un balance de su éxito o fracaso en la lucha contra el pecado (el Juicio Particular), y que los demonios que lo han tentado a lo largo de su vida lo atacan definitivamente al final de su vida, pero solo tienen poder sobre aquellos que no han librado lo suficiente la guerra invisible en esta vida.
En cuanto a las formas literarias en las que se expresan, las casas de peaje
aparecen por igual en los servicios divinos de la Iglesia (la poesía de la
Iglesia), en los escritos ascéticos de los Padres y en las Vidas de los Santos.
Ningún ortodoxo lee estos textos con la literalidad cruda que el crítico ha
interpretado, sino que los aborda con respeto y temor de Dios, buscando un
beneficio espiritual. Cualquier padre espiritual que haya intentado educar a
sus hijos espirituales en la milenaria tradición de la piedad ortodoxa puede
dar testimonio del efecto beneficioso de las fuentes ortodoxas que mencionan las
casas de peaje; de hecho, el difunto arzobispo Andrés de Novo-Diveyevo, un padre
espiritual muy querido y respetado, utilizó precisamente las veinte casas
de peaje por las que se describe el paso de Teodora como base para una
preparación muy eficaz para el sacramento de la confesión por parte de sus
hijos espirituales. Si existe alguna "discordancia" entre estos
textos y el hombre del siglo XX, la culpa reside en nuestra época mimada y
permisiva, que fomenta la incredulidad y una actitud laxa hacia las realidades
verdaderamente asombrosas del otro mundo, y especialmente las del infierno y el
juicio.
La enseñanza de las casas de peaje en las fuentes ortodoxas nunca se ha
definido como un "dogma", sino que pertenece más bien a la tradición
de la piedad ortodoxa; pero esto no significa que sea algo "sin
importancia" ni una cuestión de "opinión personal". Se ha
enseñado en todas partes y en todos los tiempos en la Iglesia, dondequiera que
se haya transmitido la tradición ascética ortodoxa.
Si es un tema que ha quedado bastante fuera del ámbito de interés de muchos
teólogos ortodoxos recientes, es precisamente porque estos teólogos pertenecen
principalmente al mundo académico y no a la tradición ascética.
Sin embargo, los teólogos de tendencia más tradicionalista, así como aquellos
para quienes la tradición ascética ortodoxa es algo vivo, le han prestado mucha
atención. Fuera de la Iglesia rusa, donde la enseñanza de las casas de peaje ha
sido ampliamente debatida y defendida por el obispo Ignacio Brianchaninov, el
obispo Teófano el Recluso, el metropolitano Macario de Moscú, San Juan de Kronstadt,
el arzobispo Juan Maximovitch, el protopresbítero Miguel Pomazansky y numerosos
otros maestros y teólogos, ha recibido mayor énfasis en la Iglesia serbia,
donde ocupa un lugar destacado en la Teología Dogmática del difunto
archimandrita Justino Popovich (vol. III). Sin embargo, ha cobrado mayor
relevancia en los últimos años a medida que se han incrementado las
traducciones, especialmente de la literatura ascética ortodoxa y de los
servicios divinos, en idiomas occidentales. A continuación, mencionaremos
algunos pasajes sobre las casetas de peaje que han aparecido en ediciones en
inglés en los últimos años y que aún no se han citado en este libro:
De las Cincuenta Homilías Espirituales de San Macario el Grande, una de las
obras fundamentales de la literatura ascética ortodoxa (traducción de A. J.
Mason, Eastern Orthodox Books, Willits, California, 1974):
Cuando el alma de un hombre abandona el cuerpo, se cumple un gran misterio. Si
está bajo la culpa de los pecados, llegan bandas de demonios y ángeles de la
mano izquierda, y los poderes de las tinieblas se apoderan de esa alma y la
retienen firmemente de su lado. Nadie debería ser sorprendido por esto. Si,
mientras vivía y estaba en este mundo, el hombre estaba sujeto y dócil a ellos,
y se hizo su esclavo, cuánto más, cuando salga de este mundo, será reprimido y
aferrado por ellos (Homilía 22, pág. 171).
Como los recaudadores de impuestos que se sientan en los caminos estrechos,
agarran a los transeúntes y los extorsionan, así los demonios espían a las almas
y se apoderan de ellas; y cuando salen del cuerpo, si no están completamente
purificadas, no les permiten ascender a las mansiones del cielo para
encontrarse con su Señor, y son ahuyentadas por los demonios del aire. Pero si
mientras aún viven en la carne, con mucho trabajo y esfuerzo obtienen del Señor
la gracia de lo alto, ciertamente estos, junto con quienes por una vida
virtuosa descansan, irán al Señor, como Él prometió... (Homilía 43, pág. 274).
De la Escalera del Ascenso Divino, otro texto ascético ortodoxo de referencia (traducción del archimandrita Lazarus Moore, revisada por el Monasterio de la Santa Transfiguración, Boston, 1978):
Otros (de los moribundos) decían con tristeza: "¿Pasará nuestra alma por
el agua irresistible de los espíritus del aire?" —sin tener plena
confianza, pero esperando ver qué sucedería en esa rendición de cuentas (Paso
5, pág. 60).
De hecho, la “Carta de Abba Juan de Raithu” que presenta la
Escalera
indica el propósito mismo de la escritura de tales libros:
Como una escalera, (este libro) conducirá a los aspirantes a las puertas del Cielo puros e intachables, para que puedan pasar sin obstáculos a los espíritus de maldad, a los gobernantes del mundo de las tinieblas y a los príncipes del aire (Ibíd., pág. xlii).
De “Sobre la Vigilancia y la Santidad” de San Hesiquio el Sacerdote, en el Volumen I de la Filocalia griega completa (traducción de Palmer-Sherrard-Ware, Faber and Faber, Londres, 1979):
Si el alma tiene a Cristo consigo, no será deshonrada por sus enemigos ni siquiera
en la muerte, cuando ascienda a la entrada del cielo; sino que entonces, como ahora, los enfrentará con valentía. Pero que no se canse de invocar al
Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, día y noche hasta el momento de su partida
de esta vida mortal, y Él la vengará pronto...
De hecho, Él la vengará tanto en esta vida presente como después de su partida
de su cuerpo (#149, pág. 188).
La hora de la muerte nos llegará, llegará, y no escaparemos de ella. Que
el príncipe de este mundo y del aire
encuentre nuestras fechorías pocas y mezquinas cuando venga, para que no tenga
buenas razones para condenarnos. De lo contrario, lloraremos en vano (#161,
pág.190).
[Un hombre descuidado] no puede liberarse de los malos pensamientos, Palabras y
acciones, y debido a estos pensamientos y acciones, no podrá eludir libremente
a los señores del infierno al morir (#4, p. 163).
De “Sobre el conocimiento espiritual” de San Diádoco de Fótice:
Si no confesamos nuestros pecados involuntarios como deberíamos, descubriremos
un temor indefinido en nosotros mismos a la hora de nuestra muerte. Quienes
amamos al Señor debemos orar para estar libres de temor en ese momento; porque
si tememos entonces, no podremos eludir libremente a los gobernantes del
inframundo. Ellos tendrán como abogado para alegar contra nosotros el temor que
nuestra alma experimenta debido a su propia maldad. Pero el alma que se
regocija en el amor de Dios, a la hora de su partida, se eleva con los ángeles
de la paz por encima de todas las huestes de las tinieblas (#100, p. 295).
De los “Textos para los Monjes de la India” de San Juan de Kárpatos, del mismo
Volumen I de la nueva traducción de la Filocalia:
Cuando el alma abandona el cuerpo, el enemigo avanza para atacarla, injuriándola ferozmente y acusándola de sus pecados de una manera dura y
aterradora.
Pero si un alma disfruta del amor de Dios y tiene fe en Él, aunque en el pasado
haya sido herida a menudo por el pecado, no se amedrenta ante los ataques y
amenazas del enemigo. Fortalecida por el Señor, alada por la alegría, llena de
valor por los santos ángeles que la guían, rodeada y protegida por la luz de la fe, responde al maligno demonio con gran audacia... Cuando el alma dice todo esto sin miedo, el demonio le da la espalda, aullando a gritos e incapaz de resistir el nombre de Cristo (págs. 303-4).
Del Libro de los Ocho Tonos dominical, traducido por la Madre María de Bussy-en Othe, en un tropario dirigido a la Madre de Dios:
.. En la hora terrible de la muerte, sácame de en medio de los demonios que me acusan y de todo castigo (Oficio de Medianoche dominical, Tono 1, Himno 7).
Cabe señalar que algunas de estas referencias son parciales y no reflejan la
enseñanza ortodoxa completa sobre este tema. Esto se debe, obviamente, a que
son referencias a una enseñanza con la que los propios escritores ascéticos e
himnológicos y sus lectores ya están familiarizados y que aceptan, y
no hay necesidad de “definirla” ni justificarla cada vez que se menciona. El
intento del crítico, que ha señalado la existencia de algunas de estas referencias,
de distinguir entre las experiencias que ocurren “antes” y las que ocurren
“después” de la muerte, y de negar la posibilidad misma de las que ocurren
“después” (6:12, p. 24), es bastante artificial, siendo solo una “deducción
lógica” de su propia enseñanza falsa sobre el “sueño” del alma, y no tiene
respaldo en los propios textos ascéticos y de
servicio divino. La realidad de la “prueba” demoníaca es una y la misma, y las casas de
peaje son solo la fase final de la misma, a veces comenzando al final de esta
vida, y a veces solo después de la muerte.
Innumerables otras referencias a las casas de peaje aparecen a lo largo de
Literatura ascética ortodoxa, vidas de santos y servicios divinos; la mayoría
de estos aún no han aparecido en inglés. El crítico, cuando toma nota de tales
referencias, se ve obligado a interpretarlas, no según el contexto en el que
aparecen, sino según sus propias "deducciones lógicas" sobre la vida
después de la muerte.
Por ejemplo, al citar la Oración de San Eustracio (Oficio de Medianoche del
sábado), "Que mi alma no vea la oscura mirada de los demonios malignos,
sino que sea recibida por tus ángeles brillantes y radiantes" (6:12, p.
23), el crítico considera esto como una prueba de que el alma no ve (ni puede
ver) demonios después de la muerte (siendo esto necesario para su teoría de que
el alma está "durmiendo" en ese momento).
Pero para cualquier lector imparcial es evidente que significa justo lo
contrario: que el santo reza para no ver demonios precisamente porque ese es el
destino normal del alma después de la muerte. Esto se ve aún más claro en el
contexto de la Oración de San Eustracio, donde las palabras que preceden
inmediatamente a esta oración son: «Mi alma está turbada y dolorida por su
partida de mi miserable y vil cuerpo. Que el malvado designio del adversario no
la alcance y la haga tropezar en la oscuridad por los pecados, tanto
desconocidos como conocidos, que he cometido durante esta vida». Es evidente
que la enseñanza de la prueba demoníaca después de la muerte (ya sea que se le
llame o no «peajes») era familiar para San Eustracio y constituye el trasfondo
y contexto de su oración; y por eso el obispo Ignacio usa esta oración como
indicación de que esta enseñanza era bien conocida por la Iglesia incluso en
sus inicios (principios del siglo IV) (Obispo Ignacio, vol. III, págs. 140-41).
De nuevo, el crítico cita la respuesta de San Barsanufio de Gaza a un monje que
le pidió que lo acompañara “por el aire y por ese camino que desconozco”, como
si esta respuesta fuera una refutación de la idea de las casetas de peaje.
Pero, una vez más, es evidente que el contexto, tanto de la pregunta como de la
respuesta, es uno en el que las casetas de peaje aéreas que se encuentran
después de la muerte se aceptan como algo normal, y San Barsanufio, al desear
que Cristo “haga el ascenso de tu alma sin obstáculos y te conceda adorar a la
Santísima Trinidad con valentía, es decir, como un liberado”, solo expresa
parte de la enseñanza habitual sobre las casetas de peaje, presente en la tradición
ascética de Gaza tanto como en el resto de Oriente. (San Barsanufio y Juan,
Preguntas y Respuestas, n.º 145). Este incidente también es utilizado por el
obispo Ignacio como otra de sus numerosas citas de los Santos Padres en defensa
de la enseñanza de las casas de peaje (p. 145).
Otras citas del obispo Ignacio de Padres ascéticos que enseñan claramente sobre
las casas de peaje incluyen:
Santo Abba Doroteo de Gaza: “Cuando el alma está insensible, es provechoso leer con frecuencia la Divina Escritura y los sermones de los Padres portadores de Dios que inspiran contrición, y recordar el terrible Juicio de Dios, la separación del alma del cuerpo y los terribles poderes que la esperan, con cuya participación obró el mal en esta corta y miserable vida” (p. 146). San Teognostes, otro Padre de la Filocalia: «Inefable e indecible es la dulzura del alma que se separa del cuerpo y es informada de su salvación. Acompañada por el ángel (enviado a buscarla), recorre sin obstáculos los espacios aéreos, sin ser perturbada en lo más mínimo por los espíritus malignos; con alegría y valentía asciende entre exclamaciones de agradecimiento a Dios, y finalmente llega a adorar a su Creador» (p. 147).
Evagrio de Escetis: «Recuperen la cordura y piensen cómo soportarán su
repentina partida del cuerpo, cuando los ángeles amenazantes vengan a buscarlos
y los apresen en una hora inesperada y en un momento desconocido. ¿Qué acciones
enviarán delante de ustedes al aire, cuando sus enemigos que están en el aire
comiencen a probarlos?» (págs. 148-149; Prólogo, 27 de octubre).
San Juan el Misericordioso: «Cuando el alma abandona el cuerpo y comienza a ascender
al cielo, se encuentra con una multitud de demonios, quienes la someten a
muchos obstáculos y pruebas. La prueban con mentiras y calumnias» (etc. —una
larga lista de pecados similar a los veinte mencionados en la vida de San
Basilio el Nuevo). Durante el viaje del alma de la tierra al cielo, ni siquiera
los santos ángeles pueden ayudarla; solo la ayuda su propio arrepentimiento,
sus buenas obras y, sobre todo, la limosna. Si no nos arrepentimos de cada
pecado aquí por olvido, entonces, mediante la limosna, podemos liberarnos de la
violencia de las casas de peaje demoníacas (p. 143; Prólogo, 19 de diciembre).
Otro Padre de la Filocalia, San Pedro Damasceno, habla de “la hora de la muerte, cuando los demonios rodearán mi pobre alma, guardando el registro de todo el mal que he cometido” (en sus Obras, Laura de las Cuevas de Kiev, 1905, p. 68).
En los servicios divinos, como ya se ha señalado, hay muchas oraciones,
especialmente dirigidas a la Madre de Dios, que implican o directamente exponen
la enseñanza ascética sobre las casas de peaje. Varias de ellas se han citado a
lo largo de este libro. El obispo Ignacio, al citar muchas más (del Libro de
los Ocho Tonos, el
Eucologion, oraciones por la partida del alma, Akáthistos y cánones a la Madre
de Dios y a varios santos), concluye que «la enseñanza de las casas de peaje se
encuentra como una enseñanza generalmente conocida y aceptada en todos los
servicios divinos de la Iglesia Ortodoxa. La Iglesia la declara y la recuerda a
sus hijos para sembrar en sus corazones un temor salvador y prepararlos para
una transición segura de la vida temporal a la eterna» (vol. III, pág. 149).
Típica de las referencias a las casas de peaje en la Menaia ortodoxa (los doce
volúmenes de servicios diarios a los santos) es este tropario del servicio a
San Juan Crisóstomo (27 de enero); Aparece en el Canon a la Santísima Theotokos
(Himno 5), escrito por “Juan” (evidentemente San Juan Damasceno):
Concédeme pasar sin dolor a través de los sátrapas noéticos y las legiones aéreas atormentadoras en el momento de mi partida, para que pueda clamar con alegría a Ti, oh Theotokos, que escuchaste el grito de “¡Salve!”: Alégrate, oh esperanza inquebrantable de todos.
Pero no tiene sentido simplemente multiplicar las citas en la literatura ortodoxa que muestran cuán claramente esta enseñanza se ha expuesto en la Iglesia a lo largo de los siglos; el obispo Ignacio ofrece veinte páginas de tales citas, y se podrían encontrar muchas más. Pero para quienes no aprecien esta enseñanza, siempre será posible “reinterpretarla” o caricaturizarla. Aun así, incluso nuestro crítico se ve obligado a admitir la existencia de al menos algunos textos ortodoxos que indican la prueba demoníaca al morir, y defiende su postura de que las casas de peaje son "imaginarias" afirmando que "tales visiones son evitables si luchamos en esta vida, nos arrepentimos de nuestros pecados y adquirimos virtudes" (6:12, p. 24). iPero este es el verdadero significado de la enseñanza de las casas de peaje, que él ha caricaturizado y negado!. La enseñanza de las casas de peaje nos es dada precisamente para que trabajemos ahora, para que luchemos contra los demonios del aire en esta vida, y entonces nuestro encuentro con ellos después de la muerte será una victoria, no una derrota. ¡A cuántos ascetas luchadores se les ha inspirado a hacer precisamente esto! Pero ¿quién de nosotros puede decir que ya ha ganado esta batalla y que no debe temer la prueba demoníaca después de la muerte?
El autor recuerda bien los solemnes servicios por el descanso eterno
del arzobispo John Maximovitch en 1966, que culminaron el día de su funeral.
Todos los presentes sintieron que presenciaban el entierro de un santo; la
tristeza al separarse de él fue superada por la alegría de encontrar un nuevo
intercesor celestial. Sin embargo, varios de los jerarcas presentes, y
especialmente el obispo Savva de Edmonton, inspiraron la oración más ferviente
del pueblo al mencionar las "temibles casetas de peaje" por las que
incluso este santo hombre, este milagro de la gracia de Dios en nuestros
tiempos, tuvo que pasar. Ninguno de los presentes pensó que nuestras oraciones
por sí solas lo salvarían de las "pruebas" de los demonios, y nadie
imaginó un intercambio de "peajes" en algunas "casas" (casas
de peaje) en el cielo; pero estas súplicas ayudaron a inspirar la ferviente
piedad de los fieles, y sin duda esto le ayudó a superar estas casetas. La
propia vida de buenas obras y limosnas del santo, la intercesión de los santos
a quienes glorificó en la tierra, la oración de los fieles que en realidad era
otro producto de su amor por ellos —sin duda, todo esto, en cierto modo— Un
conocimiento conocido por Dios, y que no necesitamos investigar, lo ayudó a
repeler los asaltos de los espíritus oscuros del aire.
Y cuando el obispo Savva viajó especialmente a San Francisco para asistir a los
servicios del cuadragésimo día después del fallecimiento del arzobispo John, y
dijo a los fieles: «He venido a orar junto con ustedes por el descanso de su
alma en este significativo y decisivo cuadragésimo día, el día en que se
determina el lugar donde morará su alma hasta el Juicio General y Terrible de
Dios» (Venerable Juan, Crónica de la Veneración del Arzobispo John Maximovitch,
Hermandad de San Germán, 1979, pág. 20), inspiró nuevamente la oración de los
fieles al citar otra creencia de la enseñanza ortodoxa sobre la vida después de
la muerte. Hoy en día, los cristianos ortodoxos rara vez escuchan estas cosas,
y por lo tanto, debemos valorar aún más el contacto que aún tenemos con estos
representantes de la tradición ascética ortodoxa.
Entre los escritores de la Iglesia Ortodoxa Rusa, la oposición a la enseñanza
de las casas de peaje se ha reconocido desde hace tiempo como uno de los signos
del modernismo eclesiástico. Así, el obispo Ignacio dedicó gran parte de su
obra sobre la vida después de la muerte a la defensa de esta enseñanza, que ya
estaba siendo atacada a mediados del siglo XIX en Rusia. Y, por cierto,
contrariamente a la opinión infundada de los críticos de que las casas de peaje
solo son aceptadas por quienes se encuentran bajo la influencia occidental, el
Occidente "católico" y protestante desconoce por completo las casas de peaje, que
solo existen en la enseñanza ascética ortodoxa, y el ataque contra ellas en la
Iglesia actual proviene precisamente de aquellos (como en los seminarios
ortodoxos modernistas) que tienen una mentalidad marcadamente occidental y poco
respeto por la piedad ortodoxa tradicional. Recientemente, el protopresbítero
Michael Pomazansky, quizás el más grande teólogo vivo de la Iglesia Ortodoxa,
ha escrito un artículo en defensa de las casetas de peaje, escrito en parte
como respuesta a la crítica actual (Rusia Ortodoxa, 1979, n.º 7; traducción al
inglés de Nikodemos, verano de 1979). En este artículo, advierte que en nuestra
sociedad contemporánea no ortodoxa a menudo existen “cuestiones de nuestra fe
que son planteadas y tratadas desde un punto de vista no ortodoxo por personas
de otras confesiones, y a veces por cristianos ortodoxos que ya no tienen una
base ortodoxa sólida... En los últimos años se ha hecho más evidente un enfoque
crítico hacia toda una serie de opiniones de nuestra Iglesia; estas opiniones
son acusadas de ser “primitivas”, fruto de una cosmovisión o piedad “ingenua”,
y se caracterizan por términos como “mitos”, “magia” y similares. Es nuestro
deber responder a estas opiniones”. Y el obispo Teófano el Recluso da quizás la
respuesta más sobria y realista a quienes se resisten a aceptar la enseñanza
ascética ortodoxa: «Por absurda que les parezca a nuestros sabios la idea de
las casetas de peaje, no escaparán de pasar por ellas» (véase supra, pág. 86).
Las casetas de peaje no son una «fábula moral» inventada para la «gente
sencilla», como cree el crítico (5:6, pág. 26), ni un «mito», ni «imaginario»
ni un «cuento descabellado», como él dice, sino un relato verídico, transmitido
en la tradición ascética ortodoxa desde los primeros siglos, de lo que nos
espera a cada uno al morir.
Conclusión
La preservación de la milenaria tradición de la piedad ortodoxa en el mundo
contemporáneo se ha convertido en una batalla contra adversidades abrumadoras.
La mayoría de los fieles ortodoxos se han vuelto tan mundanos que un sacerdote
ortodoxo que desee transmitir y enseñar esta tradición se ve tentado a
desesperarse ante la mera posibilidad de tal tarea. La mayoría de los
sacerdotes y obispos terminan siguiendo a sus feligreses y
"adaptando" la tradición a la mundanidad de los feligreses; y así la
tradición se desvanece y muere... Los sermones, conferencias y libros del clero
de la mayoría de las jurisdicciones ortodoxas actuales sobre el tema de la vida
después de la muerte muestran que se ha conservado muy poco de la enseñanza y
la piedad ortodoxas tradicionales. Cuando se menciona el otro mundo, salvo en
los términos más generales y abstractos, suele ser motivo de bromas sobre
"San Pedro" y "puertas de perla", como las que suelen
utilizar los clérigos católicos y protestantes mundanos. Entre muchos
cristianos ortodoxos, el otro mundo se ha convertido en algo lejano y muy
confuso, con el que no se tiene contacto directo y sobre el que no se puede
decir nada concreto. La sufriente Iglesia de Rusia, probablemente tanto debido
a su sufrimiento como a su conservadurismo innato, ha preservado la actitud
ortodoxa tradicional hacia el otro mundo mucho mejor que otras Iglesias
ortodoxas actuales. En el mundo libre, es casi la única Iglesia Rusa Fuera de
Rusia que continúa publicando la literatura ortodoxa tradicional sobre este
tema, continuando la tradición del Prólogo y otras antologías piadosas de la
antigua Rusia. Afortunadamente son los cristianos ortodoxos que tienen acceso a
esta literatura y pueden aceptarla con sencillez y piedad, evitando el espíritu
de crítica que aleja a tantos, especialmente entre los conversos, de la
verdadera tradición y el sentir de la ortodoxia.
No hace falta decir cuán anticuados considera el mundo, incluso el mundo
ortodoxo, a quienes publican y leen dicha literatura. El objetivo principal de
este libro ha sido hacer que esta literatura anticuada sea comprensible y
accesible para los cristianos ortodoxos de hoy, quienes solo pueden
beneficiarse de la lectura de lo que tanto provecho espiritual ha aportado a
los lectores cristianos ortodoxos durante siglos. El objetivo de nuestro
crítico es exactamente el contrario: desacreditar completamente esta
literatura, descartarla como "fábulas morales" o "cuentos
disparatados", y someter los servicios divinos y las Vidas de los Santos a
una crítica exhaustiva que elimine todos esos elementos. (Véase, por ejemplo,
su elaborado intento de desacreditar la Vida de San Basilio el Nuevo por
contener descripciones de las casetas de peaje: Tlingit Herald, 7:2, pág. 14).
Demos a esta iniciativa el nombre que merece: es obra del mismo racionalismo
occidental que ha atacado a la Iglesia Ortodoxa tantas veces en el pasado y ha
llevado a tantos a perder la verdadera comprensión y el sentir del cristianismo
ortodoxo. En el Occidente "católico" y protestante, este ataque ha tenido un
éxito rotundo, y las Vidas de los Santos que quedan han sido desprovistas de
elementos sobrenaturales y a menudo se consideran "fábulas morales".
Al acusar de “escolasticismo” a todos los que se oponen a su enseñanza, el
crítico demuestra ser quizás el más “escolástico” de todos: su enseñanza no se
basa en los textos claros y sencillos transmitidos por la Iglesia desde los
primeros siglos hasta el nuestro, sino en una serie de sus propias “deducciones
lógicas” que exigen una reinterpretación y revisión radicales del significado
evidente de los textos ortodoxos básicos.
Ya es bastante malo que el tono y el lenguaje del crítico sean tan crudos, que
haga una caricatura tan perversa de la enseñanza ortodoxa que ataca, y que sea
tan irrespetuoso con muchos venerables maestros ortodoxos, los mejores de esos
pocos maestros que han mantenido viva la tradición ortodoxa de la piedad hasta
nuestros días. Esto es lo que dice, por ejemplo, sobre el sermón “Vida después
de la muerte” del arzobispo John Maximovitch (véase arriba, página 176), un
hombre santo y gran teólogo de nuestros días: Es “un relato descabellado sobre
el alma que parte y es perseguida y atormentada por demonios... En este relato,
se les decía a los fieles que cuando alguien reposaba, debían comenzar
rápidamente a celebrar servicios por el descanso del alma del difunto, ya que
el alma necesitaba desesperadamente nuestras oraciones, y la muerte era motivo
de gran terror (evidentemente, Dios era incapaz de tener misericordia ni de
ayudar al alma desdichada sin ser impulsado o despertado por los gritos y
llantos de los mortales). Este relato también incluía una descripción
manifiestamente blasfema del descanso de la Santísima Theotokos” (6:2, pág.
22). El nombre del arzobispo Juan no se menciona aquí, aunque la descripción
deja claro a qué sermón se refiere el crítico; pero tal lenguaje demuestra una
falta de respeto intolerable, independientemente de la autoridad ortodoxa a la
que ataque.
Pero lo verdaderamente trágico es que el crítico, por cualquier medio, intenta
privar a los cristianos ortodoxos de aquello que, incluso sin él, ya está
desapareciendo rápidamente entre nosotros: la piedad ortodoxa tradicional hacia
el más allá, que se manifiesta no solo en la literatura que leemos (que el
crítico intenta desacreditar), sino aún más en nuestra actitud hacia los
muertos y lo que hacemos por ellos. De la cita anterior se desprende claramente
que el crítico, a diferencia del arzobispo Juan, considera irrelevante orar por
los difuntos inmediatamente después de la muerte, y de hecho piensa que el alma
no necesita ni puede beneficiarse de nuestros gritos y llantos. De hecho, el
crítico
afirma específicamente que «lo que pedimos por los difuntos son solo
proclamaciones de lo que recibirán de todos modos» (7:3, p. 27) y no tienen
ningún efecto en su destino eterno, sin ver que con esta enseñanza no solo
contradice a los Santos Padres, sino que también elimina el motivo principal
que impulsa a la gente a orar por los difuntos.
¡Qué crueldad con los muertos! ¡Qué crueldad con los vivos! ¡Qué enseñanza tan
poco ortodoxa! Seguramente quienes oran por los difuntos no entienden en
absoluto sus oraciones como «conjuros mágicos» (7:3, p. 23) ni como «sobornos o
medios mágicos para obligar a Dios a ser misericordioso» (Ibíd., p. 26), como
afirma tan cruelmente el crítico, sino que oran con buena fe (como en las
oraciones por cualquier otra cosa) para que Dios, en su misericordia, conceda
lo que se pide. La “sinergia” entre la voluntad de Dios y nuestras oraciones no
puede entenderse con la lógica estrecha, peor que la “escolástica”, que emplea
el crítico.
Quienes aún viven según las fuentes ortodoxas tradicionales son una minoría
cada vez menor hoy en día. Lo que se necesita son más ayudas para comprender
esta piedad tradicional, no menoscabarla, caricaturizarla ni faltarle el
respeto a quienes la enseñan.
La enseñanza antiortodoxa sobre la vida después de la muerte de este crítico es
aún más peligrosa porque apela a una pasión muy sutil de la humanidad
contemporánea. La enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte es
bastante severa y exige una respuesta muy sobria de nuestra parte, llena de
temor de Dios. Pero la humanidad actual está muy mimada y es egocéntrica, y
preferiría no oír hablar de realidades tan duras como el juicio y la
responsabilidad por los pecados. Uno puede sentirse mucho más cómodo con la
exaltada enseñanza del hesicasmo, que nos dice que Dios no es tan severo como
lo describe la tradición ascética ortodoxa, que no debemos temer a la muerte ni
al juicio que conlleva, que si nos ocupamos de ideas espirituales exaltadas
como las de la Filocalia (descartando como alegorías todos los pasajes sobre
las casetas de peaje), estaremos a salvo bajo un Dios amoroso que no exigirá
cuentas de todos nuestros pecados, ni siquiera de los olvidados o no reconocidos...
El fin de estas exaltadas reflexiones es un estado no muy diferente al de
aquellos carismáticos y otros que ya se sienten seguros de la salvación, o al
de quienes siguen la enseñanza oculta que afirma que no hay nada que temer en
la muerte. La verdadera enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte,
por otro lado, nos llena precisamente de temor a Dios y de inspiración para
luchar por el Reino de los Cielos contra todos los enemigos invisibles que se
oponen a nuestro camino. Todos los cristianos ortodoxos están llamados a esta
lucha, y es una cruel injusticia para ellos diluir la enseñanza ortodoxa para
hacerlos más "cómodos". Que cada uno lea los textos ortodoxos más
adecuados al nivel espiritual en el que se encuentra actualmente; pero tolerable”.
Las modas y las opiniones entre los hombres pueden cambiar, pero la tradición
ortodoxa permanece inmutable, por muy pocos que la sigan. ¡Que siempre seamos
sus fieles hijos!
APÉNDICE A LA SEGUNDA EDICIÓN
20 de
diciembre de 1980 [Fiesta de] San Ambrosio de Milán
¡Que la bendición del Señor esté con usted!
Gracias por su carta abierta del 3 de noviembre y su carta personal del 4
de noviembre. Le aseguro que no encontré motivo de ofensa en ninguna de ellas,
y para mí son solo la ocasión para una conversación amistosa sobre la enseñanza
(al menos un aspecto de ella) y la importancia de dos grandes jerarcas y
teólogos de la Rusia del siglo XIX: Teófano el Recluso e Ignacio Brianchaninov.
Mi comentario en la página 3 89 de El alma después de la muerte, de que el
obispo Teófano era quizás el único rival del obispo Ignacio como defensor de la Ortodoxia contra los errores modernos, no pretendía insinuar en modo alguno que
el obispo Teófano fuera inferior como teólogo o patrista; simplemente, en ese
contexto, el obispo Ignacio era el centro de mi atención, y por lo tanto, el
obispo Teófano parece un poco inferior, algo que, por supuesto, no era en
realidad.
89 Página xv de la presente edición (la edición impresa indica erróneamente «xviii»).
Al decir, en el mismo lugar, que la defensa de la ortodoxia por parte del obispo Teófano era menos sofisticada que la del obispo Ignacio, tampoco insinuaba inferioridad alguna respecto al obispo Teófano, sino que simplemente expresaba lo que creo que es cierto: que el obispo Ignacio, en general, prestó más atención a las opiniones occidentales y a combatirlas en detalle, mientras que el obispo Teófano enfatizó con mayor determinación la transmisión de la tradición ortodoxa y solo mencionó de forma incidental los errores occidentales al respecto. Tenía en mente, por ejemplo, el contraste entre la larga defensa y explicación del obispo Ignacio sobre las casetas de peaje (que cito en las págs. 73 y siguientes 90 de El alma después de la muerte), y la lacónica declaración del obispo Teófano (la única que conozco donde critica el escepticismo occidental respecto a esta enseñanza):
90 Páginas 64 y siguientes de la presente edición.
“Por absurda que les parezca a nuestros sabios la idea de las casetas de peaje, no escaparán de pasar por ellas” (Salmo 118, pág. 289). Al hablar del nivel “sofisticado” en el que escribió el obispo Ignacio, solo quería decir que él estaba más preocupado que el obispo Teófano por discutir las opiniones occidentales desde su propio punto de vista, mientras que el obispo Teófano parecía más inclinado a descartarlas sin mayor debate. Pero quizás esto no fue así en todos los casos. Por lo tanto, creo que en cuanto a la relativa grandeza de estos dos jerarcas no hay un verdadero desacuerdo entre nosotros. Ciertamente reconozco la grandeza del obispo Teófano como teólogo y erudito patrístico, y mi única razón para destacar al obispo Ignacio en El alma después de la muerte es que fue él, y no el obispo Teófano, quien habló con tanto detalle contra los errores occidentales con respecto a la enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte. Acojo con gran satisfacción su investigación sobre el obispo Teófano, a quien respeto y admiro profundamente, y que lamentablemente no es tan apreciado como debería hoy en día debido a la inclinación de algunas personas a considerarlo ingenuamente como "escolástico" solo porque tradujo algunos libros occidentales o quizás utilizó algunas frases teológicas occidentales. En cuanto al punto específico del desacuerdo del obispo Teófano con las enseñanzas del obispo Ignacio: Tiene razón al suponer en su carta privada que, cuando escribí sobre este desacuerdo en la página 36 91 de El alma después de la muerte, no había leído el folleto del obispo Teófano, Alma y ángel, que critica las enseñanzas del obispo Ignacio, y que mis comentarios allí se basaban únicamente en la breve referencia del padre Florovsky.
91 Página 27 de la presente edición.
Tras haber obtenido y leído el folleto del obispo Teófano, veo que mis
comentarios no son precisos. Tiene usted razón, por supuesto, al afirmar que no
hubo ninguna "disputa" entre ambos, sino solo el desacuerdo del
obispo Teófano, expresado tras la muerte del obispo Ignacio. El punto de
desacuerdo tampoco se expresó con precisión (como analizaré más adelante). Sin
embargo, la pregunta principal que plantea es si este desacuerdo fue, en
efecto, "menor", como he afirmado; esta cuestión me gustaría
abordarla brevemente.
Quizás esta pregunta sea solo semántica, basada en una diferencia de
perspectiva al analizar el desacuerdo entre estos dos teólogos.
Cualquiera que lea "Alma y Ángel" del obispo Teófano, con sus 200
(aunque breves) páginas criticando la enseñanza del obispo Ignacio, y al
observar el énfasis con el que el obispo Teófano acusó lo que él consideraba un
error del obispo Ignacio, podría inclinarse a considerar el desacuerdo como
"mayor". Pero al examinar el contexto completo de la enseñanza del
obispo Ignacio sobre la vida después de la muerte, no puedo evitar considerar
este desacuerdo como algo “menor”, por las siguientes razones:
1. El obispo Teófano, en toda su crítica en Alma y Ángel, acusa al obispo Ignacio de un solo error (o supuesto error): la idea de que el alma y los ángeles son corpóreos y solo corpóreos por naturaleza. El propio obispo Teófano escribe: “Si la nueva enseñanza solo hubiera dicho que los ángeles tienen cuerpo, no habría sido necesario discutirla; pues en este caso, el lado principal y dominante en los ángeles seguiría siendo un espíritu racionalmente libre. Pero cuando se dice que un ángel es un cuerpo, hay que negarle la libertad racional y la conciencia; pues estas cualidades no pueden pertenecer a un cuerpo” ("Soul and Angel", Segunda Edición, Moscú, 1902, p. 103). Si el obispo Ignacio hubiera sostenido tal opinión, con todo el énfasis y las consecuencias que el obispo Teófano le atribuye, seguramente habría sido un grave error por su parte. Pero aun así, no habría afectado directamente al resto de su enseñanza sobre la vida después de la muerte: los ángeles y las almas seguirían actuando de la misma manera y en los mismos "lugares", ya sean cuerpos o tengan cuerpos (o incluso asuman cuerpos, como el propio obispo Teófano parece más inclinado a creer). La crítica del obispo Teófano, por lo tanto, no afecta en absoluto a todo el sistema de enseñanza del obispo Ignacio, sino solo a un aspecto técnico del mismo. E incluso aquí su acuerdo es mayor que su desacuerdo: ambos coinciden en que existe un aspecto corporal en las actividades de los ángeles, ya sea en este mundo o en el otro, y que, por lo tanto, el relato de sus actividades en las Vidas de los Santos y otras fuentes ortodoxas debe aceptarse como relatos verídicos y no como "metáforas" o "fantasías", como creen los críticos occidentales. Por lo tanto, en el contexto general de la enseñanza del obispo Ignacio (y del obispo Teófano) sobre la vida después de la muerte, no puedo sino considerar este desacuerdo como “menor”.
2. Dudo seriamente que el obispo Ignacio realmente enseñara la enseñanza que el
obispo Teófano le atribuye; ciertamente, en cualquier caso, no le dio el énfasis
ni extrajo las consecuencias a las que el obispo Teófano se oponía con más
ahínco. Así, en la cita del obispo Teófano mencionada anteriormente, donde
afirma que “cuando se dice que un ángel es un cuerpo, se le debe negar la
libertad racional y la conciencia”, es evidente que el obispo Teófano solo
extrae la conclusión lógica de lo que cree que cree el obispo Ignacio, pero en
ninguna parte encuentra una cita del propio obispo Ignacio que diga que
realmente cree que los ángeles están privados de libertad racional y
conciencia; ciertamente, el obispo Ignacio no creía esto. En mi propia lectura
de la «Homilía sobre la muerte» del obispo Ignacio, no encontré tal enseñanza.
No he leído su «Suplemento» a esta obra, pero estoy seguro de que allí tampoco
se encontrará todo el énfasis y las consecuencias de esa enseñanza que el
obispo Teófano acusa. Sin entrar en todos los detalles del desacuerdo entre
ellos (que podría ser un estudio importante en sí mismo y, en mi opinión, no
tendría ningún valor particular para la teología ortodoxa ni para la enseñanza
ortodoxa sobre la vida después de la muerte), sospecho que el error del obispo
Ignacio no residió en sostener la enseñanza precisa que el obispo Teófano
critica, sino (quizás) en sobreenfatizar el aspecto corpóreo de la naturaleza y
la actividad angélicas (algo bastante fácil de hacer para combatir el énfasis
excesivamente "espiritual" de los maestros occidentales), hasta el
punto de que en ocasiones pareció decir que los ángeles (y las almas) son
cuerpos en lugar de (como creo que realmente quiso decir) que los ángeles y las
almas tienen cuerpos (etéreos), o que un aspecto corpóreo forma parte de su
naturaleza. Como ha dicho el obispo Teófano, no habría discusión entre ellos si
esa fuera realmente su enseñanza, pues él considera esto (por ejemplo, en Alma
y Ángel, p. 139) como una opinión admisible sobre esta compleja cuestión, que
no ha sido definida dogmáticamente por la Iglesia.
Con mayor razón, si el obispo Teófano se equivocó, aunque fuera mínimamente, en
cuanto al énfasis de la enseñanza del obispo Ignacio, ¿debería este desacuerdo
considerarse “menor” en mi opinión?
3. En una ocasión, se le preguntó específicamente al obispo Teófano si en la
enseñanza del obispo Ignacio había encontrado algún otro error, aparte de la
supuesta enseñanza de la “materialidad” del alma. Respondió: “No. En el obispo
Ignacio solo hay este error: su opinión sobre la naturaleza del alma y los
ángeles, de que son materiales... En todo lo que he leído en sus libros, no he
notado nada
poco ortodoxo. Lo que he leído es bueno” (Carta del 15 de diciembre de 1893, en
El monje ruso, Monasterio de Pochaev, n.º 17, septiembre de 1912). Así pues, en
el contexto de toda la enseñanza ortodoxa de los obispos Ignacio y Teófano,
este desacuerdo es realmente menor.
Ahora, para pasar a un último punto, relativo a las casetas de peaje aéreas que
encuentra el alma después de la muerte. En su carta abierta, usted cita una
carta del obispo Teófano en la que afirma que la vida después de la muerte «es
una tierra cerrada para nosotros. Lo que sucede allí no está definido con
precisión... En cuanto a lo que habrá allí, lo veremos cuando lleguemos». A
partir de esto, así como del hecho de que el obispo Teófano no menciona las
casetas de peaje con frecuencia en sus escritos, usted concluye que «la
enseñanza como tal, con todo su simbolismo, era... como mucho periférica a su pensamiento», y cree que me equivoco, al menos al enfatizar que
el obispo Teófano era un firme defensor de la enseñanza ortodoxa sobre las
casetas de peaje. A esto respondería con varios puntos:
1. También recuerdo solo estas dos referencias directas en los escritos del
obispo Teófano a la enseñanza de las casas de peaje. Sin embargo, estas dos
referencias son suficientes para demostrar que él efectivamente sostenía esta
enseñanza y la enseñaba a otros, y que era muy crítico, incluso desdeñoso, con
quienes la negaban (“Por absurda que les parezca la idea de las casas de peaje
a nuestros ‘sabios’, no escaparán de pasar por ellas”).
2. El hecho de que en algunas de sus cartas, cuando se aborda el tema de la
vida después de la muerte, no mencione las casas de peaje, no me parece una
indicación necesaria de que este tema sea secundario a su enseñanza, sino solo
de que habla en cada caso a la necesidad de su oyente, y algunas personas no
necesitan (o no pueden) oír hablar de las casas de peaje. He encontrado esto
mismo en mi propia experiencia como sacerdote: Para quienes están preparados,
la enseñanza de las casetas de peaje es un poderoso incentivo para el
arrepentimiento y una vida en el temor de Dios; pero hay quienes la enseñanza
sería tan aterradora que ni siquiera les hablaría de ella hasta que estuvieran
mejor preparados para aceptarla. Un sacerdote a veces se encuentra con
moribundos tan poco preparados para el otro mundo que sería inútil hablarles
siquiera del infierno, y mucho menos de las casetas de peaje, por temor a
quitarles la poca esperanza y conciencia que pudieran tener del Reino de los
Cielos; pero esto no significa que el infierno no tenga cabida en la enseñanza de
dicho sacerdote, ni que no defendería su realidad con decisión si fuera
atacado. Especialmente en nuestro siglo XX, muchos cristianos ortodoxos son tan
inmaduros espiritualmente, o han sido tan engañados por las ideas modernas, que
simplemente son incapaces de aceptar la idea de encuentros con demonios después
de la muerte. Cualquier sacerdote ortodoxo, en su enfoque pastoral hacia estas
personas, debe, por supuesto, condescender con su debilidad y darles el
"alimento infantil" que necesitan hasta que estén más preparados para
aceptar el fuerte alimento de algunos de los textos ascéticos ortodoxos; pero
la enseñanza ortodoxa sobre las casas de peaje, transmitida desde los primeros
siglos cristianos, permanece siempre igual y no puede negarse, por mucho que
muchas personas sean incapaces de comprenderla.
3. Además, de hecho, la enseñanza sobre las casas de peaje aparece en otras obras del obispo Teófano, en sus traducciones, si no en sus obras originales. Hay numerosas referencias a esta enseñanza en su traducción en cinco volúmenes de la Filocalia, varias de las cuales he citado en el texto de El alma después de la muerte (pp. 80-81, 258-59, 262) 92.
92 Páginas 71-72, 247-48, 251 en la presente edición.
También en Guerra Invisible (Parte Dos, cap. 9), se expone la enseñanza ortodoxa del “examen por el príncipe de
este siglo” que se da a todos al partir
del cuerpo; la palabra “peajes” no aparece allí, pero el texto dice
claramente que “la batalla más decisiva nos espera en la hora de la muerte”, y
es
obvio que la realidad es la misma que el obispo Ignacio se preocupa tanto por defender,
y que en otros lugares el obispo Teófano llama con el nombre de “peajes”.
4. El
texto de Alma y Ángel del obispo Teófano no contiene ni una sola crítica a la
enseñanza del obispo Ignacio sobre las casas de peaje. Ahora bien, en su
“Homilía sobre la Muerte”, el obispo Ignacio afirma inequívocamente que “la
enseñanza de las casas de peaje es la enseñanza de la Iglesia” (vol. III de sus
obras, pág. 138), y justifica esta afirmación con gran detalle. Y el obispo
Teófano, en su crítica a la enseñanza del obispo Ignacio, afirma que “en el
presente artículo se examina con todo detalle la nueva enseñanza de los
folletos antes mencionados [“Homilía sobre la Muerte” y su “Suplemento”], sin
dejar sin censurar ni un solo pensamiento que deba ser censurado” (Alma y
Ángel, pág. 4). Es evidente, pues, que el obispo Teófano no encontró nada que
censurar en las ideas del obispo Ignacio sobre las casas de peaje, y que
coincide plenamente con él en que «la enseñanza de las casas de peaje es la
enseñanza de la Iglesia».
5. En el mismo texto de Soul and Angel, el obispo Teófano expone las condiciones
del alma tras su separación del cuerpo en términos idénticos a los de la
exposición de Ignacio. Estas son precisamente las condiciones requeridas para
que se produzca el encuentro del alma con los demonios en las casas de peaje,
por lo que esta cita, aunque no menciona directamente las casas de peaje, puede
interpretarse como una indicación del acuerdo del obispo Teófano con Ignacio
sobre la naturaleza de la realidad después de la muerte, siendo su única
diferencia con Ignacio la cuestión de si la naturaleza de los ángeles es solo
corporal (lo cual, como dije antes, no creo que el obispo Ignacio enseñara
realmente). Aquí está la cita del obispo Teófano:
“El alma, tras su separación del cuerpo, entra en el reino de los espíritus,
donde tanto ella como los espíritus actúan en las mismas formas que son
visibles en la tierra entre los hombres: se ven, hablan, viajan, discuten,
actúan. La
única diferencia radica en que allí el reino es etéreo, de materia sutil, y
en ellos, por lo tanto, todo es sutilmente material y etéreo. ¿Cuál es la
conclusión directa de esto? Que en el mundo de los espíritus la forma externa
del ser y de las relaciones mutuas es la misma que entre los hombres en la
tierra. Pero este hecho no habla de la corporeidad de la naturaleza de los ángeles, ni dice que
su esencia sea solo cuerpo” (Soul and Angel, págs. 88-89). 6. No discrepas conmigo
en el punto principal: que el obispo Teófano, al igual que el obispo Ignacio,
defendía la doctrina ortodoxa de las casas de peaje; tu único desacuerdo
conmigo radica en el énfasis que ambos maestros le dieron (el obispo Ignacio
habló más, el obispo Teófano menos). Creo que hay una explicación muy sencilla
para esta aparente diferencia de énfasis: fue el obispo Ignacio quien consideró
necesario escribir un tratado completo sobre la vida después de la muerte,
donde el tema de las casas de peaje, al ser una parte importante de la doctrina
ortodoxa, ocupa necesariamente un lugar destacado; mientras que el obispo
Teófano, al no haber escrito tal tratado, menciona este tema solo de pasada. Me
imagino (sin revisar todas sus obras para comprobarlo) que, en sus otros
escritos, el obispo Ignacio no menciona las casas de peaje con más frecuencia
que el obispo Teófano. Sin embargo, las pocas referencias en los escritos del
obispo Teófano indican que mantenía la enseñanza con la misma firmeza que el
obispo Ignacio. La diferencia entre ellos, entonces, diría yo, no radica en lo
que creían ni siquiera en la fuerza con la que expresaban su creencia, sino en
el punto que mencioné al principio de esta carta: que el obispo Ignacio estaba
más preocupado que el obispo Teófano por combatir de cerca las opiniones
racionalistas de Occidente, mientras que el obispo Teófano transmitió la
tradición ortodoxa prestando menos atención a combatir los errores occidentales
específicos al respecto. En vista de todo esto, creo que mi afirmación en el
prefacio de El Alma
Después de la Muerte, de que el obispo Teófano "enseñó la misma
doctrina" que el obispo Ignacio, está justificada: considerando toda la
enseñanza ortodoxa sobre la vida después de la muerte que compartían, la
diferencia entre ellos en el punto de la "corporeidad" de la
naturaleza del alma y los ángeles (una diferencia causada, creo, más por el
polémico énfasis del obispo Ignacio en los "cuerpos" de los ángeles
que por su adhesión a la enseñanza que le atribuía el obispo Teófano), es, en
efecto, "menor". En cuanto a los puntos de la enseñanza sobre la vida
después de la muerte expuestos en El Alma Después de la Muerte (ya que no
defendí ni mencioné la supuesta enseñanza del obispo Ignacio de que las almas y
los ángeles son solo cuerpos), sus puntos de coincidencia son prácticamente
absolutos. La coincidencia en sus enseñanzas sobre la vida después de la muerte
resulta aún más sorprendente al compararla con las opiniones de los críticos
racionalistas de Occidente, quienes, incluso hoy en día, niegan no solo la
realidad de las casetas de peaje, sino también toda la realidad del más allá,
que los obispos Teófano e Ignacio describieron en términos prácticamente
idénticos, la eficacia de las oraciones por los difuntos, etc.
Frente a estas falsas opiniones, el testimonio conjunto de los obispos Teófano
e Ignacio sobre la enseñanza ortodoxa transmitida desde la antigüedad es
realmente impresionante.
Me interesaría mucho conocer más sobre su investigación sobre el obispo
Teófano, por quien, como ya he dicho, siento el mayor respeto. ¿Publicará algún
artículo o libro sobre él, o alguna traducción de sus obras? Yo mismo he
traducido la primera parte de "El Camino a la Salvación", que ahora
se publica por entregas en el periódico Orthodox America.
Con amor en Cristo, el indigno Hieromonje Serafín.
P. D.: Desconozco cuán sincera fue su carta dirigida a mí ni a quién fue enviada. Envío copias de mi respuesta solo a unas pocas personas muy interesadas en este tema.
SOBRE EL AUTOR
El padre Serafín nació como Eugene Dennis Rose el 13 de agosto de 1934 en San
Diego, California. Su padre, Frank, era de ascendencia holandesa y francesa,
mientras que la familia de su madre, Esther, era de Noruega. Esther era
protestante, y Frank, aunque se crio en la fe católica, se convirtió al
protestantismo por su esposa. Frank trabajó en varios oficios: fue dueño de una
tienda de dulces durante un tiempo, luego trabajó para General Motors y,
finalmente, consiguió un trabajo como conserje en un estadio deportivo.
Eugene se graduó de la preparatoria de San Diego en 1952 con las mejores
calificaciones de su clase. Sus padres, maestros y compañeros lo consideraban
un joven "genio" destinado a una brillante carrera en ciencias o
matemáticas. Sin embargo, cuando ingresó en el Pomona College, en el sur de
California, tales ocupaciones terrenales le parecían insignificantes al lado de
una nueva pasión que lo absorbía todo: conocer, comprender la realidad en su
sentido más elevado. Sintiéndose alejado de la sociedad que lo rodeaba, se
rebeló contra su superficialidad y materialismo, y rechazó la religión
protestante en la que había sido criado. Su búsqueda de la Verdad se basó
primero en la filosofía occidental y luego en el estudio de la sabiduría de
Oriente, para lo cual aprendió el idioma chino, tanto antiguo como moderno.
Tras graduarse del Pomona College en 1956 con una licenciatura en Lenguas
Orientales, Eugene se matriculó en la Academia de Estudios Asiáticos de San
Francisco y estudió con su decano, el Dr. Alan Watts. En la misma Academia,
encontró a un verdadero representante de la tradición china, un filósofo
llamado Gi-ming Shien. Eugene visitó varios templos orientales y ayudó a
Gi-ming a traducir el Tao Te Ching de los antiguos caracteres chinos. En 1957,
se incorporó a la Universidad de California, Berkeley, donde obtuvo su maestría
en Lenguas Orientales en 1961. La sabiduría de los filósofos precristianos, a
pesar de su profundidad, dejó a Eugene insatisfecho, y se desesperaba sin saber
por qué. De Gi-ming, y también de los escritos del metafísico francés Réné
Guénon, había aprendido el valor de adherirse a la forma tradicional y ortodoxa
de una religión, cualquiera que fuese. Incapaz de encontrar el fin de su
búsqueda en las religiones orientales tradicionales que ya había experimentado,
un día fue a ver la forma ortodoxa y oriental de la religión que había conocido
de niño: el cristianismo. Al describir este momento muchos años después,
escribió:
“Durante años de estudio me conformé con estar ‘por encima de todas las
tradiciones’,
pero de alguna manera fiel a ellas... Cuando visitaba una iglesia ortodoxa, era
solo para observar otra ‘tradición’, sabiendo que Guénon (o uno de sus
discípulos) había descrito la ortodoxia como la más auténtica de las
tradiciones cristianas.
“Sin embargo, cuando entré por primera vez en una iglesia ortodoxa (una iglesia
rusa en San Francisco), me ocurrió algo que no había experimentado en ningún
templo budista ni oriental; algo en mi corazón
me decía que este era mi ‘hogar’, que toda mi búsqueda había terminado. No
sabía realmente qué significaba esto, porque el servicio me resultaba bastante
extraño y se celebraba en un idioma extranjero. Empecé a asistir a los
servicios ortodoxos con más frecuencia, aprendiendo gradualmente el idioma y
las costumbres, pero conservando todas mis ideas básicas guénonianas sobre
todas las tradiciones espirituales auténticas.
Sin embargo, con mi contacto con la ortodoxia y con los ortodoxos, una nueva
idea comenzó a cobrar conciencia: que la Verdad no era solo una idea abstracta,
buscada y conocida por la mente, sino algo personal —incluso una Persona—
buscada y amada por el corazón. Y así fue como conocí a Cristo.
Eugene fue recibido en la Iglesia Ortodoxa el Domingo del Hijo Pródigo, el 25
de febrero de 1962, en la Catedral Ortodoxa Rusa de la Madre de Dios, «Alegría
de Todos los que Sufren», en San Francisco. Al recibir los Santos Misterios por
primera vez, sintió un sabor celestial y divino en la boca que perduró durante
más de una semana. En San Francisco, Eugenio se convirtió en discípulo de uno
de los hombres más santos del siglo XX, el arzobispo John Maximovitch: un jerarca
conocido mundialmente como hacedor de milagros, anciano clarividente, asceta,
"loco por Cristo", padre de huérfanos y liberador de los oprimidos.
Con este hombre sobrenatural como guía, Eugenio se adentró en lo que más tarde
llamaría el indefinible "sabor" o "fragancia" de la
ortodoxia. Trascendió todo lo externo para llegar a la esencia y el corazón del
cristianismo puro y de otro mundo.
Al ver la grandeza potencial en el joven Eugenio, el arzobispo John se esforzó
especialmente por prepararlo para una vida de servicio en la Iglesia. Comenzó
una serie de clases de teología en San Francisco.
Al ver el potencial de grandeza en el joven Eugenio, el arzobispo John se
esforzó especialmente por prepararlo para una vida de servicio en la Iglesia.
Comenzó una serie de clases de teología en San Francisco, a las que Eugenio
asistía diligentemente. Eugenio se graduó de este curso con las mejores
calificaciones de su clase, a pesar de que todas las clases se impartían en
ruso y Eugenio era el único converso ortodoxo estadounidense de la clase.
Eugenio quería dedicar el resto de su vida a llevar la verdad de la Santa
Ortodoxia a sus contemporáneos. Junto con un joven ruso, Gleb Podmoshensky,
fundó una Hermandad misionera dedicada a uno de los primeros misioneros
ortodoxos que habían llegado de Rusia a América: el santo hacedor de milagros,
el Padre Herman de Alaska († 1836). En 1964, los hermanos abrieron una librería
ortodoxa en San Francisco y comenzaron a publicar una revista, The Orthodox
Word, imprimiendo cada número en una sencilla imprenta. Todas estas iniciativas
se iniciaron con la bendición y el aliento del arzobispo John Maximovitch. Tras
la muerte del arzobispo John en 1966, Eugene y Gleb comenzaron a buscar tierras
en la naturaleza del norte de California, donde pudieran continuar imprimiendo
La Palabra Ortodoxa y, al mismo tiempo, adentrarse en la experiencia de los
ascetas ortodoxos ("habitantes del desierto") a lo largo de los
siglos.
El arzobispo John también había bendecido este paso, pues poco antes de su
muerte le había dicho a Eugene que creía que los hermanos establecerían un
monasterio misionero en el norte de California.
En 1969, Eugene y Gleb se mudaron a una ladera aislada ("Noble
Ridge") cerca del pequeño pueblo de Platina, California, trayendo consigo
todo su equipo de impresión. Un año después, el patrón de la Hermandad, el
padre Herman de Alaska, fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa,
convirtiéndose así en el primer santo canonizado de Estados Unidos. Eugene y
Gleb ayudaron a preparar la canonización publicando material sobre la vida y
los milagros de San Herman, y escribiendo e imprimiendo el servicio religioso
en su honor. El 27 de octubre de 1970, los hermanos fueron tonsurados como
monjes por el Arzobispo Anthony Medvedev de América Occidental y San Francisco
(† 2000), de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero. En su tonsura, Eugenio
recibió el nombre del asceta ruso San Serafín de Sarov, Gleb recibió el nombre
de San Germán de Alaska, y el nuevo monasterio también recibió el nombre de San
Germán. El "anciano del manto" del Padre Serafín en su tonsura fue el
humilde Archimandrita Spyridon Efimov († 1984). El Padre Spyridon había sido
discípulo del Arzobispo John y, al igual que su maestro, había recibido el don
de la clarividencia de Dios. En los años siguientes, el Padre Spyridon visitó a
los monjes siempre que podía, brindándoles valiosos consejos espirituales y
ayudando a asentar el nuevo Monasterio de San Germán de Alaska sobre una base
espiritual sólida. Los Padres Serafín y Herman también buscaron la guía
espiritual del Obispo Nectario Kontzevitch de Seattle († 1983), discípulo del
Anciano Nectario del Monasterio de Optina en Rusia. Al Obispo Nectario le
encantaba visitar el nuevo monasterio en el norte de California, que le
recordaba a los monasterios forestales de la Santa Rusia. «En Platina»,
escribió en una carta, «reside el espíritu de Optina». Al mismo tiempo,
advirtió a los Padres Serafín y Herman que no cayeran en el orgullo. «No
piensen que todo lo que tienen es por su propio esfuerzo o mérito», les dijo.
«¡Es un don de Dios!».
En el seno de la naturaleza divina, el espíritu del Padre Serafín comenzó a
elevarse. Se construyó una pequeña cabaña en el bosque y allí se sumergió en la
oración y en los escritos inspirados por Dios de los Santos Padres. A través de
una gradual purificación interior, mediante la lucha ascética y la guerra
invisible, comenzó a adquirir la mente y el corazón, la forma de pensar y
sentir de estos antiguos maestros y visionarios. Aunque tenía un profundo
vínculo con la naturaleza y los animales, y apreciaba cada día que podía
permanecer en Noble Ridge, se sentía tan solo un peregrino en esta tierra y se
preparaba conscientemente para la vida en el más allá. Se presenciaron varios
casos milagrosos de cómo recibió guía y ayuda del otro mundo, especialmente de
su difunto padre espiritual, el arzobispo John. Desde su refugio en la montaña,
el Padre Seraphim produjo una avalancha de libros y revistas que sirvieron para
situar la sabiduría tradicional en un contexto moderno. Los escribió, tradujo,
compuso, imprimió y envió por todo el mundo, donde su pleno significado solo se
apreciaría después de su muerte. Sin descuidar ni un instante, se sintió
impulsado a poner la plenitud de la Verdad al alcance del hombre moderno,
desarraigado y fragmentado, antes de que fuera demasiado tarde. Previendo
tiempos apocalípticos, decía: "¡Es más tarde de lo que creen! Apresúrense,
pues, a hacer la obra de Dios".
El Padre Seraphim fue ordenado diácono el 2 de enero de 1977 y sacerdote el
Domingo de las Mujeres Miróforas, el 24 de abril de 1977. Ambas ordenaciones
fueron realizadas por el mencionado Obispo Nektario de Seattle.
A pesar del amor del Padre Seraphim por la soledad del desierto y su
disposición retraída y filosófica, sus últimos años transcurrieron en una
actividad pastoral cada vez mayor. Sus hijos espirituales lo amaban
profundamente por su sencilla sabiduría y su capacidad para comprender el
sufrimiento humano. Algunos se sorprendieron al descubrir que este hombre, tan
inflexible al escribir sobre los engaños espirituales que podían extraviar a la
gente, era al mismo tiempo tan compasivo al tratar con la persona individual,
caída. Una breve y repentina enfermedad se llevó al Padre Seraphim de esta
tierra el 2 de septiembre de 1982. Tenía tan solo cuarenta y ocho años. Sus
últimos días estuvieron llenos de intensa oración, mientras personas de todas
partes se reunían para acompañarlo en el hospital. Incapaz de hablar tras una
mascarilla, miró al cielo y oró con lágrimas mientras preparaba su alma para la
vida futura. En su ataúd, en la humilde iglesia del monasterio, el Padre El
rostro de Seraphim adquirió una expresión de tranquilidad sobrenatural,
testimonio de la paz que había encontrado con Dios. Estaba tan radiante
—literalmente dorado— que era difícil apartar a los niños de su ataúd. El
misterio de la muerte y la vida después de la muerte, sobre el que había
reflexionado durante la mayor parte de su vida intelectual, ya no era un
misterio para él. Empezaron a registrarse milagros de su ayuda desde el otro
mundo a sus hijos espirituales.
Durante la vida del Padre Seraphim, sus libros eran conocidos por un número
relativamente pequeño de personas en los países de habla inglesa. Sin embargo,
en las dos décadas posteriores a su muerte, sus escritos tuvieron un impacto
mundial. Traducidos a numerosos idiomas —ruso, griego, serbio, rumano, búlgaro,
georgiano, francés, letón, polaco, italiano y malabar (del sur de la India)—,
han transformado innumerables vidas con su conmovedora verdad. En Rusia,
durante la supresión comunista de la literatura espiritual, sus libros
"Ortodoxia y la religión del futuro" y "El alma después de la
muerte" se distribuyeron secretamente en forma de manuscritos
mecanografiados, llegando a ser conocidos por millones de personas. Con el cese
de la persecución religiosa, sus libros y artículos se han publicado masivamente
en Rusia y se han puesto a la venta en todas partes, incluso en las taquillas
del metro de Moscú. Cuando los cristianos ortodoxos estadounidenses visitan
iglesias y monasterios ortodoxos en Rusia, la primera pregunta que suelen
hacerles es: "¿Conocía al Padre Seraphim Rose?".
Además de los dos libros mencionados, las obras publicadas del Padre Seraphim
incluyen "La revelación de Dios al corazón humano"; "El reino
celestial"; "Génesis, la creación y el hombre primitivo";
"Nihilismo"; y "El lugar de san Agustín en la Iglesia
ortodoxa". Todos estos libros fueron publicados por la Hermandad de San
Herman tras el fallecimiento del Padre Seraphim, junto con su biografía de mil
páginas, "Padre Seraphim Rose: Su vida y obra". La Hermandad está
preparando la publicación de otros libros del Padre Seraphim, incluyendo sus
conferencias recopiladas y su tan esperado Curso de Supervivencia Ortodoxa. Hoy
en día, los cristianos ortodoxos de Rusia y otros países ortodoxos de Europa
del Este consideran a este estadounidense del sur de California, el Padre
Seraphim, como una figura clave para la restauración de los principios
espirituales tradicionales en sus devastadas patrias. Es una luz de esperanza
ante su futuro incierto. Es hora de que más compatriotas estadounidenses, que enfrentan
quizás una incertidumbre aún mayor, escuchen su mensaje y despierten a la
Verdad eterna por la que vivió y murió.
—Hieromonje Damasceno, Monasterio de San Herman de Alaska, Platina, California,
octubre de 2003
Para ver las bibliografías para cada idioma, ver el documento original
El alma después de la muerte. Un clásico moderno de la espiritualidad tradicional, leído por millones de personas en todo el mundo.
¿Qué le sucede al alma cuando abandona el cuerpo al morir? ¿Cuál es su estado
desde entonces hasta el Juicio Final? ¿Ofrecen los numerosos libros actuales
sobre la vida después de la muerte respuestas reales a estas preguntas, o son
solo indicios de una realidad que incluso quienes "regresan de entre los
muertos" a menudo malinterpretan?
Este libro presenta la enseñanza y la experiencia de 2000 años de antigüedad de
la Iglesia Ortodoxa Oriental sobre la realidad del más allá, en contraste con
las experiencias actuales "después de la muerte", por un lado, y con
la enseñanza y la experiencia del ocultismo milenario, por otro. Basándose en
el conocimiento divinamente revelado por santos y visionarios a lo largo de los
siglos, este libro aborda:
• Ángeles y demonios, y sus manifestaciones en este mundo
• El cielo y el infierno, su ubicación y realidad
• La naturaleza de las experiencias reales del otro mundo y cómo se diferencian
de las experiencias ocultas y psíquicas
• Los poderes aéreos con los que muchos entran en contacto
• El significado de las experiencias contemporáneas divulgadas por los Dres.
Kübler-Ross, Moody, Osis y Haroldsson, y otros investigadores
• El Libro Tibetano de los Muertos, los escritos de Emanuel Swedenborg, el
plano astral de la Teosofía y las experiencias extracorporales de Robert Monroe
El autor, el Padre Seraphim Rose (1934-1982), fue un monje ortodoxo
estadounidense de la antigua tradición que dedicó su vida a despertar al hombre
occidental moderno a las verdades espirituales olvidadas. Desde su remota
cabaña en las montañas del norte de California, produjo escritos que han tenido
un tremendo impacto internacional. Es uno de los escritores espirituales más
queridos y venerados de la Rusia actual.