Una vez San Serapión partió hacia la ciudad, siguiendo a poca distancia a varios de los hermanos del monasterio.
Mientras viajaban, un grupo de bandidos atacó a los monjes que caminaban frente a su abad y se llevaron muchas de las vasijas de la iglesia que llevaban.
Aterrados, los monjes corrieron hacia Serapión y le contaron lo que había sucedido.
"¡Grande es Dios!" dijo Serapión. "¡No permitiré que los incrédulos roben Sus cosas sagradas!"
Con el bastón en la mano, el anciano corrió solo en persecución de los ladrones. Cuando los ladrones se volvieron, vieron una llama terrible que brotaba del bastón del anciano y se asustaron mucho. Abandonaron el burro que llevaba sus despojos y echaron a correr.
En otra ocasión, Serapión salió repentinamente de su celda y gritó a los hermanos: “¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Los ladrones han atacado a los sirvientes cuando se dirigían al monasterio! "
Habiendo hecho este espantoso anuncio, regresó a su celda y comenzó a orar. Después de unas horas, los sirvientes angustiados llegaron al monasterio e informaron que los bandidos los habían atacado en el camino. Los sirvientes dijeron que, al huir de sus atacantes, habían abandonado las mulas que acarreaban la propiedad del monasterio. Poco tiempo después, las mulas llegaron al monasterio solas, llevando su carga como antes.
San Serapión finalmente abandonó su liderazgo del monasterio. Fue tonsurado con el gran esquema y se retiró a la reclusión. Poco después, Dios le reveló que su muerte estaba cerca, y pidió a los hermanos que lo enterraran debajo de las puertas de la iglesia, en una tumba que él mismo había preparado. Tenía la intención de que todos los que entraran allí caminaran sobre su tumba.
San Serapión reposó en el año 1774.
