"Te quitas los grilletes que te mantienen cautivo de la mente carnal, Sin retraimiento, Ana nadie ve a Dios".
Vivió durante la época del emperador Teófilo el Iconoclasta (829-842) y era hija de una familia adinerada y prominente. Ana poseía abundante belleza corporal, pero también dones espirituales, ya que se preocupaba por buscar el conocimiento del Señor. Ella heredó la gran fortuna familiar a la muerte de sus padres y distribuyó una parte de ella a los pobres.
Pero un malvado agareno se enamoró de esta hermosa doncella, viajó a Constantinopla y pidió su mano en matrimonio, obteniendo permiso para hacerlo del emperador Basilio I el Macedonio (867-886). Ana no deseaba casarse con él, por lo que él recurrió a las amenazas, y con lágrimas en los ojos, Ana oró a Dios para que la liberara de esta contrariedad. Y así fue, Dios respondió a sus oraciones y el agareno murió pronto.
Ana entró entonces en una iglesia dedicada a la Santísima Madre de Dios, donde se dedicó a la más estricta disciplina ascética y a la oración, convirtiéndose en mera carne y huesos. Así, después de cincuenta años de trabajo y después de una breve enfermedad, entregó su alma bendita a Dios. Sus honorables reliquias, enterradas en una parcela familiar, cuando se descubrieron, se encontraron incorruptas. Exudaban una fragancia divina y obraron muchos y variados milagros.
Fuentes consultadas: saint.gr, johnsanidopoulos.com