Versos:
"Ni de una roca, ni las partes obstaculizadas, Ves ahora a Moisés, pero ves a Dios en su totalidad".
Su nombré brilló como una nueva estrella ardiente en el firmamento y retumbó en el mundo antiguo como un rayo brillante de apabullante resplandor: Moisés.
La vida extraordinaria de este hombre santo tan reverenciado –uno de los más grandes profetas que aparecieron antes de la llegada de Cristo - se inició alrededor del 1500 Antes de Nuestra Era, en los tiempos en que el pueblo Hebreo sufría la angustia de la esclavitud a manos del Faraón egipcio.
Moisés nació de un hombre de la Tribu de Leví, Amram, y de su
esposa Jochabel, quien ya había sido bendecida con un hijo (Aarón) y una hija
(Miriam). "Ni de una roca, ni las partes obstaculizadas, Ves ahora a Moisés, pero ves a Dios en su totalidad".
Su nombré brilló como una nueva estrella ardiente en el firmamento y retumbó en el mundo antiguo como un rayo brillante de apabullante resplandor: Moisés.
La vida extraordinaria de este hombre santo tan reverenciado –uno de los más grandes profetas que aparecieron antes de la llegada de Cristo - se inició alrededor del 1500 Antes de Nuestra Era, en los tiempos en que el pueblo Hebreo sufría la angustia de la esclavitud a manos del Faraón egipcio.
Como todas las cosas que sucedieron en su vida, los acontecimientos
que rodearon el nacimiento de Moisés fueron simplemente espectaculares. Apareció
en escena en momentos en que los hijos recién nacidos de los Hebreos estaban
siendo asesinados sistemáticamente por los egipcios. Difícilmente él hubiera
podido sobrevivido a la muerte luego de recibir una media docena de golpes,
primero en su niñez, y luego como joven bajo el yugo de la esclavitud en
Egipto.
Pueblo hebreo en esclavitud en Egipto, ante una de las plagas |
La historia dramática del nacimiento de Moisés es bastante conocida
pero es digna de ser contada nuevamente. Muy poco después de su nacimiento, su
aterrorizada madre se dio cuenta de que la campaña brutal de exterminio del
Faraón egipcio de ahogar a los recién nacidos en el río Nilo, no tardaría en
terminar rápidamente con la vida de su hijo. En su desesperación por salvarlo
ideó un plan. Dirigiéndose río abajo construyó una pequeña cesta con ramas
sellándola con una resina pegajosa para que no se hunda en el agua. Una vez
terminada la construcción de la frágil embarcación para el infante la lanzó a
las aguas orando por la seguridad del niño. Mientras tanto, la querida hermana
del bebé, Miriam, observaba todo desde un lugar secreto con la esperanza de ver
cual sería el resultado de esa acción.
¿Cómo un niño desvalido podría
sobrevivir a semejante jornada en el poderoso Río Nilo? Esa pregunta solo tiene
una respuesta: la Providencia –la cual aseguró que la hija del Faraón,
acompañada por sus sirvientas, estuviera tomando un baño en el río en el
momento preciso en que la cesta llegó flotando. Sorprendida por la belleza del
niño y llena de compasión, la princesa egipcia se llevó al infante a su casa.
Miriam, quien observaba cuidadosamente desde el lugar en que se había ocultado,
comprendió exactamente lo sucedido con su pequeño hermano.
Moisés, siendo puesto por su madre en el río Nilo |
Una vez con el bebé
y en la seguridad de su casa, la Princesa comenzó a buscar entre sus sirvientas
egipcias alguien que pudiera amamantar a la criatura. De acuerdo al gran
historiador judío, Josefo, ese plan falló puesto que el bebé se negó a aceptar
la leche de cada una de las mujeres egipcias que intentaron amamantarlo. Sin
importar la cantidad de intentos realizados, el inquieto niño se rehusó en todo
momento a ser alimentado por un seno extranjero.
Ante esta situación la
Princesa le ordenó a Miriam (quien se había introducido en el Palacio para
observar cómo era tratado su hermano luego de su escape milagroso): “Anda y
trae una mujer hebrea.” Miriam no dudó… y fue rápidamente a casa en busca de su
mamá para realizar esta tarea salvadora. La princesa se sintió profundamente
aliviada cuando apareció la mujer hebrea, Jochabel, a la cual confió al niño en
sus brazos, mientras le daba una orden inolvidable: “Toma a este niño y
aliméntalo por mí, por lo cual te recompensaré.”
Así comenzó la vida de uno de
los más grandes profetas del mundo, quien fue recibió el nombre de Moisés por
parte de la Princesa egipcia (“Moisés” significa “Salvado de las aguas.”) En las décadas posteriores, este pastor, desconocido e hijo de esclavos, se convertiría en una de las principales figuras del Antiguo Testamento, luego de guiar a los israelitas de la esclavitud a la libertad en su propia tierra restaurada. El también formaría parte de uno de los más grandes eventos en la larga historia entre Dios y el hombre: la promulgación de los Diez Mandamientos inscritos en las tablas de piedra, que le fueron entregadas por el mismo Dios en el Monte Sinaí.
Moisés, recibiendo los Mandamientos en el Monte Sinaí |
El destino de Moisés pudo ser observado
claramente algunos años después, durante un incidente en el cual el padre de la
Princesa –el mismo Faraón egipcio- colocó sobre la cabeza del muchacho una
corona de oro que tenía la figura de un ídolo, la cual el joven… ante su mirada
horrorizada, pisoteó violentamente. Los sacerdotes del Faraón, horrorizados por
el incidente, lo urgieron a eliminar al muchacho mientras le advertían que su
comportamiento les traía a la memoria una antigua profecía egipcia sobre un líder
Israelita que algún día enviaría plagas terribles sobre el pueblo Egipcio.
¿Era esa una amenaza real? Para probar la
inteligencia del muchacho, los consejeros del Faraón lo engañaron con el fin de
que se tragara unos carbones encendidos. Este incidente, que lo dejó con un
defecto permanente en el habla, fue uno de los tantos abusos que tuvo que
soportar de manos de sus enemigos. Sin embargo al joven no le habría de ser
negado su destino.
Educado por los
profesores más sabios de Egipto muy pronto los comenzó a superar en
conocimientos. Posteriormente, luego de haberse hecho famoso por guiar a los
egipcios a la victoria contra los enemigos Etíopes, presenció los golpes
propinados a un esclavo Hebreo a manos de su patrón. Moisés mató rápidamente al
abusador y lo enterró en la arena. Pero cuando la noticia de su rebeldía llegó
a los oídos del Faraón, Moisés se vio obligado a huir del país. Por semanas huyó
de sus perseguidores como una sombra solitaria.
Moisés, descalzándose, ante la zarza ardiente, a menudo comparada con la Madre de Dios |
Finalmente, luego de muchos problemas, llegó al lejano Midián, en donde se instaló con la esperanza de llevar una vida tranquila y bucólica.
Pero Moisés nunca podría tolerar el maltrato de aquellos que estaban alrededor suyo. Pronto se vio envuelto en un conflicto por defender a la hija de Jetro, el sacerdote local, de algunos pastores abusivos en el pozo de agua.
Movido por la valentía del joven, Jetro permitió que despose a su hija Séfora, la cual eventualmente alumbró a dos hijos: Guersom y Eliezer. Moisés estableció su vida como la de un pastor común, sin embargo muy pronto el destino lo llamaría nuevamente. Un día mientras deambulaba por el agreste y montañoso paisaje, se sorprendió al ver explotar en llamas un gran arbusto. Con la mirada fija, Moisés vio como las llamas subían al cielo pero sin consumir las ramas de las cuales se alimentaba el fuego.
Imagínense su sorpresa cuando
una voz tronó procedente de la zarza ardiente:
¡Moisés, Moisés!
¡Aquí estoy!
Le
dijo: «No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en
que estás es tierra sagrada.» Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.»
Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios. Dijo Yahveh: «Bien vista tengo la aflicción
de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos.
He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra
a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de
los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas
y de los jebuseos. Así pues, el clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y
he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora, pues, ve; yo te envío a
Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.» (Exodo 3, 4-10).
Estupefacto y casi paralizado por el temor,
balbuceó Moisés: “¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar de Egipto a los
israelitas?»” (Exodo 3, 11) Pero el Señor había hablado; la suerte estaba
echada. No pasó mucho tiempo antes de que Moisés se encontrara frente al
sorprendido Faraón, junto a su hermano Aarón, y le dijera al gobernante: “deja
ir a mi gente.”
Lo que siguió, por
supuesto, fue un momento crucial en la vida de los Israelitas. Ante la negativa
del Faraón, Aarón arrojó al suelo el cayado que llevaba, el mismo que se
convirtió en una serpiente. Pero los egipcios permanecieron impávidos… hasta
que Moisés les advirtió que su nación experimentaría una serie de plagas
horrorosas si es que no liberaba a los esclavos. Y esas plagas serían más
aterradoras de lo que cualquier mente humana pudiera imaginar. Cuando el Faraón
se mostró impertérrito las plagas se iniciaron con una transformación
dramática… ¡los ríos de Egipto se hicieron de sangre, en vez de agua!
En una
rápida sucesión empezaron a ocurrir, una tras otra, diferentes plagas. En
primer lugar cayó del cielo una multitud de ranas haciendo la vida muy difícil
a los habitantes a causa de sus fétidos olores. Estas dañinas criaturas fueron
seguidas por piojos y luego por pulgas, a la cual prosiguió una epidemia que
afectó a los animales de granja, cuyos cuerpos se veían por doquier. Pronto los
territorios Egipcios se vieron cubiertos por los cuerpos descompuestos de las
ovejas, el ganado y los caballos. Lo que siguió fueron erupciones purulentas en
los hombres y el ganado; luego vino una fuerte granizada y una nube de
langostas, que bajaron del cielo devorando todas las plantas vivientes. La
tierra quedó destruida y las cosechas completamente aniquiladas. Finalmente
descendió una gran oscuridad sobre el reino del Faraón.
Cuando estas nueve plagas fallaron en
conmover al Faraón, el Señor envió un terrible castigo: el Angel de la Muerte
visitó cada una de las casas con el fin de tomar para sí a cada primogénito.
Sin embargo Dios salvó a los hijos de los Hebreos, a quienes se les advirtió de
pintar sus puertas con sangre de corderos de modo que el Angel los identifique
como Judíos y evite sus hijos. (Hasta la actualidad los Judíos celebran la
“Pascua” como una de sus festividades más importantes. En esta fiesta ellos se
alimentan de cordero, en memoria de la sangre del cordero que utilizaron para
proteger a sus hijos, asegurando que el Angel pueda “Pasar” delante de sus
casas durante su vuelo de muerte.)
Finalmente, y destrozados por el dolor luego
de la muerte de tantos inocentes, los Egipcios le dijeron a Moisés que se lleve
muy lejos a los Hebreos y los guíe hacia su “Tierra Prometida.” Sin embargo no
tardó mucho tiempo antes que el Faraón cambiase de parecer lamentando su
decisión de haberlos dejarlos ir. Enfurecido nuevamente, envió sus tropas a
perseguir a Moisés y a su gente, quienes habían sido guiados por Dios, bajo la
forma de un pilar de nube en durante el día y como un pilar de fuego durante la
noche, a través del desierto.
Cuando las tropas del Faraón alcanzaron al
Profeta con sus 600 mil Israelíes, el combate se hizo inminente. Pero en el
último momento, Dios dividió las aguas del Mar Rojo permitiendo escapar a los
Hebreos… mientras los furiosos Egipcios, obsesionados en el empeño de su
persecución, se ahogaron -hasta el último de sus hombres- cuando las aguas, al
volver a su lugar, cayeron sobre sus cabezas en formas de olas
gigantescas.
Después de este milagro
extraordinario Moisés llevó a su pueblo a los pies del Monte Sinaí en donde
Dios le había hablado y luego le entregó los Diez Mandamientos. La historia de
este acontecimiento crucial para la humanidad ha sido capturada finamente, en
todo su dramatismo y fascinación, en el libro del Exodo.
“Y
Moisés dejó a su gente a los pies del monte para poder encontrarse con
Dios. El Monte Sinaí estaba cubierto de humo, porque el SEÑOR había descendido
como fuego. El humo ascendía como el fuego de un horno y hacía retumbar toda la
montaña. Cuando el sonido de la trompeta sonó largamente y se hizo cada vez más
fuerte, habló Moisés y Dios le respondió hablándole. Entonces el SEÑOR bajó
hasta el Monte Sinaí, en la cima de la montaña. Y el SEÑOR llamó a Moisés a la
cima de la montaña y Moisés subió.” (Exodo 19, 17-20)
En ese momento el Señor le entregó al
profeta los Diez Mandamientos así como instrucciones precisas de cómo construir
un lugar apropiado para la adoración, llamado el “Tabernáculo.” Además instruyó
al Profeta sobre sacrificios, alimentos que tomar y la manera de vivir de
acuerdo a su Ley.
Entonces Moisés guió a su gente a través del desierto entre
Egipto e Israel durante 40 largos y difíciles años. Irónicamente Moisés nunca
vio la Tierra Prometida – habiendo fallecido en sus fronteras, en el Reino de
Moab, el mismo que se encuentra localizado en la actualidad en el país de
Jordania.
De acuerdo a la tradición, Moisés escribió los cinco primeros libros
de la Biblia: Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Luego de la
muerte de este extraordinario líder espiritual, la gente a la cual él había
guiado hacia la libertad, experimentó un profundo dolor. Rasgando sus
vestiduras y derramando cenizas sobre sus cabezas, lloraron por 30 días en
memoria de una de las más grandes figuras del Antiguo Testamento. Reverenciado a través del mundo por más de
dos milenios, Moisés ha llegado a ser una poderosa figura paterna y un símbolo
brillante de la obediencia a Dios Todopoderoso. Su extraordinaria vida nos
ofrece el fascinante ejemplo de que cuando los seres humanos escuchan
cuidadosamente a su Dios, supremamente amoroso, pueden suceder cosas
maravillosas. Los obstáculos que Moisés y su gente enfrentaron parecían
insuperables por momentos, pero ellos nunca dejaron de creer en que su Padre
amoroso los llevaría a casa, hacia El, de una manera segura.
Ἀπολυτίκιον (Κατέβασμα) Ἦχος γ’. Θείας πίστεως.
Γνόφον ἄυλον, τεθεαμένος, νόμον ἔνθεον, πλαξὶν ἐδέξω, ὡς θεάμων μυστηρίων τοῦ Πνεύματος καὶ καταπλήξας τὴν Αἴγυπτον θαύμασι, δημαγωγὸς Ἰσραὴλ ἐχρημάτισας. Μωυσῆ ἔνδοξε, Χριστὸν τὸν Θεὸν ἱκέτευε, δωρήσασθαι ἠμιν τὸ μέγα ἔλεος.
Έτερον Ἀπολυτίκιον Ἦχος β’.
Τοῦ Προφήτου σου Μωϋσέως τὴν μνήμην, Κύριε, ἑορτάζοντες, δι᾽αὐτοῦ σε δυσωποῦμεν· Σῶσον τὰς ψυχὰς ἡμῶν.
Otro apolitiquio tono 2º
Al celebrar la Memoria de tus
Profetas, Moisés y Aarón, Te imploramos Oh Dios, por su intercesión, que salves
nuestras almas.
Condaquio tono 4º
Con los santos y justos, Moisés y Aarón, el día de hoy se regocija el coro de los Profetas, al ver que su profecía se ha cumplido en medio de nosotros. Por tu Cruz, Oh Cristo Dios nuestro, nos has redimido brillando a la vista de todos cumpliendo lo que se había anunciado desde los tiempos antiguos. Por su intercesión ten misericordia de todos nosotros.
Fuentes consultadas: saint.gr, apostoliki-diakonia.gr,
Sinaxario de los doce meses del año de de San Nicodemo el Athonita,
diakonima.gr, synaxarion.gr, "Gran Sinaxario de la Iglesia Ortodoxa"
Ed. Synaxaristis.