martes, 7 de mayo de 2024

Conmemoración de la Aparición del Signo de la Cruz sobre Jerusalén (351 d.C.)

Versos:
"La cruz plantada en el suelo, santificó la tierra en días antiguos, y ahora que ha aparecido, santifica también los cielos".
En el séptimo el sello de la cruz se extendió en los cielos.


Sería recordado, y recordado para siempre, como el día en que el cielo sobre la Ciudad Santa de Jerusalén estalló repentinamente en fuego.
En esa temprana mañana del año 351 de Nuestro Señor, las lenguas de fuego rugían, blancas e incandescentes, pero al mismo tiempo ardientes, a lo largo del horizonte mientras formaban una gigantesca cruz ardiente.
Estupefactos ante el milagro, los aterrorizados residentes de la ciudad cayeron sobre sus rodillas e imploraron a Dios para que los librase de la aniquilación. Sin  embargo un hombre, el anciano Cirilo, Patriarca de  Jerusalén, quien había estado rezando por un signo proveniente del Todopoderoso, presenciaba la espectacular  aparición con el corazón lleno de alegría.
 







 
 
Para el fiel Cirilo (315-386 d.C.), quien había pasado  la mayor parte de su vida adulta luchando contra varias  peligrosas herejías que habían amenazado la pureza  teológica de la Santa Iglesia, la repentina aparición de la  cruz ardiente era un signo seguro de que Dios estaba  sosteniendo firmemente al Patriarca en su ardiente batalla  contra la falsa doctrina conocida como el “Arrianismo”.
Basados en la afirmación de que Cristo no había  estado presente como parte de Dios a lo largo de toda la  eternidad, sino que simplemente había hecho Su aparición  en un momento particular de la historia, el Arrianismo  representaba una amenaza letal a la fe ortodoxa de la Santa  Iglesia. El peligro, por supuesto, era que el mundo llegara a  ver al Santo Redentor como un simple mortal –sin ninguna  diferencia con otros profetas como Moisés o Elías– en vez  de reconocerlo a El como parte de la Santa Trinidad , y por lo  tanto como Dios encarnado.*
 
 







 
 
En su gran sabiduría, el valiente Patriarca entendió  la gravedad de la amenaza del Arrianismo. Y a pesar de  ello, esta doctrina totalmente falsa, parecía ganar fuerzas  conforme pasaban las horas. En ese mismo instante obispos  enfurecidos, a lo largo de Tierra Santa, estaban  demandando al acorralado Cirilo a que aceptase el credo  Arriano o a que renunciase de su posición como el guía más influyente de toda la Cristiandad.
Hombre humilde y de hablar suave, Cirilo había  nacido en el año 315 siendo educado por piadosos  Cristianos e instruído profundamente en las Sagradas  Escrituras. Antes de haber sido elegido para suceder al  Arzobispo Máximos como Patriarca de Jerusalén, luego de  su muerte el año 350, Cirilo era un Cristiano firmemente  comprometido que había servido a Dios como monje, como  sacerdote y como presbítero. 
 
 



San Cirilo, Patriarca de Jerusalén


 
 
 
Durante el primer año de su  consagración como Patriarca -con la llegada al trono del  Emperador Romano Constancio (351-363)- las crecientes  luchas contra el Arrianismo amenazarían el futuro de la  Iglesia. 
Constancio era un apasionado adherente de la doctrina herética del Arrianismo y apoyó decididamente a  los obispos infieles que estaban difundiendo esta falsa  enseñanza a lo largo del imperio.
Lo que Cirilo necesitaba desesperadamente en esta hora era un signo de Dios –un milagro que fuese evidente a  todos y que subrayara la autoridad del Patriarca de  Jerusalén en este momento de discusiones teológicas de crucial importancia.
 
 
  






 
 
Si solamente se le pudiera mostrar a la gente el verdadero camino de Dios... la Iglesia se salvaría  de este terrible error.
Aunque él era un gran líder en la Santa Iglesia del  Siglo Cuarto, Cirilo también era un humilde monje quien  amaba muchísimo el deambular en completa soledad por  los vastos desiertos de la antigua Palestina, en los cuales el  podría alabar a Dios al mismo tiempo que realizaba actos  ascéticos de abnegación para la alegría de su corazón.  Posiblemente por ello Dios respondió en aquella mañana  inolvidable, a la ferviente oración del santo que clamaba  por un “signo”, haciendo que –repentinamente- ardieran en  llamas brillantes los cielos sobre Jerusalén.  

La maravillosa revelación comenzó de manera  silenciosa. Luego de haber sufrido otra noche sin dormir, el  atribulado Patriarca se había despertado cerca al amanecer  con el fin de reanudar sus incesantes oraciones al  Todopoderoso. 
 





 
 
 
Arrodillado nerviosamente en su habitación de la  residencia Patriarcal, en esa mañana del 7 de Mayo del 351,  el inquieto Patriarca se estaba recordando a sí mismo que  ese día era la Fiesta de Pentecostés –la celebración santa  que conmemora la aparición del Espíritu Santo a los Doce  Apóstoles. (Ese bendito acontecimiento tuvo lugar en  Jerusalén luego de la muerte y resurrección de Jesucristo.)
Tal como se lee en la liturgia de Pentecostés, y se  reza a Dios por ayuda en los problemas teológicos que se  avecinaban, el Patriarca abrió repentinamente sus ojos en  toda su amplitud. ¿Se lo estaba imaginando... o la habitación en la cual estaba rezando -de alguna manera- se  había hecho más brillante?  
Se dirigió apresuradamente hacia la ventana y  emitió un grito maravillado. Los cielos sobre la ciudad  aparentaban estar inundados por una luz ardiente. No sólo  ello –la luminosidad que iluminaba el horizonte, y que era  más brillante que el sol, había formado una imagen  claramente discernible: Una Cruz. 






 
 
Tal como miles de  residentes lo confirmarían posteriormente, el gran símbolo  Cristiano se extendería desde el Monte de los Olivos hasta  el Gólgota, el escenario de la muerte por Crucifixión de Cristo en una distancia de varios miles.  
Tal como muchos han señalado a lo largo de las  generaciones la asombrosa aparición duró una semana  entera durante la cual muchos paganos y seguidores del  Arrianismo se vieron inspirados a aceptar el Santo  Evangelio de Jesucristo y la verdadera fe ortodoxa que el  Santo Redentor había traído a la humanidad tres siglos antes.
No había ningún error en el hecho de que las  oraciones del Patriarca habían sido respondidas. De una vez  por todas, era evidente para los habitantes de la Ciudad  Santa que Dios Todopoderoso había favorecido a San  Cirilo en la gran lucha contra la herejía Arriana y que su autoridad, como líder de la Cristiandad, no debería de ser desafiada.   
 



Santa Elena, madre de Constantino el Grande,
halladora de la Venerada Cruz


 
 
Inmensamente agradecido y alegre por esta  intervención milagrosa, el Patriarca San Cirilo se sentó casi  inmediatamente y comenzó a escribir una carta que vendría  a ser un arma clave en la batalla contra el Arrianismo.  Conocida como la Carta al Emperador Constancio, este  documento describe el milagro de la aparición con vívidos  detalles, al mismo tiempo que deja en claro que este milagro es un signo de Dios de que la falsa doctrina del Arrianismo no debía ser abrazada por la Santa Iglesia.  
Al final, la herejía Arriana sería vencida completamente y arrojada hacia el olvido de la historia. 
Por su parte San Cirilo continuaría sirviendo a la Santa Iglesia con gran distinción hasta el momento de morir a la edad de  71 años (mientras aún se desempeñaba como Patriarca de  Jerusalén) en el año 386.
Para generaciones de Cristianos la  Aparición de la Santa Cruz en Jerusalén aún se categoriza  como el más grande –y el más espectacular– milagro en el  diálogo eterno entre la humanidad y el Dios Todopoderoso.  

A través del milagro de la cruz ardiente la verdadera fe en Jesucristo fue protegida... para siempre.
 







 
NOTA:

* Así como algunos niegan la naturaleza divina de Cristo, (Arrio, Testigos de Jehová y otros), también hay otros que niegan Su  naturaleza humana. Los Monofisistas solo aceptan la naturaleza divina, por lo que son llamados "monofisistas" (mono=una, fisi=naturaleza). Tales monofisistas hoy son los coptos de Egipto y los armenios. 


Apolitiquio tono 1º  

La imagen de Tu Cruz brilló esta vez más fuerte que el sol,  cuando la mostraste desde el Monte de los Olivos hasta el  calvario; y haciendo evidente Tu poder, del cual te es  propio, Oh Salvador; también fortaleciste a los fieles.  Consérvanos siempre en paz y sálvanos por la intercesión  de la Theotokos, Oh Cristo Dios nuestro. 

Condaquio tono 4º 

Haciendo que sus rayos brillen sobre los cielos, la Cruz sin  mancha amaneció sobre la tierra, brillando con gran  esplendor; pues ella había abierto el Cielo, el cual había  sido cerrado desde antiguo. Asegurados por la brillantez de  su acción divina nos sentimos guiados con toda seguridad  hacia siempre perpetua resplandescencia. En las batallas la  poseemos como un arma verdadera de paz y como un  trofeo invencible. 





Fuente: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr *apostoliki-diakonia.gr *megalipanagiathivon.gr

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