Versos:
"La cruz plantada en el suelo, santificó la tierra en días antiguos, y ahora que ha aparecido, santifica también los cielos".
En el séptimo el sello de la cruz se extendió en los cielos.
Sería recordado, y recordado para siempre, como el día en que el cielo sobre la Ciudad Santa de Jerusalén estalló repentinamente en fuego.
En esa temprana mañana del año 351 de Nuestro Señor, las lenguas de fuego rugían, blancas e incandescentes, pero al mismo tiempo ardientes, a lo largo del horizonte mientras formaban una gigantesca cruz ardiente.
Estupefactos ante el milagro, los aterrorizados residentes de la ciudad cayeron sobre sus rodillas e imploraron a Dios para que los librase de la aniquilación. Sin embargo un hombre, el anciano Cirilo, Patriarca de Jerusalén, quien había estado rezando por un signo proveniente del Todopoderoso, presenciaba la espectacular aparición con el corazón lleno de alegría.
"La cruz plantada en el suelo, santificó la tierra en días antiguos, y ahora que ha aparecido, santifica también los cielos".
En el séptimo el sello de la cruz se extendió en los cielos.
Sería recordado, y recordado para siempre, como el día en que el cielo sobre la Ciudad Santa de Jerusalén estalló repentinamente en fuego.
En esa temprana mañana del año 351 de Nuestro Señor, las lenguas de fuego rugían, blancas e incandescentes, pero al mismo tiempo ardientes, a lo largo del horizonte mientras formaban una gigantesca cruz ardiente.
Estupefactos ante el milagro, los aterrorizados residentes de la ciudad cayeron sobre sus rodillas e imploraron a Dios para que los librase de la aniquilación. Sin embargo un hombre, el anciano Cirilo, Patriarca de Jerusalén, quien había estado rezando por un signo proveniente del Todopoderoso, presenciaba la espectacular aparición con el corazón lleno de alegría.
Para el fiel Cirilo (315-386 d.C.), quien había pasado la mayor parte de su vida adulta luchando contra varias peligrosas herejías que habían amenazado la pureza teológica de la Santa Iglesia, la repentina aparición de la cruz ardiente era un signo seguro de que Dios estaba sosteniendo firmemente al Patriarca en su ardiente batalla contra la falsa doctrina conocida como el “Arrianismo”.
Basados en la afirmación de que Cristo no había estado presente como parte de Dios a lo largo de toda la eternidad, sino que simplemente había hecho Su aparición en un momento particular de la historia, el Arrianismo representaba una amenaza letal a la fe ortodoxa de la Santa Iglesia. El peligro, por supuesto, era que el mundo llegara a ver al Santo Redentor como un simple mortal –sin ninguna diferencia con otros profetas como Moisés o Elías– en vez de reconocerlo a El como parte de la Santa Trinidad , y por lo tanto como Dios encarnado.*
Basados en la afirmación de que Cristo no había estado presente como parte de Dios a lo largo de toda la eternidad, sino que simplemente había hecho Su aparición en un momento particular de la historia, el Arrianismo representaba una amenaza letal a la fe ortodoxa de la Santa Iglesia. El peligro, por supuesto, era que el mundo llegara a ver al Santo Redentor como un simple mortal –sin ninguna diferencia con otros profetas como Moisés o Elías– en vez de reconocerlo a El como parte de la Santa Trinidad , y por lo tanto como Dios encarnado.*
En su gran sabiduría, el valiente Patriarca
entendió la gravedad de la amenaza del
Arrianismo. Y a pesar de ello, esta
doctrina totalmente falsa, parecía ganar fuerzas conforme pasaban las horas. En ese mismo
instante obispos enfurecidos, a lo largo
de Tierra Santa, estaban demandando al
acorralado Cirilo a que aceptase el credo
Arriano o a que renunciase de su posición como el guía más influyente de toda la Cristiandad.
Hombre humilde y de hablar suave, Cirilo había nacido en el año 315 siendo educado por piadosos Cristianos e instruído profundamente en las Sagradas Escrituras. Antes de haber sido elegido para suceder al Arzobispo Máximos como Patriarca de Jerusalén, luego de su muerte el año 350, Cirilo era un Cristiano firmemente comprometido que había servido a Dios como monje, como sacerdote y como presbítero.
Hombre humilde y de hablar suave, Cirilo había nacido en el año 315 siendo educado por piadosos Cristianos e instruído profundamente en las Sagradas Escrituras. Antes de haber sido elegido para suceder al Arzobispo Máximos como Patriarca de Jerusalén, luego de su muerte el año 350, Cirilo era un Cristiano firmemente comprometido que había servido a Dios como monje, como sacerdote y como presbítero.
Durante el primer año de su
consagración como Patriarca -con la llegada al trono del Emperador Romano Constancio (351-363)- las
crecientes luchas contra el Arrianismo
amenazarían el futuro de la Iglesia.
Constancio era un apasionado adherente de la doctrina herética del Arrianismo y apoyó decididamente a los obispos infieles que estaban difundiendo esta falsa enseñanza a lo largo del imperio.
Lo que Cirilo necesitaba desesperadamente en esta hora era un signo de Dios –un milagro que fuese evidente a todos y que subrayara la autoridad del Patriarca de Jerusalén en este momento de discusiones teológicas de crucial importancia.
Constancio era un apasionado adherente de la doctrina herética del Arrianismo y apoyó decididamente a los obispos infieles que estaban difundiendo esta falsa enseñanza a lo largo del imperio.
Lo que Cirilo necesitaba desesperadamente en esta hora era un signo de Dios –un milagro que fuese evidente a todos y que subrayara la autoridad del Patriarca de Jerusalén en este momento de discusiones teológicas de crucial importancia.
Si solamente se le pudiera mostrar a la gente el verdadero camino de Dios... la Iglesia
se salvaría de este terrible error.
Aunque él era un gran líder en la Santa Iglesia del Siglo Cuarto, Cirilo también era un humilde monje quien amaba muchísimo el deambular en completa soledad por los vastos desiertos de la antigua Palestina, en los cuales el podría alabar a Dios al mismo tiempo que realizaba actos ascéticos de abnegación para la alegría de su corazón. Posiblemente por ello Dios respondió en aquella mañana inolvidable, a la ferviente oración del santo que clamaba por un “signo”, haciendo que –repentinamente- ardieran en llamas brillantes los cielos sobre Jerusalén.
La maravillosa revelación comenzó de manera silenciosa. Luego de haber sufrido otra noche sin dormir, el atribulado Patriarca se había despertado cerca al amanecer con el fin de reanudar sus incesantes oraciones al Todopoderoso.
Arrodillado nerviosamente en su habitación de
la residencia Patriarcal, en esa mañana
del 7 de Mayo del 351, el inquieto
Patriarca se estaba recordando a sí mismo que
ese día era la Fiesta de Pentecostés –la celebración santa que conmemora la aparición del Espíritu Santo
a los Doce Apóstoles. (Ese bendito
acontecimiento tuvo lugar en Jerusalén
luego de la muerte y resurrección de Jesucristo.)
Tal como se lee en la liturgia de Pentecostés, y se reza a Dios por ayuda en los problemas teológicos que se avecinaban, el Patriarca abrió repentinamente sus ojos en toda su amplitud. ¿Se lo estaba imaginando... o la habitación en la cual estaba rezando -de alguna manera- se había hecho más brillante?
Se dirigió apresuradamente hacia la ventana y emitió un grito maravillado. Los cielos sobre la ciudad aparentaban estar inundados por una luz ardiente. No sólo ello –la luminosidad que iluminaba el horizonte, y que era más brillante que el sol, había formado una imagen claramente discernible: Una Cruz. Tal como miles de residentes lo
confirmarían posteriormente, el gran símbolo
Cristiano se extendería desde el Monte de los Olivos hasta el Gólgota, el escenario de la muerte por
Crucifixión de Cristo en una distancia
de varios miles.
Tal como muchos han
señalado a lo largo de las generaciones
la asombrosa aparición duró una semana
entera durante la cual muchos paganos y seguidores del Arrianismo se vieron inspirados a aceptar el
Santo Evangelio de Jesucristo y la
verdadera fe ortodoxa que el Santo
Redentor había traído a la humanidad tres siglos antes.
No había ningún error en el hecho de que las oraciones del Patriarca habían sido respondidas. De una vez por todas, era evidente para los habitantes de la Ciudad Santa que Dios Todopoderoso había favorecido a San Cirilo en la gran lucha contra la herejía Arriana y que su autoridad, como líder de la Cristiandad, no debería de ser desafiada.
No había ningún error en el hecho de que las oraciones del Patriarca habían sido respondidas. De una vez por todas, era evidente para los habitantes de la Ciudad Santa que Dios Todopoderoso había favorecido a San Cirilo en la gran lucha contra la herejía Arriana y que su autoridad, como líder de la Cristiandad, no debería de ser desafiada.
Inmensamente agradecido y alegre por esta intervención milagrosa, el Patriarca San
Cirilo se sentó casi inmediatamente y
comenzó a escribir una carta que vendría
a ser un arma clave en la batalla contra el Arrianismo. Conocida como la Carta al Emperador
Constancio, este documento describe
el milagro de la aparición con vívidos detalles,
al mismo tiempo que deja en claro que este milagro es un signo de Dios de que la falsa
doctrina del Arrianismo no debía ser
abrazada por la Santa Iglesia.
Al final,
la herejía Arriana sería vencida completamente
y arrojada hacia el olvido de la historia.
Por su parte San Cirilo continuaría sirviendo a la Santa Iglesia con gran distinción hasta el momento de morir a la edad de 71 años (mientras aún se desempeñaba como Patriarca de Jerusalén) en el año 386.
Para generaciones de Cristianos la Aparición de la Santa Cruz en Jerusalén aún se categoriza como el más grande –y el más espectacular– milagro en el diálogo eterno entre la humanidad y el Dios Todopoderoso.
Para generaciones de Cristianos la Aparición de la Santa Cruz en Jerusalén aún se categoriza como el más grande –y el más espectacular– milagro en el diálogo eterno entre la humanidad y el Dios Todopoderoso.
A través del milagro de la cruz ardiente la verdadera fe en Jesucristo fue protegida... para siempre.
NOTA:
* Así como algunos niegan la naturaleza divina de Cristo, (Arrio, Testigos de Jehová y otros), también hay otros que niegan Su naturaleza humana. Los Monofisistas solo aceptan la naturaleza divina, por lo que son llamados "monofisistas" (mono=una, fisi=naturaleza). Tales monofisistas hoy son los coptos de Egipto y los armenios.
* Así como algunos niegan la naturaleza divina de Cristo, (Arrio, Testigos de Jehová y otros), también hay otros que niegan Su naturaleza humana. Los Monofisistas solo aceptan la naturaleza divina, por lo que son llamados "monofisistas" (mono=una, fisi=naturaleza). Tales monofisistas hoy son los coptos de Egipto y los armenios.
Apolitiquio tono 1º
La imagen de Tu Cruz brilló esta vez más fuerte que el sol, cuando la mostraste desde el Monte de los Olivos hasta el calvario; y haciendo evidente Tu poder, del cual te es propio, Oh Salvador; también fortaleciste a los fieles. Consérvanos siempre en paz y sálvanos por la intercesión de la Theotokos, Oh Cristo Dios nuestro.
Haciendo que sus rayos brillen sobre
los cielos, la Cruz sin mancha amaneció
sobre la tierra, brillando con gran esplendor;
pues ella había abierto el Cielo, el cual había
sido cerrado desde antiguo. Asegurados por la brillantez de su acción divina nos sentimos guiados con
toda seguridad hacia siempre perpetua
resplandescencia. En las batallas la poseemos
como un arma verdadera de paz y como un trofeo
invencible.
Fuente: *Texto publicado con autorización y
bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri
Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr *apostoliki-diakonia.gr *megalipanagiathivon.gr