El había soñado durante 15 años con la llegada de este
momento. Y ahora estaba sucediendo. Sus manos temblaban mientras las estiraba
para abrazar la Santa Cruz de Jesucristo –la grandiosa Cruz que él ahora
ayudaba a levantar sobre la gran ciudad de Jerusalén.
Sucedió el 14 de Setiembre del 629 de Nuestro Señor, cuando el Patriarca de Jerusalén, San Zacarías, presidió una de las más dramáticas y gozosas celebraciones en la historia de la Santa Iglesia.
En ese día histórico, la Cruz que había sido capturada por las fuerzas armadas invasoras de los Persas en el año 614 y llevada a Persia, había sido elevada una vez más en el lugar que le correspondía: encima de la Ciudad Santa. Para el Santo Patriarca de la Iglesia en Jerusalén, este momento bendito era la culminación de toda una vida enseñando y defendiendo el Santo Evangelio del Hijo de Dios. ¿Habría de sorprender a alguno que sus manos temblaran incontrolablemente mientras tocaban la áspera superficie de madera de la preciosa reliquia… mientras recordaba los terribles sufrimientos que él y miles de otros Cristianos habían soportado bajo las manos del despiadado Emperador Persa Chozroes?
Sucedió el 14 de Setiembre del 629 de Nuestro Señor, cuando el Patriarca de Jerusalén, San Zacarías, presidió una de las más dramáticas y gozosas celebraciones en la historia de la Santa Iglesia.
En ese día histórico, la Cruz que había sido capturada por las fuerzas armadas invasoras de los Persas en el año 614 y llevada a Persia, había sido elevada una vez más en el lugar que le correspondía: encima de la Ciudad Santa. Para el Santo Patriarca de la Iglesia en Jerusalén, este momento bendito era la culminación de toda una vida enseñando y defendiendo el Santo Evangelio del Hijo de Dios. ¿Habría de sorprender a alguno que sus manos temblaran incontrolablemente mientras tocaban la áspera superficie de madera de la preciosa reliquia… mientras recordaba los terribles sufrimientos que él y miles de otros Cristianos habían soportado bajo las manos del despiadado Emperador Persa Chozroes?
Cada vez que el gran Patriarca trataba de cuantificar el costo de la
invasión Persa sobre Jerusalén el año 614, se daba por vencido. Nadie sabía el
número exacto, por supuesto, pero era innegable que por lo menos 90.000 cristianos
habían sido vendidos como esclavos cuando cayó la ciudad –y la gran mayoría de
ellos habían trabajado hasta morir o asesinados abiertamente durante los años terribles
que siguieron a la victoria de los Persas. Como la mayoría de sus compañeros
Cristianos el gran Patriarca de Jerusalén había huido del cautiverio en Persia
tan pronto como las últimas defensas de la ciudad fueron derrocadas y sus
abarrotadas calles caían bajo las llamas.
Desde ese momento en adelante la vida de este anciano había estado llena de humillaciones, mientras esperaba que el arrogante Chozroes lo decapitara inmediatamente o le permitiera vivir en vergüenza como prisionero de guerra.
Desde ese momento en adelante la vida de este anciano había estado llena de humillaciones, mientras esperaba que el arrogante Chozroes lo decapitara inmediatamente o le permitiera vivir en vergüenza como prisionero de guerra.
Cuando llegaron finalmente las noticias –de
que no sería asesinado- el ex Santo padre de Jerusalén se sintió decepcionado.
¿Cómo podría soportar esa vida grotesca como un inútil vasallo de un rey fanfarrón?
Cada día era una agonía, una agonía que probablemente nunca terminaría,
mientras que el Patriarca rezaba a cada instante para que el Señor Dios de los
Cielos lo lleve a casa. Por alguna razón insondable el Señor Dios del Cielo
quería que el anciano permanezca vivo.
¿Quién podría tener la esperanza de entender la manera en que trabaja la Providencia? Moviendo su cabeza llena de pelo entrecano y gimoteando hasta las lágrimas, el Patriarca cautivo soportó lo mejor que pudo. Mientras tanto, en la atiborrada capital de Bizancio, Constantinopla, otro Emperador estaba reclamando su momento. Lentamente, con infinita paciencia, el cada vez más poderoso Heraclio (610-641) estaba construyendo un poderoso ejército que algún día sería suficientemente fuerte para enfrentar a las fuerzas Persas de Chozroes.
Arrodillado sobre el piso de la celda en la que se encontraba prisionero, el apesadumbrado Patriarca rezaba y rezaba. Las lágrimas caían con interminable lentitud y el afligido San Zacarías no sabía cómo arreglárselas para continuar respirando. Pero de alguna manera lo consiguió y luego de una década de inexorable encierro, el Padre de la Santa Iglesia, comenzó a sentir movimientos esperanzadores.
¿Quién podría tener la esperanza de entender la manera en que trabaja la Providencia? Moviendo su cabeza llena de pelo entrecano y gimoteando hasta las lágrimas, el Patriarca cautivo soportó lo mejor que pudo. Mientras tanto, en la atiborrada capital de Bizancio, Constantinopla, otro Emperador estaba reclamando su momento. Lentamente, con infinita paciencia, el cada vez más poderoso Heraclio (610-641) estaba construyendo un poderoso ejército que algún día sería suficientemente fuerte para enfrentar a las fuerzas Persas de Chozroes.
Arrodillado sobre el piso de la celda en la que se encontraba prisionero, el apesadumbrado Patriarca rezaba y rezaba. Las lágrimas caían con interminable lentitud y el afligido San Zacarías no sabía cómo arreglárselas para continuar respirando. Pero de alguna manera lo consiguió y luego de una década de inexorable encierro, el Padre de la Santa Iglesia, comenzó a sentir movimientos esperanzadores.
Alrededor suyo
los esclavos que habían sido capturados en Jerusalén susurraban, más y más, un nombre:
Heraclio. ¿Podría ser esto cierto?
Sí. El Emperador Bizantino estaba ganando - a cada momento- más reclutas para su ejército. Y ahora ellos se encontraban avanzando desde el Oeste, imponiendo rangos de soldados de a pie y arqueros y caballería que cubrían todo el horizonte, como una fuerza imparable… y el anciano empezó a creer a sus oídos, en el día gozoso en que él y sus compañeros de prisión escuchen de sus captores: Prepárense para partir. Serán liberados en algunos días y podrán iniciar su camino de regreso a su hogar. Luego de una década y media el terrible sufrimiento estaba a punto de terminar.
Sí. El Emperador Bizantino estaba ganando - a cada momento- más reclutas para su ejército. Y ahora ellos se encontraban avanzando desde el Oeste, imponiendo rangos de soldados de a pie y arqueros y caballería que cubrían todo el horizonte, como una fuerza imparable… y el anciano empezó a creer a sus oídos, en el día gozoso en que él y sus compañeros de prisión escuchen de sus captores: Prepárense para partir. Serán liberados en algunos días y podrán iniciar su camino de regreso a su hogar. Luego de una década y media el terrible sufrimiento estaba a punto de terminar.
San
Zacarías iba a regresar a Jerusalén. Para el Patriarca, quien había sucedido al
Santo Isaccius (601-609) como Padre Espiritual de Jerusalén en el año 609, el
regreso a la Ciudad Santa sería el acontecimiento más gozoso y triunfal de su
vida. Gracias a la valentía y a la fuerza del gobernador de Bizancio, el Patriarca
había sido liberado de la dominación paralizante de Chozroes. Y la mejor parte
de todo esto era, con toda seguridad, el hecho de que el Emperador triunfante
llevaría sobre sus hombros –mientras entraba a Jerusalén a la cabeza de un
desfile victorioso– la Cruz del Señor que finalmente había sido recuperada de
los Persas vencidos.
De pie, por encima de la vasta multitud de creyentes en el Santo Evangelio, el fatigado Patriarca agradeció a Señor Dios por ese momento.
De pie, por encima de la vasta multitud de creyentes en el Santo Evangelio, el fatigado Patriarca agradeció a Señor Dios por ese momento.
Estaba completamente desgastado por sus luchas, y no viviría más de un año
luego de ese día glorioso, pero todo había valido la pena. Jerusalén había sido
salvada y la Cruz había regresado a la Ciudad Santa. Recordando los pacientes
sufrimientos de Zacarías, uno de los grandes historiadores de la Iglesia lo
recordaría para siempre al escribir: “La historia siempre recordará a Zacarías,
el Patriarca prisionero, el héroe campeón de Tierra Santa, con gran admiración
y respeto por haberse negado a separarse de la Cruz más venerable.” La vida del
patriarca Zacarías nos enseña grandemente acerca del valor que se encuentra en
el sufrimiento paciente y sin quejas por Cristo Jesús. San Zacarías, el Santo
Patriarca, nunca olvidó la promesa de Cristo a todos aquellos que sufren y que
son perseguidos en Su nombre: “Aquellos que perseveren hasta el fin serán salvados.”
Teofilo III, actual patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén, "Patriarca de la Ciudad Santa de Jerusalén y toda Palestina, Siria, más allá del río Jordán, Caná de Galilea y la Santa Sión." |
Apolitiquio tono 4º
Para tú rebaño te han sido reveladas la verdad de las cosas como regla de fe, icono de mansedumbre y maestro de templanza; por ello alcanzaste las alturas a través de la humildad; la riqueza a través de la pobreza. Oh Padre y Jerarca Zacarías, intercede ante Cristo para se salven nuestras almas.
Para tú rebaño te han sido reveladas la verdad de las cosas como regla de fe, icono de mansedumbre y maestro de templanza; por ello alcanzaste las alturas a través de la humildad; la riqueza a través de la pobreza. Oh Padre y Jerarca Zacarías, intercede ante Cristo para se salven nuestras almas.
Condaquio tono 2º
Oh trueno divino, trompeta espiritual, cultivador de la fe y destructor de las herejías, en quien la Trinidad se complace. Oh gran Jerarca Zacarías, ya que estás parado frente a Dios, con los Angeles, reza sin cesar por todos nosotros.
Oh trueno divino, trompeta espiritual, cultivador de la fe y destructor de las herejías, en quien la Trinidad se complace. Oh gran Jerarca Zacarías, ya que estás parado frente a Dios, con los Angeles, reza sin cesar por todos nosotros.
Fuentes consultadas: *Texto publicado con
autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria,
Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr