La
tierra estaba seca y los cultivos estaban muriendo por doquier. Día tras día y
semana tras semana, el cielo quemante no permitía que cayesen las lluvias.
Finalmente, la gente de Gaza envió una delegación al Obispo Cristiano local, un anciano de barbas blancas llamado Porfirio.
“Padre Santo”, le rogaron con palabras como
las siguientes: “Tú eres nuestra única esperanza. Hemos ofrecido muchos
sacrificios a los ídolos, hemos hecho todo lo que nuestros sacerdotes nos han
pedido.Finalmente, la gente de Gaza envió una delegación al Obispo Cristiano local, un anciano de barbas blancas llamado Porfirio.
Y a pesar de ello no llueve.Tu nueva religión nos parece extraña y sabemos muy poco acerca de tu venerado profeta, el Gran Mesías al que llamas Cristo. Pero ahora estamos desesperados, y sin tu ayuda moriremos con toda seguridad.”
El
venerable obispo –el pastor que cuidaba de su pequeño rebaño de Cristianos en
esta región de Gaza de Palestina– escuchó cuidadosamente sus demandas. Luego cerró los ojos y rezó por algunos instantes. Y cuando los abrió, flameaban
resueltos. Rápidamente, el santo varón les explicó a los atribulados granjeros
de Gaza que ellos necesitarían hacer tres cosas con la finalidad de obtener las
lluvias que podrían salvarlos.
Primero… deberían ayunar por un día y
una noche; durante ese período no debían acercar a sus labios la más mínima
pizca de alimento.
Segundo… al finalizar el ayuno deberían reunirse con
el obispo en una vigilia de oración durante toda la noche, a lo largo de la
cual pedirían perdón por sus pecados y venerarían a Jesucristo, el Hijo de
Dios.
Tercero… Inmediatamente terminada la vigilia deberían realizar una
procesión solemne alrededor de toda la ciudad. Durante esta marcha se
les requería alabar sin cesar a Dios, al tiempo que pedirían por la lluvia
en el nombre de Su Amado y Único Hijo.
Después de que el obispo esbozó estos requerimientos, los desesperados ciudadanos de Gaza discutieron brevemente entre ellos. Después
de todo ellos eran paganos, adoraban ídolos de oro, plata y bronce. Venerar
un dios extranjero se les hacía intragable a ellos. ¿Pero qué otra alternativa
tenían? Sus propios ídolos les habían fallado y no les quedaba otra.
Entonces le dijeron al adusto obispo: “Haremos exactamente como
nos lo has indicado.”Lo que sucedió a continuación fue una admirable expresión
de fe, seuida de un milagro. Era el año 398 d.C., según varios historiadores de ese período,
y la región de Gaza de Palestina contaba con sólo algunos cientos de cristianos.
Ciertamente, sólo algunos años antes, cuando el humilde y
trabajador Porfirio había sido
consagrado Obispo de Gaza por el gran Metropolitano Juan de la cercana Cesárea, el nuevo obispo había encontrado solamente tres iglesias Cristianas
operando a lo largo de toda la región, mientras que el país se encontraba inundado
de paganos quienes rezaban diariamente a una amplia variedad de ídolos.
Sin
embargo, a pesar de lo limitado de sus miembros, los Cristianos de Gaza eran
conocidos por su valiente determinación con la que ellos se aferraban a su fe. Y
ahora, se encontraban todos ellos en esta amarga ardiente mañana de verano
–habiendo ayunado y permanecido en vigilia toda la noche– y ocupados en una asombrosa
procesión alrededor de toda la ciudad. ¿Podría existir algo más sorprendente
para los residentes de Gaza que observar esta inmensa multitud de Cristianos y
paganos tomar parte en un desfile de oración dedicado al Santo Evangelio de
Jesucristo?
Dirigidos por el anciano obispo, la inmensa muchedumbre de
suplicantes se movía lentamente a lo largo de las arenas ardientes. Rezando y
cantando, y haciendo frecuentemente la señal de la cruz, se encaminaron bajo
el blanco ojo ardiente del despiadado sol.
Y entonces ellos lo escucharon. Al
principio ligeramente… un retumbar lejano… apenas discernible. Luego más
fuerte. Y más fuerte. Más cercano. Un sonido muy rápido y luego un
estallido profundo –como un gran choque entre barriles de cobre vacíos. Y luego
un choque que remeció la tierra y los hizo saltar de miedo. Había sido un
trueno. Observaron completamente sorprendidos cómo el cielo se había
oscurecido. Llegaron nubes negras arrastradas por el viento pululante. Y en
pocos instantes, comenzó un gran diluvio. Muy pronto la tierra seca se encontraba
inundada por la lluvia fría y renovadora. Se habían salvado. Y ahora las voces
de los paganos se elevaron por encima del aire barrido por la lluvia, voces que
proferían una y otra vez: “¡Cristo es verdaderamente el Único Dios Verdadero!.”
Al final, según los registros de la Iglesia de ese tiempo, no menos de 237
hombres paganos y 35 mujeres solicitaron ser bautizados bajo el Santo Evangelio
de Jesucristo, el Hijo de Dios. Para el Obispo de Gaza, San Porfirio, la
llegada de la lluvia fue posiblemente el momento más maravilloso que conoció durante una larga vida dedicada a la propagación del Evangelio del Hijo de
Dios. Hijo de unos padres ricos y aristócratas de la provincia Romana de
Tesalónica (hoy en día parte de la Grecia moderna,) el gran pastor de la fe
dejó su hogar a la edad de los doce años con la finalidad de perseguir su sueño
de llegar a ser un místico del desierto. Aunque hubiera sido rico de por vida
él no tenía ningún interés en el dinero –y cuando posteriormente heredó 4.000 monedas
de oro de sus padres fallecidos, inmediatamente las entregó para ayudar a los
pobres. Muy pronto se encontró deambulando por los desiertos de Egipto, como un
monje que había estudiado lo esencial de la vida ascética bajo la guía de un
santo padre y querido amigo llamado Marcos.
Luego de cinco años de ardoroso
deambular y de vida abnegada, llegaría a la Ciudad Santa de Jerusalén en donde
-una vez más- se probaría a sí mismo... esta vez viviendo sólo durante cinco años
en una cueva cerca del Río Jordán en donde llevó una existencia de abstinencia
absoluta... vivida hasta el límite.
Sin embargo su régimen auto impuesto de
casi inanición, produciría que su salud se resquebrajase y terminase luchando
contra una enfermedad que dejó completamente paralizadas sus piernas. Incapaz de
caminar, se arrastró hasta los servicios religiosos sobre sus rodillas, y le
pidió a Dios que lo liberase de esta aflicción –pero sólo si esa era Su voluntad: "Hágase Tu voluntad..." Sorprendentemente, mientras dormía, experimentó
una visión en la cual el Señor se le apareció e inmediatamente sanó sus piernas
dolientes. Cuando se despertó, la enfermedad lo había abandonado. Este era el
luchador pero resuelto monje, quien entonces sería nombrado, alrededor del año
395 d.C., como Obispo de Gaza en Palestina, y que lucharía por más de veinticinco
años contra los estragos de los paganos hostiles, quienes superaban ampliamente
en número a su pequeña pero creciente Iglesia.
Gran luchador por el Santo Evangelio,
Porfirio no se detendría ante nada con tal de proteger a la Santa Iglesia. En
una ocasión realizó todo el trayecto hasta Constantinopla con el fin de solicitar
ayuda del gran emperador Bizantino, Arcadio, en su lucha contra los infieles. Al
final, con el apoyo incondicional del Emperador, los templos idolátricos de los
paganos fueron cerrados y el Obispo de Gaza pudo construir (con la generosa
ayuda de la Emperatriz Eudocia) una majestuosa iglesia que tenía 30 columnas de brillante mármol.
Finalmente, el Obispo Porfirio murió en el año 421 d.C., pero tras haber vivido lo suficiente como
para ver que toda la región de Gaza se hubiese convertido al Evangelio de
Jesucristo. La vida de San Porfirio, el Obispo de Gaza, nos ofrece una visión
apelante de lo que significa ser un siervo diligente de Dios. A pesar de los
inmensos obstáculos, y mientras las situaciones de lucha se presentaban frecuentemente
con la apariencia de ser completamente desesperanzadoras, este alegre guerrero
mantuvo viva su fe y nunca dejó de inspirar a los otros a hacer lo mismo.
Ἀπολυτίκιον Ἦχος δ’. Ὁ ὑψωθεῖς ἐν τῷ Σταυρῳ.
Πορφυραυγέσιν ἀρετῶν λαμπηδόσι, καταλαμπρύνας σεαυτὸν Ἱεράρχα, καθάπερ φῶς ἐξέλαμψας Πορφύριε σοφέ, λόγοις γὰρ καὶ θαύμασιν, ἀληθῶς διαπρέψας, πάσιν ἐβεβαίωσας, εὐσέβειας τὴν χάριν καὶ νῦν Χριστῷ ἀΰλως λειτουργῶν, ὑπὲρ τοῦ κόσμου, μὴ παύση δεόμενος.
Ἀπολυτίκιον Ἦχος δ’.
Κανόνα πίστεως, καὶ εἰκόνα πραότητος, ἐγκρατείας διδάσκαλον, ἀνέδειξε σε τῇ ποίμνῃ σου, ἡ τῶν πραγμάτων ἀλήθεια· διὰ τοῦτο ἐκτήσω τῇ ταπεινώσει τὰ ὑψηλά, τῇ πτωχείᾳ τὰ πλούσια. Πάτερ Ἱεράρχα Πορφύριε, πρέσβευε Χριστῷ τῷ θεῷ, σωθῆναι τὰς ψυχὰς ἡμῶν.
Apolιtiquio tono 4º
Para tu rebaño te han sido reveladas la verdad de las cosas como regla de fe, icono de mansedumbre y maestro de templanza; por ello alcanzaste las alturas a través de la humildad; la riqueza a través de la pobreza. Oh Padre Porfirio, intercede ante Cristo para se salven nuestras almas.
Para tu rebaño te han sido reveladas la verdad de las cosas como regla de fe, icono de mansedumbre y maestro de templanza; por ello alcanzaste las alturas a través de la humildad; la riqueza a través de la pobreza. Oh Padre Porfirio, intercede ante Cristo para se salven nuestras almas.
Κοντάκιον Ἦχος β’. Τοῖς τῶν αἱμάτων σου.
Ἱερωτάτοις σου τρόποις κοσμούμενος, ἱερωσύνης στολῇ κατηγλάϊσαι, παμμάκαρ θεόφρον Πορφύριε, καί ἰαμάτων ἐμπρέπεις δυνάμεσι, πρεσβεύων ἀπαύστως ὑπέρ πάντων ἡμῶν.
Condaquio tono 2º
Ordenado con la vida más sagrada, fuiste adornado con las vestiduras del sacerdocio, Oh bienaventurado y piadoso Porfirio; sobresaliste por tus milagros de curación, intercediendo constantemente por todos nosotros.
Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr