Gran Mártir Santa Fotiní (del gr. "Φωτεινή"), la Samaritana, y los que estaban con ella: sus hermanas Fotida (del gr. "Φωτίς", [Fotís]), Fota ("Φωτώ", [Fotó]), Paraskeva ("Παρασκευή", [Parakeví]), Anatolia ("Ανατολή", [Anatolí]) y Kiriakí ("Κυριακή"), y sus dos hijos: Fotinós ("Φωτεινός") y Josías ("Ιωσής", [Iosís]).
Su fe en Jesucristo era tan fuerte que no esperó a ser convocada por Nerón para ser castigada por predicar el Santo Evangelio del Señor. En vez de eso, ella lo buscó.
Y cuando el infame tirano romano (54-68 d.C.) la miró ferozmente y pidió saber por qué ella y varios de sus acompañantes habían pedido reunirse con él, ella respondió sin ninguna duda: “Hemos venido a enseñarte a creer en Cristo.”
El sorprendido emperador, famoso por su odio hacia los cristianos y su prontitud en
asesinarlos ante la más mínima provocación, difícilmente podía creer lo que sus
oídos habían escuchado.
Sorprendido se inclinó hacia adelante en su trono y la ordenó que se identificase a sí misma y a las cinco mujeres y dos jóvenes
que la habían acompañado a esa entrevista. Sin ningún tipo de objeción, le proporcionó
los nombres de sus cinco hermanas y los de sus dos hijos – quienes como devotos cristianos, no tenían ningún temor del martirio.
Cada vez más agitado, Nerón esperó a que ella finalizase sus presentaciones. Ahora la miraba más ferozmente mientras su cabeza redonda se iba poniendo púrpura –lo cual no era un buen signo. “¿Y todos ustedes están de acuerdo en morir por… ese Nazareno?” Ella sonrió.
Su nombre era Fotiní y había llegado a Roma a través de Cartago en el norte de Africa, donde ella y su familia y amigos habían estado predicando el Santo Evangelio de Jesucristo.
Ciertamente Fotiní había sido arrastrada hacia Roma por los soldados de Nerón luego de que la hubieron observado hablar a multitudes de personas embelesadas por su relato del Milagro de los Panes y los Peces, la Última Cena y las Tres Cruces que habían estado juntas en la cima del monte Calvario en Palestina.
Cada vez más agitado, Nerón esperó a que ella finalizase sus presentaciones. Ahora la miraba más ferozmente mientras su cabeza redonda se iba poniendo púrpura –lo cual no era un buen signo. “¿Y todos ustedes están de acuerdo en morir por… ese Nazareno?” Ella sonrió.
Su nombre era Fotiní y había llegado a Roma a través de Cartago en el norte de Africa, donde ella y su familia y amigos habían estado predicando el Santo Evangelio de Jesucristo.
Ciertamente Fotiní había sido arrastrada hacia Roma por los soldados de Nerón luego de que la hubieron observado hablar a multitudes de personas embelesadas por su relato del Milagro de los Panes y los Peces, la Última Cena y las Tres Cruces que habían estado juntas en la cima del monte Calvario en Palestina.
“Les he hecho una pregunta. ¿Están preparados para morir por el Nazareno?”
Santa Fotiní, también conocida por generaciones de cristianos como la “Mujer
Samaritana” que se encontró con Jesús en el Pozo de Jacob y que se convirtió a
Su Santo Evangelio en ese instante, miró directamente a los ojos del hombre más
poderoso en la tierra.
“Sí, por Su amor nos alegramos y en Su nombre moriremos alegremente.” Nerón había escuchado suficiente. Girando en su silla recubierta de joyas llamó a los guardias del palacio, e inmediatamente les ordenó que golpeasen con varas de hierro las manos de los prisioneros. Así lo hicieron durante más de una hora, pero se mostraron sorprendidos cuando sus prisioneros, a pesar de ello, parecían no sentir dolor. Tampoco sus manos mostraban signos de lesión alguna. Y cuando se le preguntó a Fotiní que por qué no gritaba en agonía, ella habló con una voz que tenía un dejo de gozo, mientras citaba un salmo bastante conocido del David: “Dios es mi ayuda. No importa lo que cualquiera me haga. Yo no temeré.”
Nerón agitó su cabeza sorprendido. Luego decidió emplear otra táctica. Depués de arrojar a sus hijos en una celda ordenó que Fotiní y sus cinco hermanas fuesen llevadas hacia un inmenso y brillante salón de recepciones. Muy pronto cada una de ellas estaba sentada en un trono de oro frente a una mesa llena de las más bellas telas, joyas y monedas de oro. Si la tortura no funcionaba, ¿porqué no tentar a esas tontas mujeres cristianas a que renuncien a su fe por causa de joyas relucientes y vestidos opulentos?
“Sí, por Su amor nos alegramos y en Su nombre moriremos alegremente.” Nerón había escuchado suficiente. Girando en su silla recubierta de joyas llamó a los guardias del palacio, e inmediatamente les ordenó que golpeasen con varas de hierro las manos de los prisioneros. Así lo hicieron durante más de una hora, pero se mostraron sorprendidos cuando sus prisioneros, a pesar de ello, parecían no sentir dolor. Tampoco sus manos mostraban signos de lesión alguna. Y cuando se le preguntó a Fotiní que por qué no gritaba en agonía, ella habló con una voz que tenía un dejo de gozo, mientras citaba un salmo bastante conocido del David: “Dios es mi ayuda. No importa lo que cualquiera me haga. Yo no temeré.”
Nerón agitó su cabeza sorprendido. Luego decidió emplear otra táctica. Depués de arrojar a sus hijos en una celda ordenó que Fotiní y sus cinco hermanas fuesen llevadas hacia un inmenso y brillante salón de recepciones. Muy pronto cada una de ellas estaba sentada en un trono de oro frente a una mesa llena de las más bellas telas, joyas y monedas de oro. Si la tortura no funcionaba, ¿porqué no tentar a esas tontas mujeres cristianas a que renuncien a su fe por causa de joyas relucientes y vestidos opulentos?
Decidido en su
plan, Nerón también envió a la cámara dorada a su propia
hija Domnina y a sus niñas esclavas, en donde ellas intentarían persuadir a las
cautivas a renunciar a su fe y a negar a su Dios. Pero el pérfido plan de Nerón
le salió al revés. Luego de recibir amablemente a la princesa, la Santa Mujer Samaritana
le comenzó a hablar de las maravillas del Santo Evangelio y los milagros del
Hijo de Dios. Y en pocas horas Domnina y sus cientos de niñas esclavas se
habían convertido y bautizado.
Llamada ahora “Anthousa”, la hija de Nerón les indicó a sus siervos que vendiesen todas sus joyas y adornos y que las ganancias les sean entregadas a los pobres. Nerón estaba casi al borde la locura cuando ordenó que Fotiní y sus acompañantes fuesen arrojadas dentro de un horno ardiente y que después de siete días ellas emergieran de entre las llamas sin que uno sólo de sus cabellos hubiera sido siquiera chamuscado.
Cuando anunció que les haría beber veneno ella se adelantó solicitando ser la primera víctima: “Oh Rey yo beberé primero la poción para que tú puedas ver el poder de mi Dios y mi Cristo.”
Llamada ahora “Anthousa”, la hija de Nerón les indicó a sus siervos que vendiesen todas sus joyas y adornos y que las ganancias les sean entregadas a los pobres. Nerón estaba casi al borde la locura cuando ordenó que Fotiní y sus acompañantes fuesen arrojadas dentro de un horno ardiente y que después de siete días ellas emergieran de entre las llamas sin que uno sólo de sus cabellos hubiera sido siquiera chamuscado.
Cuando anunció que les haría beber veneno ella se adelantó solicitando ser la primera víctima: “Oh Rey yo beberé primero la poción para que tú puedas ver el poder de mi Dios y mi Cristo.”
Cuando la poción falló en su intento de dañarlos, el iracundo tirano hizo
que los decapitaran a todos –con la excepción de Santa Fotiní quien, en primer
lugar, fue arrojada dentro de un pozo seco y luego abandonada a perecer en una
celda en prisión. Allí, luego de una visión en la cual, según se dice se le
apareció Jesús Cristo e hizo sobre ella tres veces el signo de la Cruz, entregó su
espíritu y se dirigió a recibir su recompensa celestial. Conocida por los cristianos por cerca de veinte siglos como la “Mujer del Pozo”, Santa Fotiní había admitido haber llevado una vida pecadora en Palestina hasta su encuentro
con el Mesías en el Pozo de Jacob. Esta historia está descrita con gran
elocuencia y belleza por el Evangelista San Juan:
"Llega una mujer de Samaria
a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido
a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los
judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: «Si conocieras el
don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías
pedido a él, y él te habría dado agua viva.»
Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le respondió: «Todo el que beba
de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no
tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente
de agua que brota para vida eterna.» Le dice la mujer: «Señor, dame de ese agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.» El le
dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» Respondió la mujer: «No tengo
marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido
cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la
verdad.» Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta».” (Juan 4, 7-19)
El encuentro en el Pozo de Jacob le cambió la visión de la realidad en un instante a la Mártir Fotiní. Bautizada en Pentecostés viajó a lo largo del Medio Oriente en la búsqueda de conversos y no dudó en incluir a sus amadas hermanas y sus dos hijos en sus tareas por Dios y Su Santa Iglesia.
El encuentro en el Pozo de Jacob le cambió la visión de la realidad en un instante a la Mártir Fotiní. Bautizada en Pentecostés viajó a lo largo del Medio Oriente en la búsqueda de conversos y no dudó en incluir a sus amadas hermanas y sus dos hijos en sus tareas por Dios y Su Santa Iglesia.
La vida de la Gran Mártir Santa Fotiní nos enseña una maravillosa lección acerca de la infinita misericordia de Dios. A pesar de que ella se encontraba luchando con su propio pecado en el momento en que se aproximó al Pozo de Jacob, Dios le envió su gracia –con una conversión instantánea– que la transformó en una mujer amorosa y de gran fe. Qué inspirador y reconfortante es saber que Él tiene el mismo amor ardiente por cada uno de nosotros.
Ἀπολυτίκιον Ἦχος α’. Τῆς ἐρήμου πολίτης.
Τὴν πηγὴν δεξαμενὴ τῆς σοφίας καὶ χάριτος, ἐκ χειλέων Κυρίου Φωτεινὴ Ἰσαπόστολε, νομίμως ἠγωνίσω πανοικεῖ, καὶ νέμεις φωτισμὸν παρὰ Θεοῦ, τοὶς προστρέχουσι τὴ σκέπη σου τὴ σεπτή, καὶ εὐλαβῶς βοώσί σου. Δόξα τῷ δεδωκότι σοι ἰσχύν, δόξα τῷ σὲ στεφανώσαντι, δόξα τῷ χορηγούντι διὰ σοῦ, χάριν ἠμὶν καὶ ἔλεος.
Apolitiquio tono 1º. Ciudadano del desierto.
Les
diste de beber a todos, iluminada por el Espíritu Santo, un ardiente deseo por
las aguas de Cristo Salvador, quien se te había aparecido. Fuiste refrescada en
esas corrientes de salvación, de las cuales repartiste abundantemente a aquellos
que se encontraban sedientos. Oh gran Mártir y verdadera par de los Apóstoles, Fotiní, ruega a Cristo Dios que derrame su misericordia sobre nosotros.
Κοντάκιον Ἦχος πλ. δ΄.
Πίστει
ἐλθοῦσα ἐν τῷ φρέατι, ἡ Σαμαρεῖτις ἐθεάσατο, τὸ τῆς σοφίας ὕδωρ σε, ᾧ
ποτισθεῖσα δαψιλῆς, Βασιλείαν τὴν ἄνωθεν ἐκληρώσατο, αἰωνίως ἡ ἀοίδιμος.
Condaquio tono 3º
Fotiní la gloriosa, la corona y la gloria de los Mártires, que este día has ascendido a las brillantes mansiones del Cielo, y que has llamado a todos para que le canten oraciones, para que ellos sean recompensados con su gracia santificante. Permítenos a todos los que con fe.