sábado, 21 de septiembre de 2024

El Profeta Jonás

Versos:
"Huiste lejos del rostro del Dios de antaño, ahora, Jonás, su rostro, lo estás viendo".

Jonás, uno de los más grandes profetas, luchó fuertemente para obedecer al Señor. Su historia, la de haber sido tragado por un “monstruo marino” y luego vomitado sin daño alguno, resume perfectamente su tarea sagrada de predicar el arrepentimiento a los 120.000 ciudadanos de Nínive (El Libro de Jonás, Capítulo 1).
Prefigura los “tres días y tres noches” que el Hijo del Hombre pasó en la oscuridad del Infierno antes de ascender en Gloria para reunirse con el Padre. 
Jonás fue el hijo de Amittay –de la tribu de Zabulón (Jueces 1, 30; Génesis 49, 13)- y vivió 800 años antes del nacimiento de Cristo. Como nativo de la ciudad Palestina de Gat de Jéfer (2 Reyes 14, 25), ubicada no muy lejos de su contemporánea Ramallah, Jonás fue instruido por Dios para trasladarse a Nínive, la gran ciudad Asiria (alrededor del año 820 a.C.), y predicar allí el arrepentimiento a sus habitantes pecadores, quienes habían olvidado la correcta adoración a Dios, transitando por las sendas de la oscuridad.
Pero Jonás (cuyo nombre significa “Paloma”, posiblemente para significar su papel como mensajero) desobedeció por lo menos una vez. 
 
 







 
 
El, que esperaba secretamente que los Asirios no se arrepintiesen (y por lo tanto fuesen perdonados), se dirigió rápidamente hacia Joppa para abordar una embarcación que partía hacia Tarshish. Su travesía se vio interrumpida muy prontamente a causa de una violenta tormenta – y los asustados marineros, sabiendo de la desobediencia de Jonás para con Dios, lo arrojaron de la embarcación con la esperanza de aplacar al Todopoderoso y, de ese modo, salvarse ellos mismos.
Lo que siguió fue uno de los más inusuales incidentes registrados en el Antiguo Testamento. Tan pronto como Jonás cayó a las aguas rugientes fue tragado completamente por un inmenso “monstruo marino.” Luchando sólo contra la inmensa oscuridad dentro del estómago del cetáceo, Jonás rogó fervientemente por la ayuda de Dios –pronunciando una serie de oraciones, entre las que se incluye su bien conocido lamento: ¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo Templo?  (Jonás 2, 5)
Después de tres días de inmenso sufrimiento, finalmente el enorme pez lo vomitó en tierra firme, permitiéndole así reiniciar su jornada hacia Nínive. 
 
 








 
 
Al llegar al lugar hizo exactamente lo que Dios le había indicado, predicando con gran pasión el mensaje de “arrepentirse ante el Señor.” Ciertamente que se pasó el día entero deambulando por toda la ciudad y gritando en voz alta: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.»  (Jonás 3, 4)
Los ciudadanos respondieron. El rey y sus súbditos, profundamente conmovidos, se pusieron rápidamente la arpillera y cenizas en señal de arrepentimiento por sus pecados. Se negaron a comer o beber cualquier cosa, aún más, les negaron la comida a sus propios animales domésticos. Poderosamente complacido, el Señor compasivo se olvidó de su ira decidiendo perdonarlos. 
Sin embargo esa actitud de perdón no le complació a Jonás, quien resentía grandemente el hecho de que esos simples extranjeros –esos poco santos Asirios- se hubieran escapado de la ira de Dios haciendo su Voluntad en el último momento.
 
 








Resentido y decepcionado un Jonás murmurante se retiró al desierto salvaje, ubicado a las afueras de Nínive, a la espera de sus siguientes órdenes. Sufrió terriblemente al no contar con un resguardo apropiado contra el sol ardiente… hasta que el mismo Dios compasivo, que había salvado a los habitantes de la ciudad pecadora, mostró una gran compasión haciendo florecer cerca de él una planta gigante, la que proveyó de sombra bendita al obstinado profeta.
Sin embargo la comodidad de Jonás duró poco. Pues no bien se había acostumbrado a la sombra apareció un gusano inmisericorde que devoró las raíces de la planta. Jonás se encontró nuevamente, en cuestión de minutos, gimiendo en su hirviente infierno. 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
Y cuando él se quejó (tal como vemos Jonás se quejaba constantemente) el Buen Dios suspiró pesadamente y dijo: «Tu tienes lástima de un ricino por el que nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el  término de una noche fue y en el término de una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no  distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?» (Jonás 4, 10-11) 
 
Jonás se dio cuenta en ese instante de su manera de pensar. Le agradeció a Dios por su gran compasión y regresó a su nativa Palestina, para cantar las alabanzas al Señor Todopoderoso y al mismo tiempo Eternamente Misericordioso.  
 







 
 
Hoy en día,  para  millones de fieles, la jornada victoriosa aunque no por ello menos dolorosa, se presenta como un vívido ejemplo del hecho de que Dios nunca se rinde con sus siervos, aún cuando en su dedicación ellos se encuentren vacilantes. El conflictivo Jonás dudó una y otra vez de su “llamado” como profeta –mientras que al mismo tiempo intentaba imponer su propia voluntad por encima de la su Padre Poderoso. Pero Dios fue misericordioso con Jonás, tal como lo es con todos nosotros, permitiéndole crecer en un claro entendimiento y aceptación de su papel como santo profeta.



Apolitiquio tono 3º

Pregonaste para los Ninivitas, proclamando terribles amenazas del juicio Celestial, por los cuales ellos se arrepintieron con todo su corazón; y desde el estómago del monstruo marino anticipaste al mundo la resurrección divina del Señor. Oh Jonás, que eres amigo del Señor, te pedimos, que le ruegues a El, que nos libre de la corrupción a todos quienes lo honramos. 

Condaquio tono 3º

Tú que pasaste tres días y noches dentro de las entrañas del monstruo marino, anticipándonos el descenso del Señor al Hades; pues cuando El hubo sufrido su Pasión Salvadora, al tercer día Resucitó del sepulcro. Oh profeta, por ello te honramos, ya que fuiste encontrado digno de prefigurar a Cristo. 






Fuentes consultadas: Texto publicado con autorización del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury; saint.gr, synaxarion.gr 

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