Versos:
"Huiste lejos del rostro del Dios de antaño, ahora, Jonás, su rostro, lo estás viendo".
Jonás, uno de los más grandes profetas, luchó fuertemente para obedecer al Señor. Su historia, la de haber sido tragado por un “monstruo marino” y luego vomitado sin daño alguno, resume perfectamente su tarea sagrada de predicar el arrepentimiento a los 120.000 ciudadanos de Nínive (El Libro de Jonás, Capítulo 1).
Prefigura los “tres días y tres noches” que el Hijo del
Hombre pasó en la oscuridad del Infierno antes de ascender en Gloria para
reunirse con el Padre. "Huiste lejos del rostro del Dios de antaño, ahora, Jonás, su rostro, lo estás viendo".
Jonás, uno de los más grandes profetas, luchó fuertemente para obedecer al Señor. Su historia, la de haber sido tragado por un “monstruo marino” y luego vomitado sin daño alguno, resume perfectamente su tarea sagrada de predicar el arrepentimiento a los 120.000 ciudadanos de Nínive (El Libro de Jonás, Capítulo 1).
Jonás fue el hijo de Amittay –de la tribu de Zabulón (Jueces
1, 30; Génesis 49, 13)- y vivió 800 años antes del nacimiento de Cristo. Como
nativo de la ciudad Palestina de Gat de Jéfer (2 Reyes 14, 25), ubicada no muy
lejos de su contemporánea Ramallah, Jonás fue instruido por Dios para
trasladarse a Nínive, la gran ciudad Asiria (alrededor del año 820 a.C.), y
predicar allí el arrepentimiento a sus habitantes pecadores, quienes habían
olvidado la correcta adoración a Dios, transitando por las sendas de la
oscuridad.
Pero Jonás (cuyo nombre significa “Paloma”, posiblemente
para significar su papel como mensajero) desobedeció por lo menos una vez.
El, que esperaba secretamente que los Asirios no se arrepintiesen (y por lo tanto fuesen perdonados), se dirigió rápidamente hacia Joppa para abordar una embarcación que partía hacia Tarshish. Su travesía se vio interrumpida muy
prontamente a causa de una violenta tormenta – y los asustados marineros,
sabiendo de la desobediencia de Jonás para con Dios, lo arrojaron de la
embarcación con la esperanza de aplacar al Todopoderoso y, de ese modo,
salvarse ellos mismos.
Lo que siguió fue uno de los más inusuales incidentes
registrados en el Antiguo Testamento. Tan pronto como Jonás cayó a las aguas
rugientes fue tragado completamente por un inmenso “monstruo marino.” Luchando
sólo contra la inmensa oscuridad dentro del estómago del cetáceo, Jonás rogó
fervientemente por la ayuda de Dios –pronunciando una serie de oraciones, entre
las que se incluye su bien conocido lamento:
¡Arrojado estoy de delante de tus ojos! ¿Cómo volveré a contemplar tu santo
Templo? (Jonás 2, 5)
Después de tres días de inmenso sufrimiento, finalmente el
enorme pez lo vomitó en tierra firme, permitiéndole así reiniciar su jornada
hacia Nínive.
Al llegar al lugar hizo exactamente lo que Dios le había
indicado, predicando con gran pasión el mensaje de “arrepentirse ante el
Señor.” Ciertamente que se pasó el día entero deambulando por toda la ciudad y
gritando en voz alta: «Dentro de cuarenta
días Nínive será destruida.» (Jonás
3, 4)
Los ciudadanos respondieron. El rey y sus súbditos, profundamente
conmovidos, se pusieron rápidamente la arpillera y cenizas en señal de
arrepentimiento por sus pecados. Se negaron a comer o beber cualquier cosa, aún
más, les negaron la comida a sus propios animales domésticos. Poderosamente
complacido, el Señor compasivo se olvidó de su ira decidiendo perdonarlos.
Sin embargo esa actitud de perdón no le complació a Jonás, quien resentía grandemente el hecho de que esos simples extranjeros –esos poco santos Asirios- se hubieran escapado de la ira de Dios haciendo su Voluntad en el último momento.
Sin embargo esa actitud de perdón no le complació a Jonás, quien resentía grandemente el hecho de que esos simples extranjeros –esos poco santos Asirios- se hubieran escapado de la ira de Dios haciendo su Voluntad en el último momento.
Resentido y decepcionado un Jonás murmurante se retiró al
desierto salvaje, ubicado a las afueras de Nínive, a la espera de sus
siguientes órdenes. Sufrió terriblemente al no contar con un resguardo
apropiado contra el sol ardiente… hasta que el mismo Dios compasivo, que había
salvado a los habitantes de la ciudad pecadora, mostró una gran compasión
haciendo florecer cerca de él una planta gigante, la que proveyó de sombra
bendita al obstinado profeta.
Sin embargo la comodidad de Jonás duró poco. Pues no bien se
había acostumbrado a la sombra apareció un gusano inmisericorde que devoró las
raíces de la planta. Jonás se encontró nuevamente, en cuestión de minutos,
gimiendo en su hirviente infierno.
Y cuando él se quejó (tal como vemos Jonás
se quejaba constantemente) el Buen Dios suspiró pesadamente y dijo: «Tu tienes lástima de un ricino por el que
nada te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el término de una noche fue y en el término de
una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en
la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una
gran cantidad de animales?» (Jonás 4, 10-11)
Jonás se dio cuenta en ese instante de su manera de pensar.
Le agradeció a Dios por su gran compasión y regresó a su nativa Palestina, para
cantar las alabanzas al Señor Todopoderoso y al mismo tiempo Eternamente
Misericordioso.
Hoy en día, para millones de fieles, la jornada victoriosa
aunque no por ello menos dolorosa, se presenta como un vívido ejemplo del hecho
de que Dios nunca se rinde con sus siervos, aún cuando en su dedicación ellos
se encuentren vacilantes. El conflictivo Jonás dudó una y otra vez de su
“llamado” como profeta –mientras que al mismo tiempo intentaba imponer su
propia voluntad por encima de la su Padre Poderoso. Pero Dios fue
misericordioso con Jonás, tal como lo es con todos nosotros, permitiéndole
crecer en un claro entendimiento y aceptación de su papel como santo profeta.
Apolitiquio tono 3º
Pregonaste para los Ninivitas, proclamando terribles
amenazas del juicio Celestial, por los cuales ellos se arrepintieron con todo
su corazón; y desde el estómago del monstruo marino anticipaste al mundo la
resurrección divina del Señor. Oh Jonás, que eres amigo del Señor, te pedimos,
que le ruegues a El, que nos libre de la corrupción a todos quienes lo
honramos.
Condaquio tono 3º
Tú que pasaste tres días y noches dentro de las entrañas del
monstruo marino, anticipándonos el descenso del Señor al Hades; pues cuando El
hubo sufrido su Pasión Salvadora, al tercer día Resucitó del sepulcro. Oh
profeta, por ello te honramos, ya que fuiste encontrado digno de prefigurar a
Cristo.
Fuentes consultadas: Texto publicado con autorización del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury; saint.gr, synaxarion.gr