Versos:
"¿Cómo te alabará ahora mi lengua, oh predicador,
a quien la lengua de Cristo llamó el más grande de todos los nacidos en la tierra?". "¿Cómo te alabará ahora mi lengua, oh predicador,
El famoso memorial del Precursor es en el séptimo.
Fue uno de los más hermosos momentos –y el más
impresionante–en la vida del Salvador Jesucristo. Sucedió en las orillas del Río Jordán en
Palestina.
Tal como lo han hecho notar a través de los siglos muchos de
los Padres de la Iglesia, también fue el momento decisivo en el cual comenzó el
ministerio salvador del Redentor. Desde este momento en adelante el recientemente
bautizado Hijo de Dios estaría completamente comprometido con la tarea para la
cual había sido preparado desde la eternidad: la tarea de reconciliar a la
humanidad pecadora con Dios, ofreciendo la salvación eterna a todo aquél que lo
acepte a El cómo su Salvador.
Los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas describen
poderosamente el bautismo sagrado de Jesús realizado por una de las grandes
figuras en la historia: Juan, el Honorable, Glorioso, Profeta, Predecesor y
Bautista. Como gran profeta, este humilde predicador anunciaría al mundo la
llegada inminente del Hijo de Dios sobre la tierra –y de esta manera él sería
un puente crucial entre el mundo del Antiguo Testamento y el excitante mundo
revolucionario del Nuevo Testamento.
Juan el Bautista fue, a lo largo de su vida, el cumplimiento
de muchas profecías. Pero al mismo tiempo él fue mucho más que eso. Como
pariente y amigo de Jesús fue un fiel y afectuoso conocido del Señor –una
figura fraterna tan amada a quien se le concedería el privilegio de bautizar al
Hijo de Dios.
Hombre devoto y justo, Juan pagaría con su vida el precio de hablar en contra de las prácticas religiosas corruptas de su época y sería asesinado por el tirano político quien no dudaba en cometer asesinatos si es que su capricho se lo dictaba así.
A primera vista se podría pensar que había varios diferentes Juanes trabajando en el mundo del Siglo Primero. Estaba Juan del desierto – el profeta ascético que vagaba sin cesar a través de los desiertos y que vivió de semillas silvestres y miel, mientras meditaba sin cesar sobre su papel como Predecesor del Santo Redentor. También estaba Juan el Predicador, un Evangelizador apasionado quien luchaba contra la corrupción del orden sacerdotal de su tiempo y contra la idolatría que veía a cada instante.
A primera vista se podría pensar que había varios diferentes Juanes trabajando en el mundo del Siglo Primero. Estaba Juan del desierto – el profeta ascético que vagaba sin cesar a través de los desiertos y que vivió de semillas silvestres y miel, mientras meditaba sin cesar sobre su papel como Predecesor del Santo Redentor. También estaba Juan el Predicador, un Evangelizador apasionado quien luchaba contra la corrupción del orden sacerdotal de su tiempo y contra la idolatría que veía a cada instante.
Ciertamente que estos fueron importantes papeles en la vida
bendita y maravillosa–llena de acción- de este Santo Profeta. Pero el Juan que
encontramos a lo largo de los anales de la Santa Iglesia es con toda seguridad
Juan el Bautista, el siervo de Dios que usó su sagrada mano derecha para
derramar el agua sobre la cabeza de Jesús y, de esta manera, invocar la
autoridad ritual del sacramento al momento en el cual el mundo comenzaría a
reconocer por primera vez la impresionante realidad de Dios en la Tierra. Con
el descenso del Espíritu Santo bajo la forma de paloma, y con la amorosa voz de
Dios resonando desde las alturas, el Bautismo de Jesús se convertiría en una
Epifanía Santa –la manifestación triunfal de las Tres Personas de la Santísima
Trinidad.
Descrito por el Evangelista Marcos, en un poderoso pasaje de
su Libro del Nuevo Testamento, el Bautismo por Juan y la Epifanía de Cristo Jesús
dan lugar a una imagen inolvidable:
Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de
Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio
que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y
se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco.» (Marcos 1, 9-11)
Desde el mismo principio de su vida Juan el Bautista parecía
estar destinado a jugar un papel singular en la llegada del salvador a la
tierra. Algunas veces descrito por la Sagrada Escritura como “un ángel” su
nacimiento fue predicho por nada menos que el Arcángel Gabriel – quien se le
apareció al padre del profeta- al Sacerdote del templo de Jerusalén, Zacarías
–para anunciarle que él y su esposa, la Justa Isabel, serían bendecidos con un
hijo quien llegaría a ser el Santo Predecesor del Señor.
El momento de este anuncio es contado por Lucas de la
siguiente manera:
Se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del
altar del incienso. Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él.
El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha
sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento,
porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel,
les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder
de Elías, = para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, = y a los rebeldes a la prudencia de
los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» (Lucas 1, 11-17)
Nacido seis meses antes que Cristo Jesús –y emparentado con
él por el lado materno, ya que su madre Isabel era la mayor de las primas de la
Bienaventurada Theotokos- Juan Bautista había estado lleno del Espíritu santo,
y aún en su juventud empezó a profetizar entre sus amigos y familiares sobre
los grandiosos acontecimientos que muy pronto cambiarían el mundo de Palestina
y más allá. Con la finalidad de prepararse a sí mismo para el gran destino que
se le presentaba adelante, este hombre de corazón piadoso y humilde pasaría
muchísimos días ayunando y rezando en la soledad del desierto de Judea,
mientras preparaba su alma para las pruebas que pronto habría de soportar.
Finalmente, cuando cumplió 30 años, llegó la hora de iniciar
su servicio como profeta. Dejando detrás suyo las arenas del desierto regresó a
las ciudades y pueblos de Palestina para urgir al arrepentimiento de todos y
cada uno mientras advertía a quienes lo escuchaban que se preparen para el gran
día que se acercaba raudamente: el día de la Liberación y la Esperanza en el
cual el Unico Hijo de Dios haría Su aparición sobre esta tierra.
Frecuentemente descrito como “la estrella de la mañana”, esta figura solitaria se levantó con una elocuencia majestuosa en las orillas del Jordán –donde pasaría muchos años enseñando y aumentando el grupo de sus seguidores sobre la urgente importancia de aceptar al Mesías en sus vidas.
Frecuentemente descrito como “la estrella de la mañana”, esta figura solitaria se levantó con una elocuencia majestuosa en las orillas del Jordán –donde pasaría muchos años enseñando y aumentando el grupo de sus seguidores sobre la urgente importancia de aceptar al Mesías en sus vidas.
Su muerte llegó cuando Cristo ya había comenzado a cambiar
este mundo y fue enterrado en la ciudad Samarita de Sebaste. Pero la historia
de la influencia de San Juan en el mundo estaba muy lejos de haber terminado.
Prontamente el Evangelista Lucas, mientras buscaba conversos para Cristo a lo
largo del mundo Palestino, llegó a esa región y pidió que se le entregue el
cuerpo del Profeta. Su solicitud fue cumplida solamente de manera parcial… pero
al final el gran Evangelizador partió llevando consigo una reliquia
inapreciable: la mano derecha que había administrado el bautismo a Jesús.
Lucas la llevó consigo hacia su ciudad natal de Antioquia,
en lo que ahora es Turquía, y cuando la ciudad fuera tomada posteriormente por
los Turcos, un valiente diácono conocido como Job transportó la reliquia hacia
Calcedonia… desde la cual llegó eventualmente a la capital del mundo Bizantino,
la siempre interesante Constantinopla.
En el lapso de unos pocos años el misterioso poder de la
mano del Bautista sería causante de una docena de diferentes y legendarios
milagros. Uno de ellos ocurrió durante un período en el cual un poderoso dragón
asolaba en la afueras de la ciudad, en la cual era adorado como dios por sus
aterrorizados residentes. Este monstruo pagano demandaba sacrificios humanos
una vez al año – la hija de un Cristiano prominente, quien sería forzado a
observar mientras la bestia salía fuera de su cueva y se acercaba rugiente y
sibilante para devorar a la temerosa víctima en una escena terrible, violenta y
sangrienta.
Sin embargo en esta ocasión su astuto padre decidió hacer lo
contrario a someterse al dragón. Mientras rezaba fervientemente a Dios –junto
con el Santo Precursor– por el rescate de su hija, repentinamente el adolorido
padre se decidió por una estrategia desesperada. Mientras inclinaba su cabeza
en una oración piadosa, usó sus dientes para soltar uno de los dedos… y
entonces… en el momento en que la rugiente bestia arroja fuegos emergió de la
cueva para tomar su alimento, este valiente opositor arrojó el dedo dentro de
las fauces del dragón.
Los residentes de la ciudad, quienes esperaban ver el final
de otra vida inocente, se quedaron sorprendidos cuando terminaron viendo como
de manera repentina el dragón se tambaleaba agonizante hacia tierra. La inmensa
multitud de testigos estaba tan conmovida al observar al padre y a la hija
darse un abrazo de profunda alegría que proclamaron inmediatamente su nueva fe
en Cristo y se apresuraron a construir una nueva iglesia en el mismo lugar en
el que la reliquia había salvado a la víctima de su muerte inminente, la que
recibió el nombre de Santo Profeta, San Juan el Bautista.
La historia del brutal martirio que sufrió Juan el Bautista
ha sido contada innumerables veces a lo largos de los años, sin embargo su
drama y suspenso nunca pierden su fuerza. Habiendo sido arrestado por el
Herodes Antipas, el Gobernador Romano en Palestina, por haber desafiado su
matrimonio adúltero e ilegal con la esposa (Herodías) de su propio hermano
(Herodes Filipa), el Santo Profeta languidecía en una celda cercana al palacio
en donde el tirano y su corte corrupta festejaban todas las noches.
Aunque sólo algunos pocos dentro de la corte lo sabían la
consorte del Gobernador había venido intrigando en contra del Profeta, a quien
odiaba desde hacía algún tiempo. Cómo se atrevía a condenar su matrimonio con
el Poderoso Herodes. Observando cuidadosamente, la enfurecida Herodías, vio su
oportunidad cuando el asesino Herodes, impresionado por una danza que había
realizado la bella Salomé, le dijo –tontamente- que “pida un deseo.”
Presionada por la conveniencia de Herodías, Salomé no dudó
en pedir su deseo: que le traigan la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja
de plata. Su malvado deseo fue cumplido en pocos momentos y el hombre santo
lanzó su último suspiro.
Precuror y Profeta Juan el Bautista. Menologio Basilio II, s.X. |
Juan, el Profeta Santo, murió sólo seis meses después de haber bautizado a Jesús, al Cristo Redentor, en el Río Jordán. Su vida nos provee un conmovedor ejemplo de cómo la Providencia escoge frecuentemente a los últimos de entre nosotros para llegar a ser los actores principales en el Santo Drama de Su Voluntad Infinita. El hijo ordinario de un Sacerdote del Templo en Palestina, Juan el Bautista, fue elegido a través de la misteriosa voluntad del Dios Todopoderoso para llegar a ser una puerta a través de la cual pasaría el Bienaventurado Salvador de la Humanidad.
A través de Juan el Bautista Dios conservó su alianza con
Abraham –la Alianza que prometía la llegada de un salvador que redimiría a toda
la raza humana. Por esta razón celebramos la vida de Juan como un signo del
infinito amor de Dios para todos nosotros.
* Synaxis, o solemne conmemoración.
Apolitiquio tono 2º
La memoria del justo es celebrada con himnos de alabanza,
pero el testimonio del Señor es suficiente, Oh Predecesor, pues tú has probado
ser más venerable que los Profetas, ya que tú bautizaste en las aguas a quienes ellos habían anunciado. Por eso, habiendo luchado por la verdad, te alegraste
en el anuncio de las buenas noticias aún para aquellos que se encontraban en el
Hades. Porque Dios se había encarnado para librarnos del pecado y mostrarnos su
gran misericordia.
Condaquio tono grave
Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury. *saint.gr