Tono 1º. Ev. Maitines 1 (EOTHINON 1, p.5)
LECTURA DEL LIBRO DE LOS APOSTOLES. (1. Cor. 16, 12-20). Texto original.
12 Acerca del hermano Apolos, mucho le rogué que fuese a vosotros con los hermanos, mas de ninguna manera tuvo voluntad de ir por ahora; pero irá cuando tenga oportunidad.
Salutaciones finales
13 Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos. 14 Todas vuestras cosas sean hechas con amor.
15 Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. 16 Os ruego que os sujetéis a personas como ellos, y a todos los que ayudan y trabajan.
17 Me regocijo con la venida de Estéfanas, de Fortunato y de Acaico, pues ellos han suplido vuestra ausencia. 18 Porque confortaron mi espíritu y el vuestro; reconoced, pues, a tales personas.
19 Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. 20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo.
19 Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. 20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo.
LECTURA DEL EVANGELIO. (Lucas 15, 11-32). Texto original
11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. 20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; 26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. 28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. 29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. 30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. 31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Homilia. Parábola del hijo pródigo (Luc. 15, 11-32.)
“Acabamiento miserable”.
JOVEN HIDALGO ERA. NADA LE FALTABA. EN PALACIO VIVÍA. TODO LO QUE desease su alma, a su disposición lo tenía. Y sobre todo un padre… ¡qué padre! Noble con todo el sentido de la palabra. Noble de género, y sobre todo de corazón.
¡Y sin embargo! El hijo menor de la parábola, el joven hidalgo del quien hablamos, quiso hacer su propia revolución. Basta ya de las ataduras de la protección paternal, ahora ya haría su propia vida, ¡joven y libre!
Padre, dame lo que me pertenece de la herencia.
Lo hizo el padre. Sin ninguna oposición. Dividió su herencia en dos y la repartió entre sus dos hijos.
No pasaron muchos días y el joven muchacho, tras haber juntado todo lo que le dio su padre, se levantó y se fue fuera, lejos. A un país desconocido, extranjero, lejano. Y allí empezó a vivir su vida. ¡Todo mágico, exótico! Joven era, dinero tenía…
Pasó el tiempo. Y aquel en medio de la locura. Sin embargo poco a poco, aunque mucho era, comenzó a rebajarse, a disminuir. Y a terminarse… ¿Y ahora?
Y si fuese sólo eso…una gran hambruna cayó en aquel país lejano. Y entonces comenzó a pasar hambre el ya acabado hidalgo.
“Trabajaré”, pensó. “¿Pero dónde encontraré trabajo?”. Fue donde un propietario y éste le envió a los campos a pastorear… ¡cerdos! ¿qué otra cosa podría hacer? Al menos así comería de las algarrobas que comían los cerdos…
Pobre hidalgo… ¿Dónde has terminado?
-Dónde he terminado… pensó, como si despertase del letargo en que se había encontrado todos estos años. “Los jornaleros de mi padre tienen ricas comidas, y yo, su hijo, metido en esta desgracia…me voy a levantar y regresaré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo, y contra ti; no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme jornalero tuyo”.
Se puso en pie. Tomó el camino de vuelta. Agachado, miserable, oscuro…
Estaba todavía algo lejos, cuando el padre le vio, y corrió a abrazarle; caer en la suciedad, su hijo pródigo. Le abrazó y comenzó a besarle.
Padre, he pecado contra ti y contra el cielo, no soy digno…
¡Vengan todos! (su orden a los jornaleros) Sacad la ropa elegante, la que llevaba antes de irse, y vestidle. Ponedle también anillo, como llevan los hidalgos. Y calzado en sus pies, que no esté descalzo como esclavo. Preparad el ternero que tenemos, y comamos, y bailemos, celebremos un banquete. ¡Porque mi hijo estaba muerto y ha resucitado, perdido y se ha encontrado!
Y la fiesta comenzó…
Y la fiesta comenzó…
“Fue donde un propietario y éste le envió a los campos a pastorear cerdos”
“Pastorear cerdos”. Cochinos…si pasaba alguien por fuera de la granja donde se guardaban los cochinos, peligraba desmayarse por el olor.
Allí acabó el joven de la parábola que dijo nuestro Cristo. El joven hidalgo, el muchacho noble. Pastoreando cerdos. Y queriendo comer de su comida…
No son casualidad, amigo mío, estas palabras del Señor. Muy bien sopesadas una por una. Y demuestran a dónde conduce el pecado del hombre que cuando se encuentra cerca de Dios su Padre, es un noble.
Le conduce a acabar como los animales que cuida, de un modo pestilente, sucio, miserable. Al principio atrae, y parece hermoso el pecado, pero su final es una situación como la de una animal, bruta e irracional; comiendo comida para cerdos. Lo dice claramente la Santa Escritura (ver salmo 48,13)
Pero amigo mío, no va contigo esta situación, porque tu eres una persona creada por Dios, un hombre lógico, hecho a Su imagen y semejanza, un hidalgo del Cielo. No olvides nunca esto. Nunca.
Del libro “Háblame, Cristo” – mensajes para jóvenes de los Evangelios de los Domingos. Archimandrita Apostolis X. Tsolaki.