domingo, 2 de noviembre de 2025

Domingo V de Lucas. Parábola del rico y de Lázaro.

2-11-2025. † DOMINGO V DE LUCAS † (XIX DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS)


Domingo V de Lucas: Parábola del rico y de Lázaro. Tono 4º.

Evangelio de Resurrección 3 (EOTHINON 10, p.9)


APOSTOLES. (Gálatas 2, 16-20)

16 sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado. 17 Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera. 18 Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago. 19 Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. 20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

 

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EVANGELIO (Lucas 16:19-31)

El rico y Lázaro

19 Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.

20 Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas,

21 y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.

22 Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.

 


 



23 Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.

24 Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.

25 Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.

26 Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.

27 Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre,

28 porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento.

29 Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.

30 Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.

31 Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.


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HOMILIA I. DOMINGO V DE LUCAS (Luc. 16, 19-31) 

“La parábola del rico y de Lázaro”

¿Por qué entonces existen ricos y pobres en el mundo? ¿Cómo aguanta el Dios esta desigualdad social? ¿Por qué no impone justicia?

El Dios rico, cuando ha venido a la tierra y se ha hecho hombre, ha elegido para sí mismo convertirse en el más pobre de todos, ya que nació en un establo y durante toda Su vida no tenía donde apoyar a cabeza para dormir…

Este señor entonces dijo una parábola sobre un rico y un pobre:

“Había un rico que tenía una riqueza innumerable; tanto que él mismo cada día se vestía con ropas que sólo los reyes disponen. Por fuera se ponía un vestido de lana muy caro pintado con un color rojo fuerte, hecho con ostras exóticas. Dentro llevaba un manto muy lujoso hecho de un fino lino egipcio. ¿Quién otro podría vestirse como él? Era todo orgullo y satisfacción.



 

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También sus diversiones estaban llenas de lujo y grandeza. Cada día riquísimos banquetes con todo tipo de placeres y deleites…

Al mismo momento un pobre – se llamaba Lázaro-, estaba tirado junto a la puerta exterior de la mansión del rico. Era pobre con todo el sentido de la palabra. Y además estaba enfermo, con todo su cuerpo lleno de heridas. Su única compañía eran algunos perros que venían y le lamían las heridas…

A pesar de todo esto, ni una sola queja salía de su boca. Aguantaba pacientemente su desgracia.

Llegó el día en que murió Lázaro. Y rápidamente unos ángeles recogieron su alma sobre sus alas y le subieron al Paraíso a los abrazos del Patriarca Abraham.

Murió también el rico, y fue enterrado. No vinieron Ángeles a recogerle a él.

Ahora en la nueva situación, el rico levanta su mirada desde el hades y ruega a Abraham que le envíe a Lázaro para que con su dedo le moje un poco su lengua, porque no podía aguantar el Infierno terrible.

 

 

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Abraham le contesta que los papeles ahora han cambiado, y no es posible cambiar la situación. Y la otra petición del rico, que resucite Lázaro para que anuncie a sus hermanos la situación que existe después de la muerte. Abraham de nuevo le contesta que no es posible que suceda esto, y que no habrá ningún resultado si ellos mismos no creen en las palabras de la Santa Escritura y no se arrepienten y cambian.



« Había un hombre rico...había también un pobre»

 

El rico era rico. Nadie le acusa por ello (sus riquezas no fueron conseguidas con robos e injustcias). El motivo por el cual se ha condenada al Infierno es porque sus riquezas las ha utilizado exclusivamente para sus propios placeres y disfrutes, mientras que a su lado tenía un hombre pobre y enfermo.

El pobre, desde otro punto de vista, ha ido al Paraíso no porque era pobre, sino porque a pesar de su pobreza no se quejó, no blasfemó, no pecó ante Dios. Pero al contrario, soportó su desgracia con paciencia y creencia, teniendo toda su esperanza puesta en Dios.

 

 


 



El Dios*, permitiendo las injusticias sociales en este mundo, da la ocasión a los pobres y a los ricos de, si quieren, salvarse: a los primeros con su paciencia, y a los segundos con cambio y arrepentimiento.

Pero nosotros no tenemos derecho de vestirnos ostentosamente, divertirnos y festejar, cuando a nuestro lado existen hombres que no tienen para comer. Nuestra incredulidad e inmisericordia nos condenarán.

Esto quería decir Cristo Dios con esta parábola.


* Nota: en idioma griego, Dios ("Θεός", [Zeόs]), así como todos los nombres propios, llevan su artículo correspondiente (ο Θεός, [o Zeós], el Dios)


Del libro ”Háblame, Cristo. Mensajes para jóvenes de los Evangelios de los Domingos”. Archim. Apóstolos J. Tsoláki. Ed.Sotir

 

 

 

 

HOMILIA II.Domingo V de Lucas: Fuentes de la fe (P. Atanasio de Mitilene) 

(Lucas 16, 19-31)

[Discurso grabado pronunciado en el Santo Monasterio de Comneno en Larisa el 2 de noviembre de 1997]



Todos conocemos, queridos, la milagrosa parábola del rico y Lázaro. Cada frase, cada palabra, es una revelación teológica. Y es una revelación porque el Señor la enseñó. Entre lo que se dijo, en diálogo, entre el rico y Abraham, se encuentran estas palabras. Les leo: «Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les hable con súplica, no sea que ellos también vengan a este lugar de tormento. Abraham le dijo: Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. Y él respondió: No, padre Abraham; pero si alguien de entre los muertos va a ellos, se arrepentirán. Y Abraham le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque alguien resucite de entre los muertos». 

Aquí tenemos un diálogo que trasciende el mundo natural. Ahora Abraham está en el Paraíso*, el rico en el Hades*; y allí se economiza** un diálogo. Digo  economiza, porque, como bien se dice, «entre nosotros y vosotros hay un gran abismo».  

Así pues, economiza u ofrece este diálogo, porque en realidad no habría sido posible iniciarlo en el mundo terrenal.

Sin embargo, aquí el hombre rico le ruega a Abraham que envíe a Lázaro a la casa de su padre, «porque», dice, «tengo cinco hermanos», para advertirles, para que ellos tampoco vengan a ese lugar de tormento. Y Abraham dice: «Tienen a Moisés y a los profetas. Que escuchen lo que dicen acerca de la otra vida». «No», dice, «padre Abraham; si alguien resucita de entre los muertos, se arrepentirán». «Ay, hijo mío, si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque alguien resucite de entre los muertos».

En estos cinco pasajes del diálogo, queridos míos, el Señor quiere destacar dos fuentes de fe. Dos fuentes de fe: los milagros, como la resurrección de Lázaro, y la información que podemos obtener estudiando las Sagradas Escrituras. Y, por supuesto, el Señor acepta ambas fuentes de fe sin duda alguna, pero da prioridad y certeza a la fuente de fe que es la Sagrada Escritura. Ahí es donde deben acudir para informarse. No se queden en el milagro. Ahí es donde deben acudir para informarse. El milagro simplemente confirma la Sagrada Escritura. Este es un tema muy importante y les pido que le prestemos atención y lo recordemos. Siempre es relevante, porque la gente de todas las épocas, incluso en la nuestra, no sabe distinguir entre estas dos fuentes de fe: el milagro, repito, para obtener información del milagro y la Sagrada escritura. Por supuesto, desprecian la fuente de fe que es la Sagrada Escritura. No le dan mucha importancia. Y buscan la fuente de fe en el milagro.

Si, con un ejemplo muy sencillo, yo Si se anuncia, publica o notifica que habrá un discurso sobre la resurrección de los muertos, ¿cuántos vendrán a escuchar? Pocos. De nuestra ciudad. En cambio, si se oye que alguien ha resucitado, ¡todos corren! ¿Vieron el caso de que, según dicen, «Cristo apareció», «la Virgen María», esto, aquello, «el icono de la Virgen María, de Cristo, llora»? ¿Vieron cuánta gente acude? Buscan información en el origen del milagro. Es característico. Diríamos que el Señor, tras la respuesta que les da a los fariseos, por la parábola que les contó sobre la vida después de la muerte, les dice: «¡Atención! ¡Atención, fariseos! ¡Hay vida después de la muerte! Hoy ustedes son los primeros y quieren serlo, pero cuando las circunstancias cambien, ya no lo serán. ¡Tengan esto presente!».

Así pues, el tema principal que vemos aquí es que la fuente de información más importante es la Santa Escritura. El Señor realizó milagros, pero puso el énfasis en la Santa Escritura. De ahí proviene la fe, de las enseñanzas de Cristo. ¿Comprendemos estas dos fuentes, queridos? Son claras. Espero haberles ayudado a entenderlas. Muchos dicen que quieren ver un milagro para creer. ¿Cuántas veces hemos oído esto? Y no se dan cuenta de que piden algo contradictorio. ¿Por qué? Si se aferran al milagro, entonces con ese conocimiento abolen la fe. Y el milagro no existe para abolir la fe, sino para fortalecerla. Si quieren, el milagro es principalmente para los creyentes, no para los incrédulos. Muchas veces pensamos que un milagro es útil para los incrédulos. No. Es para los creyentes.

Recuerden a Tomás. Para ver la contradicción: «Si no veo la marca de los clavos, los clavos con los que clavaron al Maestro, y meto mi dedo en la marca de los clavos, en la marca de los clavos con los que fue clavado el Maestro, y meto mi dedo en la marca de los clavos con los que fue clavado el Señor, entonces...» «No creeré en el agujero donde se clavaron los clavos». Pero, querido Tomás, si ves esto, entonces la fe se desvanece. Porque ¿qué quiere decir fe? «Aceptar cosas», como dice el apóstol Pablo en Hebreos, «sin verlas». Así que si ves, entonces tienes fe. Un ejemplo que les cuento a menudo: si les digo que tengo mucho dinero en el bolsillo, si ven ese dinero, si se los muestro, entonces ya no hay fe, sino conocimiento. ¿Ven, pues, que cuando pido que se crea, que se sepa de antemano, si quieren, mediante mis cinco sentidos, no pierdo la fe? ¿Y no me contradigo? Sin duda. Entonces, ¿qué le dijo el Señor a Tomás? «Porque me has visto, has creído; dichosos los que creyeron sin ver». «Porque me has visto, has creído». Si esto cuenta como fe, no cuenta como fe. Por lo tanto, dichosos los que aceptaron, creyeron, sin ver.

Pero analicemos el texto sagrado por separado. Observamos que el hombre rico de la parábola ciertamente conservaba algunos sentimientos de amor natural. «¡Oh, que mis hermanos no vengan aquí!». Tengo cinco hermanos. Estoy atormentado. ¡Que al menos ellos se salven! Este es, sin duda, un amor natural. Porque eran sus hermanos. Pero este amor natural no bastaba para alcanzar al pobre Lázaro, a quien el rico veía desde sus ventanas, allá. 

 

 


 

 

Allí, dice, «más allá de la columna» de la casa del rico. Sentir lástima por él, mostrarle amor, ayudarlo, cuidarlo, alimentarlo. ¿Lo ven? Este amor natural se limitaba solo a los suyos. No iba más allá. Como cuando amas a tu hijo, a tu esposa, a tu esposo, a tu madre, a tu padre. Este es un amor natural. Pero no es suficiente. Por supuesto que debes amar a quienes te son cercanos y a tus parientes. Pero este amor no basta. También debe extenderse a quienes están más allá.

Y ahora, este hombre de la parábola, el rico, pide, no solo que alguien regrese de entre los muertos a la Tierra, sino que Lázaro regrese. ¿Por qué? Porque Lázaro era conocido por los hermanos de este rico. Y por lo tanto, insistirían en que hay otra vida. En cierto modo, él también traería un mensaje de... El hombre rico, que era su hermano, que estaba en el Hades. Pero esta petición del hombre rico también va dirigida contra él. Va dirigida contra el hombre rico. Como si le dijeran, como si le dijeran: «Así que conocías a Lázaro, ¿eh? Ah, lo conocías, viste su calamidad; ¿por qué no lo ayudaste?». Así era conocido.

El versículo también revela que el tormento del Hades, aunque es un juicio previo al juicio final, un juicio temporal, comienza inmediatamente después de la muerte del pecador. Nótese esto. No se espera el juicio final. Tenemos el juicio parcial, como se le llama. El juicio final no se espera. Esta parábola lo revela con mucha claridad. Pero cuando recibamos nuestros cuerpos en la resurrección, entonces tendremos el juicio final. Y seremos juzgados como personas completas. No como almas. Sino como personas completas. Esto es muy significativo. Prestemos atención a ello…

Abraham, en respuesta, no se refiere a si era posible que Lázaro resucitara e fuera con sus hermanos a anunciarles lo que sucede después de la muerte. Esto no es importante. Pero da la siguiente respuesta: «Tienen a Moisés y a los profetas; los escucharon». Tienen a Moisés. ¿Qué significa eso de “tienen a Moisés”? Tienen los libros que escribió Moisés: el Pentateuco. Los primeros cinco libros del Antiguo Testamento fueron escritos por Moisés. Tienen la Santa Escritura, los primeros cinco libros. Y ahí verán si hay vida después de la muerte. ¿Y después? También tienen a los profetas, los libros proféticos. Que abran la Santa Escritura para estudiarla y verán que habla de otra vida. Y Moisés es mencionado como representante, principalmente, de la ley moral, porque ofreció los Diez Mandamientos para que se pudiera comprender el pecado…

Me llamó una persona de algún lugar de Grecia. Había escuchado una grabación de una emisora ​​de radio, mi grabación, donde hablaba de los pecados de la carne: fornicación, adulterio, etc. «¡No sabía —me dijo— que esos eran pecados!». Un hombre desconocido para mí… «No lo sabía. Me has iluminado». ¿No sabías que eran pecados? Pues bien, abre la Biblia o Sagrada Escritura, encontrarás el Decálogo: «No cometerás fornicación, no cometerás adulterio» y obtendrás la información para corregir tu moral. ¿Los profetas? Los profetas, porque prescriben la persona divino-humana de Cristo y, por lo tanto, la fe en Jesucristo.

Así que dos temas. Dos categorías. Está la moralidad, y también la fe en la persona divino-humana de Cristo. ¿Quién proyecta esto? La Biblia. Ve y estudia la Biblia y encontrarás todo esto.

Pero el hombre rico se opuso. Insistió, como fuente de fe, en el milagro. «No», dijo. Escucha: «No, padre Abraham, pero si alguien de entre los muertos va a ellos, se arrepentirán». «Entonces se arrepentirán. Cuando alguien resucite de entre los muertos y vaya y les diga esto y aquello». Pero ¿por qué el rico no acepta la propuesta de Abraham? Siempre estos en el Hades ahora. Es decir, en la otra vida, no en el Hades, en la otra vida. Porque las Escrituras no tienen nada impresionante. Mientras que el milagro, especialmente el de la resurrección de un muerto, tiene algo sumamente impresionante. «¡Ah! ¡Alguien ha resucitado! Vayamos a preguntarle qué vio, qué sabe». Además, Teofilacto dice: «¿Quién ha visto las cosas en el Hades? ¿Quién sabe qué hay en el Hades? ¿Quién ha venido de allí y nos ha dicho qué hay allí?». Y como dice Zigavinos: «Descreen de los libros de la Sagrada Escritura, porque —dice— fueron escritos por personas que vivieron, no por quienes vieron las cosas del más allá (No habían visto nada; esas cosas que suceden después de la muerte). Pero si alguien de entre los muertos se les aparece, creerán en él como si lo hubiera visto todo (Pero si alguien resucita, entonces creerán, porque vio estas cosas en la otra vida)». Estas son posturas que siempre esgrimen, queridos, quienes no están dispuestos a creer. No están dispuestos a creer. Así, justifican su incredulidad actuando sin escuchar.

Y sin embargo, Dios insiste. Insiste en la salvación a través de las Sagradas Escrituras. De ahí obtendrás la información. ¿Acaso te crees más divino que Dios? Dios quiere salvarnos. Y encuentra la manera de salvarnos mediante el estudio de la Sagrada Escritura. Dices: «No, necesito ver un milagro para creer». 

 

 

 

 

 

Entonces, el hombre rico usa aquí la palabra —presta atención— «arrepiéntete». Él dice: “Entonces se arrepentirán”. El milagro en algunas personas puede provocar arrepentimiento. Es cierto. Pero tal arrepentimiento, debemos decir, o bien carece de raíz para sostenerse, o bien, al poco tiempo, la gente lo rechaza y vuelve a la vida que tenía. Así, la gente se obsesiona con asuntos impresionantes. ¿Cuántas personas —les aseguro, lo sabemos— porque un amigo muere repentinamente, porque tienen un sueño, porque ven un milagro, o lo que sea, se desaniman de inmediato? Muy pronto, queridos, ese arrepentimiento sin raíces desaparece. Muy pronto desaparece. ¿Por qué? Hay una compulsión; ¿entienden? Quiera o no, un milagro me obliga a aceptarlo. Como si fuera una losa que nivela todo. Así es un milagro. Quiera o no, lo aceptaré. ¿Pero qué papel juega el libre albedrío? El libre albedrío no está presente para juzgar las cosas. Entonces, ese arrepentimiento desaparece muy pronto. Y no tiene valor. No da fruto.

Y la respuesta de Abraham: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas —porque él dijo “Padre Abraham”, “padre nuestro”—, por eso decimos aquí: “Hijo mío, si no escuchan a Moisés y a los profetas, es decir, si no se convencen de las Sagradas Escrituras, tampoco se convencerán de que alguien resucita de entre los muertos (ni se convencerán de que hay otra vida)”». Una respuesta muy acertada.

Se sabe que en esta única parábola se usa un nombre. No hay parábola, por ejemplo, de un hijo pródigo… ¿Cómo se llamaba al padre? El Señor no da un nombre. ¿Cómo se llamaba al hijo pródigo? El Señor no da un nombre. Es la única parábola en la que se le da el nombre de Lázaro a este pobre hombre. ¿Les sorprende? No es una coincidencia. No es una coincidencia en absoluto. El Señor hizo una concesión. «¿Quieren que Lázaro vuelva y se lo cuente, escribas, fariseos y saduceos incrédulos?». Sabéis que los saduceos no creían nada de esto. ¡Y aun así ostentaban el cargo de sumo sacerdote! ¿Lo oís? El sumo sacerdote en tiempos de Cristo era saduceo. ¡Y no creía nada! «¿Lo oís? Os traeré a Lázaro». ¿Es Lázaro el que tenía cuatro días y a quien Cristo resucitó? ¿Acaso fueron a preguntarle: «Lázaro, ven acá, Jesús te resucitó; ¿qué viste en la otra vida?»? ¿Acaso hicieron eso? Escuchad lo que hicieron. Cuando se supo de la resurrección de Lázaro, deliberaron y dijeron: «Debemos matar a Jesús, que realiza tales milagros, pero también debemos matar a Lázaro, que es la prueba de tal milagro». ¿Lo oíste? Y Lázaro.

¿Todavía quieres que te lo cuente? Esta no fue una decisión impulsiva. Ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas mencionan la historia de Lázaro. Solo Juan. ¿Sabes por qué? Porque fue el último en escribir su Evangelio. Los demás escribieron antes y temían que las vidas de Marta, María y Lázaro corrieran peligro. Y no publicaron este milagro, excepto Juan, que para entonces ya había muerto y no corría peligro. En otras palabras, la ira de los gobernantes seguía latente. Querían asesinar también a Lázaro. ¿Lo creyeron? No lo creyeron. ¡Es terrible!

¿Pero aceptaron también la resurrección de Cristo? Tres días muerto. No solo no aceptaron la resurrección de Cristo, sino que también pagaron a los soldados para que difundieran la noticia de que «estábamos dormidos…», etc., etc., «vinieron los discípulos y se llevaron a Jesús muerto». Cuando una persona no está dispuesta a creer en las Escrituras —Cristo predijo su resurrección y los profetas—, entonces, querido, la resurrección de los muertos, no la creen. Al contrario, ¿saben qué dicen? «¡Ah, una fantasía, una necrofanía! Parecía que había muerto». Tenemos el fenómeno de la necrofanía. «¡Un fenómeno espiritual!», se apresuran a decir. Y cualquier otra cosa que se les ocurra. Teofilacto señala: «Si no escuchamos las Escrituras, no creeremos a los que vienen del Hades». «Si», dice, «no escuchamos las Escrituras, tampoco creeremos que los muertos vienen del Hades».

¿Quieren, además, un testimonio? La Sagrada Escritura nos dice lo siguiente: que con el terremoto que ocurrió, se abrieron muchos monumentos de personas que habían fallecido recientemente. Y con la resurrección, dice, de Cristo, entraron en la ciudad santa, Jerusalén. La Sagrada Escritura lo dice, recuerden, entraron en la ciudad santa, Jerusalén. ¿Acaso no les preguntaron qué sucede en el infierno? Aquí están los testimonios. ¿Creyeron? ¿Creyó la gente en Cristo? Solo unos pocos creyeron. Y hasta hoy, dos mil años. Y los judíos insisten en que no quieren creer.

Amados, las fuentes de la fe son principalmente el logos de Dios, y como confirmación de esta, el milagro; que no siempre es necesario. Hubo casos en que el Señor rechazó el milagro, cuando muchos lo desafiaron, y Herodes: «Haz un milagro», dijo. Como si el Señor fuera un… hacedor de milagros. Si, en cambio, la gente se salvara por milagros, entonces, al negarlo, el Señor sería culpable de nuestra salvación. Nada más lejos de la realidad. Alimentó a cinco mil personas, solo hombres. Y todos presenciaron el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Pero cuando el Señor les habló del misterio de la Divina Eucaristía, lo abandonaron con la excusa: «Duras palabras; ¿quién puede escucharlas?». «¿Quién puede escucharlo? ¡Comamos su carne y bebamos su sangre!», dijo.

Amados, debemos estar convencidos por las Escrituras sobre el futuro de los creyentes, pero también sobre la moralidad. ¿Sabes, hermano mío, qué gran pecado es la fornicación? ¿Sabes, hermano mío, qué gran pecado es el adulterio? No te lo diré basándome en las consecuencias sociales, sino en la Biblia. Es un pecado gravísimo… ¿Dónde puedo encontrar esto? En la Sagrada Escritura. Así que no busquemos milagros. El gran milagro es Dios encarnado, el Logos, y lo que dijo y enseñó. Esto nos basta. Además, esto es lo que significa la fe: aceptar lo que está escrito, sin buscar satisfacer los sentidos, porque eso es una fea incredulidad.

 

A la Gloria del Santo Dios Trinitario 

 

* Paraíso o Hades son los estados del alma tras la "muerte" personal de cada uno, antes de la Segunda Venida de Jesús Cristo y el gran Juicio Final.

** Economiza: ofrece el Señor esta parábola y este diálogo, tras la reprimenda a los fariseos por su hipocresía, queriéndoles mostrar lo que hay que hacer en vida, antes de que ya no haya vuelta atrás.  

 

 




 

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