domingo, 8 de septiembre de 2024

Domingo anterior a la Fiesta de la Exaltación de la Preciosa y Vivificadora Cruz

Una semana antes de la Exaltación de la Preciosa y Vivificadora Cruz, nuestra Iglesia Católica y Apostólica Ortodoxa prepara a los fieles con lecturas bíblicas, oraciones y buenas obras para celebrar el hecho de encontrar la honrosa y vivificante Cruz de nuestro Señor Jesucristo.


Entre los muchos símbolos de la fe cristiana, la Santa Cruz se considera el más importante. Es el símbolo del cristianismo. Es el símbolo de la victoria de Cristo sobre la muerte. Es el arma contra todas las fuerzas de la oscuridad. Es el arma de los santos. Es el estandarte bajo el cual los justos luchan contra el Diablo.

En el Antiguo Testamento tenemos prototipos de la Santa Cruz. En el Libro del Génesis, el Árbol de la Vida prefigura la Santa Cruz (Gn 2,9). Así como el Árbol de la Vida tenía el poder de dar vida eterna a Adán, con sólo tocarlo (Gén. 3:22), así también la Santa Cruz, como el nuevo Árbol de la Vida, da vida eterna a todos los que creen en Cristo. Otro modelo de la Santa Cruz se encuentra en el Libro de Números (21:8-9). A Moisés, para salvar al pueblo de las mordeduras mortales de las serpientes venenosas, Dios le ordenó que hiciera y levantara una serpiente de bronce, y cualquiera que la mirase se salvaría (Núm. 21:8). Cristo mismo usó este patrón como un ejemplo de Su propia elevación en la Cruz. Y así como todos aquellos israelitas que vieron la serpiente de bronce fueron salvados de la muerte, de la misma manera quien se vuelva a Cristo en la fe y lo acepte como su Salvador y enfrente Su Crucifixión será salvo de las flechas mortales del Diablo.

 

 

 




 

Las mordeduras del pecado y de la muerte se curan con las llagas de Cristo, como lo predijo el profeta Isaías diciendo: “Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados." (Is 53, 2-5). "Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. 8 Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores." (Is. 53:7-8, 12).

 

 

 


 

 


El momento de la mayor humillación de Cristo se convierte en el momento de su exaltación con el cumplimiento de su misión salvadora. Por la muerte del Señor, la muerte fue vencida y la vida fue dada al mundo.
El hombre llega a ser justo ante Dios Padre sólo a través de Su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La justificación por la fe en Dios es parte de la entrada en la Nueva Alianza, por medio de Jesucristo, que establece la nueva relación con Aquel que se ofreció a sí mismo por la vida y salvación del mundo.
La salvación se logra a través de la Fe en Jesucristo, Quien cumple la Ley. Con el Nuevo Testamento, el hombre se convierte en miembro del Reino de Dios a través del Santo Bautismo, y recibe el don del Espíritu Santo a través de la Santa Unción. Desde ese momento el Espíritu Santo nos guía, llevándonos al conocimiento de la verdadera Fe en Dios, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Cristo se convierte en el centro de nuestra vida y estamos llamados a ser imitadores de Cristo.
Cuando una persona es bautizada en la Iglesia Ortodoxa, se convierte en Cristo ya través de su vida, la vida de Cristo se manifiesta en el mundo. El Apóstol Pablo nos enseña diciendo: "Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, vestíos de Cristo" (Gálatas 3:27). 

 

 

 


 

 

 

El bautismo en Cristo significa que un cristiano ortodoxo participa en la muerte y resurrección del Señor (Rom. 6:3). La libertad del pecado se concede sólo a través del Santo Bautismo. Lo que Cristo realizó en la Cruz fue la muerte real del pecado; esto se hace a todos los que son bautizados normalmente. Por el Sacramento del Santo Bautismo, el hombre muere al pecado y se libera de él. A través de nuestra unión con Cristo, a través del bautismo, participación en Su muerte y Resurrección, reside todo el poder de la victoria sobre el pecado.
La Santa Cruz es el poder de Dios para vencer el pecado (1 Cor. 1:18), y el bautismo es nuestra Cruz.
Esta es la razón por la cual el Obispo o el Sacerdote cuelga la Cruz alrededor de nuestro cuello después de nuestro bautismo, para recordarnos las palabras de Cristo: "Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9, 23). "Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios." (1 Cor. 1:18).

 

 



 

 

 

San Juan Crisóstomo nos enseña diciendo que la Santa Cruz es la causa de los que perecen, porque no supieron reconocer las cosas que conducen a la salvación. Nosotros, que damos el testimonio de Cristo, no debemos desanimarnos cuando los que están fuera o viven lejos de la ortodoxia juegan con la Cruz de Cristo y la insultan. Porque, "Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; 16 a estos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquellos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?" (2 Cor. 2:15- 16). 

"He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará" (Lc. 10,19). A través de la Santa Cruz de nuestro Señor Jesucristo, Satanás ha sido derrotado y destronado de su dominio demoníaco sobre el mundo. Con la muerte de Cristo en la Cruz, se completa la obra de salvar a la humanidad. La fe en la Cruz de Cristo es una situación viva, dinámica y continua que los cristianos deben vivir como una experiencia diaria en sus vidas. La ortodoxia no es algo que se aplica sólo en los momentos difíciles de la vida. 

No es sólo una decisión que uno tiene la opción de seguir o no, sino que es el único Camino de la Vida de Cristo. Con el único Sacrificio que Cristo ofreció en la Santa Cruz, el hombre fue reconciliado con Dios. Esto significa que se restaura la amistad pedida, la paz y la comunicación del hombre con Dios. Nosotros, como cristianos ortodoxos, hemos sido salvados al ser bautizados en el nombre de Cristo. 

 

 

 

 

 

 

Somos salvos creciendo con Cristo participando a lo largo de nuestra vida en la vida sacramental de la Iglesia y esperando la misericordia y el amor de Dios en el Día del Juicio Final. Hoy, nuestra Iglesia Ortodoxa celebra la Exaltación Universal de la Santa Cruz. En este día, Santa Elena, la madre de Constantino el Grande, encontró la Santa Cruz. Recordemos lo que el Señor sufrió por nosotros en la Cruz. Pongámonos de pie ante la Santa Cruz con humildad y ofrezcamos a Cristo, como un regalo de gratitud, por el hecho de que nos salvó de nuestros propios pecados. Derramemos lágrimas por nuestras faltas. Exclamemos, "gracias, Señor, por todo tu amor, perdónanos que caemos a diario y no te seguimos. Muestra Tu misericordia a Tus siervos y no alejes Tu Divina Gracia de nosotros, los pecadores e indignos. Por lo que pasaste por amor a nosotros, te damos gracias. Estamos ante la Santa Cruz, prometamos a Cristo que seguiremos siendo verdaderos cristianos ortodoxos y que a lo largo de nuestra vida nos arrepentiremos de nuestros errores". De esta manera daremos gracias a Dios con nuestra vida. Amén

Domingo anterior a la Fiesta de la Exaltación (7 de septiembre de 2014). Metropolitano de Antinoi Panteleimon. 



LITURGICO

Tono 2. Ev. Maitines 11 (Jn.21, 14-25)

Vísperas / Maitines-D.Liturgia (texto)

Vísperas / Maitines-D.Liturgia (música)

 


LECTURAS EVANGÉLICAS


LECTURA DEL LIBRO DE LOS APOSTOLES


Epístola del Apóstol Pablo a los Gálatas 6, 11-18


11. Hermanos, mirad con cuán grandes letras os escribo ahora con mi propia mano.

12. Todos los que quieren adquirir buena fama ante los hombres, éstos os obligan a que os circuncidéis, con el único objetivo de no ser perseguidos por los judíos solamente a causa de la cruz de Cristo.

13. Porque ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse de que consiguieron que lo hiciéseis.

 

 

 

 



14. En cuanto a mí, no quiero ninguna causa para gloriarme, sino la cruz de nuestro Señor Jesucristo, la cruz sobre la cual el mundo murió por mí y yo por él.

15. Para todos los que pertenecen a Jesús Cristo, no tiene ninguna importancia ni el hacer la circuncisión ni no hacerla, sino que todos son nuevas creaciones de Dios.

16. Y a todos los que anden conforme a esta regla, tendrán la paz y la misericordia de Dios con ellos, ellos y todo el pueblo de Dios

17. De aquí en adelante que nadie me cree problemas. Bastante he sufrido por Cristo, como demuestran las marcas en mi cuerpo.

18. La gracia de nuestro Señor Jesucristo deseo que sea con vosotros, hermanos. Amén.









EVANGELIO. DOMINGO ANTES DE LA EXALTACIÓN DE LA CRUZ

Lectura del santo Evangelio según san Juan (3, 13 – 17)


El Señor dijo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.



Lectura del santo Evangelio según san Juan (3, 13-17), (con breve interpretación por P.Trempelas).


13. Y sin embargo sólo de mí aprenderéis estos misterios celestiales. Porque ninguno de los hombres ha subido al cielo para aprender lo celestial y enseñároslo, sino sólo aquel que bajó del cielo y se convirtió, haciéndose hombre, en el hijo del hombre. Éste, aunque ahora está en la tierra, continúa estando en el cielo como Dios omnipresente.

14. Escucha ahora otra verdad desconocida y salvadora del alma, que te voy a revelar: Cómo una vez Moisés en el desierto colgó en lo alto la serpiente de cobre para que con ello que fuesen salvados los israelitas de la mordedura mortal de las serpientes, así de acuerdo con el misterioso plan de Dios, tiene que ser colgado en lo alto en la cruz el hijo del hombre para asumir así la figura del pecado, sin tener sin embargo ninguna relación real con él.








15. Y será levantado sobre la Cruz, para que no se pierda en la muerte eterna ninguno de los que crean en Él, sino para que tengan vida eterna.

16. Y que no te parezca paradójico que el hijo del hombre será levantado en la cruz para nuestra salvación. Porque tanto amó Dios al mundo de los hombres que vivían en el pecado, que entregó a la muerte a su único Hijo, para que no se pierda en la muerte eterna cada hombre que cree en él, sino que tenga vida eterna.

17. Porque no envió Dios a su Hijo al género de pecadores de los hombres para juzgar y condenar a este género. Vosotros los judíos creéis en el Mesías. Que salvará sólo a los judíos y que condenará al resto de las naciones. Pero Dios envió a su Hijo para que sea salvado todo el género humano a través de él.










 

HOMILIA I.


Del libro ”Háblame, Cristo. Mensajes para jóvenes de los Evangelios de los Domingos”. Archim. Apóstolos J. Tsoláki. Ed.Sotir


Y COMO MOISÉS LEVANTÓ LA SERPIENTE EN EL DESIERTO, ASÍ ES NECESARIO que el Hijo del Hombre sea colgado en lo alto, para que todo el que cree en él no se pierda y tenga vida eterna…”












Noche. Madrugada. Absoluto silencio. Y solo una voz suave y dulce que rompe la profunda tranquilidad. ¡El Señor! Habla a Nicodemo, su discípulo en oculto, miembro del Sanedrín judío. Dialogan, y nuestro Cristo le revela verdades celestiales y grandes misterios sobre la salvación del mundo.

Le habla de la serpiente de bronce de Moisés en él y enseguida le añade: “Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo por Él sea salvado con su sacrificio en la Cruz”

Palabras terribles en medio de la noche. De su Crucifixión habla. Pero, ¿Qué relación tiene esto con la serpiente?



* * *



1400 a.C. El pueblo judío durante 40 años camina por el desierto, tras haber huido de Egipto, dirigiéndose hacia la Tierra Prometida.

En un momento llegan al golfo de Áqaba, también conocido como el golfo de Eilat, en el Mar Rojo. De nuevo desierto ante ellos. Se quejan. Se desesperan. Pueblo quejicoso. Tantos milagros han visto: el Maná, el agua brotando de la roca, la aparición de las codornices… y sin embargo abren sus bocas para quejarse en contra de Moises y –pobres- de Dios.

-¿Qué es esto? ¿Nos has sacado de Egipto para matarnos a todos en el desierto? Aquí ni siquiera hay pan, ni agua. Y el Maná este, poca cosa, estamos hartos. No lo queremos más. (¡Qué terribles palabras!)

Blasfemaron contra Dios, y el castigo no tardó en llegar.

¡Serpientes! Venenosas, letales. Por todas partes serpientes. Y el lamento y el arrepentimiento comenzó…

-¡No…! Hemos pecado, Moisés. Nos arrepentimos. Ruega a Dios que nos perdone.

Misericordioso el Dios, aconseja a Moisés construir una serpiente de bronce, y ponerla en un madero en lo alto, que se viese desde lejos. “Quien sea mordido por una serpiente, si vuelve su mirada acto seguido hacia el madero y la serpiente de bronce colgada, se pondrá bien. No le afectará el veneno.

Y así sucedió. Y el terrible ataque pasó.











* * *




“Y como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, así es necesario…”


El Señor habla ahora. Y se compara a Sí mismo con la serpiente de bronce. Como ella fue elevada en lo alto del madero, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en la Cruz.

Que paradójica comparación, verdaderamente. Cristo como la serpiente.

Si, y como la serpiente de bronce era una copia y no era real, así el Cristo se ha llevado la maldición sobre la Cruz ya que ha aceptado cargar sobre Él los pecados de todos nosotros, de todo el mundo y de todas las generaciones, aun no teniendo ninguna relación con el pecado. Pues Él mismo estaba limpio de todo pecado.

Y como se ponían bien de las mordeduras mortales de las serpientes quienes mirasen con creencia la serpiente de bronce sobre la madera, así también se pone bien y se libra del veneno del pecado quien mira con creencia con los ojos de su alma hacia al Elevado sobre la Cruz, nuestro salvador y nuestro Redentor. Su Padecimiento se hace farmacéutico para nuestros padecimientos, y sus heridas antídoto para nuestras heridas, las cuales nos provoca la perversa serpiente el diablo.

Terrible misterio. Grande el amor de nuestro Señor. ¿Cómo no estar constantemente con la mirada clavada sobre Su Santa Cruz?.










 

HOMILIA II. Domingo anterior a la elevación de la Honorable Cruz.

 
Por San Lucas, arzobispo de Simferopol y toda Crimea. (Realizada en 1949)



Hay muchísimos textos en la Sagrada Escritura que asombran la mente y el corazón de toda persona piadosa y reverente. Pero hoy, domingo anterior a la Exaltación de la Cruz de Cristo, dejaré de pensar en las palabras más asombrosas: las palabras del apóstol Pablo y las palabras de nuestro Señor Jesucristo mismo.

Quiero que estas palabras os asombren y os estremezcan, para que las grabéis para siempre en vuestros corazones:


“Porque agradó al Padre que en él habitara toda plenitud, y por él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en el cielo, habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:19-20).

Esto es lo que dice San Pablo en su carta a los Colosenses, y lo mismo dice en la segunda carta a los Corintios: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no imputándoles sus transgresiones, y nos las ha encomendado a nosotros”. la palabra de reconciliación. Ahora bien, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros: os imploramos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:19-20).

Y yo también soy mensajero de Dios, y os pido, rebaño mío: ¡reconciliaos con Dios!

Qué asombroso, qué maravilloso, que Dios mismo nos esté pidiendo que nos reconciliemos con Él.

¿Qué es esto? ¿Cómo puede ser esto? ¿No deberíamos pedirle a Dios que nos perdone a nosotros, los malditos, a nosotros los pecadores, no deberíamos pedirle que se reconcilie con nosotros?

Y Él mismo pide, pide humildemente, que nos reconciliemos con Él, nosotros, los malditos, nosotros, que siempre ofendemos a Su santidad, que nos reconciliemos con Él.

¡Puede haber mayor humildad que la humildad de Dios Padre manifestada en estas palabras!

Él mismo, por así decirlo, nos pide perdón, Él mismo pide que nos reconciliemos con Él.










“Por tanto, recordad que vosotros, en otro tiempo gentiles en la carne, que sois llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con manos en la carne, que en aquel tiempo estabais sin Cristo, siendo alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos. de promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que antes estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo.

Porque él mismo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, es decir, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo uno nuevo. el hombre de los dos, haciendo así la paz, y para reconciliarlos a ambos con Dios en un solo cuerpo, mediante la cruz, haciendo morir así las enemistades” (Ef. 2:11-16).

Nuevamente las palabras de que la muerte del Señor Jesucristo en la cruz fue necesaria para reconciliarnos con Dios, para abolir la enemistad, la enemistad diabólica, que tanto abunda en el género humano.


Él hizo esto para reconciliarnos con Dios.

¿No nos reconciliaremos ahora, si Dios mismo pide la reconciliación? ¿Vamos a seguir luchando? ¡Cuánta enemistad, qué terrible!

La Cruz de Cristo destruyó esta enemistad entre cristianos, Cristo borró la cabeza del diablo con Su cruz.

En la lectura actual del Evangelio también escuchaste palabras asombrosas: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

El Señor se preocupa por todos nosotros para que nadie perezca, perezca en la ignorancia de Cristo, en la incredulidad en Él, Él quiere que cada uno de nosotros tenga vida eterna.

"Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él".

Llegará un tiempo, un tiempo terrible, asombroso, en el que Cristo vendrá por segunda vez: vendrá a juzgar al mundo, a juzgarnos a todos nosotros, los condenados.

Pero la primera vez no vino a juzgar al mundo, sino a salvar al género humano con Su Sangre, a salvar a los que creen en Él de todo corazón, y no sólo a los que creen, sino a los que cumplen Sus mandamientos.

 








“El que cree en Él no es juzgado, pero el incrédulo ya está condenado, porque no creyó en el Nombre del Unigénito de Dios”.

El creyente no es juzgado, el Juicio Final no es terrible para él, pero el incrédulo ya está condenado por no creer en el Hijo de Dios.

“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace el mal aborrece la luz y no viene a ella, para que sus obras no queden descubiertas” (Juan 3:15-20).

¿Alguno de ustedes terminará amando la oscuridad? ¿Serán las acciones de alguno de ustedes tan oscuras, tan aborrecibles de Dios, que será necesario ocultarlas al amparo de la oscuridad?


¿No améis todos con todo vuestro corazón, con todos vuestros pensamientos, con todo el aliento de vuestra alma al Señor Jesús, que derramó Su Sangre por nosotros, la Sangre con la cual el Señor reconcilió al mundo consigo mismo, no se reconcilió consigo mismo, sino que nos reconcilió consigo mismo para que no perezcamos.

La humildad de Cristo es verdaderamente inconmensurable, porque leemos en el Apocalipsis de Juan el Teólogo palabras tan asombrosas de Cristo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20), como le pide un mendigo...

¿Hay alguno entre vosotros que no quiera abrir?

Cristo está a la puerta del corazón de cada uno de ustedes y lentamente, lentamente llama y espera: si la puerta se abrirá, si lo dejarán entrar. Y uno sólo tiene que abrir la puerta para que Él entre y sirva al cenar contigo.

¡Que sea con cada uno de ustedes!

¡Que el Señor celebre su cena con nosotros, los condenados, a quienes Dios tuvo que reconciliar consigo mismo!

 

 




Fuentes consultadas:
pemptousia.gr, saint.gr, mystagogyresourcecenter.com (Homilía traducida al inglés por John Sanidopoulos y al español por el equipo de La Ortodoxia es la Verdad)


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