El Venerable Teonás, Simeón y Ferbino encontraron su fin en paz.
El Teonás mencionado aquí posiblemente podría identificarse con el Teonás mencionado por Rufino de Aquileia en su Historia de los Monjes de Egipto, donde en el Libro 2, Capítulo 6 habla de un recluso llamado Teonás que vivía fuera de la ciudad Oxirrinco en la Tebaida de Egipto. Allí leemos lo siguiente:
"No lejos de la ciudad vimos a otro hombre llamado Teonás, en un lugar lindante con el desierto, un hombre santo encerrado solo en su celda, que se destacó por haber guardado silencio durante treinta años y haber hecho tantas cosas maravillosas hechos que se le tenía por profeta, acudía a él diariamente gran número de enfermos, sacaba la mano por la ventana y la ponía sobre la cabeza de cada uno, bendiciéndolos y aliviándolos de todos sus males.
Era tan agraciado de semblante y despertaba tanta reverencia que se le consideraba como un ángel que vivía entre la gente, tan radiante y lleno de gracia aparecía a la vista de la gente.
No hace mucho, según nos contaron, vinieron una noche unos ladrones pensando que tal vez encontrarían algo de oro, pero él los venció sólo con la oración y los hizo quedarse pegados a la puerta, sin poder hacer el menor movimiento. Cuando la multitud habitual llegó por la mañana y vio a los ladrones apostados cerca de la puerta, quisieron hacer una hoguera con ellos. Pero constreñido por esta emergencia, realmente habló, diciendo: -Deja ir a estos malhechores, porque de otra manera los dones de curación me abandonarán-. Cuando el pueblo oyó esto, no atreviéndose a contradecirlo, los ahuyentó.
Venerables Teonás, Simeón y Ferbino |
Cuando los ladrones se dieron cuenta de lo que les habían hecho, perdieron el deseo de cometer delitos e hicieron penitencia por sus muchas maldades pasadas yendo a un monasterio vecino y emprendiendo un programa de enmienda de vida.
Además, este hombre era hábil no solo en griego y egipcio, sino también en latín, como aprendimos no solo de quienes lo conocieron sino de él mismo. Evidentemente deseaba que supiéramos esto, porque, deseando darnos alguna recompensa por el trabajo de nuestra peregrinación, nos mostró cuán llena de gracia y aprendida era su enseñanza al escribirnos en tablas. Nunca comía comida cocinada y se dice que cuando salía al desierto por la noche solía ir acompañado de una gran multitud de las fieras del desierto. Recompensó su compañía sacando agua del pozo y vertiéndola en un cuenco para ellos. La evidencia manifiesta de esto se podía ver en las huellas de bueyes, cabras y asnos salvajes que yacían alrededor de su celda".
Fuentes consultadas: saint.gr, johnsanidopoulos.com