En la "Historia Eclesiástica", Eusebio describe el martirio de San Marino.
El santo pertenecía a una noble familia de Cesárea de Palestina y se había distinguido en el ejército. Iba ya a ser condecorado con el emblem de centurión, cuando uno de sus rivales objetó que no tenía derecho de aspirar a esa dignidad, pues "era cristiano y no podía ofrecer sacrificios al emperador.
El gobernador,
Aqueo, interrogó a Marino y como éste confesara a Cristo, le dio tres horas
para reflexionar. En la puerta de la sala del juicio Marino encontró al obispo
de la ciudad, llamado Teotecno, quien le condujo a la iglesia.
El obispo
señaló a Marino el libro de los Evangelios que se hallaba sobre el altar y la
espada que éste llevaba al cinto, y le dijo que escogiese entre esos dos
objetos. Marino tomó sin vacilar el libro de los Evangelios en sus manos.
El obispo le
dijo: "Entonces acógete a Dios y pídele que te de fuerza para ganar lo que
has escogido. Vete en paz."
Marino retornó a la sala del juicio y confesó su fe con la misma valentía que antes. Fue ejecutado inmediatamente.
Sun Astirio,
un senador romano que gozaba del favor del emperador, asistió al martirio de Marino,
envolvió el cadáver en su propia capa, se lo echó sobre los hombros y le dio cristiana
sepultura. Eusebio no habla del martirio de San Astirio (Asterios), pero Rufino lo supone
en su traducción latina de la historia y tanto el Martirologio Romano como el
Menaion griego (7 de agosto) conmemoran a San Astirio como mártir.