Todo lo que sabemos sobre Santa Escolástica proviene de San Gregorio el Dialogista, (Diálogos, Libro 2, Caps. 33-34), más conocido en occidente como San Gregorio Magno.
Sabemos que era hermana gemela de san Benito (14 de marzo), nacida hacia el año 480 en Nursia de Italia, y fue consagrada a Dios a temprana edad. Bajo la dirección de su hermano, fundó y gobernó un gran convento cerca de Monte Casino en las afueras de Plombariola, a unas cinco millas al sur. Eran muy unidos, y cada año se reunía con su hermano para hablar de asuntos espirituales, que terminaban por la noche con una frugal comida juntos. Este encuentro tendría lugar en una casita situada entre su monasterio y el de ella.
La razón de esto es que las mujeres no estaban permitidas en su monasterio, y los hombres no estaban permitidos en el de ella. Ella durmió alrededor del año 543. San Benito hizo colocar su cuerpo en la tumba que él mismo había preparado e hizo arreglos para que su propio cuerpo también fuera colocado allí después de su reposo.
A continuación se muestra el relato de san Gregorio, en forma de diálogo:
PEDRO: Dime, te lo ruego, si los hombres santos pueden hacer todas las cosas que les plazcan y obtener de las manos de Dios todo lo que desean.
GREGORIO: ¿Quién hay, Pedro, en este mundo, que tenga mayor favor ante Dios que San Pablo? Tres veces pidió a nuestro Señor que lo librara del aguijón de la carne, y sin embargo no obtuvo su petición. Hablando de eso, debo decirte que hubo una cosa que al venerable padre Benedicto le hubiera gustado hacer, pero no pudo.
Su hermana, de nombre Escolástica, se dedicó desde su infancia a nuestro Señor. Una vez al año venía a visitar a su hermano. El hombre de Dios se acercó a ella no lejos de la puerta de su monasterio, en un lugar que pertenecía a la Abadía. Allí la entretendría. Una vez ella vino a visitarla según su costumbre, y su venerable hermano con sus monjes fue allí a recibirla.
Pasaron todo el día en alabanzas a Dios y charlas espirituales, y cuando ya era casi de noche, cenaron juntos. Estando todavía sentados a la mesa, hablando de cosas devotas, empezó a oscurecer.
La santa Monja, su hermana, le rogó que se quedara allí toda la noche para que la pasaran hablando de los goces del cielo. Sin embargo, de ninguna manera estaría de acuerdo con eso, diciendo que de ninguna manera podría quedarse toda la noche fuera de su abadía.
En ese momento, el cielo estaba tan despejado que no se veía ninguna nube. La monja, al oír esta negación de su hermano, juntó las manos, las puso sobre la mesa, inclinó la cabeza sobre las manos y oró a Dios todopoderoso.
Levantando la cabeza de la mesa, cayó de repente tal tempestad de relámpagos y truenos, y tal abundancia de lluvia, que ni el venerable Benito, ni sus monjes que estaban con él, pudieron asomar la cabeza al aire libre.
La santa monja, habiendo reposado la cabeza sobre las manos, derramó tal torrente de lágrimas sobre la mesa, que transformó el aire limpio en un cielo acuoso.
Después del final de sus devociones, siguió esa tormenta de lluvia; su oración y la lluvia se juntaron de tal manera, que cuando ella levantó la cabeza de la mesa, comenzó el trueno. Así fue que en un mismo instante que levantó la cabeza, hizo caer la lluvia.
El varón de Dios, al ver que no podía, en medio de tantos truenos y relámpagos y gran abundancia de lluvia regresar a su Abadía, comenzó a sentirse pesado y a quejarse a su hermana, diciendo: "Dios te perdone, ¿qué has hecho?" ¿hecho?" Ella le respondió: "Te pedí que te quedaras, y no me escuchaste; lo he pedido a nuestro buen Señor, y él ha concedido mi petición. Por lo tanto, si puedes partir ahora, en el nombre de Dios regresa a tu monasterio, y déjame aquí solo".
Pero el buen padre, no pudiendo irse, se demoró allí contra su voluntad donde antes no se hubiera quedado de buena gana. Así velaron toda la noche y con plática espiritual y celestial se consolaron mutuamente.
Luego, por esto vemos, como antes dije, que él hubiera tenido una cosa, pero no pudo efectuarla. Porque si conocemos la mente del venerable hombre, no hay duda de que habría tenido el mismo buen tiempo para haber continuado como lo fue cuando dejó su monasterio. Descubrió, sin embargo, que un milagro impidió su deseo. Un milagro que, por el poder de Dios todopoderoso, las oraciones de una mujer habían obrado. ¿No es cosa de maravillarse que una mujer, que durante mucho tiempo no había visto a su hermano, pudiera hacer más en ese caso que él? Ella se dio cuenta, según el dicho de San Juan, "Dios es amor" [1 Juan 4:8]. Por tanto, como es justo, la que más amó, más hizo.
PEDRO: Te confieso que estoy maravillosamente complacido con lo que me dices.
GREGORIO: Al día siguiente la venerable mujer volvió a su monasterio, y el varón de Dios a su abadía. Tres días después, de pie en su celda, y levantando los ojos al cielo, vio el alma de su hermana (que había sido apartada de su cuerpo) ascender al cielo en forma de paloma.
Regocijándose mucho al ver su gran gloria, con himnos y alabanzas dio gracias a Dios todopoderoso, y comunicó la noticia de su muerte a sus monjes. Los envió enseguida a llevar su cadáver a su abadía, para que lo enterraran en la tumba que él mismo se había preparado. Por este medio sucedió que, así como sus almas fueron siempre una en Dios mientras vivieron, así sus cuerpos continuaron juntos después de sus muertes.
Fuentes consultadas: johnsanidopoulos.com, apostoliki-diakonia.gr