San Menignos era un batanero de profesión (blanqueador de lino) y procedía de Parium, una ciudad griega de Adrasteia en Misia en el Helesponto. Vivió durante el reinado del emperador Decio (249-251). Cuando se emitió un decreto real que prohibía el cristianismo en el Imperio Romano, muchos cristianos fueron detenidos en Parium, donde fueron encarcelados en una cárcel oscura y apresados con cepos. Una noche oraron a nuestro Señor Jesucristo para que los liberaran de la prisión y de sus ataduras, y de repente apareció una luz brillante, fueron liberados y pudieron escapar de la prisión. Este milagro pronto se dio a conocer a los paganos, quienes se quedaron asombrados por lo sucedido. Cuando Menignos se enteró de este milagro, se enardeció de amor y fe divinos y del celo por el martirio.
Un día, cuando estaba en el río donde lavaba la ropa, Menignos escuchó una voz divina que lo llamaba al martirio. Poco tiempo después, cuando el gobernador de ese lugar estaba en la corte leyendo una carta imperial instando al gobernador a perseguir a los cristianos, Menignos lleno de valor se presentó ante él. Tomando la carta la rompió en pequeños pedazos y luego la pisoteó. Debido a ello el gobernador mandó arrojar a Menignos al suelo y golpearlo, dejándolo medio muerto. Luego se ordenó que fuese suspendido y raspado con una garra de hierro, hasta el punto en que se pudieran ver sus partes internas. Aún así, el mártir permaneció firme en su fe, oró y reprendió al gobernador.
Entonces el gobernador ordenó que le cortaran los dedos en trozos pequeños, del mismo modo que cortó en trozos pequeños la carta del emperador. Cuando terminó, en lugar de sangre, brotó leche de sus heridas. Luego fue encarcelado durante la noche y al día siguiente, habiendo confesado una vez más su fe en Cristo, el gobernador ordenó su decapitación.
Mientras llevaban a Menignos al lugar de su ejecución, su esposa se encontraba allí llorando junto con otros. A su llegada, se paró ante los testigos de su ejecución y comenzó a enseñar a la gente acerca de Cristo. Después de que confió a su esposa al cuidado de aquellos en quienes confiaba, fue decapitado.
Entonces se vio milagrosamente una tórtola salir de la boca de los Mártires, que voló hacia el cielo, asombrando a todos. Los que vieron este milagro dijeron: "¡Grande y verdadero es el Dios de Menignos!" Esto enfureció al gobernador, quien ordenó que el cuerpo de Menignos permaneciera insepulto para que Dios mismo bajara y lo enterrara, y puso soldados para custodiar el cuerpo. Sin embargo, sus hermanos llegaron de noche y se llevaron su cuerpo mientras los soldados dormían, y lo llevaron a un lugar en el que el Santo les había dicho donde deseaba ser enterrado. En el camino los hermanos se cansaron y se acostaron a dormir.
Uno de los hermanos vio al Santo en un sueño, quien le informó que se olvidaron de su cabeza, la que confesó a Cristo. Despertando a sus hermanos, regresaron al lugar del martirio del Santo, y aunque estaba oscuro, una luz divina brillaba sobre la cabeza para que pudieran localizarla. Por lo tanto, regresaron, unieron la cabeza al cuerpo del Santo y procedieron a enterrarlo, pero el Santo se les apareció en un lugar determinado y les ordenó que lo enterraran allí.
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