El domingo 16 de enero de 259, el obispo Fructuoso de Tarragona, España fue arrestado con sus diáconos Augurius y Eulogius. Ya se había retirado a su habitación cuando los soldados de la VII Legión Gemina vinieron a buscarlo. Al oírlos acercarse, fue a su encuentro.
“Ven con nosotros”, le dijeron, “el procónsul te convoca a ti y a tus diáconos”.
Cuando llegaron, los metieron en una prisión donde también estaban detenidos otros cristianos. Consolaron al obispo y le pidieron que los recordara. Al día siguiente, el obispo Fructuosus bautizó a Rogatianus en la prisión.
El viernes 21 de enero, el obispo Fructuosus y sus diáconos fueron llevados para su audiencia. Cuando el procónsul Aemelianus pidió que le llevaran al obispo y a sus diáconos, se le dijo que estaban presentes. El procónsul preguntó a San Fructuoso si conocía las órdenes de los emperadores.
"No conozco sus órdenes", respondió, "soy cristiano".
Aemelianus dijo: "Han ordenado que adores a los dioses".
Entonces el procónsul preguntó: "¿Sabes que los dioses existen?"
"No", dijo el obispo, "no lo creo".
"Lo sabrás más tarde".
El obispo Fructuoso alzó los ojos al cielo y comenzó a rezar. El procónsul dijo: "Los dioses deben ser obedecidos, temidos y adorados. Si no se adora a los dioses, no se adoran las imágenes de los emperadores ".
Emiliano el procónsul dijo a Augurio: "No escuches las palabras de Fructuoso".
El diácono Augurio respondió: "Yo adoro al Dios todopoderoso".
Volviéndose hacia el diácono Eulogius, el procónsul Emilianus preguntó: "¿No adoras tú también a Fructuoso?
“No”, dijo el diácono, “no adoro a Fructuoso, pero sí adoro a Aquel a quien adora”.
El santo obispo respondió: "Sí, lo soy".
"Lo eras", dijo Emiliano; luego ordenó que fueran quemados vivos.
Mientras San Fructuoso y sus diáconos eran llevados al anfiteatro, muchas personas sintieron simpatía por ellos, porque el obispo era amado tanto por cristianos como por paganos. Los cristianos no estaban tristes, sino felices, porque sabían que a través del martirio los santos heredarían la vida eterna.
Cuando le ofrecieron una copa de vino narcotizado, San Fructuoso se negó diciendo: "Aún no es el momento de romper el ayuno". En aquellos días, los cristianos no comían ni bebían nada los miércoles y viernes hasta después de la puesta del sol (Didache 8: 1).
Los santos en la capilla de los santos mártires de la Catedral de Tarragona con porciones de sus reliquias |
Un cristiano llamado Félix tomó la mano del obispo y le pidió que lo recordara. El mártir dijo que recordaría a toda la Iglesia católica en todo el mundo de Oriente a Occidente.
Ahora había llegado el momento de que los mártires recibieran sus coronas de gloria inmarcesible. Los oficiales que los arrestaron estaban cerca mientras el obispo Fructuosus se dirigía a la multitud en voz alta. Les dijo que no se quedarían mucho tiempo sin un pastor y que las promesas del Señor no les fallarían en esta vida ni en la próxima. Agregó que lo que estaban a punto de presenciar representaba la debilidad de una sola hora.
Los tres mártires fueron atados a postes y se encendió un fuego. Cuando las llamas atravesaron sus ataduras, se arrodillaron y extendieron los brazos en forma de cruz. Continuaron rezando en medio del fuego hasta que sus almas se separaron de sus cuerpos.
Esa noche los cristianos fueron al anfiteatro para apagar el fuego y recoger las reliquias de los mártires. Cada uno tomó una porción para sí mismo. San Fructuoso se apareció más tarde a estos cristianos y los amonestó por dividir sus reliquias, diciendo que no lo habían hecho bien. Les ordenó que reunieran todas las reliquias sin demora. Las santas reliquias fueron llevadas a la iglesia con reverencia y fueron enterradas debajo del altar.
Una figura anónima, posiblemente un soldado, escribió los actos del martirio de Fructuoso y sus compañeros. Este documento, conocido como Passio Fructuosi, es considerado el primer documento cristiano histórico en la Península Ibérica, y fue ampliamente difundido para ser leído públicamente en las iglesias africanas: San Agustín hizo un panegírico en su honor en su Sermón 273 y Prudencio dedicó un himno a los tres mártires.
Hacia finales del siglo V se construyó una basílica visigoda sobre el anfiteatro dedicado a San Fructuoso que contenía las reliquias de los mártires. Con la llegada de los Sarracenos, en 711, los restos de los mártires fueron trasladados a Italia por el obispo Prosper, en el lugar donde estaría ubicada la Abadía de San Fruttuoso di Capodimonte. Posteriormente, parte de las reliquias regresaron a Cataluña, a Sant Fruitós de Bages. De allí, en 1372, fueron trasladados a la Colegiata Basílica de Santa María, en la cripta donde son venerados como uno de los Santos Cuerpos (reliquias de los santos patronos de Manresa: santos Inés, Mauricio y Fructuoso). Una pequeña parte fue llevada a Tarragona.
Santos Fructuoso, Augurio y Eulogio, Mártires
Por las “Vidas de los Santos de Butler”
San Fructuoso fue un celoso y apostólico obispo de Tarragona, en la época en que dicha ciudad era la capital de España. El año 259, durante la persecución de Valeriano y Galieno, fue arrestado por orden del gobernador, junto con sus dos diáconos Augurio y Eulogio, el domingo 16 de enero. Los guardias le sorprendieron en el lecho, y el santo les pidió unos instantes para calzarse. Después, les siguió alegremente, con sus otros dos compañeros, a la prisión. Fructuoso bendecía a los fieles que iban a visitarle, y el lunes bautizó en la cárcel a un catecúmeno llamado Rogaciano. El miércoles observó el ayuno de las estaciones hasta las tres de la tarde.* El viernes, sexto día de su prisión, compareció ante el gobernador, quien le preguntó si conocía los edictos del emperador. El santo respondió que no, pero que en todo caso era cristiano. "Los emperadores —replicó Emiliano— ordenan que todos sacrifiquen a los dioses". Fructuoso respondió: "Yo adoro a Dios, que ha hecho los cielos, la tierra y todas las cosas". Emiliano le dijo: "¿Sabes que existen además otros dioses?". "No", —replicó el santo. El procónsul le dijo: "Yo haré que lo sepas muy pronto". Diciendo estas palabras, el procónsul se volvió hacia Augurio y le rogó que no tuviese en cuenta las respuestas de Fructuoso, pero Augurio le contestó que él adoraba al mismo Dios todopoderoso. Emiliano preguntó entonces al otro diácono, Eulogio, si también él adoraba a Fructuoso. Eulogio respondió: "Yo no adoro a Fructuoso, sino al Dios que Fructuoso adora". Emiliano preguntó a Fructuoso si era obispo; como el santo contestara afirmativamente, el procónsul replicó: "Di más bien que lo eras", con lo cual quería indicar que Fructuoso iba pronto a perder el título junto con la vida. En efecto, el procónsul condenó inmediatamente a los tres mártires a ser quemados vivos.
Ruinas del anfiteatro basílica, construida en el lugar del martirio de los santos |
Los mismos paganos no podían contener las lágrimas, cuando los mártires se dirigían al anfiteatro, porque amaban a Fructuoso a causa de sus extraordinarias virtudes. Los cristianos acompañaban a los testigos de Cristo afligidos y a la vez gozosos por el martirio. Los fieles ofrecieron a San Fructuoso una copa de vino, pero éste no quiso porbarlo, porque no eran sino las diez de la mañana, y el ayuno de los viernes obligaba hasta las tres de la tarde. El santo Obispo esperaba terminar el tiempo del ayuno en compañía de los patriarcas y profetas en el cielo. Una vez que se hallaban en el anfiteatro, el lector del obispo, Augustal, se acercó a éste y le rogó que le permitiera desatar las correas de sus zapatos, pero el mártir se rehusó, diciendo que podía hacerlo él mismo sin dificultad.
Félix, un cristiano,
se adelantó a rogarle que no le olvidase en sus oraciones, a lo que el santo
respondió en voz alta: "Estoy obligado a orar por la Iglesia católica,
difundida en todo el mundo, desde el oriente hasta el occidente".
San Agustín, quien admira mucho la respuesta del santo, observa que parecía decir—: "Si quieres que pida por ti, no abandones nunca a la Iglesia por la que pido". Marcial, un Cristiano de su diócesis, le rogó que dijese unas palabras de consuelo a su desolada Iglesia. El obispo, volviéndose hacia los cristianos, les dijo: "Hermanos míos, el Señor no os abandonará como a ovejas sin pastor, por que El es fiel a sus promesas. El tiempo del sufrimiento es corto".
Los mártires fueron atados a sendas estacas para ser quemados, pero las llamas parecían al principio respetar sus cuerpos y sólo consumían las cuerdas que ataban sus manos, de suerte que los mártires pudieron extender los brazos en oración y entregaron su alma a Dios, de rodillas, sin que las llamas les consumieran. Babilas y Migdonio, dos cristianos que formaban parte de la servidumbre del gobernador, vieron abrirse el cielo y entrar en él a los santos, portando la corona de los mártires. El procónsul Emiliano levantó también los ojos al cielo, pero no fue juzgado digno de participar en tal espectáculo. Los fieles se acercaron durante la noche, apagaron con vino las hogueras y retiraron los cuerpos medio quemados. Muchos de ellos llevaron a sus casas parte de las santas reliquias; pero, amonestados por el cielo, las depositaron todas en el mismo sepulcro. San Agustín nos ha dejado un panegírico de San Fructuoso, pronunciado en el aniversario de su martirio.
La narración de la pasión de San Fructuoso pertenece a la reducida categoría de actas que todos los críticos consideran como auténticas. El mismo Harnack {Chronologie bis Eusebias, vol. n, p. 473) dice que este documento "no despierta sospechas". Se encuentran dichas actas en Acta Sanctorum, 21 de enero, en Ruinart y en otras obras. Ver Delehaye. Les passions des martyrs... (1921), p. 144, y Origines du cuite des martyrs (1933), pp. 66-67. Uno de los principales argumentos en favor de la autenticidad de las Actas de San Fructuoso es que San Agustín y Prudencio las conocieron ciertamente.
Icono Ortodoxo de los Mártires. Fuente: Iglesia.info |
La Memoria de
Fructuoso, Augurio y Eulogio en la Arena del Anfiteatro de Tarragona
Himno a San Fructuoso. Prudencio Aurelio, p. 589.
NOTA:
* A. Butler nos dice: "Miércoles y viernes eran días de ayuno en aquella época, pero sólo hasta la hora de nona, es decir, hasta las tres de la tarde. Tal práctica se conocía con el nombre de ayuno de las estaciones." En la práctica, la Iglesia Católica y Apostólica Ortodoxa guarda ayuno los miércoles y los viernes de cada semana, en memoria de la traición de Judas al Señor y de Su crucifixión, respectivamente. El día eclesiástico comienza con la puesta del sol, momento en que se realiza el servicio de vísperas ("un poco antes de la puesta del sol").