domingo, 21 de mayo de 2023

Iguales a los Apóstoles, el Emperador Constantino y su Madre Helena

Versos:
"Así como los soberanos terrenales tenían en común la corona terrenal, ahora también tienen en común la corona celeste".
El veintiuno murió Constantino con su madre.


El veintiuno de este mes conmemoramos a los santos, gloriosos, coronados por Dios y grandes soberanos Constantino y Helena, los iguales a los apóstoles. 
Fue un momento del destino –un momento que realmente cambiaría la historia del mundo entero. Sucedió en el año 312 de Nuestro Señor no muy lejos de Roma, la Ciudad Eterna, cuando uno de los más grandes santos de la Santa Iglesia Cristiana –a la mitad del día- miró desde su caballo y vio cómo una maravillosa aparición iba tomando forma en el cielo.
Lo que el gran emperador (272-337) San Constantino estaba mirando fijamente era una cruz inmensa de llamas blancas y ardientes por encima suyo. Sujetando las bridas de su caballo de guerra hizo que el animal se detuviera. Detrás suyo, el inmenso ejército de soldados romanos que había estado marchando hacia la batalla y que decidiría el futuro del más grande imperio en la historia del mundo, desaceleró su marcha hasta detenerse completamente.







 
Rodeado por sus ansiosos tenientes, el Emperador Occidental de Roma difícilmente podía creer lo que estaba observando. ¿Cuál era el significado de aquella cruz ardiente, la cual ahora parecía llenar completamente el horizonte, enviando rayos de brillantez tan lejos como los ojos podían seguir? Mientras estudiaba el fenómeno milagroso, tres palabras que hicieron historia brotaron lentamente ante la visión de la cruz ardiente: -Por ella conquistarás-
Estupefacto por la aparición, el Emperador y sus oficiales pasaron el resto del día y la mitad de la noche preguntándose unos a otros lo que podría significar. ¿Cómo una cruz de fuego gigante les podría garantizar a ellos la victoria en la batalla contra los dos generales rebeldes contra el Imperio Romano –Maxentius y Maximinus– con quienes estaban a punto de entablar la batalla que decidiría el destino del mundo?







Confundido, como nunca lo había estado en su vida, el joven Emperador finalmente se dio una oportunidad para descansar. Para ese momento ya había pasado la medianoche, las fogatas estaban ardiendo levemente mientras los agotados soldados descansaban preparándose para la batalla titánica que se les avecinaba.
Luego de haber dormido por un momento Constantino comenzó a soñar. Una figura radiante hecha de una luz que giraba –una curva de luminiscencia que se doblaba– estaba de pie delante de él brillando y parpadeando. Y una Voz habló –no para sus oídos sino para su espíritu. 






La Voz era amable y gentil pero al mismo tiempo fuerte como el acero. Despacio y calmadamente la Voz le explicó el significado de la cruz ardiente así como su inmenso poder. Bajo ese símbolo glorioso el Emperador sería capaz de lograr lo que se propusiera. No había necesidad de temer a los grandes ejércitos de Maxentius y de Maximinus o a la batalla que pronto habría de suceder.
Cuando el Emperador se levantó al amanecer se sintió refrescado y lleno de una nueva energía. Sin hacer una pausa para desayunar llamó a sus ayudantes y les ordenó confeccionar un “labaru,” (una inmensa bandera militar) con la forma de la inmensa Cruz. Debajo de ese símbolo ellos grabarían el Nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios. 







 
La Armada de Constantino partió una vez que la banderola estuvo lista. Marchando disciplinadamente de acuerdo a sus rangos, los miles de guerreros, infantes y jinetes, cruzaron el paisaje italiano, llenos de confianza y de esperanza. Ellos no tuvieron que esperar mucho. Sólo algunos días después, el 28 de Octubre del 312, tomó lugar el gran enfrentamiento. La lucha se desarrolló a lo largo de los lados del cargado Río Tíber y el resultado fue decisivo.
Luego de varias horas de chocar las espadas y destrozar los escudos, miles de guerreros yacían muertos en la llanura Italiana - y la gran armada del rebelde Maxentius se encontraba en franca retirada. Tan rápido y caótico fue el retiro de sus tropas que -de hecho- el mismo general se ahogó impotente en las rugientes aguas tratando de escapar.






Todo había terminado... al menos por ese momento. Completamente agradecido y lleno de júbilo, el victorioso Constantino cruzó el río en otro lugar y entró triunfalmente en Roma. En las calles se escuchaba gritar su nombre mientras le arrojaban flores a su paso. 
El Senado Romano se levantó a aplaudirlo y rápidamente lo nombraron Emperador vitalicio del Imperio Occidental al tiempo que confirmaban que el poderoso Licinio continuaría gobernando Oriente.
En el transcurso de un año, el Gran Constantino se reuniría con Licinio para promulgar una nueva ley que cambiaría nuestro mundo. 
 






Conocido como el Edicto de Milán (313), este documento garantizaría la libertad de expresión religiosa para quienquiera que viva dentro del Imperio Romano, tanto en Oriente como en Occidente.
Casi de la noche a la mañana finalizaron las continuas persecuciones contra la Santa Iglesia y el Cristianismo comenzó a florecer. Mientras tanto el triunfal nuevo gobernante se encontraba ocupado poniendo las fundaciones de la gran y nueva ciudad de Constantinopla en honor a sí mismo, en Bizancio –la cual de ahora en adelante se llamaría “La Nueva Roma.” Inaugurada por el Emperador en Mayo del 330, la nueva ciudad llegaría a ser, eventualmente, la metrópolis más importante del todo el mundo civilizado.






Sin embargo los problemas de los Cristianos con los paganos aún no habían terminado. Muy pronto el traicionero Licinio reanudó su persecución contra los seguidores de Jesús en su porción del Imperio. Muy pronto los dos líderes se vieron envueltos en otra guerra interna que determinaría la dirección espiritual del mundo conocido. Finalmente, luego de dos inmensas batallas militares en contra de su rival, Constantino prevaleció cuando su último y más grande enemigo pereció en una cruenta batalla.
El mundo antiguo había cambiado para siempre; el Cristianismo vendría a ser ahora la fuerza espiritual que lo llevaría adelante. Pero ¿qué era exactamente en lo que había que creer y sobre qué principios teológicos y dogmáticos estaban basados? 








Para responder de una vez por todas a estas preguntas el Gran Constantino convocó a todos los obispos Cristianos al Primer Concilio Ecuménico de Nicea en el año 325. En esta reunión de suprema importancia la Santa Iglesia establecería permanentemente la fe Ortodoxa –proclamando que el Hijo de Dios es “consustancial” con su Padre– lo que significa de la misma esencia y que nunca hubo un momento en el tiempo de la eternidad en que Cristo, el Hijo, no haya existido.
Estas leyes de crucial importancia establecieron las formas básicas de Cristianismo tal como se practica en la actualidad en el mundo –venciendo a la peligrosa herejía del Siglo Cuarto, el “Arrianismo,” la cual insistía que Cristo, el Hijo, había aparecido en un momento determinado en la historia del mundo.








Con esta tremenda y difícil disputa fuera de camino, la Santa Iglesia ahora estaba libre para realizar su destino como la Palabra del Dios Todopoderoso en la tierra.
Nacido en el año 272, Constantino fue el hijo de Constancio Cloro –el gobernador de las tierras occidentales de Roma– y de la gran Emperatriz Santa Helena, una Cristiana de cuna humilde. Supremamente educado y muy bien versado en las Sagradas Escrituras así como en las enseñanzas de la Iglesia, gracias a su piadosa madre, el joven soberano mostraría un gran interés en el lado espiritual de la vida así como una enorme habilidad como comandante militar y grandes dotes políticos y administrativos del reino.






 
Lo que sucedió en los años que siguieron no fue nada menos que la llegada del Cristianismo a Occidente, gracias a la incesante labor del Emperador Constantino.
Cuando sus largos años de guerra y sus problemas administrativos llegaron a su fin, Constantino caería enfermo cerca de Nicomedia, según la mayoría de historiadores de ese período. Presintiendo que su fin se encontraba muy cercano pidió recibir el sacramento del Santo Bautismo –y murió luego de haber recibido el sacramento, probablemente el 22 de Mayo del Año 337 de Nuestro Señor. En ese momento tenía 65 años de edad y había vivido una vida de sorprendente significado histórico. Sus restos serían enterrados en la reverenciada Iglesia de los Santos Apóstoles que él mismo había mandado a construir.







 
Como su hijo, la gran Santa Helena tendría un inmenso impacto en el futuro de la fe Cristiana. Luego de su gran victoria sobre los ejércitos paganos, ella se dirigió a la Ciudad Santa de Jerusalén en donde se las arregló para encontrar la Santa Cruz en la cual el Salvador había fallecido tres siglos atrás. De gran celo y pronta a alabar al Hijo de Dios ella también construiría una de las más reverenciadas iglesias en la Cristiandad –incluyendo casas sagradas de adoración en el lugar de la Crucifixión en Jerusalén; en la cueva en Palestina donde el Niño Cristo había nacido y en el Monte de los Olivos donde El había ascendido al Cielo luego de su Santa Resurrección.






 
 
Finalmente, luego de terminar sus grandes obras para Cristo y su Iglesia, regresó a Constantinopla en donde murió pacíficamente en el año 327, según la mayoría de historiadores de ese período. Ella se mantiene como una de las figuras que han afectado más poderosamente a los Cristianos en todo el mundo –especialmente a las madres, quienes ven en su devoción por su hijo y por la Santa Iglesia un reflejo del amor que la Bienaventurada Virgen sintió por su Hijo Santo. Es de esta manera que las grandes fuerzas del amor fuerzan a la historia a emerger, a hacer del Cristianismo una de las mayores fuerzas en el mundo moderno.
 






Las vidas del gran San Constantino y su santa madre, Santa Helena, fueron de extrema importancia en la formación del mundo Cristiano de la actualidad. Más que nada, ellos ilustran para los Cristianos de todos los lugares, el inmenso poder y la majestad de la Santa Providencia de Dios. 
Cuando el joven Emperador vio la Cruz llameante en el cielo sobre el campo de batalla en Italia –y la historia haciendo las palabras debajo de ella (Por ella conquistarás), él estaba presenciando la Mano de Dios trabajando en el mundo. Y por el hecho de que él poseía fe suficiente para obedecer, la Providencia pudo consumarse – con resultados que afectan a todos los seres que viven en nuestro mundo presente.







Helena debió haber criado a su hijo para ser un buen hombre porque él había sido elegido por sus tropas para ser el César y posteriormente el Emperador de Roma. Ella provenía de lugares muy pobres y hubiera sido natural que, cuando ella hubiera poseído riquezas a su disposición, hubiera disfrutado de esos bienes materiales que los pobres no tienen. Santa Helena pudiera haber satisfecho sus propios sueños y deseos; sin embargo ella eligió usar esas riquezas para proveer por aquellos que estaban en la miseria y lo necesitaban.






El emperador Constantino y el profeta Jeremías se aparecieron en visiones a San Paísio el Grande (19 de Junio). En una de esas visiones, el emperador Constantino le dijo: 
"Si hubiera sabido cuán grande es el honor de los monjes, hubiera abandonado mi reino y me hubiera convertido en monje". 
Paísio le dijo: "¿Has desterrado el culto pagano y exaltado al Cristianismo, y Cristo no te ha dado nada?" 
El emperador Constantino le respondió: "El Señor me ha dado muchos regalos, pero ninguno de ellos es como el honor de los monjes".


Constantino el Grande como santo, obispo y rey

En el área de Calabria en Italia, parece haber una antigua iglesia del Santo. El famoso Dositeo, en la pág. 80 de su "Dodekavivlos" (12 libros), escribe cómo cuando durante la época del Papa Urbano VIII (1568-1644) se pidió que se celebrara como santo la memoria de Constantino el Grande, inmediatamente dijo que sí. Sin embargo, Constantino el Grande fue siempre santo e "isapóstol" o igual a los Apóstoles, como también fue así llamado en las Actas de los Sínodos Ecuménicos, así como en la gloria común y tradicional de la Iglesia.

Además, fue ungido Sacerdote y Rey, mediante el ministerio de su gobierno, y mediante el crisma noético y la mirra del Sacerdocio. Así, la Iglesia canta en su "doxastikon" el siguiente verso: "Recibiendo el conocimiento del Espíritu, fuiste ungido con aceite como Sacerdote y Rey, apoyando la Ortodoxia de la Iglesia de Dios". Por eso está escrito en el Apocalipsis: "Y nos has hecho reyes y sacerdotes para nuestro Dios, y reinaremos sobre la tierra" (Apocalipsis 5:10).  No todo el que ha sido bautizado en Él es Sacerdote, como en las tonterías de los luteranos y calvinistas, pero los reyes ortodoxos son guardianes de los asuntos eclesiásticos y se encargan de ellos.






El muy cristiano Constantino fue preeminentemente rey y obispo, y se puede ver en Dositeos, en la p. 212 de su "Dodekavivlos", donde se prueba que Constantino el Grande, aunque era un rey ortodoxo, era obispo en veintiséis formas. Con motivo de recibir a una compañía de obispos, el bendito les dijo amablemente: "Yo también soy obispo. Ustedes son obispos del hombre interior, establecidos sobre la fundación de los apóstoles y profetas. Soy un obispo del  hombre exterior e interior. Del exterior porque me ocupo de su educación y correcto modo de vida. No es sin propósito que llevo espada. Del interior, porque soy colaborador con vosotros de la certificación y aumento de la fe ortodoxa, también establecida sobre el mismo fundamento de los Apóstoles y Profetas "(p. 217 de los "Dodekavivlos").

Dositeos dice en este punto que Constantino el Grande estableció una ley, no para condenar en lo sucesivo a nadie a muerte por crucifixión, para que el instrumento de salvación y vida no se convierta una vez más en instrumento de condenación y muerte. Así, todos los reyes que se llaman a sí mismos cristianos, han guardado y guardan esta ley, y no condenan a nadie a muerte por crucifixión.

De "Los sinaxarios de los doce meses del año" - 21 de mayo. Traducido del griego al inglés por John Sanidopoulos. Traducido al español por el equipo de "La Ortodoxia es la Verdad"



Un resumen de lo que hizo Constantino el Grande por la fe cristiana

En 1770, el historiador francés Charles Le Beau (1701-1778) escribió en "La Historia del Bajo Imperio" sobre la contribución de Constantino el Grande:

El Emperador consultó al cristianismo sobre las medidas que tomó para su avance, y no empleó métodos que no fueran los aprobados.

Distinguió a quienes lo profesaban, por favores; se esmeró en reducir el paganismo al desprecio y al olvido, cerrando, deshonrando, demoliendo los templos, despojándolos de sus riquezas, abriendo los artificios de los sacerdotes idólatras y prohibiendo los sacrificios, en la medida de lo posible, sin violencia y sin poner en peligro el carácter de padre de todos sus súbditos, incluso de los que se quedaron en el error.

Donde no pudo abolir la superstición, suprimió al menos los desórdenes, que eran la consecuencia de ella.

Hizo leyes severas para contener esos horribles excesos, que la naturaleza niega.

Él mismo predicó a Jesús Cristo por su piedad, su ejemplo, sus conferencias con los diputados de las naciones infieles y las cartas que escribió a los bárbaros.









Lejos de pagar a los dioses paganos el honor de colocar su estatua en sus templos, como afirma falsamente Sócrates, prohibió ese abuso, según Eusebio, por una ley expresa.

A los obispos los tenía en gran veneración; y los estableció en muchos lugares.

Rindió augusta y magnífica la forma exterior de adoración.

Puso en todas partes la señal de la venerable cruz: cada puerta y cada muro de sus palacios exhibían esa imagen.

Sus monedas ya no llevaban inscripciones que expresaran superstición: estaba representado en ellas con el rostro levantado hacia el cielo y las manos extendidas en postura de suplicante.

Pero no se abandonó a un celo precipitado; eligió referirse al tiempo, las circunstancias y, sobre todo, a la gracia divina, la culminación de la obra de Dios.

Todavía quedaban templos en Roma, Alejandría, Antioquía, Gaza, Apamea y en varios otros lugares, donde su destrucción habría tenido consecuencias fatales.

Tenemos una ley, que se publicó en Cartago el día antes de su muerte, que confirma los privilegios de los sacerdotes en África.

Teodosio estaba reservado para dar el golpe final.

La humanidad y la religión misma están en deuda con Constantino por no haber dado mártires a la idolatría.







Un milagro de San Constantino en 1947

En 1947 tenía siete años y vivía con mis padres en Tirnavos. La víspera de Navidad fuimos a ver a mis abuelos de Tirnavos a su pueblo en Grevena, donde esperamos a mi abuelo. En Elassona visitamos a mi tía, para quedarnos unas horas hasta que saliera el vehículo militar que era un dragaminas, porque la carretera tenía minas.

Jugando con mi prima de la misma edad en la casa de mi tía, el brasero se volcó y el carbón encendido cayó sobre la alfombra. Entristecido por el lío escapé, desaparecí de la casa de mi tía y me dirigí al río Titarisiou que cruza Elassona. Regresé a casa cuando empezó a oscurecer. El vehículo militar había desaparecido y pasamos la noche en casa de mi tía.

Por la noche mi abuela vio dormida a su santo patrón San Constantino, quien le dijo que no fuera a Deskati sino que regresara a Tirnavos porque la vida de su hija estaba en peligro.

Por la mañana regresamos a Tirnavos donde mi madre estaba en peligro de morir de hemorragia (estaba dando a luz a mi hermana Vasiliki) y no encontraron médicos por ningún lado. Este era el estado de la guerra de guerrillas. Mi padre estaba buscando un médico en Larissa. Finalmente encontramos a un médico militar que era como un ángel de la guarda y se quedó varios días con nosotros para estar constantemente del lado de mi madre, hasta que escapó del peligro.

Por Emmanuel Lagouvardos de Moscú







La Santidad de San Constantino el Emperador


Desafortunadamente, en gran parte debido a la ignorancia del testimonio de algunos miembros la Iglesia y bajo la influencia del pensamiento histórico moderno y superficial hostil a las tradiciones de la ortodoxia, hay muchos hoy que cuestionan la santidad de San Constantino el Grande, quien marcó el comienzo de la Paz de la Iglesia e hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. Partiendo de fuentes paganas e ignorando el testimonio de los historiadores cristianos, los eruditos heterodoxos (y, lamentablemente, algunos ortodoxos) han atribuido de diversas formas la veneración de San Constantino al llamado cesaropapismo, la piedad popular descarriada y la fantasía religiosa. Dejando de lado la superficialidad de tales fuentes historiográficas (que caen en el mismo tipo de análisis y especulación simplista que ha llevado a la acusación infundada de que San Constantino era, de hecho, arriano), y volviendo al testimonio hagiográfico de la Iglesia, encontramos pruebas irrefutables de la santidad del Emperador Santo, quien, bajando del Cielo, se apareció a San Paisio el Grande, uno de los renombrados Padres del Desierto.





La visión de San Paísio el Grande. Icono realizado en el estudio
del Santo Monasterio de los Santos Cipriano y Justina, Fili, Grecia.




Las siguientes palabras, pronunciadas por san Constantino cuando se apareció bañado en la luz divina a san Paisio, son dignas de repetirse, pues caracterizan con razón la virtuosa humildad del emperador, al mismo tiempo que constituyen un importante homenaje a las filas de santos y santos monásticos:

“Soy Constantino el Grande. He descendido de los Cielos para revelaros la gloria que los monásticos muestran en los Cielos, así como su cercanía a Cristo y su audacia ante Él. Me reprocho y me acuso a mí mismo, que no alcancé tal esplendor como el del rango de los monásticos. No puedo calcular la pérdida en que he incurrido. No tengo la misma audacia que los monásticos, ni tengo un honor igual al de ellos”.

Fuente: Tradición Ortodoxa, Volumen XVII (2000), Número 1, pp. 59-60. https://www.hsir.org/




Sobre los que discuten la santidad de Constantino el Grande.

Análisis del Apocalipsis, Hom. 92, U. 71. Por el bienaventurado p. A. Mitilineos. 


San Andrés de Cesarea escribe: “Y las naciones salvadas caminarán en la luz increada de ella”. ¿Veis? ¡Las naciones salvadas! Aquí vemos algo majestuoso; vemos la universalidad del Cristianismo, así como la universalidad en el libro del Apocalipsis (Revelación). 
¿Y los reyes de la tierra quiénes son? En principio también los reyes entrarán en la Realeza increada de Dios, es decir, el axioma no impide a que uno se haga fiel y salvarse, basta que lo quiera. Es conocido, todos lo sabéis, que en nuestro Agiologio o Santoral tenemos bastantes reyes y reinas que son honrados como Santos. Esto lo sabéis, pero a mí me gustaría profundizar en un punto, es decir, preguntar a los que atacan a Constantino el Grande, diciendo que no es santo apelando sus errores o debilidades o incluso sus crímenes? ¡Pero su obra fue grandiosa, enorme, hacía falta fortaleza y valor tan grande para este soberano de los Romanos para que sea presentado, proyectado y confesado en el imperio el Cristo! ¡Por eso a los ojos de los Cristianos fue una personalidad gigante! ¡Es el primer rey cristiano de los Romanos! Así que no diga nadie que hubo intencionalidad política, como quieren los charlatanes interpretar la Historia. 

No me gustaría que se dijera esta cosa, porque no es correcta. ¿No había quizás intencionalidad política en otros? Os lo diré una vez más y tened mucho cuidado en este punto: ¡el Comunismo no entendió que la Iglesia es indestructible! ¿Por qué la persigue? ¿Aquí no hay intencionalidad política? Por supuesto que me diréis –perdonadme, pero… hago una retrospección a la Historia; Stalin dejó las Iglesias abiertas en el año 1941, es decir, las abrió para estimular y fortalecer al pueblo y vencer a los alemanes, y lo consiguió. 









Pero, ¿por qué después otra vez entraron los cordones de controles a amparar la Iglesia? ¿Aquí no hay intencionalidad e inteligencia política maligna, vil y astuta? Sencillamente Constantino el Grande, amados míos, era un genio, no en el sentido de la intencionalidad política, sino que era un genio en poder ver la verdad. Igual que inteligente o genio no es aquel que roba, engaña y falsifica, sino que inteligente es el que es hombre honesto. Por tanto, hay dos tipos de inteligencias; una es la inteligencia política, la inteligencia de la intencionalidad política (¡genio demoníaco o inteligencia/astucia demoníaca!) y la otra es aquella que ve las cosas más profundas, las auténticas y verdaderas. 
Y si se supone que acusan a Constantino el Grande que supuestamente ha cometido crímenes, responderíamos que todas estas cosas las hizo antes de ser bautizado. Fue bautizado al final de su vida (mediante el Bautismo son perdonados todos los pecados), y por consiguiente no es acusado por ningún delito o crimen. Pero la Santa Escritura llama también reyes a todos los fieles, según el triple axioma de Cristo, como sacerdocio real, que son todos los fieles, tal y como salmodian los veinticuatro Presbíteros, en el libro del Apocalipsis 5,10: “y los has hecho (a los fieles) para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y co‐reinarán en la tierra” (Ap 5,10). Así pues, que reyes no son sólo los reyes de las naciones que se han hecho Santos, sino también cada fiel es un rey, siempre según la Santa Escritura, como os he leído. ¿Y qué ofrecen ahora a Dios estos reyes de las naciones que vienen? Negativamente por la liberación de sus bajas pasiones (pazos, padecimientos) porque se hacen reyes que reinan sobre sus pazos, y positivamente ofrecen la fe, la agapi, la confesión y el martirio. San Andrés de Cesarea escribe: 
“Los que han reinado sobre sus pazos, llevarán la doxa‐gloria y el honor de su santidad en la nueva polis‐ciudad”.






Apolitiquio tono plagal del 4º

Habiendo visto la imagen de Tú Cruz en el Cielo, y como Pablo, que recibió una llamada que no procedía de los hombres, Tú apóstol entre los reyes confió el gobierno bajo su cargo a Tus manos, Oh Señor. Manténnos siempre en paz, por la intercesión de la Theotokos, Oh único Amigo del hombre.

Condaquio tono 3º

En este día San Constantino y la bienaventurada Helena, su madre, han revelado la Cruz, la Madera digna de toda veneración. Para los Judíos es deshonor; pero los fieles gobernantes la tienen como un arma para vencer a sus oponentes. Por nuestra causa ha sido mostrada como una gran bandera que atemoriza aún a los más bravos en la guerra.







Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr *pemptousia.gr *johnsanidopoulos.com *https://www.hsir.org/

“Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. (Isaías 56,7).