lunes, 12 de febrero de 2024

San Melecio, Arzobispo de Antioquia (+381)

Versos: 
"Tomando el Señor las manos de Melecio, -rindo mi alma en tus manos-, dijo".
En el duodécimo Melecio entró en la tierra que todo lo alimenta.


Melecio nació en Melitene alrededor del año 310. Pertenecía a una de las familias más distinguidas de Armenia Inferior y desde su niñez su vida fue de irreprochable humildad, paciencia, inocencia en sus costumbres y sus agraciados modales, ganando el cariño y el amor de muchos que lo conocieron. Su misericordia, su excelente inteligencia y sabiduría, provocaban la admiración y el respeto. 
Desolaba entonces la Iglesia la herejía arriana, apoyada por la autoridad del emperador Constancio. Y se había encendido una cruel lucha entre los ortodoxos y los arrianos. Cada grupo se odiaba, todo el Oriente ardía y no se veía más que la separación y la división. Pero para nuestro santo, existía el acuerdo, tanto de parte de los ortodoxos, como de los arrianos.
En esa situación se produjo la vacante en la sede episcopal de Sebaste en Armenia (actual Siva en Turquía), por la deposición del obispo Eustacio. Por unánime consentimiento fue nombrado Melecio, siendo lo más singular que hasta los arrianos de la facción de Acacio, que eran los más poderosos, le dieron su voto. 
 
 
 









Esto provocó dudas en la pureza de su fe, pero pronto se disiparon las dudas. Apenas fue nombrado obispo comenzó a cumplir con todas sus obligaciones. Su celo y caridad, unidos a su cristiana dulzura, le hacían proceder como un verdadero pastor. Pero este pastor tuvo la desgracia de encontrarse con un rebaño indócil. Porque después de hacer inútiles esfuerzos, se vio obligado a dejar el obispado y a retirarse a la soledad y la contemplación.
Creciendo su amor a la soledad y viendo que sus virtudes comenzaban a honrarse más de lo que él quisiera, decidió irse a Borea, en Siria, para vivir allí como un desconocido.
Pero otra era la voluntad de la Divina Providencia. Hacía treinta años que los arrianos estaban en el poder de la Iglesia de Antioquía. Los ortodoxos y los arrianos trataban de colocar en aquel puesto a un patriarca de su partido.
Ambos grupos pusieron sus ojos en Melecio, los primeros, por la solidez de su virtud, y los arrianos, porque no desconfiaban de él. 
 
 









 
 
Todos esperaban hallar en él, un digno Prelado por ser un hombre muy elocuente, de una natural dulzura, muy propia para reconciliar los ánimos y unir corazones, De esta manera, los arrianos, que manejaban la Corte, suplicaron a Constancio, que se hallaba en Antioquía, que diese su consentimiento para que Melecio ocupara la silla patriarcal y los ortodoxos consistieron en ello, asegurados de la pureza de su fe y de la santidad de su vida.
Cuando llegó a Melecio la noticia de su nombramiento de patriarca, se puso inconsolable. Y pensó en buscar la seguridad en la fuga, pero como todos conocían su rechazo, se habían tomado eficaces providencias para precaverla. Al fin debió rendirse a las órdenes del emperador y fue conducido desde Borea a Antioquía. Allí, no solamente salieron a recibirle los obispos, sino que también el clero y todo el pueblo, incluidos los judíos y paganos, todos atraídos por su reputación.
Cuando se sentó en la silla patriarcal, supo que ambos bandos estaban impacientes por saber si se declararía por uno o por el otro, pero Melecio se dedicó primero a ganarse los corazones, pensando que así podría unir a todos los corazones predicando la reforma de la costumbre y la práctica de las virtudes cristianas. Iban sus ejemplos delante de los sermones, sus modestias, su caridad y el porte educativo de sus palabras. Jamás bajó sin alguna conversión, pues no solo estaban aquellas verdades fuertes que comunicaba con su boca, sino que aquella humildad profunda, su olor a la santidad que exhalaba, en todas sus acciones. Todas estas cualidades lo hacían ser amable con todo el mundo, especialmente con los pobres.
 
 
 




San Melecio, Arzobispo de Antioquia. 12 de Febrero.





 
Pero pronto terminó aquella apacibilidad. Queriendo los arrianos saber si podían contar con el nuevo Patriarca, suplicaron al emperador Constancio, que procurase sondearle, pidiéndole que se explicase en orden en lo que creía. Consintió en ello Constancio y para hacerlo con más seguridad, fuera de Melecio escogió a otros dos prelados, tenidos por los más hábiles, y quiso, que en plena asamblea, celebrada en su presencia, explicasen aquellas palabras de la Escritura de las que abusaban los arrianos para autorizar sus errores y destruir la consubstancialidad del Logos: "El Señor me crió en el principio de Sus caminos." (Proverbios 8:22, Septuaginta)
Habló Jorge, Obispo de Laodicea, hombre político y poco arreglado, que se expresó como un verdadero arriano; luego Acacio, hombre ambicioso, lo explicó como un verdadero hereje y tercero habló Melecio, y las explicó en un sentido tan claro, con tanta elocuencia y con tanta dignidad; probó la consubstancialidad del Logos con razones tan claras y enérgicas. Demostró tan visiblemente los errores de los arrianos, y puso tan patente la impiedad de sus dogmas, que desesperados de verse como engañados, allí mismo mostraron su indignación y su cólera. 
Un diácono tuvo la insolencia de taparle la boca con la mano; pero el santo patriarca explicaba con señas lo que no podía con la lengua; y desembarazado de aquel atrevido, declaró al pueblo y a todo el clero la igualdad de las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad en una misma esencia divina, con tanta precisión, que no parecía hombre, sino un ángel, el que hablaba con su boca.
 









Furiosos los arrianos a la vista de una profesión tan pública, tan clara y tan alta de la fe del Patriarca, persuadieron al Emperador para que le arrojase de su cátedra. Aceptó ello aquel mal aconsejado magistrado, y el mismo día lo desterró a Armenia. Pero no se atrevieron a sacarle de la ciudad de día; porque el amor, el respeto y la estimación del pueblo a su santo pastor habían subido tanto en el corto espacio de un mes, y no cabal, dice san Crisóstomo, que ponían sus nombres a sus hijos, y los ortodoxos se llamaban Melasianos. 
Viendo san Eusebio de Samosata la indignidad con que se trataba al santo Prelado, se salió de la asamblea, y se retiro a su obispado. Llevaba consigo el acta de la elección del patriarca Melecio, y los arrianos despacharon tras de él a un criado del emperador para pedírsela de parte de este Príncipe. Resistiéndose Eusebio a entregarla, se le despachó un segundo correo con orden de que la entregase al instante, y si no, se le cortaría la mano derecha. Apenas leyó el santo la orden del Emperador, cuando presentó al portador entrambas manos para que se las cortase; firmeza de ánimo que no pudo dejar de admirar el mismo emperador, elogiándolo públicamente. Habiendo quedado solo en el trono imperial Juliano Apóstata, por muerte de Constancio, llamó del destierro a todos los condenados por su predecesor. 
 
 










En virtud de este edicto fue restituido a su Iglesia San Melecio, hacia el fin del año 362, y tuvo el disgusto de hallar cisma y división aun entre los mismos ortodoxos. Trabajó mucho, pero en vano, el santo Pastor en unir a su rebaño. Estaban los ánimos tan enconados, que no surtieron efecto sus solicitudes y fatigas. Para colmo de la aflicción el emperador Juliano el Apóstata, enemigo mortal de los Cristianos, había escogido a la ciudad de Antioquía por sede del paganismo. Fácilmente se percibe cuánto tendría que padecer el santo Prelado, así de los herejes como de los gentiles. No por eso cedió su celo, a pesar de las amenazas del príncipe idólatra. Irritó muy pronto al apóstata su solicitud pastoral, y lo desterró; así, que en menos de tres años el santo se vio dos veces arrojado de su puesto. 
Muerto poco después Juliano el Apóstata, su sucesor Joviano, príncipe piadoso, llamó del destierro a san Melecio. Entonces se conoció visiblemente que el interés y la ambición son los que reglan las conductas de los herejes, y que no tienen más religión que la que domina en la corte. Aquel mismo Acacio, que había sido jefe de los semiarrianos, viendo el Emperador declarado por la fe del concilio de Nicea, asistió a un sínodo convocado por san Melecio, y suscribió con los demás una profesión eternamente ortodoxa.
 
 









Pero no habiendo reinado más que ocho meses el piadoso Emperador Joviano, Valente, su sucesor, turbó la paz de la Iglesia, favoreciendo abiertamente a los herejes. Durante estas revoluciones fue siempre igual el celo de san Melecio, sin desmentirse jamás su virtud y su vigilancia, y tuvo el consuelo de educar por espacio de tres años al gran san Juan Crisóstomo.
Habiendo venido a Antioquía el emperador Valente hacía el fin del año 371, hizo cuanto pudo por ganar para su partido al santo Patriarca; pero hallándole incontrastable, le desterró a las lejanías de Armenia. Muerto desastradamente Valente, su sucesor Graciano, príncipe ortodoxo, llamó del destierro a san Melecio. La gloria de haber padecido tres destierros en defensa de la fe le hizo más venerable a su pueblo. Con su dulzura y con sus bellos modales venció al fin la obstinación de su competidor el obispo Paulino; y a pesar de su avanzada edad, y los grandes trabajos que había padecido, parece que lo inhabilitaban para nuevas fatigas corporales, quiso visitar su obispado. Hizo en esta visita infinitos bienes, convirtió a muchos arrianos, y reformó las costumbres de los ortodoxos. 










Celebró en Antioquía los más ilustres concilios que se tuvieron en Oriente por el número de santos y sabios prelados que concurrieron a ellos, en los cuales se confirmó la fe del concilio de Nicea, fueron confundidos los herejes, y quedó la paz de la Iglesia restablecida.
Queriendo Graciano vengar la muerte de su tío el emperador Valente, envío contra los godos al general Teodosio. Habiéndolos éste derrotado, la noche siguiente tuvo una visión, en la que se le presentó un venerable anciano en traje de obispo, que revestía la púrpura imperial. Poco tiempo después fue asociado al imperio de Graciano, que le cedió todo el oriente. Resuelto a procurar la paz de la Iglesia, dispuso que se convocase en Constantinopla un concilio compuesto de más de ciento cincuenta obispos ortodoxos. Concurrió a él san Melecio para presidirle, y apenas le vio Teodosio, cuando conoció ser aquel mismo prelado que se le había aparecido en los sueños antes de ascender al imperio, revestiéndole con el manto y la diadema imperial. Levantóse al punto de su trono, corrió a el, y le rindió todas honras y respetos que pedía la gratitud y la veneración. San Melecio presidió el concilio como Patriarca de Antioquía, dando en él testimonio de su gran sabiduría, de su cristiana elocuencia, de la pureza de su fe y de su eminente santidad.
Después de ese Concilio, quiso Dios poner fin a los días de San Melecio el día 12 de Febrero del año 381. A sus funerales asistió todo el pueblo y el mismo emperador y dijo la oración fúnebre, o mejor dicho, su panegírico, otro santo, San Anfiloquio. El día de las honras, que se celebraron en la Catedral, pronunció una oración San Gregorio Niceno, y Dios confirmó su santidad con muchos milagros.
 
 
 


San Mecio de Antioquía como modelo para nuestras vidas. 
 
Protopresbítero G.Paparnavas, Iglesia de santa Paraskeví, Lepanto.
 
 
San Meletio nació en Melitene (actual Malatya) de la Pequeña Armenia alrededor del año 310 d.C. Fue ordenado obispo de Sebastia y luego arzobispo de Antioquía en el año 360. Era piadoso, gentil, sincero y educado. Debido a su mentalidad ortodoxa, los arrianos lo exiliaron treinta días después de su entronización. Pero durante el breve período que fue arzobispo de Antioquía logró fortalecer y afirmar a su rebaño en la fe ortodoxa, de modo que les permitiera sobrevivir a la prueba de la llegada de los herejes.
 
Ortodoxos fanáticos lograron entronizar a Paulino en Antioquía, creando así un cisma entre dos obispos ortodoxos que duró cuarenta años. El arzobispo de Roma y la mayoría de los obispos de Occidente, así como los obispos de Egipto, apoyaron a Paulino y sus sucesores. Por el contrario, la mayoría de los obispos de Oriente reconocieron a San Meletio. Basilio el Grande, ayudado por Eusebio obispo de Samosata, emprendió la ardua lucha para imponer el reconocimiento de san Melecio y su regreso a Antioquía, pero también para asentar por otros medios al obispo Paulino, motivo por el cual escribió cartas a san Atanasio, al arzobispo Dámaso de Roma y a los obispos de Occidente, así como al Conde Terencio. En estas cartas llama a San Melecio un hombre de Dios, un obispo admirable, y subraya que "según la fe es irreprochable, y según su vida no hay comparación con ningún otro... entonces en todos los aspectos es necesario, así como para el interés de todos, que todos se unan a este hombre, como lo hace un río pequeño con uno más grande."

San Meletio, que fue ordenado diácono por San Juan Crisóstomo, presidió el Segundo Sínodo Ecuménico que se reunió en 381 en Constantinopla, pero antes de su clausura "reposó en el Señor". Su funeral, según la synaxaria, fue para todos un gran evento, ya que asistieron muchos Santos Padres de dicho Concilio.

Su vida y carácter nos dan la oportunidad de resaltar lo siguiente:

 
 
 
 

 
 
 
En primer lugar, quienes crean cismas y divisiones en la Iglesia tienen una enorme responsabilidad ante Dios y los hombres porque, entre otras cosas, escandalizan a los débiles en la fe, paralizan su disposición para la lucha espiritual y llevan a muchos a la pérdida. Además, tal responsabilidad la poseen quienes con autoridad y poder alientan y apoyan a quienes quebrantan la unidad del Cuerpo de Cristo. 
 
Ciertamente darán cuentas a Dios, pero cuando el pueblo de Dios soporta dolores, injusticias y todo tipo de pruebas mientras agradece y alaba a Dios, se beneficia espiritualmente y es santificado.

Esto es lo que Basilio el Grande dice a los cristianos de Antioquía, que sufrieron porque fueron privados durante muchos años de su pastor exiliado. "Quiero que sintáis este consuelo y, regocijándoos en la esperanza del consuelo, os sometáis al dolor presente de vuestras aflicciones... No retrocedamos, por tanto, en librar una buena batalla en nombre de la verdad, ni, en la desesperación, desechemos los trabajos ya realizados, porque la fuerza del alma no se demuestra con una sola acción valiente, ni tampoco con un esfuerzo breve, sino que Quien prueba nuestros corazones desea que ganemos coronas de justicia después de una prueba larga y prolongada. Sólo dejemos que nuestro espíritu se mantenga inquebrantable, la firmeza de nuestra fe en Cristo se mantenga inquebrantable, y dentro de poco aparecerá nuestro Campeón; vendrá y no se demorará. Espere tribulación tras tribulación, esperanza sobre esperanza; aún Un poco de tiempo, todavía un poco de tiempo. Así el Espíritu Santo sabe consolar a sus niños con una promesa del futuro. Después de las tribulaciones viene la esperanza, y lo que esperamos no está lejos, porque el conjunto de la vida humana, no es más que un pequeño intervalo comparado con la edad infinita que está atesorada en nuestras esperanzas" (Carta 140).
 
 
 
 
 

 


 
En segundo lugar, la comunicación con personas portadoras de amor genuino es siempre placentera, pero más en tiempos de sufrimiento y dolor, porque se convierte en fuente de verdadero consuelo y júbilo espiritual. Especialmente en una época como la nuestra, donde la comunicación humana, en su forma original, ha sido incluida en la lista de especies en peligro de extinción. Por eso es muy importante tener amigos genuinos, especialmente en los momentos difíciles de nuestra vida. Por supuesto, lo más importante es que uno encuentre la manera de "ponerse en pie", según la expresión común, y que el consuelo emane de dentro, pero lo uno no excluye al otro y ciertamente se siente placer, dulzura de corazón y verdadero consuelo al comunicarse con personas reales, como los santos.

Cualquiera que estudie la vida y las palabras de los santos admira la forma en que apoyaron y consolaron a los afligidos y comprendieron el valor de la comunicación con sus seres queridos. Como Basilio escribió a Melecio: "Si vuestra santidad supiera la grandeza de la felicidad que me provocas cada vez que me escribes, sé que nunca habrías dejado escapar la oportunidad de enviarme una carta; es más, me habrías escrito muchas cartas en cada ocasión, sabiendo la recompensa que nuestro amoroso Señor reserva para el consuelo de los afligidos... Por eso, cuando tomo tu carta en mis manos, miro primero su tamaño y la amo tanto más por siendo tan grande; luego, al leerlo, me regocijo por cada palabra que encuentro en él; a medida que me acerco al final empiezo a sentirme triste; tan buena es cada palabra que leo, en lo que escribes. El buen corazón rebosante es bueno" (Carta 107).

El mayor consuelo durante las tentaciones y los dolores resulta de nuestro contacto con el Dios Trino y sus amigos, los santos, vivos y difuntos. Además, no hay amigos más genuinos que los santos. Uno de ellos es San Melecio. Dirijámosle nuestras oraciones, para recibir sus intercesiones.
 
 
 
 
 
 



 
 

Ἀπολυτίκιον Ἦχος γ’. Θείας Πίστεως.
 
Νόμον ἔνθεον, ἐμμελετήσας, τὴν οὐράνιον, γνῶσιν ἐκλάμπεις, τὴ Ἐκκλησία Ἱεράρχα Μελέτιε, τὴν γὰρ Τριάδα κηρύττων ὁμότιμον, αἱρετικῶν διαλύεις τᾶς φάλαγγας. Πάτερ Ὅσιε, Χριστὸν τὸν Θεὸν ἱκέτευε, δωρήσασθαι ἠμὶν τὸ μέγα ἔλεος.

Apolitiquio tono 3º

Brillaste en la Iglesia con tu conocimiento celestial, oh venerable Jerarca Melecio, sabio en la ley. Predicaste el mismo honor de las Personas de la Trinidad y dispersaste la asamblea de herejes. Rogad a Cristo nuestro Dios que nos conceda su gran misericordia.
 
 
 
Κοντάκιον Ἦχος β’. Τοὶς τῶν αἱμάτων σου ρείθροις.
 
Ὀρθοδοξίας τοὶς τρόποις κοσμούμενος, τῆς Ἐκκλησίας προστάτης καὶ πρόβολος, ἐδείχθης παμμάκαρ Μελέτιε, καταπυρσεύων τὰ πέρατα δόγμασι, λαμπτὴρ Ἐκκλησίας φαεινότατε.

Condaquio tono 2º

Bendito Melecio, adornado con la ortodoxia en tu vida, fuiste un protector y guardián de la Iglesia. Tu doctrina brilla como un faro de fuego hasta los confines del mundo, oh luz más radiante de la Iglesia






Fuentes consultadas: saint.gr, diakonima.gr, ancienthfaith.com, youtube.com, pentapostagma.gr, orthodoxwiki.org

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