Versos:
A Antonino, Zebinas, Germán y Nicéforo: "La espada mostró a Zebinas, Germán, Nicéforo, con Antonino para ser campeones".
A Manetha (o Manatho):
A Antonino, Zebinas, Germán y Nicéforo: "La espada mostró a Zebinas, Germán, Nicéforo, con Antonino para ser campeones".
A Manetha (o Manatho):
*Para el 20 de octubre: "¿Cómo serás purificado siendo arrojado al fuego?¿Manetha pura, virgen en espíritu y cuerpo?"
Para el 12 de noviembre: "Manetha la virgen fue arrojada al fuego, ahora ella baila junto con las vírgenes sensibles".
Sucedió algunos años después del nacimiento del Salvador Jesucristo en el pueblo junto al mar – la antigua Cesarea construida por Herodes el Grande.
Sucedió algunos años después del nacimiento del Salvador Jesucristo en el pueblo junto al mar – la antigua Cesarea construida por Herodes el Grande.
Ubicada a lo largo de
la costa marítima de Palestina, este elegante y antiguo puerto marítimo fue el escenario de un incidente
milagroso que produjo cuatro gloriosos mártires para Cristo y la Santa Iglesia,
alrededor del año 308 de Nuestro Señor.
Para entender el sorprendente poder espiritual de lo que
sucedió ese día debemos imaginarnos el lugar en el que estaban aconteciendo los
hechos, el Mercado ubicado en la plaza central en la que una multitud de
paganos revoltosos se encontraban celebrando un festival religioso en honor a
sus dioses paganos. Mientras los revoltosos gritaban y danzaban a lo largo de
las calles de piedra de esta ciudad de cientos de años de antigüedad y
gobernada por los Romanos, los pocos Cristianos que se encontraban por el lugar
hacían lo posible para pasar desapercibidos e invisibles. En aquellos días
lejanos la Iglesia Cristiana contaba con la oposición de muchas fuerzas
poderosas y frecuentemente en muchos lugares –incluyendo muchas partes de
Palestina- sus miembros eran perseguidos de manera muy violenta.
Por lo tanto era bastante entendible que los Cristianos del
lugar, en esta festividad particular, decidieran mantener un perfil bajo. ¿Por
qué enardecer a esa pandilla de celebrantes enardecidos oponiéndose a sus
expresiones vulgares de idolatría?
Sin embargo a pesar de lo obvio del peligro, algunos de los
seguidores del Hijo de Dios no fueron capaces de soportar la idolatría de la
que estaban siendo testigos. Repentina y espontáneamente tres creyentes
Cristianos que observaban esta orgía de paganismo en el Mercado, se dieron cuenta
que no podían permanecer en silencio por más tiempo.
San Nicéforo de Cesarea |
Sus nombres era Antonino, Nicephorus y Herman... y las
acciones que realizaron los convertirían a todos ellos en tres mártires y
santos cuya Memoria es celebrada hasta el día de hoy por la Santa Iglesia.
Lo que pasó fue lo siguiente: mientras los idólatras
embriagados vagaban por las calles de Cesarea, repentinamente los tres
Cristianos empezaron a proclamar su lealtad al Hijo de Dios. Infundidos con el
espíritu de los Apóstoles después de Pentecostés corrieron hacia el centro de
la plaza y proclamaron en voz alta, con claridad y autoridad, la verdad de la
Trinidad Cristiana, Un solo Dios y Tres Personas.
En pocos minutos las noticias del repentino levantamiento
llegó a los oídos de Firmilian, el gobernador Romano de la ciudad. Enfurecido
por su valentía -¿cómo se atrevían a interrumpir su festival pagano?- el tirano
ordenó que los trajeran inmediatamente ante su presencia. Evidentemente molesto
les informó que si no se retractaban de su error y se disculpaban por su
escandalosa predicación les cortaría la cabeza. Con palabras como estas les
preguntó: “¿Ustedes jóvenes entienden el peligro en el que se encuentran?”
Los tres asintieron.
“¿Entienden que yo tengo el poder de acabar con sus vidas con
solo agitar mi mano derecha?”
Ellos asintieron nuevamente.
“Con toda seguridad no van a ser tan tontos de rehusarse a
arrodillarse ante los dioses de la Antigua Roma. Esto no es un asunto de broma.
El verdugo está en la puerta con su hacha. Les aseguro que si persisten en sus
absurdas tonterías de continuar proclamando las doctrinas del Nazareno van a
perder sus cabezas.”
Ellos asintieron. Ellos habían entendido. Sin embargo se
mantuvieron firmes. El tirano les dio algunos minutos más para que reconsideren
su actitud… y luego agitó su mano derecha.
Como lo había prometido… fueron decapitados en el lugar en
el que se encontraban. Sin embargo la historia de estos tres mártires
Palestinos no terminó ahí.
Los Mártires Antonino, Nicephorus, Herman y Manetha. Menologio de Basilio II. |
Aunque parezca increíble, a los tres santos se les unió un
cuarto quien se dirigió caminando hacia el cadalso sobre el que habían sido
decapitados los tres.
El cuarto mártir fue una joven doncella llamada Manetha,
cuyo corazón se había conmovido por coraje y la fidelidad, y por la gracia que
fluye por siempre del Hijo de Dios… al punto que, adelantándose
espontáneamente, declaró la verdad de Jesucristo, el Santo Redentor.
La valerosa Manetha fue apresada inmediatamente y quemada en
un poste.
Todo esto sucedió más de 17 siglos atrás. Pero la historia
que aconteció ese día en las calles de Cesarea no ha sido olvidada.
Para generaciones de Cristianos esa historia vive como un
recuerdo perpetuo de cómo, el Dios todopoderoso, envía el regalo del martirio
–junto con el coraje para soportarlo- a aquellos a quienes El ama más allá de
toda medida.
Según el Sinaxario de Constantinopla (para el 12 de noviembre).
Estos santos vivieron durante el reinado de Maximino en 298 d.C. Antonino era un anciano según la edad, mientras que Zebinas, Germanos (Herman) y Nikephoros (Nicephorus o Nicéforo) eran hombres jóvenes. Después de ser detenidos en Cesarea y confesar valientemente a Cristo como el Dios verdadero, fueron decapitados. Manetha la virgen era de Escitópolis en Siria Palestina, con un trono Metropolitano bajo Jerusalén. Fue detenida por su piedad y la obligaron a desfilar desnuda por toda la ciudad. Luego fue entregada al fuego y se encontró con su fin. De esta manera recibieron coronas de martirio.
Según "La Historia de los Mártires en Palestina".
En el sexto año de la persecución de nuestros días (308 d.C.).
Por Eusebio de Cesarea.
Y cuando transcurrió algún tiempo después de estas cosas que he relatado, otra compañía de los mártires de Dios, que asciende a ciento treinta, fue enviada desde la tierra de Egipto a nuestro país. Y todos estos también habían sufrido las mismas torturas en sus ojos y piernas que los antiguos mártires; y algunos de ellos fueron enviados a las minas de Palestina, y otros fueron entregados a los jueces de Cilicia para ser castigados con torturas injuriosas e insultantes. Pero con nosotros cesó un poco la llama de la persecución, habiendo saciado la espada con la sangre de los santos mártires; y un poco de descanso y cese arrojaron un poco de control sobre la persecución que tuvo lugar en nuestros días. Y continuamente fue enviado el azote de Dios sobre Maximino, el tirano malvado, de todos estos males, de los cuales los gobernadores de los países eran los instructores y ministros astutos, y ese duque que era el general del ejército de los romanos. Y debido a las cosas que ocurrieron, instaron a los Logistae (funcionarios auditores de cuentas) de las ciudades, al comandante militar y a los Tabularii (funcionarios notarios) a reconstruir con diligencia lo que había caído de los templos de los ídolos, y a obligar a todos los hombres, junto con sus esposas y niños y esclavos, e incluso los bebés en el seno, para sacrificar y ofrecer libaciones a los demonios, y también para obligarlos a comer de los sacrificios. Y se dio la orden de que todo lo que se vendía en el mercado debía ser contaminado con las libaciones y la aspersión de la sangre de los sacrificios. Cuando estas cosas, por lo tanto, se hicieron de esta manera, estas acciones que se realizaron fueron abominadas, incluso por los paganos que no tenían fe.
El gran tumulto, por lo tanto, y la consternación, como nunca antes había sucedido, abrumó a todos los que nos pertenecían en todos los lugares; y las almas de cada uno se afligieron y angustiaron. Pero el Poder Divino, a causa de las cosas que habían sucedido, alentó a los que le pertenecían, para que pudieran pisar las amenazas de los jueces y despreciar sus torturas.
Pero algunos siervos del pueblo de Cristo, que en la estatura de sus cuerpos eran solo jóvenes, pero su alma estaba armada con la adoración a Dios, ambos vinieron por sí mismos, y cuando el gobernador ofrecía libaciones a los ídolos en medio de la ciudad, y de repente se abalanzaron sobre él y le instaron a abandonar su error: "Porque no hay otro Dios sino uno, el Creador de todas las cosas". Y cuando se les preguntó quiénes eran, confesaron que eran cristianos. Tan pronto como pronunciaron estas palabras, recibieron la sentencia de muerte, y así fueron transmitidos fácilmente y sin demora hacia Aquel a quien confesaron. El primero de ellos se llamaba Antonino, y el segundo se llamaba Zebinas, y el tercero se llamaba Germanos (o Herman); ** y estas cosas se hicieron el 13 de Teshri, el último.
Y tenían al mismo tiempo una compañera, una hermana, una de las vírgenes del Señor, una doncella casta y valiente, que venía de la ciudad de Baishan. Ella, sin embargo, no había actuado de la misma manera que aquellos con quienes se convirtió en confesora; porque ella había sido traída por la fuerza de Baishan, y recibió insultos y torturas crueles por parte del juez antes de ser condenada. Pero uno de los que se establecieron en las calles de la ciudad fue el creador de estos males. Se llamaba Maxys y demostró a todos los hombres que era peor incluso que su nombre (en gr. significa "de batalla"). Desnudó a esta misma mujer bendecida, y solo la dejó cubierta desde la ingle hacia abajo, para que pudiera complacer sus ojos lujuriosos al mirar el resto de sus extremidades; y la llevó por toda la ciudad, siendo torturada con correas; y luego la llevó ante el tribunal del gobernador, donde con gran audacia de palabra hizo la confesión de su fe: que era cristiana; y allí también mostró su coraje y paciencia bajo todo tipo de torturas; y luego fue entregada por el gobernador para ser quemada con fuego.
Además, el mismo juez se volvió cada día más feroz, mostrando su disposición despiadada y su crueldad, y se dejó llevar incluso más allá de las leyes de la naturaleza, por lo que causó su venganza y odio incluso sobre los cadáveres sin vida de los cristianos, y prohibió su entierro. Y de esta misma doncella de quien se acaba de hablar, y de los que el mismo día fueron consumados por su confesión, se dieron órdenes de que sus cuerpos fueran devorados por los animales, y que estuvieran cuidadosamente vigilados día y noche hasta que fueran del todo consumidos por las aves. Por lo tanto, se designaron personas para vigilar esta bárbara orden desde la distancia, y vigilar para evitar que los cuerpos de los confesores fuesen arrastrados por nosotros sigilosamente. Entonces las bestias del campo, y los perros, y las aves del cielo, estaban aquí y allá haciendo pedazos la carne de los hombres, de modo que los huesos y las entrañas de los hombres se encontraron incluso en el centro de la ciudad; y todos los hombres estaban llenos de tristeza por estas cosas, porque nunca antes se habían hecho tales atrocidades. Y gran pena y dolor vinieron incluso sobre aquellos que eran extraños a nosotros en la fe, a causa de estas cosas que sus propios ojos contemplaban; incluso antes de que se exhibieran las puertas de la ciudad, el terrible espectáculo de los cuerpos de los hombres devorados por bestias salvajes.
Cuando, por lo tanto, las cosas continuaron de esta manera durante muchos días, sucedió en medio de la ciudad un prodigio que no cualquiera puede creer. El ambiente era perfectamente tranquilo y claro, cuando, de repente, muchas de las columnas de los pórticos de la ciudad emitían manchas como de sangre, mientras que los mercados y las calles se rociaban y mojaban como con agua, aunque ni una sola gota había caído del cielo. Y fue declarado por boca de todos, que las piedras derramaron lágrimas y el suelo lloró; porque incluso las piedras sin sentido y el suelo sin sentimiento no podían soportar este acto asqueroso y bárbaro; y que la sangre que fluía de las piedras y la tierra que sin lluvia emitía como lágrimas de su cuerpo, reprendió a toda esta gente impía. Y tal vez parezca que, como no vieron con sus propios ojos las cosas que he descrito, lo que he relacionado debe atribuirse a una fábula desprovista de verdad. Lejos de eso, porque estas cosas que hemos descrito fueron vistas por aquellos que vivían en ese momento, algunos de los cuales están vivos hasta el día de hoy.
Tal fue entonces la consumación de esos santos mártires de Dios; cuyas luchas y conflictos contra el error se exhibieron ante nuestros ojos.
Pero algunos siervos del pueblo de Cristo, que en la estatura de sus cuerpos eran solo jóvenes, pero su alma estaba armada con la adoración a Dios, ambos vinieron por sí mismos, y cuando el gobernador ofrecía libaciones a los ídolos en medio de la ciudad, y de repente se abalanzaron sobre él y le instaron a abandonar su error: "Porque no hay otro Dios sino uno, el Creador de todas las cosas". Y cuando se les preguntó quiénes eran, confesaron que eran cristianos. Tan pronto como pronunciaron estas palabras, recibieron la sentencia de muerte, y así fueron transmitidos fácilmente y sin demora hacia Aquel a quien confesaron. El primero de ellos se llamaba Antonino, y el segundo se llamaba Zebinas, y el tercero se llamaba Germanos (o Herman); ** y estas cosas se hicieron el 13 de Teshri, el último.
Y tenían al mismo tiempo una compañera, una hermana, una de las vírgenes del Señor, una doncella casta y valiente, que venía de la ciudad de Baishan. Ella, sin embargo, no había actuado de la misma manera que aquellos con quienes se convirtió en confesora; porque ella había sido traída por la fuerza de Baishan, y recibió insultos y torturas crueles por parte del juez antes de ser condenada. Pero uno de los que se establecieron en las calles de la ciudad fue el creador de estos males. Se llamaba Maxys y demostró a todos los hombres que era peor incluso que su nombre (en gr. significa "de batalla"). Desnudó a esta misma mujer bendecida, y solo la dejó cubierta desde la ingle hacia abajo, para que pudiera complacer sus ojos lujuriosos al mirar el resto de sus extremidades; y la llevó por toda la ciudad, siendo torturada con correas; y luego la llevó ante el tribunal del gobernador, donde con gran audacia de palabra hizo la confesión de su fe: que era cristiana; y allí también mostró su coraje y paciencia bajo todo tipo de torturas; y luego fue entregada por el gobernador para ser quemada con fuego.
Además, el mismo juez se volvió cada día más feroz, mostrando su disposición despiadada y su crueldad, y se dejó llevar incluso más allá de las leyes de la naturaleza, por lo que causó su venganza y odio incluso sobre los cadáveres sin vida de los cristianos, y prohibió su entierro. Y de esta misma doncella de quien se acaba de hablar, y de los que el mismo día fueron consumados por su confesión, se dieron órdenes de que sus cuerpos fueran devorados por los animales, y que estuvieran cuidadosamente vigilados día y noche hasta que fueran del todo consumidos por las aves. Por lo tanto, se designaron personas para vigilar esta bárbara orden desde la distancia, y vigilar para evitar que los cuerpos de los confesores fuesen arrastrados por nosotros sigilosamente. Entonces las bestias del campo, y los perros, y las aves del cielo, estaban aquí y allá haciendo pedazos la carne de los hombres, de modo que los huesos y las entrañas de los hombres se encontraron incluso en el centro de la ciudad; y todos los hombres estaban llenos de tristeza por estas cosas, porque nunca antes se habían hecho tales atrocidades. Y gran pena y dolor vinieron incluso sobre aquellos que eran extraños a nosotros en la fe, a causa de estas cosas que sus propios ojos contemplaban; incluso antes de que se exhibieran las puertas de la ciudad, el terrible espectáculo de los cuerpos de los hombres devorados por bestias salvajes.
Cuando, por lo tanto, las cosas continuaron de esta manera durante muchos días, sucedió en medio de la ciudad un prodigio que no cualquiera puede creer. El ambiente era perfectamente tranquilo y claro, cuando, de repente, muchas de las columnas de los pórticos de la ciudad emitían manchas como de sangre, mientras que los mercados y las calles se rociaban y mojaban como con agua, aunque ni una sola gota había caído del cielo. Y fue declarado por boca de todos, que las piedras derramaron lágrimas y el suelo lloró; porque incluso las piedras sin sentido y el suelo sin sentimiento no podían soportar este acto asqueroso y bárbaro; y que la sangre que fluía de las piedras y la tierra que sin lluvia emitía como lágrimas de su cuerpo, reprendió a toda esta gente impía. Y tal vez parezca que, como no vieron con sus propios ojos las cosas que he descrito, lo que he relacionado debe atribuirse a una fábula desprovista de verdad. Lejos de eso, porque estas cosas que hemos descrito fueron vistas por aquellos que vivían en ese momento, algunos de los cuales están vivos hasta el día de hoy.
Tal fue entonces la consumación de esos santos mártires de Dios; cuyas luchas y conflictos contra el error se exhibieron ante nuestros ojos.
Ver Santos Antonino, Nicéforo, Zebinas, Germán y Manata, mártires (+298) (20 de Octubre)
NOTAS:
* En el Sinaxario de Constantinopla, se la conoce como Manatho el 20 de octubre y Maratho el 12 de noviembre. Manetha es denominiada en el santoral de su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury
** Eusebio no menciona a Nikephoros (Nicephorus, Nicéforo).
Himno de despedida. Tono 4º
Tus Mártires, Oh Señor, lucharon valerosamente por recibir
como premio la corona de la vida incorruptible, Dios nuestro e inmortal. Ya que
ellos poseían Tú fortaleza fueron capaces de enfrentarse a los tiranos y
destruir completamente la débil presunción de los demonios. Oh Cristo Dios, por
sus oraciones, salva nuestras almas ya que Tú eres misericordioso.
Condaquio. Tono pl. 4º
Oh mártires divinos, ellos probaron ser lámparas brillantes
iluminando toda la creación con la luz de tus Milagros. Tú sanas a los enfermos
y disipas toda oscuridad y tristeza de espíritu, recen Oh santos mártires a
Cristo nuestro Dios de parte de todos nosotros.
Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury. *saint.gr *johnsnidopoulos.com