Tan pronto
como tocó el cuerpo del Santo Redentor fue como si hubiera sido cortada por una
espada de insoportable dolor.
Sin embargo,
al mismo tiempo, sorprendentemente, ella también sintió una inmensa ola de gozo
brotando en lo profundo de su corazón.
Su nombre era Juana y era la esposa de Chuza, el administrador de la casa del Rey tirano de Judea, Herodes (a quien identificamos en el capítulo tres del Evangelio de San Lucas).
Aún a pesar su situación ella estaba profundamente comprometida y era una fiel seguidora del Mesías, Jesús Cristo. Y cuando finalmente llegaron las noticias de que él había muerto –luego de tres tormentosas horas en la cruz en el Monte Calvario–se apresuró, en secreto, para ayudar a otras fieles mujeres en la unción del cuerpo del Señor con ese óleo o bálsamo precioso conocido como la “mirra.”
En el momento en que vio por primera el cuerpo sin vida de su Señor y Salvador, Juana experimentó en la misma medida sentimientos de pena y dolor. Estaba golpeada por la pena pues sabía que la tierna y amorosa figura a la cual había servido voluntariamente por mucho tiempo había dejado este mundo mortal y que no lo volvería a ver vivo en esta forma terrenal.
Su nombre era Juana y era la esposa de Chuza, el administrador de la casa del Rey tirano de Judea, Herodes (a quien identificamos en el capítulo tres del Evangelio de San Lucas).
Aún a pesar su situación ella estaba profundamente comprometida y era una fiel seguidora del Mesías, Jesús Cristo. Y cuando finalmente llegaron las noticias de que él había muerto –luego de tres tormentosas horas en la cruz en el Monte Calvario–se apresuró, en secreto, para ayudar a otras fieles mujeres en la unción del cuerpo del Señor con ese óleo o bálsamo precioso conocido como la “mirra.”
En el momento en que vio por primera el cuerpo sin vida de su Señor y Salvador, Juana experimentó en la misma medida sentimientos de pena y dolor. Estaba golpeada por la pena pues sabía que la tierna y amorosa figura a la cual había servido voluntariamente por mucho tiempo había dejado este mundo mortal y que no lo volvería a ver vivo en esta forma terrenal.
A pesar
de eso también era, en ese momento, como que estallaba de gozo pues sabía que su
destino se había cumplido y que El regresaría algún día para consolar a los vivos
y resucitar a los muertos.
Por supuesto que esta no era la primera vez que Santa Juana había sido llamada para ayudar en la ceremonias funerarias de un amado Cristiano quien había partido para recibir su recompensa eterna. No muchos años atrás, luego de que el jefe de su esposo, el Rey Herodes, había dispuesto la decapitación del Predecesor, Juan el Bautista, la paciente y sufrida Juana comprendió un hecho terrible; que los viles asesinos de Herodes habían arrojado la cabeza del gran santo en un hueco de basura ordinario.
Por supuesto que esta no era la primera vez que Santa Juana había sido llamada para ayudar en la ceremonias funerarias de un amado Cristiano quien había partido para recibir su recompensa eterna. No muchos años atrás, luego de que el jefe de su esposo, el Rey Herodes, había dispuesto la decapitación del Predecesor, Juan el Bautista, la paciente y sufrida Juana comprendió un hecho terrible; que los viles asesinos de Herodes habían arrojado la cabeza del gran santo en un hueco de basura ordinario.
Esta reliquia
preciosa se encontraba en un lugar impuro y para la bondadosa y profundamente piadosa
Juana ese sacrilegio era simplemente inaceptable.
Deslizándose oculta en la oscuridad la valiente Juana recuperó esta preciosa reliquia Cristiana y se las arregló para darle un entierro digno en el Monte de los Olivos. Casi trescientos años después, bajo el reinado del primer Emperador Cristiano San Constantino el Grande, la cabeza del santo sería descubierta en el lugar en el que Santa Juana la había dejado para luego ser transportada a Constantinopla, en donde generaciones de Cristianos venerarían este amada reliquia.
Como muchas de las otras serviciales mujeres que siguieron y sirvieron a Cristo –incluyendo María Magdalena, las hermanas María, Marta y Susana– Santa Juana fue una fiel y atenta ayudante que trató de aliviar el camino del Señor a cada instante. Este fue el mismo grupo de dedicadas mujeres, según el Evangelista San Lucas, que tomaron la responsabilidad de preparar el cuerpo de Jesús para su sepultura.
Deslizándose oculta en la oscuridad la valiente Juana recuperó esta preciosa reliquia Cristiana y se las arregló para darle un entierro digno en el Monte de los Olivos. Casi trescientos años después, bajo el reinado del primer Emperador Cristiano San Constantino el Grande, la cabeza del santo sería descubierta en el lugar en el que Santa Juana la había dejado para luego ser transportada a Constantinopla, en donde generaciones de Cristianos venerarían este amada reliquia.
Como muchas de las otras serviciales mujeres que siguieron y sirvieron a Cristo –incluyendo María Magdalena, las hermanas María, Marta y Susana– Santa Juana fue una fiel y atenta ayudante que trató de aliviar el camino del Señor a cada instante. Este fue el mismo grupo de dedicadas mujeres, según el Evangelista San Lucas, que tomaron la responsabilidad de preparar el cuerpo de Jesús para su sepultura.
Mujeres Portadoras de Mirra frente al Santo Sepulcro |
Esa fue,
con toda seguridad, una tarea dolorosísima para esta devotas piadosas –y especialmente
para Juana– a quien se le había requerido seguir al Señor, en secreto, a lo largo
de la mayor parte de su vida, y quien frecuentemente se veía forzada a usar su ingenio
para evitar ser arrestada por su fe. A pesar de ello cumplió todas sus tareas con
valentía y dignidad.
La tarea
asignada a Juana durante la preparación del funeral fue especialmente ardua, su
trabajo consistía en aplicar la mirra al cuerpo del fallecido. Ello consistía en
poner en partes iguales el perfume y el incienso, este aceite extremadamente valioso
(supuestamente valía “cinco veces el precio del oro” durante el tiempo en que Jesús
caminó sobre esta tierra) para ocultar el olor de la muerte, al tiempo que suavizaba
y refrescaba la piel del fallecido.
Descrito
en Lucas 8, 3 y 24, 10, las ayudas de Santa Juana fueron hechas con un total y gentil
respeto así como dignamente. Llorando silenciosamente, también debe de haber sonreído
en algunos momentos mientras recordaba Su promesa de resucitar un día en la plenitud
de los tiempos así como y en la predicción de que el Santo Redentor “volvería
nuevamente para juzgar a los vivos y a los muertos y que Su Reino no tendría fin.”
Imagínense su sorpresa y asombro entonces, cuando a su partida del sepulcro
con las otras piadosas mujeres comenzó a escuchar voces de los Angeles anunciando
gozosamente las nuevas de Su Resurrección.
“Las que decían estas
cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás
que estaban con ellas.” (Lucas 24, 10)
Pena... pero también
un gran gozo. Como San Lucas describe el desenlace asombroso alrededor de la tumba
vacía, podemos imaginar fácilmente los sentimientos sublimes de gozo que han de
haber surgido en la fiel Santa Juana así como con las otras mujeres que atendieron
al cuerpo de Cristo durante esas horas terribles:
El primer día de la
semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.
Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero
no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron
ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen
el rostro a tierra, les dijeron: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está
vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía
en Galilea, diciendo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en
manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite."» Y ellas
recordaron sus palabras. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a
los Once y a todos los demás. (Lucas
24, 1-9)
La vida de Santa Juana,
la portadora del bálsamo de mirra, nos dice mucho acerca de la simple amabilidad que Jesucristo
inspiraba tan frecuentemente en aquellos que se preocupaban por El y lo cuidaban.
Leyendo las descripciones de como esta buena mujer y sus acompañantes fueron a la
tumba para completar esa simple tarea de preparar el cuerpo para su entierro –y
que se vieron sorprendidas por la revelación de que el Hijo de Dios no se encontraba
en la tumba– podemos experimentar nuevamente la sorpresa y el asombro que la Resurrección
del Señor ha de haber causado a lo largo de toda Palestina.
Apolitiquio tono 2º
Ante la mujer portadora
de mirra el Angel pronunció en voz alta, mientras se encontraba parado junto a la
tumba: la mirra está hecha para los muertos pero Cristo ha probado ser ajeno a la
corrupción. Proclamen con fuerte voz: El Señor ha resucitado, trayendo gran misericordia
para el mundo.
Contaquio en el tono 2º
Cuando hablaste, te
regocijaste, junto con las portadoras de mirra, hiciste que las lamentaciones de
Eva, la primera madre, cesasen a causa de Tú Resurrección, Oh Cristo Dios. E hiciste
que tus Apóstoles predicaran: El Salvador ha resucitado de la tumba.
Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y
bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri
Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr