Versos:
El cuarto Joanicio arrojó una señal.
San Joanicio el Grande nació en Bitinia de Asia Menor en el año 740, en el año vigésimocuarto del reinado del emperador bizantino iconoclasta León III el Isaurio (680 - 741), quien fue Emperador bizantino desde 717 hasta su muerte. Su padre se llamaba Myritríkin (del gr. “ Mυριτρίκην” ) y su madre Anastasó (“Aναστασώ”), y eran campesinos devotos. Cuando tuvo edad suficiente, se le encomendó la tarea de pastor.
"La tierra recibió las palabras de Joanicio, plantando el Logos de Dios en la tierra".
El cuarto Joanicio arrojó una señal.
San Joanicio el Grande nació en Bitinia de Asia Menor en el año 740, en el año vigésimocuarto del reinado del emperador bizantino iconoclasta León III el Isaurio (680 - 741), quien fue Emperador bizantino desde 717 hasta su muerte. Su padre se llamaba Myritríkin (del gr. “ Mυριτρίκην” ) y su madre Anastasó (“Aναστασώ”), y eran campesinos devotos. Cuando tuvo edad suficiente, se le encomendó la tarea de pastor.
Se convirtió en su práctica hacer el signo de la cruz sobre los animales y retirarse a un lugar solitario para orar. Aunque oraba largamente, los animales no se alejaban y siempre estaban seguros. A pesar de que nunca se le enseñó a leer y escribir, escuchaba la Palabra de Dios y se esforzaba por guardar Sus mandamientos.
Joanicio se convirtió en un joven fuerte y guapo. Por orden
del emperador León IV ,
un gran número de funcionarios pasaron por ciudades y pueblos para reclutar a
jóvenes para el servicio militar. Joanicio, a sus diecinueve años fue reclutado
en el ejército romano imperial para servir en el regimiento que custodiaba el
palacio de León IV y su hijo Constantino VI.
Continuó guardando los mandamientos de Dios y orando y
ayunando sin previo aviso. Como soldado, sobresalió y fue muy querido por sus
compañeros, ganándose su respeto por su buena disposición, pero también porque
era un soldado valiente que inspiraba temor en los corazones de sus enemigos.
"Ό ΆΓΙΟΣ ΙΩΑΝΊΚΙΟΣ Ό ΜΈΓΑΣ", [O Áyios Ioaníkios o Mégas] SAN JOANICIO EL GRANDE |
Joanicio
sirvió en el ejército imperial durante seis años. Más de una vez fue
recompensado por sus comandantes y por el emperador mismo, pero fue persuadido
a ponerse del lado del emperador, convirtiéndose en un iconoclasta.
Al regresar de una campaña militar, él y sus compañeros
soldados avanzaban por el Monte Olimpo cuando un monje clarividente dirigido
por el Espíritu Santo salió y le habló a Joanicio, llamándolo por su nombre y
diciéndole que todos sus esfuerzos para vivir una vida virtuosa, de nada
servían ya que no seguía la fe ortodoxa, por su desdén por venerar el icono de
Cristo.
A partir de ese momento, Joanicio se arrepintió de su error
y veneró los íconos de Cristo y de los santos. Durante los siguientes seis años,
pasó más tiempo orando, aumentó su ayunó y dormía en el suelo a pesar de que se
encontraba en las habitaciones del palacio.
Entonces, los búlgaros invadieron Tracia. El emperador salió
con sus tropas, Joanicio entre ellos, para enfrentarse a los búlgaros en la
batalla y hacer que retrocedieran. Durante esta batalla, Joanicio recibió el
valor dado por Dios, luchó con valentía, liberó a su compañía de soldados para
que no los mataran los búlgaros y liberó a un noble griego capturado.
Todo esto
fue observado por el propio emperador quien, al final de la guerra, condecoró a
Joanicio con honores militares y muchos
regalos.
Pero Joanicio recordó lo que se le había dicho seis años
antes y siguiendo a su corazón, resolvió abandonar a todos y seguir a Cristo en
la vida monástica. Obtuvo permiso para retirarse de sus deberes militares y
rechazó gentilmente los honores del emperador. Después de veinticinco años como
soldado de un emperador terrenal, se puso "la armadura de Cristo",
buscó un monasterio donde pudiese orar y ayunar, y luchó batallas invisibles contra
sí mismo y contra el maligno.
Se dirigió al Monte Olimpo, y allí escuchando con sus oídos
una voz divina, sube a la parte más alta de la montaña. Allí encontró a dos
monjes vestidos con pieles de cabra, nunca antes vistos por nadie, que se alimentaban
de hierbas salvajes. Éstos le entregaron una vestimenta similar, y le dieron
instrucciones sobre cómo vivir la vida de los anacoretas. Le profetizaron que
al final de sus cincuenta años como monástico, se vería acosado por las
tentaciones y el maltrato de los hombres envidiosos.
Sea como fuere, él no
sufriría, porque el mal que estos envidiosos hombres procurarían traer sobre él,
volvería sobre sus propias cabezas. Esto de hecho, fue lo que sucedió.
Prosiguiendo su camino, partió de allí, y se dirigió al
monte llamado Trichálikos (“Tριχάλικος”). Después va al Monasterio de Augaron
(“Aυγάρων”). Al abad Gregorio de Augaron le llegó la noticia de que Joanicio
vivía sin refugio en esta montaña, por lo que tenía una pequeña cabaña construida
para él.
A medida que pasaba el tiempo, muchos venían a buscarle
consejos espirituales, por lo que no le dieron paz. Una vez más, Joanicio se
fue en busca de un lugar de quietud silenciosa donde pudiera dedicar su tiempo al
ayuno y a la oración sin interrupción. Cada vez que encontraba un lugar, lo
buscaban y tenía que buscar otro hasta encontrar una montaña cerca del
Helesponto (los Dardanelos). Allí caminó por el profundo bosque de la montaña y
cavó un hoyo para él. Joanicio le pidió a un pastor local que le trajera algo
de pan una vez al mes y, a cambio, oraría por su alma. Allí moró en soledad
durante muchos años.
[I Elpís Mu O Patír, Katafiguí Mu o Yiós, Sképi Mu To Pnéfma To Áyio, Triás Ayía Dóxa Esí] EL PADRE ES MI ESPERANZA, EL HIJO MI REFUGIO, EL ESPÍRITU SANTO MI PROTECTOR, SANTA TRINIDAD, GLORIA A TI. |
Un día decidió que viajar a Éfeso y rezaría en la Iglesia de
San Juan el Teólogo.
En su viaje se topó con uno de sus viejos amigos del
ejército que lo reconocieron y lo abrazaron con gran camaradería. Después de
una conversación general, su amigo se fue a traer a otros soldados para que se
encontraran con él y recordaran sus valiosas acciones en la batalla. Mientras
él se había ido, Joanicio se escabulló. Continuando hacia las montañas de
Kunturia (“Kουντουρίας”, [kunturiás]), entró en una pequeña capilla al costado del camino
donde un hombre y su esposa estaban orando. Sorprendido por su aspecto salvaje,
calmó sus temores y les preguntó a dónde conducía el camino en el que se
encontraba. Le informaron que conducía a un río erosionado por los desbordamientos
invernales. Joanicio siguió el camino a lo largo del río, durmió hasta la
medianoche, rezó y prosiguió su camino.
Cuando llegó a la iglesia de San Juan
el teólogo, las puertas se abrieron solas. Con lo cual entró, rezó y veneró las
reliquias y el icono de San Juan. Las puertas se cerraron a su salida.
Regresando, se encontró con dos monjas, una madre y una
hija. Escuchó a la madre alentar a su hija para permanecer firme y no dejarse
vencer por la pasión carnal que la asaltó.
Observando al hombre santo, la madre
le suplicó que orara por su hija y que la ayudara. Joanicio le ordenó a la hija
que le pusiera la mano sobre él y luego, con lágrimas, le rogó fervientemente a
Dios que la liberara de esta pasión ardiente y le pidió que se acercara a él.
La hija fue inmediatamente liberada de su aflicción y regresó al monasterio con
su madre. Por otro lado, Joanicio sufrió tanto los ataques de la pasión carnal
que buscó una víbora para que le mordiese y así poder morir. La víbora huyó de
él, pero Joanicio continuó provocándola hasta que murió repentinamente. A la
muerte de la víbora, esta pasión lo abandonó.
Después de vivir doce años en el desierto, el Espíritu Santo
lo instruyó para que fuera al Monasterio de Eriste y le pidiera al abad Esteban
que le recibiera y le vistiera como un monje. Esto lo hizo el abad la mañana
siguiente a la llegada de Joanicio. Después de esto, pasó tres años continuando
su vida anacorética en diferentes lugares de soledad silenciosa, y soportó luchas aún mayores con el maligno.
Con el tiempo, Joanicio regresaría al Monte Olimpo.
Estando allí, sucedió que una hermosa y virtuosa joven, de noble nacimiento, llamada Irene, estaba siendo acompañada a Constantinopla para convertirse en la novia del emperador. Mientras caminaban por el Monte Olimpo, Irene le rogó a sus siervos que le permitieran recibir una bendición de Joanicio, un hombre santo del que había oído mucho.
San Joanicio el Grande, en el Monte Olimpo. Menologuio Basilio II. |
Cuando ella se acercó, él reconoció
que esta jovencita era espiritualmente avanzada y le ordenó que se regocijara y
fuera al Monasterio de Chrysovalantou en la ciudad porque allí se la necesitaba
para convertirse en una pastora de vírgenes. Irene se inclinó en reconocimiento
de su santidad. Joanicio le dio un consejo espiritual muy necesario para
fortalecerla y guiarla en la tarea que Dios había elegido para ella. Al llegar
a Constantinopla, se regocijó al escuchar que otra chica había sido elegida
para ser la futura esposa del emperador Miguel. La joven se convirtió en la muy
reconocida Santa Irene Chrysovalantou.
La oración, que todavía se usa hoy, que Joanicio usó y por
la que más se destaca es: “El Padre es mi esperanza, el Hijo es mi refugio, el
Espíritu Santo es mi protector. ¡Oh, Santísima Trinidad, gloria ti! ". Él decía
esto junto con los treinta Salmos que memorizó.
Numerosos son los milagros y otros relatos de San Joanicio
el Grande. Dos veces liberó milagrosamente a algunos de sus compatriotas de la
cárcel. Hacia el final de su vida, solo era visible para aquellos a quienes el
Espíritu Santo permitió verlo. Muchos fueron sanados por sus oraciones. Muchos
demonios fueron expulsados. A medida que se acercaba el final de su vida, fue
al Monasterio de Antidion y allí descansó en paz, a la edad de noventa y cuatro
años, el 4 de noviembre del año 846.
Ἀπολυτίκιον Ἦχος πλ. α’. Τὸν συνάναρχον Λόγον. (Κατέβασμα)
Tὴν ἐπίγειον δόξαν, πάτερ, κατέλειπες καταυγασθεὶς τῇ ἐλλάμψει τῆς ἐπινοίας Θεοῦ, ὅθεν ἔφανας ἐν γῇ ὡς ἄστρον ἄδυτον· θείας φωνῆς γὰρ ὡς Μωσῆς μυστικῶς ἀξιωθείς, ἰσάγγελος ἀνεδείχθης καὶ δωρημάτων ταμεῖον, Ἰωαννίκιε μακάριε.
Tὴν ἐπίγειον δόξαν, πάτερ, κατέλειπες καταυγασθεὶς τῇ ἐλλάμψει τῆς ἐπινοίας Θεοῦ, ὅθεν ἔφανας ἐν γῇ ὡς ἄστρον ἄδυτον· θείας φωνῆς γὰρ ὡς Μωσῆς μυστικῶς ἀξιωθείς, ἰσάγγελος ἀνεδείχθης καὶ δωρημάτων ταμεῖον, Ἰωαννίκιε μακάριε.
Himno de despedida. Tono plagal del 1º. Al Logos coeterno
Abandonaste la gloria terrenal y fuiste iluminado por la luz de la inspiración de Dios, por lo que brillaste en la tierra como una estrella sin desvanecimiento. Porque fuiste hallado digno de escuchar la voz divina como Moisés y también fuiste como los Ángeles y un tesoro de gracia, oh santo Padre Joanicio.
Abandonaste la gloria terrenal y fuiste iluminado por la luz de la inspiración de Dios, por lo que brillaste en la tierra como una estrella sin desvanecimiento. Porque fuiste hallado digno de escuchar la voz divina como Moisés y también fuiste como los Ángeles y un tesoro de gracia, oh santo Padre Joanicio.
Έτερον Ἀπολυτίκιον Ἦχος πλ. δ´.
Ταῖς τῶν δακρύων σου ῥοαίς,τῆς ἐρήμου τὸ ἄγονον ἐγεώργησας· καὶ τοῖς ἐκ βάθους στεναγμοῖς, εἰς ἑκατὸν τοὺς πόνους ἐκαρποφόρησας· καὶ γέγονας φωστήρ, τῇ οἰκουμένῃ λάμπων τοῖς θαύμασιν, Ἰωαννίκιε Πατὴρ ἡμῶν Ὅσιε· Πρέσβευε Χριστῷ τῷ Θεῷ, σωθῆναι τὰς ψυχὰς ἡμῶν.
Otro Himno de despedida. Tono plagal del 4º
Con un torrente de lágrimas hiciste fértil el desierto, y tu anhelo por Dios produjo frutos en abundancia. Por el resplandor de los milagros iluminaste todo el universo. Oh nuestro santo padre Joanicio, reza a Cristo nuestro Dios para salvar nuestras almas.
Κοντάκιον. Ἦχος δ’. Ἐπεφάνης σήμερον.
Ἐν τῇ μνήμῃ σήμερον, τῇ ἱερᾷ σου, συνελθόντες ἅπαντες, ἐκδυσωποῦμεν οἱ πιστοί, Ἰωαννίκιε Ὅσιε, παρὰ Κυρίου, εὑρεῖν ἡμᾶς ἔλεος.
Condaquio tono 4º. Te has aparecido hoy.
Nos hemos reunido hoy para honrar tu memoria e implorarte que obtengas para nosotros misericordia del Señor, oh Santo Padre Joanicio.
Fuentes consultadas: saint.gr, synaxarion.gr, johnsannidopoulos.com, Sinaxario de los Doce Meses del Año San Nicodemo el Athonita.