LA NAVIDAD, TEXTOS DE SANTOS PADRES DE LA IGLESA

Homilías sobre la Natividad del Señor. 


San Jerónimo.
  
«Y lo acostó en un pesebre por no haber para ellos sitio alguno en la posada (Lc 2,7ss). Y fue la madre quien lo acostó. José, en cambio, no se atrevía a tocar a Aquel que él sabía que no era hijo suyo. Se llenaba de gozo y de admiración viendo al recién nacido, pero no se atrevía a tocarlo. [393] «Y lo acostó en un pesebre». ¿Y por qué precisamente en un pesebre? Para que se cumpliera el vaticinio presagiado por el profeta Isaías (1,3): «Conoció el buey a su amo y el asno el pesebre de su Señor». 
Escrito encontramos en otro pasaje: «A los hombres y a las bestias salvarás Tú, Señor» (Sal 35,7). Si hombre eres, aliméntate con pan; si eres animal, acércate al pesebre […] No halló morada alguna en el sancta sanctorum que refulgía de oro, piedras preciosas, sedas y plata; no nace entre el oro y las riquezas, sino entre el estiércol, es decir, en un establo […]. Nace entre el estiércol, donde también se encontraba sentado Job (Job 2,8), quien más tarde recibió una recompensa [...] Consuélese quien sea pobre. 
José y María, la madre del Señor, no tenían ni un esclavillo ni una criada; solos vienen desde Galilea de Nazaret. No poseían tampoco un jumento. Ellos mismos son al mismo tiempo amos y esclavos. Algo inaudito: dirigen sus pasos a una posada suburbana, no al interior de la ciudad. Y es que la tímida pobreza no se atreve a aparecer entre los ricos. Mirad cuán grande era su pobreza: van a una posada; pero el evangelista no dice que ésta se hallara en la carretera principal, sino en una vía secundaria, es decir, no se encuentra en el camino, sino a la vera del camino; no en el camino de la ley, sino en la senda del evangelio, senda en la cual ellos estaban. 





En ninguna otra parte había lugar alguno disponible para el nacimiento del Salvador, más que en un pesebre en el que se ataba a las bestias de carga y a los asnos. ¡Ay, si pudiera contemplar aquel pesebre en el cual reposó el Señor! Hoy en día, en honor a Cristo, hemos limpiado la suciedad de aquel lugar y lo hemos adornado con objetos de plata, aunque para mí tiene más valor aquello que se quitó. Propio es de paganos el oro y la plata; la fe cristiana prefiere, en cambio, aquel otro pesebre lleno de estiércol. Aquel que nació en ese pesebre rechaza el oro y la plata. No es que esté criticando a quienes, con el fin de tributarle un honor, obraron de tal modo (así como tampoco a aquellos que en el templo fabricaron vasos de oro): [394] lo que me admira es que el Señor, creador del mundo entero, no naciera en medio del oro y la plata, sino en un lugar lleno de lodo. 
Había por aquellos aledaños unos pastores que se hallaban en vela (Lc 2,8). Sólo quienes andan en vela encuentran a Cristo; oficio propio de pastores es el velar. Cristo no es encontrado más que por unos pastores que se hallaban en vela [...] Por allí se encontraban también Herodes, los pontífices y los fariseos, pero mientras ellos permanecen dormidos, Cristo se halla en el desierto. Unos pastores que se hallaban en vela y que pasaban la noche entera despiertos, guardando su rebaño (Lc 2,8) […] Lo custodiaban como si se tratase del rebaño del Señor, pero aun así no podían mantenerlo a salvo, y por eso le rogaban al Señor que viniera a guardar su rebaño. Y he aquí que se les presentó un ángel del Señor (Lc 2,9). Dignos eran de que se les presentara un ángel del Señor a quienes de tal modo vigilaban. Y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor (Lc 2,9). 
El temor humano impide al hombre contemplar la aparición de un ser superior. En fin, hallándose sobrecogidos de miedo, como a quienes se les aplica un ungüento que sirve de alivio a sus heridas, se les dice: No temáis, pues si no deponéis vuestro temor, no podréis escuchar mis palabras. Hoy en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, que es el Señor Jesucristo (Lc 2,11). Mucho habría que comentar a propósito de esto. Y estando ellos aún llenos de admiración, de repente se le unió a aquel ángel una multitud perteneciente al ejército celestial, que alababa a Dios (Lc 2,13).
Un solo ángel fue quien les anunció el nacimiento del Señor, pero para que no pareciera que éste era el único testigo, todo un ejército de ángeles hace resonar estas alabanzas: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,14). Si a diario se producen catástrofes en el cielo, ¿cómo es que se pide que haya gloria en el cielo y paz en la tierra? Prestad atención a lo que se dice. Gloria en el cielo en donde no hay jamás disensión alguna, y paz en la tierra en la que no haya a diario guerras [...] «Paz a los hombres de buena voluntad», es decir, a quienes reciben a Cristo recién nacido. 





 [395] Dijéronse, pues, los pastores: «Vamos a Belén» (Lc 2,15). Abandonemos estos solitarios lugares y vayamos a Belén. Y veamos la realidad de esta palabra (Lc 2,15) [...] Lo que entonces no podíamos ver con nuestros ojos mientras era el Logos-Verbo, veámoslo ahora bajo su apariencia carnal, ya que carne mortal es; veamos, pues, cómo el Verbo se ha hecho carne. Y acudieron allá presurosos (Lc 2,16). El ardor de su alma y el deseo de verlo ponían alas a sus pies, pero aun así no podían correr tanto como grande era el deseo que los dominaba de contemplar lo que se les había anunciado. 
«Y acudieron allá presurosos». Y ya que con tanto entusiasmo corrían, encontraron a Aquel a quien andaban buscando. Veamos qué es lo que hallan. A María y a José (Lc 2,16) [..] Encuentran a María, la madre, y a José, el padre putativo. Y también al recién nacido, acostado en un pesebre. Al verlo, comprendieron el anuncio (verbum) que se les había hecho a propósito del niño (Lc 2,16-17). 
María guardaba todas estas palabras en su corazón, cavilándolas (Lc 2,19). ¿Qué es lo que quiere decir al utilizar el término «cavilándolas»? Debió decir «depositándolas en el corazón»; debió decir: «las meditaba en su corazón y las imprimía en él». Alguno trata de explicarlo de la manera siguiente [...] Al meditar en su corazón trataba de ver si aquello concordaba con las palabras de «el Espíritu vendrá a posarse sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; y por ello, aquel Santo que de ti nazca será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35) […] Veía a Aquel recién nacido, que era su Hijo, su único Hijo, acostado y dando vagidos, en ese pesebre, pero a quien en realidad estaba viendo allí acostado era al Hijo de Dios; y lo que ella estaba viendo andaba comparándolo con cuanto había oído y leído.





Y ya que ella cavilaba todo aquello en su corazón, meditemos también nosotros en el nuestro sobre el nacimiento de Cristo, que celebramos hoy. Algunos creen que Cristo nació en el día de la Epifanía [...] Tanto quienes afirman que nació en aquella fecha como nosotros, que sostenemos que su nacimiento tuvo lugar en una fecha como la de hoy, rendimos culto a un mismo Señor y acogemos a un mismo Niño [...] Hemos dicho muchas cosas, hemos oído los vagidos del Niño en el pesebre y lo hemos adorado: sigamos adorándolo hoy en día. Tomémoslo en brazos, adoremos al Hijo de Dios. El excelso Dios, que durante tanto tiempo tronó en los cielos sin salvarnos, ahora que deja oír sus vagidos nos trae la salvación. 
¿Por qué razón he dicho todo esto? Para demostrar que la soberbia no procura salvación alguna, pero sí en cambio la humildad. Mientras el Hijo de Dios se hallaba en el cielo no era adorado; baja a la tierra, y es entonces cuando comienza a adorársele. Dominaba al sol, a la luna y a los ángeles, y no recibía adoración alguna; y, sin embargo, viene a nacer en la tierra como un hombre perfecto y cabal para traer la salvación al mundo entero [...] Nos hemos olvidado de nuestro propósito y hemos dicho más de lo que teníamos pensado decir. La mente se había forjado un plan, pero la lengua nos ha llevado por otros derroteros. Prestemos, pues, oídos a nuestro obispo y escuchemos con atención sus palabras, más importantes que las nuestras, bendiciendo al Señor, cuya gloria sea por los siglos de los siglos. Amén.»






San Juan Crisóstomo

¡Me sorprende un nuevo y maravilloso misterio!
Mis oídos resuenan ante el himno de los pastores, que no entonan una melodía suave sino un himno celestial ensordecedor.
¡Los ángeles cantan!
¡Los Arcángeles unen sus voces en armonía!
¡Los Querubines entonan sus alabanzas llenas de gozo!
¡Los Serafines exaltan Su gloria!
Todos se unen para alabar en esta santa festividad, sorprendiéndose ante el mismo Dios aquí... en la tierra y el hombre en el cielo. Aquel que está arriba, por nuestra salvación reposa aquí abajo; y nosotros, que estábamos abajo somos exaltados por la divina misericordia.
Hoy Belén se asemeja a los cielos, escuchando desde las estrellas el canto de las voces angélicas y, en lugar del sol, presencia la aparición del Sol de la Justicia. No pregunten como es esto, porque donde Dios desea, el orden de la naturaleza es cambiado. Porque Él quiso, tuvo el poder para descender. Él salvó. Todo se movió en obediencia a Dios.
Hoy, Aquel que es, nace. Y Aquel que es, se convierte en lo que no era. Porque cuando era Dios, se hizo hombre sin dejar de ser Dios...
Y así los reyes llegaron, viendo al Rey celestial que vino a la tierra, sin traer ángeles, ni arcángeles, ni tronos, ni dominaciones, ni poderes, ni principados, sino iniciando un nuevo y solitario camino desde un seno virginal. Y sin embargo no olvidó a sus ángeles, no los privó de su cuidado, porque por su encarnación no ha dejado de ser Dios.






Y, miren: los reyes han llegado, para servir al Jefe de los ejércitos celestiales; las mujeres vienen a adorarlo, pues ha nacido de una mujer, para que cambie las penas del alumbramiento en gozo; las vírgenes, al hijo de la Virgen...
Los niños vienen a adorarlo pues se hizo niño, porque de la boca de los niños perfeccionará la alabanza; los niños, al niño que levantó mártires por la matanza de Herodes;
Los hombres a Aquel que se hace hombre para curar las miserias de sus siervos.
Los pastores, al Buen Pastor que da la vida por sus ovejas; los sacerdotes, a Aquel que se hace Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec.
Los siervos, a Aquel que tomó la forma de siervo, para bendecir nuestro servicio con la recompensa de la libertad (Fil 2:7);
Los pescadores, al Pescador de la humanidad;
Los publicanos, a Aquel quien estando entre ellos los nombró evangelistas;
Las mujeres pecadoras a Aquel que entregó sus pies a las lágrimas de la mujer arrepentida, y para que pueda abrazarlos también yo; todos los pecadores han venido, para poder ver al Cordero de Dios que carga con los pecados del mundo.
Por eso todos se regocijan, y yo también deseo regocijarme. Deseo participar de esta danza y de este coro, para celebrar esta fiesta. Pero tomo mi lugar, no tocando el arpa ni llevando una antorcha, sino abrazando la cuna de Cristo.
¡Porque ésta es mi esperanza!
¡Ésta es mi vida!
¡Ésta es mi salvación!
¡Éste es mi canto, mi arpa! Y trayéndola en mis brazos, vengo ante ustedes habiendo recibido el poder y el don de la palabra, y con los ángeles y los pastores canto:
¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!







San Agustín

«Es la misma humildad la que da en el rostro a los paganos. Por eso nos insultan y dicen: ¿Qué Dios es ése que adoráis vosotros, un Dios que ha nacido? ¿Qué Dios adoráis vosotros, un Dios que ha sido crucificado? La humildad de Cristo desagrada a los soberbios; pero si a ti, cristiano, te agrada, imítala; si le imitas, no te sentirás cansado, porque Él dijo: Venid a mí todos los que estáis cargados» (Enarrat. in Ps. 93,15: PL 37,1204).

«Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad» (Sermón 190,4: PL 38,1009).

«Mirad hecho hombre al Creador del hombre para que mamase leche el que gobierna el mundo sideral, para que tuviese hambre el pan, para que tuviera sed la fuente, y durmiese la luz, y el camino se fatigase en el viaje, y la Verdad fuese acusada por falsos testigos, y el juez de vivos y muertos fuera juzgado por juez mortal, y la justicia, condenada por los injustos; y la disciplina fuera azotada con látigos, y el racimo de uvas fuera coronado de espinas, y el cimiento, colgado en el madero; la virtud se enflaqueciera, la salud fuera herida, y muriese la misma vida» (Sermón 191,1: PL 38,1010). “Despierta, hombre, pues por ti Dios se hizo hombre” (Disc 185).

«Salten de júbilo los hombres, salten de júbilo las mujeres; Cristo nació varón y nació de mujer, y ambos sexos son honrados en Él. Retozad de placer, niños santos, que elegisteis principalmente a Cristo para imitarle en el camino de la pureza; brincad de alegría, vírgenes santas; la Virgen ha dado a luz para vosotras para desposaros con Él sin corrupción. Dad muestras de júbilo, justos, porque es el natalicio del Justificador. Haced fiestas vosotros los débiles y enfermos, porque es el nacimiento del Salvador. Alegraos, cautivos; ha nacido vuestro redentor. Alborozaos, siervos, porque ha nacido el Señor. Alegraos, libres, porque es el nacimiento del Libertador. Alégrense los cristianos, porque ha nacido Cristo» (Sermón 184,2).







«¿Qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer el hijo del hombre, hijo de Dios» (S. Agustín, Serm
ón 185). «Considera, hombre, lo que Dios se hizo por ti; reconoce la doctrina de tan grande humildad aun en un niño que no habla» (Sermón 188, 3: PL 38,1004). «¿Quién es este Rey tan pequeño y tan grande, que no ha abierto aún la boca en la tierra, y está ya proclamando edictos en el cielo?» (Sermón 199,2: PL 38,1027).

«Yacía en el pesebre, y atraía a los Magos del Oriente; se ocultaba en un establo, y era dado a conocer en el cielo, para que por medio de él fuera manifestado en el establo, y así este día se llamase Epifanía, que quiere decir manifestación; con lo que recomienda su grandeza y su humildad, para que quien era indicado con claras señales en el cielo abierto, fuese buscado y hallado en la angostura del establo, y el impotente de miembros infantiles, envuelto en pañales infantiles, fuera adorado por los Magos, temido por los malos» (Sermón 220,1: PL 38,1029).

«En el principio existía el Logos” (Jn. 1,1). Juan es la voz que pasa, Cristo es el Logos
(≈palabra) eterno que estaba en el principio. Si a la voz se le que quita la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La voz sin palabra llega al oído, pero no edifica el corazón” (Sermón 293, 3: PL 38, 1328).


San Ireneo 


“Este es el motivo por el cual el Logos (Verbo) se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo (Logos) y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (Adversus haereses, 3,19,1).


San León Magno 


«Aquellos inicios que él asumió en el seno de la Virgen, los transfirió después a las fuentes bautismales. Dio al agua lo que había dado a la madre. Aquello que la potencia del Altísimo realizó en María cuando la cubrió con el Espíritu Santo, para que de ella naciera el Salvador, aquello mismo lo realiza en las aguas a fin de que el creyente se regenere» (Sermón 25, 5; PL 54, 209). 
«Por obra del Espíritu Santo nació él de una Virgen, y por obra del mismo Espíritu Santo fecunda también su Iglesia pura, a fin de que, a través del bautismo, dé a luz a una multitud innumerable de hijos de Dios, de quienes está escrito: Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios» (Sermón 12; PL 54, 355ss).


San Máximo Confesor 

"Jesucristo, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor … El Logos, puesto sobre el candelero de la Iglesia… ilumina a todos los hombres" (Cuestión 63).