Segundo Domingo del "Triodio". Del Hijo Pródigo.

El segundo Domingo del Triodio está dedicado a la muy didáctica parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). Dicha parábola habla de un joven rico, el cual derrocha la herencia de su padre en un país lejano y al final terminó cuidando cerdos. Después se arrepintió y regresó con su padre, quien lo recibió con mucho amor y cariño.

El Evangelista Lucas nos narra esta parábola del siguiente modo:



Vers. 11-32. La parábola del hijo pródigo.

11. Y para que sea más clara y hacer más comprensible esta verdad, dijo tabién la siguiente parábola: Un hombre, es decir Dios, tenía dos hijos.


12. El hijo menor representa al pecador desertor, que se marcha de la obediencia y de la protección del Padre celestial. Dijo entonces el hijo menor a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre repartió a sus dos hijos la herencia. Es decir Dios al pecador que quiere vivir lejos de él también le da todos los medios para su subsistencia y todos los carismas espirituales y materiales que le harían feliz espiritualmente, si éste no los desperdiciase. 


13. Después de unos días el hijo menor juntó todo lo que le dio su padre y se fue a un país lejano. Allí gastó toda su herencia llevando una vida libertina y de derroche. Así también cada pecador debido a sus pecados se separa de Dios y es llevado muy lejos de él. Y con el abuso de los carismas que le dio el padre celestial se deprava y se corrompe.


14. Cuando el hijo menor gastó todo lo que tenía, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a faltarle. Es decir, cada pecador no tiene disfrutes interminables. Tarde o pronto sentirá la miseria y el vacío que crea en su corazón la vida pródiga y la ausencia del consuelo divino.


15. Y el hijo pródigo debido a su carencia y a su hambre fue donde uno de los habitantes de esa ciudad, el cual le contrató como siervo. Y le envió a sus tierras a apacentar cerdos, decir animales impuros, que provocaban repugnuncia y rechazo a un judío, como era el hijo menor. ¡En qué deshonra termina y cuánto pierde su dignidad el desdichado pecador!


16. Y deseaba el hijo menor llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos. Pero nadie le daba, porque los servidores que hacían el reparto tenían cuidado de que no se quedasen sin comida los cerdos.



17. Pero en algún momento él, volviendo en sí de la embriaguez y de la locura del pecado y dijo: ¡Cuántos trabajadores aslariados de mi padre tienen abundancia de pan, y yo corro el peligro de morirme de hambre! Es decir el primer paso del arrepentimiento del pecador es el sentimiento de su miseria.
 
 




 
 
18. Después de este sentimiento continúa la decisión salvadora. Me levantaré, dice el prodigo, e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo. (Porque allí los ángeles realizan con devoción y respeto la voluntad divina, y como obedecen ellos, así son llamadas todas las creaciones a obedecerle a él, y lamentan el distanciamiento de cada hombre). También he pecado contra tí, porque he menospreciado tu afecto y no he tenido en cuenta la pena que has sentido desde que me fui lejos de tí.


19. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo. No busco ser contratado ni como siervo permanente quedándome continuamente en tu casa. Hazme como a uno de tus trabajadores asalariados.


20. Y la decisión salvadora comenzó a realizarse. El pródigo se levantó y comenzó e viaje hacia su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia. Entonces salió a su encuentro corriendo, y se echó sobre su cuello, le abrazó fuertemente y le besó con afecto. Es decir Dios no sólo recibe al pecador que se arrepiente y vuelve a él, sino que incluso antes de acercarse el pecador, se apresura a buscarlo, y lo abraza con afecto. 


21. Y mientras el padre mostraba tal afecto, y seguía la tan cálida reconciliación, el hijo compungido hizo su confesión diciendo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.


22. El padre entonces le interrumpió y dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido de todos los que tenemos, como el que tenía antes de irse de mi casa. Y porque él, por el estado en el que está, sentirá vergüenza de ponérselo, vestidle vosotros, para que no esté ya desnudo y andrajoso. Y dadle un anillo para que lo lleve en su mano, como lo llean los señores y los libres. Dadle también calzado en sus pies, para que no camine descalzo como los esclavos. Es decir lo reestablezco completamente en su puesto y en sus derechos que tuvo antes de convertirse en pródigo.
 
 
 
 

 


23. Y traed y degollad uno de los becerros que alimentamos aparte, para alguna situación especial y jubilosa. Comamos entonces, alegrémonos y festejemos con canciones y bailes. 


24. porque este mi hijo hasta hace poco estaba muerto, y ha resucitado; estaba perdido, y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse.


25. Pero el hijo mayor, al cual eran semejantes los fariseos, estaba en el campo. Y cuando vino, y se acercó a la casa, oyó instrumentos y canciones y danzas.


26. Llamó entonces a uno de los criados que estaban fuera, y le preguntó para enterarse de qué sucedía, qué significaba todo aquello.


27. Y él le dijo: ha vuelto tu hermano, y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.


28. Pero el hijo mayor entonces se enojó y no quiso entrar en casa. (Así actuaban también los fariseos, que se escandalizaban cuando veían al Señor relacionarse con los pecadores y enseñarles). Entonces su padre salió fuera y le rogaba con el mismo afecto que recibió a su hijo menor.


29. Pero el hijo mayor respondió a su padre: Tantos años estoy a tu servicio y nunca he desobedecido a ninguna orden tuya. Y a pesar de ello nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. (¡Cuánto se equivoca el hijo mayor! Si hubiese sido tan disciplinado ante su padre, ¿cómo ahora le desobedece con tal convinción? ¿Y cuándo pidió un cabrito a su padre, y su padre no se lo dio?


30. Pero cuando vino este tu hijo gandul, que derrochó tu herencia en prostitutas, has hecho matar para él el mejor becerro gordo.


31. El padre entonces le respondió: Hijo mío, tú siempre estás conmigo. Y todo lo que tengo, tuyo es.


32. Deberías tú también ahora haberte alegrado y regocijarte, porque este tu hermano, del cual con tanto menosprecio hablas, estaba muerto, y ha resucitado. Estaba perdido y se ha encontrado. 
 
 
 
 
 
 
 
Esta parábola tiene un significado inagotable, ya que, como se dice, toda la obra de la Economía Divina está dentro de ella. En líneas generales, el significado de la parábola es cuádruple, pues muestra:

a. La situación desesperada que alcanza el pecador.

b. La necesidad de arrepentimiento y sus resultados salvadores.

c. La magnitud de la Divina Misericordia en la que la mayoría de los pecadores pueden confiar, para que nunca se desesperen. Ningún pecado, por grande que sea, puede vencer la opinión piadosa de Dios y

d. La evitación de la trampa de la vanagloria los que se consideran justos, como se consideraba el hijo mayor.

Entonces, si nos conocemos a nosotros mismos y comprendemos nuestra verdadera situación espiritual y honestamente confesamos nuestros errores y el desperdicio de los talentos que Dios nos ha dado, nos daremos cuenta de que este domingo todos celebramos y todos, de alguna manera, somos hijos pródigos (del lat. "prodĭgus", que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón*), alejados del "Hogar de nuestro Padre Celestial".








Homilía de Romano el Melódico
 
Himno: Dichosos aquellos a quienes son perdonados los pecados.

«Alegrémonos, pues este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lc 15,32).

El hijo mayor dice a su padre, encolerizado: «hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes.... pero llega ese hijo tuyo, ... y le matas el ternero cebado» (Lc 15, 28ss).

Apenas oyó el padre hablar a su hijo de esta manera que le responde con dulzura: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.» –Escucha a tu padre, tú no estás separado de la Iglesia, tú estás siempre presente a mi lado, con todos los ángeles. Pero éste ha venido cubierto de vergüenza, desnudo y sin belleza, gritando: «Misericordia, porque he pecado, padre, y te suplico como culpable ante tu rostro. Trátame como uno de tus jornaleros y aliméntame, porque tu amas a los hombres, Señor y Amo de los siglos.-
Tu hermano ha gritado: -Sálvame, padre santo!-... ¿Cómo no podía tener piedad, de no salvar a mi hijo que gime, que solloza?.... Júzgame tú, tú que me recriminas... Mi alegría, en todo momento, consiste en amar a los hombres...Son mis criaturas, ¿cómo no tener compasión? ¿Cómo no tener en cuenta su arrepentimiento? Mis entrañas engendraron a este hijo que acojo con entrañas de misericordia, yo, el Señor y Amo de los siglos.-
«Así, pues, hijo mío, ¡alégrate con todos los invitados al banquete, y mezcla tus cantos al de todos los ángeles, porque tu hermano estaba perdido y ha sido encontrado, estaba muerto y ha vuelto a la vida.» Con estas palabras, el hijo mayor se dejó persuadir y cantó: «¡Gritad de gozo! Dichosos aquellos a quienes son perdonados los pecados y borradas sus culpas» (cf Sal 131,1). -Te alabo, Amigo de los hombres, tú que has salvado a mi hermano, tú el Señor y Amo de los siglos.-





Himno: No ha perdido su condición de Padre
«Rápido, traed la mejor túnica para vestirlo» (Lc 15,22)

55: SC 283. Numerosos son los que, por la penitencia, merecieron el amor que tienes por el hombre. Hiciste justos al publicano que suplicaba y a la pecadora que lloraba (Lc 18,14; 7,50), porque, por designio preestablecido, concedes el perdón. Con estos conviérteme también a mí, ya que eres rico en misericordia, tú que quieres que todos los hombres se salven.

Mi alma se manchó revistiéndose con la túnica de mis faltas (Gn 3,21). Pero tú, recuérdame que fluyan de mis ojos fuentes, con el fin de que la purifique por la contrición. Revísteme con un vestido resplandeciente, digno de tu boda (Mt 22,12), tú que quieres que todos los hombres se salven…
Ten compasión de mis gritos como lo hiciste con el hijo pródigo, Padre celeste, porque yo también me echo a tus pies, y grito como gritó él: "¡Padre, pequé!" No me rechaces, mi Salvador, yo tu hijo indigno, sino haz que tus ángeles se regocijan también por mí, Dios de bondad que quieres que todos los hombres se salven.
Porque me hiciste hijo tuyo y heredero tuyo por la gracia (Rm 8,17). ¡Pero yo, por haberte ofendido, me hice prisionero, esclavo vendido al pecado, y desgraciado! Ten lástima de tu imagen (Gn 1,26) y sácala del exilio, Salvador, tú que quieres que todos los hombres se salven…
Ahora es el tiempo de arrepentirse… La palabra de Pablo me empuja a perseverar en la oración (Cuello 4,2) y a esperarte. Con confianza pues, yo te ruego, porque conozco bien tu misericordia, sé que vienes a mi enseguida, cuando pido auxilio. Si tardas, es para darme el salario de la perseverancia, tú quien quieres que todos los hombres se salven.
Concédeme poder celebrarte siempre y corresponderte llevando una vida pura. Dígnate hacer que mis actos estén de acuerdo con mis palabras, Todopoderoso, para que te cante… con una oración pura, solo a ti Cristo, que quieres que todos los hombres se salven.








Homilía de Macario de Egipto: Dame, de nuevo, lo que he perdido
«Un hombre tenía dos hijos» (Lc 15,11). In Ephata III

¡Acerquémonos al Señor, la puerta espiritual y llamemos para que nos abra! Pidamos recibirle a él mismo, el pan de vida (cf Jn 6,34). Digámosle: «Dame, Señor, el pan de la vida para que viva, porque estoy en peligro, amenazado por el hambre del pecado. Dame el vestido luminoso de la salvación para que cubra la vergüenza de mi alma, porque estoy desnudo, privado del poder de tu Espíritu y avergonzado por la indecencia de mis pasiones» (cf Gn 3,10).

Y si él te dice: «Tenías un vestido ¿dónde lo tienes?» respóndele: «He caído en manos de bandoleros, me han despojado y molido a palos y dejado medio muerto, me han quitado mi vestido y se lo han llevado. Dame sandalias espirituales, porque los pies de mi espíritu están llagados por las espinas y los zarzales (cf Gn 3,18); voy errante por el desierto y no puedo avanzar. 






Dame la vista del corazón para que vea de nuevo; abre los ojos de mi corazón porque mis enemigos invisibles me han dejado ciego y me echan encima un velo de tinieblas; ya no puedo contemplar tu rostro celestial tan deseado. Dame el oído espiritual porque mi inteligencia está sorda y no ya no puedo escuchar tus conversaciones tan suaves y agradables. Dame el óleo de la alegría (Sal 44,8) y el vino del gozo espiritual. Sáname y devuélveme la salud porque mis enemigos, bandoleros temidos, me han dejado medio muerto.»
Dichoso aquel que suplica con perseverancia y fe, como indigente y herido, porque recibirá lo que pide; obtendrá la salud y el remedio eternos y será liberado de sus enemigos que son las pasiones del pecado.



El Arzobispo Ieroteheo Vlajos Metropolita de Lepanto en Grecia, ha utilizado esta parábola como base de la catequesis a los recién iniciados en la Ortodoxia (ver el apartado A)

El Obispo Alejandro (Mileant), ha editado la catequesis "El arrepentimiento en el Nuevo Testamento": Parábola del Hijo Pródigo. 







Fuentes consultadas: saint.gr, pentapostagma.gr, deiverbum.org, logosortodoxo.com, fatheralexander, orthodoxwiki.org