5 Sobre la Anunciación. Los Misterios Secretos.
Y
así, habiendo preparado de antemano al oyente para que buscara algún
dato común, y con esto cautivándolo, finalmente lo asombra añadiendo el
hecho maravilloso: «Antes de que se reunieran, se halló que estaba
embarazada del Espíritu Santo...» (Mt. 1:18). Por lo tanto, no sigamos
adelante ni exijamos nada más de lo dicho. Tampoco digamos: «Pero, ¿cómo
fue que el Espíritu obró esto de una virgen?». Porque si, cuando la
naturaleza obra, es imposible explicar la manera de la formación, ¿cómo,
cuando el Espíritu obra milagros, podremos expresarlos? Y para no
cansar al evangelista ni molestarlo con estas preguntas constantes, él
ha dicho quién obró el milagro, y por eso se ha retirado. «Porque no sé
—dice— nada más, sino que lo que sucedió fue obra del Espíritu Santo».
¡Vergüenza para quienes se ocupan de tocar a la generación de lo alto!
Pues si este nacimiento, que cuenta con innumerables testigos, que había
sido proclamado hace tanto tiempo, y que fue manifestado y palpado por
las manos, nadie puede explicarlo; ¿de qué exceso de locura carecen
quienes se afanan y se interesan por esa generación indescriptible? Pues
ni Gabriel ni Mateo pudieron decir nada más, salvo que fue del
Espíritu; pero cómo, del Espíritu, ni de qué manera, ninguno de los dos
lo ha explicado; pues tampoco era posible. Ni piensen que lo han
aprendido todo con solo oír «del Espíritu».

No,
pues ignoramos muchas cosas, incluso habiendo aprendido esto; como, por
ejemplo, cómo el Infinito está en un vientre, cómo Aquel que contiene
todas las cosas es llevado, como nonato, por una mujer; cómo la Virgen
da a luz y continúa siendo virgen. ¿Cómo, les pregunto, el Espíritu
construyó ese Templo? ¿Cómo tomó no toda la carne del vientre, sino una
parte de ella, la multiplicó y la moldeó? Pues Él sí provino de la carne
de la Virgen, lo declaró al hablar de «lo que fue concebido en ella»
(Gálatas 4:4); y Pablo, al decir «de mujer», calla la boca a quienes
dicen que Cristo vino entre nosotros como por algún conducto. Pues, si
así fuera, ¿qué necesidad había de un vientre? Si así fuera, Él no tiene
nada en común con nosotros, sino que esa carne es de otra clase, y no
de la masa que nos pertenece. ¿Cómo, entonces, era de la estirpe de
Jesé? ¿Cómo era una vara? ¿Cómo era Hijo del hombre? ¿Cómo era María su
madre? ¿Cómo era de la estirpe de David? ¿Cómo «tomó forma de siervo»
(Filipenses 2:7)? ¿Cómo «el Verbo se hizo carne» (Juan 1:14)? ¿Y cómo
dice Pablo a los romanos: «De los cuales, según la carne, vino Cristo,
el cual es Dios sobre todas las cosas» (Romanos 9:5)? Por lo tanto, que
Él era de nosotros, de nuestra sustancia y del vientre de la Virgen, es
evidente por estas cosas y por otras; pero el cómo, no es evidente. No
indagues, sino recibe lo que se revela, y no te preocupes por lo que se
mantiene en secreto.
De la Homilía sobre Mateo 4.6.