SAN JUAN CRISOSTOMO. SOBRE LA ANUNCIACION.

 

 Sobre la Anunciación. Los Misterios Secretos
 
Y así, habiendo preparado de antemano al oyente para que buscara algún dato común, y con esto cautivándolo, finalmente lo asombra añadiendo el hecho maravilloso: «Antes de que se reunieran, se halló que estaba embarazada del Espíritu Santo...» (Mt. 1:18). Por lo tanto, no sigamos adelante ni exijamos nada más de lo dicho. Tampoco digamos: «Pero, ¿cómo fue que el Espíritu obró esto de una virgen?». Porque si, cuando la naturaleza obra, es imposible explicar la manera de la formación, ¿cómo, cuando el Espíritu obra milagros, podremos expresarlos? Y para no cansar al evangelista ni molestarlo con estas preguntas constantes, él ha dicho quién obró el milagro, y por eso se ha retirado. «Porque no sé —dice— nada más, sino que lo que sucedió fue obra del Espíritu Santo». ¡Vergüenza para quienes se ocupan de tocar a la generación de lo alto! Pues si este nacimiento, que cuenta con innumerables testigos, que había sido proclamado hace tanto tiempo, y que fue manifestado y palpado por las manos, nadie puede explicarlo; ¿de qué exceso de locura carecen quienes se afanan y se interesan por esa generación indescriptible? Pues ni Gabriel ni Mateo pudieron decir nada más, salvo que fue del Espíritu; pero cómo, del Espíritu, ni de qué manera, ninguno de los dos lo ha explicado; pues tampoco era posible. Ni piensen que lo han aprendido todo con solo oír «del Espíritu». 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
No, pues ignoramos muchas cosas, incluso habiendo aprendido esto; como, por ejemplo, cómo el Infinito está en un vientre, cómo Aquel que contiene todas las cosas es llevado, como nonato, por una mujer; cómo la Virgen da a luz y continúa siendo virgen. ¿Cómo, les pregunto, el Espíritu construyó ese Templo? ¿Cómo tomó no toda la carne del vientre, sino una parte de ella, la multiplicó y la moldeó? Pues Él sí provino de la carne de la Virgen, lo declaró al hablar de «lo que fue concebido en ella» (Gálatas 4:4); y Pablo, al decir «de mujer», calla la boca a quienes dicen que Cristo vino entre nosotros como por algún conducto. Pues, si así fuera, ¿qué necesidad había de un vientre? Si así fuera, Él no tiene nada en común con nosotros, sino que esa carne es de otra clase, y no de la masa que nos pertenece. ¿Cómo, entonces, era de la estirpe de Jesé? ¿Cómo era una vara? ¿Cómo era Hijo del hombre? ¿Cómo era María su madre? ¿Cómo era de la estirpe de David? ¿Cómo «tomó forma de siervo» (Filipenses 2:7)? ¿Cómo «el Verbo se hizo carne» (Juan 1:14)? ¿Y cómo dice Pablo a los romanos: «De los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas» (Romanos 9:5)? Por lo tanto, que Él era de nosotros, de nuestra sustancia y del vientre de la Virgen, es evidente por estas cosas y por otras; pero el cómo, no es evidente. No indagues, sino recibe lo que se revela, y no te preocupes por lo que se mantiene en secreto. 
 
De la Homilía sobre Mateo 4.6.
 

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