«En el quinto domingo de la Gran Cuaresma, tipo de fiesta que se celebra 14 días antes de la Pascua, conmemoramos a Osía María la Egipcia, ya que es mucho lo que nos enseña, y de lo cual tenemos necesidad. Era pecadora, conocida públicamente, tentación y escandalo para los hombres.
Cómo llegó a este punto, no lo sabemos. Nunca sabremos cómo se hizo prostituta, si el mal estaba dentro de ella, si la engañaron o la violaron… Lo que sabemos seguro es que un día fue a una iglesia dedicada a la Madre de Dios –la cual representa la absoluta honradez e integridad- y de repente sintió que no podía entrar dentro.
No nos imaginemos alguna fuerza exterior que le impedía traspasar la puerta; lo más probable –lo seguro- es que la fuerza provenía del interior. Sintió el lugar tan bendito , y la persona de la Santísima Madre de Dios tan santa que, ¿cómo atreverse a entrar al lugar de su presencia y quedarse en un extremo del templo?
Esto le fue suficiente para concienciarse de su pasado oscuro y de que sólo existía un modo para salir de él; quitarse de encima el mal y comenzar una nueva vida. No fue a pedir consejos, no fue a confesarse. Partió fuera de la ciudad, al desierto, al abrasante desierto donde no existía nada más que arena, mucho calor, hambre, y una soledad desesperante.
Esto nos enseña algo muy grande. Como muy a menudo decía San Serafín de Sarov a sus visitantes, la diferencia entre un pecador que está perdido y un pecador que encuentra el camino de la salvación, se encuentra sÓlo en la decisiÓn. La gracia increada de Dios está siempre ahí, pero falta nuestra correspondencia.
¡ María correspondió ¡ TomÓ conciencia de su terrible estado, dijo su propio “sí” a la santidad, a la gracia, a la plenitud de la Madre de Dios, y nada, pero nada, era ya capaz de alterar su decisión de cambiar de vida. Día a día, con ayuno y oración, dentro del calor insoportable, en la deprimente soledad del desierto luchÓ contra todo el mal que se había acumulado en su alma.
Como no es suficiente con tomar conciencia del mal, no basta con una simple acción de voluntad de rechazo del mismo.
El mal está presente en nuestros recuerdos, en nuestros deseos, en nuestra debilidad, en la corrupción que trae con él. Tuvo que luchar toda una vida, pero al final venció. Hubo practicado “la buena lucha” (I Tim. 6,12), se limpió de toda mancha, pudo entrar en las moradas de Dios; no en una iglesia, no en un lugar físico, sino en la eternidad.
Mucho nos puede enseñar; estos lugares por los cuales tan libremente nos movemos (la Iglesia, la creación de Dios, que permaneció indemne e intacta ante el mal a pesar de nuestra esclavización y sometimiento ante é l) son tan santos, que nosotros no tenemos lugar ahí dentro.
SÓlo si algún día nos concienciamos de esto, quizás entonces querremos corresponder con sentimiento, convertirnos con temor a nosotros mismos, y con una decisión radical ponernos en su contra. Sólo entonces podremos decir que seguimos su ejemplo.
El ejemplo de nuestra santa se ofrece como de esta primavera de la vida que es la Gran Cuaresma. Hace una semana escuchamos la enseñanza y la invitación de San Juan Clímaco, quien estableció para nuestro bien una escalera completa de perfección para superar el mal y acercarnos a lo verdadero.
Y hoy vemos a alguien que de las tinieblas del mal subió a las alturas de la santidad, y como se canta en el Gran Canon de San Andrés de Creta:
“Vamos, alma mía, lleva a tu cuerpo a glorificar al Creador y desde ya reencuentra tu razón para ofrecerle a Dios las lágrimas de tu arrepentimiento (oda 1)”
“Despiértate, ¿por qué duermes, oh alma mía, por qué duermes así? Pues he aquí que el fin se acerca, y tú darás cuentas en el juicio. Vela pues, oh alma mía, para que Cristo Dios te libre, Él que está en todas partes, en todo el universo, que lo colma con su presencia”. (Oda 6)
“…y tú alma mía, guárdate de preferir el rebaño de tus pasiones al Reino de Cristo” (Oda 7), etc...
Cojamos entonces de la santa nuevo coraje, nueva esperanza, nueva alegría y nueva existencia, pero veamos también la llamada, la invitación, de que en vano salmodiamos a los santos si no aprendemos de ellos, y no los imitamos.(Cristo no quiere seguidores, quiere alumnos)».
De “La puerta cerrada de nuestras almas”, del Santo Padre Metropolita de Sourozh, Anthony Bloom (1914- 2003), monje y obispo metropolitano de la Iglesia ortodoxa rusa.
Tomado de "En la luz del juicio de Dios, camino del Triodio hacia la Resurrección". (www.immorfou.org.cy)
Apolitiquio tono 8
Oh Madre, en ti la imagen fue preservada con exactitud, pues al haber tomado tu cruz seguiste realmente a Cristo y por tus acciones nos enseñaste a ver aquello que está por encima de la carne, ya que ella pasa, para poder fijarnos en el alma que es inmortal. Por eso, Oh justa Madre María, tu espíritu se regocija con los ángeles.
Condaquio tono 3
Tú que alguna vez estuviste completamente llena de la fácil corrupción a través del arrepentimiento has llegado a ser la novia de Cristo. Llevaste una vida piadosa como la que llevan los Angeles; con la Cruz sometiste y pisoteaste a los demonios. Dondequiera que estés ahora en el Reino... eres una novia honorable.
Fuentes consultadas: sourozh.org, en.wikipedia.org, saint.gr, files.monasterio-santa-trinidad.webnode.es, wordreference.com, orthodoxwiki.org, immorfou.org.cy, fatheralexander.org, saint.gr.