LOS SANTOS


De los Santos.

Escritos de San Siluán, por San Sofronio de Essex.

"Amo a los que me aman y glorifico a los que me glorifican", dice el Señor (Prov. 8, 17; 1 Sam. 2, 30).

Dios es glorificado en los santos, y los santos son glorificados por Dios. La gloria que el señor concede a los santos es tan grande que si los hombres pudiesen ver a un santo tal como es en realidad, caerían a tierra con temor y veneración, pues el hombre carnal no puede soportar la gloria de un aparición celeste.

No os maravilléis de esto. El Señor ama tanto la obra de sus manos que no ha regateado al hombre el Espíritu Santo, y en el Espíritu Santo el hombre se ha tornado semejante a Dios.

¿Por qué Dios ama así al hombre?  Le ama tanto, porque él es el Amor en persona; y a este Amor, se le conoce por el Espíritu Santo. Gracias al Espíritu Santo el hombre conoce al Señor, su Creador. El Espíritu Santo colma de su gracia al hombre entero: el alma, la inteligencia y el cuerpo.

 

 

 

 

 


El Señor ha dado su gracia a los Santos, y ellos le amarán hasta el extremo y se aficionarán a él, pues la dulzura del amor de Dios no permite amar el m u n d o y su belleza.
Y si eso sucede ya en la tierra, cuánto más unidos estarán los Santos al Señor en el Cielo por el amor. Ese amor es inefablemente dulce; procede del Espíritu Santo, y todas las Potencias celestes se alimentarán de él.
Dios es Amor; y, en los Santos, el Espíritu Santo es Amor.
Por el Espíritu Santo se conoce al Señor. Por el Espíritu Santo, es exaltado el Señor en los Cielos. Por el Espíritu Santo, los Santos glorifican a Dios; y por los dones del Espíritu Santo, el Señor glorifica los Santos, y esa Gloria no tendrá fin.
Muchos tienen la impresión de que los Santos están lejos de nosotros. Están lejos de quienes se han alejado ellos mismos, pero están muy cerca de los que cumplen los mandamientos de Cristo y tienen la gracia del Espíritu Santo.
En los Cielos todo vive y se mueve por el Espíritu Santo; pero el Espíritu Santo está también en la tierra. Está presente en nuestra Iglesia; opera en los sacramentos; percibimos su soplo en la sagrada Escritura; él vivificará a las almas de los creyentes. 

 

 

San Sofronio de Essex y San Siluán del Monte Atos.


 

El Espíritu Santo une a todos los hombres, y por esta razón los Santos nos son tan cercanos. Cuando les suplicamos, entonces por el Espíritu Santo, escuchan nuestras oraciones y nuestras almas sienten que ellos oran
por nosotros.
Qué felices somos nosotros, cristianos ortodoxos, por el hecho de que el Señor nos haya dado la vida en el Espíritu Santo; y él alegra nuestras almas. Pero es necesario conservarle con cuidado, pues basta un mal pensamiento para que abandone al alma, y entonces el amor de Dios deja de estar en nosotros: desaparece la audacia en la oración, desaparece la firme esperanza de que obtendremos lo que pedimos.
Los Santos viven en el otro m u n d o y allí, por el Espíritu Santo, ven la gloria de Dios y la belleza del rostro del Señor. En el mismo Espíritu Santo, ven nuestra vida y nuestras acciones. Conocen nuestras penas y escuchan nuestras ardientes oraciones. Mientras los Santos vivían en la tierra aprendían del Espíritu Santo el amor de Dios-, y el que conserva el amor en la tierra, pasa con él a la vida eterna, al Reino de los Cielos, en d o n d e el amor crece y se torna perfecto. Y si ya en esta vida el amor no puede olvidar al hermano, cuánto más los Santos no dejan de acordarse y de orar por nosotros.

A los Santos el Señor les ha dado el Espíritu Santo, y es desde el Espíritu Santo desde donde nos aman. Las almas de los Santos conocen al Señor y su bondad por los hombres, y por eso arde su espíritu de amor al pueblo. Cuando todavía vivían en la tierra, no podían conocer sin dolor la existencia ele un hombre pecador y por él derramaban lágrimas en sus oraciones.
El Espíritu Santo los ha escogido para orar por el mundo entero y les ha concedido lágrimas inagotables. El Espíritu Santo concede a sus elegidos un amor tal q u e sus almas quedan presas, como por una llama, del deseo de que todos los hombres se salven y vean la gloria del Señor.
Invocad con fe y orad a la Madre de Dios y a los Santos. Ellos escuchan nuestras oraciones y conocen incluso nuestros pensamientos.
Y no os admiréis de ello. Todo el Cielo de los Santos vive por el Espíritu Santo, y nada en el universo se esconde al Espíritu Santo. 

 

 



 

 

Yo también en otro tiempo ignoraba cómo los Santos que habitan en el Cielo pueden ver nuestra vida, pero cuando la Madre de Dios me reprochó mis pecados, comprendí entonces que en el Espíritu Santo nos ven y conocen toda nuestra vida.
Gracias al Espíritu Santo, los Santos ven los sufrimientos de los hombres d e la tierra. Ven y saben c ó m o estamos abrumados por penas, cómo están secos nuestros corazones, cómo el abatimiento paraliza nuestra alma, y sin cesar interceden en favor nuestro delante de Dios.
Los Santos escuchan nuestras oraciones y reciben de Dios la fuerza para ayudarnos. Esto, todo el pueblo cristiano lo sabe.
El Padre Román, hijo espiritual del Padre Dositeo, me contó que cuando aún estaba en el mundo, joven muchacho, tuvo un día que atravesar el Don en invierno, y he aquí que su caballo cayó en un agujero abierto en el hielo y ya se hundía, arrastrando con él su trineo bajo el hielo. El muchacho gritó: «San Nicolás, ayúdame a sacar el caballo». Tiró de las riendas y logró de ese modo sacar caballo y trineo de debajo del hielo.
El Padre Mateo, que era del mismo pueblo que yo, siendo aún niño, apacentaba como el profeta David los corderos d e su padre. Él mismo no superaba la talla de un cordero. Su hermano mayor trabajaba en el otro extremo de un extenso campo. De repente, el hermano ve q u e los lobos se precipitan sobre Micha, ése era el nombre del Padre Mateo en el mundo; por su parte, el p e q u e ñ o Micha gritó: «San Nicolás, ayúdame». Apenas había lanzado ese grito, cuando los lobos se batieron en retirada sin hacerle daño ni a él ni al rebaño. Durante largo tiempo se celebraba el hecho entre nosotros, en el pueblo, y se decía: «Micha se asustó de los lobos, pero san Nicolás le salvó».
Conocemos otros muchos casos en los que los Santos han venido en nuestra ayuda en cuanto les hemos invocado. Por ello se advierte que los Cielos escuchan nuestras oraciones.

Los Santos eran hombres como nosotros. Muchos de ellos fueron grandes pecadores; pero por su arrepentimiento llegaron al Reino de los Cielos. Y todos los que entran allí, lo logran gracias al arrepentimiento que nos ha dado, por sus sufrimientos, el Señor misericordioso.

 




San Sofronio de Essex izq. y a la dcha. el mismo con su p.espiritual, San Siluán

 

 

Todos los Santos viven en el Reino de los Cielos, allí donde se encuentran el Señor y su Madre Purísima. Allí están los Santos antepasados y los patriarcas, que confesaron valerosamente su fe. Allí están los profetas, que recibieron el Espíritu Santo y que mediante su palabra dirigieron el pueblo hacia Dios. Allí están los Apóstoles, que murieron por haber proclamado el Evangelio. Allí están los
Mártires, que por amor a Cristo entregaron contentos su propia vida. Allí están los santos Obispos, que imitaron al Señor y soportaron la carga de su rebaño espiritual. Allí están los santos Ascetas y los Locos en Cristo, que por sus hazañas vencieron al mundo . Allí están todos los Justos, que cumplieron los mandamientos de Dios y vencieron sus pasiones.

Es allá, hacia esta maravillosa y santa asamblea reunida por el Espíritu Santo, hacia donde mi alma es atraída. Pero, ¡desgraciado de mí! Por no tener humildad, el Señor no me da fuerzas para el combate espiritual, y mi espíritu impotente vacila como la llama de una pequeña vela, mientras que el espíritu de los Santos quemaba como una ardiente llama y no sólo no se extinguía bajo el viento de
las tentaciones, sino que llameaba aún con más fuerza. Ellos caminaban con sus pies por la tierra y trabajaban con sus manos, pero su espíritu permanecía constantemente en Dios, y su inteligencia no quería desprenderse del recuerdo de Dios. Por amor a Cristo, soportaban en la tierra todas las tribulaciones y no temían sufrimiento alguno, y por eso glorificaban al Señor. Y el Señor les amó y les glorificó, y les entregó el don del Espíritu Santo.

 

 

Sed santos, porque yo soy santo (1 Ped. 1, 16)

Este es el sentido de la vida y nuestro primer objetivo. Si hacemos esto, el resto de cosas nos serán añadidas (v. Mat. 6,33). No es una opción, es un mandato. 

Es ciero que todo nos está permitido, pero también lo es que no todo nos conviene (1Cor. 6,12). ¿Quién ha dicho que somos libres? Si elegimos hacer el mal, nuestra libertad queda limitada. ¿Acaso creen que no existe el infierno? Mejor buscar e informarse, que comprobarlo por propia experiencia, no sea que no exista ya vuelta atrás.

 

 

ΟΙ ΑΓΙΟΙ ΠΑΝΤΕΣ (TODOS LOS SANTOS) 



 

El sentido de la vida no es tener un trabajo, no es tener dinero, no es tener una casa, no es tener una familia, no es adquirir una buena reputación entre los hombres, no es satisfacer las necesidades y los placeres corporales... y tampoco es la salud.

Se crea o no se crea, la verdad existe. Su existencia no depende de nuestra opnión. Quien ama la verdad más que a sí mismo, la busca. Y el que la busca, la encuentra. (v. Mat. 7,8). Sólo se conoce la mentira mirando desde la verdad, y no al revés. 

El hombre actual niega todo tipo de verdad. ¿Por qué? Porque, debido a que se ama más a sí mismo, no busca. Y por lo tanto, no encuentra. No encuentra la verdad, aferrándose a su verdad.

El sentido de la vida es la salvación de nuestras almas. ¿¡Perdón...¡? Nuestras...¿¡qué...!? ¡Oh, extraño concepto para este mundo perdido!

Escrito está, por manos humanas, pero dictado y transmitido por Dios, que:






«Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a 
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...» (Génesis, 3,26).


Y Dios Padre, expresando su divina y bondadosa providencia y su voluntad y parecer hacia las otras dos Personas de la santa e indivisible y dadora de vida Trinidad, al consubstancial a Él Hijo unigénito y su Logos, y al correinante y coeterno junto con Él Espíritu Paráklito, dijo: "hagamos una gran y magnífica creación, la más honorable de todas las creaciones vivientes, para la cual fueron creados los cielos, la tierra, el mar y todo lo que existe en ellos. Hagamos al hombre, varón y hembra, y honrémosle con excelentes carismas y divinas capacidades. Es decir, con alma* lógica e inmortal, con libre albedrío**, con capacidad de conocimiento y de creación y con autoridad sobre todo el mundo visible. Y hagámoslo así, para que pueda, si quiere, ser similar a nosotros en cuanto a la virtud y la santidad, tanto como sea posible para una creación asimilarse a su creador. 
(El Antiguo Testamento, con breve interpretación. Tomo I. Nikolaou P. Vassiliadis (1927-2016), teólogo.)



«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.» (Génesis, 3,27)

Y Dios creó y plasmó al hombre con alma lógica e inmortal, con libre albedrío, con capacidad de conocimiento y de creación y con autoridad sobre todo el mundo visible; desde un pricipio creó varón y hembra, un hombre y una mujer. *** 

(El Antiguo Testamento, con breve interpretación. Tomo I. Nikolaou P. Vassiliadis (1927-2016), teólogo.)
 
 
 


La Santísima ("Υπεραγία", [Iperayía]), 
la Toda Santa("Παναγία", [Panayía]), 
la Madre de Dios (Deípara o "Θεοτόκος", [Zeotókos])







Nuestra Iglesia honra a los santos

no como a dioses, sino como siervos fieles, como hombres piadosos y amigos de Dios. Alaba las luchas en las que se han  aprestado y las obras que han cumplido para gloria de Dios con la acción de su gracia, de tal forma que todo el honor que la Iglesia les da se traslada al Ser Supremo, que vio sus vidas en la tierra con satisfacción. La Iglesia los honra conmemorándolos anualmente con celebraciones públicas y con la construcción de iglesias en honor a su nombre.

Los santos hombres de Dios, que han sido manifestados en la tierra por el Señor, han sido honrados por la Iglesia santa de Dios desde el principio en que fue fundada por Cristo el Salvador.







El honor dado a los santos es dictado por un sentimiento religioso elevado y por el ardor divino de un corazón fiel a Dios y que lo ama. Es una manifestación de la aspiración divina que lo llena para glorificar a Dios, mientras que Él, glorifica a su Iglesia militante. El honor dado da los santos es una expresión del amor de los fieles por ellos, considerando sus virtudes sublimes y sus grandes luchas, por las cuales han recibido la corona de la gloria imperecedera. El honor dado a los santos es una confirmación del amor que arde en nuestra alma para ascender a la altura de sus virtudes, que permanecen como ejemplos eternos para nosotros. El honor dado a los santos es un deber moral con respecto a ellos, por los beneficios que nos conceden. La negligencia de dar el honor y la veneración debida a los santos de Dios es impiedad, ingratitud e indiferencia, e indica una falta de aspiración a la perfección en la virtud.



San Nectario de Egina el Milagroso, Obispo de Pentápolis 


Según la Tradición ortodoxa, la idea misma de la Iglesia contiene el dogma de la intercesión de los santos. Este dogma, universal en la Iglesia primitiva, era mantenido desde los orígenes como verdad cierta y siempre ha sido mantenido a lo largo de los siglos.
Invocando la intercesión de los santos, la Iglesia cree que los santos, que son interventores con el Señor por la paz del mundo y por la estabilidad de las santas Iglesias de Cristo, no cesan de interceder en la Iglesia celeste y triunfante. Escuchan las súplicas que les dirigimos y oran al Señor, siendo portadores de la gracia y de la misericordia del Señor.

San Nectario el Milagroso de Égina.


El árbol se conoce por su fruto
  
"Cada árbol se conoce por su fruto" (Luc. 6,44). Así, por ejemplo, el limonero es así llamado, porque da limones.  La Iglesia Católica y Apostólica Ortodoxa es Una y SANTA, porque no para de producir santos. Del resto de las autodenominadas Iglesias, ¿dónde están sus frutos?. "Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego."(Mt. 7,19)
 
 
 

NOTAS:

* Alma. Esta palabra ha sido continuamente tergiversada y maltratada. Tal es así que algunos, conocedores de ello, prefieren utilizar en español otros términos como "psique". Sin embargo, aquí no evitaremos el término, sino que intentaremos utilizar su significado verdadero.

** Es decir, saber distinguir y elegir el bien.

*** Todo fue creado con un sentido, una lógica y una función concreta. Varón y hembra, uno y una, para que a partir de ellos salgan otros unos y unas, y así sucesivamente. Uno y uno, o una y una, no tiene pues sentido, ni lógica, ni función. Se podría tomar la sopa con tenedor, pero... ¿para qué?