5 Homilía 5. ESCUCHAR.
5.1 “Porque si no hay resurrección de muertos… vana es nuestra fe”
5.2 ¿De dónde procede la resurrección de los muertos?
5.3 El cristianismo y el cuerpo humano
5.4 ¿Quién resucitará los muertos?
5.5 El misterio de la vida y de la muerte
5.6 Expresiones bíblicas sobre la muerte
5.7 ¿Es una cosa natural la muerte?
5.8 Naturaleza mortal o inmortal del hombre. ¿Cuál es la causa de la muerte?
Homilía 5
“Porque si no hay resurrección de muertos… vana es nuestra fe”
La resurrección de los muertos es el resultado natural del misterio de la Encarnación del Logos Divino. Con razón el apóstol Pablo escribe: “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó (puesto que él también tenía cuerpo como el nuestro). Y si Cristo no resucitó, vana y vacía es entonces nuestra predicación, vana y vacía es también vuestra fe” (1Cor 15,13-14). Veis pues que el resultado natural del Cristianismo es la resurrección de los muertos. Allí debemos llegar, no es posible que sea de otra manera.
La verdad es que hemos sido bautizado cristianos, muchos años estudiamos y escuchamos el logos de Dios, pero me temo que no hemos captado bien el sentido y significado del cristianismo. Mucho me temo de esto. Sería bendito que de vez en cuanto tuviésemos un diagrama completo sobre qué es el Cristianismo, de modo que uno vea de una manera sinóptica toda la obra de la divina Economía; es decir, qué es el hombre y cómo ha caído, o más bien, el cómo el Dios dejó caer al hombre; porque le hizo libre, pero que le ama y viene a salvarle. Pero esta salvación no se refiere sólo a la psique; se refiere al cuerpo y psique-alma; y eso porque el Dios ama al hombre como también toda Su creación; y la vuelve a traer otra vez cerca Suyo, para que vivan dentro en Su eternidad, en Su vida y Su alegría.
Cierto que esto que os he dicho con dos frases se puede analizar en una hora y constituirse realmente en un diagrama general del Cristianismo, porque muchas veces nosotros nos quedamos en detalles y perdemos el total, y esto por supuesto es un peligro.
¿De dónde procede la resurrección de los muertos?
Hemos dicho, pues, que la consecuencia natural de la Resurrección de Cristo es la resurrección de los muertos; porque sería incomprensible que la cabeza de la Iglesia que es el Cristo, resucitase y viviese, en cambio el cuerpo, que es la Iglesia, no resucitara y permaneciese muerto.
Por ejemplo, cuando comulgamos el Cuerpo y Sangre de Cristo, los comulgamos de forma sensible, es decir, realmente tomamos el Cuerpo y Sangre de Cristo, de modo en Misterio, y esto lo recibe también nuestro cuerpo y nuestra psique. Así pues, si no existiera la posibilidad de unirnos con el Cristo, ¿qué sentido tendría este ultimísimo Misterio de la Divina Eucaristía? (Y se llama ultimísimo, porque el Bautismo es la introducción, en cambio todos los demás Misterios obligatoria y voluntariamente conducen a esto, que es la unión con el encarnado Hijo de Dios). Cómo sería posible que se realizase este Misterio, si se supone que no es factible esta unión y no nos hiciéramos “congénitos, inherentes” con el Cristo, como dice el Apóstol Pablo (Rom 6,5).
El que me convierta en “congénito” no se refiere sólo a la psique, sino a mi existencia completa. Por eso el apóstol Pablo dice a los Corintios: “Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros con su poder… Pero el que se une al Señor es un solo espíritu con él… ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros, y que habéis recibido de Dios? Ya no os pertenecéis a vosotros mismos” (1Cor 6, 14-20).
Prestad atención en algo: Yo digo existencias, en cambio Pablo dice “cuerpos”; naturalmente se sobreentiende también las psiques. ¿Pero, por qué pone cuerpos? Pone cuerpos porque quiere recalcar el cuerpo, porque sus lectores estaban influenciados bajo la percepción platónica, no podían entender cómo es posible que se salve el cuerpo. Los helenos bajo esta intensa percepción dualista que había empapado en sus entrañas y células, nunca podían captar la salvación del cuerpo; por eso el Apóstol dice: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo…? Y continúa: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual habita en vosotros, y que habéis recibido de Dios?…” (1Cor 6,19). Toma dos posiciones: primera que el cuerpo humano es “miembro del cuerpo de Cristo” y segunda que “es templo del Espíritu Santo”. Aquí con el primero, “vuestros cuerpos son miembros de Cristo”, alude la Cena Mística, la Crucifixión y la Resurrección, es decir, la Encarnación; y con la segunda “sois templo del Espíritu”, alude el Pentecostés. Por tanto, vemos que el cuerpo humano tiene una posición especial en nuestra redención y salvación. No nos llama la atención que el apóstol Pablo no hable nada sobre el espíritu en este pasaje, sino sólo para el cuerpo.
Y dirá en la epístola a los Romanos: “Y si el Espíritu Santo del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra de su Espíritu Santo, que habita en vosotros” (Rom 8,11). El apóstol Pablo es totalmente realista, aquí no cabe ninguna metáfora o alegoría. Vivificará vuestros cuerpos, porque en vuestro interior reside el Espíritu de Dios, es decir, si os habéis unido con el Cristo también os habéis unido con el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no subestima nuestro cuerpo, ni permanece a una altura para que no sea manchado por nuestra naturaleza humana; nos purifica, nos limpia y nos sana y reside en nuestro interior.
El cristianismo y el cuerpo humano
Nunca en la humanidad, y especialmente los Helenos, jamás han imaginado y pensado una altura tan grande para el cuerpo humano. ¡Acusan al Cristianismo, amigos míos, que subestima y desprecia el cuerpo! Los helenos son los que subestimaron el cuerpo; y cuando digo Helenos me refiero a los antiguos Helenos que han filosofado sobre todas estas cosas y temas. Los helenos subestimaron el cuerpo, y lo despreciaron porque le hicieron culto. Vemos la belleza del cuerpo estampada en sus estatuas, a las cuales dieron nombres divinos de dioses/as, como Afrodeta de Melos, Ermes de Praxitelis, Zeus, Atenea, etcétera. La belleza del cuerpo humano fue estampada sobre la estatua inanimada; y la palabra "άγαλμα" [agalma] estatua en griego quiere decir, me regocijo, me alegro o deleito de algo que veo. Echad una ojeada a los billetes de mil dracmas y veréis el rostro de Zeus. ¡Si sabemos un poco sobre arte, sentiremos realmente que se trata de una forma o representación magistral! Es la belleza de la creación humana, la estampa de la belleza humana.
Así pues, como los helenos alabaron el cuerpo, el Dios permitió que lo condenasen. Por eso los vemos tener una tendencia fuerte hacia el dualismo (dos principios del mundo, el espíritu y la materia); y que consideren el cuerpo como principio del mal, la palabra “principio” en el sentido filosófico. Por lo tanto, si la causa del mal es la materia, entonces tampoco el cuerpo tiene valor ni importancia, y así lo condenamos.
Pero el Cristianismo no hizo culto, no alabó al cuerpo, sino que lo elevó a alturas invisibles. ¿Cuáles son estas alturas invisibles? El cielo. ¿A qué cielo? ¡Al trono del Santo Dios Trinitario! Sí. ¡Cuando el Cristo ascendió, se llevó consigo también la naturaleza humana a esta vida de la Santa Trinidad! Nunca los hombres se podrían imaginar, y especialmente los helenos, percibir que el cuerpo humano llegaría a esta altura. Y no llega a esta altura a base de una teoría, ni de una percepción de nuestro nus (espíritu), ni lo hemos imaginado así, sino que los Discípulos ven el cuerpo humano de Cristo, con su naturaleza humana ascendiendo al Cielo; “Dicho esto, lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó de su vista” (Hech. 1,9). Por eso os dije que el Cristianismo elevó tanto el cuerpo. ¡Oh, si supiéramos qué es el Cristianismo… si supiéramos qué es…, que tanto le subestimamos, nos burlamos e ironizamos con él…!
¿Quién resucitará los muertos?
La resurrección de los muertos está absolutamente de acuerdo también con la omnipotencia de Dios, o que procede de la omnipotencia de Dios. Si el Dios es el Creador omnipotente, es decir, el que lo ha creado todo, ¿entonces por qué no podría resucitar también los cuerpos humanos?
Dice un antiguo Apologeta, Atenagoras: “¿No nos es bastante la génesis, la formación y la constitución de la creación como demostración de la resurrección de los cuerpos?” (Legatio a la Resurrección). Puesto que tenemos la creación, entonces podemos tener también la recreación. Porque ya que el Dios ha creado el universo desde la nada, y después de la tierra, de la materia existente, hizo al hombre, esta creación admirable, ¿por qué no puede resucitar el cuerpo cuando este muere?
¡No hemos captado qué es el ser humano! Además, cómo lo vamos a captar, al no ser que nos sea revelado; pues, y se nos revela. Además, todos los sistemas filosóficos que se ocupan de la antropología intentan entender qué es el hombre. Pero sólo el logos de Dios nos lo apocalipta-revela. Los sistemas filosóficos, en definitiva, condenan y son injustos con el hombre.
Comparad corrientes filosóficas existenciales contemporáneas, cómo condenan al hombre, cómo le suben y le bajan. Supuestamente dicen que quieren subirle, y en realidad le condenan; es decir, caen en el mismo error que los antiguos filósofos helenos.
Así que, puesto que el Dios –permítanme la expresión- pudo crear al Hombre, ¿por qué no puede recomponerle? Porque construir una casa sin tener piedras o ladrillos, no sólo es difícil, sino imposible; pero si se ha derrumbado la casa y tengo las piedras y los ladrillos en la tierra, es más fácil volver a construirla. Por lo tanto, la recreación del hombre, es decir, la resurrección, es más fácil que la creación de Adán. Y como Adán es un hecho dado, por lo tanto, de parte de la potencia de Dios está dada también la resurrección de los muertos.
Además el apóstol Pablo recalca en Corintios: “Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros con su poder” (1Cor 6,14) y Su energía increada. El Dios, amigos míos, es potente; y si Le quitamos esta cualidad Suya, ¡blasfemamos! El Dios es omnipotente, y en Él “todo es posible” (Mt 19,26. Mc 10,27 Lc 19,26, etc.).
Si una vez los Corintios fueron incrédulos sobre la resurrección de los muertos, el apóstol Pablo les escribió el inolvidable capítulo 15 sobre la resurrección de los muertos en su primera epístola. Está claro que esta incredulidad de ellos, gracias a Dios, ha dado algunas veces la oportunidad y motivo de que se escriban cosas inmortales y seguras para los hombres posteriores. Los Corintios no creían, porque no podían imaginar que fuera posible esto, o sea, no podían captar, ni percibir la potencia de Dios. Es cierto, cómo lo iban a captar, puesto que estos hombres se habían criado y educado de sus progenitores con una fe a una deidad que se llamaba Zeus y lo único que podía hacer era gobernar los truenos, las nubes, las tormentas y los relámpagos!… ¡Cómo iban a captar estas cosas, captar la verdadera fuerza, potencia y energía increada de Dios!… Por eso el Apóstol Pablo les dice: “Algunos de vosotros tenéis ignorancia de Dios, no sabéis quién es, y esto lo digo para avergonzaros, porque no conocéis que el Dios es potente y puede con todo” (1 Cor. 15,34).
Pero la resurrección de los muertos, amigos míos, es cuestión también de la justicia de Dios. Es decir, ¿cómo es posible que la psique peque y peque también el cuerpo, y la psique sea castigada, en cambio el cuerpo que quede sin castigo, porque se disolverá en la tumba?…
También el apóstol Pablo dice: “Cualquier otro pecado cometido por el hombre queda fuera del cuerpo, pero el pecado de lujuria daña al propio cuerpo” (1Cor 6,18). Si esto lo tomamos, entonces durante el día del Juicio, puesto que el pecado pertenece al cuerpo que se ha disuelto y no resucitará, entonces la psique no deberá dar cuentas por algo que ha hecho.
¿Entonces, por qué la psique tiene que dar cuentas a Dios para la lujuria que pertenece como pecado exclusivamente del cuerpo?… ¡Por lo tanto, la psique no es acusada y no es el hombre responsable por sus pecados carnales, ni culpable! ¿Pero es justo esto?… ¿Cómo lo veis?
Pero también viceversa, sobre el tema de la virtud. Porque cuando el cuerpo se autocontiene, ayuna y permanece puro, casto en toda la vida y lucha sobrenaturalmente en mantenerse alejado del pecado, ¿por qué entonces este cuerpo no debe ser premiado y elogiado? ¿Es justo esto?…
Escuchad lo que dice san Pablo en la 2ª Epístola a los Corintios: “pues todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba lo que mereció durante su vida mortal, conforme a lo que hizo, bueno o malo” (2Cor 5,10). Veis que tomo pasajes de la Santa Escritura sólo para ratificar estas verdades, de manera que no diga alguno que estas cosas las digo por mi fantasía. También dice que “compareceremos todos”, da a entender también los muertos y los vivos, porque el Cristo es Juez de vivos y muertos. Esto lo decimos en el Símbolo de la Fe “juzgará vivos y muertos”; “vivos” son aquellos que entonces estarán viviendo, y “muertos” son los que ya han muerto y resucitarán. No dice que cada uno comparecerá con las cosas del espíritu o de la psique, sino “con las de su cuerpo”. El Apóstol se refiere a la resurrección de los muertos, por eso recalca el cuerpo. ¡Veis, por favor, qué claro lo dice!
Es sorprendente y a la vez una desgracia, cómo se ha introducido en la tripulación cristiana, la percepción de que el cuerpo no tiene lugar o posición en la salvación. Es de lo más curioso. Creo que la mayor victoria que conseguiría el diablo sobre los cristianos, sería que consiguiera a convencerlos que no tengan en cuenta la resurrección de los cuerpos. ¡La más terrible y fatal perversión!
¡Y esta percepción no sólo existe entre el pueblo, sino también entre el clero, teólogos, obispos, metropolitas! ¡Que no os sorprenda esto, ha hecho tanto daño el diablo… tanto, tanto!
Últimamente he leído en la revista “Vida”, que el arzobispo anglicano de Canterbury, le preguntaron entre otras cosas sobre la resurrección de los muertos. ¡Por supuesto que el tema no pertenece exclusivamente al espacio de la Ortodoxia, sino que es dogma de fe de primera magnitud en todas las confesiones cristianas, porque es la consecuencia del Cristianismo, el propósito, el final!… Pues dijo este arzobispo que no cree en la resurrección de los muertos… ¡un arzobispo!
Me diréis que es anglicano. Amigos míos, no tiene importancia, porque ya os he dicho que este dogma lo tienen los "romanocatólicos" y los protestantes, ya que tenemos el mismo Símbolo de Fe, que dice “espero la resurrección de los muertos”, aunque ellos han añadido la herejía del filioque (que el Espíritu Santo procede del Hijo también). Pero aunque no tuviéramos esto, toda la Santa Escritura habla sobre la resurrección de los muertos y este es su propósito. El logos del apóstol Pablo que dice “si no hay resurrección de los muertos, vana es nuestra fe” es esencial y cierto. ¡Es para tirarse uno de los pelos, es incomprensible que no creamos en la resurrección de los muertos!
Por eso me veis hablando así con este tono y he hecho tanto sobre estos temas en un año entero, y es una pena que sea aniquilado todo esto; porque conozco muy bien que nuestra célula se ha empapado con estas percepciones que dominan, de que es impensable que el cuerpo resucite.
Pero san Cirilo de Jerusalén, también sobre el tema de la justicia de Dios, en su 18 catequesis, dice lo siguiente: “Sin el cuerpo no se ha hecho nada; con el cuerpo cometemos lujuria y con el cuerpo nos mantenemos puros; con las manos arrebatamos, robamos, y con las manos damos caridad; y el resto de la misma manera. Como todo en lo que hemos hecho nos ha servido el cuerpo, este también disfrutará lo que le pertenece, sea como disfrute, sea como castigo e infierno eterno”.
Los hombres, amigos míos, existirán en el Infierno con los cuerpos, y en la Realeza increada de Dios existirán igual con los cuerpos. Que lo entendamos bien esto. No son sólo las psiques-almas. Esto es un error, engaño platónico, una herejía platónica de las más terribles que ha dominado en las percepciones de los cristianos. San Justino en su diálogo con Trifón dice lo siguiente: “Aquel cristiano que dice que no existe la resurrección de los muertos y que las psiques están en el cielo, este no es cristiano” (Diálogos con Trifón 80,4 .1-3).
Y añade san Juan el Damasceno: “¡Existe pues, la resurrección! Porque el Dios es justo y da recompensa a aquellos que Le esperan con paciencia. Si sólo pecara la psique sería justo que sólo ella fuera castigada; si la psique viviera sola con la virtud, sería justo que solo ella disfrutara de alabanzas; pero como junto con el cuerpo ha cometido las cosas buenas o las malas, entonces junto con el cuerpo disfrutará la alabanza o el castigo”.
Pero aún hasta la verdad de la resurrección de los muertos, amigos míos, es resultado de la sabiduría (increada) de Dios. Ay esta sabiduría de Dios… ¡Sólo aquel que hubiera visto todo el plan de Dios, tal y como se nos ha apocaliptado-revelado, podría aproximarse algo! Lo que no se nos ha apocaliptado-revelado, nos será revelado en la Eternidad. Ante ésta san Pablo queda asombrado: “¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué insondables sus caminos!” (Rom 11,33). Pero el caso es cómo uno ahonda en esta sabiduría increada.
Si después de la caída fuera liberada la psique de las cadenas de la materia, como vino la muerte del cuerpo, entonces para qué razón fue creado este mundo tan bello y admirable, dentro del cual fue implantada la potencia de Dios, Su sabiduría y Su agapi (amor y energía increados). O sea que, lo que el Dios crea de la nada, no vuelve a la nada, que lo sepáis bien esto. Todo que el Dios ha creado “es muy bueno” (Gen 1,31), por lo tanto se arreglarán aquellas cosas que se dañaron, pero no volverán a la nada. Con la nada sólo tiene relación el Dios, el hombre no tiene nada que ver con esto. Si yo quiero suicidarme, pues, me suicido; pero lo único que conseguiré será separar mi psique del cuerpo y no me convertiré en cero, en nada.
Pero el Cristo me resucitará, porque esto es elemento que tiene relación con la naturaleza de los seres humanos. Y la resurrección será obligatoria tanto si quiero como si no; me guste o no, resucitaré. Sólo una cosa no es obligatoria: la voluntad para la salvación. La resurrección será obligatoria, porque se refiere a la naturaleza humana. Entonces el Dios no me devolverá a la nada, porque quiere que esté en la existencia. Lo que hace el Dios, pues, lo hace de la nada, pero no lo vuelve a la nada. Y lo hace sabio, bello y con propósito, ¿por qué pues tiene que volver a la nada? ¿Quizá será porque se ha oscurecido o entenebrecido y ha entrado la muerte que lo ha revuelto todo?… El Dios lo arreglará todo. Todas las cosas permanecerán en su sitio y todo se hará incomparablemente más bello.
Si el Dios quiere y nos hace dignos de vivir, desde octubre empezaremos la interpretación del libro del Apocalipsis. Allí en los últimos capítulos veremos el futuro de la creación. Pero os digo de antemano, que el futuro de la creación no es la nada o el cero. No se ha creado el universo para que se convierta en un desierto vasto. Este universo se hará nuevo, dentro de él estará habitando la santidad, la justicia, como dice apóstol Pablo (2Ped 3,13). ¡Y se hará nuevo! Y aquello de “he aquí, lo hago todo nuevo” (Apoc 21,5), que dice “el que está sentado al trono”, tiene un fondo escatológico. “¡He aquí, lo hago todo nuevo!” (Apoc 21,5). Ni una molécula de la materia se convertirá en nada, en cero. Absolutamente nada. ¡Todo se hará nuevo! Porque la sabiduría de Dios no se suspende. Por consiguiente, ¿quién dicta el mantenimiento del hombre, que se hará con la resurrección de los muertos? ¡La sabiduría increada de Dios es la que dicta la resurrección de los muertos!
El Señor dijo que: “los justos brillarán como el sol en la realeza increada de su padre” (Mt. 13,43). ¡Resplandecerán como el sol! Y la medida de esta zéosis (deificación o glorificación) del cuerpo y de la psique y también de toda la creación la ha dado el Señor en Su Metamorfosis o Transfiguración, para que no diga alguien que estas cosas son teorías. ¡Allí en la Metamorfosis de Su persona, el cuerpo resplandeció como el sol, pero sus vestimentas se hicieron blancas como la nieve o la luz! (ver, Mt 17,1-6. Mc 9,2-8). Resplandeció también Su cuerpo, la creación con psique-alma; pero resplandecieron también Sus vestimentas, la creación sin psique-alma; resplandecieron las dos. Vemos pues, que allí ha dado la medida de la reestructuración o renovación del cuerpo humano y también de la creación entera.
Finalmente, amigos míos, la resurrección de los muertos la dicta la agapi (energía increada y amor) de Dios. Cuando amamos las cosas que hemos creado no las dejamos nunca que se pierdan. ¿A vuestros hijos, los dejáis que se pierdan y que se destruyan o los cuidáis? ¿La casa que hacéis, dejáis que se pierda y se destruya o la mantenéis? ¿Cualquier objeto que amáis, una obra de arte por ejemplo, que lo habéis creado con mucho esmero y habéis puesto toda vuestra creatividad y agapi con toda vuestra alma, dejáis que se pierda? Creo que no. Decidme por favor, si todas estas cosas queridas por nosotros no las dejamos que se pierdan, entonces la creación de Dios, donde está reflejada la potencia, la sabiduría, la justicia y la agapi de Dios, esta formación Suya que se llama creación, el Dios la dejará alguna vez perderse, y ser un desierto?… ¡Nunca, jamás! Como el Dios, pues, ama, dará también la resurrección de los muertos y la renovación de todo.
Escribe el apóstol Pablo a los Tesalonicenses que después de la resurrección de los muertos “seremos arrebatados en las nubes”. ¿Qué son estas nubes? Las nubes no serán nubes como las que conocemos, que unas veces avisan de lluvias y otras de verano, sino que será la divina doxa (gloria, luz increada). Será la nube aquella que recogió a Jesús subiendo a los cielos durante Su Ascensión (Hech. 1,9). ¡No fue una nube de gotas de agua, sino la divina doxa! La nube es siempre el símbolo de la doxa. “Después nosotros, los vivos, los que estemos hasta la venida del Señor, seremos arrebatados juntamente con ellos entre nubes por los aires al encuentro del Señor. Y ya estaremos siempre con el Señor” (1Tes. 4,17); y el Dios sabe dónde. Así estaremos siempre junto con Él por los siglos de los siglos… Esto es una señal de la infinita agapi (amor y energía increada) de Dios.
El misterio de la vida y de la muerte
Pero para que entendamos más y mejor el misterio de la resurrección de los muertos, amigos míos, debemos ver también el misterio de la muerte, como también el misterio de la vida. ¿Qué quiere decir muerte y qué quiere decir vida?
Es verdad que al misterio de la vida lo sucedió el misterio de la muerte. El Dios puso a los primeros en ser creados la vida bajo condiciones. Dijo: “Si cumplís mi mandamiento, entonces viviréis; pero si no cumplís mi mandamiento, entonces por la muerte moriréis” (Gen. 2,17). Pero estas condiciones no se cumplieron. O si queréis, en realidad fue una sola condición: no saborear o no comer el fruto; nada más. Por supuesto que existen también otras condiciones, que quizás no se recalcan; como esto que dijo: “Vigilad el Paraíso” (Gen. 2,15). Los primeros en ser creados no vigilaron el Paraíso, no porque dejaron entrar al Diablo –puesto que es espíritu- sino que le dejaron entablar conversación con ellos. Por consecuencia no vigilaron, no estuvieron atentos de modo que guardasen el Paraíso de la presencia del Diablo, que crearía la corrupción y la muerte. El Dios pues, puso condiciones; no condición. Estas condiciones, como os dije, no fueron cumplidas y así siguió la muerte o mejor dicho: el misterio de la muerte.
San Basilio el Grande en su Divina Liturgia, en la súplica de la santa Anáfora, dice sobre la creación del hombre lo siguiente: Has constituido al hombre, mientras tomaste polvo de la tierra, y cuando le honraste con Tu propia imagen, tú el Dios, le colocaste dentro del deleite del Paraíso, cuando antes le prometiste la vida eterna y el disfrute de los eternos bienes, pero bajo la condición del cumplimiento de los mandamientos, así no morirás. Pero como el primer hombre en ser creado te desobedeció a Ti, el verdadero Dios que le creaste, le has devuelto otra vez a la tierra; es decir entró la muerte. Pero también le prometiste vida.
Veis por favor, ¿qué belleza de teología? Sería muy bueno que estas oraciones de la Divina Liturgia que fuesen escuchadas. ¡Especialmente la Divina Liturgia de san Basilio el Grande, tiene una estructura magistral, nos maravilla! Dentro en toda la Divina Liturgia de san Basilio el Grande, que dura una hora y media más o menos, los fieles perciben todo el diagrama del Cristianismo, un diagrama de lo total como dicen los mecánicos. Particularmente en la oración de la Anáfora no sólo tenemos una exposición, sino también hechos de la Divina Liturgia, tenemos logos y praxis, o sea acción. Esto, pues, da una imagen del misterio de la vida y de la muerte.
Pero atención; el misterio de la vida consiste en esto: el Dios no ha creado al hombre para que exista, sino para que viva; porque entre existencia y vida hay discernimiento. Existen también las montañas, pero no viven. Existen los animales, pero no viven la vida tal y como el Dios quiso darla a los hombres, con plena conciencia, es decir, elevación y participación en la vida divina, la increada.
La existencia sola, pues, ¿qué valor tiene? Los demonios también tienen existencia, pero no tienen vida. Los infernados tendrán existencia pero no tendrán vida. Cuántas veces oímos el verbo existir… En la ciudad de al lado, Volos, sale una bebida que se llama “existo” y yo añado: ¿pero vives?… El que existas es una palabra. Cuántas veces preguntamos: ¿Cómo estás, qué haces? Y el otro nos contesta: “existo”. ¿Pero vives? ¿Vives todo lo profundo del sentido y significado de la vida?… Así pues, el Dios no hizo al hombre para que exista, sino para que viva.
La vida del hombre, amigos míos, no sería como la conocemos hoy en día, sino que sería una vida de Dios, con el Dios y para el Dios. Es decir, sería un ciclo que empezaría de la existencia, entraría al espacio de la vida, con la libertad que el Dios ha dado al hombre, para llegar, con Su ayuda, dentro de la vida de Dios. Esta sería la vida de la zéosis (deificación o glorificación), la vida en Dios. Pero esta vida provisionalmente se ha suspendido; y se suspendió porque el hombre no ha cumplido las condiciones que puso el Dios, y en vez de esta vida entró la muerte.
Por supuesto que podemos decir que la muerte es “el salario del pecado” (Rom. 6,23), como dice san Pablo a los Romanos. Pero a pesar de esto, debemos entender el misterio de la muerte en la medida en que podamos. Pero atención amigos míos, he dicho misterio, que significa que no entendemos nada; simplemente lo tocaremos. El misterio de la muerte sólo se puede tocar en la Muerte de Cristo. Pero qué podemos tocar allí… Cualquier cosa que hagamos dentro en el corazón de este misterio no podríamos entrar nunca.
Vemos al Señor que dice: “se muere de tristeza o muy entristecida está mi psique-alma… Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz” (Mt. 26,38-39; Mc. 14, 34-35). ¿Qué cáliz? ¡La muerte! En cambio el Señor sabe que exactamente esta muerte será la que dará finalmente la vida, y no sólo a su naturaleza humana sino a toda la humanidad. ¡Le veis cómo está parado ante este profundo misterio de la muerte, este terrible misterio! Este misterio además lo describe también san Juan el Damasceno en sus troparios funerales, los cuales desde el aspecto teológico y literario son una obra maestra (Pequeño eucologio, oficio funeral).
A pesar de esto, -para que no nos quedemos en este misterio que no podemos comprender- exteriormente podemos definir la muerte como la define Nemesio en su logos “Sobre la naturaleza del hombre”, que este logos lo toma del griego Crisipo: “La muerte es la separación de la psique-alma del cuerpo” (Fragmento lógicos y psíquicos, 790, 5-6). Y esta definición la dan todos, excepto los materialistas. Si preguntáis a un materialista qué es la muerte, nunca os dirá que es la separación de la psique del cuerpo; porque no acepta la psique. Os dirá, unas energías, unas fuerzas del cuerpo que ya se han desintonizado, y no tenemos esto que se llama muerte.
Expresiones bíblicas sobre la muerte
Pero existen aún algunas expresiones bíblicas sencillas sobre la muerte que la describen como una realidad, pero terrible.
El Salmo 88 dice: ¿Quién es aquel hombre que puede vivir sin probar la muerte?
Y el Salmo 102 dice: Los días del hombre son como la hierba, y su duración como la flor del campo; ¿Cuánto dura una flor?, brota y después se marchita; esto es el hombre.
San Jacobo (Santiago) dice: “Vosotros, que no sabéis qué pasará mañana. ¿Qué es vuestra vida? Sois humo, que aparece un instante y luego se disipa” (Sant 4,14).
También san Pablo a los Hebreos dice: “Y del mismo modo que está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después haya un juicio” (Heb 9,27).
Y en Génesis dice: “Tierra eres y en la tierra volverás” (Gen 3,19).
Por cierto, en estas expresiones los nihilistas pueden encontrar argumentos fuertes, son aquellos que tienen como base filosófica el existencialismo, que resulta al nihilismo, o también los materialistas –además el nihilista no es algo distinto que el materialista. Pero las cosas no son así, simplemente se describe la vida y la muerte tal y como las vemos. Todo esto es una afirmación y descripción exterior del fenómeno de la muerte.
¿Es una cosa natural la muerte?
Amigos míos, el fenómeno de la muerte es el mayor problema del hombre y de toda la creación. Como existe la muerte, por eso existe también la filosofía. Si no existiera la muerte, la filosofía no existiría. Intento saber, pensar y quizás con buena intención, cuál es mi futuro, qué pasará conmigo, dónde me encuentro y quién soy. Quiero saber, porque me interesa el camino de mi existencia. ¡Pero el problema de la muerte supera todo problema humano! Si tenemos problemas económicos, estos están a un nivel inferior que el problema de la vida, porque aunque perdamos el dinero y nuestra salud, aún aunque perdamos personas queridas, y no sé qué mas, todo esto es inferior del gran tema, nuestra vida! Veis pues, que el problema de la muerte supera cualquier otro problema. ¡Por eso decimos, que me salve aunque lo pierda todo!, es decir, que no muera.
La presencia de la muerte hace fea la creación; pero sobre todo no da sentido a la vida ni a la presencia humana, ni al mismo universo.
Es decir: ¿por qué existo, para morir?… Respuesta insatisfecha. No vivo para no existir, no vivo para morir. No puede ser posible esto. Además, como yo vivo, por eso existe el universo. Si yo muero, por qué tiene que existir el universo. Entonces si existe la muerte no tiene sentido mi vida, ni el universo. En otras palabras, ¿por qué morimos, quién es el creador de la muerte? Esto no nos lo responderá nuestra lógica, pero nos será apocaliptado-revelado. Igual que no sabemos sobre nuestra generación, de dónde provenimos, quiénes somos; pero se nos apocalipta-revela. Y del mismo modo que está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después haya un juicio, veis que buscando solos decimos que descendemos de los animales. Pero se nos apocalipta-revela que no descendemos de los animales, sino que el Dios ha creado la primera pareja de seres humanos, y de allí descendemos. Pero esto es apocálipsis-revelación, no es invención con lógica de la mente. Así pues, también el tema de la muerte, como también quién es su creador, se nos apocaliptará-revelará.
Si viéramos la muerte con nuestros ojos físicos, amigos míos, responderíamos simplemente que es un fenómeno físico, natural, a pesar de la tragedia que trae esto con su presencia en nuestras vidas. Entonces como fenómeno natural, se define de Dios, y por lo tanto el Dios es el creador de la muerte. También esto lo decimos; cuando vamos a algún funeral a consolar a alguien, ¿qué decimos? “Pues esta es la vida, así la hizo el Dios. Así lo quiso el Dios, que los hombres mueriesen”. ¡El Dios entonces hizo la muerte!…
Pero atención, os dije con los ojos físicos. Sabéis que muchas veces cuando decimos algo físico o natural y que es ley física, significa que es un fenómeno que se repite, y adquirimos una experiencia ante esta repetición suya. Esta es definición sobre lo que es la ley física o natural, no hay otra respuesta. Siempre que soltamos una piedra en el aire cae abajo y no va hacia arriba, decimos que es la ley de la gravedad. Muy bien; ¿pero qué quiere decir gravedad?, desconocido y oculto, no sabemos nada y nadie jamás lo ha investigado. Pero decimos "la ley de la gravedad". Lo decimos porque cuando tiramos un objeto, esto cae hacia abajo. Pues esta ley se define por nuestra experiencia. Y esto no lo digo yo, lo he tomado de un libro científico, donde así se define la ley física o natural.
Por lo tanto, cuando decimos que la muerte es una cosa natural, y como todas las cosas naturales las ha hecho el Dios, entonces la muerte la ha hecho el Dios. Pero llegamos a una conclusión errónea, un resultado equivocado, porque esto no es lo dado o el dato, sino lo buscado. Cuando decimos que siempre una piedra cae hacia abajo, ¿quién nos ha dicho que esto es un fenómeno natural y ocurre en todas partes del universo? Si vamos a otra parte, a la Luna o a Marte o más y más allá, y decimos que es natural este fenómeno, quizás no sea así, y nos encontraremos con un fenómeno distinto. Por lo tantolo que vemos aquí, que es válido en nuestra tierra, quizás en otro punto del universo no es válido. Entonces, ¿qué es físico o natural? Desde el momento que preguntamos qué es físico o natural, desde este momento empieza lo que se busca y no lo dado o el dato. Por consiguiente, cuando decimos que el Dios hizo la muerte y que es una cosa física o natural, no es el dato o lo dado sino lo que se busca, lo buscado.
Pero preguntamos: ¿quién hizo la muerte?, ¿es una cosa natural la muerte?, ¿y cómo es posible que sea la muerte una cosa natural, cuando es la mayor discordancia dentro de la armonía de la creación? ¿Cómo es posible que la muerte fuera una cosa natural o física y su creador fuera el Dios, cuando la muerte no da ningún sentido al hombre y a su destino, ni al universo? ¿Es posible que la muerte sea una cosa natural?… ¿Y es posible que el Dios fuera el creador de la muerte?…
Todavía una cosa más: Si el Dios hubiese hecho la muerte y después hubiese enviado a Su Hijo a vencer la muerte, ¿no es contradictorio esto? ¿Viene el Dios a meterse con la naturaleza que Él ha creado?… Pero cuando el Jesús Cristo vence la muerte y resucita a Lázaro, aunque sea provisionalmente, a la hija de Jairo, al hijo de la viuda Naín y a otros, como muestra de que seremos resucitados durante la resurrección común, quiere mostrar que no es un fenómeno natural; porque no habría mayor contradicción en la obra de Dios, por un lado, crear una situación natural, y por otro lado, viene el mismo después a arreglarla y anularla. Es impensable. Así que la muerte no es unacreación de Dios. ¿Entonces, de quién es?
Naturaleza mortal o inmortal del hombre. ¿Cuál es la causa de la muerte?
El Dios no combate contra la naturaleza, sino que la arregla. En este caso contestaremos con una respuesta bella de san Teófilo de Antioquía, escuchadla: «¿El hombre se hizo mortal por su naturaleza? No, para nada. ¿Entonces, qué, se hizo inmortal por su naturaleza? Tampoco sostengo esto. Pero si alguien dice: No se hizo ninguna de las dos. Tampoco diríamos esto. Entonces, ¿qué?, el Dios no hizo al hombre mortal ni inmortal.
Si el Dios hizo al hombre inmortal por naturaleza, le haría un dios; pero si le hiciera mortal, entonces parecería que el Dios es la causa de la muerte. ¿Entonces, qué le hizo, mortal o inmortal?
Está claro que el Dios no hizo al hombre mortal ni inmortal, sino receptivo de las dos; es decir, tener la capacidad y la posibilidad de recibir lo uno y lo otro, recibir la inmortalidad para hacerse dios por la jaris (energía increada), si cumple sus mandamientos y se dirige hacia las cosas que consisten en la inmortalidad; -acordaos de esto que dijo san Basilio el Grande en la Divina Liturgia que antes os leí- pero si se dirige hacia las cosas que consisten en la desobediencia, entonces el mismo hombre se hace causa de la muerte, porque el Dios hizo al hombre libre y con su propia voluntad independiente, (San Teófilo de Antioquía: hacia Aftóliko, 2,27.1-12)
Así que, amigos míos, aquí vemos que el creador de la muerte no es el Dios. El Dios ha hecho al hombre receptivo de la vida y de la muerte, es decir, sea para vivir o sea para morir. Acordaos qué dijo a los primeros en ser creados: “Habéis oído mi mandamiento; tendréis ἀθανασία (azanasía o atanasia inmortalidad) de la vida; si no me escucháis, moriréis” (Gen 2,17).
¿Dónde está, pues, la causa de la muerte, en Dios o en la fisis-naturaleza? Ni en Dios ni en la naturaleza, sino en la libre voluntad preferencia y predisposición del hombre. En el libre albedrío. Allí está. El hombre SOLO* ha preferido la muerte. La muerte es el no ser o la nada, no existe, no tiene sustancia, esencia, en cambio la vida es ser, tiene sustancia o esencia; esto no lo olvidemos. Prestad mucha atención: la muerte no tiene esencia, igual que el mal no tiene esencia o sustancia. Sólo el bien tiene esencia, sustancia; es el Dios. El diablo en su esencia o sustancia no es malo, sino en su libre voluntad o albedrío; porque su esencia, sustancia la ha creado el Dios. Ni el hombre es malo o mortal en su esencia, porque le ha hecho el Dios; el hombre es malo o mortal en su preferencia o libre voluntad o albedrío.
Por lo tanto, queridos míos, el Dios no es el creador de la muerte. La muerte está en la preferencia o libre voluntad del hombre.
Pero si el Dios quiere continuaremos en el próximo domingo.
* SOLO: Por sí mismo