Carta 1
Muy estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Comienzo mi relación epistolar con ustedes tratando sobre un
incesante devenir, un diálogo constante, una permanente oscilación. Es nuestra
mente vagabunda que se mueve como tamo llevado por el viento.
Es necesario darse cuenta del estado de nuestra mente, de
qué modo nos maneja, cuán esclavos somos de sus vaivenes.
Es que en ella se refleja el movimiento de los humores del
cuerpo. A cada proceso digestivo, al ritmo respiratorio, al estado de los
órganos, a cada tensión muscular, se corresponde inmediatamente y sin que nos
anoticiemos, una agitación mental. Lo que solemos llamar pensamientos. Pero más
preciso sería hablar de divagaciones, porque el pensamiento es algo ordenado y
fruto de la intención.
Una aguda observación nos muestra que son escasos los
pensamientos juiciosos y que en general se forman en base a las ansias que nos
encadenan a diversos apetitos.
La oración de Jesús es un camino largo y profundo que sin
embargo no tarda en mostrar sus efectos. Pero para ello es preciso tener claro
el primer objetivo: Reemplazar la divagación por la oración.
Aunque no parezca, ese permanente rumor de fondo que
constituyen los diálogos internos, puede ser acallado en no mucho tiempo,
mediante la repetición del Santo Nombre de Jesucristo. Luego de que la oración
se ha hecho un hábito mental, será el momento de nuevas etapas de
profundización, adoración, silencio y contemplación.
Pero para adquirir esta santa costumbre es necesario hacer
el acto interior de renuncia a la charlatanería mental. El silencio de la boca
es útil siempre y cuando resulte del silencio mental. De otro modo, quién calla
por fuera grita por dentro.
Hay quienes creen que la oración de Jesús, también llamada
oración del corazón es un método en cuanto a su acepción de “camino” y no está
mal pensarlo así. Pero aquellos que la practican con asiduidad y por largo
tiempo se han convencido que es mucho más. Es una forma de vivir en la
Presencia del Señor y llega a modificar de raíz la vida del practicante.
Quién llega a adentrarse en ella no puede volver atrás. Es
necesario reflexionar antes de adoptarla para sí, ya que produce un aumento de
la propia conciencia, de tal manera que el saberse pequeño, necesitado en
extremo de la ayuda divina y presa de innúmeras debilidades se hace patente.
Desde el punto de vista de la psiquis el que esta oración
abraza ha de irse despidiendo de los pensamientos. La principal dificultad no
es acostumbrarse a la oración sino renegar de ellos. Y esto, porque solemos
identificar este discurrir de la mente con nosotros mismos.
Esto no es así, pero lleva un tiempo descubrirlo. No somos
eso que habla a cada momento, no soy el que piensa esto o aquello; no soy esa
opinión ni ese juicio o creencia sobre eso otro o lo de más allá.
Se llega a descubrir por propia experiencia y no por dichos
o lecturas, que en el corazón habita Cristo como luminaria continua. Y a la luz
de ese hermoso fulgor llegará a develarse el propio rostro del buscador sincero
que eligió Su Nombre como herramienta, bandera y objeto de devoción.
No debería iniciar este camino quién esté muy apegado a sus
pensamientos. Tampoco quién esté conforme con su vida espiritual. Es para
quienes no han encontrado a Dios todavía, para quienes no se sienten satisfechos
con sus progresos, para los que, a veces, sienten que fracasan de continuo en
todo lo que emprenden. Y esto último no porque las cosas les vayan mal en el
mundo necesariamente sino porque no se sienten completos en ninguna actividad.
El Señor nos llama por diversos caminos y todos ellos son
adecuados para distintas personas. A esta vía también se es llamado. Suele
manifestarse como una inclinación del corazón hacia lo simple. Como un deseo de
silencio y de ausencia de complicaciones. También como un creciente amor a la
persona de Jesucristo, una profunda admiración por él.
Por eso, lo primero es acostumbrar la mente a la oración.
Hay quienes toman papel y lápiz y la escriben como se estilaba antiguo en los
colegios, a repetir la escritura de una frase. Hay quienes salen a caminar y la
llevan en sus pasos como acompañando el ritmo. Otros, la pronuncian con la boca
cada vez que pueden y hasta la cantan. También he visto a los que sentados en
quietud buscan la lenta espiración del Nombre.
El que se inicia debe encontrar su puerta de ingreso. El
Padre del cielo nos hizo diversos.
En general, algo puede servir a todos:
– Al despertarse, apenas se toma conciencia del inicio de un
nuevo día, pronunciar la oración de Jesús, una y muchas veces, con
tranquilidad, con la boca o la mente, mientras uno se viste y se prepara para
la jornada.
– Repetirla en cada momento de soledad o de pausa en el
frenesí cotidiano. Sea que uno esté en un ascensor, esperando el transporte o
simplemente yendo al lavabo.
– Apelar a ella cada vez que uno se descubre inquieto,
angustiado o fuera de centro. Allí, decir con profundidad de sentimiento la
frase elegida.
– Al acostarse, mientras uno se desviste, al cobijarse,
entrar en el sueño reparador confiando en la misericordia de Aquél a quién
nombramos.
Respecto de la frase de la oración de Jesús.
La jaculatoria “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí, pecador!además de ser la forma tradicional ofrece ventajas que en
otro momento trataremos. Hay quienes reemplazan la palabra piedad por misericordiaentendiendo
con ello que invocan más el acercamiento del Señor al propio corazón.
La oración a utilizar puede acortarse sin problemas según la
sensación que el orante perciba más adecuada. Incluso muchos, llegan a
pronunciar solo ¡Jesucristo!…¡Jesucristo!…como adoración continua.
Estemos atentos a decirla con sentimiento. Enfatizando con
la emoción las palabras sean mentales o vocales. Pero no nos desalentemos si
llegamos a decirla sin haberla considerado o incluso sin conciencia en algún momento.
Importa que ella se vaya esculpiendo en todo el templo
interior y por si sola nos hará acordar de que la estábamos diciendo sin
sentirla. Pero vale más repetir Su Nombre sin ser aún consciente de ello, que
divagar con la misma inconsciencia en torno a cualquier viento.
En algún otro momento trataremos el misterio develado de que
el mismo Nombre trae la presencia de Aquél que se nombra.
Los saludo invocando a Jesucristo fuente de todas las
misericordias.
Lecturas bíblicas recomendadas: Rom.7,12-25; 8,5-17
Carta 2
Muy estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Continuando nuestra relación epistolar, les comento hoy el
tema de la tiranía que puede llegar a ejercer el cuerpo mal acostumbrado sobre
todo nuestro ser.
Las lecturas bíblicas recomendadas en la carta anterior,
apuntaban a prepararnos para este tema, algo complicado de aceptar, habida
cuenta de la fuerte influencia de la cultura actual, en sentido contrario.
Nuestro cuerpo, es templo del Espíritu Santo; su
funcionamiento no puede explicarse por el movimiento de sus partes, o por la
relación entre los órganos, sino por una fuerza que lo anima y sostiene, que
propiamente transforma la carne en ser humano viviente.
También podemos decir que nuestro cuerpo es una vía hacia la
experiencia terrenal; a través de él y sus sentidos nos llegan las
informaciones varias que constituyen, luego de organizadas, lo que llamamos
experiencia.
Asimismo, este organismo se convierte en instrumento para
desplegar nuestra intención en el mundo de los demás hombres y de la
naturaleza. Deviene herramienta.
La oración de Jesús nos permite, luego de intensa práctica,
acceder a la experiencia personal del Espíritu Santo, experimentar lo
trascendente en el tejido de lo cotidiano y poner nuestro instrumento corporal
al servicio de los hermanos.
El cuerpo es algo que maravilla, su diseño y funcionamiento
deslumbran a quién con atención contempla su funcionamiento. Pero es preciso
ubicarlo en la posición que se le asignó desde un principio: Servir al alma para
volver a Dios.
Cuando en lugar de instrumento al servicio de la elevación
espiritual, personal y del prójimo, se convierte en el regente de nuestra vida,
el creciente infortunio y el dolor progresivo mostrarán la inconveniencia de
ponerlo al mando.
Si permitimos que los apetitos del cuerpo regulen nuestras
actividades, veremos un paulatino acercamiento a la conducta animal. Es que esa
es su real naturaleza si lo dejamos sin el gobierno del alma y sin la
influencia bienhechora del espíritu.
Lo que sería sueño reparador se convierte en apabullante
inercia que nos mantiene vegetando adormilados. La casta y amorosa sexualidad,
que puede reflejar el amor divino, termina en desenfreno, ansia constante y
aniquilamiento de la vida. La sana alimentación que merced a las previsiones de
la naturaleza creada fortalecería al ser humano, desemboca en embotamiento,
hartazgo que enferma y disfunciones múltiples.
Toda la sociedad y la cultura actual están orientadas a la
satisfacción de lo efímero, a la búsqueda de medios para aumentar y prolongar
aquello que tiene a la fugacidad por esencia. No es extraño que abunde la
depresión, el tedio existencial, las mil manías y violencia en diversas formas.
La sencillez de la vida evangélica no muestra sino el
funcionamiento edénico, aquella forma sagrada en la cual fuimos creados y a la
cual es posible retornar, cuando la gracia del Espíritu Santo toma el control
de nuestra vida. “Si El Señor no construye la casa, en vano se esfuerzan
los constructores…” (Salmo 126)
Bien. ¿Y cuál ha de ser nuestro esfuerzo? Hemos de hacer
nuestra parte: Debemos ordenar nuestra vida corporal y material, mientras vamos
centrando la mente y el corazón en torno a la oración de Jesús.
Esa es una tarea posible y necesaria, imprescindible. Lo
demás, es gracia.
Porque a esta ascesis de los pensamientos de que hablábamos,
a la labor de centrarlos, unificándolos en torno al Santo Nombre, ha de
corresponderle una ascética del cuerpo, una estructura de moderación mínima,
que al menos no contradiga por debajo lo que se quiere hacer arriba.
Algunas sugerencias generales, que habrá que revisar en cada
caso particular:
– Manejarse en lo material y corporal en base a lo necesario
y no a lo superfluo. Así, el descanso, la alimentación, el trabajo, y la
recreación, tienen una medida, que la conciencia que se atiende guiada por el
Evangelio, acierta rápidamente a precisar.
– Es lo que los monjes antiguos llamaban nepsis (sobriedad)
que no era sino una escuela de lo moderado. Pensar solo lo necesario, hablar
solo lo necesario y así con cada aspecto de la vida. Porque esto nos permite
orar lo necesario, esto es sin cesar, como está dicho. (Luc. 18, 11 y 1°
Tes. 5, 17)
– Puede servir realizar individualmente una revisión de las
propias conductas a fin de detectar aquellos aspectos de la vida donde se
manifiesta lo inmoderado, lo que esta fuera del centro; aquello que no se
adecúa a lo que haría Cristo. Esto es un trabajo de reflexión personal, pero
que puede ser muy útil de conversar en los grupos, a fin de aprender unos de otros.
Del mismo modo que en la carta anterior hacíamos referencia
a la necesidad de disponerse a renunciar a los propios pensamientos
divagatorios, hoy enfatizamos la necesidad de disponerse a tomar el control del
propio cuerpo, a convertirlo en instrumento eficaz del crecimiento espiritual.
Esto puede llevar tiempo y no será fácil, pero sin la actitud de férrea
determinación a llevarlo adelante, no se conseguirá.
Es muy conveniente que estas cosas se comprendan tranquila y
profundamente. No se iniciará adecuadamente una ascesis y menos aún se
sostendrá, sino existe previamente una comprensión acabada de su necesidad
espiritual.
Quién se siente llamado a este tipo de oración debe saber
que para progresar habrá de darle al cuerpo la norma de lo necesario, no más. Y
a la mente la oración de Jesús, no más.
Poco a poco la oración empieza a transformarnos, se hace
continua e ininterrumpida. Surgirá en lo mirado, en lo respirado, en lo
sentido, se revela como un fondo de bienaventuranza que actualiza el evangelio
en nosotros.
Mientras esto va modelándose, empieza a encontrarse el
corazón interior, morada carnal y espiritual donde habita Cristo y la plenitud
de la gracia.
Los saludo invocando a Jesucristo, fuente de paz verdadera.
(Además de las lecturas antes mencionadas, recomendamos: 1
Cor. 6:19)
Carta 3
Muy estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Espero se encuentren bien, hermanados en el Espíritu y
afianzados en el hábito de la repetición del Santo Nombre.
Anteriormente vimos la necesidad de ir reemplazando la
divagación por la oración, unificando la mente en torno a este centro estable.
También, la urgencia de poner el cuerpo al servicio del crecimiento espiritual
si es que se pretendemos avanzar hacia la contemplación. Necesitamos hacernos
dueños de cuerpo y mente, herramientas dadas para elevarnos a Dios ya desde
este mundo.
Quisiera contarles hoy brevemente acerca de un
particular modo de hacer.
Me refiero a una específica manera de abordar las tareas que
nos trae lo cotidiano. Una posición que se asume, que también al hacerse
costumbre, nos transforma.
Este modo de estarse en la acción, es oración y permite la
serena vivencia de los acontecimientos exteriores. Uno deja de anhelar esta o
aquella situación, porque encuentra en todos los instantes la misma
satisfacción.
Esta manera de actuar se caracteriza por la suma atención
que pone en ella quién la ejecuta; consciente de la Presencia de Dios en todo y
en todas las cosas, actúa como el oficiante en la liturgia, con reverencia,
concentrado, poniendo lo mejor de sí.
“En Él vivimos, nos movemos y existimos…”(Hechos 17, 26-28) Conscientes
de lo que dice el apóstol, es preciso abandonar la creencia de que algún otro
momento es más importante que este, en el que nos encontramos. Precisamos dejar
de valorar en función de las expectativas, asumir que la vida toda es un
misterio mediante el cual Dios nos enseña y nos llama a Su presencia.
Esas valoraciones que efectuamos en base a nuestras
expectaciones e inquietudes no tienen asidero. Es tan importante este sitio
como el otro al igual que el trayecto entre ambos. La vida es un continuo y
estamos siempre moviéndonos en “Su casa”.
Hay un modo de ponerse mental y corporalmente que facilita
la percepción de la gracia actuante en nosotros y en lo que nos rodea. Es un
modo sin apuro, que permite disponer ordenadamente los elementos necesarios
para la acción que se va a efectuar. Es un estilo que desarrolla cada paso con
la misma intensidad.
Desde fuera se percibe como una forma armónica de actuar. Es
posible acostumbrarse a esa cualidad en el proceder si ponemos confianza, en
que la tarea que tenemos delante, es parte de lo que El Señor nos pide hacer en
esta vida. Estemos seguros, de que poniendo el esfuerzo necesario, Él lleva las
cosas a buen término.
Es un forjar desde el Espíritu, usando el cuerpo y la mente
según la función de servicio para la que fueron creados. Es una acción desde
adentro y no alienados en el afuera. Esta cualidad en la acción constituye
oración y al hacerse continua nos unifica.
Mi Padre espiritual consciente de mi apego a ciertas formas
de oración en particular, me mandaba barrer con lentitud grandes extensiones de
tierra alrededor del sitio donde nos hallábamos retirados. Me decía, que si no
encontraba yo el mismo gusto y devoción en ambas tareas por igual, caía en
cierta forma de idolatría. Me aconsejaba barrer con unción, con devoción por la
tarea, tratando de darle al Señor lo mejor aún en tareas que podía mi mente
considerar insignificantes.
Con el tiempo llegamos a comprender y experimentar que el
gozo no está en esto o en aquello sino que se encuentra en uno mismo y que
puede derramarse sobre las actividades y las cosas.
Esta práctica de tomar cada actividad como una forma de
oración crece y se afirma si empezamos a “teñir” todo lo que hacemos con la
oración de Jesús. Un hermano decía que se podía ir por el mundo bendiciéndolo
todo al cubrirlo con el Nombre de Jesucristo.
Si vemos un hecho desagradable lo integramos bajo el manto
protector de la oración del Nombre del Señor. Ante lo bueno agradecemos con la
misma oración. Tanto en nuestras caídas como al descubrir nuestros progresos,
volvemos a la frase elegida, que se convierte en nuestra forma de adherir a la
vida, nuestro asentimiento a la acción de Su voluntad.
Es conveniente elegir una o dos actividades que realicemos
con cierta frecuencia y ejercitarnos en poner allí esta actitud devocional,
esta apertura del corazón a la vivencia. Resultará también buena materia para
el examen diario de conciencia, revisar como se ha trabajado esta nueva actitud
que se busca.
Hace falta determinación, una decisión firme de acercarse al
Señor, el resto a Él le atañe. Recuerdo ahora mis titubeos y dudas cuando
me iniciaba en este camino y como vino a ser una enfermedad la que me ayudara a
consolidar el hábito de la oración de Jesús.
Es que no se sabía entonces si lo que padecía era muy grave
o no, hubo unos días de espera para saberlo. Claro, lo que había sido un tibio
acercamiento a la oración del Santo Nombre, se convirtió en fervor y piedad que
no había conocido antes en mí. El temor a la muerte vino a servirme de gran
ayuda y rápido encontré razones para pedir misericordia.
Pero quién no atraviese ese trance… ¿Cómo hará para
motivarse y disponerse con firme decisión a practicar esta oración? Quizás
porque siente un llamado claro o una evidente inclinación hacia esto. Tal vez
algún otro se sienta interesado porque le aseguramos una bienaventuranza plena
luego de algún tiempo de práctica.
Ojalá que así sea; la perla escondida está a la mano, se habló
bien cuando se dijo que el reino de Dios está aquí, entre nosotros. (Lc.
17, 20-21) Según nuestra experiencia, se encuentra en el mismo Nombre de
Jesucristo, que actualiza la redención en el momento mismo que se lo pronuncia.
Los saludo con afecto fraterno.
Carta 4
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Espero que se encuentren bien, buscando la paz en el propio
corazón, firmes ante la adversidad que supone vivir en medio de un mundo que se
deshumaniza cada día.
En las cartas anteriores comentamos la necesidad de ir
silenciando la mente, centrándola en torno a la oración de Jesús, sabedores de
que con el tiempo, está práctica nos unifica totalmente, liberándonos de la
contradicción en la que habitualmente vivimos.
También abordamos brevemente el tema de la sobriedad
necesaria a la cual es preciso tender en el manejo de lo material y corporal, a
fin de que evitando lo superfluo, nos alejemos de lo vano situándonos en lo
esencial. Esto brinda la energía y rescata las fuerzas para independizarse de
las circunstancias.
Finalmente, tocamos el tema de la acción concentrada y
dijimos que ese particular modo de hacer requería de intensa atención y
dedicación, valorando todas las tareas como medio de crecimiento espiritual y
requiriendo una ejecución similar a la del oficiante en la liturgia. Esta
conciencia en la acción es oración y permanencia en la Presencia de Dios.
Quisiera comentar hoy con ustedes algunos temas menores que
pueden facilitar la consolidación de la práctica en este camino espiritual.
El primero se refiere a la proporción necesaria entre
información teórica y aplicación práctica. Uno ha de esforzarse por llevar a la
práctica lo que va incorporando como conocimiento. De otro modo, se produce una
falta de equilibrio entre lo que podríamos llamar “el saber” y “el
ser”.
En mis comienzos era muy asiduo a la lectura de temas
espirituales y eso me sirvió mucho para acercarme a la oración, para alimentar
en mí el gusto que ya tenía por estas cosas. Permitió que no se debilitara la
escucha del llamado, que tendía a ser sofocado por los muchos estímulos en
sentido contrario, que provenían de la vida cotidiana.
Pero cuando me inicié realmente en la vía de la oración del
corazón hube de invertir la proporción entre teoría y práctica. Mi Padre
espiritual me pidió que durante dos años limitara mis lecturas al Evangelio de
San Marcos y a pequeños apuntes que tomaba de nuestras charlas semanales a modo
de repaso.
Creí desfallecer. Me parecía una tarea imposible y árida.
Allí tomé conciencia de que lo que yo creía mi vida espiritual era más bien mi
vida como lector de temas espirituales. Comprobé dolorosamente que no
eran lo mismo. El vacío generado por este nuevo régimen me dejó a merced de los
pensamientos que yo refrenaba introduciendo lecturas y me puso en presencia de
mis emociones reales, que yo ocultaba viviendo reflejos de las emociones que
los autores transmitían.
Este proceso que recuerdo con tremendo cariño ahora, fue
vivido como despojo y desnudez al principio y como liberación después. Empecé
realmente a conocer por primera vez el Evangelio. A valorar sus palabras de un
modo nuevo. No se me permitía leerlo entero más que dos veces al mes. Yo podía
volver una y otra vez a sobre los párrafos, pero no avanzar hacia lecturas
nuevas.
El repaso de los apuntes que podía tomar en las charlas con
mi Padre espiritual, sirvió para darme cuenta de lo que él realmente me decía y
que yo creía ya comprendido apenas escuchado.
Por eso les recomiendo especialmente la puesta en práctica
de lo dicho en las cartas anteriores, a fin de que el avance pueda darse sobre
base firme. Cada uno debería evaluar las jornadas según el manejo que en ellas
hubo del cuerpo, de la mente y de la acción.
–
¿Estoy poniendo mi mejor esfuerzo en acostumbrar la mente a la oración de
Jesús? Para ello debo antes descreer del valor de mis divagaciones.
–
¿Estoy poniendo en marcha alguna mínima ascesis corporal y material que me
permita ir adquiriendo el control sobre mi cuerpo? Para ello debo considerar lo
necesario y lo superfluo en mi vida.
– ¿He
elegido una o dos actividades para ejercitarme en ese modo particular de hacer
que veíamos tan emparentado con la plena atención y la devoción litúrgica? Debo
actuar consciente de Su Presencia.
Estas preguntas no son para juzgarse sino para situarse. Al
evaluar con verdad interior uno puede saber adónde debe aplicarse con mayor
empeño.
Probablemente como resultado de nuestra vida actual,
inmersos en la cultura del consumo y lo fugaz, nos suceda de querer alcanzar la
cumbre apenas llegados al campamento base en la ladera.
Los hombres habituados a la montaña, saben que el ascenso ha
de producirse en las condiciones climáticas correctas y con un ritmo de
esfuerzo y pausa preciso, a fin de llegar a la cumbre con la oxigenación
apropiada y un buen estado general. Para ello se aclimatan con el tiempo
debido, se van acostumbrando a las distintas alturas.
En la oración de Jesús, esto es ineludible. Porque siguiendo
la analogía, no solo queremos coronar la cumbre sino quedarnos a vivir en
ella.
Es así que con el tiempo y el entrenamiento procedentes,
empiezan a ligarse los movimientos corporales con el ritmo respiratorio y la
repetición del Nombre. Etapas posteriores, permiten experimentar la unión
existente entre el ritmo del corazón, la intención que guía a la acción y la
mansedumbre resultante en la mirada.
Comienza uno a descubrir que lo percibido depende en
mucho del acto que al mirar se efectúe. Se advierte que ya mirar es un
tipo de acción y que hay un modo de llevar a Jesucristo en ella si la oración
vive en el propio corazón.
Esto de la cumbre y la mirada tiene relación, porque
cambiando nuestra situación se modifica la perspectiva que tenemos de nosotros
mismos y de los demás. ¿A qué consideramos cumbre en esta analogía de la
oración con la montaña? A la paz estable del corazón, a un estado de
pacificación no dependiente de las circunstancias ni de los avatares de la
vida.
En los grupos que ustedes forman y están formando
seguramente hay diferencias entre los grados de experiencia con la oración de
Jesús. He querido insistir en la iniciación para quienes comienzan o para
quienes aún no han podido profundizar la práctica. Dejo el intercambio personal
abierto para todos, pero especialmente para quienes tengan otras problemáticas
derivadas de un ejercicio mas consolidado de la oración.
Los saludo fraternalmente invocando el Nombre de Jesucristo.
Lectura recomendada: Marcos 10, 46-52
Carta 5
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Les envío esta quinta carta, iniciando un segundo ciclo
sobre aspectos más específicos de la práctica. Son temas que se van presentando
a medida que se profundiza en la oración del corazón. En esta intentaré
responder algunas preguntas formuladas por ustedes en el transcurso de
nuestra relación epistolar. (*)
1. ¿Cómo conviene realizar la oración de Jesús, quieto,
caminando…?
La oración de Jesús puede realizarse sentado, de pie,
caminando, trabajando y hasta conversando; en todo momento y en cualquier
condición. Lo relevante es, por una parte, generar el hábito en uno. Por otra,
la profundización, es decir: Ir desde la recitación con sentimiento y
atención fluctuantes, a una oración compenetrada en el corazón.
El modo de disponerse a efectuarla debe ser el más propicio
para el fin anterior. Algunas personas ven favorecida su oración al situarse en
quietud corporal. Otras, por el contrario aumentan su fervor al hacerla
mientras caminan. Esto depende de los momentos del alma y de la situación de
vida que se atraviese.
Cuando se permanece en quietud, el cuerpo hace las veces de
muro, contra el cual se estrellan las muchas inquietudes, habitualmente
inadvertidas. Acontece en lo cotidiano que los movimientos permanentes
descargan gran parte de la tensión interior, ocultando el verdadero tumulto del
ánimo.
Por eso, quizás resulte más sencillo empezar rezando
mientras se camina o se actúa y al irse pacificando el corazón, ir aumentando
el tiempo de quietud corporal.
Pero esto no debe tomarse como regla fija.
2. ¿Cuál es la frase más conveniente para utilizar?
En cuanto a la frase, es imprescindible en ella la presencia
del Santo Nombre de Jesucristo. El resto de la misma puede adecuarse a la
necesidad particular de cada uno; si bien se aconseja decidirla y fijarla por
largos períodos de tiempo. No es bueno dudar mucho, hay que decidirse y no
cambiar demasiado seguido.
Lo que uno dice al repetir la oración, es lo que siente
mientras la dice.
Esto va más allá de la frase en sí misma, porque ante las
mismas palabras, los sentimientos son diversos. Así, hay quién al decir “Ten
piedad de mí”, esta implorando el perdón por un pecado cometido, otro se
refiere a la salud, algunos piden la gracia del Espíritu Santo, la pureza del
corazón y así siguiendo según el orante.
Suele suceder al irse haciendo esta oración una forma de
vida y con el paso del tiempo, que se deja de pedir como acto
interior. Simplemente se apela a la presencia que trae el Santo Nombre de
Jesucristo. De este modo ocurre, que repetir la frase de la oración se
torna recordatorio constante, de la actitud de apertura necesaria, en el propio
corazón a la presencia Divina.
3. ¿Es importante el número de repeticiones en la
oración de Jesús?
Una vez un hermano le preguntaba a su Padre espiritual,
preocupado por los vaivenes de su práctica, cuál era el mínimo imprescindible
de oración para saber que se estaba en el buen camino.
El Padre le respondió: “¿Repites al menos una vez en el
día o la noche el nombre de Jesucristo con sentimiento cálido o afectuoso? Si
es así, tu camino está muy bien orientado.”
Este Padre explicaba luego, que es necesario liberarse de
toda mortificación de cantidad, aunque la cantidad sea necesaria para adquirir
con el tiempo la calidad en la oración. No importa que pobre y escasa y
fluctuante sea la oración de Jesús en uno mismo, importa desear la gracia de la
oración continua. Importa apelar al Nombre que está por encima de todo nombre.
¿Cómo aunar esta aparente paradoja, en donde sin importar la
cantidad se la reconoce como necesaria? La cantidad y calidad de la
oración de Jesús o mejor dicho su presencia ininterrumpida en el corazón, va de
la mano de la cualidad de nuestros actos.
Esto quiere decir que la oración continua no es algo que se
alcanza como fruto de la mera aplicación práctica de una técnica, sino que es
correspondiente a la imitación de Cristo que se intente en la propia vida.
Nuestro Señor oraba de continuo como muestran los Evangelios.
4. Encuentro dificultades para actuar como has
aconsejado en la vida diaria. ¿Qué me puede ayudar?
En nuestra tercera carta dijimos que hay un particular modo
de hacer que asemejábamos a una liturgia o actitud de adoración en cualquier
labor que tuviéramos entre manos. Según nuestra experiencia, la clave está
antes de la acción o por mejor decir: en no iniciar una acción sin la
actitud correcta.
Antes de la faena debemos disponemos adecuadamente. En la
mente la oración, aunque sea una vez, ofreciendo a Dios aquello que se va a
efectuar. En el corazón, buscar el sitio de la paz; sabiendo que la Providencia
del Señor estará actuando en todo lo que hagamos y para nuestro bien. En los
movimientos, es decir, en la tarea propiamente dicha; concentración, serenidad,
atención, precisión, pulcritud.
Si tenemos en nosotros la paz de Cristo, esta ha de
reflejarse en nuestras acciones. Si no tenemos esa mansedumbre del ánimo, hemos
de buscar la pacificación interior mediante el cuidado puesto en la ejecución
de lo que hacemos. Esto puede llevarnos a cierta lentitud en los movimientos al
principio. De todos modos, la eficacia del actuar aumenta en el mediano plazo
debido a este talante nuevo.
5. ¿Qué lugar debe ocupar en mi vida la oración de
Jesús?
La oración de Jesús puede ser para algunos el centro de su
vida espiritual y para otros un complemento de otras devociones o ejercicios
del alma. Las vocaciones son diversas.
En realidad, el tema es que lugar va a ocupar Cristo en la
propia vida. Aprender a actuar como Él debe ser el interés primordial. La
oración de Jesús es uno de los caminos hacia el corazón de Cristo. En este
sentido diría que es un camino corto, un atajo, pero empinado al principio
porque va en subida.
6. ¿Está previsto que produzca sueño la oración de
Jesús o aburrimiento?
Los primeros tiempos de la práctica, suele producirse
un aumento de la conciencia del propio bullicio interior; al intentarse la
concentración de la mente en la oración, hasta entonces librada a su habitual dispersión.
Esto suele generar en algunos hermanos tristeza o insatisfacción y hasta
sensación de vacío interior.
Sucede con la mente cuando divaga, que nos va ocasionando
emociones y vivencias a raíz de las muchas imágenes que se van sucediendo en
ella, de modo similar a cuando se observa una película o se lee alguna novela.
La oración de Jesús, si se repite con determinación; impide
la activación de esta tendencia dispersiva, disminuyendo la producción de
fantasías y desvaríos interiores. No es que la oración sea aburrida o produzca
sueño, sino que pone de manifiesto el usual tedio que vivimos cuando nos
guiamos movidos por lo exterior.
Este hastío suele quedar disimulado por las constantes
expectativas y diálogos mentales acerca de todo y todas las cosas.
Estimadas hermanas y hermanos, los saludo invocando el
nombre de Jesucristo.
Lectura recomendada: Filipenses 2, 9-11 – Efesios 2,
14-19
(*) Algunas preguntas han sido simplificadas para facilitar
la lectura.
Ascética espiritual en base al Evangelio según San Marcos.
Los Padres y Madres del desierto, asiduos y perseverantes
lectores de la sagrada escritura, profundizaron en ella de manera sutil,
recibiendo a través de la Palabra incontables dones de iluminación espiritual.
Nos han legado una tradición escrita y oral que través de
los siglos continúa sirviendo como referencia para interiorizar El Verbo y
encarnarlo en la vida cotidiana.
Ser cristiano es ser de Cristo, modelar el alma según su
mensaje, venerarlo con pasión encendida del corazón; vivir junto a Él,
testimoniar que resucita en nosotros cada día mediante sobriedad y templanza
crecientes.
La palabra evangélica transfigura el alma y fortalece el
espíritu. Desde la literalidad en la aplicación de la enseñanza, pasando por
los diversos grados de profundización que mediante lo simbólico admite, habla
al corazón mediante mociones y locuciones que son propiamente el diálogo de
Dios en lo secreto.
Esta es una disciplina espiritual particular; luego de los
primeros pasos conviene examinarse ratificando la afinidad y continuidad o
excluirse buscando la más propicia a los propios dones.
Preparación del ámbito
– Disponer un recinto adecuado a la escucha de la
Palabra. Pulcritud y sobriedad, sencillez y austeridad son necesarias.
– En una mesa o atril la Sagrada Escritura, a un costado el
icono del Salvador o de su Madre. Una o dos luminarias deben iluminar el
conjunto.
– El practicante debe hallarse en estado de gracia que
buscará mediante el sacramento de la reconciliación sino la tuviera.
Práctica
– Antes de cada lectura se repetirá la oración de Jesús el
número de veces indicado, sin apresuramiento, buscando la progresiva adecuación
de los actos interiores al significado de la oración.
– Inclinando previamente el cuerpo en señal de reverencia
ante el libro sagrado, se leerá el Evangelio de San Marcos de a un capítulo por
vez o según indicación específica del padre espiritual.
– Se tendrá dispuesto y accesible un medio de escritura
donde se consignarán aspectos interiores de importancia manifestados durante la
lectura, si los hubiera.
– Se permanecerá luego en silencio el tiempo que se juzgue
oportuno y se procederá a la relectura de los párrafos que produzcan mayor
resonancia interior, cuantas veces se considere adecuado.
– Se finalizará de cara al icono/os rezando un Padre Nuestro
y un Ave María.
Consideraciones
-Cada dos o tres días de práctica ha de transmitirse al
Padre espiritual lo anotado durante la práctica.
-Han de seguirse las instrucciones que se reciban para
aplicar en la vida cotidiana.
– El Evangelio de San Marcos describe un proceso de
desarrollo espiritual que transforma a aquél que se disciplina en base a
su enseñanza. La oración de Jesús es el imprescindible sostén de esta
ascética enseñada por los Padres desde los primeros siglos.
Carta 6
Estimados amigas y amigos de la oración de Jesús, los saludo
en la invocación del Nombre.
En esta breve carta he querido sintetizar aspectos claves de
comprensión y perspectiva para profundizar nuestro camino de oración.
Adonde uno vaya se lleva a sí mismo. De tal manera es esto
así, que aún visitando el lugar más paradisíaco de la Tierra, no hallará
contento quién tenga el corazón turbado. Esta agitación interior contamina el
más calmo de los desiertos y no hay reducto en el cual pueda recogerse aquél
que sufre de ansias.
Existe en todos nosotros un deseo de completitud, una
aspiración de plenitud. Venidos a la existencia nos hacemos familiares con el
querer, con el tender hacia algo; siempre estamos en camino hacia aquello que
creemos nos colmará. El encuentro entre uno y lo querido es considerado
como “la felicidad” y este esquivo estado resulta la meta velada o
manifiesta de todos los afanes. Es lo que yace detrás de la multitud de objetos
y escenarios diferentes hacia los cuales tendemos de continuo.
Si atentos indagamos en la naturaleza de la felicidad que
buscamos, nos encontramos con que esta resultaría del logro de todo lo que
deseamos para nosotros y otros. Creemos que esto nos daría la paz, el fin del
ansia. Infructuosa tarea tiene entre manos el que hacia afuera se lanza
buscando lo que está adentro. Ilusorio se vuelve todo avance.
La variación de las situaciones y los contextos, los
intereses fluctuantes de las personas, la movilidad de todo lo que forma
nuestra vida, muestran al poco tiempo lo equivocado de la vía elegida. No
puede fijarse lo externo al hombre. No puede inmovilizarse la existencia
en el momento en que se logra alguna satisfacción.
La plenitud es un atributo interior, es resultado de la
vida espiritual, viene junto con Cristo y se aloja en la posada del corazón.
Quién tiene el alma pacificada, vive la fuerza que ese silenciamiento trae y
despliega en el campo que su vocación le marca, el don que posee.
Logrando la paz interior, las acciones se encaran no como
apresurada compensación de las carencias, sino para expresar entre los hombres
y las cosas los dones adquiridos.
La paz interior o la plenitud de la vida espiritual, no es
tampoco un estado inmóvil sino una constante tendencia al centro de la persona.
Implica un saber que la resolución de las situaciones parte
desde lo espiritual y se expresa en el mundo de la materia, y no a la inversa.
Es la clara conciencia de que el sentido de la vida humana radica en la
elevación hacia Dios, en el regreso a la casa del Padre.
En cierto modo el problema humano no está en su
in-completitud y su ansia, sino en dirigir sus afanes hacia lo fugaz, en gastar
la vida en aquello que no lo saciará. El sufrimiento cumple su papel
aleccionador cada vez que advertimos que hemos desplazado nuestro centro hacia
lo que muere.
No puede el hombre fundar su plenitud y bienestar en lo que
es esencialmente transitorio. Y lo único no transitorio es la vida del
espíritu. Un espíritu anclado en Dios vive la seguridad de quién ha construido
sobre roca.
Por eso, la actividad de vigilancia sobre los pensamientos,
llevándolos una y otra vez a la oración de Jesús; el ejercicio de una creciente
sobriedad en todo lo concerniente al cuerpo, para tenerlo a nuestro servicio; y
el intento constante por sacralizar todas las actividades de la jornada,
fortalecen la vida del espíritu en nosotros; alimentamos aquello que no muere,
que se sabe en el exilio y que busca lo digno de ser buscado: Dios y la gracia
de Su presencia.
Lecturas recomendadas: Tobías 13, 6 Eclesiástico 27, 8-9 San
Juan 8, 31-32
Carta 7
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús, los saludo
invocando el Santo Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Ante algunas consultas coincidentes trataré hoy de referirme
al tema de las caídas recurrentes, a esa flojedad del alma que periódicamente
suele acometer a quién intenta perseverar en el camino espiritual.
La situación más habitual a la que se hace referencia en
esas preguntas, está ligada al modo de liberarse de aquellas tendencias,
hábitos, vicios o pecados, que sometiendo a la persona con frecuencia, la
imposibilitan de verdadero avance espiritual. Son conductas que parecen
devolvernos siempre al mismo punto, a cierto “nudo” problemático que se
manifiesta como muro en apariencia insuperable.
La experiencia espiritual profunda, aquella a la que nos
referíamos en otro texto como “el lugar de la presencia”, es una vivencia
posible para cualquier ser humano que busca con sinceridad a Cristo en el
propio corazón. Sin embargo antes es necesario abandonar al hombre viejo que
vive en nosotros. (Col. 3, 5-11)
¿Cómo extirpar el hábito del mal? ¿Cómo combatiremos contra
lo compulsivo, que tomándonos de repente nos esclaviza en alienada reacción?
Hemos de tener claro quiénes son nuestros enemigos principales y
situarnos frente a aquello que más nos aleja de Dios disponiéndonos al combate
con resolución y firmeza.
“Es en la atención donde yace el poder de resistir todo lo
que pueda venir” dijo Monje Nicéforo en la Filocalia. Verdaderamente.
Esta atención debe ser lo más constante posible y advertir la dirección errónea
de la mente apenas iniciada. El pecado, la caída, el vicio, se inicia antes que
su consumación misma. Es en una cierta previa laxitud del alma donde hallamos
su raíz.
El derrumbe del alma o el tropiezo, viene como consecuencia
de un estado de carencia interior que se manifiesta como angustia, inquietud,
aburrimiento o tensión en general. El cuerpo y la mente sufren esta situación y
buscan aliviarse mediante la realización de aquella actividad que descarga su
ansiedad o que al menos la anestesia transitoriamente.
Nos encontramos así con diversos vicios que tienen en el
nerviosismo interno su común denominador. Debemos poner nuestro mejor
esfuerzo, en el momento en que nos ataca la compulsión o el deseo de realizar
aquello que no queremos hacer, para aumentar nuestra atención y observar
lo que nos está ocurriendo.
No salir huyendo rumbo al pecado, vicio, tendencia o hábito
que nos aliviará la tensión fugazmente, aniquilando mientras tanto al espíritu;
sino ir hacia lo profundo, escrutando con sumo cuidado el dolor que quiere ser
calmado.
Este momento decisivo, es análogo al desierto de Jesús y a
las tentaciones que padeció. Es desierto porque nos despoja del placer que
perseguimos para olvidar la pena o el desasosiego. Es desierto porque nos deja
frente a la verdad.
Es un momento, que si se aprovecha bien, rinde gran fruto al
alma. Ha de tomarse como ejemplo a Jesucristo cuando atravesó la multitud. (Lc.
4, 28-30) Hemos de atravesar los diversos apetitos que nos atacan, no huir
de ellos.
Si permanecemos atentos a lo que sucede en nuestro interior
y repetimos la oración de Jesús, con el fervor necesario, implorando la ayuda
de Dios para despojarnos de lo viejo que vive en nosotros, veremos que no pasa
mucho rato hasta que el asalto disminuye.
Les propongo una práctica que no falla. Si se encuentran
prestos a caer, al borde de la situación aquella que tanto quisieran desterrar
de sus vidas, repitan antes la oración de Jesús unas cuantas veces. Veinte o
treinta repeticiones serán necesarias como mínimo para que el Espíritu que
clama en nosotros se imponga al pecado. (Gal. 4, 6-7)
Esta actitud de atención esencial y de oración decidida,
permite que se abra en nosotros la posibilidad de la libertad ante el
determinismo de la carne.
Examinemos con actitud reflexiva nuestros enemigos
cotidianos y alimentemos el deseo de vencer; dispongámonos a enfrentar la
íntima tensión, no evadiendo el problema sino mediante la fe.
Lo primero es invocar a Jesucristo con el fervor que nos da
el deseo de no caer, lo segundo elevar la atención hacia nuestra propia
alma, examinando aquello que nos inquieta, mientras relajamos el cuerpo lo más
que podemos.
¿Quiero verdaderamente superar lo viejo que habita en mí?
¿Estoy dispuesto a realizar algún esfuerzo para permitir que la gracia me
transforme? El momento del combate es aquél preciso instante, en el que
queriendo olvidarme del íntimo dolor, deseo abrazar el placer fugaz. Allí, es
preciso ejercer la opción, el albedrío que se nos ha dado.
Es muy diferente la vida de aquel que corre de un placer al
otro buscando anestesiar las heridas a la de quién, creciendo espiritualmente,
se instala en un bienestar entusiasta, no dependiente.
Permanezcamos firmes imitando las actitudes que Cristo nos
muestra en los Evangelios, esculpiendo Su rostro en el templo del corazón.
Los saludo invocando la misericordia que trae el Nombre de
Jesucristo.
(Lecturas recomendadas: Lucas 1, 74-75 y Juan 6, 63)
Carta 8
Estimadas amigas y amigos de la oración de Jesús.
Espero se encuentren bien, perseverando en la tarea de
reemplazar la divagación por la oración y templando el cuerpo con sobriedad
creciente, a fin de permitir la presencia de Cristo en nuestras actividades.
Continúo la relación epistolar con ustedes a partir de las consultas que me
llegan y de entre ellas, eligiendo las que puedan servir a todos.
Acerca del tema de la voluntad de Dios mucho es lo que
se ha dicho y escrito en la historia de la espiritualidad; pese a ello, permanecen
dificultades de discernimiento en cuanto a la voluntad de Dios para con uno
mismo como persona particular y en las situaciones precisas en que lo cotidiano
se desenvuelve.
¿Qué he de hacer ante esto o aquello y cómo saber que no es
mi propia voluntad la que se disfraza de tarea sagrada? Menuda pregunta
tenemos entre manos, trataremos de aportar algo en base a nuestra experiencia.
Antes que nada nos ha resultado útil ser conscientes de que
la imperfección es inseparable de lo humano. Nos es propio lo imperfecto del
mismo modo que respirar es inherente a nuestra vida. Y esta cierta
in-completitud, palpable en todos nuestros actos y sentimientos, configura
mucho de nuestra riqueza, porque gracias a esa permanente incertidumbre es que
tendemos a Dios, la suma de la perfección y la certeza.
En nuestras obras puede observarse lo hecho y también lo que
hemos querido hacer. Existe siempre algún grado de separación entre lo querido
y lo encontrado. Es que somos seres en tránsito, peregrinos rumbo al santuario
y esta misma condición itinerante pone el límite de lo provisorio a todo
emprendimiento.
Nuestras construcciones, de cualquier índole, son
temporales. Se producen dentro del tiempo, son finitas, pero
buscando la eternidad. Aspiramos a lo perfecto y a lo eterno, queremos las
cosas bien hechas y para siempre y en esta intención se encuentra la chispa que
nos impulsa a lo divino.
Entonces, tener presente esta situación básica de la
existencia, nos permite recordar la necesidad de la misericordia en cada momento
y nos predispone a buscar la voluntad de Dios para nosotros, sabedores de que
solo podremos “traducir” la misma, desde nuestro estado espiritual, siempre
imperfecto.
Desde allí surgen ciertos criterios generales, que podemos
utilizar para discernir en la vida de cada día, lo que se acerca o se
aleja de la voluntad del Señor; dar en el blanco es otra cosa.
El criterio de la violencia: “Si mi acción es violenta
en cualquier forma, no es acorde a la voluntad de Dios.”
Si en nuestra acción concreta o como resultado de ella, se
produce violencia en cualquier forma de manifestación, podemos saber que
estamos más cerca del enemigo que de Dios.
Es que la violencia más violencia genera y en espiral
destructiva se termina muy lejos de lo que se quería defender.
En el campo de lo social hay sobradas muestras de cómo las
guerras o lo impuesto por la fuerza, decanta más tarde o más temprano, en lo
contrario de lo que se pretendía.
En el terreno de lo personal la violencia suele expresarse
no sólo en su forma más evidente de agresión física, sino como diferentes tipos
de forzamiento y manipulación, de imposición de lo propio sobre lo ajeno.
Esta manifestación de la mezquindad nos muestra con el
tiempo sus dolorosos frutos, cuando advertimos que hemos logrado lo opuesto de
lo que anhelábamos.
Lo violento desnuda el egoísmo de nuestra acción.
El criterio de la Presencia: “Actúa en todo teniendo en
cuenta lo que a Dios agradaría”.
Este consejo que siempre repetía mi Padre espiritual,
resulta muy efectivo si se lo antepone a toda acción. El enfatizaba luego,
condescendiente con mis posturas filosóficas, que si bien era muy probable que
Dios se encontrara más allá de agrados y desagrados, resultaba muy útil tener
presente esto como modo de evaluar las propias conductas.
En lo práctico, uno debe preguntarse: ¿Haría esto si El
Señor estuviera aquí conmigo?
Pues bien, el hecho es que El Señor está. Con el tiempo uno
empieza a percibir esa presencia de manera no condicional sino real y hasta se
hace innecesaria la pregunta.
El criterio de la motivación: “Y esto que voy a hacer,
¿para qué lo hago?, ¿Qué busco mediante esta acción?
Porque resulta claro que existe lo que se ve de nuestra
acción por fuera y lo que la informa por dentro. La verdadera labor no es lo
que se nota de ella sino la intención que la motiva.
Recuerdo graciosamente ahora como fui sorprendido por esta
enseñanza en su momento. Mucho de lo que hacía se me reveló con motivaciones
torcidas, tendientes a la gloria personal o a la revancha con frustraciones
pasadas. La búsqueda de la pureza del corazón se hizo entonces importante (Salmo
50, 12)
Lo que se ha de buscar es siempre el bien de los demás junto
al propio bien. Difícilmente sea de Dios algo que perjudique a una de las
partes. Si esto no se produce, conviene retardar la tarea en pos de mayor
reflexión.
A veces uno se apasiona en la faena y se olvida de la
reflexión necesaria. Debemos evitar que nuestro hacer resulte una mera
reacción, porque en ese caso la motivación es muy dudosa. Poner una distancia
entre el suceso y la respuesta al mismo, es imprescindible si pretendemos
actuar con la intención adecuada.
El criterio de la paz: “Si la acción es acorde a Su
voluntad, resulta en paz interior perdurable”
Hacer la voluntad de Dios, hacer lo que sentimos que nos pide,
siempre nos deja en paz. Se produce un acuerdo en nuestro interior al quedar
alineados con su plan.
Esto es así aún cuando hacer Su voluntad implique esfuerzo,
trabajo e incluso en ocasiones, cierta pena. Se hacen distinguibles la
inquietud y el desasosiego que son el fruto de nuestra voluntad personal guiada
por el egoísmo.
La sensación de estar haciendo lo debido es lo que brinda la
paz, más allá del resultado de la acción.
¿Y cómo hacer para saber si me dará la paz determinada
conducta, si aún no la he realizado? Es preciso detenerse e imaginarla con
precisión antes. Este imaginar previo también nos brinda una sensación
nítida, pacífica o tumultuosa.
La práctica de la oración de Jesús nos permite ser
coherentes con el mandamiento principal que enseña el Evangelio, porque este
recuerdo continuo no se produce sino lo amamos a Él más que a todas las cosas.
Los saludo invocando el Nombre de Jesucristo, nuestro Señor
y redentor.
Lecturas recomendadas:
San Marcos. 12, 28-31 – San Lucas 6, 27-31
– Salmo 50, 12 – Eclesiástico 32, 14 -24 (Aquí según las traducciones más
eruditas, temor ha de ser entendido en el sentido de reverencia o
unción)
Hesiquía y compunción.
– ¿Cómo se puede estar compungido y tener un
corazón tranquilo al mismo tiempo?
La compunción, en general entendida como conciencia del
propio pecado o de la propia debilidad y miseria; es un sentimiento que unido
al arrepentimiento verdadero o “metanoia” deja al corazón tranquilo.
Los monjes antiguos se referían a la paz derivada de la conciencia del perdón
otorgado por Dios.
Examinemos algo la cuestión:
Cuando uno advierte el propio pecado cometido o mejor dicho,
cuando uno se da cuenta del peso que este ha tenido sobre los demás o sobre uno
mismo, sobreviene un dolor en el alma que suele manifestarse como
lágrimas abundantes. A medida que se llora, recrea la mente de un modo nuevo lo
ocurrido, incrementándose más aún la conciencia de aquello equivocado y del
daño producido. Esta experiencia conmociona, el cuerpo todo la vive contrayéndose,
es de dolor intenso, es la herida de la culpa. Quién viera la escena desde
fuera, ignorante de todo el proceso que está ocurriendo, diría que esa persona
está desesperada.
Sin embargo ocurre lo contrario. En medio del dolor, empieza
a surgir una sensación que algunos anacoretas llamaban “dulzura del corazón” y
que está unida íntimamente a la conciencia del perdón. El arrepentimiento y el
cambio de mente que se necesita para que este suceda vienen junto con la
reconciliación. Dolerse por los pecados profundamente y proponerse no hacerlos
más es un mismo acto. El perdón es el marco en que todo ello se produce.
¿Cómo podría producirse el dolor por lo hecho mal, sino
hubiera la mente adoptado una postura nueva que le hace ver también de modo
nuevo las acciones? El dolor es el cambio del corazón. Pensamos ahora de modo
nuevo y sentimos también de otra manera. La voluntad para la acción se muestra
también transformada.
No puede haber “Hesiquía” sin compunción previa.
La paz del corazón no se instala sino hay cambio de vida. Debo perdonar a quién
creo que me ha dañado y pedir perdón a quién he perjudicado. Y si esto no fuera
posible en lo exterior por determinada circunstancia, ha de producirse en el
interior.
Los monjes aconsejaban mantener siempre la compunción
latente en el corazón porque esta es la que nos brinda la fuerza para bien
actuar, o en todo caso, para no recaer en la misma falta.
Monje Nicéforo, hablaba de la necesidad de una vida apacible
y en paz con todos para que la oración de Jesús pudiera ser continua en el
corazón. La práctica de los consejos evangélicos, nos lleva rápidamente a una
vida de sosiego aún en medio del mundo y de la actividad.
El corazón humano se tranquiliza cuando siente que está
actuando como debe actuar y que en este nuevo actuar se está reparando aquello
que se ha dañado. Esta reparación básica es sobre todo un cambio en la
dirección de la propia vida.
Hay quién dice, que al meditar en la propia debilidad se padece
luego en la vida diaria esta misma pero en forma de tristeza o falta de fuerza
en la acción. Nada de eso. Es al contrario.
La conciencia de mi debilidad en cuanto que soy ser humano,
me instala en la conciencia de la necesidad continua de la Presencia de Dios,
como aquél que me asiste y me sostiene incluyendo en ello la propia vida.
– ¿Son los dos – Hesiquía y compunción- el
producto, el logro de la Oración, o productos de nuestros esfuerzos?
El Salmo 126 en su primer versículo lo responde
bien: “Si el Señor no construye la casa, en vano se esfuerzan los
constructores”.
Pero claro, si el Señor construye la casa – es decir si nos
asiste con su gracia – el esfuerzo no es en vano y es también necesario;
es nuestra tarea de ser copartícipes en la Creación. Hesiquía y
compunción son fruto de la acción mancomunada entre Gracia y voluntad.
El papel de la voluntad parece mínimo pero es imprescindible
también. Lo definiría como un atreverse a ver la verdad interior de la propia
vida y a vivir sin atenuantes el dolor resultante de esa visión. En cierto modo
esto permite el paso de la Gracia que siempre fluye pero no fuerza su ingreso
al corazón.
El lugar de la presencia
Es muy frecuente en el camino espiritual el ascenso y la
caída. En continua alternancia se suceden, variando apenas la intensidad y
frecuencia de los períodos. En momentos de determinación parece apelarse a la
voluntad personal y en momentos de mediocridad se recuerda con frecuencia el
papel de la gracia.
La relación entre gracia y libertad, entre lo destinado y el
libre albedrío, ha sido siempre tema controvertido. Diferentes corrientes de
pensamiento, en distintas épocas, han enfatizado uno u otro aspecto del asunto.
Pero en la praxis cotidiana del imitar a Cristo, el fiel sufre una lucha entre
opuestos aparentes.
Si el creyente se eleva poniendo en práctica los
mandamientos y si siente que crece hacia la ciudad celestial, se envanece, por
lo cual se le recuerda que ese pretendido ascenso es obra de la Gracia. Es
decir, que Dios ha querido darle el don de ir mejorando. Y si antepone el hecho
de los esfuerzos realizados para mejorarse y su lucha personal contra el
pecado, se le dice que también esos esfuerzos han sido provocados por la
Gracia. Así, voluntad y ascenso son obra de Dios.
Pero cuando caído y débil se arrastra en el desánimo y la
falta de coherencia, se le dice que es por su voluntad débil, por su personal
inclinación al mal. Se supone que debería haber podido evitar la caída, al
parecer independientemente de la Gracia. Al debatirse culpable en el fango; se
le alienta, diciendo que la caída es fruto de la condición originaria del
hombre y que pagamos lo hecho por Adán. Y se le exhorta a pedir la Gracia para
salir adelante y el fiel se queda pensando si este “pedir la gracia” será
fruto de la intención personal o Gracia también.
Este ir y venir de los argumentos, mucho más extensos y
variados que el breve resumen antedicho, suelen dejar estas cosas en un cierto
campo de confusión u oscuridad del entendimiento. De esta suerte las personas
van inclinándose de acuerdo a sus particulares tendencias; algunos apoyándose
en la actividad y otros en el dejamiento con todos sus matices.
Pero hay algo que viene a barrer con todas las
disquisiciones. Algo que libera del ascenso y la caída y que constituye
propiamente un nuevo nacimiento. Es la experiencia personal de Cristo en el
corazón. Ante la experiencia mística profunda, los opuestos se concilian y
apartándose dejan el lugar a un conocimiento directo de lo que, a partir de
allí, se vive como la verdad del ser y las cosas.
A esta particular vivencia se la ha llamado también el
descenso del Espíritu Santo, plenitud de la Gracia y de otras maneras. Pero la
persona que la vive sabe que en su vida se ha formado una línea divisoria, se
asiste a una conversión personal e íntima. Ha cambiado la mirada, el modo, las
sensaciones, lo que se pretende, lo que se creía ha sido reemplazado por lo
que se sabe, a ciencia cierta y de modo indiscutible.
Esta certeza es del interior del alma, surgiendo del
Espíritu inunda el ser de uno y como tal no puede explicarse adecuadamente ya
que es tan única como cada individuo. Es el modo en que Dios se ha revelado a
esa persona particular. Pese a ello, los místicos han tratado de traducir lo
vivido para los demás creyentes, intentando con ello acercar a la fe en la
existencia de esa experiencia cumbre.
Quién participa de ese estado; quién vive en Cristo con la
fuerza del Espíritu Santo, ve al Padre en todas las personas y las cosas. Ya no
lucha por ascender o para no caer, se halla situado “en otro lugar”. En esa
nueva tierra del corazón, que ha sido nombrada también como “la celda
interior”, la noción de esfuerzo y Gracia se pierden, dejando el lugar a un estarse en
la Presencia. Allí, la acción personal, no se vive como desvinculada de la
acción de Dios. Los movimientos, emociones y pensamientos, se revelan como
formas mediante las cuales El Señor se expresa libremente en el mundo de lo
creado.
Aquí, la lucha contra el deseo de la carne pierde vigencia,
porque habiéndose encontrado “la perla” y gozando de su belleza continuamente,
los que anteriormente parecían placeres apetecibles son vistos ahora, como
sombra leve del gozo al que es posible acceder. Igualmente, la antigua lucha
contra el yo o ego que tiende a la vanagloria y a la soberbia desaparece,
fundida en la clara conciencia de la inmortalidad del alma y de su unión con
Aquél que la engendró.
Para quién ha vivido esta experiencia trascendente, el
sentido de la vida humana en el mundo resulta claro. Se siente la necesidad
de comunicar a los demás, que sufren la inmanencia del dolor; la real
existencia de este Espíritu Santo siempre disponible en el corazón de Cristo.
Sobre la respiración
1) Me gustaria saber en qué consiste eso que en la
filocalia hablan acerca de la respiración. Si bien, sabemos que el Nombre debe
acompañar la respiración y los latidos del corazón, en la filocalia se habla de
retener la respiración, se habla de un ejercicio psicofísico…. ¿en qué consiste
este ejercicio?
Bueno, espero su respuesta.
Estimado Hermano , invoco a Jesucristo para responderte.
Cualquier aspecto de la oración de Jesús que se intente
abordar debe vincularse con su fin, es decir, con el objetivo de su práctica:
vivir en la presencia del Señor.
Desde muy antiguo, los monjes advirtieron la dificultad que
entrañaba el movimiento continuo de la mente. Se buscaba un determinado estado
interior y este se hacía elusivo o lográndose no podía fijarse.
Comprendieron que siguiendo el vaivén de influencias
dispares, la mente fluía sin interrupción. Ya fuera por los
movimientos orgánicos, por influjo del ambiente o por acción de la memoria que
mutaba en imaginación diversa; este ir y venir impedía la paz del alma.
Inmersos en la soledad del desierto, silenciado lo externo;
vigilaban con atención el infierno interior y distinguieron diferentes
relaciones. Diferenciaron la relación entre respiración y flujo mental y entre
imágenes y emociones y entre imaginación y respiración, iluminando los senderos
que les habían ocultado la agitación y el devenir en lo cotidiano.
Comprobaron que si disminuían la frecuencia de su
respiración, también se reducía el número de los pensamientos. Y vieron que era
más sencillo menguar el ritmo respiratorio que luchar contra el constante
surgir de las imágenes.
Numerosos anacoretas entonces, dedicaron su intención a
hacer constante la respiración y la asociaron con la oración de Jesús.
Unificaron cuerpo y mente en base a respiración y oración.
A una debía corresponderle la otra.
Algunos repetían la frase de la oración junto a cada inspiración del aire y
volvían a repetirla con cada espiración. Otros, repetían la frase una sola vez,
dividiéndola entre la inhalación y la expulsión del aliento.
También hubo quienes, no logrando ni siquiera con eso la
concentración de la atención en la oración, prefirieron retener un lapso de
tiempo prudencial el aire inspirado dentro de su pecho, a fin de que esta
sujeción hiciera regresar la atención al propósito planteado.
Cada una de estas prácticas psico-físicas tuvo sus
seguidores y fueron adaptándose a las particulares idiosincrasias y
dificultades que hallaron en el camino. Como siempre y en todas las cosas
sucede, hubo quienes hicieron de tal o cual forma un ídolo; trastocando las
valoraciones, convirtieron lo accesorio en una cosa importante y desplazaron lo
esencial hacia un sitial secundario.
La diversidad fue la norma, porque muy distintas somos las
personas. En la misma Filocalía pueden observarse estas diferencias entre unos
y otros. Porque estaban aquellos a los que no les ayudaba intentar controlar el
flujo respiratorio y lograban mas fruto reteniendo directamente los
pensamientos, oponiéndoles la oración de Jesús mediante vehemente repetición
mental.
Y también estuvieron aquellos otros que lograron la
permanencia mediante la exclusiva atención al órgano del corazón, asociando los
latidos a la frase de la oración o más comúnmente al Nombre de nuestro Señor
Jesucristo. Pero todos ellos buscaban un punto de fijeza, un lecho en el cual
anclar la intención hacia Dios y el recuerdo de Dios.
En la profundidad de sus cuevas, en medio de la inmensidad
de los páramos, rodeados de silencio exterior, aquellos monjes se enfrentaron a
los demonios del mundo interno con temor y temblor y nos entregaron su legado.
Nosotros hoy, en medio del tumulto de las ciudades y del
ajetreo de incontables espejismos, podemos utilizar las mismas herramientas y
los mismos senderos.
No es ocioso reflexionar sobre como el Espíritu que entra y
sale del cuerpo alimenta el fuego del corazón que se inmola en cada invocación
a Jesucristo.
2) ¿De qué forma se adecúa la oración de Jesús al ritmo
respiratorio?, por favor respóndame lo más gráficamente posible. Muchas
gracias por su respuesta.
Trato de contestarte esta pregunta sobre la respiración.
Respiración y movimiento mental son lo mismo. Y he aquí, que
movimiento mental y emociones son lo mismo. Por tanto, la respiración, la mente
y la emoción forman un continuo inseparable en la práctica.
Las personas lo diferenciamos según el órgano de
manifestación del fenómeno, pero eso es una diferenciación para mejor
comprender la experiencia. Nos decimos: Esto es un pensamiento, esto un
sentimiento y esto es respirar. Sin embargo, en la experiencia, son lo mismo. A
un pensamiento agitado le acompaña una respiración alta, corta y alterada de la
misma índole y emociones afines al tipo de imágenes que se estén produciendo.
Basta recordar aquella ofensa del pasado con nitidez, para que observemos las
correspondencias en la respiración y las emociones.
Por cierto, nada esta aislado en nosotros. Todo relacionado.
Así que no sorprende que los latidos del corazón también se encuentren
enganchados con esto de las emociones y la presión arterial y demás
consecuencias biológicas. Hay quién serena la respiración para calmar su mente,
corazón y sentimientos. Otros, tratan de recrear emociones bondadosas para
producir las consecuencias deseadas. El camino de la oración de Jesús, da la
primacía a la unificación de los contenidos de la mente.
Se comienza por descartar la multitud de pensamientos,
haciendo centro en la repetición del Nombre de Jesucristo, en el marco de una
frase de oración o con la sola palabra. Esta paulatina unificación de la mente,
produce luego una rítmica respiración, serenos sentimientos y una mayor
percepción del músculo cardíaco, que es el verdadero centro de la atención y la
ciudadela del alma. En nuestra cultura, se identifica a la persona con la mente
y eso es un error. Si tenemos que situarnos debemos referirnos al corazón. Por
eso esta oración lleva al encuentro con uno mismo, en Dios, cuando corazón,
respiración y Santo Nombre se fusionan.
Pero eso es para otro momento. Respondiendo finalmente la
pregunta: En general, ha de empezarse por la tranquila repetición de la frase
de la oración (mental o vocal) y luego, se descubrirá una relación inmediata de
esta repetición con el ritmo respiratorio que ya habrá encontrado su cauce.
Como supe decirte en otro mail, cada alma tiene sus
particularidades y es posible que algunos prefieran y les sirva empezar
poniendo la atención en la respiración para luego imprimirle encima de ella el
Santo Nombre. Son modos. Leer la Filocalia (mejor compendio existente sobre la
oración de Jesús) es asistir a diferentes formas, que a veces parecen
contradecirse. Nada de eso. Es solo que somos todos diferentes en algunas cosas
e iguales en otras. Por eso, es difícil ser perseverantes en este camino sin
orientación personal, particular. Aún con las limitaciones que nos son propias,
esa carencia tratamos de paliar.
Te saludo y a tus hermanos invocando a Jesucristo, fuente de
verdadera paz.
Primeros frutos
Estimado amigo, te saludo invocando el Santo Nombre.
Lo que me preguntas es amplio, porque muchos son los cambios
a través de los años durante una práctica sostenida. Sin embargo, te cuento
algunos que destacan:
-Una paulatina disminución de las necesidades.
Lo que se consideraba imprescindible deja de serlo. Uno
encuentra mucha independencia de aquellas cosas que a otros preocupan mucho. Se
nota mucho en lo material. Uno se contenta con menos naturalmente. Es que al
estar en un buen estado espiritual debido a la tranquilidad que brinda la
oración, no se busca el gozo derivado de los objetos, que aunque fugaz, en
general es el único que se conoce.
-Un aumento general de la atención y la claridad perceptual
que de ello deriva.
Uno puede escuchar a los demás con mucha mayor atención por
ejemplo. Esto debido a que no se está tan ensimismado en el “yo”. Este “yo”
suma de deseos e insatisfacciones e inquietudes varias hace de velo que oculta
lo real.
A veces se ha hablado de la Kardiognosia mencionando el
conocimiento que los antiguos staretz tenían de los que acudían a conversar con
ellos. No sé cómo será eso. Lo que sí se es que al atender al otro con toda
disposición uno percibe cosas evidentes que antes no percibía por la
distracción en que se encontraba.
Esta claridad de los sentidos, que parecen “limpiados” por
la oración es muy gozosa al percibir la naturaleza por ejemplo. Y uno llega a
tener experiencia personal de lo que decía un famoso escritor cartujo: “El
contemplativo se extasía ante lo que los demás pasan con indiferencia”. Eso lo
expresa muy bien.
En los primeros tiempos de oración intensa una de las
sorpresas que tuve fue la percepción de las nubes en el cielo. Yo no podía
creer que semejante belleza hubiera estado ante mí tantos años y yo apenas la
percibiera. Eran unas nubes novedosas, increíblemente plásticas y deslumbrante
maravilla. Empecé a sentarme fuera de la celda para ver ese paisaje de cambio
continuo.
Este punto resulta de mucho provecho, porque la existencia
de Dios, en cierto modo se hace tan evidente para uno debido al “espectáculo”
natural, que vivir junto a Él no resulta una entelequia sino una evidencia. Uno
se encuentra en un mundo de maravilla, la bondad de Dios se hace muy elocuente
y se agudiza la capacidad de ver a lo que suele llamarse doloroso como el
proceso necesario de la conversión.
“Una clara distinción de lo esencial con respecto a lo
accesorio”
Uno tiene clara conciencia de lo que es importante en la
vida de lo que no lo es. Se simplifica mucho todo. Dos, tres cosas de relieve y
con sentido, no más hay en la vida. Lo demás resulta mampostería intercambiable
al modo de los teatros ambulantes. Esto permite concentrar las propias fuerzas
en aquello que vale la pena y ahorra tiempo y energía para la contemplación.
Espero haber respondido en parte tu inquietud.
Te mando un abrazo, invocando a Jesucristo, fuente de paz
verdadera.
Sobre el silencio
Te saludo invocando el Santo Nombre.
Me alegro mucho de tu práctica y de lo que me cuentas. Ese paso desde la
repetición de sonidos hasta la oración sentida hacia la persona de Jesús, es un
don inestimable. Me dices:
Me siento dos veces por día en silencio, y en ese momento ya
es otra cosa, pues comienzo con la plegaria pero me invade la respiración, y
termino quedando en silencio. Cuando me distraigo vuelvo a la plegaria.
Yo te digo: Está muy bien así, como lo haces. La oración es
un medio hacia el silencio. Uno ya no llama al que se ha hecho presente, sería
hacer ruido en la casa del Señor. ¿En ese silencio que describes, sientes su
Presencia callada y amorosa? Entonces no debes aplicarle nada a ese silencio. Y
cuando te distraes vuelves a la plegaria como si se tratara de una escalera
ascencional o de un llamar a la puerta del silencio nuevamente. Sigue así.
La respiración consciente es oración, pero te digo
más: Estar consciente es oración. Pero claro habría que tomarnos el tiempo
en alguna carta en abundar a que nos referimos con consciencia. Sin embargo en
síntesis puedo decirte que estar consciente y estar en la Presencia son lo
mismo. Estar consciente de si mismo, es lo que tradicionalmente se ha llamado
“conciencia de si”, no es distinto a la vivencia de la Sagrada Presencia,
porque uno se da cuenta que está sostenido en Dios en todo momento. Uno percibe
a Dios como el tejido en el cual todo se enlaza de modo perfecto. Se produce la
coincidencia de los opuestos.
Fíjate solamente que ese silencio no sea un sopor que
haciéndose pesado lleve al sueño de continuo. Eso no está mal pero no es el
silencio al que puede acceder quien profundiza la práctica.
El silencio al que nos referimos es mas bien una plena atención despierta y pacífica con el cuerpo en total relajación y “como dormido”, esto es, sin molestias y en vibración tenue y cálida.
El cuerpo se relaja sin esfuerzo como resultado del nivel en el que la conciencia atencional se está moviendo. Tu sabes: Lo dijo el monje Nicéforo: “En la atención yace el poder de resistir todo lo que pueda venir”.
El silencio al que nos referimos es mas bien una plena atención despierta y pacífica con el cuerpo en total relajación y “como dormido”, esto es, sin molestias y en vibración tenue y cálida.
El cuerpo se relaja sin esfuerzo como resultado del nivel en el que la conciencia atencional se está moviendo. Tu sabes: Lo dijo el monje Nicéforo: “En la atención yace el poder de resistir todo lo que pueda venir”.
Te mando un saludo fraterno invocando a Jesucristo, fuente
de paz verdadera.
Sobre apostolado
Invocando a Jesucristo trato de responderte esta pregunta.
Por una parte, cuando la Hermana dice: “con esta
transformación que se está produciendo en mi vida” está hablando de algo que
sin duda repercute en su medio. Su transformación ha de ir irradiando en sus
actitudes y conductas y eso servirá sin duda a quienes la rodean. Pero es
de mucho interés si se puede sostener un voluntariado semanal de la preferencia
de cada quién.
Los monjes del desierto de los primeros tiempos del
cristianismo, hacían cestas que daban a los pobres para su venta por ejemplo. O
acudían a asistir algún enfermo. Cualquier actividad, por mínima que sea, que
nos obligue comprometiendo el cuerpo y la conducta a servir a los demás, es un
buen “cinturón” que nos mantendrá ajustados a la vida de los hermanos que nos
rodean y que están a lo mejor alejados de la vida contemplativa.
Además, es bueno “poner a prueba” el silencio adquirido.
Porque no se ha probado lo que no se ha sacado al medio. Una nueva medicina
puede ser muy buena en el laboratorio, pero recién se aprueba cuando se la
experimentó en las personas. Del mismo modo, la tranquilidad lograda en la
celda, en nuestra soledad, debe mantenerse cuando nos rodea el tumulto y la
agitación. Sino es una paz todavía dependiente de la circunstancia. Lo que nos
debe impulsar a profundizar aún más la oración.
Ahora, quién no tiene este problema de conciencia, a quién
esta pregunta no se le ha suscitado, que no se preocupe, porque quizás no es el
momento adecuado para iniciar un apostolado externo. Cada alma es
particularísima. A lo mejor, alguien se está iniciando en la oración y
encontrando en ella paz y quietud nuevas. Forzarse a un voluntariado quizás lo
saque de centro dificultándose luego el regreso.
La oración es en si misma un apostolado. Del mismo modo que
una actividad apostólica activa, es oración. Aquí lo importante es la voz del
espíritu que nos impulsa y nos llama a una u otra actividad. Como el caso de
esta hermana, que quizás deba hacer algún voluntariado y ver si de ese modo
acrecienta la paz de su corazón.
La actividad con enfermos graves, moribundos, no es nada
fácil y tampoco todos están llamados a ella. Simplemente hago mención, a que es
uno de los apostolados activos más compatibles con la contemplación y con la
oración de Jesús. Esto por varias razones. Por ejemplo: Los enfermos necesitan
que los acompañe alguien que sepa escuchar, o que permanezca en silencio,
alguien que sepa orar con profundidad interior.
¿No quisiéramos
nosotros que en nuestro lecho de muerte, alguien que repita el Nombre de
Jesucristo en su corazón, estuviera a nuestro lado? ¿Aunque solo nos tome de la
mano?
La presencia de la muerte inminente es un acicate excelente para la oración profunda en el corazón. Uno se sitúa ante las cosas desde otra perspectiva.
La presencia de la muerte inminente es un acicate excelente para la oración profunda en el corazón. Uno se sitúa ante las cosas desde otra perspectiva.
Estados internos
Trato de
responderte según lo que percibo en tu pregunta. Es algo importante.
Llegar al
corazón, como recinto interno, corporal y espiritual a un tiempo, donde habita
la luz de Cristo inmaterial, pero perceptible claramente aún en esta tierra, es
un bien inestimable, porque brinda una paz inalterable, que no se inmuta ante
los vaivenes de las circunstancias.
Ahora bien, como
decía un Padre ya fallecido que nos daba charla cuando jóvenes: “esto no
tiene por qué ser más sencillo que recibirse de letrado o de ingeniero.”
Sin embargo
sabrás por lecturas, (Filocalia) que allí se dice que es un camino rápido que
sin fatiga y sin dolor, conduce al corazón. Esto es cierto en cuanto a que, si
se hace como se debe, en relativamente corto tiempo brinda frutos claros. Pero
otra cosa es la consolidación de la oración.
Para ello no hace falta fatiga y dolor pero sí una firme determinación,
una decisión clara de progresar hacia la meta. Si quieres, la misma
determinación que los estudiantes adoptan antes de un examen. Pregunta en
vuestros grupos…¡Cuántas horas han estudiado antes de aquella materia aprobada?
Verás que varias. y…¿Cuántas horas de oración tan concentradas se ha efectuado?
Verás que en general, el esfuerzo
aplicado con permanencia es menor.
¿Pero es que se
valora más una materia que la oración? No. Lo que sucede es que uno sabe que si
almacena en la memoria los datos de la materia será aprobado con toda
probabilidad. Es decir, se tiene fe que a cierto nivel de estudio se aprueba. Y
no se tiene la misma fe en que repitiendo una frase, vaya a alcanzarse la
impasibilidad, conocida como apáteia, que no es indiferencia sino paz
imperturbable. ¿Comprendes?
Mi humilde tarea
asignada, en parte, tiene que ver con ello. Dar testimonio que permita creer
hoy en día en la veracidad de este camino. Simplemente decir… Su Nombre salva y
es cierto y comprobable. Otros caminos son también muy eficaces. Del mismo modo
que en el estudio, es posible atravesar etapas de tedio, o donde uno no percibe
progreso sensible, aunque si continúa a nivel espiritual.
Los primeros
tiempos, no debe evaluarse el progreso a nivel sensitivo, porque sería una
evaluación muy parcial. Somos mucho más que los sentidos. Pero es cierto que la
experiencia de vida nos llega a través de ellos. Pero no olvides, que los
sentidos son los corporales y los espirituales. Con los corporales percibimos
el rico sabor del dulce por ejemplo y con los espirituales lo ético de una
acción, la bondad de una persona etc.
Los primeros
frutos de la oración de Jesús son simples. Uno se torna mejor persona. La
gracia actúa de modo no reconocible sino en proceso. Uno mira hacia atrás luego
de un tiempo y dice…mi vida ha mejorado… trato mejor a los demás, sufro mucho
menos lo que antes me desesperaba, necesito menos cosas, no me asusta el
silencio, etc.Todo esto que te digo, un poco más extenso que lo
deseable, es para esa sensación de estancamiento que me comentas.
Quién se dispone
a esto debe prepararse para un trabajo intenso de varios años. Varios años
pasan hasta que uno se da cuenta que no puede vivir sin repetir la oración del
Nombre de Jesús. Varios años pasan, hasta que olvidarla se hace inconcebible.
Sencillamente sería como no respirar. Puedo decirte que esto es el cielo en la
tierra. Se hace real aquello de que el Reino esta aquí.
Pero es parte de
la puerta estrecha de la que habla El Señor, claro que sí. Lo estrecho es ir
renunciando a los propios vagabundeos mentales que identificamos como nosotros
mismos desde muy pequeños. Es más, uno debe sentirse llamado a esta simpleza,
de otro modo hasta resulta ofensivo que a uno le digan: “Deje de lado sus
pensamientos”. No es que todo lo que uno piensa no sirva, es que en general, no
se piensa, se divaga. Se que vuelvo sobre lo que te decía en mi carta, pero
vale la pena.
Pensar es
ordenar, clasificar, inferir con una tesis a la vista, deducir con método y eso
esta muy bien. Pero es muy raro que se haga. Pensar es casi ciencia. Divagar es
sueño y dilatación del cuerpo de la que habla San Pablo en los textos
evangélicos que te recomendé.
En cuanto a la
angustia, el descontento y demás, las causas por supuesto no radican en la
oración (tal vez la oración permite advertir esos estados) sino en
contradicciones interiores no resueltas. Uno suele tener claro lo que debe
hacer, sin embargo hace otra cosa. En cualquier orden de la vida. Por eso es
que te decía que hay cosas particulares que cada uno que desee podrá escribir o
comunicar en privado o como deseen.
En general te
digo:
Nos olvidamos que la existencia toda, todo lo que somos, pensamos, sentimos y hacemos, todo lo que hemos concebido e imaginamos… toda la existencia nos ha sido dada gratuitamente y con un sentido profundo que nos sobrepasa en comprensión, más allá de lo revelado y aceptado. Entonces, como nos olvidamos de ello, nos quejamos, nos frustramos por querer algo que no se da, andamos como fastidiados… nuestro papel es similar a aquel que viviendo en casa prestada generosamente, increpa al benefactor por la mancha del piso de parquet en el rincón.
Nos olvidamos que la existencia toda, todo lo que somos, pensamos, sentimos y hacemos, todo lo que hemos concebido e imaginamos… toda la existencia nos ha sido dada gratuitamente y con un sentido profundo que nos sobrepasa en comprensión, más allá de lo revelado y aceptado. Entonces, como nos olvidamos de ello, nos quejamos, nos frustramos por querer algo que no se da, andamos como fastidiados… nuestro papel es similar a aquel que viviendo en casa prestada generosamente, increpa al benefactor por la mancha del piso de parquet en el rincón.
¿Sabes? El
fastidio, aburrimiento, sensación de frustración, angustia, ansiedad,
estancamiento y otras por el estilo son muy útiles. Todas esas sensaciones le
avisan a uno que no está atento a la Presencia del Señor. Esta presencia no es
un “saber que Dios existe”, sino un sentirlo presente en la mirada, en el aire,
en los sucesos que discurriendo tienen un lenguaje particular que sigue
redimiendo todo y a todos.
Dios existe. Vive
y está presente. Tu sabes…en Él nos movemos y existimos…eso puede ser una
experiencia personal permanente y no ocasional, fugaz y nunca repetida.
Cuando se repite el Nombre, se hace más intensa la Presencia de Cristo que siempre está presente. ¿Por qué? Porque doy mi consentimiento a su acción. Entonces Él actúa. Más allá de lo que mi ego crea conveniente. La purificación se va produciendo según Su gracia.
Cuando se repite el Nombre, se hace más intensa la Presencia de Cristo que siempre está presente. ¿Por qué? Porque doy mi consentimiento a su acción. Entonces Él actúa. Más allá de lo que mi ego crea conveniente. La purificación se va produciendo según Su gracia.
Te saludo a ti y
a todos tus amigos invocando el Santo Nombre de Jesucristo.
Carta 9
Estimadas amigas
y amigos, los saludo invocando el Nombre de Jesucristo, en el cual se encuentra
la plenitud de la gracia si se lo repite con fe y frecuencia.
Si se vive la
enseñanza de Cristo con coherencia, es decir, si la buena noticia por Él
anunciada se toma como regla de vida de manera profunda y radical, se
experimenta la gracia como una variedad de bienes espirituales que se asientan
en el alma.
Sin embargo,
vivir según el mensaje de Nuestro Señor no es cosa fácil; para ser consecuentes
con él se requiere una fe fortalecida. Ser cristiano en el sentido más cabal de
la palabra implica ser de Cristo, pertenecerle y tenerle como guía y maestro.
No es posible
imitarle, ni actuar según sus dichos con una fe vacilante, esta no permitirá
correr los riesgos que el Evangelio implica.
La palabra del
Señor no siempre se adecúa a lo que se considera el “sentido común”, es más,
muchas veces se le opone.
¿Cómo puede
ponerse la otra mejilla? Y ¿Cómo entregar también el manto?
Pondrá la otra mejilla
quién confíe en que la enseñanza evangélica es palabra de Dios. Entregará
también el manto, aquel que abriga la certeza de que El Señor no le dejará
desamparado.
Porque si es Dios
quien habla a través de la escritura… ¿podemos no seguir sus recomendaciones y
dictados? Somos hombres de poca fe. Muchas veces se describen luchas interiores
que no serían tales si tuviéramos fe. Porque si creo, lucho y gano la batalla.
Al ser casi
inexistente la fe en el mundo actual, no se manifiesta con frecuencia lo milagroso
y al no manifestarse lo milagroso más se profundiza la falta de fe. “Yo
tendría más fe si viera alguna señal…” y no habrá señal alguna, porque los
signos vienen luego de la fe, ella es el marco en que lo Divino se hace
palpable.
¿Pero cómo tener
fe, cómo adquirirla? Porque se dice “sino la tiene, pida la fe” y
está muy bien dicho, pero ¿qué clase de oración será esa, sin la fe?
El Señor no viene
sino allanamos sus senderos y abrirle los caminos a Jesús es adecuar nuestra
vida a su enseñanza, reconocer nuestros pecados y determinarse a cambiar,
decidirse a una conversión de vida.
La fe es similar
a un salto. Uno está en un sitio y debe saltar hacia el otro sitio, superando
un vacío que se halla entre los dos lugares. Se requiere de un acto, de una
decisión previa al salto, que nos dinamiza y nos permite ejecutar el
movimiento. Se necesita el arrojo de atravesar el vacío hasta que se llega a la
nueva tierra.
Uno no ha de
empezar por saltos grandes. Pero se puede acrecentar la fe ejercitándola. ¿Cómo
ejercito la fe, que clase de acto interior es la fe? Si prestamos
atención, veremos que en cada momento de nuestra jornada, en cada situación, se
presentan al menos dos opciones o posibilidades:
La una es oscura
y lleva al desaliento, al pesimismo, al temor y la crispación. La otra tiene
luz y es afirmativa, implica una cierta actitud positiva, es una sensación
anticipada del bien, como un anuncio de lo bueno que vendrá.
Estas opciones se
presentan de continuo y son la base del libre albedrío, son nuestro principal
margen de libertad. Este andar en selva oscura o en camino franco y abierto, de
horizontes despejados, es antes que nada el resultado de una posición
espiritual interior.
¿Creo que he sido
creado con amor, por un Dios que además es Padre providente y que permanece en
mi corazón mediante la redención de Jesucristo? ¿O creo en un azar caótico
fruto de la mecanicidad atómica de los elementos del éter, que inanimados
convergieron para producir esto que llamamos universo?
¿Creo que la vida
humana tiene un sentido trascendente y que mi vida como persona particular
también encuentra su lugar y su finalidad en el plan de Dios? ¿O creo que
cuando muera no quedará nada ni de mi, ni de mis afectos, ni de mis ideales, ni
de mis más profundas emociones?
¿Creo que todo
sufrimiento puede ser redimido, que toda impureza purificada, que todo error
corregido? ¿O creo que fatalmente lo mal hecho mal queda y que para el dolor el
único alivio es la alienación y la muerte?
Entre estas vías
mi corazón encuentra su inclinación de manera clara y al inclinarse esta ya
caminando por una de ellas. Hace falta darse cuenta de por cual se está andando
y si es por la justa senda, ir haciéndonos coherentes con lo que creemos.
La fe se
manifiesta como una inclinación del corazón y se fortalece como elección
consciente. Esa tendencia del corazón es gran parte de lo que somos y la
constancia en la elección gran parte de lo que seremos.
El día que
sepultamos el cuerpo de mi madre, profundice mucho mi fe. En el
camposanto, atravesado por un viento helado, miraba descender el ataúd a la
fosa y percibía los rostros de todos, reflejando un temor inadvertido. Me
acordé de sus abrazos y de su calidez y de algunos gratos momentos y sentí una
emoción tan profunda que se diferenciaba de los sentimientos habituales,
incluso para este tipo de ocasiones.
Era una emoción
intensa y callada e interna que no podía precisar adecuadamente. Con el
transcurrir de las horas comprendí el motivo de esa calidez y de esa extraña
felicidad profunda.
Me di cuenta que
tenía fe y que era muy fuerte y que orillaba la certeza.
La fe es una
fuerza, un acto propio del corazón que se derrama en lo que ve y toca y hace.
La fe es la fuerza espiritual del hombre que se une a la fuerza de Dios, a su
gracia y a su designio.
Todo inicio o
comienzo se funda en la fe. Cuando recibimos a un niño en el mundo, cuando
formamos una familia, cuando acometemos algún nuevo proyecto, cuando
consagramos nuestra vida, cuando al despertar salimos de la cama hacia las
actividades, cuando respiramos, cuando alabamos, cuando abrazamos…estamos
creyendo, todo ello se sostiene en la fe.
La fe es un
cierto “si”, es la aceptación de María Virgen, la voz de Aarón, el rostro resplandeciente
de Moisés, la determinación de Abraham, la paciencia de José cuando fue llevado
a Egipto y la confianza de José, el carpintero de Nazaret.
Cada profeta es
“fe” encarnada. La fe sostiene a Elías y le hace irse solitario y cubrirse el
rostro ante la brisa. Juan el bautista es la fe atravesando el desierto de la
historia.
La fe es una
fuerza muy misteriosa. Es tan poderosa la fe que Nuestro señor no realizó
muchas curaciones allí donde había poca fe, y nos dijo, que hasta “las montañas
se moverían” ante la orden de aquel que tuviera fe.
La oración de
Jesús es un acto de fe en el Nombre de Jesucristo, en su presencia viva entre
nosotros, en su virtud salvífica y transformadora del alma humana. La
oración de Jesús no se consolida en la persona sino crece como acto de fe.
Luego de
acostumbrar la mente a la oración es preciso crecer en la fe de manera que a
través de ella descienda al corazón. Así, cada jaculatoria se hace acto de fe
en el poder del Nombre que esta por sobre todo nombre.
(Lectura recomendada:
Marcos 11, 20-25)
La ansiedad
El apuro y la
prisa, cierta inquietud general, son una señal de la ansiedad, que desde el
interior, está guiando nuestras acciones.
La ansiedad
muestra inequívocamente la presencia de una apetencia personal motivando el
movimiento.
No apurarse,
hacer con profundidad, como si de liturgia se tratara.
Hacer bien lo que
hagamos es ofrenda valiosa para Dios y los demás y eleva nuestro espíritu.
Esperar en Dios
La oración de
Jesús… es vivir la soledad del corazón, y el vaciamiento de sí mismo.
Lo más importante de esta oración es “Esperar en Dios y vivir en su presencia”,
en humildad, alejando toda soberbia espiritual…
Es necesario un
total vaciamiento interior y liberación de todo lo que perturba la paz
interior. (Texto extraído de
la presentación del libro “Relatos de un peregrino ruso” ) – Edición crítica
– Ed. Lumen. Pag. 11 – Buenos Aires 2006
Fuente: Libro " La Oración de Jesús" del Hno. Esteban de Emaús.
Nektarios A.