LA MAGNANIMIDAD DEL PERDÓN
ABRAHAM M. KOKALI, teólogo y orador.
El amor siempre perdona ¿Cuándo llegamos a la perfección? El padecimiento de Sapricio 4. PARA QUE SEA PACÍFICA LA CONVIVENCIA CON NUESTROS FAMILIARES, Y TENGAN ARMONÍA NUESTRA COLABORACIÓN CON LAS OTRAS PERSONAS. Las herencias, frecuente causa de discusiones |
5. PERDONEMOS DESDE EL FONDO DE NUESTROS CORAZONES Perdonando, primero nosotros somos beneficiados. José el “Bellísimo” (José de Egipto) perdona a sus hermanos |
0. INTRODUCCIÓN.
La parábola de los talentos del Evangelio de Mateo (25, 14-30 ) demuestra una virtud excelente, la del perdón. Demuestra una ventaja de los cristianos, que nos da la posibilidad de llegar a ser iguales que el Dios, tanto como nos es humanamente posible. Motivo para esta parábola nos ha dado el Apóstol Pedro, quien se acercó al Divino Maestro y le preguntó: “¿Hasta cuántas veces he de perdonar al hermano que me ofenda? ¿Es suficiente con siete veces?” Probablemente estuviese influenciado por la tradición hebraica, que decía que hasta tres veces debemos perdonar a aquellos que nos ofenden.
El mismo tenía toda la buena intención para perdonar más veces. Comentan los intérpretes eclesiásticos que el aumentar el número de tres veces a siete por su parte se consideraba como un hecho significativo y a él como un hombre muy piadoso. Quizás esperaba escuchar algún elogio por parte de Jesucristo por su buena intención.
El amor siempre perdona.
Jesucristo le respondió que el amor siempre perdona. No te digo que le perdones hasta siete veces, sino “setenta veces siete”. La frase “setenta veces siete” no ha de ser interpretada como setenta y siete veces, sino setenta veces siete, es decir un número ilimitado de veces.
Explica el gran intérprete de las Sagradas Escrituras San Juan Crisóstomo que esta cantidad no representa un número concreto de veces, sino que se refiere a lo infinito, a lo continuo, a lo eterno. Así como “un millón de Gracias” no se interpreta como exactamente un millón de Gracias , sino incontables, así mismo setenta veces siete no se interpreta como cuatrocientas noventa veces, sino ilimitadas. No es necesario que contemos cuántas veces nos ha ofendido un hermano. Tantas como nos haya ofendido, tantas le perdonaremos.¡Perdón infinito, perdón sin límites!.
Pero la parábola de los talentos, que el Divino Maestro dirigió a sus oyentes ( Mt. 18, 23-35), demuestra que el perdón hacia nuestros hermanos ha de ser ilimitado. ¡Amor sin límite!
La parábola de los talentos
Es conocida la Parábola de los talentos. “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos”.
En la antigüedad había muchos tipos de talentos, el griego o ático, el egipcio, el babilónico, el talento romano. En el Nuevo Testamento, se hace referencia al talento babilónico que pesaba cincuenta y ocho kilos y novecientos gramos. Esto significa que los diez mil talentos pesaban quinientos ochenta mil novecientos kilos de plata o de oro que si se venden dan una cantidad de dinero enorme. Esta cantidad astronómica el siervo la había obtenido de los impuestos, pero no la había depositado en los depósitos del reino. Lo utilizó para su propio beneficio.
Tras el control, el escándalo fue conocido, y el esclavo fue arrestado. La decisión de condena, estricta, pero justa, salió de la boca del rey. Dio orden de que lo vendieran, junto con su mujer y con sus hijos, para liberarse parte de su deuda. A continuación, los miembros de su familia se convertirían en esclavos. ¡En un sitio él, en otro su esposa, y en otro sus hijos!.
El siervo cuando comprendió lo que le esperaba, pidió al rey que tuviese piedad, que se compadeciese y no fuese tan severo. Cayó a sus pies y le suplicó, diciéndole: “Ten misericordia de mí, dame un poco más de tiempo, ten misericordia. Espero todavía un poco más y buscaré darte todo lo que te debo.” Entonces el rey fue movido a misericordia, y le perdonó toda la deuda. Le permitió que se fuese y que se uniese con su mujer y sus hijos.
Yéndose el siervo, se encontró en el patio del palacio con otro siervo compañero suyo de trabajo. Se acordó de que le debía cien dinares, cantidad muy pequeña comparada con los diez mil talentos. Un talento equivalía con seis mil dinares. Esto significa que el primer siervo debía a su señor sesenta millones de dinares, mientras que el segundo siervo debía a su compañero cien dinares. Entonces la cantidad que debía el segundo siervo a su compañero era seiscientas veces más pequeña que la cantidad que debía el primer siervo a su señor.
Si queremos ver la diferencia entre las dos deudas con una medida distinta de comparación, podemos recordar que el salario del día era de un dinar, como se dice también en la parábola del buen samaritano. De acuerdo con este tipo de medida, el segundo siervo debía a su compañero 100 sueldos, mientras que el primero debía a su señor ¡sesenta millones de salarios!
Los dos métodos de comparación con números entre las dos cantidades muestran que no se puede hacer ninguna comparación entre las dos deudas. Aún así, el primer siervo exigió de su compañero que le diese enseguida lo que le debía. Le echó la mano al cuello y le amenazó con ahogarle, diciéndole con fuerte voz: ¡Quítame ahora mismo la deuda de todo lo que me debes!
Pero el segundo siervo no podía pagar lo que debía y le pidió misericordia a su compañero. Se puso de rodillas, y le rogaba diciéndole: ten un poco más de paciencia e intentaré devolverte el dinero que te debo.
Lo más lógico es que el siervo recién perdonado hiciese algo similar a lo que hizo con él su señor. Que perdonase también él a su siervo, ya que hace poco también él había sido perdonado. Pero el siervo perdonado no mostró clemencia. Llevó a su compañero al juzgado y fue encarcelado por cien dinares.
El triste evento no pasó inadvertido. El inhumano comportamiento del siervo malvado provocó una mala impresión y fue negativamente criticado. La noticia llegó al rey, quien le llamó a declarar, diciéndole: “Siervo malvado”, te perdoné una deuda enorme, porque me lo suplicaste. “¿No tenías que haber perdonado tú también a tu compañero, tal como yo te perdoné?” (Mt. 18, 33) Enfadado le entregó a los torturadores, hasta saldar la deuda.
Concluyendo el divino Maestro la Parábola, añadió estas duras palabras: “Si no perdonáis de corazón a cada uno de vuestros hermanos sus faltas, tampoco mi Padre Celestial os perdonará” (Mat. 18, 35)
Así hará también con vosotros mi Padre que está en los Cielos, si cada uno de vosotros no perdona de todo corazón al hermano.
El rencor es un sentimiento diabólico
Sabemos quién es el rey de la parábola. Es el “Rey de reyes, y Señor de señores” (1 Tim. 6:15). ¡Tan filántropo y misericordioso es el Señor! Con qué majestuosidad y clemencia se comporta ante su siervo. Le perdona la enorme cantidad de su deuda. ¡Nos perdona también a nosotros, sus hijos, que pecamos diariamente y somos deudores de miles de talentos!
Dado que el Señor de señores se comporta con tanto amor hacia sus creaciones, lo mismo estamos llamados a hacer nosotros. Imitemos a nuestro prototipo eterno, nuestro Señor y Dios, y perdonemos a los que nos han ofendido. Tengamos un amplio corazón y mostremos sentimientos filantrópicos sobre nuestros compañeros que padecen como nosotros. No actuemos como el malvado siervo de la Parábola. No nos comportemos con crueldad e inhumanamente con los que nos agravian. No es de hermanos llevarles ante el juez y que sean encerrados por cien dinares.
Pero en realidad, ¿los perdonamos? ¿Les hacemos un espacio en nuestro corazón? ¿Quizás nos mantenemos a distancia? ¿Tal vez permitimos que la enemistad envenene nuestro alma?
Tristemente, muchas veces no damos un lugar en nuestro corazón. Los mantenemos distantes. Pasan días, semanas, meses, años y nosotros continuamos recordando la injusticia que nos han hecho. La traemos a nuestra memoria y nos amargamos. Y cuanto más nos amargamos, más se hincha en nuestro interior la pasión por la venganza.
Algunas veces llegamos a acciones extremas. Y actuamos peor. Mostramos tan grande rechazo sobre los que han cometido alguna injusticia sobre nosotros que no podemos ni mirarles a la cara y los criticamos despiadadamente.
Buscamos exigentemente el restablecimiento de lo justo. Les amenazamos levantando la voz. Les llevamos obstinadamente al juzgado. Nos complicamos con procesos judiciales interminables.
¡Qué ruin y esclavizante es el sentimiento del rencor! Desde que queremos que le pase algo malo a nuestro hermano, es como si quisiéramos matarle. En cuanto a la disposición, somos asesinos aunque no tengamos un arma en la mano. El rencor es equivalente al homicidio, según las palabras de la Santa Escritura: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida” (1 Jn. 3, 15)
Entonces el sentimiento del rencor es una manía diabólica que inferna al hombre. Expulsa del todo la Gracia de Dios. Y cuando el hombre está abandonado del Espíritu Santo, ¿qué esperanza de salvación puede tener?
Dice San Juan Crisóstomo que nada llena más el alma de impureza, que el rencor que anida dentro de nosotros (21 Homilías a las estatuas, EPE 32, 633). Nada rechaza y desagrada más a Dios, que el hombre que es rencoroso y mantiene maldad a su hermano en su corazón.
El Señor en la Parábola de los talentos al siervo malo le denomina “malvado” (gr. poniró), porque mantuvo rencor en su corazón sobre su compañero.
La grandeza de perdonar
Quien ama de verdad, no se comporta como el siervo malvado, sino como el rey de la Parábola. No hace mal a los demás, ni recuerda el mal que le hicieron. “El amor no guarda rencor” (1 Cor. 13, 5)
Lo olvida. Perdona. Da lugar en el corazón, para que quepa el hermano. Qué grande y majestuoso es perdonar a los que nos han hecho algo malo. El perdonar eleva hasta lo alto nuestra grandeza espiritual. Otorga nobleza espiritual y excelencia. Nos ayuda a comportarnos con paz y valentía espiritual. ¡Como Dios lo quiere!
En este pequeño libro explicaremos con sencillas palabras por qué debemos perdonar a los que nos ofenden.
1. PARA SER SEMEJANTES A DIOS
Primero debemos perdonar a los que nos han ofendido, para ser semejantes a Dios. ¿Qué hace el Dios Triádico? “Misericordioso es nuestro Dios”. (Sal. 116, 5). Su misericordia nos rodea. ¡Es todo amor! Grandemente misericordioso y compasivo. Nosotros pecamos diariamente, y Dios amplía su misericordia esperando nuestro bello regreso. Nosotros transgredimos Su ley y sus establecimientos, y Él continúa trabajando por nuestra salvación. Se compadece de nosotros tal como estamos caídos y muestra a todos su misericordia. Perdona los muchos y grandes pecados “según su gran misericordia y su múltiple compasión”. Cuando nos arrepentimos sinceramente, “abre sus brazos paternales”, y nos recibe de nuevo junto a Él.
La Segunda Persona de la Santa Trinidad, el Hijo Unigénito y Logos de Dios, cuando se encarnó, cuánto amor mostró hacia los hombres pecadores, ¡hacia los enemigos! En toda Su vida en la tierra fue el Indulgente. “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente…” (1 Ped. 2, 23). Hacía bien a todos los hombres sin excepciones. Sanaba “a todos los a todos los oprimidos por el diablo” (Hech. 10, 38). Y cuando nuestro nuestra ingratitud le subió sobre la Cruz, dirigió cálidas súplicas a su Padre Celestial para que perdonases a los que le crucificaron. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lc. 23, 34). “No se quejó a su Padre Celestial de los que le crucificaron, ni tampoco buscó venganza, sino que le rogó que les perdonase. La voz del sacrificado era voz de perdón para los asesinos”, señala San Nicolás Cabásilas. (Sobre la vida en Cristo, logos 6, Epef. 22, 564)
San Nicodemo el Agiorita agrega a los ejercicios espirituales (Estudio 31, 3) que el Primer Mártir Esteban de estas palabras del Señor nos enseñó a decir a los que le lapidaron: “Señor, no les tenga en cuenta sus pecados”. (Hech. 7, 60). San Jacobo el hermano de Jesús aprendió a rogar al santo Dios que perdonase a los que le colgaron con intención de matarle. Y en general todos los santos por estas palabras del Crucificado aprendieron a perdonar a sus enemigos.
Si queremos también nosotros imitar a Cristo, no debemos mantener maldad sobre todos los que nos hayan hecho daño, nos han herido, nos han entristecido. Ya sea que hayan nos amargado con sus palabras, o que con calumnias hayan ofendido nuestra reputación, o que con injusticias nos han hayan hecho daño y hayamos llorado mucho, o que se hayan aprovechado de nosotros en nuestras vidas, ¡tenemos el deber y la obligación de perdonar! ¡Todo y a todos perdonemos!
Nuestro divino Maestro nos enseñó a amar a nuestro enemigos, desear el bien con las mejores palabras a los que nos maldicen, hacer el bien a los que odian y a rezar a los que nos tratan ofendiéndonos, nos menosprecian o nos persiguen. “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. (Mat. 5, 44)
Si perdonamos a los que nos ofenden, ¡nos hacemos semejantes a Dios!. Nada nos asimila más a Dios como otorgar nuestro perdón a los hombres que muestran sobre nosotros o que tratan de cometer injusticias sobre nosotros. El apóstol Pablo en su epístola a los Efesios nos motiva a ser “benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efe 4, 32).
El perdón es expresión de un amor genuino, imitación del Dios del amor. Damos buen testimonio de que somos discípulos de Cristo, como dice el Señor: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. (Juan 13, 35). Perdonando, nos convertimos en verdaderos hijos de nuestro Padre Celestial, Quien “hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. (Mat. 5, 44)
Nos volvemos misericordiosos como también nuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Nos volvemos perfectos, como también Padre Celestial es perfecto. (Mat. 5, 48)
¿Cuándo llegamos a la perfección?
A la perfección, según los Padres de la Iglesia, llegamos los fieles, cuando llegamos al amor perfecto. Y cuando llegamos al amor perfecto, llegamos a Dios. “Y cuando llegamos al amor, llegamos a Dios, y nuestro camino se perfecciona, y cruzamos la isla de este mundo, hacia el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo” (Isaac el Sirio, Logos Ascéticos, logos 72,EPEF 8G, 102)
Los que experimentan el amor perfecto, tienen una conciencia pura, franqueza ante Dios, atraen como imán la Gracia divina, avanzan en la virtud y en la santidad.
Pero, ¿cuándo llegamos al amor perfecto? Cuando dentro de nosotros perdonamos de corazón a los que nos han ofendido. Cuando abrazamos con amor a todos los hombres sin distinciones, sin resentimientos, sin refutaciones.
Los que perdonan a los que les han ofendido o dañado, tienen como inquilino en su corazón al Señor. !Qué experiencia milagrosa, qué vivencia única, qué aGraciado estado!
Cuanto más elevado sea el perdón, más lejos expulsamos de nuestro corazón el rencor. San Juan Crisóstomo nos insta a hacerlo, diciendo: “Hermano, no mantengas rencor en tu corazón. Somos siervos de Aquel que cuando le crucificaron, dijo: -¡Perdónales, porque no saben qué hacen!
Los genuinos siervos de Dios una cosa saben solo, perdonar. Perdonando se asemejan a Dios, ¡verdaderos hijos de Dios Padre!
2. PARA QUE TAMBIÉN SEAN PERDONADOS NUESTROS PECADOS
Pero a pesar de que el perdón sube tan alto, algunos no quieren ni oír hablar de ello. Escuchamos que dicen alguna vez: - ¿Por qué le voy a perdonar, si no hace ni un intento de corregirse? ¿Por qué le voy a perdonar, si sigue sin arrepentirse?...se aprovecha de mi amabilidad. Le saludo y ni me mira a la cara. ¿Solo yo voy a condescender? ¿Cómo es posible eso?”
San Juan Crisóstomo responde: Dios se hace hombre, es humillado y sacrificado para el hombre, muestra tan gran condescendencia, sufre tantos padecimientos por nuestro bien, ¿y tú todavía preguntas que cómo es posible perdonar al que te ha ofendido? “.
¿Por qué nos oponemos, cuando oímos hablar de perdón? Normalmente deberíamos nosotros mismos buscar perdonar a los demás, sin que nos lo pidan. Nos conviene hacerlo. Es beneficioso para nosotros. Nuestros pecados son perdonados.
Nuestro Padre acepta nuestro arrepentimiento y perdona los muchos y grandes pecados nuestros, pero con la necesaria condición de que perdonemos nosotros también a los que nos ofenden hacen daño. El Señor da tanta importancia al perdón que la establece como requisito para que sean perdonados nuestros pecados. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”. Y para mostrar cuan firmemente tiene vigor este requisito, lo formula también en negativo: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6, 14-15).
Tiene lugar diríamos un acuerdo entre Dios y los hombres. Rogamos a nuestro Padre Celestial que perdone nuestros muchos pecados con la conocida solicitud de la oración del Padre Nuestro: “…y perdona nuestras ofensas”, y a la vez certificamos: “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “Perdónanos la deuda de nuestros innumerables pecados, así como también nosotros perdonamos a los que nos deben, dado que han sido injustos con nosotros”. Este acuerdo “nos hace señores del perdón de nuestros pecados”, acentúan los sagrados interpretadores. Nos da la autoridad de que dependa de nosotros si nos son perdonados nuestros pecados o no.
San Juan Crisóstomo escribe: “Exactamente a ti te hizo criterio del perón de tus pecados el santo Dios. Si perdonas poco, poco te será perdonado. Si perdonas mucho, te será perdonado mucho. Si perdonas desde el fondo de tu corazón con sentimientos sinceros, así también te perdonará a ti Dios. Si después del perdón le haces también amigo tuyo, así se colocará Dios ante ti.
Dios quiere que sean perdonados nuestros pecados, pero algunas veces no se lo permitimos nosotros. El término que pone para que sean perdonados nuestros pecados es tan favorable, que constituye una buena obra para el hombre. Nuestros pecados respecto a Dios son incomparables mayores comparados con las faltas de nuestros hermanos hacia nosotros. Los cien dinares que ellos nos deben son prácticamente nulos frente a la enorme deuda del millón de talentos. Además nosotros pecamos frente a nuestro Dios y Señor que nos llena con Sus energías visibles e invisibles, mientras que los hombres pelean contra compañeros que padecen como ellos, a quienes no hemos beneficiado en nada o en lo más mínimo. Nosotros perdonamos por necesidad, sin embargo Dios no tiene ninguna necesidad. Nosotros perdonamos a otros siervos como nosotros, mientras que Dios perdona a Sus siervos.
El cumplimiento de los pactos por parte de Dios es algo dado por supuesto. En ningún caso es posible que sean infringidos. Por desGracia muy a menudo son infringidos por nosotros. Pero debemos conocer que cuando infringimos los términos del pacto, obstaculizamos la eliminación de nuestra deuda. Porque, no perdonando a los que nos han ofendido, tampoco Dios perdonará nuestros pecados.
En el libro de Sabiduría Sirac del Antiguo Testamento es desarrollado por muchos que es inconsistente guardar el hombre odio contra su compañero y que pida “ayuda y remedio al Señor”. Es inconsistente pedir misericordia de Dios y que el mismo no la tenga hacia su compañero compaciente. Es inconsistente pedir el bien a Dios y que quiera que le pase algo malo a su compañero. ¿Cómo le va a perdonar Dios, si el mismo no perdona al que le ofendió? “¿Hombre que a hombre guarda rencor, y del Señor pide curación? ¿De un hombre como él no tiene piedad, y se fija en sus pecados?...” (Sab. Sirac 28, 3-4)
Son perdonados los pecados de aquel que perdona a los demás. Mientras que los pecados del que mantiene enemistad en su corazón permanecen sin ser perdonados.
Algunos se alaban a sí mismos diciendo: “Por el mal que me ha hecho hasta morirme, no le voy a perdonar”. Otros dicen: “Por el mal que me ha hecho, nunca podré perdonarle”. Y otros dicen: “No quiero que venga ni a mi funeral”.
¿Por qué cultivas tales pensamientos destructores, hermano? A ti mismo te dañas, si no perdonas. No hagas eso. Expulsa lejos de ti el malvado pensamiento. No te vayas de este mundo con rencores. Intenta perdonaros mutuamente, con el que estás amargado. Toma y ofrece al completo tu perdón. Si perdonas, primero tú te pacificarás interiormente y darás tu último respiro en paz. Si no perdonas, expulsarás la Gracia de Dios y puede que te encuentres infernado.
El padecimiento de Sapricio
Es ilustrativo del Santoral de la Iglesia el padecimiento de Sapricio, quien no quiso perdonar a Nicéforo. Sapricio era sacerdote y Nicéforo laico. Ambos están unidos en una fuerte amistad. Pero entró entre ellos la envidia, y su amistad se convirtió en un odio implacable. Eran entonces años de persecución y Sapricio fue llevado al martirio. Las primeras torturas las soportó con valentía. El gobernador romano viendo que Sapricio no se rendía, dio la orden de decapitarlo. En cuanto Nicéforo fue informado de que Sapricio iba a ser martirizado, corrió a pedirle perdón. Nicéforo con lágrimas en los ojos le suplicó, diciéndole: “Yo te perdono con todo mi corazón. Perdóname tú también.” Pero Sapricio continuaba diciendo: “Yo no te perdonaré jamás.” Pero cuando vino el momento de su decapitación se aterrorizó y preguntó al verdugo que levantó la espada para cortarle la cabeza: “¿Por qué quieres matarme?”. “Porque no reverencias a los ídolos”. “¿Por eso me torturas?”, volvió a preguntar Sapricio. “Niego a Cristo y reverencio los ídolos”.
!Qué pena! Sapricio negó su fe y se infernó. ¡Era sacerdote de Dios y después se convirtió en sacerdote de los ídolos! Todo esto le pasó, debido a que no perdonó a su hermano Nicéforo. Mientras que Nicéforo le pidió perdón con su corazón a Sapricio, atrayendo así la Gracia de Dios, y confesando su fe, ganó la corona del martirio y fue glorificado.
La memoria de San Nicéforo, en lugar del martirio de Sapricio, se celebra el 9 de Febrero.
Este acontecimiento tan didáctico es relatado con maestría por San Cosme de Etolia en su libro “4ª enseñanza”, donde nos dice: “Si queréis que Dios perdone todas vuestros pecados, decid tres veces con amor en vuestra oración por los enemigos: -Dios, perdónales y ten misericordia de ellos…Pero si no perdonamos a nuestros enemigos, ni aun derramando nuestra sangre por Cristo, nos libraremos del infierno.”
Sin el perdón, todos nuestros esfuerzos resultan vanos.
San Juan Crisóstomo señala además algo digno de ser valorado. Dice que sin el perdón, todos nuestros esfuerzos resultan vanos. Si mantenemos enemistad en nuestro corazón, ni nuestras oraciones, ni nuestros ayunos, ni nuestras limosnas, ni la Santa Confesión, ni la Divina Comunión traen el resultado deseado. A pesar de lo muy beneficiosas que son las oraciones, los ayunos, las limosnas, la Santa Confesión y la Divina Comunión, no ofrecen los frutos esperados, porque son obstaculizados por nuestro rencor y y nuestra enemistad.
Escribe San Isaac el Sirio que el que reza pero que luego guarda rencor, es similar a la semilla que cae en el mar. No brotará. Esto significa que vanos resultan nuestros esfuerzos, si no perdonamos. Además sufrimos las trstes consecuencias de nuestro rencor.
San Gregorio Palamás comentando la parábola de los talentos dice que el Señor, viendo “nuestra inflexibilidad hacia nuestros hermanos, padecientes como nosotros, se encoleriza justamente contra nosotros.” Es justo que retire su Gracia si no perdonamos a los que nos han ofendido, para enseñarnos con la misma reprimenda que recibió el siervo malvado por parte del rey de la Parábola. Así como el rey de la Parábola entregó a su siervo malvado a los torturadores que atormentaban a los encarcelados, del mismo modo también a nosotros el Padre Celestial nos entregará a los ángeles torturadores, los demonios, quienes torturan a sus víctimas “en el tiempo presente y en el futuro.”
Las divinamente inspiradas palabras de la Santa Escritura nos afirman que el juicio de Dios será sin misericordia para aquellos que se comportan despiadadamente ante sus compañeros. “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”. (Sant. 2, 13)
A nosotros nos conviene ser juzgados con clemencia. Pero para ser juzgados con clemencia, debemos nosotros juzgar a los demás con clemencia. Es necesario tener piedad, para que también Dios tenga piedad de nosotros. Perdonar, para que también Dios nos perdone. El perdón por nuestras transgresiones lo encontramos, perdonando a los hermanos. Y la misericordia de Dios la encontramos, siendo misericordiosos con los hermanos. He aquí un modo fácil para salvarnos.
En nuestra voluntad se encuentra nuestra salvación, escribe San Máximo el Confesor. “Amando a los demás, somos amados por Dios. Siendo misericordiosos con ellos, y es misericordioso con nuestros pecados. No devolvemos mal por mal, y no nos regocijamos en nuestros pecados. Porque el perdón por nuestras transgresiones, lo encontramos en el perdón a nuestros hermanos… en nuestra voluntad está entonces nuestra salvación”. (Logos ascéticos 42. P.G. 90, 953).
“Cuanto mayor clemencia mostramos hacia los hermanos que nos ofenden, más recibimos misericordia y clemencia de Dios”.
El perdón es una virtud fácil, pero la hace difícil el diablo.
Si lo pensamos bien, el mandamiento del perdón es un mandamiento fácil de realizar, pero la presenta como difícil el diablo. El santo Crisóstomo escribe que el más fácil, el más breve, el más sencillo camino para que sea saldada la deuda de nuestros pecados, es el camino del perdón. No existe virtud más fácil, más rápida y más sencilla de aplicar que la del perdón. Dios no nos pide cosas difíciles de hacer. Nos pide las más fáciles, que todos sin excepción podemos realizar.
Pregunta San Juan Crisóstomo: “¿Qué esfuerzo es necesario para perdonar al que te ha ofendido? Ninguno. Porque esfuerzo es mantener enemistad en tu corazón. La enemistad cansa psíquicamente, mientras que el perdón descansa. Para perdonar no es necesario realizar algún trabajo difícil, como atravesar el mar, hacer un largo viaje, subir a altas montañas, ni tampoco hace falta gastar dinero ni cansar el cuerpo. Es suficiente con reconciliarse con el hermano y todo habrá acabado”.
Comentario similar hace el Venerable Zosimas. Escribe que el perdón al hermano que nos ha amargado, el amor al enemigo que ha cometido una injusticia con nosotros, las palabras de oración que diremos para que Dios tenga misericordia de él, no es una acción que cause fatiga, como picar, excavar, o un pesado trabajo manual, ni nada que esté considerado como difícil o fatigoso. Tampoco hace falta realizar ningún gasto para perdonarle.
Lo único que hace falta es dar la mano de la reconciliación, un abrazo con aprecio, perdonarse mutuamente. Si hacemos esto, la artimaña del diablo será rápidamente inutilizada.
Además el perdón es un mandamiento salvador. Nosotros no tenemos en cuenta y perdonamos los pequeños errores que cometen sobre nosotros nuestros compañeros, y el santo Dios borra la enorme deuda que tenemos nosotros sobre Él por nuestros innumerables pecados.
Sin embargo, aunque es fácil y salvador el mandamiento del perdón, ¿cómo consigue el diablo hacerlo difícil? Nos susurra: “¿Cómo vas ahora a pedirle perdón? Deja mejor que se olvide el asunto”.
También tenemos nuestro egoísmo, el cual difícilmente es doblegado. Pero no hagamos su voluntad. Ni las sugerencias de satanás aceptaremos. Con la iluminación de Dios observemos quién es el que nos mantiene a distancia del otro, que nos insinúa sugerencias y levanta nuestro egoísmo, para protegernos así de sus trampas. Seamos humildes para que nos cubra la Gracia de Dios. Pidamos Su misericordia, para ser salvados.
3. PARA COMULGAR LOS INMACULADOS MISTERIOS
Además debemos perdonar a los que nos ofenden, para acercarnos al Cáliz de la Vida y comulgar los Inmaculados Misterios. El perdón es condición necesaria para la divina Comunión. No podremos comulgar, si hemos discutido entre nosotros. No podemos unirnos mediante la Divina Comunión con Dios, si entre nosotros estamos separados. Si no se encuentra Cristo entre nosotros, tampoco viene a nuestro interior. Precede a la Divina Comunión la comunión de amor entre los fieles.
El santo Dios señala el perdón por encima de lo demás, inclusop por encima que la oración y que la adoración divina. ¿Por qué? Para que permanezca inamovible nuestro amor hacia Dios y hacia nuestros compañeros.
San Juan Crisóstomo escribe que nada aleja tanto el amor entre nosotros, como el recordar el mal que nos han hecho. Si lo recordamos, nos alejamos espiritualmente el uno del otro. Pero no quiere esto el Dios del perdón. Así como un padre carnal se alegra al vernos a sus hijos que se quieren, también el Padre Celestial se alegra al vernos a nosotros, sus hijos, que se quieren.
Y así como el padre carnal se disgusta cuando sus hijos se enfadan entre ellos, así también el Padre Celestial se disgusta cuando sus hijos se enfadan y discuten entre ellos. Pide que pasemos a la adoración divina reconciliándonos con el hermano al que hemos ofendido, y después dar nuestra ofrenda. “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mat. 5, 23-25)
El Señor con estas palabras trascendentales suyas señala que no sólo cuenta que tengamos nosotros algo en contra de nuestro hermano, sino que el hermano tampoco tenga nada nada en contra nuestra. Si vemos que esto sucede, damos nosotros el primer paso, buscamos encontrarle y decirle: “Ha pasado esto, nos hemos disgustado, hermano, pero no mantengamos rencor en nuestros corazones. Démonos la mano, reconciliémonos, olvidémoslo”.
Qué hermosamente presenta esta verdad el Oficio de Preparación de la Divina Comunión: “Oh! hombre, si deseas recibir el Cuerpo del Señor, acércate con temor, a fin de no quemarte, porque fuego es. Y si quieres beber su Sangre Divina para la comunión, reconcíliate primero con los que te agraviaron, luego atrévete a tomar el Alimento Místico. Mas, antes de participar del temible sacrificio del Cuerpo del Señor que engendra Vida en nosotros, reza con el alma reverente y temblorosa las siguientes oraciones:…
Esta trascendental admonición del Oficio de Preparación para la Divina Comunión nos pide perdonarnos mutuamente entre los hermanos que hemos ofendido, para que sea reestablecido lo natural y lo lógico entre nosotros, apartando los obstáculos y abriendo el camino hacia la Adoración divina y nuestro acercamiento al Cáliz de la Vida.
Si no precede la reconciliación, no podemos acercarnos a Inmaculados Misterios y comulgar. La mesa de la Divina Eucaristía no admite a los que se odian entre ellos, como asevera San Juan Crisóstomo.
En otra homilía suya San Juan Crisóstomo señala con mayor vehemencia: “Os lo digo de antemano y protesto y clamo a fuerte voz. Ninguno de los que se hayan enemistado se acerque a la Divina Comunión. ¿Tienes enemigo? No participes de la Divina Comunión. ¿Quieres participar? Primero reconcíliate con el que te ofendió y después acércate y participa.”
“Cuando ves,” continúa con el poder de la palabra característico del santo con la boca de oro, “un miembro de tu cuerpo separado del otro, no hacestodo lo posible para unirlo con tu cuerpo? Haz esto también con tus hermanos. Cuando les veas que se han separado, acude rápido a reunirlos. No esperen que vengan primero ellos a ti, sino que vete tú primero para ganar el premio. A un solo enemigo hemos de rechazar, al diablo. Nunca tengas amistad con el diablo, y con tu hermano no mantengas nnca un corazón pesado. Y si tiene lugar algún pequeño malentendido, que sólo sea pasajero. Que dura más de un día.”
Y en otra fogosa homilía suya, añade: “Para acercarnos a los inmaculados Misterios, hagamos la correspondiente preparación. Limpiamos la casa de nuestra alma. Purificamos nuestro corazón. ¿Cómo nos purificamos? Con el arrepentimiento, la Sagrada Confesión, y con el perdón mutuo. Eliminamos la enemistad con nuestro hermano.
En general si vemos que hay en nuestro corazón resquemor, odio, ira, contra el hermano, expulsemos lo antes posible estos sentimientos de enemistad, expulsemos el veneno del odio, terminemos con las enemistades, suavicemos la ira, amainemos las olas de la venganza. Extendamos nuestros abrazos de paz y perdonémonos mutuamente. Digamos al hermano, con quien hemos discutido: hermano, nos hemos peleado, hemos dañado nuestros corazones… pero todo lo que ha pasado entre nosotros, olvidémoslo. Mañana es Domingo, ¡comulguemos!
4. PARA
QUE SEA PACÍFICA LA CONVIVENCIA CON NUESTROS FAMILIARES, Y TENGAN ARMONÍA
NUESTRA COLABORACIÓN CON LAS OTRAS PERSONAS.
También debemos perdonar a los que nos han ofendido, para que nuestra convivencia sea pacífica y tengamos buena colaboración con las otras personas. La convivencia y la colaboración mutua no vienen de un modo mágico. Mostramos paciencia, amor, comprensión, perdón mutuo. Los desacuerdos son inevitables. Somos humanos. Cada uno de nosotros tiene sus preferencias, sus costumbres, sus defectos, sus debilidades, sus particularidades, su propio modo de pensar.
Todo esto en la vida social en algún momento sale a la luz. Alguien dice algo, otro dice algo distinto, y el malentendido no tarda en llegar. Se crea una atmósfera pesada, se calienta el asunto, se alteran los corazones. En casa, en el trabajo, o en cualquier otro lugar. El tema es que las confrontaciones que tengamos entre nosotros, no dejemos que echen raíces en nuestros corazones, sino que ajustémoslas lo más rápido posible. Apliquemos la divina palabra de la Santa Escritura: “Que el sol no se ponga sobre nuestro enfado” (Efe. 4, 26). Antes de que el sol se ponga, que hayamos eliminado nuestras diferencias.
Señala San Juan Crisóstomo, que cuanto más tiempo se retrasa la reconciliación, más difícil se consigue. Porque si pasa un día entero, la vergüenza que sentimos se hace mayor. Si pasan dos días, esta vergüenza aumenta todavía más. Si pasan tres días, decimos que pase el cuarto y el quinto día. Y así, los cinco días se hacen diez, los diez se hacen veinte, los veinte se hacen cien, y la herida permanece incurable. Cuanto más tiempo pasa, tanto más nos alejamos de la reconciliación.
El apóstol Pablo en su Epístola a los Colosenses nos incita a perdonarnos mutuamente, si alguien tiene algo en contra de alguien: “No dejemos entonces que nuestras quejas envenenen nuestras almas. Sino que como Cristo perdonó a los que le crucificaron, así también nosotros perdonémonos entre nosotros”. (Col. 3, 13)
Algunos expresan su desacuerdo con todo esto diciendo que el hermano se comportó mal, que actuó con maldad, que fue injusto conmigo, por eso me afecta negativamente, y ¡prefiero mantenerme a distancia de él!
Aunque algo peor me hubiese hecho, la maldad no se elimina mediante la maldad, sino con el amor. La injusticia no se elimina con la injusticia, sino con las buenas acciones. No insistimos en demostrar, sea como sea, que tenemos razón. No la perderemos. Nos la dará Dios. Nunca digamos: “Ante este mal que me ha hecho mi enemigo, me vengaré”. Si nos vengamos, puede que nos sintamos satisfechos por un momento, pero después nuestra alma se hundirá en los infiernos. Pero si le perdonamos, sentiremos una alegría enorme, sentiremos como si estuviésemos en el Paraíso.
Qué agradable es para Dios cuando decimos, para los que han cometido alguna injusticia sobre nosotros: “Señor, ten piedad”. O la petición de la oración: “A los que nos odian y cometen injusticia sobre nosotros, ¡perdónalos Señor…!” (Oración antes de dormir, Completas)
El Señor, en su Homilía en el Monte, nos insta s rezar por los nos dañan y nos persiguen. Se complace, cuando rezamos por ellos, cuando le rogamos que les bendiga.
Pero aún algo más es necesario que hagamos. Desarrollemos algunas iniciativas, hagamos lo que esté en nuestras manos, para que nuestras relaciones con las personas con las que “intercambiamos algunas palabras” vuelvan a su normalidad. Acerquémonos a los que nos han ofendido, para que no se establezca un muro entre nosotros. Digamos unas buenas palabras, si aceptan escucharnos.
Algunos dicen: “Mucho se lo pedí, le supliqué, recé, pero no quiere que nos reconciliemos”. San Juan Crisóstomo nos insta a hacer más intentos, hasta que llegue la deseada reconciliación. Y si el hermano continúa atacándonos, nosotros no tenemos nada que perder. Al contrario, tendremos mayor ganancia. Cuanto más permanezca él en su enemistad, más aumentará nuestra recompensa. Y cuanto más difícil se vuelva nuestra reconciliación, más frutos ofrece. Cuanto más grande es la venganza de nuestro amigo, más brillante será la corona de la paciencia que nos regalará Cristo.
Otros dicen: “Le perdono, pero no quiero tener ninguna relación con él. Mantendré distancia de seguridad. ¡De lejos, y queridos!”
Tampoco este afrontamiento es el mejor. En el Reino de Dios no estaremos alejados y queridos al mismo tiempo. Tendremos comunión de amor entre nosotros. Pero para tener comunión de amor en la otra vida, hemos de amarnos en la vida presente. Nuestro amor es entonces verdadero, cuando perdonamos a todos, cuando perdonamos siempre, sin contar cuántas veces nos han ofendido, cuando perdonamos a los que nos ofenden.
Para llegar al verdadero amor, cultivemos la conciencia de que somos el Cuerpo de Cristo. Y así como cuando nos duele el pie o la mano, no lo cortamos, sino que los cuidamos hasta que se ponga bien, de este mismo modo al hermano enfermo, que con las artimañas del diablo ha cometido alguna injusticia sobre nosotros, no le rechazamos para tranquilizarnos y liberarnos de su molesta presencia. Sino más bien, le mostramos amor y amabilidad. Le vemos como médico enviado por Cristo. Le consideramos como bienhechor nuestro.
Las herencias, frecuente causa de discusiones
Una causa frecuente que altera la convivencia pacífica y la buena colaboración con las otras personas es la de las herencias. En la vida diaria son frecuentes las divisiones entre hermanos, compañeros, vecinos, por distintas naturalezas económicas.
Pero, ¿y si quizás no nos quedamos nosotros con los dos terrenos y con los apartamentos?... Si son injustos con nosotros a nivel personal, es preferible ceder aunque tengamos pérdida material. “Perdonamos primero en lo más pequeño, para que en lo grande después, hagamos parecido”, dice San Gregorio el Teólogo.
Es preferible perder algo material, para ganar lo que es mayor y más importante, que es la concordia entre nosotros. Es más beneficioso perder en cuanto a lo material, y ganar en lo humanitario y espiritual. Hagamos lo que hacían los antiguos griegos en los juegos olímpicos, que algunas veces preferían caerse al suelo para recuperarse, pero después obtener un puesto mejor con las fuerzas recuperadas, derrocando al adversario.
Por supuesto, si somos cabezas de familia y cometen una injusticia sobre nuestra pareja o sobre nuestros hijos, tenemos el deber de protegerlos. Si es amenazada la integridad de nuestra patria, tenemos el deber de defender nuestro territorio. Si se comete alguna injusticia sobre nuestra Iglesia, debemos luchar por la verdad. En todos estos casos, si es necesario, incluso a la justicia acudiremos, sin estropear nuestros sentimientos de hermandad hacia nuestros compañeros.
Pero en cuanto a bienes materiales, personales, no perdemos si cedemos. Incluso si algo material perdemos, de otro modo lo recuperaremos y de un modo mayor. Nos lo dará Dios, abundantemente.
Nuestros sentimientos fraternales hacia nuestros compañeros, como es la unión entre nosotros, el amor entre hermanos, la piedad, la comprensión entre unos y otros, valen más que los bienes materiales. Por eso elegimos el perdón mutuo, para que no desaparezca la unidad y el amor entre nosotros.
5. PERDONEMOS DESDE EL FONDO DE NUESTROS CORAZONES
Particularmente subrayamos la conclusión de la parábola. Debemos perdonar no sólo de palabra, sino también con nuestro corazón. Y no con el corazón a medias, sino ¡del todo! Esto significa la frase “desde el fondo de nuestro corazón”.
Y de hecho, perdonar sin ninguna demora. Entonces, agradaremos al Dios Padre. Todos los que de verdad aman a Dios, todos los que luchan para recuperar “la semejanza” a Él, afrontan con buenos pensamientos, con corazón valiente, las tentaciones que se presentan en sus vidas. Y consiguen con la bendición y la Gracia de Dios amar a todos, perdonar a todos, tranquilizar a todos, ayudar a todos, ser útiles a todos. Pueden decir una buena palabra de todos, interesarse por todos, ¡cuidar de todos!
Llegan incluso al punto de no ver como enemigos a los que les han ofendido. Ponen buenos pensamientos en su mente, como que quizás Dios lo ha permitido esto para el beneficio del que ha sido ofendido, o incluso del que ofende. Dicen, junto al Profeta y Rey David, “Dejadle que siga maldiciendo; porque se lo ha mandado Señor. Quizás el Señor mirará mi aflicción y me devolverá bienes en lugar de las maldiciones de hoy.” (2 Rey.16,10).
“Esta virtuosa confrontación de las injusticias, atrae incomprensiblemente mucha mayor gracia y bendiciones. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios.” (1 Pedro 2,19-20)
Todos los que son beneficiados y en lugar de agradecerlo cometen injusticias sobre los que les benefician, si los bienhechores muestran paciencia, recibirán gran recompensa de Dios, gran bendición, gran corona.
Perdonando, primero nosotros somos beneficiados.
Por lo tanto, es ganancia perdonar a los que nos ofenden, porque perdonando, nosotros somos los primeros que nos beneficiamos. Es quitada de nuestro corazón la espina del rencor, es roto el brote de la maldad, y sentimos descanso. Respiramos con libertad. Nos alegramos interiormente. Nos regocijamos psíquicamente. Disfrutamos del divino regalo de la paz.
Además, cuando perdonamos, cuidamos nuestra salud. Esto lo aseguran las ciencias médicas y la realidad diaria. El perdón protege nuestra salud, y el rencor la empeora. El perdón llena de gracia nuestro interior, mientras que el rencor nos crea agitación. El perdón ensancha nuestro corazón, y el rencor bloque nuestra alma.
Los médicos nos dan entonces cantidad de medicamentos, pero se conseguirían mucho mejores resultados, si escribiesen en sus recetas como primera solución el perdonar. Está comprobado que en cuanto nos reconciliamos entre los que estábamos enfadados, se va un peso de encima nuestro y nos tranquilizamos.
El perdón es ensanchamiento del corazón, amplitud, señal de superioridad, muestra de cultivo espiritual, indicio de salud psíquica. Es un imán que atrae la gracia y la piedad de Dios. Nosotros perdonamos con nuestro corazón a los que nos han ofendido, el Señor nos llena de regalos con su divino amor. Perdonamos por el perdón de Cristo, y Cristo sabe infinitos modos de transformar lo amargo en dulce.
San Juan Crisóstomo dice que “en cuanto perdonamos a los que nos han hecho algún daño, nuestra pena se transforma en alegría y nuestra tribulación en regocijo. Sentimos alegría incluso en nuestros dolores. El dolor que sentimos ya no es dolor, porque lo endulza la Gracia de Dios. Y de hecho cuanto más intenso es nuestro dolor, más dulce y más agradable nos parece”. (Homilía XVI sobre el Evangelio de Mateo, EPE9 578)
Beneficiaremos también a los demás
¡También a nuestro hermano le beneficiamos con el perdón! Aplicaremos bálsamo sobre su corazón, lo suavizaremos. El perdón tiene el poder de suavizar los más duros corazones. Los ayuda a sentir su error y a arrepentirse. Por malo que haya sido nuestro comportamiento, por mucho que haya afectado e infectado su alma, por mucho que se haya desviado su buena voluntad, tendrá siempre al menos una chispa de amabilidad en su interior. Cuando nosotros le mostramos amor verdadero, le hemos ganado. Se estremece su corazón, se limpia su mente, y comienza a ver las cosas de otro modo, positivamente, ante el amor que le hemos mostramos, da también él algún paso, algunos pequeños intentos, para derretir el hielo de nuestras relaciones, normalizándolas.
Finalmente, el buen confrontamiento de los distintos temas, nuestra amabilidad, nuestro amor sin distinciones y nuestro perdón de corazón, cambian el mal que nos han hecho, transformándolo en bien, y funcionan como eficientes medicamentos que cicatrizan antiguas heridas y traen milagrosos resultados. Con el perdón, es humillado satanás, y glorificado Dios.
6. EJEMPLOS DIDÁCTICOS DE INDULGENCIA Y PERDÓN
Exponemos a continuación algunos ejemplos de indulgencia y perdón. Como primero e insuperable, está el ejemplo y modelo al cual hicimos ya referencia: el eterno ejemplo del Crucificado, quien ni siquiera expresó una queja ante sus terribles padecimientos, ni una fea palabra dijo sobre los que le crucificaron, sino que se dirigió a su Padre Celestial y le rogó que les perdonase. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen…”. Quiso además quitarles culpa, justificarles en cierto modo… porque si supiesen lo que hacían, no lo habrían crucificado. “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria”. (1 Cor.2, 7-9).
José de Egipto (el “Bellísimo”) perdona a sus hermanos
Admirable ejemplo de bondad y de perdón es el ejemplo de José de Egipto (en gr. conocido como "el bellísimo"). Sus hermanos le vendieron a los comerciantes Ismaelitas por veinte monedas de oro y después ellos lo volvieron a vender en Egipto como siervo a Putifar, el oficial de la corte egipcia y jefe de la guardia de corps del faraón. Allí José una segunda gran tentación por la esposa de Potifar, debido a lo cual fue encarcelado, a pesar de que era totalmente inocente. Pero dentro de las humillaciones y los sufrimientos, fue elevado por el santo Dios lo elevó y hecho regente de Egipto.
Vinieron después los siete años de bonanza y el periodo de las vacas sanas y robustas. Pero pronto empezaron a faltar los alimentos. Pero José, iluminado por Dios, hubo hecho a tiempo una buena preparacióny no les faltó lo necesario. Y los de las regionesde alrededor acudían a Egipto para comprar trigo. Lo mismo hicieron los hijos de Jacob, es decir, los hermanos de José.
El segundo año de hambruna el regente de Egipto les reveló que era su hermano. La admirable descripción del reconocimiento con los abrazos y las lágrimas de alegría está registrado en el capítulo 45 del libro del Génesis.
Los hijos de Jacob se estremecieron, cuando les dijo que era su hermano, porque temieron por si se vengaba por el mal que le hicieron. Pero José como pre-modelo de Cristo de era, los perdonó de corazón y les explicó que todo sucedió por la providencia de Dios. Les dijo que Dios me envió delante vosotros a Egipto para que viviésemos. "Porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros" (Gén. 45,5). Y también les dio el consejo: - Y así como yo no me he enfadado con vosotros por todo lo que me habéis hecho, ahora vosotros "no riñáis por el camino" (Gén. 45,24). No discutáis por este acontecimiento, tampoco busquéis los culpables; en el camino de vuelta, amaros entre vosotros.
Así actúan los hombres de Dios. ¡Se comportan con bondad! Aman, perdonan, ¡se unen con los hermanos! Olvidan el mal que les han hecho.
El bondadoso David no se venga ante la envidia de Saúl
También de los tiempos del Antiguo Testamentoun excelente ejemplo de bondad e indulgencia es el ejemplo del Rey y Profeta David.
David era benefactor de Saúl. Le tranquilizaba en los palacios tocando su instrumento musical, el arpa (salterio). Pero Saúl le odiaba por la envidia e intentó muchas veces asesinarlo. También le enviaba a difíciles batallas con la intención de que fuese asesinado por los enemigos. Y otros malvados planes diseñaba para matarle, tanto que se vio obligado a marcharse de los palacios y esconderse en el desierto de Maón o a la rocosa región de Gad (En Yedi). Y todvía allí le persiguió Saúl con 3.000 hombres.
Pero, ¿cómo afrontó David la manía de Saúl? ¡Con la bondad y con el perdón! Es conmovedor lo que sucedió en una cueva en la región de Acad. Saúl entró en la cueva para descansar. En el fondo de la cueva estaba oculto David y era muy fácil aprovechar la oportunidad para acabar con Saúl. Pero no se vengó David. Mostró una bondad digna de admiración. Le respetó, porque era un rey crismado por Dios. Y no sólo no le hizo ningún mal, sino que continuó haciéndole el bien, salvándole de los peligros.
Así actúan los hombres de Dios. Nunca se vengan por el mal que les han hecho, sino que muestran amor y bondad. ¡Perdonan!
El Primer Mártir Esteban perdona a sus asesinos
De los tiempos del Nuevo Testamento uno de los más conmovedores ejemplos de magnanimidad y benevolencia es el del archidiácono Esteban. Fue martirizdo por el amor a Cristo, perdonando según el prototipo de nuestro Señor, a sus verdugos.
Escritο está en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, cómo los judíos del Sanedrín se encolerizaron ante la apología de Esteban. Apretaron sus dientes y se abalanzaron sobre él, revelando así sus malvados sentimientos. Fue arrastrado con violencia fuera de la ciudad, acabando con él apedreándole con violencia.
Esteban pacíficamente rezaba y decía: "Señor Jesús, recibe mi espíritu". Y cuando la sangre corría abundantemente, clamó con todas las fuerzas que le quedaban su "canto del cisne": - ¡Señor, no les tengas en cuenta este pecado! - (Hechos, 7, 59-60)
¡Qué magnificencia del alma! ¡Qué admirable ejemplo! Imitando al Crucificado, perdonó desde el fondo de su corazón a sus verdugos. ¡Rezó por ellos al Señor!
San Constantino el Grande perdona a los destruyeron sus estatuas
Constantino el Grande era un emperador muy benevolente y tolerante. San Juan Crisóstomo en su Homilía 21 "A las esculturas" expone un suceso muy didáctico de la vida del emperador Constantino que lo utilizó como argumento el obispo de Antioquía Flabiano, cuando fue a Constantinopla para mediar con el emperador Teodosio I, para que no castigase a los antioqueños por la gran agitación que causaron, cuando les fueron impuestos unos tributos excesivos.
"Se dice que al bienaventurado emperador Constantino, cuando una vez que se encontró una estatua suya destrozada por piedras arrojadas por los antiautoritarios, se le acercaron unos cuantos, proponiéndole que atacase a los que le ofendieron de esta manera, aplicándoles un justo castigo. Pero él, palpando su rostro con su mano y sonriendo, dijo: no veo que tenga ninguna herida en mi rostro. También está sana la cabeza, y sano mi cuerpo." (Homilía 21 "A las esculturas" 3, EPE 32, 682). Entonces los que le propusieron castigar a los culpables se pusieron rojos de vergüenza y se fueron. La conducta majestuosa de Constantino el Grande causó gran impresión y fue glorificado por este suceso más que por otros brillantes logros suyos. Todos hablaban con admiración de su bondad.
Hagamos nosotros lo mismo ante las situaciones adversas que tienen lugar en nuestras vidas. Mostremos bondad. Perdonemos a los que nos ofenden. Comportémonos inteligentemente. Así aumentará nuestra mejestuosidad.
San Gregorio el Teólogo perdona a los que repetidamente intentaban asesinarle
Otro excelente ejemplo de bondad y perdón es el de San Gregorio el Teólogo, quien sufrió mucho ante los arrianos y ante los macedonianos "pneumatómacos" (adversarios del Espíritu). Cuando llegó a Constantinopla como Arzobispo de la misma, los herejes le rechazaron, le escupieron, le tiraron piedras, hicieron lo posible para apalearlo. En otra ocasión le arrastraron como asesino a los tribunales. También una noche de Sábado Santo cuando leía los exorcismos para bautizar a los Catecúmenos*, le atacaron dentro de la iglesia, intentando matarle.
* Este es uno de los
principales motivos por los que, aquellos que han salido del engaño y se
acercan a la Verdad, es decir a la Ortodoxia, no reciben el Santo
Bautismo, sino que, engañados por los ecumenistas heréticos, les dicen
que "es suficiente con la Crismación, pues ya han sido bautizados en el
nombre de la Santa Trinidad". ¿Existe cosa más absurda que ésta? Si como
dicen, ya han sido bautizados, ¿para qué volverse a bautizar? Y si no
lo han sido, ¿por qué no bautizarse?
Pero San Gregorio no mantenía enemistad contra nadie. Era indulgente. A todos los amaba, a todos los perdonaba. Lo mismo pedía a los fieles: "sed indulgentes, hijos míos", haced bien a los que os odian y perdonad completamente sus ofensas.
San Dionisio perdona al asesino de su hermano
Impresionante ejemplo de perdón es el de San Dionisio, que perdonó al asesino de su hermano.
En el periodo en que San Dionisio era higúmeno (abad), confesor y guía espiritual en el Sagrado Monasterio de "Panayía Anafonitria" de Zante, una tormentosa noche llegó al monasterio un hombre desconocido, como animal huyendo de su caza. Le preguntó San Dionisio que por qué estaba tan aterrorizado. Respondió el hombre diciendo que le perseguían porque había matado al noble Constantino Seguro, desdeluego sin saber que el higúmeno era su hermano. A San Dionisio le dolió enormemente en el alma la injusta pérdida de su hermano. Espesas lágrimas caían por sus mejillas.
Pero siguiendo el ejemplo de nuestro Señor contuvo su dolor, perdonó al asesino de su hermano y con palabras afectuosas le ayudó a arrepentirse y a confesar su pecado. Después le ocultó en una celda alejada, para que no le atrapasen los que le perseguían. Y cuando se alejaron, San Dionisio le mostró otra región en la que se encontraría protegido. Le suministró además con todo lo necesario para el viaje y lo acompañó el mismo hasta el puerto.
Por esta magnánimo comportamiento es llamado "el Santo del Perdón".
Teodoro Kolokotronis perdona al asesino de su hermano
Otro didáctico ejemplo de perdón es el realizado por el héroe de la Revolución de 1821, Teodoro Kolokotronis. El "Geros Tou Moria" (Anciano de Moria) en muchos casos mostró su gran bondad. Cometieron injusticias con él, le llevaron a juicio, le condenaron, le encarcelaron. Pero él no mantenía rencor a nadie.
Es conmovedor el suceso de que fue a pedirle ayuda el asesino de su hermano. El asesino llevaba puesto el traje tradicional griego (ntoulamá) del hermano de Teodoro. Éste se dio cuenta, pero mostró su grandiosidad. Le dijo que se sentase a la mesa a comer con ellos.
La madre de Teodoro no soportaba lo que veían sus ojos y escuchaban sus oídos, y le dice a su hijo:
- ¡¿En nuestra mesa comer el asesino de mi hijo?! -
- ¡Calla, madre! ¡Este el mejor memorial que podemos hacerle al difunto!
San Nectario, ejemplo de bondad y perdón
Y por último, presentamos el excelente ejemplo de bondad y perdón de San Nectario. Fue expulsado, despreciado y calumniado como muy pocos santos. Incluso de inmoral le acusaron*. Hasta después de su muerte seguían calumniándole, y de hecho personas pertenecientes a la Iglesia, quienes debían haberle apoyado. Pero San Nectario nunca buscó llevarse él la razón, ni presentó demandas por calumnia y difamación, ni condenó a sus calumniadores, ni los expuso en público. No mantenía rencor a nadie. A todos los amaba, a todos los perdonaba, a todos los tenía en sus oraciones, de todos tenía buenas palabras que decir. Por eso fue tan glorificado por el santo Dios..
* Entre otras muchas calumnias, tuvo lugar la de una señora que le acusaba de tener hijos con las monjas y arrojarlos a un pilón.
Perdonamos siempre en la Resurrección
En la vida diaria, lo queramos o no, vienen momentos en que nos amargamos ante algunas injusticias cometidas sobre nosotros. La Iglesia como madre que aprecia y consuela nos llama a que no mantengamos maldad en nuestro corazón, perdonando a los que nos ofenden. Nos recuerda que el Sábado por la noche cuando nos preparamos para la Divina Comunión, hemos de perdonarnos entre nosotros. También en la Divina Liturgia con el "amémonos entre nosotros" ("αγαπησωμεν αλλήλους", [agapísomen alílus]) y con el saludo de agapi nos recuerda el perdonarnos entre nosotros. Y en las primeras "Vísperas de Contricción" del Gran y Santo Saracostés, llamado "Vísperas del Perdón", nos llama a perdonarnos y pedir perdón a los que hemos ofendido. Y en las Vísperas de la brillante Pascua que se llama "Vísperas de agapi", nos llama a darnos la mano y a perdonarse entre nosotros. Porque no hay día más jubiloso que el de la Replandeciente Resurrección. No deberíamos celebrarla con tristeza ni con un corazón desanimado.
El excepcional Doxastikón de la Resurrección nos mueve a abrazarnos con disposición reconciliadora con aquellos que tenemos enemistad y a perdonarlos:
Tono 5 (plagal del 1º). Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ahora y Siempre y por los siglos de los siglos. Amén
"¡Hoy es el día de la Resurrección:! ¡Resplandezcamos con la fiesta! Abracémonos unos a otros; oh hermanos! Y a causa de la Resurrección perdonemos en todo a los que nos odian. Y clamemos así: Cristo resucitó de entre los muertos, destruyendo la muerte con su muerte; y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros."
"Perdonamos siempre en la Resurrección", digamos nosotros también a nuestros compañeros, sea lo que sea lo que haya pasado entre nosotros. Ofrezcamos nuestro perdón con todo el alma,
- ¡Para asemejarnos al Dios Padre!
- ¡Para que sean perdonados nuestros pecados!
- ¡Para que podamos acercarnos al Sagrado Cáliz de la Vida a comulgar los Inmaculados Misterios!
- ¡Para que sea pacífica la convivencia con nuestros familiares!
- ¡Para comer pan dulce en nuestras casas!
- ¡Para que sea armoniosa la colaboración con nuestros compañeros!
- ¡Para que sea protegida nuestra salud!
- ¡Para beneficiarnos y beneficiar!
- ¡Para que nos amen los demás!
- ¡Para que nos ame el Santo Dios, quien nos dará reposo en su Reino, del cual todos lo fieles disfrutaremos por los siglos de los siglos!. ¡Amén!.