HOMILÍA 30 SAN JUAN CRISOSOSTOMO. LA MUJER SAMARITANA.


Homilía respecto a la lectura del Evangelio del Domingo de la Mujer Samaritana. 
...

Dice, pues, el evangelista: Jesús, fatigado del camino, se dejó caer así en el borde de la fuente. ¿Adviertes cómo se sienta a causa de la fatiga y del calor para esperar ahí a los discípulos? Sabía El lo que iba a suceder a los samaritanos. Pero no era ese el principal motivo de su ida; aunque tampoco, por no ser ese el principal motivo de su ida, era cosa de rechazar a la mujer que se mostró tan anhelosa de saber. Los judíos, a El que los buscaba, lo rechazaban. Por el contrario, los gentiles lo admiraban y adoraban. ¿Convenía, pues, menospreciar la salvación de tan gran número de hombres y hacer a un lado el increíble anhelo de ellos? No era eso digno de la bondad de Jesús. Por lo cual todo lo dispone en la forma conveniente a su sabiduría.

Estaba sentado, descansaba su cuerpo, le daba refrigerio junto a la fuente. Era eso al medio día, según declara el evangelista con estas palabras: Era como la hora de sexta y El estaba sentado. ¿Qué significa esa partícula: así no más? Es decir que no estaba en un trono, ni en un blando lecho, sino con sencillez, así como quedó sobre el pavimento. Observa cómo el evangelista subraya que era otra la finalidad de la mujer al salir de la ciudad, reprimiendo de este modo la perspicacia de los judíos; de manera que ninguno de ellos pudiera decir que El quebrantaba su propio precepto, al vedar a los discípulos que entraran en las ciudades de los samaritanos, siendo así que El se entretenía en conversar con ellos.
El evangelista, declarando diversos motivos de que Jesús hablara con la samaritana, dice: Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimento. Y ¿qué hace la mujer? En cuanto oyó que le decía: Dame de beber, aprovechando con suma prudencia la ocasión de preguntar a Cristo, responde: ¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana? Pues efectivamente no se tratan los judíos con los samaritanos. ¿Por dónde conoció ella que Jesús era judío? Quizá por el vestido, quizá por el lenguaje. Advierte la perspicacia de la mujer. Pues si era cuestión de precaverse, más bien tocaba eso a Cristo que no a ella. Porque el evangelista no dice: Pues no se tratan los samaritanos con los judíos, sino: los judíos no se avienen con los samaritanos. Sin embargo, no siendo ella culpable en eso, pensó que él sí incurría en culpa, y así no se calló, sino que corrigió aquello, pues le parecía contrario a la ley.






Podría alguno preguntar: ¿por qué Jesús le pidió de beber, siendo así que la ley no lo permitía? Si alguien contestara que fue porque ya preveía que le daría el agua, entonces con mayor razón no convino que se la pidiera. ¿Qué responderemos, pues? Que ya para entonces era cosa indiferente el echar abajo tales observancias, puesto que quien inducía a otros a traspasarlas, mucho más debía el transgredirlas. Dice El: No mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale del corazón. Por lo demás, no es pequeña acusación contra los judíos esta conversación con la samaritana; puesto que ellos, invitados con frecuencia mediante palabras y hechos, nunca obedecían. En cambio mira cuán prontamente se dejó atraer esta mujer, mediante una leve pregunta.

Sin embargo, Jesús por entonces no insistía aún en esta línea de conducta; pero tampoco ponía obstáculo a quienes se le acercaban. A los discípulos les dijo sencillamente que no entraran a las ciudades de los samaritanos, pero no que rechazaran a quienes se les acercaran: esto habría sido una cosa indignísima de su bondad. Por eso responde así a la mujer: Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le habrías pedido y El te habría dado agua viva. Desde luego le da a entender ser ella digna de que sus peticiones sean escuchadas y ella no rechazada. Además le revela quién es El, teniendo ya en cuenta que en cuanto ella supiera quién era El, al punto obedecería, cosa que nadie podría afirmar acerca de los judíos. Estos sabiendo quién era El, nada le pidieron, nada anhelaron saber que fuera útil. Peor aún, lo colmaban de injurias e improperios y lo echaban de sí.

Observa cuán modestamente responde la mujer, una vez que ha oído eso: Señor: no tienes con qué sacar el agua, y además el pozo es profundo. ¿De dónde, pues, sacas el agua viva? Ya Jesús la ha apartado de su baja opinión, de modo que en adelante no piense que él es un hombre del vulgo. Pues no solamente lo llama Señor, sino que lo trata honoríficamente. Y que le hablara de esa manera para honrarlo, se ve claro por lo que sigue. No se burló, no hizo chacota, sino que dudaba. No te espantes de que por de pronto no profundizara todo el asunto. Tampoco Nicodemo lo había entendido, puesto que dijo a Jesús: ¿Cómo puede ser eso? Y enseguida: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo ya anciano? Y más aún: ¿Puede acaso entrar de nuevo en el vientre de su madre y volver a nacer? Mas modestamente se expresó esta mujer diciendo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde tienes, pues, agua viva?

Una cosa decía Cristo y otra imaginaba ella, porque solamente escuchaba las palabras, pero no podía comprender algo más alto. Pudo haber respondido con altanería: Si tuvieras agua viva no me pedirías a mí, sino que tú serías el primero en proporcionártela, de modo que lo que haces es jactancia. Nada de eso le dijo, sino que se expresó modestamente tanto al principio como en lo que luego siguió. Al principio le dice: ¿Cómo siendo tú judío me pides de beber a mí que soy una mujer samaritana? Y no le dijo, como si hablara con un extranjero o un enemigo y extraño: ¡Lejos de tal cosa, que yo te dé agua, hombre enemigo y extraño a nuestra gente! Enseguida, cuando lo oyó hablar de cosas más altas -lo cual sobre todo suele molestar a los enemigos- no se burló, no recibió aquello con risotadas, sino ¿qué dice?: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de éste bebieron él y sus hijos y sus ganados?

¿Observas cómo la mujer se introduce en la nobleza judía? Quiere decir lo siguiente: Jacob usó de esta agua y no tuvo otra cosa que legarnos. De manera que por aquí declara haber ya entendido, por la primera respuesta de Jesús, que se trataba de algo eximio. Porque al decir: Bebió él y sus hijos y sus ganados, da a entender que en su mente tiene ya la idea de otra agua más excelente que no puede ella encontrar ni claramente conocer. Expresaré con mayor claridad qué era lo que ella entendía. Dice: Tú no puedes afirmar que Jacob nos dio este pozo pero que él bebió de otro; porque él y sus hijos bebían de esta agua; y no habrían bebido de ella si hubieran tenido otra mejor. En cambio tú no puedes dar de ésta ni tener otra mejor; a no ser que te tengas por superior a Jacob. De modo que ¿de dónde puedes tener esa agua que prometes dar? 








No usaron los judíos de tan mansas palabras cuando Jesús trataba de la misma materia y hacía mención de esta misma agua; y así ningún fruto sacaron. Y cuando Jesús les mencionó a Abrahán, tuvieron conatos de apedrearlo. No procede así con El esta mujer, sino que con mucha paciencia, con gran mansedumbre, a pesar del calor y de ser ya medio día, todo lo oye y todo lo platica; y ni siquiera le viene al pensamiento lo que verosímilmente habrían dicho otros, o sea que Jesús era un loco, un demente, uno que bromeaba a la orilla del pozo, y que nada podía dar y únicamente se jactaba. La samaritana con perseverancia escucha hasta encontrar lo que quiere. Pues bien: si la samaritana puso tanto empeño para llegar a aprender algo útil y se está al lado de Cristo aun sin saber quién es El ¿qué perdón alcanzaremos nosotros que sí lo conocemos y no estamos junto al pozo ni en el desierto ni en pleno medio día, ni tostados por los rayos del sol, sino en el amanecer, y gozamos de la sombra de este techo y estamos a gusto, y sin embargo nada oímos con paciencia, sino que estamos con tibieza y desidia? No procede así la samaritana, sino que en tal forma atiende a lo que se le dice, que incluso corre y llama a otros.

Los judíos por su parte no solamente no llamaban a otros, sino que impedían a quienes quisieran acercarse a Jesús. Por lo cual decían: ¿Acaso alguno de los jefes ha creído en él? Pero esa turba desconocedora de la ley son unos malditos.

Imitemos a la samaritana. Platiquemos con Cristo. También ahora está entre nosotros, hablándonos por los profetas y los discípulos. Oigámoslo, obedezcámoslo. ¿Hasta cuándo iremos llevando esta vida en vano y sin utilidad alguna? Hacer lo que a Dios no agrada es vivir sin utilidad. Más aún: es no sólo vivir sin utilidad, sino con daño. Cuando gastemos inútilmente el tiempo total, que se nos ha concedido, saldremos de esta vida para sufrir el extremo castigo, por ese tiempo inútilmente gastado.

Cuando el siervo que en vano recibió los dineros y los consumió y devoró tenga que dar cuenta al que se los confió -me refiero a quien gastó inútilmente su tiempo- no quedará libre de castigo. No nos puso Dios en esta vida ni nos dio el alma únicamente para que disfrutemos de la vida presente, sino para que negociemos para la vida eterna. Los animales irracionales sirven sólo para esta vida; pero nosotros tenemos un alma inmortal, para que por todos los medios nos preparemos a aquella otra vida. Si alguno pregunta ¿qué utilidad tienen los caballos, los asnos, los bueyes y demás animales de ese género? le respondemos que ninguna otra sino el servicio que en esta vida prestan. Pero acerca de nosotros las cosas no van por ese camino; sino que nos espera un estado mejor, una vez que salgamos de esta vida, y tenemos que poner todos los medios para ser allá más esclarecidos y participar en los coros de los ángeles y estar perpetuamente en presencia del Rey, por siglos infinitos. Por tal motivo el alma es inmortal y el cuerpo también será inmortal, para poder disfrutar de los bienes eternos.

Pero, si teniendo prometido el Cielo, te apegas a la tierra, piensa cuán grave injuria infieres a quien te dio alma y cuerpo. El te ofrece lo celestial; pero tú lo desprecias y prefieres y la antepones lo terreno. Por esto amenaza con la gehenna, por haber sido despreciado, y para que por aquí comprendas de cuán grandes bienes te privas. ¡Lejos de nosotros que vayamos a experimentar mal tan grave y tan grave castigo! Al revés, que agrademos acá a Dios y alcancemos los bienes eternos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.




Translate