EL CAMINO DE SANTIAGO.
Inicios del Románico (ss. X-XI). La ruta jacobea fue una de
las tres grandes vías de peregrinación de la Cristiandad medieval. Las otras
dos se dirigían a Roma y a Jerusalén. Según la tradición, hacia el año 812 el
obispo Teodomiro de Iria, estudiando unas tumbas en la comarca de los amaneos
(actual Mahía), encontró la del Apóstol Santiago. El Alfonso II de Asturias
(791-842) mandó construir una iglesia en el lugar del hallazgo, iglesia que en
pocos años se convirtió en centro de peregrinación de Asturias y después del
Occidente cristiano. El apogeo del a Camino de Santiago coincide con el de la
Orden de Cluny y con su penetración en la Península Ibérica a partir del siglo
XI. El inductor de la reforma cluniacense fue el rey navarro Sancho III el
Mayor (1000-1035), que reunió bajo su
autoridad prácticamente todo el norte de España. Desde entonces, son los
cluniacenses los encargados de organizar las cada vez mas numerosas
peregrinaciones que se realizan a Compostela. Con el patrocinio real se
construyeron y rehabilitaron puentes y calzadas, con lo que la ruta alcanzo
comodidad y seguridad. Las rutas seguidas por los peregrinos, tanto en España
como en Francia, coincidían con las antiguas calzadas romanas.
Los peregrinos extranjeros entraban en España sobre todo por
dos puntos: por Somport y Canfranc los
provenzales e italianos, mientras los franceses y alemanes lo hacían por
Roncesvalles. Otra vía de entrada era Irún, que conducía por la costa cantábrica
hasta Santiago, pasando por Oviedo.
Aparte del concurrido camino francés, existían
en la Península otros caminos, como el camino portugués, que entraba en Galicia
por Tuy, pasaba por Pontevedra y alcanzaba Santiago. Por mar solían llegar los
peregrinos de las Islas Británicas y Flandes o de Escandinavia. El Camino no
encuentra aún en tiempos de Sancho III la época del renacimiento artístico.
Salvo la cripta de la catedral de Palencia, no se sabe ninguna iglesia
edificada en tiempos de este rey navarro. Es en el reinado de su hijo Fernando
I de Castilla cuando surge el románico español. Los reinos cristianos peninsulares
se integran así en el primer gran movimiento artístico del Occidente europeo.
En 1063, Fernando I consagraba la iglesia de San Isidoro de León, y ese mismo año
el rey aragonés Ramiro I construye un concilio para dotar a la catedral de
Jaca, cuya construcción estaba ya iniciada. Por fin, en 1078, Alfonso VI funda
en Santiago de Compostela la nueva basílica del Apóstol, cuya construcción concluye en 1122.
LA VERDAD.
Cuesta encontrar en la historia de España un falso mito más
repetido y evidente que el de la tumba de Santiago el Mayor, ese apóstol que se
sabe que murió en Jerusalén y que dicen que está enterrado en Galicia.
Alrededor de tan obvio disparate se ha construido, durante siglos, toda una
serie de artificiales evidencias destinadas a probar una leyenda que sólo se
sostiene, y con dificultad, desde el punto de vista místico; desde la óptica de
los milagros. Hace ya tiempo que no queda historiador que aún defienda que los
huesos que descansan en la catedral de Santiago de Compostela son los del
apóstol Santiago. “Pese a todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy,
no es posible alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su
traslado a ella una sola noticia remota, clara y autorizada”, escribió en 1971
Claudio Sánchez-Albornoz. “Todo hombre moderno, dotado de espíritu crítico, no
puede admitir, por católico que sea, que el cuerpo de Santiago el Mayor repose
en Compostela”, sentenció Miguel de Unamuno ya en 1922. Sin embargo, como
tantas otras mentiras en esta historia, la falsa tumba del apóstol es de una
trascendencia muy real, de una importancia mayúscula. No se entiende ni
Castilla ni la Península sin el Camino de Santiago, sin la ruta de
peregrinación y los tremendos cambios sociales, económicos y políticos que
provoca la fe ciega en la reliquia. Pero antes de analizar sus consecuencias,
vayamos primero a la leyenda.
Primer tercio del siglo IX. Según algunos testimonios
franceses, interesados en meter en la película a Carlomagno, en el 813.
Probablemente algo después, entre el 820 y el 830. Son los primeros años del
reino astur, cuando la capital cambia de Covadonga a Oviedo.
Castilla ni
siquiera existía aún como condado. Un ermitaño cristiano de nombre Paio (o
Pelayo) dice ver unas extrañas luces, algo así como unas estrellas fugaces,
sobre un monte deshabitado. El tal Paio convence a otro tal Teodomiro, obispo
de Iria Flavia, el principal municipio de la zona, para que le acompañe de expedición
al misterioso monte iluminado. Allí encuentran una tumba con tres cadáveres,
uno de ellos degollado, con la cabeza bajo el brazo. Gracias a la divina señal
estelar y a las avanzadas técnicas forenses de la época (siglo IX, insistimos),
dan por probado que los muertos son el apóstol san Jacobo –también conocido
como san Iago, san Yago, san Diego o san Jaime; o lo que es lo mismo: Santiago–
junto a dos de sus discípulos.
Ante tal descubrimiento, piden al rey Alfonso II el Casto
que financie una pequeña iglesia sobre la magna reliquia. Poco ruego necesitaba
el monarca asturiano para hacerlo. Por aquellos mismos años, en la catedral de
Oviedo se estaba desarrollando el culto a otras reliquias, las de la Cámara
Santa, algunas tan espectaculares como la presunta arca donde se guardaron los
restos de Jesús y de la Virgen en Jerusalén, y el santo sudario de lino que
habría cubierto la cabeza de Jesús tras morir. El rey fue generoso y financió
la construcción de la iglesia que le pedían los gallegos, que acabaría
convertida en la catedral de Santiago de Compostela, uno de los mayores centros
de peregrinación de la cristiandad. En el favor de los peregrinos, pronto se
puso muy por delante de la Cámara Santa de la catedral del Salvador de Oviedo.
Aunque aún hoy algunos ovetenses dicen, con cierto aire de suficiencia, que
quien va a Santiago y no al Salvador visita al siervo y desdeña al señor.
Volviendo al monte iluminado. ¿Qué hace pensar a los dos
gallegos, si es que directamente no se lo inventaron, que ese cadáver
degollado, un tipo de muerte bastante habitual en aquellos tiempos, corresponde
al apóstol fallecido ochocientos años antes y a unos cuatro mil kilómetros de
distancia? Otra leyenda. Desde el siglo VI circulaba por Europa el mito de que
Santiago había viajado por la Hispania romana trayendo el Evangelio. El origen
es una frase en un texto bizantino de dudosa credibilidad histórica, que más
tarde recoge otro autor inglés en el 650: “Jacobo, que se interpreta
Suplantador, hijo de Zebedeo, hermano de Juan, predicó en España y lugares de
Occidente; murió por la espada bajo Herodes y fue sepultado en Acaya Marmárica
el 25 de julio”. Sin embargo, la noticia de la evangelización hispana de
Santiago no llega al lugar de su teórico origen, a la propia Península, hasta
un siglo después de la traducción bizantina, hasta el VII, aunque sin dársele
demasiada importancia.
Tras la invasión musulmana, con los cristianos de la
Península mucho más necesitados de milagros, la leyenda de los viajes hispanos
se hace tan popular que Santiago asciende a la categoría de patrón de Hispania.
El título se lo otorga, a finales del siglo VIII, Beato de Liébana, un culto
monje del Monasterio de San Martín de Turieno, en el extremo occidental de la
actual Cantabria. Pocos años después de ser nombrado patrón, ¡oh, casualidad!,
aparece su tumba justo en el pequeño rincón de la Península que controlaban los
cristianos.
Para entonces, los detalles de la evangelización hispana de
Santiago ya eran mucho más profusos que esa escueta frase bizantina de la que
nace todo el invento. Según una de las versiones, Santiago había desembarcado
de su viaje a través del Mediterráneo por Galicia (para acortar, se entiende),
después de cruzar las columnas de Hércules y bordear la costa atlántica,
llevando la palabra del dios verdadero de norte a sur de la Península. Estudios
actuales demuestran que no, que el cristianismo llegó en el siglo II a través
de las provincias romanas de África y, además, lo hizo en la dirección inversa:
de sur a norte. Galicia, de hecho, fue de las últimas zonas cristianizadas.
Pero la mayor contradicción con el descubrimiento de Paio y
el obispo Teodomiro está en la propia Biblia. Según se narra en el quinto libro
del Nuevo Testamento, el titulado como Hechos de los apóstoles –uno de los de
mayor consistencia histórica–, Santiago murió en Jerusalén en el año 44. Fue
decapitado por orden de Herodes; es uno de los primeros mártires cristianos.
Para salvar este pequeño inconveniente, alguien inventa un mito posterior al
del descubrimiento de la tumba: que el cadáver fue trasladado tras su muerte.
Que Santiago –antes, durante o después de esos viajes por Hispania de los que
no se tiene noticia hasta pasado medio milenio de su muerte– hizo varios
discípulos en sus viajes. Que dos de esos discípulos estaban con él cuando fue
degollado en Jerusalén. Que robaron el cadáver y se lo llevaron, ¡dónde mejor!,
de vuelta hasta Galicia. Que lo enterraron en secreto. Que no se sabe muy bien
cómo, los dos enterradores también acabaron con sus huesos en la tumba. Que
nadie reparó en la reliquia durante ochocientos años de nada.
La leyenda milagrosa, por si no fuese ya un relato lo
suficientemente inverosímil, explica también que los discípulos y el santo
muerto hicieron el viaje de vuelta en un “barco de piedra”, que navegó desde la
costa del actual Israel hasta la gallega ría de Arousa guiado por los ángeles.
Ese barco de piedra flotante, un mito de origen céltico, engarza con el Acaya
Marmárica del que habla el texto bizantino, que en realidad significa que
Santiago fue enterrado en Marmárica (una región africana entre Libia y Egipto,
que también aparece en la Biblia como el lugar del sepulcro del apóstol), pero
que interesadamente se traduce como “arca marmárica”: el arca de piedra. Otra
versión moderna, medio metro más plausible, dice que esa pétrea embarcación era
en realidad un barco que transportaba piedra; aunque no está muy claro qué
necesidad había en la ría de Arousa de piedras de Oriente Medio.
Este barco de piedra y Santiago también están en el origen
de otra reliquia cristiana, el pilar de Zaragoza: una pequeña columna sobre la
que cuentan que se apareció la Virgen, que aún vivía, para animar al apóstol
durante su supuesta gira hispana a la altura de Caesar Augusta (hoy Zaragoza).
Y en Muxía, en la gallega Costa da Morte, también visitó la misma Virgen al
santo, esta vez a bordo de uno de esos sorprendentes barcos de piedra flotante.
Aún se puede visitar allí la supuesta quilla de esa peculiar embarcación, una
enorme losa de piedra que dicen que se mueve si el que se sube encima es un ser
puro, libre de todo pecado. De momento, que se sepa, no ha vuelto a flotar.
Sobre tan pétreas evidencias se levanta uno de los
principales centros de peregrinación de toda la Edad Media en Europa: una
tradición que todavía lleva a decenas de miles de personas cada año hasta
Santiago de Compostela. El 15% del PIB de la ciudad depende hoy del turismo
que, en gran medida, genera el Camino. Con todo, ese porcentaje es ínfimo si se
compara con la riqueza que supuso esta reliquia para la antigua Compostela, una
ciudad que, literalmente, se levanta sobre la tumba de Santiago, primero
gracias a los generosos donativos que el obispo Teodomiro consigue para su
parroquia por su descubrimiento, incluidos los de Alfonso II, y después por el
dinero que dejan los peregrinos, que, poco a poco, empiezan a llegar desde toda
Europa. Aunque un camino no es sólo su final: también es su recorrido. Para la
Castilla medieval, por donde transcurre un amplio trayecto de la ruta de peregrinación
desde Europa, el Camino de Santiago es casi la única vía de comunicación con el
resto de la cristiandad, el principal dinamizador de su economía, su religión y
su cultura, especialmente entre los siglos XI a XIII; la ruta por dónde llegan
el arte, las nuevas ideas, las reformas religiosas, los aliados bélicos y por
supuesto el comercio, el dinero. Alrededor de la economía que trae la
peregrinación se desarrolla también en Castilla la burguesía: mercaderes,
cambistas, artesanos… Burgos es, de hecho, una ciudad casi tan hija del camino
como la propia Santiago de Compostela.
Pero lo que alimenta el camino no es el dinero, sino la fe.
Por eso es irónico que uno de sus grandes impulsores sea, de forma inesperada,
un infiel: nada menos que Almanzor, que destruyó la ciudad levantada sobre la
tumba del apóstol a mediados del mes de agosto del 997. El dictador musulmán
arrasó Santiago de Compostela y se llevó a Córdoba las campanas de la iglesia a
lomos de esclavos cristianos. Dicen algunas crónicas que sus caballos entraron
en el templo y usaron la pila bautismal como abrevadero. Aunque, según la
leyenda, respetó la tumba del apóstol y también a un monje que la guardaba. El
principal testimonio sale de un historiador musulmán del siglo XIII, Ibd
Idhari, que a su vez resume la narración de otro cronista del siglo X, Ibn
Hayran:
“Almanzor, habiendo llegado por estos años al punto más alto
de su poderío, socorrido por Dios, como lo estaba, en sus guerras contra los
príncipes cristianos, marchó contra la ciudad de Santiago, situada en Galicia,
y que era el santuario cristiano más importante, tanto de España como de las
regiones colindantes de la Gran Tierra. La iglesia de esta ciudad era para
ellos lo que la Kaaba para nosotros; la invocaban en sus juramentos y a ella se
dirigían en sus peregrinaciones desde los países más alejados, desde Roma y
desde más allá.
La tumba que visitan, según ellos pretenden, es la de
Santiago, el cual era entre los doce apóstoles el más íntimo de Jesús, y al que
llamaba su hermano porque siempre se encontraba junto a él; ciertos cristianos
dicen que era hijo de José el carpintero.
(…) Después de haberlo enteramente arrasado fueron a acampar
delante de la orgullosa ciudad de Santiago el miércoles 2 saban [11 de agosto];
todos los habitantes habían huido y los musulmanes se apoderaron de todo cuanto
encontraron y demolieron las construcciones, las murallas y la iglesia, de modo
que no quedó ni huella de las mismas. Sin embargo, la guardia colocada por
Almanzor hizo respetar la tumba del santo e impidieron que sufriera ningún
daño, pero todos los hermosos palacios tan sólidamente construidos fueron
reducidos a polvo, hasta el punto de que nadie podía sospechar que hubieran
existido la víspera.
(…) En Santiago, Almanzor no encontró a nadie más que a un
monje sentado junto a la tumba, al que preguntó por qué estaba allí: “Para
honrar a Santiago”, respondió el monje. El vencedor dio órdenes de que lo
dejaran tranquilo”.
No se sabe si Almanzor fue tan generoso y aquel monje tan
valiente. Tal vez fue el miedo supersticioso del caudillo cordobés, o
simplemente una concesión a las tropas cristianas que le acompañaban en aquella
aceifa –junto a Almanzor, contra Santiago de Compostela, cabalgaron varios
nobles leoneses–. Otra versión de esta historia dice que los huesos se salvaron
de un modo bastante menos heroico: porque ese mismo monje, probablemente el
obispo Pedro Mezonzo, escondió las reliquias en un valle apartado hasta que el
ejército invasor abandonó Galicia. De una manera o de otra, la iglesia y toda
la ciudad fue reducida a cenizas, pero de ellas la peregrinación renació aún
con más fuerza.
La humillación que Almanzor inflige sobre toda la
cristiandad, de forma consciente y calculada –por eso se lleva a varios
cronistas ‘empotrados’ en la expedición, para que cuenten cómo arrasa aquel
sitio sagrado que es “como la Kaaba”, pero en cristiano–, provoca como reacción
el respaldo del resto de Europa. Ya es una cuestión de fe. Santiago, un patrón
de España al que entonces dedicaban menos iglesias que al local San Isidoro de
Sevilla, se convierte en el anti Mahoma. Al igual que hacían los musulmanes con
el profeta, al que invocaban con alaridos (una palabra de origen árabe), los
cristianos responden “¡Santiago y cierra España!”, donde cerrar no sólo significa
guardar, sino también, según el diccionario de la Academia, “trabar batalla,
embestir, acometer”. Es un grito de guerra. El mito del Santiago Matamoros
llena de moral a las tropas y, según las cuestionables crónicas de la época, se
aparece en varias ocasiones, a lomos de un corcel blanco, para ayudar a los
cristianos contra el sarraceno infiel.
Las noticias de la profanación por Almanzor de Santiago de
Compostela, el defensor de la cristiandad, con seguridad llegaron a Francia, y
es allí, en el monasterio de Cluny, donde el Camino encuentra a su gran aliado.
La Orden de Cluny ya es en ese momento la orden monástica más pujante de la
cristiandad. Nace de una reforma benedictina revolucionaria para su tiempo: una
organización que no permite ni al poder laico ni incluso al propio Papa
disponer de sus bienes, que hace del monasterio una organización casi
completamente independiente. A su vez, la abadía de Cluny se despliega con
muchos otros cenobios por toda Europa que responden a una estructura centralizada,
que obedecen a Cluny: al abad de los abades, una persona que sólo responde ante
Dios y, en teoría, ante el propio Papa. Pero Cluny no es un rival de la Santa
Sede, es más bien un aliado: su principal fuerza contra las cada vez más
numerosas herejías y también contra el poder terrenal de los reyes y nobles
laicos.
Si Santiago de Compostela es, salvando las distancias, el
mayor destino turístico de Europa en aquellos siglos, Cluny es a su vez el
principal touroperador de la época. La orden utiliza sus monasterios para
promocionar la peregrinación a Santiago. Era una red inmensa: en el siglo XII
llegaron a contarse 2.000 prioratos por toda Europa con más de diez mil monjes,
sometidos a la disciplina del abad de Cluny. A cambio, los reyes de Castilla,
León y Navarra proporcionan a la orden generosos donativos. En el año 1080,
Alfonso VI, en aquel momento casado con la francesa Constanza de Borgoña,
nombra abad del Monasterio Real de San Benito, en Sahagún, en medio del Camino,
al cluniacense Bernardo de Sedirác, que se ocupa de aplicar la reforma
gregoriana y de sustituir en las iglesias castellanas la liturgia hispánica por
el rito romano. El monasterio de Sahagún, el cenobio más importante de la época
en la Península, el Cluny de León, recibe también del rey Alfonso VI un
generoso fuero que otorga a los monjes, entre otras cosas, el monopolio del
horno para cocer el pan. Tales privilegios acaban provocando una serie de
revueltas de los vecinos de Sahagún contra el monasterio que obligan a
modificar el fuero. Es una de las primeras victorias de lo civil sobre lo
religioso, del concejo sobre el monasterio; aunque fue una victoria pasajera. A
la larga, ganaría una vez más la Iglesia frente a los burgueses, que incluso
llegaron a ser excomulgados por las sucesivas revueltas de la villa frente al
monasterio.
En el siguiente siglo, en el XII, la peregrinación llega a
su momento de máxima expansión con una bula del Papa Calixto II que concede el
perdón de todos los pecados, la indulgencia plenaria, a todo aquel peregrino
que visite la tumba de Santiago los años jubilares: aquellos en los que el día
de Santiago, 25 de julio, cae en domingo. Para Compostela, es un chollo frente
a Roma, su gran rival en materia de peregrinaciones (Jerusalén era un destino
suicida): mientras que en Roma el jubileo sólo llega cada 25 años, una vez en
la vida media de una persona de la época, en Compostela hay jubileo más o menos
cada seis calendarios. El Camino se llena de peregrinos y con ellos también
llega la primera gran obra pública de los reinos cristianos: los puentes, los
hospitales y los caminos; la infraestructura del negocio.
Uno de los peregrinos es un francés, Aimerico de Picaud, que
llega a Santiago de Compostela en el año 1143 y escribe la primera guía del
Camino, recopilada en el Códice Calixtino, un manuscrito donde también se
recogen todas las leyendas ya resumidas sobre el hallazgo de la tumba y otros
milagros y que hoy se conserva en Compostela. Picaud, en su viaje, no deja muy
bien parados a los cristianos hispanos de la época, unos pueblos incultos y
atrasados bajo los ojos de este religioso francés. Los navarros y vascos
“torpemente visten y torpemente comen y beben”. “Si los vieres comer, los
considerarías perros o cerdos. Si los oyeres hablar, te acordarías de los perros
que ladran, pues tienen una lengua de todo punto bárbara”. “Navarro o vasco
matan, si pueden, por una moneda a un galo”. Los castellanos tampoco quedan
mejor parados, aunque Picaud los denomina ya en el siglo XII como españoles, en
contraposición con los vascos y navarros: “Pasado Montes de Oca, a saber, hacia
Burgos, siguen las tierras de los españoles, esto es, Castilla y Campos; esta
tierra está llena de riquezas, con oro y plata, feliz, con tejidos y yeguas
fortísimas, fértil en pan, vino, carne, pescados, leche y miel; sin embargo,
está desolada de árboles y llena de hombres malos y viciosos”. Picaud sólo
salva a los gallegos: “Las gentes gallegas concuerdan mejor que las demás
gentes españolas con las nuestras francesas, por las costumbres cultas; pero se
las tiene por iracundas y litigosas en gran manera”.
Picaud, es evidente, no quedó muy satisfecho del viaje,
tampoco de la gastronomía local: “Si en alguna parte de España y Galicia
comiereis el pez que el vulgo llama barbo, o el que los de Poitou llaman alosa,
y los italianos clipia, o anguila, o tenca, sin duda moriréis próximamente, o
enfermaréis. (…) Todos los pescados y las carnes vacunas de toda España y de
Galicia comunican extrañas enfermedades”. También se queja Picaud de los
cobradores de portazgos, que se aprovechan para timar al peregrino: “Salen al
camino a los peregrinos con dos o tres dardos para cobrar por la fuerza los
injustos tributos, y si alguno de los transeúntes no quiere dar las monedas a
petición de ellos, los hieren con los dardos, y con esto les quitan el censo,
afrentándolos, y hasta las calzas los registran”.
Como se ve, el Camino de Santiago en este siglo no era como
los actuales paseos en bici. Pero a pesar de la mala prensa y de tantas
dificultades, la fe en Santiago, animada por Cluny, consigue llenar la ruta
durante varios siglos, que dejan innumerables beneficios económicos y
culturales a Castilla y a los demás reinos cristianos por donde pasa. El
declive llega en el XIV, con la peste negra.
Después, el cisma protestante
prácticamente acaba con la peregrinación: “No se sabe si allí yace Santiago o
bien un perro o un caballo muerto”, escribe Lutero, que plantea una duda
interesante: si resulta altamente improbable que los huesos encontrados en
Galicia pertenezcan al apóstol, entonces, ¿de quién son?
Hay varias hipótesis. Una, muy extendida y que respaldaba,
entre otros, Unamuno: que se trata del cadáver de Prisciliano. Al menos este
ilustre degollado sí era gallego, oriundo de Iria Flavia para más señas: un
importante obispo hispano, el primer cristiano condenado a muerte por herejía.
Su legado, el priscilianismo, fue una doctrina cristiana de tanta trascendencia
que incluso dos siglos después de muerto su fundador los concilios debatían
sobre sí era o no herejía. Prisciliano fue decapitado en Tréveris en el 385 y,
según esta teoría, sus discípulos recuperaron después el cadáver para llevarlo
de vuelta a su natal Iria Flavia. Es posible que sea cierto: Tréveris no
pillaba tan lejos como Jerusalén.
Otra opción es que el muerto dado por santo puede,
simplemente, ser cualquiera. La tumba que encontraron Paio y el obispo
Teodomiro no era un mausoleo perdido, sino parte de un cementerio de origen
céltico y que fue usado por todos los que por allí pasaron: los romanos, los suevos
o los visigodos. Una investigación arqueológica, ordenada en 1878 por el
cardenal Miguel Payá Rico, encontró, bajo el altar mayor de la catedral, una
cripta rectangular, aparentemente un sepulcro romano.
Para disgusto del
cardenal, la cripta estaba vacía, aunque aseguran que después encontraron los
huesos del famoso decapitado y sus dos supuestos discípulos escondidos en una
urna detrás del altar mayor, donde se supone que los ocultó a toda prisa otro
arzobispo compostelano en 1589, cuando el pirata Francis Drake asaltó la
ciudad. Las dudas sobre la autenticidad de esos huesos no desalentaron al
cardenal Payá Rico, que consiguió que el Papa León XIII decretase una bula en
1884 dando por auténticas las reliquias.
Pese a todo, la peregrinación no volvió a renacer con fuerza
hasta finales del siglo XX, cuando otro milagro llegó a Galicia: el modelo
autonómico español. Fue la Xunta de Galicia quien relanzó el Camino. En 1970
apenas hay registrados 68 peregrinos. En el 71, año jacobeo *, fueron 451. En
1982, otro año de indulgencia plena, ya fueron 1.868 y durante la década de los
noventa el número de peregrinos se dispara hasta alcanzar en el jacobeo de 1999
los 154.613. El Camino, además de una tradición religiosa, es también un
incentivo turístico que, como vende la Xunta en su web promocional, “hoy se ha
convertido, gracias a sus elementos culturales y paisajísticos, en una ruta de
contacto entre diferentes gentes y culturas”. Ya no es sólo una peregrinación
religiosa; y lo de menos, a estas alturas del cuento, es la verdadera identidad
de esos huesos que tanta huella han dejado en la historia.
* Año jacobeo: El año 2010 fue el último Año Jacobeo. Para
que un año sea jacobeo se necesita una sola condición: que el día de Santiago
(25 de julio) caiga en domingo. Esta circunstancia ocurre según una secuencia
repetitiva: 6-5-6-11 años. Y el año 2010 fue el último de la secuencia, por lo
que deberemos esperar hasta el año 2021 para disfrutar de otro año similar.
Pero, ¿Qué tiene de especial un Año Jacobeo? La razón “religiosa” para hacer el
Camino el Año Jubilar es que si cumples una serie de condiciones obtienes la
indulgencia plena de todos los pecados cometidos hasta la fecha. Las
condiciones no son muy duras: visitar la Catedral de Santiago, realizar una
oración, confesarse y comulgar. Los fervorosos cristianos suman la visita a la
tumba del Apóstol Santiago, la petición al santo de un favor o el
agradecimiento por haber salido de una importante dificultad, y la consecución
de una credencial con la cual pasarás la mitad de tiempo en el purgatorio u obtendrás
la indulgencia plenaria a los pecados.
Fuentes consultadas: Perez J.Historia de Espana. Barcelona:
Critica, 2014, blogs.20minutos.es/arsenioescolar/2015/07/25/santiago-nunca-una-mentira-creo-tanta-verdad/,
www.escolar.net/MT/archives/2010/09/la-nacion-inventada.html, mismentirasfavoritasdiego.blogspot.com.