domingo, 24 de agosto de 2025

DOMINGO XI DE MATEO


La parábola de los diez mil talentos. (Mt.18,23-35)

Tono 2º. Evangelio de Resurrección XI.


EVANGELIO (11) DE RESURRECCION (MAITINES).


Lectura del santo Evangelio según san Juan (21, 15 - 25)


En aquel tiempo, Jesús se manifestó a sus discípulos, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que éstos? Le dice él: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis corderos.

Vuelve a decirle por segunda vez: Simón de Juan, ¿me amas? Le dice él: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas.

Le dice por tercera vez: Simón de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ¿Me quieres? y le dijo: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.






San Juan Teólogo y Evangelista, el discípulo amado del Señor






Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme.

Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Viéndole Pedro, dice a Jesús: Señor, y éste, ¿qué? Jesús le respondió: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.

Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: No morirá, sino: Si quiero que se quede hasta que yo venga.

Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.

Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran. Amén.







San Pablo, Apóstol de las Naciones










APOSTOLES.

Lectura de la 1ª epístola del santo Apóstol Pablo a los Corintios (9, 2 – 12)


2. Si para otros no soy apóstol, al menos lo soy para vosotros, porque vosotros sois el sello de mi apostolado en el Señor.

3. Esta es mi defensa contra los que me acusan.*

* Contra los que dudan que sea apóstol, esta es mi respuesta, que es dada por ese divino sello. (P.Trempelas)

4. ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber?

5. ¿No tenemos derecho de traer con nosotros mujer cristiana, como los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?

6. ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar?

7. ¿Quién sirvió jamás como soldado con sus propios gastos? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?

8. ¿Tal vez digo esto pensando como hombre? ¿No lo dice también la ley?

9. En la ley de Moisés está escrito: "No cerrarás la boca del buey que trilla". ¿Tal vez se intesa Dios por los bueyes?

10. ¿O lo dice enteramente por nosotros? Realmente para nosotros está escrito; porque quien ara la tierra, debe arar con esperanza, y el que trilla, trillará con la esperanza de recibir del fruto.

11. Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segaremos de vosotros lo material*?

* como fruto de esta siembra espiritual?

12. Si otros utilizan el derecho de participar en vuestros bienes, ¿no lo tenemos también nosotros? Sin embargo no hemos hecho uso de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo.










EVANGELIO. Lectura del santo Evangelio según san Mateo (18,23-35) 

(Biblia RVR1960, con breve interpretación por P.Trempelas)

 

Vers. 23-35. La parábola de los diez mil talentos.


23 Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.

23. Ya que en el reino de los cielos el deber de perdonar a cuantos han pecado contra nosotros es innumerable, por eso el reino de los cielos es semejante a un rey terrenal, que quiso hacer cuentas con sus siervos y sus cortesanos, a los cuales había encargado la administración de los impuestos y de sus ingresos.


24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos

24. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado un deudor, que le debía diez mil talentos, es decir una extraordinaria cantidad.


25 A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.

25. Pero como este no tenía con qué pagar, ordenó su señor que fuese vendido junto a su mujer y a sus hijos, y todo lo que tenía, para que fuese pagada la deuda.


26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

26. Cayó sobre el suelo el siervo, y se postro ante él, diciendo: Señor, dame un poco más de tiempo todavía, y todo lo que te debo te lo pagaré.


27 El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda

27. Entonces su señor, movido a misericordia, se compadeció de él, le dejó libre y ademas le perdonó la deuda.




                                 





28 Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes 

28. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios, es decir una pequeña cantidad. Y tras pararle, le agarró fuertemente diciendo: págame lo que me debes.



29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

29. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: espérame y dame un poco más de tiempo, y yo te lo pagaré todo.


30 Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.

30. Mas él no quiso, y fue ante el juez y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debiese.


31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado

31. 
Pero cuando vieron los otros consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho. Y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.


32 Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste

32. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda tan grande te perdoné, porque me rogaste.



33 ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?

33. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti, aunque no soy tu consiervo sino tu señor?







                                    








34 Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.

34. Entonces su señor, enojado, le entregó a los que torturan a los encarcelados, para castigarle hasta que pagase todo lo que le debía.


35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.

35. Así también hará mi Padre celestial, a quien debido a vuestros innumerables pecados sois deudores de una deuda incontable, si no perdonáis cada uno a vuestro hermano no solo con vuestra boca, sino de corazón.





                                      






HOMILÍA Ι

 Del libro ”Háblame, Cristo. Mensajes para jóvenes de los Evangelios de los Domingos”. Archim. Apóstolos J. Tsoláki. Ed.Sotir

 

"Cuánto debemos y cuánto nos deben"


UNA VEZ UN REY -COMENZÓ EL SEÑOR A DECIRNOS LA PARÁBOLA- llamó a sus siervos y a sus capataces, a los cuales había encargado la administración de los impuestos y sus ganancias, y pidió rendir cuentas.

Le trajeron entonces frente a él a uno que debía 10.000 talentos, cantidad inimaginable (alrededor de mil millones de euros). Y como desde luego no le era posible pagar su deuda, ordenó el rey que fuese vendido él junto con su mujer y sus hijos, y que fuesen confiscadas todas sus propiedades. Cayó entonces aquel siervo sobre sus pies y rogó al rey que tuviese misericordia de él.





    
                                   






Tuvo misericordia el señor y le dejó libre, perdonándole ya toda su deuda.

Pero según él salió fuera, se encontró con otro sirviente, servidor también suyo, el cual le debía 100 denarios, es decir unos 2.000 euros. Le detuvo y le cogió del cuello exigiéndole “aquí y ahora” la saldación de la deuda.

- Dame enseguida lo que me debes.

Cayó sobre sus pies su compañero y le suplicó que tuviese misericordia de él. Espera un poco, dame un espacio de tiempo, y te lo daré. Pero el otro, ningún signo de comprensión. Al juez directamente y después a la cárcel, hasta que le pagase lo que le debiese.

Lo vieron esto los otros siervos, servidores del rey, compañeros entre ellos, y se entristecieron mucho. Fueron en seguida a hacérselo conocido a su señor.



                                         





Entonces aquel enfurecido llama al siervo y le dice:

- Hombre malo, toda aquella deuda, la enorme deuda, te la regalé, porque me lo rogaste. ¿No deberías tú haber sentido misericordia de tu compañero, como yo la sentí? Y directamente llamó a los carceleros para que le encerrasen en la prisión, hasta que pagase todo lo que debiese (es decir, toda su vida).




* * *




...”que debía 10.000 talentos/ 100 denarios”


¡10.000 talentos! Tanto le debemos. Porque cada pecado nuestro es una deuda muy grande, porque se refiere a nuestra invalorable alma, el valor de la cual no puede ser comparada con toda la riqueza de todo el mundo.

¿Comprendes, amigo mío, de qué deuda te libera el Señor, cuando te arrodillas frente a Él en la Santa Confesión y con contrición Le pides que te perdone por los pecados que has realizado?

Tanto Le debes tú. Y el otro, ¿cuánto te debe a ti? Cualquiera que sea el daño que te haya hecho, es de un valor nimio frente a tu deuda ante Dios. Tú debes a Dios, mientras que él a hombre. ¿Existe comparación?

Pero sin embargo cómo tenemos en cuenta, ¡cómo tan miserablemente valoramos los errores de los demás!





                     






Y además, sucede algunas veces que no queremos perdonar a nuestro compañero, que nos ha dañado en algo. O decimos que le perdonamos, pero sin haberlo hecho dentro de nosotros, de corazón. En este caso nos parecemos al siervo de la parábola que hemos visto. ¿Quién no cree que el castigo que finalmente le fue impuesto era justo?

Si queremos, entonces, que Dios perdone nuestros pecados, solo tenemos que perdonar de corazón a los demás. Las palabras del Señor son clarísimas. Otro camino no existe. 



 
 
 
 
 


Βίος και Θαύματα του Αγίου Λουκά Αρχιεπισκόπου Συμφερουπόλεως Κριμαίας  (1877 – 11 Ιουνίου 1961) | Διακόνημα
San Lucas, Arzobispo de Simferopol



 
HOMILÍA ΙI
 
San Lucas, Arzobispo de Simferopol
 

Homilía para el Undécimo Domingo de Mateo - Sobre la Dureza de Corazón


¿Qué hombre no se enojará y protestará cuando escuche la parábola del siervo malo a quien el Señor perdonó una gran deuda mientras que él no quiso perdonar a su prójimo una pequeña? Nuestros corazones se turban cuando vemos las peores manifestaciones de las pasiones humanas y la pecaminosidad. Con razón dijo el profeta David: "Él ha librado mi alma de en medio de los cachorros de los leones: me acosté a dormir, aunque turbado. En cuanto a los hijos de los hombres, sus dientes son armas y saetas, y su lengua una espada afilada". (Sal. 56:5). Y no lo dice de asesinos y criminales sino de nosotros, la gente común. Nos llama leones y dice que nuestros dientes son armas y flechas y nuestra lengua una espada afilada. La espada es un instrumento de asesinato.


Si nuestra lengua es como una espada afilada, podemos usarla para matar gente. Y de hecho muchas veces lo hacemos y no nos consideramos asesinos. Herimos el corazón de nuestro prójimo con calumnias y mentiras, insultamos su propia dignidad humana, agitamos su corazón con malicia; ¿No es esto un asesinato espiritual?


Escuchamos que una de las personas famosas está cometiendo adulterio y nos enojamos con él. No es difícil estar enojado con los demás. Es difícil estar enojado con uno mismo. ¿Tenemos derecho a enojarnos con los demás cuando nosotros mismos no tenemos la pureza que Cristo nos pide? ¿Cuántos de nosotros nunca hemos mirado a una mujer oa un hombre con lujuria? Pocos, muy pocos.


El Señor Jesucristo llama adulterio a toda mirada impura que lanzamos sobre una mujer. Y si aún no lo hicimos con el cuerpo, lo hicimos con el corazón.





                      



Un gran jerarca, San Tikhon de Zadonsk, dice lo siguiente: "Los pecados que vemos en los demás también los tenemos". Esto es muy correcto. Todos los pecados que vemos en los demás también están presentes en nosotros, quizás en menor grado, pero tenemos un corazón igualmente impuro cuya impureza se manifiesta en los insultos al prójimo y el odio contra él. Tal impureza existe en el corazón de cada hombre. Por lo tanto, debemos recordar las palabras del gran Jerarca y tenerlas siempre en nuestro corazón.


Cuando vemos la pecaminosidad de los demás debemos mirar nuestro propio corazón y preguntarnos: "¿Estoy limpio de pecado, no hay en mí la misma pasión que veo en mi hermano?"


Siempre recordamos las cosas que más nos impresionan. Recordamos, por ejemplo, los terremotos. Y cuanto más compasivo es nuestro corazón, más tiempo recordamos las desgracias. Mientras que las personas de corazón duro los olvidan muy rápido.









Así no es como trabajan los sismólogos. Siempre tienen en cuenta los terremotos y hacen las mediciones correspondientes todos los días. Deberíamos tomar un ejemplo de ellos. Así como los sismólogos siempre vigilamos atentamente las vibraciones en el interior o superficie de la tierra, nosotros debemos vigilar incansablemente los movimientos de nuestro propio corazón y expulsar de él toda impureza. Prestar atención a nuestros pensamientos, deseos, motivos y acciones. Analicémoslos cuidadosamente, examinando si hay algo pecaminoso en ellos.


Si imitamos a los sismólogos y observamos cuidadosamente los movimientos de nuestro propio corazón, entonces nos daremos cuenta de nuestra propia pecaminosidad e indignidad y no prestaremos atención a lo que hacen los demás y no los criticaremos por lo que hacen.


El comportamiento del siervo malvado nos deja con indignación después de que el amo misericordioso acababa de perdonarle una gran deuda de diez mil talentos y él en cuanto vio a alguien que le debía sólo cien denarios lo agarró y comenzó a exprimirlo. El pobre le rogó y le dijo las mismas palabras que hace poco dijo el siervo despiadado delante del amo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré" (Mt. 18, 29). Pero no quiere esperar y mete a su deudor en prisión.
 










¿Qué podría ser más injusto?


Es el grado máximo de dureza de corazón y despiadada, es la ausencia total de misericordia, de voluntad y de capacidad para perdonar las deudas al prójimo. Es el olvido de esa petición que dirigimos a Dios todos los días: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". No queremos perdonar a nuestro prójimo sus deudas, pero esperamos que Dios nos perdone las nuestras.


Este hombre sin corazón mostró el lado más oscuro de su alma a su vecino. ¿Cuál fue la razón por la que se comportó con tanta dureza y violó la ley? En primer lugar fue su egoísmo, su egoísmo. Solo se consideraba a sí mismo y no pensaba en los demás, solo para sí mismo quería el bien. Todos sus pensamientos y actividades eran para adquirir tanto como fuera posible. Era muy egoísta. No le bastó con haberle quitado al señor diez mil talentos, no pudo perdonarle los cien denarios que le debía el pobre.


Pero miremos nuestro propio corazón. ¿No hay dureza de corazón y avaricia en nosotros? ¿Cuántos de nosotros despreciamos el dinero y no perseguimos la riqueza? Pocos, muy pocos. La avaricia es el pecado de la mayoría de la gente. Resentidos por la avaricia del buen servidor, debemos admitir humildemente que nosotros también somos culpables del mismo pecado. En el ejemplo de este siervo malvado vemos la peor manifestación de la pasión del egoísmo y la avaricia. Pero, ¿no nos amamos también a nosotros mismos más que a nuestro prójimo? ¿Obedecemos el mandamiento: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19,19)?










Nos amamos a nosotros mismos y nos preocupamos poco por los demás. Esto significa egoísmo, es la pasión que se manifestó de una forma tan fea en el caso del siervo malvado. Era un hombre de corazón duro y despiadado. Pero, ¿podemos decir por nosotros mismos que obedecemos el mandamiento de Cristo: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso?" (Lc 6,36).


¿Quién ama a su prójimo como a sí mismo? ¿Quién lo cuida como él se cuida a sí mismo? Sólo los santos. No somos santos porque todos tenemos las mismas pasiones que vemos en los demás, como decía San Tikhon de Zadonsk.


Muchas veces no mostramos piedad a nuestros deudores. Pero el apóstol Santiago dice: "Porque el juicio es sin misericordia para los que no muestran misericordia" (Santiago 2:13). Tengamos miedo escuchando estas palabras del apóstol porque correremos la misma suerte que el esclavo inmisericorde, a quien el amo enfurecido entregó a los verdugos, hasta saldar toda la deuda.










Al final de la parábola, Cristo dijo: "Así hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis cada uno de vosotros a este hermano de vuestro corazón estas transgresiones" (Mt 18,35).


En otra ocasión Cristo dijo: "Si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros; pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mt 6, 14-15).


El Señor nos dijo que oráramos con la oración que dio a sus discípulos, que dice: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Repetimos estas palabras todos los días.


Ves que el requisito es alto. Cuando vemos los vicios cometidos por otros, no podemos más que indignarnos; debemos recordar la palabra: "Cuídate".


Vigila siempre tu corazón, cada uno de sus movimientos, incluso las manifestaciones más insignificantes de las pasiones que hay en él. Recordemos siempre las palabras del apóstol Pablo en la carta a los Efesios: "Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os perdonó a vosotros en Cristo" (Ef 4, 32). Debemos perdonar a los demás como dijo Cristo al final de la parábola, con todo el corazón.


Aprendamos a hacer lo que Cristo nos pide: ser misericordiosos, como nuestro Padre celestial es misericordioso, y de todo corazón perdonar al prójimo sus transgresiones. Entonces nuestro Padre celestial también nos perdonará a nosotros. Amén.




Fuente: https://alopsis.gr. Traducido al inglés por www.mystagogyresourcecenter.com y al español por el equipo de La Ortodoxia es la Verdad.

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