San Gregorio de Tours (538-594 d. C.) fue un obispo francés de Tours e historiador. Luchó con fervor por la protección de los derechos de la Iglesia, especialmente el de conceder asilo, sin dudar en oponerse incluso al propio rey Chilperico.
Cuando el obispo Pretextos fue acusado de grave desobediencia, San Gregorio fue el primero en atreverse a defenderlo.
Participó activamente en la recuperación de los bienes y edificios de la Iglesia, el desarrollo de la actividad religiosa de su diócesis y la conversión de herejes y judíos. En una época en que sus contemporáneos descuidaban las letras, escribió importantes obras no solo de contenido doctrinal o hagiográfico, sino también histórico, entre las que destaca la Historia de los Francos. Otras obras suyas: Los Siete Libros de los Milagros, Vidas. Patrum, De gloria conpessorum y Sobre el curso de las estrellas. Su memoria se honra el 17 de noviembre.
Una vez, mientras viajaba de Borgoña a Auvernia, se desató una violenta tormenta. El aire denso se concentró en nubes negras; el cielo comenzó a iluminarse con relámpagos repetidos y a resonar con truenos ensordecedores; y todos sintieron cómo palidecían y temblaban ante el peligro que los amenazaba. Pero Gregorio, con serenidad, sacó de su cofre —pues siempre las llevaba colgadas al cuello— algunas reliquias de santos, que elevó hacia las nubes, hacia las que resistió con perseverancia; y las nubes al instante se abrieron, algunas a la derecha y otras a la izquierda, ofreciendo a los viajeros un camino tranquilo.
El orgullo, sin embargo, que tantas veces se alimenta de las virtudes, se apoderó del alma de este joven; se regocijó en él y se atribuyó el mérito que acababa de atribuir a sus restos. Pero ¿qué hay más cercano a la arrogancia que una caída? Y, en efecto, el caballo que montaba cayó. En el mismo lugar, lo arrojó al suelo con tal violencia que, magullado por todo el cuerpo, apenas logró ponerse de pie. Comprendiendo la causa de su desgracia, se cuidó en adelante de no dejarse vencer por los impulsos de la vanidad, sino que, siempre que la gracia divina obraba a través de él, atribuía el honor no a sus propias virtudes, sino al poder de las reliquias que, como ya hemos dicho, traía consigo. Y si alguien reflexiona bien sobre este incidente, verá que es más admirable corregir su orgullo que haber dispersado las nubes.
Entre estos ejemplos, en medio de los cuales, como acabamos de decir, Cristo resplandece como en las cumbres de las montañas, había observado al glorioso señor Martín, quien, como el Olimpo, exagera a los demás y, al ser el más cercano a las llamas celestiales, refleja las estrellas mismas con mayor esplendor: Martín, por cuya piadosa honra el mundo entero, con justicia... Gregorio conspiraba con ardiente anhelo, llevándolo siempre en su corazón y en sus labios, y difundiendo su gloria por doquier. Pero si bien se dedicaba con todas las fuerzas de su espíritu al ejercicio de las virtudes, su cuerpo, como suele suceder, perdía parte de su fuerza.
Por la misma razón, Daniel vio su cuerpo, al intentar resucitar tras la visión de su ángel, completamente debilitado (Daniel 10:8, 16, 17) y enfermo durante muchos días. En cuanto a las virtudes, Gregorio era una ganancia, pero en cuanto al cuerpo, estaba débil; y una vez se descubrió que había caído víctima de una fiebre y una anafilaxia cutánea que lo dominaron hasta tal punto que, al no poder comer ni beber, perdió toda esperanza de vivir.
Solo le quedaba una cosa: la confianza que había depositado en Martín jamás se había tambaleado. Al contrario, inflamado por un amor aún más ardiente, se sintió tan atraído por Martín que, mientras... Apenas había cruzado el umbral de la muerte cuando, sin dudarlo, emprendió el viaje para visitar la tumba del santo.
Sus parientes no lograron disuadirlo, y él persistió obstinadamente, pues la fiebre de su cuerpo era menos fuerte que la de su amor. Tras dos o tres paradas en el camino, su debilidad aumentó conforme avanzaba.
Pero ni siquiera entonces nada pudo impedirle refugiarse en Martín, y con la misma fe y en nombre de la Divina majestad suplicó a quienes intentaban impedírselo que lo presentaran, vivo o, en todo caso, muerto, ante la tumba del Santo.
¿Qué más puedo decir? Llegó enfermo, y su fe, justificada, le obtuvo la curación que esperaba.
Y no solo él, sino también uno de sus clérigos, llamado Armentarius, que había estado al borde de la muerte, debió su salud a la magnitud de su fe.
Gregorio, pues, dando gracias tanto por este último como por sí mismo, regresó a su lugar satisfecho, o mejor dicho, más conmovido que nunca por su amor a Martín.
De la Vita Patrum - Vidas de los Padres, de San Gregorio de Tours (Paternal Galo del siglo V)
El judío y el milagro con el santo icono.
Cabe señalar que las capillas y pequeñas iglesias del pueblo de Galo no eran de estilo basilical ni, como era costumbre, de piedra. Generalmente eran de madera, y sus iconos estaban pintados sobre madera y colgados en las paredes.
El relato más detallado de estos iconos de panel del siglo VI se encuentra en la obra de San Gregorio, La Gloria de los Mártires (cap. 22), donde leemos, en la historia del judío que robó un icono y lo perforó, lo siguiente, que también es un testimonio sorprendente de la actitud verdaderamente ortodoxa de la Iglesia de Galacia en este momento, en contraste con el sentimiento iconoclasta que se apoderó de parte de Galacia (así como del Oriente cristiano) en la época de Carlomagno. Estas son las palabras de San Gregorio: «La fe, que se ha mantenido pura entre nosotros hasta el día de hoy, nos lleva a amar a Cristo con tal amor que los fieles que guardan su ley grabada en sus corazones desean tener su imagen pintada, en memoria de su gracia, sobre madera visible, la cual cuelgan en los templos y en sus hogares…
Un judío, que a menudo veía en un templo una imagen de este tipo, pintada sobre madera y apoyada contra la pared, pensó: “Aquí está el corruptor que nos ha humillado”… Así que, llegando de noche, traspasó la imagen, la bajó de la pared y la llevó a su casa cubierta con sus ropas, con la intención de arrojarla al fuego».
La descubrieron cuando encontraron que el icono sangraba profusamente en el punto donde había sido traspasado (un milagro que también ocurrió más tarde en Bizancio con el Icono de la Virgen de Iberia y, durante el régimen soviético, en Kaplunovka, Rusia, con una cruz).
Muchos iconos de madera como estos han llegado hasta nosotros desde el Monte Sinaí, datando del siglo VI, y son similares en apariencia a los iconos que los devotos cristianos ortodoxos encargan pintar para sus iglesias y hogares incluso hoy.
Un ángel lo reprende.
Creemos que debemos añadir a esta narración que Dios quiso reprenderlo para que no pecara, ni siquiera por la falta de seriedad de los demás. Como el beato Martín lo había curado de una enfermedad incurable, de modo que pudiera ir a la iglesia al día siguiente, sin embargo, para no cansarse durante el servicio, había ordenado a uno de sus sacerdotes que lo celebrara.
Pero este sacerdote pronunció las Sagradas Palabras de manera tan grosera que algunos de los asistentes comenzaron a burlarse de él, diciéndole que sería mejor que guardara silencio a que hablara con tanta rudeza.
Esa noche, Gregorio vio en sueños a un hombre que le decía que nadie debía hacer comentarios sobre los Misterios de Dios. De esto concluyó que no debió haber permitido que personas necias o frívolas calumniaran los benditos misterios mientras él mismo estaba presente.
Fuentes consultadas:https://orthodoxy-rainbow.blogspot.com




