Domingo IX de Lucas (XXI depués de Pentecostés). "La parábola del rico insensato" (Luc. 12, 16-21)
Tono grave. Ev. Maitines 2 (ver EOTHINON 2, pág.5)
Lectura del Libro de los Apóstoles. Epístola a los Efesios 2, 14-22
14 Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, 16 y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. 17 Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, 20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, 21 en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22 en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
EVANGELIO. "La parábola del rico insensato" (Luc. 12, 16-21)
16 También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. 17 Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? 18 Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; 19 y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. 20 Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? 21 Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
HOMILIA. DOMINGO IX DE LUCAS. (Lucas 12, 16-21)
“La Parábola del rico insensato” . «Alma….¡come!»
Y rico era, y grandes terrenos tenía, y sucede que en aquel año sus tierras dieron mucho fruto, cosecha abundante. Dentro de esas condiciones de vida describió el Señor Jesús a este hombre de a parábola.
¡ Una auténtica bendición de Dios! Pero aquel no lo vio así. En lugar de alegrarse de todo esto y de agradecer a Dios por su regalo, en lugar de llenarle de alegría el hecho de que ahora, tan abundante que lo tenía, podría tranquilamente compartirla con los pobres de su alrededor y hacer que otros se alegrasen y disfrutarlo también, él cayó en una grave ambición, con mareo y agonía…
¿Agonía? Sí, agonía. “¿Qué voy a hacer?” – Decía.
Lo que dice el pobre, que no sabe qué hacer con su pobreza, lo mismo decía el rico, que no sabía qué hacer con…su riqueza. ¿Dónde cabrá todo esto que me han dado mis tierras?
Y una vez decidió. Lo encontré, dijo. Derribaré los almacenes que tengo ahora y construiré otros, más grandes, y allí dentro pondré toda mi cosecha y mis bienes, y después diré a mi alma: Alma, ahora tienes bienes materiales suficientes para muchos años. Disfruta entones de lo que tienes. ¡Come, bebe, diviértete!
¡Come, alma!
Pero, por desgracia, antes de comer el alma del rico, el Dios se le adelanta y le dice: Insensato, los demonios piden llevarse tu alma esta noche. Y con todo lo que has provisto, ¿ahora qué pasará?
Así sucederá, concluyó el Señor, a quien almacena bienes materiales para disfrutarlos él solo, egoístamente, y no almacena tesoros en el cielo con obras de amor por los demás.
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«Alma….¡come!»
¡Dónde puede llegar el hombre avaricioso, egoísta, el hombre mundano! ¡ En qué trágico estado! Que diga a su alma: “come”. Como si fuese un animal y le pusiese delante comida.
San Basilio el Grande hace la siguiente observación. Se dirige al rico de la parábola y le dice:
«Si suponemos, rico, que tu alma no fuese humana sino la de un cerdo, ¿qué otra cosa le dirías? ¿no le dirías esto mismo? Entonces, ¿tan animal has acabado?...»
Y por supuesto no sólo el aquí mencionado. Quien tiene las mismas creencias, las mismas costumbres que el rico de la parábola, en el mismo estado acabará. Lo asegura la Santa Escritura: “El hombre, -dice-, mientras que fue creado por Dios con honores, con un alma lógica, con elemento espiritual dentro de él, no lo entendió. “Mas el hombre no permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen” (Salmo 49, 13)
¿Cómo después un hombre así considerará algo superior para sí mismo? ¿Cómo alzará su alma hacia Dios, que está girada hacia el suelo, hacia la tierra, como los animales? ¿Cómo verá a su compañero como imagen de Dios? ¿Cómo vivirá con prudencia, veneración, justicia, respeto, ceencia?
¿Quizás nuestra época se caracteriza por los mismos pensamientos que los del hombre de la parábola?
Nosotros sin embargo, amigo mío, proporcionemos a nuestro alma lo que la vivifique y la mantenga en un buen estado espiritual, y no lo que la baja al nivel de las bestias.
Para no perder el Cielo de nuestro horizonte…
Homilía del libro ”Háblame, Cristo. Mensajes para jóvenes de los Evangelios de los Domingos”. Archim. Apóstolos J. Tsoláki.
