Para estas dos
mártires voluntarias —Flora y María— bajo el reinado de Abderramán II escribió
san Eulogio el "Documentum Martyriale", dirigido a ellas y, además, les
dedica un capítulo del "Memoriale Sanctorum" (851-856), en el que narra
la vida y el martirio de ambas.
Flora era hija de una cordobesa cristiana y de padre musulmán, procedente de Sevilla, lo que, según las leyes islámicas, la obligaba a abrazar esta religión.
Flora,
niña huérfana de padre, se educó en la fe cristiana y la profesaba
secretamente, por lo que abandonó la casa para reunirse con los cristianos;
ante ello, su hermano musulmán emprendió su búsqueda y encarceló a alguno de
sus conocidos, lo que determinó a la joven a regresar al hogar. Fue llevada por
su hermano ante el cadí, que trató de convencerla azotándola y la devolvió a su
hermano para que la convenciera en casa.
Según relata Eulogio, milagrosamente, la virgen se escapó de casa y se dirigió a la zona de Martos (Jaén), donde se ocultó durante unos seis años. Por su parte, María era hija de padre cristiano, de la ciudad de Niebla, y de madre musulmana convertida al cristianismo, lo que en la ley islámica implicaba la muerte. Esto determinó que la familia debiera trasladarse varias veces de lugar hasta recalar en Froniano, en la serranía cordobesa, junto con sus hijos Walabonsó y María. El joven ingresó en el monasterio de San Félix y María, en el de Santa María de Cuteclara, regido a la sazón por Artemia, madre de los mártires Juan y Adulfo.
Walabonsó fue martirizado, junto con otros cinco
varones de diversa procedencia, el día 7 de junio del 851, lo que sumió a su
hermana en una gran tristeza y en un ferviente deseo de imitar a su hermano en
el martirio buscado.
Con vidas diferentes, los caminos de estas vírgenes se cruzan en un punto, puesto que ambas se dirigieron a Córdoba para confesar su fe y, en su proceso de preparación al martirio, se encontraron en la iglesia de San Acisclo y se unieron en un estrecho vínculo de amistad y metas comunes; juntas se dirigieron ante el cadí y juntas profesaron su fe, por lo que fueron amonestadas y enviadas a la cárcel.
Para fortalecerlas en su decisión e
instruirlas, san Eulogio les dedicó un tratado, Documentum
Martyriale. Tras un período en la cárcel, fueron conducidas juntas al
martirio, el 24 de noviembre, y decapitadas; sus cuerpos se expusieron para que
fueran devorados por los animales carroñeros, pero como éstos los respetaron;
fueron arrojados al Guadalquivir. El mismo san Eulogio narra que, por
intervención divina, el cuerpo de María apareció y fue sepultado en el
monasterio de Cuteclara.
Iconográficamente se acostumbra representar juntas a las santas Flora y María, ataviadas con túnica y palio; Flora suele mostrar alguna herida en la cabeza. Como atributo genérico llevan la palma del martirio y su símbolo particular es la espada curva propia de los musulmanes y, en ocasiones, aparecen con un ave de rapiña.
Fuentes consultadas: http://dbe.rah.es/biografias/9685/santa-flora, (bibliografía al final de la página), es.wikipedia.org.