En la Hispania del s.VII termina el renacimiento espiritual, pero comienza un período no menos glorioso. Es una segunda época de martirios, esta vez bajo los musulmanes moros o sarracenos, que invadieron la Península Ibérica en 711 y se mostraron tan feroces como los romanos paganos.
Sin embargo, el alcance total de la crueldad árabe no se hizo evidente hasta el siglo IX. Llegamos al gran período de martirios de mediados del siglo IX, con su centro en la capital árabe de Córdoba, un período que solo se puede comparar con el sufrimiento en Hispania bajo Diocleciano o con los Nuevos Mártires del yugo turco en Grecia. Este período duró de 835 a 864.
La cristiana hispana Santa Laura fue uno de los 48 Mártires de Córdoba. Nació en dicha ciudad y pertenecía a una noble familia. Estaba casada con un importante funcionario del emirato independiente cordobés, pero quedó viuda y entró al monasterio de Santa María de Córdoba (Cuteclara), llegando incluso a ser abadesa.**
Proclamó en público su fe cristiana y el emir Muhammad I la mandó prender y azotar, ya que en esos tiempos Hispania estaba invadida por los musulmanes. Al ver que no renegaba del cristianismo, fue llevada a los más duros castigos de varas antes de ser sumergida en una caldera de plomo hirviendo, y aún así en plena agonía seguía con sus cánticos y alabanzas día y noche, que habían hecho las delicias de sus compañeras de monasterio.
Su dormición en el Señor fue el 19 de octubre del año 864.
Santa Laura fue la última en esta serie de mártires, pero no la última mártir en sufrir en España bajo los moros. De hecho, la siguiente víctima fue San Esteban, abad del monasterio castellano de Cardeña, cerca de Burgos, quien fue martirizado con otros monjes en 872. Estos son recordados el 6 de agosto.
Santa Laura de Córdoba (+864)
Por mystagogyresourcecenter.com
La península ibérica fue invadida por los musulmanes a principios del siglo VIII. Entre los años 756 y 929 se establece en el sur el Emirato de Córdoba. Los visigodos que vivían en estas tierras son conocidos como mozárabes y fue entre este grupo de cristianos que vivían en tierras omeyas que surgió un movimiento que los llevó al martirio voluntario. Al parecer, las autoridades eclesiásticas musulmanas y mozárabes habían llegado a un acuerdo y, siempre que se respetaran una serie de normas, no impedían que los cristianos siguieran con sus creencias. Sin embargo, por influencia de Eulogio de Córdoba, un grupo de casi 50 cristianos mozárabes se ofrecieron al martirio, aquejados por la arabización de la población. Entre ellos estaba Santa Laura de Córdoba.
Santa
Laura de Córdoba fue una cristiana mozárabe de origen visigodo y de
familia noble cordobesa, que vivió en la España musulmana durante el
siglo IX. Se casó con un importante funcionario del emirato, con quien tuvo dos hijas. A los seis años enviudó y, tiempo después, decidió ingresar al convento de Santa María de Cuteclara.***
Durante nueve años fue abadesa del monasterio, hasta que bajo la influencia del clérigo Eulogio de Córdoba y siguiendo el ejemplo de algunos compañeros que ya se habían inmolado por la fe cristiana, proclamó públicamente su fe, blasfemando contra el Islam, y esto supuso la pena de muerte. Fue arrestada y como no consintió en retractarse y abrazar el Islam, las crónicas dicen que primero fue azotada, luego sumergida en un caldero de plomo (o brea) hirviendo donde milagrosamente continuó cantando alabanzas a Dios durante tres horas, después de lo cual finalmente fue decapitada el 19 de octubre de 864.
Santa Laura y Reliquias de los Mártires de Córdoba. |
Luitprando de Cremona (+ 972), historiador y obispo, escribió sobre santa Laura: "Mi pluma no podría trazar todas las virtudes del perfume con que fue embalsamada esta sagrada casa. Su piedad llenó la ciudad de Córdoba: la persecución Era inevitable y estalló.
Denunciada al jefe de los sarracenos, la virtuosa Laura confesó generosamente la fe de Jesucristo, fue víctima de su constancia. Fue golpeada durante mucho tiempo, y finalmente su verdugo la sumergió en una caldero de brea hirviente. Durante tres horas cantó las alabanzas de su Dios, quien, satisfecho con lo que su siervo había sufrido por Él, la llamó a morar entre sus santos. Sus reliquias, esparcidas en varias iglesias de España, están rodeadas por la mayor veneración".
El martirio de Santa Laura, según Luitprando, historiador y Obispo de Cremona.
De Santa Laura, Luitprando Obispo de Cremona nos dice que era una mujer mozárabe, de origen visigodo y de una familia noble, que vivía en tierras del Emirato de Córdoba a mediados del siglo IX. Se casó con un caballero, importante funcionario del emirato, con el que tuvo dos hijas. A los seis años quedó viuda y, un tiempo después, decidió profesar y entró en el convento de Santa María de Cuteclara.
Durante nueve años fue abadesa del monasterio, hasta que bajo la influencia del clérigo Eulogio de Córdoba y siguiendo el ejemplo de algunos compañeros que ya se habían inmolado por la fe cristiana, proclamó en público su fe, blasfemando contra el islam, hecho que conllevaba la pena de muerte.
Fue apresada y como no consintió en retractarse y abrazar el islam,
cuentan las crónicas que fue primero azotada, luego sumergida en un caldero de
plomo hirviendo (o brea) donde aún siguió milagrosamente cantando alabanzas a
Dios durante tres horas, para acabar siendo decapitada el 19 de octubre del año
864.
Luitprando de Cremona, historiador y Obispo, escribió sobre
Santa Laura: «Mi pluma sería incapaz de rastrear todas las virtudes del perfume
con el que embalsamaba esta casa sagrada. Su piedad llenó la ciudad de Córdoba:
la persecución fue inevitable y estalló. Denunciada al jefe de los sarracenos,
la virtuosa Laura confesó generosamente la fe de Jesucristo; ella fue víctima
de su constancia. Durante mucho tiempo fue golpeada, y el verdugo finalmente la
sumergió en una caldera de brea hirviendo. Durante tres horas cantó las
alabanzas de su Dios, quien, satisfecho con lo que Su siervo había sufrido por
Él, la llamó a quedarse entre los Santos. Sus reliquias, dispersas en varias
iglesias de España, están rodeadas de la mayor veneración.»