Versos:
"Onésimo extendió sus piernas para ser rotas, piernas que valientemente corrieron por los caminos hacia Pablo".
El día quince fueron aplastadas las piernas de Onésimo.
"Onésimo extendió sus piernas para ser rotas, piernas que valientemente corrieron por los caminos hacia Pablo".
El día quince fueron aplastadas las piernas de Onésimo.
San Onésimo era siervo del apóstol Filemón*, y según Teodoreto de Ciro era de Colosas, a quien el bienaventurado Pablo escribió una epístola. Debido a que Onésimo robó dinero de la casa de Filemón, como se revela en la epístola de Pablo a Filemón, huyó y fue a Roma, y allí se encontró con el Apóstol Pablo, hallándolo atado. Catequizado por él en la fe de Cristo y bautizado, también se hizo admirable en virtud. Como Pablo no consideró justo que Filemón se entristeciera por el robo y la huida de su siervo Onésimo, por esta razón lo envió de regreso a su amo Filemón, junto con su epístola de presentación y entrega a Filemón.
Filemón recibió a Onésimo con la epístola y se regocijó, y lo envió de regreso a Pablo para que lo sirviera. Después de que Pablo completó su martirio, el divino Onésimo fue capturado y llevado ante Tértulo, el eparco de Roma, y el eparco lo envió a Potioli como prisionero. Tértulo también fue allí, y viendo que el Apóstol permanecía firme en su fe en Cristo, primero mandó que lo golpearan duramente con varas, y luego le aplastaron las piernas. De esta manera el bienaventurado dejó esta vida temporal, y partió para la eterna.
Del Gran Sinaxario.
El Apóstol Onésimo, de los Setenta.
Del libro"Una nube de testigos", por el Obispo de Jableh, Siria,
Demetri Khoury
Fue un humilde esclavo y soportó su situación lo más que pudo. Pero cuando su vida como siervo en Colosas de Frigia llegó a ser insoportable, huyó de su amo dirigiéndose a la Gran Ciudad de Roma.
Allí conoció a un gran maestro y evangelizador llamado Pablo… y muy pronto se convirtió al Santo Evangelio de Jesucristo.
Lleno de remordimiento por su huída impulsiva, el temeroso esclavo le confesó al Santo que estaba huyendo, y que su amo, un aristócrata llamado Filemón que vivía en la distante ciudad de Colosas, probablemente estaba buscándolo en ese preciso instante.
Maravillado por lo que aparentaba ser una “coincidencia” providencial de gran importancia, el gran evangelizador se dio cuenta de que el amo de Onésimo –su nuevo converso al Cristianismo– no era otro que el mismo Filemón a quien también San Pablo había convertido al Santo Evangelio no hacía mucho tiempo.
Allí conoció a un gran maestro y evangelizador llamado Pablo… y muy pronto se convirtió al Santo Evangelio de Jesucristo.
Lleno de remordimiento por su huída impulsiva, el temeroso esclavo le confesó al Santo que estaba huyendo, y que su amo, un aristócrata llamado Filemón que vivía en la distante ciudad de Colosas, probablemente estaba buscándolo en ese preciso instante.
Maravillado por lo que aparentaba ser una “coincidencia” providencial de gran importancia, el gran evangelizador se dio cuenta de que el amo de Onésimo –su nuevo converso al Cristianismo– no era otro que el mismo Filemón a quien también San Pablo había convertido al Santo Evangelio no hacía mucho tiempo.
Como nativo de Colosas en la región de Frigia (hoy día parte de la región de Turquía), San Onésimo había pasado la mayor parte de su vida como siervo de las familias nobles que gobernaban esa ciudad.
Habiéndose escapado a Roma alrededor del año 40 d.C. (y llevándose muchas piezas de valiosa vajilla que había tomado de la cocina de su amo, según algunos historiadores de ese período) el joven rebelde fue capturado muy pronto por las autoridades romanas y encerrado en una celda, sin ningún tipo de ceremonia, en la cárcel.
Ahí conoció a un prisionero que había sido encadenado a la pared, un hombre cuyo valiente hablar conmovió al punto de las lágrimas a Onésimo. Durante horas, mientras los dos hombres languidecían en su encierro, el Apóstol Pablo describiría la vida y muerte de un “Salvador” –un Mesías Santo que recientemente había descendido del cielo a la tierra para redimir a la humanidad del pecado y la muerte.
Habiéndose escapado a Roma alrededor del año 40 d.C. (y llevándose muchas piezas de valiosa vajilla que había tomado de la cocina de su amo, según algunos historiadores de ese período) el joven rebelde fue capturado muy pronto por las autoridades romanas y encerrado en una celda, sin ningún tipo de ceremonia, en la cárcel.
Ahí conoció a un prisionero que había sido encadenado a la pared, un hombre cuyo valiente hablar conmovió al punto de las lágrimas a Onésimo. Durante horas, mientras los dos hombres languidecían en su encierro, el Apóstol Pablo describiría la vida y muerte de un “Salvador” –un Mesías Santo que recientemente había descendido del cielo a la tierra para redimir a la humanidad del pecado y la muerte.
Cautivado por esa visión, el ladrón fugitivo de Colosas, escuchaba boquiabierto mientras San Pablo le hablaba acerca de la agonía en el huerto, los sufrimientos en el camino hacia el Gólgota, la muerte en la Cruz y, finalmente, la gloriosa Resurrección. Cuando el maravilloso apóstol finalizó su historia, el esclavo que se había escapado, le dijo que nunca había escuchado nada comparado a esa maravillosa narración del Santo Redentor.
Y que ahora anhelaba ser bautizado y seguir las huellas de Jesucristo, el Hijo de Dios.
Conmovido por su ardiente fe, San Pablo lo bautizó y le prometió a Onésimo que él sería incluido dentro de la nueva generación de Apóstoles Cristianos –conocidos como “Los Setenta”– quienes habían sido reclutados por los Doce Apóstoles originales como predicadores y portadores del bautismo para llevar el Santo Evangelio al mundo entero.
Onésimo escuchó todo esto con creciente emoción. Pero entonces el Santo Apóstol realizó una sugerencia sorprendente: Quería que Onésimo regresase con su amo para rogarle su perdón por haber huido de su lado. Cuando el joven manifestó que temía mucho regresar a Colosas –donde con toda seguridad recibiría un terrible castigo por su deserción– San Pablo le explicó que él conocía bastante bien al amo del joven y que le escribiría una carta a Filemón pidiéndole al hombre noble que perdonase a su esclavo por la transgresión y que lo recibiese como a un hermano.
Ese pedido se encuentra en la bien conocida Epístola de San Pablo a Filemón (1, 10-13), en la que se incluye un poderoso mensaje de amor y compasión: " Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inservible, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas por el Evangelio. Conmovido profundamente por esa misiva, el noble accedió instantáneamente y le concedió la libertad a su esclavo.
También le sorprendió al joven Onésimo recomendándole que regresase inmediatamente a Roma y que comenzase a ayudar a San Pablo en sus tareas.
Onésimo obedeció y muy pronto llegaría a ser un eficaz predicador del Señor, al punto de que terminaría sirviendo con gran distinción como obispo en Efeso, inmediatamente después de haber sucedido a San Timoteo.
Después de que San Pablo recibiera el martirio en Roma, Onésimo predicó el Santo Evangelio en muchas tierras –incluyendo España, Carpetania y Patras. Luego de haber sido arrestado por las autoridades Romanas (durante el reinado el Emperador Trajano, 89-117 d.C.) y haber sido interrogado por el Eparca Tertulius, fue expulsado a la ciudad de Puteoli, ubicada en la región de Campagna, que en la actualidad forma parte de Italia.
Eventualmente fue torturado por su fe, golpeado con palos de madera y finalmente decapitado en el año 109 de Nuestro Señor. Sin embargo, después de esto, una mujer de la nobleza –quien había sido testigo de sus sufrimientos y movida por el espíritu– hizo los arreglos en secreto para que su cuerpo fuese colocado en un ataúd de plata y enterrado con dignidad.
Con toda seguridad uno de los más grandes momentos en la vida de este fogoso mártir fue cuando respondió directamente, momentos antes de su muerte, a las acusaciones de Tertulius de ser Cristiano. Luego de haber confesado apasionadamente que ciertamente era Cristiano, el antiguo esclavo arrojó la mesa hacia el tirano Romano acusándolo a él de adorador de ídolos. Su voz resonó con convicción mientras el Santo Mártir proclamaba (según muchos historiadores de ese período) con furia en contra de esa práctica equivocada:
“La Idolatría es el fundamento de la fornicación, maestra de la ignorancia de Dios, ceguera de la mente e inspiradora de pasiones pecaminosas. No hay ningún honor en ella y está en todo en contra del Señor. Se esfuerza por destruir la verdadera adoración a Dios. La servidumbre hacia la idolatría conduce a la muerte, cuyo amo es el demonio. Es el alimento de los malvados y se opone a la virtud llevando solamente hacia la corrupción. La idolatría se muestra a sí misma como predicadora de sus leyes que llevan a la perdición.”
Con estas elocuentes palabras, aún flotando en el aire, el iracundo Tertulius llamó a sus guardias quienes rompieron los huesos del mártir con unas inmensas varas de madera y luego lo decapitaron. Así terminó la vida de este valiente mártir. Sin embargo la Santa Iglesia no olvidó la vida de este humilde esclavo que terminó siendo un príncipe de la fe.
La vida de este Santo Mártir nos enseña de manera especial acerca del amor entre hermanos –un amor que se muestra de manera especial en el gran afecto que el Gran Apóstol San Pablo sintió por su joven ayudante en sus luchas por convertir al mundo. Centrado en la gracia que siempre brota del Todopoderoso, este gran río de amor tiene el poder de conquistar al mundo; no con escudos y con armas, sino con el Espíritu Santo.
Onésimo obedeció y muy pronto llegaría a ser un eficaz predicador del Señor, al punto de que terminaría sirviendo con gran distinción como obispo en Efeso, inmediatamente después de haber sucedido a San Timoteo.
Después de que San Pablo recibiera el martirio en Roma, Onésimo predicó el Santo Evangelio en muchas tierras –incluyendo España, Carpetania y Patras. Luego de haber sido arrestado por las autoridades Romanas (durante el reinado el Emperador Trajano, 89-117 d.C.) y haber sido interrogado por el Eparca Tertulius, fue expulsado a la ciudad de Puteoli, ubicada en la región de Campagna, que en la actualidad forma parte de Italia.
Eventualmente fue torturado por su fe, golpeado con palos de madera y finalmente decapitado en el año 109 de Nuestro Señor. Sin embargo, después de esto, una mujer de la nobleza –quien había sido testigo de sus sufrimientos y movida por el espíritu– hizo los arreglos en secreto para que su cuerpo fuese colocado en un ataúd de plata y enterrado con dignidad.
Martirio del Santo Apóstol Onésimo |
Con toda seguridad uno de los más grandes momentos en la vida de este fogoso mártir fue cuando respondió directamente, momentos antes de su muerte, a las acusaciones de Tertulius de ser Cristiano. Luego de haber confesado apasionadamente que ciertamente era Cristiano, el antiguo esclavo arrojó la mesa hacia el tirano Romano acusándolo a él de adorador de ídolos. Su voz resonó con convicción mientras el Santo Mártir proclamaba (según muchos historiadores de ese período) con furia en contra de esa práctica equivocada:
“La Idolatría es el fundamento de la fornicación, maestra de la ignorancia de Dios, ceguera de la mente e inspiradora de pasiones pecaminosas. No hay ningún honor en ella y está en todo en contra del Señor. Se esfuerza por destruir la verdadera adoración a Dios. La servidumbre hacia la idolatría conduce a la muerte, cuyo amo es el demonio. Es el alimento de los malvados y se opone a la virtud llevando solamente hacia la corrupción. La idolatría se muestra a sí misma como predicadora de sus leyes que llevan a la perdición.”
Martirio del Apóstol Onésimo. Menologio Basilio II, s.X. |
Con estas elocuentes palabras, aún flotando en el aire, el iracundo Tertulius llamó a sus guardias quienes rompieron los huesos del mártir con unas inmensas varas de madera y luego lo decapitaron. Así terminó la vida de este valiente mártir. Sin embargo la Santa Iglesia no olvidó la vida de este humilde esclavo que terminó siendo un príncipe de la fe.
La vida de este Santo Mártir nos enseña de manera especial acerca del amor entre hermanos –un amor que se muestra de manera especial en el gran afecto que el Gran Apóstol San Pablo sintió por su joven ayudante en sus luchas por convertir al mundo. Centrado en la gracia que siempre brota del Todopoderoso, este gran río de amor tiene el poder de conquistar al mundo; no con escudos y con armas, sino con el Espíritu Santo.
El Misterio del Apóstol Onésimo
Leemos acerca de Onésimo en la Epístola de San Pablo a Filemón, donde leemos que había huido a Pablo mientras estaba en prisión probablemente en Roma para escapar del castigo por un robo del que se le acusaba. Después de escuchar el evangelio de Pablo, Onésimo se convirtió al cristianismo. Pablo, habiendo convertido anteriormente a Filemón al cristianismo, buscó reconciliar a los dos escribiendo la carta a Filemón. Algunos creen que Onésimo era un sirviente de Filemón, y dado que Filemón fue convertido por Pablo, Onésimo huyó a Pablo para mediar en su nombre.
También encontramos el nombre de Onésimo en Colosenses 4, donde leemos que acompañó a Tíquico a Colosas. Se desconoce si se trata o no de la misma persona, pero generalmente se supone que lo son.
De acuerdo con la Santa Tradición radición de la Iglesia Ortodoxa, se dice que el Apóstol Onésimo murió como mártir poco después de que el Apóstol Pablo fuera martirizado, a mediados o finales de los años 60 d. C., en Potioli, Italia, cuando le golpearon y aplastaron las piernas.
Sin embargo, algunos creen que también puede ser el mismo Onésimo nombrado por Ignacio de Antioquía en su Epístola a los Efesios como obispo de Éfeso, lo que situaría la muerte de Onésimo más cerca del 95 d.C. o incluso en el 110.
Aquí tenemos la posibilidad de uno, dos o tres hombres llamados Onésimo. Es casi imposible determinar cuál es la verdad, y por lo tanto el misterio, pero si nos basamos en la Santa Tradición, parece poco probable que el Onésimo mencionado por Pablo sea el mismo que el Onésimo mencionado por Ignacio.
Leemos acerca de Onésimo en la Epístola de San Pablo a Filemón, donde leemos que había huido a Pablo mientras estaba en prisión probablemente en Roma para escapar del castigo por un robo del que se le acusaba. Después de escuchar el evangelio de Pablo, Onésimo se convirtió al cristianismo. Pablo, habiendo convertido anteriormente a Filemón al cristianismo, buscó reconciliar a los dos escribiendo la carta a Filemón. Algunos creen que Onésimo era un sirviente de Filemón, y dado que Filemón fue convertido por Pablo, Onésimo huyó a Pablo para mediar en su nombre.
También encontramos el nombre de Onésimo en Colosenses 4, donde leemos que acompañó a Tíquico a Colosas. Se desconoce si se trata o no de la misma persona, pero generalmente se supone que lo son.
De acuerdo con la Santa Tradición radición de la Iglesia Ortodoxa, se dice que el Apóstol Onésimo murió como mártir poco después de que el Apóstol Pablo fuera martirizado, a mediados o finales de los años 60 d. C., en Potioli, Italia, cuando le golpearon y aplastaron las piernas.
Sin embargo, algunos creen que también puede ser el mismo Onésimo nombrado por Ignacio de Antioquía en su Epístola a los Efesios como obispo de Éfeso, lo que situaría la muerte de Onésimo más cerca del 95 d.C. o incluso en el 110.
Aquí tenemos la posibilidad de uno, dos o tres hombres llamados Onésimo. Es casi imposible determinar cuál es la verdad, y por lo tanto el misterio, pero si nos basamos en la Santa Tradición, parece poco probable que el Onésimo mencionado por Pablo sea el mismo que el Onésimo mencionado por Ignacio.
Después de todo, era un nombre bastante común en ese momento, y no hay razón para suponer que todos los que se llamaban Onésimo en el primer siglo eran la misma persona. Pero esto es lo que el erudito del Nuevo Testamento F.F. Bruce dice:
“¿Por qué, entonces, debería uno relacionar al Onésimo que fue obispo de Éfeso alrededor del año 110 con el Onésimo en el libro de Filemón? Porque Ignacio en su carta a la iglesia de Éfeso se muestra familiarizado con la epístola a Filemón. Es uno de los raros lugares en la literatura patrística donde se repite claramente el lenguaje de nuestra epístola. No solo eso, sino que la parte de la carta de Ignacio a Éfeso donde se hace eco del lenguaje de Filemón es la parte en la que se menciona al obispo en los primeros seis capítulos catorce veces”.
“¿Por qué, entonces, debería uno relacionar al Onésimo que fue obispo de Éfeso alrededor del año 110 con el Onésimo en el libro de Filemón? Porque Ignacio en su carta a la iglesia de Éfeso se muestra familiarizado con la epístola a Filemón. Es uno de los raros lugares en la literatura patrística donde se repite claramente el lenguaje de nuestra epístola. No solo eso, sino que la parte de la carta de Ignacio a Éfeso donde se hace eco del lenguaje de Filemón es la parte en la que se menciona al obispo en los primeros seis capítulos catorce veces”.
Yendo más allá, los eruditos del Nuevo Testamento como F. F. Bruce han sugerido que fue Onésimo quien jugó un papel decisivo en la recopilación y preservación de las cartas escritas por Pablo, que se recopilaron en el Nuevo Testamento.
Sin embargo, hay razones para dudar de las especulaciones de F.F. Bruce. Primero, la tradición parece contradecir su afirmación. En segundo lugar, es posible que Ignacio se haya referido a la Epístola a Filemón en su carta solo porque el actual obispo de Éfeso, Onésimo, le recordó al Onésimo mencionado por Pablo y, por lo tanto, se hizo como un recurso retórico. Tercero, Ignacio nunca asoció o conectó a Onésimo de Éfeso con el Onésimo que era discípulo de Pablo. Cuarto, no hay tradición que vincule a Onésimo con ser obispo de Éfeso.
El misterio sigue siendo un misterio y uno solo podría especular cuál es la verdad.
Santo Apóstol Onésimo como modelo para nuestras vidas
Por el Protopresbítero P. G. Papavarnavas
El Apóstol Onésimo fue al principio un sirviente del Apóstol Filemón, quien era un hombre de amor y trataba a sus sirvientes con bondad. Sin embargo, resultó que era un sirviente inservible, porque abusó de la bondad de su amo, robándole y huyendo en secreto a Colosas. En Roma, adonde huyó, fue catequizado por el apóstol Pablo en la "fe de Cristo", fue bautizado y se hizo "maravilloso en la virtud". De siervo inservible pasó a ser Apóstol de Jesucristo, y se hizo verdaderamente útil y verdaderamente libre.
El Apóstol Pablo, que estaba preso en Roma "por causa del Evangelio", quería tener a Onésimo cerca para servirle, pero no quería hacerlo sin el consentimiento del Apóstol Filemón, así que envió a Onésimo para dar la carta. Esta es la Epístola a Filemón del Apóstol Pablo, contenida en el Nuevo Testamento, que es un texto maravilloso que vale la pena estudiar a diario. Esta carta le informa a Filemón del renacimiento espiritual de su siervo y le ruega que ya no lo reciba como un siervo, sino como un hermano amado. Continúa: "Si, pues, me tenéis por amigo, recibidlo como me recibisteis a mí. Y si os ha hecho algún mal, o si os debe algo, me lo debéis a mí".
Después del martirio final del Apóstol Pablo, el Apóstol Onésimo fue arrestado y él también "por causa del Evangelio" sufrió horribles torturas. Finalmente, le destrozaron las piernas y así dejó esta vida temporal y se trasladó a la eternidad.
La vida y obra del Apóstol Onésimo nos da la oportunidad de destacar lo siguiente:
Primero, las pasiones esclavizan al hombre y lo vuelven inservible. Puede vencerlos y librarse de su tiranía con el arrepentimiento sincero, que es el fundamento de la vida espiritual y, según San Juan del Sinaí, "es renovación del bautismo y pacto con Dios para una vida nueva", junto con toda la experiencia que ofrece la Iglesia. Cabe señalar que con el paso del tiempo las facultades del hombre comienzan a abandonarlo paulatinamente y luego las pasiones, si no vencidas para entonces, dominan su voluntad con el resultado de que es vilipendiado y humillado. De hecho, a veces uno cae tan bajo que es un espectáculo triste e invita al dolor y la tristeza o incluso al escándalo, si esta persona, debido a su posición, debería haber sido un modelo a seguir en la sociedad.
Por el Protopresbítero P. G. Papavarnavas
El Apóstol Onésimo fue al principio un sirviente del Apóstol Filemón, quien era un hombre de amor y trataba a sus sirvientes con bondad. Sin embargo, resultó que era un sirviente inservible, porque abusó de la bondad de su amo, robándole y huyendo en secreto a Colosas. En Roma, adonde huyó, fue catequizado por el apóstol Pablo en la "fe de Cristo", fue bautizado y se hizo "maravilloso en la virtud". De siervo inservible pasó a ser Apóstol de Jesucristo, y se hizo verdaderamente útil y verdaderamente libre.
El Apóstol Pablo, que estaba preso en Roma "por causa del Evangelio", quería tener a Onésimo cerca para servirle, pero no quería hacerlo sin el consentimiento del Apóstol Filemón, así que envió a Onésimo para dar la carta. Esta es la Epístola a Filemón del Apóstol Pablo, contenida en el Nuevo Testamento, que es un texto maravilloso que vale la pena estudiar a diario. Esta carta le informa a Filemón del renacimiento espiritual de su siervo y le ruega que ya no lo reciba como un siervo, sino como un hermano amado. Continúa: "Si, pues, me tenéis por amigo, recibidlo como me recibisteis a mí. Y si os ha hecho algún mal, o si os debe algo, me lo debéis a mí".
Después del martirio final del Apóstol Pablo, el Apóstol Onésimo fue arrestado y él también "por causa del Evangelio" sufrió horribles torturas. Finalmente, le destrozaron las piernas y así dejó esta vida temporal y se trasladó a la eternidad.
La vida y obra del Apóstol Onésimo nos da la oportunidad de destacar lo siguiente:
Primero, las pasiones esclavizan al hombre y lo vuelven inservible. Puede vencerlos y librarse de su tiranía con el arrepentimiento sincero, que es el fundamento de la vida espiritual y, según San Juan del Sinaí, "es renovación del bautismo y pacto con Dios para una vida nueva", junto con toda la experiencia que ofrece la Iglesia. Cabe señalar que con el paso del tiempo las facultades del hombre comienzan a abandonarlo paulatinamente y luego las pasiones, si no vencidas para entonces, dominan su voluntad con el resultado de que es vilipendiado y humillado. De hecho, a veces uno cae tan bajo que es un espectáculo triste e invita al dolor y la tristeza o incluso al escándalo, si esta persona, debido a su posición, debería haber sido un modelo a seguir en la sociedad.
La libertad es principalmente un estado interior que una persona experimenta independientemente de las condiciones exteriores. En la cárcel el Apóstol Pablo era verdaderamente libre, mientras que Onésimo después de su fuga, aunque tenía dinero y libertad exterior, en realidad era un esclavo, porque vivía bajo el peso de la culpa que crea el pecado, por lo que le era imposible tener libertad interior. paz y verdadera alegría.
Cuando una persona no está purificada de las pasiones o al menos no lucha por purificarse de ellas, entonces es imposible ser libre y verdaderamente feliz en la vida porque, entre otras cosas, existe la posibilidad de que pueda sufrir algún tipo de chantaje. . Y, por supuesto, cuando se está bajo presión y se encuentra en un clima de chantaje e intimidación, entonces es imposible actuar verdaderamente libre. Se vuelven desgraciados, peón de todos los que se aprovecharon de sus pasiones y agravios y están "en sus manos", como suele decirse, en el chantaje. Por fuera pueden parecer libres y cómodos, pero en realidad son prisioneros y esclavos.
En segundo lugar, los fenómenos enfermizos y las malas situaciones, tales como el robo, el abuso, los entrelazamientos, etc., se encuentran en todas las épocas, e incluso la nuestra, por supuesto, no puede ser la excepción, ya que vivimos en una sociedad caída. En realidad, los miembros sanos de la sociedad son los Santos, así como todos aquellos que luchan por alcanzar su propia santificación. Los Santos con sus luchas espirituales vencieron sus pasiones, llegaron a su iluminación y teosis y experimentaron el estado anterior a la caída. Adquirieron el amor perfecto, que es el tratamiento del egoísmo, la causa operativa de la avaricia, la sensualidad, la vanidad y todas las demás pasiones.
Porque hoy en día escuchamos y leemos sobre muchas cosas, hay que subrayar que la Iglesia no es un club de personas "purificadas", sino que es el cuerpo Divino-Humano de Cristo. Cristo mismo es la cabeza y los miembros son todos aquellos, clérigos y laicos, que recibieron el bautismo y lucharon, de un modo u otro, por vivir según la voluntad de Dios. También que la Iglesia, como subraya Su Eminencia nuestro Hieroteo Metropolitano, es un hospital espiritual, y por tanto es natural que tenga miembros enfermos a los que trata de curar, sin violar nunca su libertad. Además, con su debilidad, pasiones y errores, cada persona tiene una responsabilidad personal y es responsable ante Dios y los hombres.
La Iglesia no necesita purificación, porque es pura, santa e inmaculada. Necesitamos purificación y renacimiento espiritual.
Oremos para que Dios nos muestre verdaderos padres espirituales también en nuestros días, que puedan ayudar a las personas a renacer, para adquirir el amor perfecto, y de siervos inservibles volverse útiles y libres.
Cuando una persona no está purificada de las pasiones o al menos no lucha por purificarse de ellas, entonces es imposible ser libre y verdaderamente feliz en la vida porque, entre otras cosas, existe la posibilidad de que pueda sufrir algún tipo de chantaje. . Y, por supuesto, cuando se está bajo presión y se encuentra en un clima de chantaje e intimidación, entonces es imposible actuar verdaderamente libre. Se vuelven desgraciados, peón de todos los que se aprovecharon de sus pasiones y agravios y están "en sus manos", como suele decirse, en el chantaje. Por fuera pueden parecer libres y cómodos, pero en realidad son prisioneros y esclavos.
En segundo lugar, los fenómenos enfermizos y las malas situaciones, tales como el robo, el abuso, los entrelazamientos, etc., se encuentran en todas las épocas, e incluso la nuestra, por supuesto, no puede ser la excepción, ya que vivimos en una sociedad caída. En realidad, los miembros sanos de la sociedad son los Santos, así como todos aquellos que luchan por alcanzar su propia santificación. Los Santos con sus luchas espirituales vencieron sus pasiones, llegaron a su iluminación y teosis y experimentaron el estado anterior a la caída. Adquirieron el amor perfecto, que es el tratamiento del egoísmo, la causa operativa de la avaricia, la sensualidad, la vanidad y todas las demás pasiones.
Porque hoy en día escuchamos y leemos sobre muchas cosas, hay que subrayar que la Iglesia no es un club de personas "purificadas", sino que es el cuerpo Divino-Humano de Cristo. Cristo mismo es la cabeza y los miembros son todos aquellos, clérigos y laicos, que recibieron el bautismo y lucharon, de un modo u otro, por vivir según la voluntad de Dios. También que la Iglesia, como subraya Su Eminencia nuestro Hieroteo Metropolitano, es un hospital espiritual, y por tanto es natural que tenga miembros enfermos a los que trata de curar, sin violar nunca su libertad. Además, con su debilidad, pasiones y errores, cada persona tiene una responsabilidad personal y es responsable ante Dios y los hombres.
La Iglesia no necesita purificación, porque es pura, santa e inmaculada. Necesitamos purificación y renacimiento espiritual.
Oremos para que Dios nos muestre verdaderos padres espirituales también en nuestros días, que puedan ayudar a las personas a renacer, para adquirir el amor perfecto, y de siervos inservibles volverse útiles y libres.
La Iglesia del Santo Apóstol Onésimo en el Barrio Exokionion de Constantinopla
En el Libro de Ceremonias del siglo X (Libro 1, Cap. 17) del Emperador Constantino Porphyrogennetos, leemos que en la fiesta del Medio Pentecostés, que llegaba un miércoles, el Emperador encabezaba una procesión desde su palacio en Constantinopla hasta el Iglesia de San Mokios. Allí tenemos una referencia a una iglesia dedicada a San Onésimo, por donde pasaría la procesión al entrar en el barrio de Exokionion, y cuando llegaron a esta iglesia, giraron a la derecha y pasaron la Iglesia de Santiago el Persa. Esta es la primera referencia a una iglesia en Constantinopla dedicada a este discípulo del apóstol Pablo y esclavo de Filemón, que se conmemora en el Synaxarion de Constantinopla el 15 de febrero.
En el Libro de Ceremonias del siglo X (Libro 1, Cap. 17) del Emperador Constantino Porphyrogennetos, leemos que en la fiesta del Medio Pentecostés, que llegaba un miércoles, el Emperador encabezaba una procesión desde su palacio en Constantinopla hasta el Iglesia de San Mokios. Allí tenemos una referencia a una iglesia dedicada a San Onésimo, por donde pasaría la procesión al entrar en el barrio de Exokionion, y cuando llegaron a esta iglesia, giraron a la derecha y pasaron la Iglesia de Santiago el Persa. Esta es la primera referencia a una iglesia en Constantinopla dedicada a este discípulo del apóstol Pablo y esclavo de Filemón, que se conmemora en el Synaxarion de Constantinopla el 15 de febrero.
NOTA:
* Ambos santos Filemón y Onésimo son conmemorados juntos el 22 de noviembre.
Apolitiquio tono 1º
Apolitiquio tono 1º
Iluminado en mente por Pablo, te convertiste en un siervo de Dios el Logos, y un apóstol inspirado. Oh Onésimo, siervo de Cristo, recompensas con el don de la vida a los que fielmente claman a ti: Gloria al que te ha glorificado; gloria al que te ha coronado; gloria a Aquel que por medio de ti obra sanaciones para todos.
Apolitiquio tono 3º
Oh Santo Apóstol Onésimo, intercede ante el Dios misericordioso
para que El nos conceda a nuestras almas el perdón por nuestras ofensas.
Condaquio tono 4º
Realmente brillaste sobre el mundo como un rayo de sol, brillando con los rayos de San Pablo, el sol de la luz más resplandeciente, quien ha iluminado al mundo entero. Por ello nosotros te honramos, bienaventurado Onésimo.
Fuentes consultadas: *Texto publicado con
autorización y bendición de sus autores: 1. su Santidad Obispo de Jableh, Siria,
Demetri Khoury. y 2. P. Georgios Paparnavas, Protopresbítero del Santa Iglesia de Santa Paraskeva en Lepanto *saint.gr *synaxarion.gr