jueves, 25 de julio de 2024

Santa Olimpia, la Diaconisa (+410)

Olimpia nació en Constantinopla, de padres distinguidos. Su padre, Anisio Segundo, era senador, y su madre era la hija del famoso noble Eulogio, que se menciona en la hagiografía de San Nicolás el Taumaturgo.

Cuando Olimpia alcanzó la madurez, fue prometida a un noble que murió antes de que el matrimonio tuviera lugar. El emperador y los demás parientes presionaron a Olimpia para que se casara con otro, pero en vano.
Sin embargo, ella se negó a esto y se dedicó a llevar una vida agradable a Dios, dando de sus bienes heredados grandes ofrendas a las iglesias y limosna a los necesitados. 
Sirvió como diaconisa en la Iglesia, al principio, durante el tiempo del Patriarca Nectario y, tras su muerte, durante el tiempo de San Juan Crisóstomo.
 
 
 








 
Cuando San Juan Crisóstomo fue exiliado, aconsejó a Olimpia que permaneciera en la Iglesia y sirviera como antes sin mirar quién fuera el patriarca después de él.
Inmediatamente, tras el exilio de este gran santo, alguien inició un gran incendio en la Gran Iglesia (La Iglesia de la Divina Sabiduría, Hagia Sophia), y el fuego consumió muchos edificios importantes de la capital. Los enemigos de Crisóstomo acusaron a esta santa mujer de iniciar este malicioso fuego. 
 
 








Olimpia fue exiliada de Constantinopla a Nicomedia, donde murió en el año 410, solicitando en su testamento que su cuerpo fuera puesto en una caja y tirado al mar, y donde el agua lo condujera, allí debería ser enterrada. El ataúd varó en tierra en la ciudad de Vrochthoi, donde existía allí una iglesia dedicada al Apóstol Tomás. 
De sus reliquias se han producido milagrosas curaciones durante siglos. El exiliado Crisóstomo escribió maravillosas cartas a la exiliada Olimpia que, incluso hoy, sirven como un gran consuelo para los que sufren a causa de la justicia de Dios. Entre otras cosas, Crisóstomo escribe a Olimpia: 
 
 
 








“Ahora, estoy jubiloso, no sólo porque fuiste aliviada de tu enfermedad, sino más aún, porque estás soportando noblemente las dificultades a las que te refieres como trivialidades, como es característico de un alma llena de poder y que abunda en los ricos frutos del valor. Pues no sólo estás sufriendo valientemente la desgracia, sino que además no la percibes incluso cuando llega, y ya sea con esfuerzo, con trabajo y sufrimiento, no se lo dices a otros, sino que te regocijas y triunfas sobre ella. Esto sirve como la mayor sabiduría” (Carta VI).
 





Fuentes consultadas: saint.gr, diakonima.gr, Prólogos de Ohrid, synaxarion.gr, apostoliki-diakonia.gr 

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