martes, 2 de julio de 2024

San Juvenal, Patriarca de Jerusalén (+458)

Versos:
"El recuerdo de Juvenal yo celebro, cuyo divino recuerdo lleva Palestina".

Luego de treinta años de tumultos y desórdenes, finalmente el venerado anciano se encontraba a las puertas de la muerte.
Era el año 458. El anciano yacía inmóvil en su lecho de enfermo, que él sabía sería su lecho de muerte.
Durante los últimos días de su vida había tenido la oportunidad de considerar sus luchas como Patriarca de Jerusalén –como un dedicado líder de la Iglesia quien había hecho lo mejor que pudo para servir a Dios y a sus compañeros Cristianos durante el tumultuoso Siglo Quinto.
Para el Gran Juvenal, quien había nacido alrededor del año 380 y quien había sido amigo cercano y compañero de algunos de los más reconocidos monjes y ascetas de la Iglesia primitiva – incluyendo Eutimio, Teodosio, Gerásimo y Simeón el Estilita– lo único que importaba ahora era la inmensa gratitud que sentía por el Dios Todopoderoso. 
 
 
 






 
 
 
Estaba agradecido por muchas cosas, por supuesto, pero solo una cosa iba más allá por encima de todas. Durante tres décadas de luchas continuas desde que Juvenal llegó a ser patriarca, en el año 429 de Nuestro Señor, los herejes no pudieron conseguir erosionar la pureza de la fe Ortodoxa. Sin embargo lo intentaron. Y más de una vez estuvieron a punto de lograrlo. Qué peligrosos habían sido para la fe auténtica enseñada por el Santo Redentor... Mientras que algunos de esos falsos maestros insistían en que Cristo Jesús era un simple mortal, nada más que un sabio y gentil profeta, otros afirmaban que el Salvador de la humanidad era simplemente parte de Dios, sin nada de humano.
Trágicamente, esas herejías habían fallado en honrar la parte más importante de todo el credo –la idea, impulsada por San Juvenal a lo largo de toda su vida, que Jesús era, de hecho, “consustancial”... que su naturaleza era humana y divina, y una al mismo tiempo.
Recostado en su lecho de muerte, San Juvenal pronunció en silencio una oración de gracias. 
 








 
 
 
En sus recuerdos, incluidos los más antiguos, se encontraba luchando contra los herejes. Una valiente y atrevida figura, él había luchado en dos de los más importantes Concilios Ecuménicos en la historia de la Iglesia Primitiva: El Tercer Concilio, que había sido realizado en Efeso (hoy parte de la moderna Turquía) en el año 431, y en el Cuarto Concilio celebrado en Calcedonia, exactamente veinte años después, también en el Asia Menor en lo que hoy en día forma parte de Turquía.
En Efeso, donde el Concilio fue presidido por el Gran Cirilo de Alejandría, el agudo Juvenal se vio forzado a combatir contra la blasfema herejía del peligroso Nestorio –quien insistía en que Cristo era simplemente el hijo mortal de la Bienaventurada Virgen María. Dos décadas después, en Calcedonia en el 451, se le requirió para enfrentarse contra el desacertado dogma propuesto por esos dos archi traidores, Eutyches y Dioscurus. Ambos era zelotas recriminables quienes proclamaban a voces que Cristo era divino pero sin ningún tipo de naturaleza humana.
 
 






 
En ambas asambleas el valeroso Juvenal y sus aliados se las arreglaron para prevalecer y el Patriarca pudo regresar a su puesto en Jerusalén con oraciones de gratitud y con mucho alivio. Pero desafortunadamente los herejes no habían sido disuadidos por lo que continuaron conspirando en contra del credo Ortodoxo. En un momento, inclusive, el Patriarca fue expulsado de la Ciudad Santa luego de que el desacreditado Dioscurus se las había arreglado para persuadir al poderoso Teodosio, hombre de iglesia, de lo correcto de sus puntos de vista. Teodosio respondió entonces nombrándose a sí mismo como patriarca de Jerusalén. 
Apoyado por algún tiempo por la Emperatriz Eudocia, la viuda del muy amado Emperador Teodosio el Joven, el usurpador se las arregló para mantenerse en el trono del Patriarca por un breve período de 20 meses. Pero finalmente, gracias a Dios, la Emperatriz, que había ido a ver al gran monje y asceta Simeón el Estilita, fue convencida por este de que el impostor debía ser desenmascarado y que su herejía fuese cortada de raíz. 
 
 




Cueva - sepulcro de San Juvenal en Jerusalén,
en el Monasterio de San Onofre, zona de Siloam. Exterior.


Cueva - sepulcro de San Juvenal en Jerusalén,
en el Monasterio de San Onofre, zona de Siloam. Interior


 
 
 
 
Totalmente convencida por el gran monje, la entonces Emperatriz se levanto en una justa ira en contra del falso Patriarca Teodosio y ordenó que San Juvenal fuese restaurado a su autoridad clerical en Jerusalén. Esta lucha desesperada se desarrolló durante el reinado de Marciano en Pulquería en Constantinopla en que terminó finalmente, habiéndose salvado así –milagrosamente– la Iglesia de los peligros de la polución doctrinal.
No hay peligro más grande para la Iglesia de Cristo en la Tierra que las herejías y, mientras el reverenciado Juvenal yacía acostado en su lecho de enfermo al final de sus 38 años como Patriarca de Jerusalén, sonrió con gozo por la manera en que Dios Todopoderoso lo había escogido, en Su Sabia Providencia, para mantener la pureza de los preciosos dogmas y doctrinas Ortodoxas.
 




Pequeño fragmento de sus reliquias.


 
 
Durante los casi dos años en los cuales el Apóstata Teodosio gobernó en la Ciudad Santa, los creyentes Cristianos de Jerusalén llegaron a ser confundidos peligrosamente. Ciertamente, esta es siempre la gran amenaza contra el Santo Evangelio del Hijo de Dios por parte de quienes lo atacan –que pueda ser diluido o disminuido por los falsos profetas y las herejías. Sin embargo, gracias a la inacabable paciencia y tenacidad de San Juvenal, esto no ocurrió.
Para este santo en su lecho de muerte, la gran alegría de la Ortodoxia se podía escuchar en el maravilloso resumen que San Cirilo había hecho para el tercer Concilio, allá en el 431, cuando describía la doble naturaleza de Jesús Cristo el Hijo de Dios en un sonado pronunciamiento:
“Nosotros no predicamos a un ser humano deificado, por el contario nosotros confesamos a Dios que se ha encarnado. No tuvo madre en lo que se refiere a la esencia y tampoco padre en lo que se refiere familia en la tierra.”






 
La vida del Patriarca San Juvenal suena con la autoridad de un Padre de la Iglesia que nunca dejó de luchar para proteger la vida espiritual de su rebaño. En ese sentido la propia historia del Patriarca refleja la historia de su amada Iglesia –como la saga de una batalla continua para mantener pura y sin mancha la Palabra Santa de Dios Todopoderoso.
 

Apolitiquio tono 4º


La verdad de las cosas, como regla de fe, te fueron reveladas para tu rebaño, icono de mansedumbre y maestro de serenidad; por esta razón has conseguido las alturas de la humildad, la riqueza por la pobreza. Oh Hierarca y Padre Juvenal, intercede ante Cristo Dios para que se salven nuestras almas.

Condaquio tono 2º


Oh trueno divino, trompeta espiritual, cultivador de la fe y vencedor de las herejías, en quien la Trinidad se complace, Oh gran hierarca Juvenal, tú que siempre estuviste parado ante Dios, ahora con los Angeles, recen incesantemente por todos nosotros.




Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr

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