miércoles, 31 de julio de 2024

El Justo José de Arimatea (s.I)

Versos:
"Fuiste encontrado para enterrar secretamente a los muertos en la tumba, tú que enterraste como muerto a Quien vaciará las tumbas".

Al final, cuando el cuerpo de Jesús en la cruz ya no se movía, los soldados romanos procedieron a completar la lúgubre tarea de remover los clavos y soltar el cadáver para que fuese enterrado.
Las mujeres llorosas que habían presenciado la ejecución se encontraban ahora en silencio. Desgastadas por el llanto dejaron el Gólgota mientras se consolaban mutuamente lo mejor que podían.
Más tarde se encontrarían en el sepulcro y prepararían el cuerpo de Jesús para un entierro adecuado.
¿Pero quién podría reclamar su cuerpo? ¿Quién se atrevería a reclamarlo? Por un instante parecía que todo aquél que hubiera querido enterrar a Jesús se hubiera asustado por el Sumo Sacerdote Caifás y sus seguidores. 






Pero entonces un hombre de mediana edad dio un paso adelante –un hombre rico llamado José de Arimatea, quien se las arregló para obtener permiso de Poncio Pilatos para remover el cuerpo y transportarlo para su entierro.
Arriesgando su propia vida en ese proceso, este mismo José –un hombre de negocios muy conocido por su reputación de una rectitud sin mancha que lo había llevado a tomar asiento en la Corte Suprema Judía conocida como el Sanedrín– había ido muy temprano ese día hasta el Gobernador Poncio Pilatos a solicitar el derecho para enterrar al hombre llamado Jesús que habría de ser crucificado a mediodía en el Gólgota.
¿Quién pudiera haber sospechado de José de Arimatea (una ciudad en Judea no muy lejos de Jerusalén) de haber querido ayudar a Cristo y a su universalmente despreciada banda de seguidores auto engañados? 
 






Como miembro del temido Sanedrín, José pertenecía al cuerpo legislativo que había hecho ilegal al Cristianismo en el mundo Judío de Jerusalén (aunque él no había participado en las deliberaciones del “Concilio y Hechos” que produjeron la actual sentencia a muerte-por-crucifixión que lo llevaría al Gólgota).
Sin embargo, lo que los otros miembros del Sanedrín no sabían era que poco antes, el corazón de José había sido tocado por la predicación del hombre milagroso, al que había visto una y otra vez a lo largo de Galilea, durante el tiempo en que sus negocios lo llevaban de de Jerusalén a Belén y Jericó.
Acompañado por su amigo llamado Nicodemo, el muy bien parecido José se presentaba como un miembro exitoso de la clase gobernante. ¿Quién entre los feroces miembros anti Cristianos del Sanedrín podría haber adivinado que él era, secretamente, un seguidor de Cristo y que por los últimos años había estado viviendo según el Santo Evangelio? 







 
Sin embargo ello era cierto. Tal como lo hace notar San Juan en un poderoso pasaje del Cuarto Libro del Nuevo Testamento:
“Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo.” (Juan 19, 38)
José y Nicodemo estaban corriendo un riesgo terrible, pero los soldados que estaban custodiando el lugar de la crucifixión los miraron de manera indiferente cuando el cuerpo del Señor fue removido de la cruz y retirado del lugar. En este día histórico, el piadoso y humilde José no sólo llevaría los restos de Jesús a la tumba –sino que él mismo lo pondría dentro del sepulcro que mucho antes había comprado para sí mismo, para el momento en que le llegase su hora. 
 





                        

 
¿Hay un amor más grande qué este –que un hombre renuncie a su propia tumba para cedérsela a otro?
Los eventos que sucedieron a continuación moldearían una de las historias más conmovedoras en el Nuevo Testamento, mientras Marta y María así como otras mujeres portadoras de mirra untaban el cuerpo del Señor y lo envolvían en un sudario –sólo para descubrir posteriormente que la tumba estaba vacía y que Jesús había resucitado glorioso.
Menos conocido es el destino de José de Arimatea, quien muy pronto fue arrestado por ayudar en el entierro de Cristo el sedicioso y entonces fue arrojado a prisión por las autoridades Judías. 






 
Encadenado y dejado a su suerte en prisión cayó en un trance profundo y, según muchas leyendas populares de ese entonces, recibió la visita del Hombre-Dios a quien él había ayudado a sepultar. Incapaz de creer al principio lo que veían sus ojos, José se dio cuenta muy lentamente que la figura radiante que estaba parada delante suyo era Cristo Resucitado. El había vencido a la muerte, El había resucitado de la tumba.
José, quien tenía alrededor de 30 años al momento de la Crucifixión, permanecería en prisión por varios meses... luego de lo cual el propio Sanedrín al cual alguna vez había pertenecido decidió con odio y disgusto que debía ser exiliado por siempre de Jerusalén. Liberado de prisión y llevado a las afueras de la Ciudad Santa pasaría el resto de sus días viajando de un país a otro predicando sin cesar el Santo Evangelio de Jesús Cristo. 







 
Luego de muchos años de estar evangelizando valientemente en la lejana Bretaña murió y fue enterrado en Ramla, Palestina.
La vida del noble José de Arimatea ilustra maravillosamente el poder sanador de la misericordia. En un mundo gobernado por el principio del “ojo por ojo”, el hecho de que un hombre pudiera renunciar a su propia tumba por amor a otro, prueba que la misericordia es posible para todos nosotros a pesar de la oscuridad que tan frecuentemente parece gobernar los acontecimientos. Si un hombre rico e influyente como José de Arimatea fue capaz de tal misericordia, cuanto más grande es la misericordia del mismo Jesús que ofrece a cada instante al mundo sufriente al cual El ama muchísimo.


Apolitiquio tono 2º

El noble José, tomando Tú Cuerpo inmaculado del Arbol, y habiéndolo envuelto en un lienzo de lino puro y especies, lo hizo reposar en una tumba nueva. Pero en el tercer día Tú resucitaste, Oh Señor, brindándonos gran misericordia para el mundo.

Condaquio tono 2º

José de Arimatea te tomó, a quien es la Vida de todo, te bajó del Arbol como uno que estaba muerto, y Te envolvió en un lienzo limpio y te recubrió en especies. El anheló abrazar y besar Tu Cuerpo santo con sus labios y su corazón sin embargo se contuvo de hacerlo a causa del temor. El gritó de alegría contigo: Gloria a Tú abajamiento, Oh Amante de la humanidad.





Fuentes consultadas: *Texto publicado con autorización y bendición del autor, su Santidad Obispo de Jableh, Siria, Demetri Khoury.*saint.gr *synaxarion.gr *paraklisi.blogspot.com

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